Entre Cervezas y deseos ocultos 3
Parce, la tensión entre mi mejor amigo, ese macho tatuado que me pone a sudar frío, y yo, este moreno que le aguanta la mirada, siempre ha sido un putas. Éramos dos machos manes en el mismo parche, con una confianza que a veces se calentaba más de la cuenta..
Después de tantos parches a escondidas, de miradas que nos dejaban con la pija dura como piedra pero sin decir ni mierda, llegó esa noche, güevón. El mensaje de mi parcero a las once de la noche me puso el culo duro. «¿Qué hacés, pues?» y la propuesta de subir a su casa en su moto a tomarnos unas polas sonó más bien a «vení parce, que este man está caliente». Y obvio que acepté, mi culo ya estaba inquieto con solo pensarlo.
En la moto, la tensión era un putas. Él, con su pinta de macho alfa, rubio, esos tatuajes marcándole los bíceps y esa cara linda que siempre me ha puesto caliente, y yo, moreno, con mi pinta de maleante, el cuerpo tonificado de tanto darle al gym y esa cara que, según dicen, es pa’ pecar. Cada roce en el hombro, cada frenada que nos pegaba, era como una caricia prohibida. A veces, charlando como si nada, esa mano traviesa se deslizaba sin permiso por mi pierna, rozando el bulto, o peor aún, metiéndose descaradamente dentro de mis interiores pa’ tantearme el culo. Nunca decíamos nada, pero la chispa estaba ahí, prendida hace rato.
Llegamos a su casa y el aire se podía cortar con un machete. Entre risas nerviosas y el aguardiente que nos soltaba la lengua, su mirada se clavaba en mis labios más de lo normal, y la mía se perdía en ese cuello fuerte, imaginando mis manos ahí. Cuando dieron las cuatro de la madrugada, terminamos en la misma cama, ¡la misma puta cama, parce! Él, ese rubio tatuado que me pone caliente, y yo, moreno y con ganas de romper esa barrera invisible.
Entonces lo vi. La luz del celular le iluminaba ese pelo dorado y esa cara de ángel que esconde un demonio. Sus dedos se movían rápido bajo la cobija, y un calor animal me subió por el culo. Luego, el gemido del porno rompió el silencio. Estábamos en la misma cama y la cama empezó a temblar como un putas. «Voltiate, parce que no quiero que veas la verga» me dijo con la voz ronca, la calentura a flor de piel. Le di la espalda, pero mi imaginación voló como un putas. Me imaginé esa verga gruesa y dura, marcándole los tatuajes de la mano, y mi ano se contrajo con solo pensarlo.
Los meneos de la cama se pusieron más salvajes, sus jadeos más profundos, como si estuviera desfogándose con la más puta. Cada sonido me llegaba directo al culo, tensándome hasta los huesos. Quería voltearme y ver esa pija rubia y prohibida, pero la idea de que tuviera novia y estuviera haciendo eso a mi lado me prendía fuego por dentro. Me mordí el labio, sintiendo el sudor frío en la espalda, la necesidad de tocarme era una tortura infernal.
Al final, un suspiro ahogado marcó su venida. «Ya podés voltear parce, ya me vine,» dijo con una risita nerviosa. Y ahí estaba, de pie al frente de la cama, ¡con esa verga al aire, parce! Una bestialidad rubia, tiesa y brillante, como un desafío directo a mi masculinidad. Me miró a los ojos con esa cara linda y perversa a la vez. «Ahora sí te la podés tragar,» soltó con una naturalidad que me dejó sin aliento.
Una risa nerviosa y caliente salió de mi garganta mientras mis ojos se comían esa pija prohibida. El deseo me dio una patada en el estómago. Mientras él iba al baño con esa verga al descubierto, esa imagen de ese rubio tatuado y esa verga parada se me quedó grabada a fuego en el cerebro. En la cama, solo, mi mano buscó mi culo caliente, aliviando la tensión que su exhibición descarada había provocado. La pregunta de por qué lo hizo me quemaba por dentro. ¿Será que ese macho alfa rubio esconde un marica reprimido, que le gusta las fantasías, o solo es un juego perverso entre dos parceros que nunca se han atrevido a cruzar la línea? ¡Qué chimba de misterio tan excitante.
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