Enseñando a Mi Vecino
Mi vecina tiene dudas sobre la orientación sexual de su hijo de 14 años, por lo que me pide que hable con el y le enseñe..
Mi Vecino
Soy un hombre gay de 48 años. Mido 1.88 y peso… ¡digamos que arriba de los 100 kilos! Estoy peludo de todo el cuerpo (si, todo), y uso barba completa. Podríamos decir que soy el típico “oso” o “bear”. Nunca he ocultado mi orientación sexual e incluso, a veces pongo la bandera gay en mi casa, uso en la camisa algún pin con la bandera arcoíris, o pongo alguna en mi coche. Soy feliz y orgulloso de lo que soy. De joven universitario jugué fútbol americano, y aún a mis casi 50 años sigo yendo al gym a hacer ejercicio, por lo que además de corpulento, soy bastante fuerte. Actualmente vivo solo, ya que mi novio, con el que viví más de 20 años, murió hace como un año en un accidente.
El ser grande y fuerte no impide que yo sea una persona amable: siempre trato de ayudar a mis vecinos y vecinas, o a cualquier persona que lo necesite. Como me ven alto y fortachón, es común que me pidan ayuda física: a cargar algún mueble pesado, a empujar un automóvil que no arranca, a descargar cosas del coche, lo cual hace que me lleve bastante bien con todas las personas que me rodean.
El sábado pasado estaba yo arreglando el jardín de enfrente de mi casa, cuando pasó la vecina y se acercó a platicar. Ella es una señora como de unos 38 años (a una mujer nunca se le pregunta su edad, ¿verdad?). Ella es mamá soltera: según me ha platicado, apenas supo que estaba embarazada, su novio o pareja se desapareció, por lo que ella ha criado sola a su hijo. Aunque somos vecinos desde hace muchos años y ella es menor que yo, siempre nos hablamos “de usted”, en una actitud de mutuo respeto.
—¡Hola vecino!— me saludó ella desde su jardín, caminando hacia el mío.
—¡Hola vecina!— le respondí, levantando la mano para saludarla mientras le sonreía.
Se acercó y platicamos un poco de cosas sin importancia: el clima, los precios altos de la comida, etc. Sentí que algo más quería decirme, pues se veía incómoda, como dudando.
—¿Algún problema, vecina? ¿Algo que quiera decirme?— le pregunté.
—La verdad, si…— respondió ella —…pero no se bien por dónde empezar.
—Con confianza, tengo tiempo para escucharla— respondí yo, mientras acomodaba 2 de las sillas del jardín. —Ande, siéntese y platíqueme—
La vecina se sentó, y como hacía un poco de calor, le ofrecí: —¿Quiere algo de tomar? ¿Refresco, agua mineral, café, una cerveza?—
—Agua sola estaría bien— comentó la vecina mientras se terminaba de acomodar en la silla. Yo entré a la casa por un vaso de agua con hielo para la Sra. y una cerveza para mi. Así le di tiempo para que se relajara y organizara en su cabeza lo que me quería platicar.
—Tome— le dije mientras le entregaba el vaso de agua fría y yo me sentaba en la silla frente a ella y destapaba mi cerveza. —Ahora si, cuénteme, ¿en qué puedo ayudarla?—
—Pues mire, es mi hijo, Jorgito— me dijo ella, por fin.
—¿Su hijo? ¿Qué le pasa al joven Jorge?— le pregunté.
—Pues es que… yo creo que él es como usted…— titubeó mientras me respondía.
—¿Como yo?— le pregunté.
—Si, ya sabe…— me dijo ella, tímidamente, haciendo con la mano la típica señal de “mano caída” que se usa en mi país para referirse a un hombre “afeminado”, “rarito” o “maricón”.
—¡Ahh! ¡Gay u homosexual!— le dije yo, sonriendo.
—Si, si, eso.— respondió ella, más relajada, viendo que yo no me ofendía ni me incomodaba en el tema. A pesar de ser una mujer más joven que yo, supongo que la vecina había crecido en una familia conservadora, o quizá había estudiado en escuela religiosa, y por lo mismo le incomodaba hablar del tema y llamar a las cosas por su nombre.
—¿Y por qué cree Ud. eso?— le pregunté.
—Pues es que hace unos días, ya de noche, oí ruido en su habitación. Me asomé abriendo la puerta sin hacer ruido, y vi a Jorgito viendo cosas sucias en la computadora, mientras se estaba tocando ahí abajo…—
—Bueno, es normal a la edad de su hijo. ¿Cuántos años tiene? ¿13?— le pregunté.
—Ya cumplió 14 el mes pasado.— contestó ella.
