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Gays

En casa de Víctor 1 – Amigos con derechos

Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por SantiagoRodriguez.
Tenía yo aproximadamente 19 años; era guapo, atlético, estatura promedio, piel blanca y cabello castaño claro, relativamente velludo.

Bueno, sigo siendo todo eso, je je, pero este relato se centra en algo que me sucedió a esa edad.

Yo tenía un “amigo con derechos”; se llamaba Víctor, él tendría unos 35 años y era de ascendencia italiana.

Bastante más alto, delgado y velludo que yo.

Era pelirrojo, de ojos verdes y tenía un cierto mote italiano, pues pasaba parte del año en Nápoles y otra parte aquí, en Lima.

Y una de las cosas que más me llamaba la atención era su pene, el más grande que yo haya visto hasta hoy: colorado, cabezón, muy grueso y muy largo (nunca lo he medido pero de hecho tiene mucho más de 20 centímetros), adornado por una mata de vello público rojo y dos testículos también grandes, para hacer juego con la verga.

Nos llamábamos de vez en cuando y terminábamos teniendo sexo en algún hotel o en su casa.

Esa vez tocó en su casa.

Fui e hicimos lo usual: conversar, tomar un trago y de ahí empezar a besarnos en su sofá, primero en la boca, después él recorrió mi cuello con su lengua hasta llegar a mi oreja y empezar a morderla, al mismo tiempo que pellizcaba mis tetillas; yo, en correspondencia, gemía y le agarraba el paquete para sentir cómo iba creciendo esa verga gigante que, valgan verdades, hasta ahora no entiendo cómo me entraba por completo sin dolerme tanto.

Víctor me quitó el polo y empezó a lamerme y morderme las tetillas; qué rica se sentía su lengua jugando con mis pezones mientras me desabotonaba el pantalón y me lo bajaba, para alcanzar mi trasero con sus enormes manos hasta meter un dedo, luego otro, luego dos más pero de la otra mano y de ahí proceder a abrirme el hoyito, preparándome para lo que vendría.

Esa vez no me dejó ni chupársela.

En cuanto terminó de quitarme el pantalón y la ropa interior levantó mis piernas y las puso sobre sus hombros, y luego de escupir sobre mi esfínter y ensalivarse la cabeza de la verga, me la introdujo con cuidado pero firmemente.

No tardó mucho en alojar por completo su pene erecto como un mástil y a darme un mete y saca constante, mientras me miraba a los ojos y me decía cosas como “qué rico que eres”, “me gustas mucho”, “qué rico culito me estoy comiendo”.

Yo gritaba más o menos fuerte porque si bien es cierto que Víctor era un maestro metiendo su enorme verga en mi culo, eso no quiere decir que una vez adentro yo no sintiera incomodidad, especialmente porque sentía como si me empujara algo cada vez que me embestía.

Víctor empezó a aumentar la velocidad de la cachada, que ahora se estaba volviendo más intensa y fuerte, mientras me mordía el cuello, las tetillas y la oreja, y con sus manos amasaba mis nalgas.

Yo estaba completamente loco de placer y solo atinaba a pedir que me diera más y más fuerte, cosa que él obedecía… hasta que ya no dio más y con un grito que parecía el rugido de un león, cerró los ojos con fuerza, me dio un último envión de verga y empezó a vaciarse dentro de mi culo.

Sentía las contracciones de su miembro una y otra vez, y eso me excitó tanto que yo también empecé a venirme, lo que me hizo apretar el esfínter con mucha fuerza.

“¡Qué rico aprietas el culo, me vas a sacar toda la leche!”, gritó como un loco.

Abrió los ojos y sonrió, y vaya que era guapo, no lo puedo negar; eso era lo que me tenía atado a él (además de su tremenda polla y la forma tan rica que tenía de clavarme).

– Usualmente te vienes afuera –le dije.

– Perdón, pero estaba demasiado excitado y no me dio tiempo de sacarla –respondió jadeando.

– No me molesta.

Estuvo rico.

No me la saques todavía, por favor.

Y estuvimos un buen rato más en esa posición.

Ya luego me la sacó y yo fui al baño a que se me regrese la leche mientras él preparaba algo para comer y beber, y descansar para el segundo polvo.

En eso estábamos, cenando en su habitación, pues era de noche cuando sonó el timbre de su casa.

Víctor fue a abrir la puerta, se escucharon voces y luego vino a decirme “han venido unos amigos y debo atenderlos, si no te molesta quédate aquí un rato hasta que te aburras y de ahí te vas, puedes ver televisión y su gustas te traigo más comida”.

Y me quedé en su cuarto unos 30 minutos, hasta que decidí que era hora de irme.

Empecé a vestirme y de pronto Víctor abre la puerta de la habitación.

Estuvo mirándome un rato en silencio hasta que se animó a decirme algo.

– No sé cómo lo tomarás…
– ¿El qué?
– Es que esos dos amigos míos son activos y me han dicho para tomar unas cervezas y llamar a un putito para cachárnoslo entre los tres, pero yo me he quedado con ganas de volver a metértela porque me calientas un montón, y quería saber si te querías quedar para que seas tú a quien nos cachemos.

– Tendría que verlos primero; si me gustan, sí.

Salí de la habitación una vez que me vestí.

Me presentó a sus dos amigos cuyo nombre ya no recuerdo bien, pero me parece que uno era Daniel y el otro Alejandro.

Ambos estaban sentados en la mesa del comedor.

Daniel era de piel trigueña, más alto que Víctor y bastante más agarrado que él, supongo que de su misma edad.

Alejandro se veía menor, era como de mi tamaño, esbelto y también trigueño.

No eran tan guapos como Víctor pero tampoco eran feos.

– Me quedo –le dije a Víctor, y me senté junto con ellos en la mesa.

—–continuará——

1992 Lecturas/1 octubre, 2018/0 Comentarios/por sexosintabues
Etiquetas: amigos, baño, culito, hotel, sexo
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