En la iglesia también hay osos (parte 1)
La siguiente historia es ficticia, pero está basada en algunos acontecimientos que sucedieron de adolescente, yo solo les di un giro de tuerca para que sea más excitante para todos los lectores de la página. .
PARTE I: El ojo del obispo.
Para mis 13 años era normal que todos los domingos a la mañana fuésemos a la iglesia con mi tía, incluso se me hacía bastante normal que al estar dentro y a pocos minutos de que comenzará yo estuviese viendo a los señores que iban bien vestidos y dejando ver un poco esos pechos canosos y sus barrigas prominentes. Siempre sentí mucha atracción por los hombres que fueran grandes, fornidos y maduros, y esa mañana mis ojos se deleitarán con lo que estarían por ver.
Mientras nos sentamos en uno de los bancos cercanos a la mesa del altar se empieza a escuchar el típico salmo, dando comienzo a la iglesia e invitando al obispo que vaya acercándose hasta donde tiene que ir, pero para mi grata sorpresa veo que el obispo no es como muchos de los anteriores, más bien era alguien alto como de 1, 85 metros, muy gordito y con una barba delineada que realmente resaltaba su carita redonda, pude ver que tenía unos ojos de color celestes. Era un típico oso, inclusive pude notar como en sus manos tenía una gran cantidad de pelos entrecanos, inclusive en la zona de los dedos, yo en mis adentros pensaba “que pedazo de hombre vino a esta iglesia”.
La iglesia transcurrió con normalidad, pero en los lapsos en donde él se levantaba a hacer cosas siempre miraba a todos pero cada tanto detenía su vista hacia donde yo estaba, mirándome a los ojos y soltando una pequeña sonrisa. Yo respondía a esa sonrisa con una mueca pero a la vez con deseos de saber que más había debajo de esas vestiduras blancas. Durante toda la iglesia yo no paraba de verlo a la cara y de ver esa enorme panza que se notaba de él.
Una vez finalizada la iglesia muchas persona ya se marchaban de la iglesia, pero mi tía era de esas personas que siempre se quedaba hablando con el obispo un ratito más luego de toda la misa, por lo que yo tenía que acompañarla hasta donde estuviese el obispo, cuando mi tía logra encontrar al obispo yo solo atiné a sentarme en uno de los sillones que tiene la oficina del obispo mientras mi tía hablaba con el obispo. El obispo ya se había quitado las vestiduras blancas que normalmente utilizan los obispos mientras presiden la iglesia los domingos, y pude ver que llevaba una camisa manga corta, dejando a la vista dos brazos muy peludos y grandes, y en la zona del cuello pude ver como los pelos entrecanos brotaban de ese triángulo desabrochado que se había dejado, desde ya que se me hacía agua la boca de poder aunque sea tocarle ese pecho o brazos peludos.
Obispo: Hola Felicia cómo anda usted? Sí, hace 4 días llegué acá. Veo que vino acompañada, ¿es su sobrino? Mientras preguntaba voltea su cabeza a verme y hacerme como un escaneo de arriba a abajo con su mirada, sentí por un segundo que su mirada era media picarona.
Tía: oh, sí, mi sobrino Augusto. Antes de que usted llegará el fue monaguillo de los anteriores obispos que vinieron a la iglesia.
Obispo: Vení Augusto así te conozco mejor.
Yo levantándome del sillón veo como a mi tía de manera sorpresiva la llaman a sus espaldas y cuando ella se voltea yo observo como el obispo al ver que mi tía no miraba se llevaba una mano a su bulto como en signo de acomodarlo o algo así, se da cuenta que yo miré en esa dirección y como sí nada me extiende la misma mano con la que se acomodo el bulto. Yo hice como si no hubiese pasado nada y lo saludé.
Obispo: Augusto, que grande que sos. ¿Cuántos años tenés?
Yo: 13 casi 14 padre.
Obispo: Pareces alguien más grande, yo en la iglesia te veía y me sorprendía lo grandote que soa a comparación de personas de tu edad. Al decirme esto él pone una de sus manotas en mi hombro y lo aprieta un poco como en signo de que hay confianza.
Yo sin perder la oportunidad ya que mi tía se había alejado un poco, aprovecho a soltar unas palabras picaronas a este pedazo de oso. “Que panza y que grandote que es padre, yo igual me le quedaba viéndolo”. El al escuchar lo que decía soltó una sonrisa de costado como en signo de saber a lo que me refería y me respondió “Lo que pasa es que me gusta comer y siempre me asentó bien tener panza a mi parecer”.
Yo: Pues con lo grande que es no le queda nada mal la panza.
Cuando le digo esto él empieza a ver a los costados como queriéndose asegurar de que nadie escuchará o verá algo, en eso se me acerca un poco más y casi en voz baja me dice “sos una ternura” y con una de sus manos me acaricia la cara mientras me ve con cara de ternura.
No podía salir de mi asombro por lo que acababa de pasar. En lo que él se alejaba yo solo atiné a sonreírle mostrándole que aceptaba lo que acababa de hacer. Al momento de que sucedió eso mi tía regresa y empieza a charlar con el obispo, yo en todo ese asombro que tenía volví al sillón pero sin dejar de ver al padre por lo que había pasado.
Mientras el obispo hablaba con mi tía a veces me miraba y me sonreía, pero no era una sonrisa de perversión, como si supiese que yo tenía otras intenciones, era una sonrisa sincera, cariñosa de su parte hacia mí.
Luego de un rato nos despedimos del obispo, mi tía le da un beso en la mejilla y lo abraza, cuando me toca despedirlo lo veo a los ojos y él viéndome de igual modo me abraza y cuando me da un beso lo hace más cerca de mis labios, incluso se tarda un poco, yo atino a verlo de reojo y él solo me miraba a los ojos, pareciera que me hubiese besado pero fue lo más próximo a eso. Al despegarme de su cuerpo él me hace un guiño, yo por dentro pensaba “creo que él es lo que pienso que es”.
Como el relato es medio largo lo voy a separar en partes. Espero les guste esta pequeña «puntita» de la historia. Cualquier sugerencia los leere en los comentarios.
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