—¿Ya ve? Es natural que a su edad tengan más curiosidad por el sexo, y empiecen a masturbarse. Algunos empiezan antes, otros después, pero no hay nada de qué preocuparse—
—Si, lo se, pero… es que mi hijo estaba viendo esas cosas sucias … con hombres— me dijo ella, volviendo a sonrojarse un poco por la pena.
—Le digo, vecina, es natural. Muchos jóvenes tienen la curiosidad propia de la edad, y buscan de todo en Internet. Sexo de hombres, de mujeres, de todo un poco, y eso les permite ir conociéndose y encontrando su propia sexualidad. Su hijo está aún chico, y le falta mucho por conocer y mucho por descubrir— le expliqué.
—Lo que pasa— continuó ella —es que como Ud. sabe, mi hijo nunca tuvo papá, no ha tenido una figura masculina con quien platicar del tema. Yo se que muchos jovencitos hablan de sexo con sus papás y así aprenden, y mi hijo no ha tenido la oportunidad. Yo tengo hermanos mayores, pero no viven cerca y casi no tengo relación con ellos—
—Ajá— respondí yo, invitándola a seguir platicando.
—Y me gustaría, no se, si Ud. pudiera platicar con él— me dijo por fin.
—¿Platicar?— le respondí.
—Bueno, platicar… y lo que sea necesario— respondió ella. —Si necesita regañarlo, abrazarlo, aconsejarlo, … o lo que sea necesario para que mi hijo se sienta bien.
—Y, también… ¿eso?— dije yo, medio en broma, medio en serio, guiñando el ojo mientras veía de frente a la vecina, a ver qué cara ponía.
—Pues si, claro…— respondió ella, pensativa. —Si él lo desea, por supuesto. Como Ud. dice, mi hijo ya está creciendo, ya no es un niño. Es natural que ya tenga deseos de experimentar eso… eso… eso del sexo, Ud. me entiende. Yo no puedo evitar que él sienta eso o tenga esas necesidades naturales. Y bueno, si de todas formas lo va a hacer, prefiero que sea con alguien de confianza como Ud., que se que es una buena persona y lo va a tratar bien sin lastimarlo. Además, se que Ud. es una persona sana y no le va a contagiar enfermedades y esas cosas.
Yo estaba un poco sorprendido. Vaya, estoy acostumbrado a que la gente me pida favores, y soy muy feliz ayudándolos a cargar el mandado, a empujar el coche o a cambiar una llanta, pero esto si me tenía sorprendido: La vecina no sólo me estaba pidiendo que yo estrenara sexualmente a su hijo, ¡casi me lo estaba suplicando!
—Bueno, ¿y cuándo le gustaría que yo platique con Jorgito?— le pregunté casualmente, mientras daba otro trago a mi cerveza.
—Pues si Ud. gusta y puede, hoy mismo por la tarde. El no tiene clases mañana, así que tienen tiempo para platicar, si necesitan desvelarse, o pasar la noche juntos. Yo le doy permiso, no hay problema—
Más evidente no podía ser: era claro que yo NO estaba malinterpretando la plática.
—OK— respondí. Si gusta, espero a su hijo en casa como a las 6 de la tarde.—
—Gracias, vecino, en verdad MUCHAS gracias— me dijo ella, mientras se levantaba, dejando su vaso de agua ya vacío.
Y vi cómo se retiró feliz hacia su casa, ya más relajada y sin preocupaciones. Parecía que le hubieran quitado un gran peso de encima.
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El resto del día lo utilicé para arreglar un poco la casa, e ir al supermercado por algo que pudiera gustarle al joven vecino. Compré algo de botanas, refrescos, unas cervezas para mi, y unos “coolers” por si el muchacho deseaba. También compré unos condones y lubricante, por si acaso. Aproveché la salida para ir a comer, y así no ensuciar la cocina y tener la casa limpia, no quería darle un mal ejemplo al jovencito, ya que su mamá confiaba en mi. Regresando, me bañé, me arreglé un poco la barba, me puse loción y me vestí con una camisa de manga corta y unas bermudas, ya que era verano. Me dejé la camisa abierta de arriba, mostrando mi pecho peludo. ¡El ser gay no me quita lo varonil!
Pasaban unos minutos después de las 6 PM, cuando escuché el timbre, y fui a abrir. Afuera estaba Jorgito, vestido con una playera holgada y shorts. Y bueno, lo de “Jorgito” sólo era una forma de cariño y costumbre que usaba su mamá, ya que “Jorgito”, a sus 14 años, medía más de 1.75 y estaba rellenito, pesando -calculo yo- arriba de los 100 kilos. Digamos que era un “chubby”: grandote, pasado de peso, pero hasta donde yo podía ver, prácticamente lampiño de su cuerpo. Se ve que la pubertad le había llegado tarde o había sido poco generosa, pues a sus 14 años, aún tenía una voz de niño, casi de mujer, y no se le veían ni indicios de vello facial.
