Enseñanzas calientes
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Hola! Mi nombre es Sebastiano y les contaré la historia de como tuve un día de calentura con mi amigo Alejandro. Bueno, yo conocí a este chavo cuando tenía 14 años, y tuve mi momento de descarríos con él cuando menos lo esperé. Siempre el tipo me atrajo, era bien parecido, y yo apenas resistía verlo semidesnudo en los camarines, con sus músculos en tensión después de cada práctica deportiva. A pesar de mi heterosexualidad, yo siempre desee echarme una corrida junto a él, verlo como el placer del orgasmo lo seducía de la misma manera que yo. Pero sonaba muy improbable, ya que el tenía su novia y parecía que ambos disfrutaban bastante de su relación.
Los últimos años de escuela no lo vi más en la ducha cuando nos cambiaron de curso, y olvidé por completo esos deseos que tenía, y las corridas que me mandaba en mi casa luego de la escuela. Pero pasó que nos citaron a ambos a dar una prueba de deportes al complejo deportivo de la escuela, y estábamos sólo él y yo. Nos hicieron dar dar varias vueltas a la cancha y realizar los típicos abdominales y lagartijas, donde aprovechamos de charlar bastante. Al final, estábamos extenuados, y nos dieron las llaves de los camarines, diciéndonos que tendríamos que ducharnos y cerrar el recinto por nuestra cuenta, ya que el profesor debía salir rápido hacia no se donde. Asentimos, y ya completamente solos, cerramos el camarín y nos dispusimos a desvestirnos en la soledad del recinto. Allí el se quitó su polera y descansamos mientras me hablaba:
– No te comparas a mi.
– ¿Por qué lo dices?
– Mira mi cuerpo, lo he trabajado con mucho ahínco.
– Jaja para Miranda (su novia).
– Si, a ella le encanta cuando le estoy dando. Mientras más fuerte, más la hago sufrir jajaja.
Me excitó al decir que ya había alguien que se había dado cuenta de ello, de ese escultural cuerpo, y que más encima daba completa satisfacción a una chava. Le dije:
– Así que te las corres rico.
– Es una putita que no para de decirme que quiere más.
– ¿Duras bien?
Estaba teniendo una charla de sexo, y quería saber más, pero no le agregue que mi pene comenzó a sufrir una fuerte erección, muy grande. No pude esconderla, y él, al contrario de enojarse, me miró y dijo:
– ¿Por qué? ¿Tú no?
Se acercó a mí y me sacó la polera, y empezó a acariciarme encima del pantalón. Yo estaba cachondísimo, y quería que diera de puñaladas. Me bajó los pantalones, y empezó a masturbar mi verga, ensalivandola. Estaba muy caliente, y apenas resistía verlo darme toda con toda su fuerza en mi abultado pene. De repente paro, y me dijo:
– Estás cachondísimo, pero así no lograrás nada.
– ¿Cómo?
– Tienes que durar más, así tu zorrita quedará satisfecha, y lograrás orgasmos demoledores al final. Cuando yo le doy por culo, me gusta gemir para no concrentarme sólo en el trabajo del pene. Inténtalo, y no te corras.
Empezó a darme de nuevo, y con cada arremetida le daba un gemido, y lograba resistir un poco más la calentura. Después, sin previo aviso, me empezó a mamar, y fuertemente lo abrazé con mis piernas, y me sostenía con fuerza de las barandas mientras seguía con mis gemidos. Cuando faltaba poco para correrme volvió a parar, y me dijo:
– Estás aprendiendo, ahora quiero ver cómo lo haces.
– ¿Qué harás?
– Déjate llevar.
– Dios, estoy muy caliente.
– Lo sé, yo también. Te aseguro que ahora no lo olvidaras. Resiste, y correte al final, no te preocupes.
Se quitó el resto de su ropa, y comenzó a lamer mi cuerpo mientras que con sus manos me masturbaba. Era exquisito sentir su lengua en mis tetillas, mientras calentaba más y más mi cuerpo. Siguió con unas terribles mamadas que me excitaron a más no poder, y yo ya no podía más. Esa lengua cosquilleando mi glande, mientras sin darme cuenta, él se masturbaba su propia verga. Solté:
– Me quiero correr.
Se acercó a mí, y junto ambos penes. El suyo era enorme y venudo, estaba igual de cachondísimo que el mío. Me dijo:
– Correte bien. Disfrutalo.
Empezó lentamente, sólo para bestialmente apuñalarnos de manera exquisita. Veía con placer su cara de excitación y esos hermosos músculos por los que había esperado tanto para sentirlos cerca, y que ahora se esforzaban en aquella tensión. Yo no podía más, y él tampoco. Exploté con furia frente a él, lecheando su pecho:
– Ahh!! que rico!!!
Todavía sin venirse dice:
– Esta tibia. Uuhh!!
Vi con excitación como seguía gimiendo, y como mi leche le llegó en sus tetillas cachondas. Eso me demolió más todavía, y expulsé litros y litros de semen más caliente luego de aquella escena, con un grito demoledor. Estaba excitadísimo, y mi pene no podía más. Provoqué con la última lecheada que mi amigo se viniera con furia sobre mi pecho, con un rico y caliente semen. Jadeando, me dijo:
– Ven a ducharte, para quitarte eso.
Lo acompañé mudo, y debajo de esa ducha tibia no resistí la erección una vez más. Sin avisarle, me empezé a dar allí mismo, mientras él me miraba y se acercó a mí:
– Esto queda entre nosotros. Si sigues así, tendrás orgasmos divinos, y los provocarás también.
– Uhh! Gracias por esto! Ahh!
– No me lo agradezcas.
– Ahh! Ohh!
– Alegrate! no cualquiera tiene esa leche caliente, espesa y rica como tú.
– Aaaaahhh!!!! Mierda Aaaaaahhhh!!!!
– Eyacula chavo!, te lo mereces
Sin más, me vine con furia frente a él, mientras veía sonriente mi orgasmo. Cumplí ese deseo, y ahora he aprendido a disfrutar más todavía del sexo, pero de vez en cuando, siempre recuerdo con calentura esa tarde de aprendizaje en el camarin.
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