El vestuario después del partido capitulo 1
Futbolista adolescente .
El silencio en el vestuario era casi total, solo roto por el goteo constante de las duchas y el eco de los pasos sobre el baldoso frío. El partido había sido agotador. Santiago, con sus 15 años, se sentía como si cada uno de sus músculos le pidiera a gritos un descanso. Se sentó en el banco frente a su casillero, la camiseta sudada pegada a su espalda delgada pero atlética. A su lado, Jesús, de su misma edad, se desabrochaba los botones de su pantalón corto con un movimiento lento, cansado.
—Qué partido, mamá —murmuró Jesús, dejando caer la ropa al suelo.
Santiago no respondió. Su atención estaba en la figura que acababa de entrar en el vestuario. Era su padre, Martín. Con solo 25 años, parecía más un hermano mayor. Su pelo oscuro estaba ligeramente revuelto y llevaba una mochila colgada de un hombro. A Martín no le gustaba esperar afuera.
—¿Listos, chicos? —preguntó Martín, su voz grave pero amable—. Vamos, Santiago, apúrate que tu madre nos espera para cenar.
Santiago suspiró. Odiaba que su padre lo tratara como a un niño delante de sus compañeros. Se levantó y, sin más, se dirigió hacia las duchas. El agua caliente golpeó su piel y cerró los ojos, dejando que el vapor llenara sus pulmones. Se pasó el champú por el pelo, el jabón por su pecho y, casi sin pensarlo, su mano descendió hacia su entrepierna. Su pene, ya flácido, colgaba con un peso notable. Tenía 22 centímetros, una fuente de orgullo y, a veces, de vergüenza. Lo sentía enorme, desproporcionado para su cuerpo de quinceañero.
—¿Te vas a pasar toda la tarde ahí, Santi? —La voz de Santiago Martínez, el delantero de 16 años, lo sacó de su ensoñación. Estaba parado justo fuera de la ducha, con una toalla envuelta en su cintura. Su mirada se posó, por un instante, en el cuerpo de Santiago antes de desviarse.
Santiago apagó la ducha y se secó rápidamente, envolviéndose la toalla alrededor de la cintura. Al volver a los casilleros, vio a su padre sentado en el banco, hablando en voz baja con Jesús. Martín se había quitado la sudadera y mostraba un torso bien definido. La toalla de Santiago le pareció de repente muy pequeña.
—Padre —dijo Santiago, su voz un poco ronca.
Martín lo miró y sonrió. —Ya casi estás. Rápido, vístete.
Mientras Santiago se vestía, no podía evitar sentir la mirada de su padre sobre él. No era una mirada crítica, sino… curiosa. Como si lo estuviera redescubriendo. Cuando Santiago se agachó para atarse los cordones, sintió que la toalla se deslizaba un poco, exponiendo el inicio de su muslo. Se incorporó de golpe, el corazón latiéndole un poco más deprisa. Al levantar la vista, se encontró con los ojos de su padre fijos en él. En ellos había algo que no podía descifrar, un brillo intenso que lo hizo ruborizarse y apartar la mirada.


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