—Hola Jorge, ¡pásale!— lo invité. El joven entró, sonriendo feliz. Parece que le agradó mucho que le dijera “Jorge”, como adulto.
—Siéntate, siéntate, ¿quieres algo de tomar?—
—Si, un vaso de agua o un refresco, gracias— me respondió respetuosamente el jovencito.
—¿No te gustaría algo un poco más… fuerte?— le dije guiñándole el ojo y mostrándole mi cerveza.
—¿En serio? ¿Se puede?— me respondió, entusiasmado.
—Claro, ya estás grande, ¿no? Además, tengo permiso de tu mamá— le dije. —Así que dime— le dije mientras abría el refrigerador para mostrarle el contenido —¿una cerveza, un cooler?—
El muchacho observó dentro del refri, donde tenía los coolers de varios sabores y cervezas que había comprado unas horas antes.
—Ese de durazno está bien— me dijo. Yo tomé la botellita, la destapé, y se la entregué sonriendo, mientras yo tomaba una cerveza para mi. Ambos le dimos un trago a nuestra bebida.
—Dime— le comenté, mientras nos sentábamos uno junto al otro en el sofá de la sala —¿que tu mamá te cachó jalándotela y viendo porno?—
Jorgito me miró sorprendido de que fuera yo TAN directo. Yo me acerqué más, lo abracé por la espalda para que se sintiera seguro y protegido, mientras permanecíamos sentados lado a lado en el sillón.
—Hey, tranquilo, no pasa nada, no tiene nada de malo.— le dije, mientras acariciaba suavemente su espalda con las yemas de mis dedos. —¡Yo a tu edad me hacía hasta 5 chaquetas al día!— [N del E: así llamamos en México a la “paja” o masturbación masculina]
—¿En serio?— me preguntó Jorgito, aún más sorprendido.
—¡Claro!— le respondí. —Es lo más natural, y sano— continué. —¡Al cuerpo lo que pida!—
Jorgito se me quedaba viendo a los ojos mientras yo seguía acariciando MUY suavemente su espalda con mi mano.
—Y dime— le pregunté, mientras con la otra mano empezaba a acariciar sus gruesos muslos, aprovechando que traía pantaloncillos cortos. —¿Qué tipo de porno veías?—
El muchacho se sonrojó un poco, pero permitió que lo siguiera tocando. No respondía.
—Tranquilo, tranquilo— le dije. —Aquí estamos en confianza, entre amigos. Todo lo que digamos o lo que pase aquí queda entre nosotros—
—¿Si?— me preguntó todavía un poco temeroso.
—¡Claro lindo!— le respondí. —¿O para qué estamos los amigos? Cuéntame, sin pena.—
—Pues es que, la verdad, me gusta ver de todo un poco— me dijo, entrando en confianza.
Yo solté por un momento su pierna, para tomar mi cerveza, pero con la otra mano seguía acariciando su hombro y su espalda. Con la mano libre le di un trago a mi cerveza, y el adolescente también le dio algunos a su cooler. Luego, ya más relajado, se recargó en mi, poniendo su cabeza en mi hombro. Eso dio pie para que yo rodeara su cuello con mi fuerte brazo, dejando mi antebrazo y mi mano colgando. De esa forma, mi mano llegaba exactamente al pechito del adolescente, el cual empecé a acariciar sobre la ropa con las yemas de mis dedos. Al mismo tiempo, dejé la cerveza (después de un último trago) y con la otra mano regresé a acariciar sus muslos regordetes y totalmente lampiños. Al hacerlo, sentí que a Jorgito se le ponía la carne de gallina y soltaba un suave suspiro.
Al sentir que Jorgito recargaba su cabeza en mi hombro, y como reaccionaba su cuerpo adolescente con mis caricias en su pecho y sus muslos, entendí que el muchacho ya me había entregado toda su confianza, dejando atrás algunas inhibiciones.
— Entonces, dime, ¿de cual porno te gusta más?— le pregunté.
— Pues la verdad, de hombres, como seguramente te dijo mi mamá— me respondió.
—¡Está muy bien!— le respondí yo, tratándole de dar más confianza y seguridad —¡A mi también!—
Jorgito sonrió un poco.
—¿Y cómo te gustan los hombres?— continué preguntándole, mientras lo veía de frente, con una mano acariciando su pierna y con la otra su hombro.
—Pues así… así…¡así como tú!— me dijo, casi tartamudeando mientras me veía a los ojos… Yo vi que sus ojitos se nublaban, vi cómo trataba de contenerse, pero al no lograrlo, de repente empezó a llorar desconsoladamente.
