en el colegio de curas
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por toribioaca.
Aunque era de baja estatura, como practicaba deporte lucía buen físico. Yo lo admiraba, pues era muy bueno jugando futbol. A mis once años, lo veía como un ser perfecto. En ese colegio, que era internado, estudiábamos y vivíamos, los alumnos en un área, y los frailes en otra…
Para cualquier problema o duda yo acudía con él que era muy amable y gentil, aunque a veces algo severo, sin embargo, conmigo por alguna razón nunca se enojó.
Recuerdo que cuando acudía al confesionario, me cuestionaba acerca de pecados que yo estuviera guardando sin confesar… yo era muy ingenuo y no entendía cuando me preguntaba acerca de “pecados de la carne”, cosa que siempre preguntaba. El insistía preguntando si yo me tocaba las partes íntimas o si tenía acercamientos con algún compañero y mi respuesta era siempre la misma: no, padre.
Cuando lo veía en uniforme de futbol, me parecía como un superhéroe, y cuando anotaba un gol, que era con frecuencia, mi admiración por él crecía.
En clases, me parecía un hombre muy sabio, y como yo era de los alumnos con mejor calificación, él me distinguía con un trato especial, lo cual, provocaba algunas envidias de compañeros, que murmuraban entre risas cosas que yo no entendía.
En cierta ocasión que enfermé, me recetaron algunos medicamentos, incluyendo inyecciones. Con tal motivo, el padre Francisco me llevó a su celda, para aplicarme la inyección. Me bajé los pantalones y los calzones por instrucciones de él. Puso una almohada en la orilla de su cama y me dijo que así de pie me agachara, reposando mi vientre sobre la almohada. Me advirtió que la inyección seria dolorosa, lo cual resultó cierto… después de la inyección procedió a sobar mi nalga, para que se pasara el dolor. El caso es que sobaba con mucha suavidad, al principio el área de la inyección, y extendiendo el masaje cada vez más, hasta abarcar toda la nalga y luego las dos. Me hablaba con suavidad y ternura, y sus caricias fueron cada vez más cerca del ano.
Por el gran afecto que yo le tenía, sus caricias me parecían muy tiernas, como una forma de consolarme por el dolor de la inyección, y por el malestar de mi fiebre, de modo que me hacía sentir bien. Luego me dijo: “tendré que ponerte también un supositorio, no tengas miedo… ¿tu confías en mi, verdad? Claro padre… entonces me frotó el ano, por fuera, con algo suave y fresco, a manera de lubricante, “para que no te duela”, me dijo. Metió el supositorio en mi ano, y “para que entre bien”, dijo lo empujó con un dedo, mismo que metió completamente, aunque poco a poco. Luego empezó a masajear mi ano por dentro con su dedo, el cual de principio me provocó algo de dolor, pero fue volviéndose algo muy agradable y excitante. Sin saber por que, tuve una erección y mi pene empezó a humedecerse.
Así duramos un buen rato, yo ahí, empinado, y el metiendo su dedo en mi ano mientras con la otra mano se frotaba. No lo veía, pero sentía como se estremecía al mover su mano, por algo que yo ignoraba. Poco después empezó a gemir y sentí que derramó algo espeso en mis nalgas. Luego recostó su pecho sobre mi espalda y empezó a besar mi nuca y mejilla, diciéndome cosas dulces. Yo no entendía nada, pero me sentía muy bien, sobre todo, amado. Luego se incorporó, diciendo que no me moviera, sacó su dedo de mi colita, me la limpió al igual que mis nalgas. Me vestí, y antes de que retirara de su celda, me dijo que no dijera nada, para evitar habladurías.
Esa noche estuve pensando sobre aquello que sucedió y me dormí feliz por esas manifestaciones de cariño del padre a hacia mí.
Al siguiente día, a la misma hora, como é me había indicado, fui a su celda, pues debería recibir cuatro o cinco inyecciones, una diaria. Me sorprendí al encontrarlo en bata y no en sotana, como siempre vestía, pero no le día importancia. Igual que la primera vez, me empiné sobre la almohada habiendo bajado mi ropa. Empezó a frotarme la nalga con alcohol, después la otra, pues no sabía en cual inyectarme esa vez. El caso es que estuvo acariciando las dos y me preguntaba si me gustaba, lo cual era así. Procedió con la inyección, igual de dolorosa que la anterior, pero que con esas caricias resultó más soportable. Luego otra buena sobada y el supositorio, que sentí muy agradable con su dedo. Era rico sentir esas caricias dentro de mi colita, de nuevo tuve una erección y ganas de orinar… le dije al padre y me dijo, no importa si te orinas, no te preocupes. Entonces sacó su dedo, me puso más lubricante y metió dos dedos a la vez. Sentí un poco de dolor, pero él me tranquilizó. Estuvo metiendo y sacando sus dedos y eso era cada vez más agradable. Me dijo: “ahora te va a doler un poco más, pero ten confianza en mí, tu sabes que yo te quiero mucho y por eso lo hago”. Si padre, lo que u diga. Yo también lo quiero mucho. Entonces sacó sus dos dedos, separó mis nalgas y puso en mi ano algo duro, húmedo y caliente que fue metiendo poco a poco y con dificultad. Yo sentí que aquello me partía en dos, empecé a pujar y sentí como que quería cagar, se lo dije y me tranquilizo, con palabras dulces: “aguanta, mi muchachito… oro poquito…como te quiero, eres hermoso!” … dejó de empujar, se quedó quieto unos momentos y el dolor empezó a desaparecer. Luego volvió a empujar dentro de mí hasta que sentí su vientre velludo pegado a mis nalgas. Inició movimiento hacia adentro de mi y hacia afuera, sin salir totalmente, mientras jadeaba y besaba mi nuca, mi oreja y mi mejilla diciéndome amor, chiquito mío y otras cosas que me sonaban como música celestial. Dentro de mí, aquello provocaba una serie de sensaciones para mis desconocidas. Era delicioso sentir aquello que en ese momento yo ya intuía que era parte del cuerpo de mi amado maestro y confesor. Era hermoso sentirme poseído por aquel hombre a quien yo tanto amaba y admiraba.
Aquello duró buen rato, hasta que el soltó un fuerte gemido, mientras me abrazaba mas y sentí algo líquido y caliente derramándose en mis entrañas, que me producía una placer inexplicable… sentí como si yo también me estuviera orinando… “¿Te gustó, amor?”, me preguntó, aun dentro de mí, y acariciándome con suavidad… ¿”no te hice daño”?… no padre, me dolió un poquito al principio, pero luego fue muy lindo… me gusta tenerlo ahí, dentro de mí, gracias por que me quiere tanto…
Al fin salió de mi colita y fue entonces que pude ver su verga por primera vez… aunque ya yo estaba erecta, me parecía muy grande, comparada con la mía… ¿todo eso estaba dentro de mí, padre?, le pregunté… “si mi amor, eres muy valiente… todo esto aguantaste… ¿quieres tocarla?” Si, por favor… y estuve acariciando aquella verga que tanta felicidad nueva acababa de darme. Los siguientes días fueron similares, aunque además de cojerme y dejarme acariciar su verga, pude besarla y chuparla y beber su leche espesa.
Cuando terminó el tratamiento que el médico prescribió, le dije con tristeza: padre, ya no podré venir a estar con ud. Ya se acabaron las inyecciones… claro que no, mi tontito. Tu puedes venir cada vez que quieras, ya lo veras…
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