—Tranquilo, tranquilo— le dije yo —¡Todo está bien! Ven, abrázame, no tengas miedo—
Y entonces lo abracé para compartir su dolor. Por supuesto que entendí al instante por qué lloraba: Todas las personas LGBTTTI+ habíamos pasado por ese momento de confusión. El miedo de ser diferentes, de no ser aceptados. La burla y rechazo de nuestros compañeros de escuela, y en muchos casos hasta de nuestras familias. El reconocer que teníamos deseos que aún eran mal vistos en amplios sectores de la sociedad. Mientras lo dejaba llorar en mi hombro como un niño, empecé a acariciar su cabeza, su cabello, para mi era muy importante protegerlo. Recordaba cómo me habría gustado a mi tener alguien que me protegiera y ayudara a esa edad. Poco a poco su llanto fue cediendo.
—¿Ya mejor?— le pregunté, viéndolo de frente.
—Si, si, gracias.— me respondió mientras acercaba su cara a la mía. Yo entendí inmediatamente lo que quería.
—Si, acércate, no tengas miedo— le dije, mientras también yo acercaba mi cara a la suya. Entonces, nuestros labios se rozaron. Siendo yo el más experimentado, empecé a besarlo muy suavemente, primero por encima, sólo en los labios, y luego poco a poco fui separándolos con mi lengua. El muchacho entendió y abrió la boca, permitiendo que mi lengua experta de adulto entrara en su boca, y se encontrara con la suya. Era claro que era la primera vez que besaba, pero yo lo fui guiando con mis labios y mi lengua, y poco a poco fue entendiendo y desinhibiéndose totalmente. Mientras lo besaba, con una mano acariciaba su cabello y con la otra seguía acariciando su muslo desnudo, acercándome cada vez más a su entrepierna. El poco a poco empezó a tocar mi pierna peluda, acercándose tímidamente a mi entrepierna. Entonces con una de mis manos, tomé su brazo para poner su mano sobre la bragueta de mi pantalón, para que sintiera mi verga erecta de adulto debajo de la ropa. Al tocarla soltó un ligero suspiro en mi boca, mientras seguíamos besándonos. Poco a poco su manita inexperta empezó a frotar mi pene por encima de la ropa, haciendo que ahora yo fuera el que me estremeciera de placer. Mientras él tocaba mi miembro sobre la ropa, yo regresé a acariciar su pechito sobre la playera, sintiendo como sus pezoncitos reaccionaban poniéndose más duros y resaltándose. Entonces, sin dejarlo de besar, metí mi mano por debajo de su playera para poder tocar su pecho directamente, piel a piel. Apenas mi mano de hombre tocó uno de sus pezones erectos, el muchacho dejó de besarme para soltar un suave gemidito, con su voz aún entre niño y hombre. Eso me dio pie para continuar tocando sus pechos y sus pezones, haciéndolo gemir con cada caricia.
—¿Te gusta, nene?— le pregunté, viéndolo a la cara. El ya tenía sus ojitos cerrados, entregado totalmente a los nuevos placeres que estaba conociendo su cuerpo adolescente. En lugar de contestar, sólo asintió con la cabeza. Su mano que estaba acariciando mi pene sobre la ropa dejó de hacerlo, concentrándose únicamente en vivir el momento y sentir mis caricias.
—Anda, levanta los brazos, te voy a quitar la playera— le dije mientras me ponía de pie para ayudarlo. El se resistió un poco. Supongo que aún tenía miedo de mostrar su cuerpo desnudo ya que probablemente había recibido burlas de sus compañeros de escuela por su sobrepeso, o por sus pechos desarrollados, casi femeninos.
—Tranquilo, no pasa nada, levanta tus brazos— repetí yo. Poco a poco se animó y logre sacarle la playera, dejándolo sentado en el sofá, totalmente desnudo de la cintura hacia arriba. Una vez retirada la playera, se me quedó viendo a la cara, quizá esperando algún comentario negativo.
—Estás hermoso, Jorge— le dije yo viéndolo a los ojos. Eso hizo que su mirada se relajara. —¿Quieres que me quite yo también la camisa?— le pregunté.
—¡Si, claro!— me respondió animadamente.
Entonces empecé a desabotonarme la camisa lenta y seductoramente, de arriba hacia abajo, mostrando cada vez más mi pecho peludo y mis fuertes pectorales al irla desabotonando. Los ojitos de Jorge brincaban de ver mi pecho cada vez más descubierto, a ver mi entrepierna donde se notaba mi evidente erección abajo del short. Una vez que me terminé de quitar la camisa, mostrando mi abdomen, lo invité a ponerse de pie. Ambos estábamos desnudos de la cintura para arriba. Jorgito se puso de pie, sin dejarme de ver, pero sin saber qué hacer.
—Ven, acércate— le dije yo. Ya juntos, frente a frente, empezamos a besarnos de nuevo, pero ahora de pie. Mientras lo besaba, lo rodeé con mis brazos y apreté su cuerpo contra el mío. Nuestros pechos se tocaron: mi pecho fuerte y peludo de hombre contra su pecho lampiño de adolescente. Nuestras erecciones chocaron entre si, aún atrapadas debajo de la ropa. Continué besándolo y abrazándolo, mientras sus manitas torpemente empezaron a acariciar mi pecho. Eso me hizo besarlo con más intensidad, mientras acariciaba su espalda desnuda y su cabello. Nuestros corazones y nuestras respiraciones se aceleraron, mientras ambos movíamos sutilmente la pelvis para que nuestras erecciones se frotaran entre sí a través de la ropa. Nuestros besos se hicieron más fuertes, casi dolorosos…
—Vamos a un lugar más cómodo— le dije. Y entonces, aprovechándome de mi fuerza, cargué al muchachote como si fuera un bebé. Eso lo sorprendió y lo hizo reír un poco. Mientras los 2 reíamos, el suspendido en mis brazos y viéndonos a los ojos, lo llevé a la recámara y lo acosté en la cama boca arriba. El me seguía viendo fascinado. Así, acostado en la cama, le quité los zapatos y los calcetines, dejándolo vestido únicamente con sus shorts.
—Anda, levanta las piernitas— le dije, y al hacerlo, bajé su short y ropa interior, teniendo mucho cuidado de no lastimar su erección. —Bien, ahora relájate y pon tus dos manos detrás de la cabeza.— le pedí.
Y así, con el jovencito acostado boca arriba y totalmente desnudo, pude contemplar su hermoso cuerpo adolescente en toda la extensión: Como les platiqué, era un muchacho como de 1.75 metros de estatura y llenito, pesando claramente más de 100 kilos. A sus 14 años, su cara aún tenía rasgos infantiles y nada de vello facial. Su cabello rizado y castaño le daban un aspecto de querubín. Sus pechos eran abultados, casi femeninos, en parte por su exceso de peso, y quizá también por los cambios hormonales propios de la edad. Cada pecho tenía su areola rosada bastante grande y al centro un pezoncito bien erecto por la excitación del momento. Al tener sus manos atrás de su cabeza, sus axilas quedaban totalmente expuestas, donde pude ver que apenas tendría 2 o 3 pelitos en cada una. Su pecho y abdomen estaban totalmente lampiños, y sólo se podía ver algo de vello rizado y castaño justo arriba de su pene, que se encontraba totalmente erecto. Aunque no tenía circuncisión, al estar erecto el prepucio estaba retraído, dejando ver su glande rosado y húmedo. Su pene no era particularmente pequeño, pero comparado con el tamaño de su cuerpo, lo hacía ver algo chico, y totalmente duro. La punta del mismo llegaba justamente a su ombligo, aunque era evidente que aún le crecería más con la edad. Sus pequeños testículos apenas le colgaban, casi pegados al cuerpo, en un escroto arrugado que apenas empezaba a mostrar sus primeros pelitos.
—OK— le dije. —Quiero que cierres tus ojos, te relajes, te despreocupes, y me dejes darle placer a tu cuerpo. Tu no tienes que hacer nada, sólo darte permiso de sentir. Quiero que tu primera vez sea inolvidable. Por supuesto que si algo te molesta, te incomoda o te lastima, me puedes decir para dejarlo de hacer. Es TU cuerpo, y tú pones los límites. No quiero forzarte a hacer nada que tu no quieras, ¿te parece bien?—
—Ajá— contestó el muchachote, cerrando los ojos en expectación.
Y así, separé un poco sus piernas, para empezar a besar la parte interior de sus muslos, primero de un lado, y luego del otro, sintiendo de nuevo cómo se le ponía la carne de gallina al sentir mis exploraciones. Mientras lo hacía, fui quitándome el pantalón y la ropa interior sin que él se diera cuenta, hasta terminar también totalmente desnudos. Poco a poco mi boca y lengua exploraban su entrepierna. Luego levanté sus huevitos y empecé a lamer su perineo (esa área entre los testículos y el culo, entre las piernas), y mientras lamía y besaba la región, mis manos empezaron a acariciar muy suavemente, apenas tocándolo, su abdomen y sus ricos pechitos. El nene sólo se estremecía, y de vez en cuando soltaba muy ligeros gemiditos de placer. Poco a poco fui besando sus huevitos casi lampiños, lamiéndolos con mucha suavidad, para después empezar a lamer su verguita por abajo, dándole largos lengüetazos desde los huevos hasta la cabecita que ya estaba descubierta. Después de varias recorridas, metí todo su pene en mi boca sin dejar de acariciar sus huevos. Apenas estaba empezando a chuparlo, cuando sentí como todo su cuerpo de adolescente se estremeció fuertemente, soltó un fuerte gemido, su pene empezó a pulsar, y sentí varios chorritos de semen llenando mi boca. Sin sacarlo, con la lengua estimulé su glande para darle aún más placer al saber que era su primera vez eyaculando en la boca de alguien.
—Perdón, perdón ¡perdón!— empezó a decir el jovencito abriendo sus ojos apenas terminó su intenso orgasmo.
—¿Perdón por qué?— le respondí, una vez sacando su pene de mi boca y habiéndome tragado la mayoría de su semen.
—Es que me ganó y me vine en tu boca…— dijo apenado.
—¿Y eso qué? ¡No tiene por qué darte pena! ¡Al contrario, estuvo muy rico!— le comenté.
—¿En serio?— me miró a los ojos, dudando.
—¡Claro lindo! ¿Te puedo besar?—
Ambos nos sentamos en la orilla de la cama, y apenas el muchacho asintió con la cabeza, acerqué mi cara a la suya, y empecé a besarlo, y así compartimos el resto de su leche entre nuestras bocas, saboréandola juntos. Mientras nos besábamos estiró su brazo y empezó a tocar mi pene que seguía durísimo, y a acariciar mis huevotes de adulto. Poco a poco se animó y empezó a masturbarme con una de sus manitas. Yo me paré frente a él, que seguía sentado en el borde de la cama. Con una mano me masturbaba y con la otra empezó acariciando mis huevos, y luego mi abdomen y mi pecho peludo. Era la primera vez que Jorgito tocaba un cuerpo masculino totalmente desarrollado y peludo. Yo disfrutaba sintiendo sus manitas explorándome, mientras mi pene empezaba a lubricar copiosamente.
—¿Te gusta tocarme?— le pregunté.
—Si, papito— me respondió. Me dio muchísima ternura oírlo decirme “papito”, mas aún sabiendo que él había crecido sin papá, así que le seguí la corriente
—¿Te gusta el cuerpo peludo de tu papi?— le pregunté de nuevo.
—¡Si papi!— me dijo de nuevo. —Estás MUY rico— por fin se atrevió a decirlo.
Viendo que Jorgito empezaba a tomar más confianza y desinhibirse, decidí subirle un poco el tono a la conversación para ver cómo reaccionaba.
—¿Te gusta mi verga? ¿Y mis huevos?—
—Si, ¡Si!— me respondió, haciéndose un poco más grave su voz por la exitación. Observé que su pene volvía a estar totalmente erecto.
—Anda, bésala— lo animé.
No tuve que decirle más. Inmediatamente empezó a besar el glande de mi pene, sin dejar de masturbarme y acariciar mis huevos. Luego intentó metérselo en la boca, pero apenas cabía el glande y un poco más. Sentí su lengua explorándolo, lamiendo todo mi pre-cum. No quise forzar mi pene para no ahogarlo ni lastimarlo en su primera vez, así que me conformé con sentir su lengua y boca en la cabeza de mi verga, y sus manos explorando mi cuerpo.
—Dime, hijo, ¿lo quieres dentro de ti? ¿Lo quieres en tu culito?— le pregunté
—Si, papito, quiero que tu seas el primero— me respondió sacándose mi verga de la boca.
—OK, nene, acuéstate boca abajo en la cama—
Jorgito se acostó boca abajo en la cama, con todo el entusiasmo de recibir una verga por primera vez en su culito. Sabiendo que era su primera vez, y preocupado por el muchacho, le informé: —La primera vez puede ser un poco doloroso. Si te duele mucho, puedes morder la almohada, o gritar, no hay problema. Verás que poco a poco lo vas a empezar a disfrutar—
—Si, papito, lo he leído. Porfa no me la saques aunque duela, quiero tenerte dentro. Te prometo que voy a aguantar.—
Tomé el lubricante y los condones que tenía sobre el buró. Apenas empezaba a abrir la caja de condones, cuando sentí que el adolescente me volteaba a ver y me decía: —¡No!—
—¿No qué?— le pregunté.
—No quiero que uses condón esta vez. Quiero que mi primera vez sea al natural—
—¿Estás seguro?— le pregunté.
—Si, papito, te quiero sentir desnudo dentro de mi— respondió con toda seguridad.
Sabiendo que el muchacho era virgen, y que yo me cuidaba y me hacía la prueba de VIH cada año, acepté su petición, ya que no teníamos riesgo.
—OK, lindo, quédate así acostado boca abajo y relájate.— le respondí. —OK, ahora separa un poco tus piernas—
La verdad es que el muchachote se veía hermoso acostado boca abajo, con sus ricas nalguitas paraditas y gorditas, ansiosas por recibir su primer verga. Me acerqué por atrás y las separé, lo cual me permitió ver su ano rosita, apretado, aún virgen, y sin ningún pelito. Después de admirarlo por un ratito, empecé a lamer su rajita con mi lengua experta, primero a lo largo, y luego empecé a besar su culito, metiendo mi lengua poco a poco en el agujerito, sintiendo cómo su cuerpo adolescente se estremecía totalmente y el muchacho soltaba fuertes gemidos de placer. Poco a poco lo chupaba, mojándolo con mi saliva, y poco a poco metía un poco más mi lengua. Así fui trabajándolo, chupando su ano y metiendo mi lengua, para irlo dilatando y preparando. Después, tomé un poco de lubricante, lo unté en mi dedo índice, y poco a poco empecé a introducirlo en el culito del adolescente. Primero metí únicamente la punta del dedo, sólo la primer falange, y empecé a girar mi dedo suavemente. Poco a poco iba entrando cada vez más, hasta llegar a meter mi dedo completamente, todo con cariño y paciencia.
—¿Te gusta, nene?— le pregunté cariñosamente.
—¡Si, papito, si!— me respondió entre gemidos, mientras yo seguía metiendo y sacando mi dedo, sintiendo las contracciones de su culito.
Poco a poco fui añadiendo un segundo dedo, mi dedo medio, tratando de ir dilatando su ano con el menor dolor posible. Eso hizo que el jovencito gimiera y gritara un poco de dolor.
—Tranquilo, nene, tranquilo, relájate— lo animaba yo, mientras mis 2 dedos exploraban el interior de su ano. Poco a poco mis dedos estuvieron dentro, y empecé a girarlos para darle más placer.
—¡Ahh, así, así papito!— gemía el muchacho mientras mis dedos de adulto experto entraban y salían de su culito, cada vez más relajado. Poco a poco abría más sus piernitas, entregándose totalmente al placer que yo le estaba dando. Con eso, entendí que su cuerpo -y también su mente- ya estaban preparados y listos para recibirme. Así que saqué mis dedos y me subí a la cama detrás de el, empezando a besar de nuevo sus ricas nalgas, luego separándolas con mis manos para besar su culito que ya se veía más dilatado. Volví a lamer el agujerito, a meter mi lengua, haciendo que el nene se estremeciera de nuevo de placer. Luego fui subiendo con mi boca y lengua, besando su espalda, y recorriendo su columna vertebral, provocándole deliciosos escalofríos al hacerlo. Así, fui subiendo lentamente, poco a poco, hasta llegar a su cuello. De esa forma, mi cuerpo quedó prácticamente sobre el suyo. Mi pecho peludo de adulto encima de su espalda lampiña de adolescente. Yo besaba su cuello por atrás, mientras poco a poco acomodaba mi pene adulto bien lubricado en la entrada de su culito hasta ahora virgen y ya preparado.
Mis años de experiencia como gay activo me han enseñado que cuando es la primera vez con alguien, lo ideal es metérselas fuerte, “de golpe”, ensartarlos en un sólo movimiento. Eso tiene varias ventajas. Por un lado, evitas que se arrepientan si se las empiezas a meter poco a poco. Por otro lado, le das a tu pasivo el gusto de sentirse dominado por un macho fuerte, decidido, seguro de si mismo. Y por último, es menos doloroso, ya que al pasivo sólo le duele una vez al entrar, en lugar de que le duela varias veces con cada empujoncito. Así que me acomodé bien, encima del nene. Ya con todo mi peso encima de él, no había vuelta atrás. Mi pene ya estaba en la entrada de su culito.
—¿Ya estás listo para recibirme, lindo?— le pregunté al oído.
—¡Si papito!— me respondió.
—¿Ya estás listo para disfrutar tu primer verga?— le pregunté de nuevo.
—¡Si papito, ya métemela toda!— contestó excitado.
Entonces, sin decir más, le metí mi pene duro de adulto hasta el fondo de su culito de un fuerte empujón.
—¡¡¡AAAAYYY!!!— gritó Jorgito con su boca hacia la almohada, la cual amortiguó un poco el grito. —¡¡AAAYY ME DUELEEEE!!—
—Tranquilo, nene, tranquilo— le decía yo suavemente, dejando el peso de mi cuerpo sobre el suyo, para que no se pudiera levantar. —Aguanta un poquito, ahorita se te empieza a pasar el dolor—
—Me duele mucho, papito— me volvió a decir, casi llorando.
—Tranquilo ya se va pasando. Ya estoy totalmente dentro de ti— le expliqué. —Relájate, y poco a poco vas a sentirte mejor—
Y así me quedé unos segundos sin moverme, permitiendo que su culo se fuera adaptando a mi gruesa verga. Poco a poco los sollozos disminuyeron. Yo besaba su cuello y su espalda, pero sin mover mi pene aún, que seguía ensartado en su apretado culito.
—Gracias, papi, ya me siento mejor— me dijo Jorgito.
Y entonces, poco a poco, saqué mi verga como a la mitad, y luego la volví a meter, primero despacito, suave. El volvió a morder un poco la almohada, mientras mi pene continuaba entrando y saliendo a medias de su culito. Sentí como poco a poco el muchacho se relajaba y la tensión disminuía. Eso me dio pie para empezarme a mover con más fuerza, sacando casi totalmente mi pene de su culito, solo dejando el glande dentro, y luego volviéndolo a ensartar con fuerza. Con cada empujón, Jorgito gemía y se estremecía, gritando al mismo tiempo de dolor y placer.
—¡¡Ahh!! … ¡Ahh!— gritaba el adolescente con cada embestida de mi pelvis.
—¿Te gusta, lindo?— le pregunté de nuevo.
—¡Si, papito! ¡Dame más!— me dijo entre gemidos. Sentí que levantaba un poco sus nalguitas para sentir más placer.
Poco a poco fui aumentando la velocidad. Mis huevos golpeaban su culito con cada empujón. Slap, slap, slap, se escuchaba, junto con mis gruñidos de hombre y los gemidos del adolescente. Sin dejarlo de bombear duro, mis brazos rodearon su cuerpo y los metí por abajo, entre su cuerpo y el colchón, para alcanzar sus ricos pechos. Empecé a apretarlos, a masajearlos, y luego con mis fuertes dedos a pellizcar sus pezones…
El jovencito de 14 años estaba totalmente entregado el enorme placer que le estaba yo dando: Mi verga entrando y saliendo de su culo. Mis huevos golpeando su culito con cada embestida. Mi cuerpo masculino encima de el, sometiéndolo y dominándolo. Mi pecho peludo y sudado frotándose sobre su espalda. Mis fuertes brazos rodeándolo, haciéndolo sentir seguro y protegido, mientras mis manos acariciaban sus pechos y pellizcaban sus pezones.
—Así, papi, ¡así!— me decía con su voz casi femenina.
Eso me entusiasmaba y hacía que le diera con más energía. Yo sudaba de todo el cuerpo por la excitación y por el esfuerzo físico. Mi sudor mojaba la espalda y la nuca del adolescente. Aunque había comenzado con mucha suavidad, ya le estaba dando con todas mis fuerzas, sumiendo al jovencito en un trance de placer.
—Papi, papi, ¡me voy a veniiiirrrr!— gritó, y en ese momento sentí como todo su cuerpo se estremeció fuertemente mientras sentía las fuertes contracciones de su culito en mi verga. El morrito estaba eyaculando sin tocarse, y ese orgasmo provocó que tuviera pulsaciones en su culo.
—¿Quieres mi leche dentro, nene? ¿Quieres que tu papito te preñe?— le pregunté, ya al borde de mi propia eyaculación.
—¡Si papito, dámelos!—
Y así, mientras sentía los fuertes apretones de su culo, y todo su cuerpo estremecerse, empecé yo también a eyacular. Mi instinto de macho hacía que empujara mi verga con más fuerza y hasta el fondo, vaciando todo mi semen hasta dentro del muchachito. Nos estábamos viniendo juntos: yo dentro de él, y el sobre el colchón. Una vez vaciado todo mi semen dentro del jovencito, me quedé quieto, aún acostado encima de él. Suavemente besaba yo su cuello y la parte alta de su espalda. Saqué mis manos de abajo de su cuerpo para acariciar sus hombros tiernamente. Sentí como mi pene poco a poco se iba desinflando. Un ratito después lo desmonté y me acosté a su lado, viéndonos a los ojos. Su cuerpo se veía relajado y agotado. Vi como me miraba con ternura y cariño. Empecé a acariciarle muy suavemente el cabello rizado de angelito. La experiencia había sido muy intensa, así que poco a poco se fue quedando dormido a mi lado, sabiendo que conmigo estaba seguro y protegido.
Poco a poco también yo me quedé dormido, feliz, sabiendo que Jorgito se llevaría un lindo recuerdo de su primera vez, un recuerdo que lo acompañaría el resto de su vida.
FIN
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