Entre montañas (II)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Desde ese momento empecé a comprender que en mi se encerraba el deseo de explorar la forma de dar y recibir placer de los hombres. Habia sentido cierta atracción antes por los de mi propio sexo, pero fue don Horacio quien me lo dejó cristalino. No dejaba de recordar que apenas unas horas antes mamaba de su verga hinchada y saboreaba su esperma caliente como recompensa a mis atenciones.
En eso estaba pensando cuando me acosté esa noche. El resto de compañeros de cabaña estuvieron hablando un rato, que me pareció interminable, pero finalmente se durmieron. Quería masturbarme para matar un poco el deseo pero también tenía curiosidad de lo que me prometió el cura. Yo esperé y esperé, pero mi sueño me venció.
Algo dormí hasta que sentí como una mano me mecía levemente para sacarme del sueño. Cuando notó que yo ya estaba despierto me tapó la boca y me indicó que me levantara. No podía reconocer quién era en la oscuridad, pero no parecía ser el padre Horacio.
Salimos fuera, pero seguía sin haber mucha luz. Seguí entre las sombras mientras empezaba a adivinar la identidad de mi acompañante. Era Alberto, uno de los monitores del campamento. Empecé a comprender que posiblemente el cura les podía haber comentado algo. Caminaba con cierto miedo pero también intriga.
Llegamos a otra cabaña y Lorenzo me hizo señas para que pasara. Ya adentro, con las luces encendidas y la puerta cerrada, rompió el silencio.
– Siéntate chico. Pónte cómodo. Esta es tu noche.
No sé por qué pero me senté en el borde de la cama.
– No quieres algo de beber. ¿Una Coca Cola tal vez, para estar bien despierto?
– No, gracias. No me apetece refresco.
– Ya. Ya sé que te gusta más la bebida caliente ¿no?
Cada vez tenía más claro que algo le había contado don Horacio, pero en mi inocencia seguía sin saber lo que esa situación suponía. Oía la ducha de fondo y supuse que no estábamos solos. Lorenzo comenzó a quitarse la ropa hasta que quedó desnudo de cintura hacia arriba. No apartaba los ojos de mí. Yo tampoco podía ocultar mi excitación. Estaba muy bien musculado, con todo su pecho depilado. La expresión de su cara, que no puedo olvidar, era pícara.
Cesó el sonido del agua y en unos pocos minutos entró en la habitación Alberto, el otro monitor del campamento. Tenía una toalla ceñida por debajo de la cintura. Su torso era algo menos musculoso que el de su compañero, pero no estaba tampoco nada mal.
– Hola chico… ¡Qué bueno que viniste a hacernos la visita!
– Sí. Pero es más tímido de lo que me decía Horacio -le respondió Lorenzo.
– Aquí ya no hace frio, ya puede quitarse la ropita y así estamos todos más cómodos ¿no?
Lorenzo me hizo un gesto con la cara, incitándome a que les hiciese caso. Ahora que ya sabía que el cura les había contado me di cuenta de que era absurdo mostrarme indeciso. Me fui quitando la ropa hasta quedarme en calzoncillos.
– Pero chico, que yo no llevo…
Alberto dejó caer su toalla y me mostró una verga espléndida. Era larga, morena de piel y estaba bien alzada ya. No podía verme la cara pero debió de ser de asombro porque Alberto sonrió al contemplar mi expresión.
– ¡Hey!, mira que aquí tienes otra más.
Lorenzo se había quitado lo que le quedaba de ropa. Su trozo estaba al descubierto, algo más corto que el de su compañero pero bien gordo, cubierto de numerosas venas y rematado en una cabeza grande y redonda. Se acercó y me llevó mi mano derecha hacia su instrumento. Agarré ese pedazo de carne caliente y siguiendo sus indicaciones comencé a masturbarlo. Alberto mientras me fue quitando la única prenda que me quedaba sobre mi cuerpo.
– Échate en la cama que tengo ganas de lamer tu culito virgen.
Me tumbé y separó mis piernas para dejar bien descubierto mi ano frente a su cara. Como si fuero lo único que deseara en el mundo, Alberto empezó a pasar su lengua por mis nalgas. Se detenía de vez en cuando en el anillo de mi culito, que yo contraía mientras el lo exploraba intentando meter la punta de su lengua hacia adentro.
Lorenzo se colocó en la cama para empezar a cogerme por la boca. Me indicaba que siguiera masturbándolo con la mano mientras chupaba su gordo cabezón. En eso estaba distraído cuando Alberto comenzó a chupar mi pene, pequeño en comparación con los ejemplares desarrollados de los monitores, mientras enterraba un dedo en mi culo. Intenté cerrar las piernas pero me sujetó con fuerza y tuve que ceder.
Poco caso hacía a mis muestras de dolor, y al poco ya le cabían bien holgados su dos dedos más largos. Entonces pude ver de reojo que se untaba la verga con algo de saliva y empezó a empujar su punta contra mi agujero. Lorenzo, que disfrutaba de mis chupadas parecía compadecerse de mí.
– No se lo claves todo de golpe, que lo tiene estrechito, compadre.
– Le dolerá al principio, pero después le cabrá bien el cacho. Dejamé que te lo entrego después preparadito.
Así pareció convencer a Lorenzo que no dijo nada más y se centró en disfrutar de mi boca. Alberto fue metiendo cada centímetro de su vara de la que podía notar cada repliegue de piel, cada vena.
Empujaba mientrás me agarraba bien de los tobillos, separando mis piernas para evitar que me rebelase.
Al poco ya tenía todo el trozo de Alberto dentro de mi. Notaba sus dos bolas descansando por fuera de mis nalgas, lo único que no había podido meterme. Así empezó a ir sacando y enterrando su cacho de carne caliente a un ritmo constante.
– Te estoy abriendo bien, nene. No te vas a quedar con ganas de verga esta noche.
Los músculos de sus brazos y pecho se marcaban en cada metida. El sudor empaba su frente y le caía por el torso. Yo me debatía entre el dolor profundo que me producían sus arremetidas y la agradable sensación que estaba empezabando a sentir, sobre todo cuando retiraba su miembro hacia afuera. Si hubiese querido decir algo en esos momentos no podría haberlo hecho, porque la otra pieza de carne me tenía la boca bien llena. Chupaba la verga de Lorenzo con la esperanza de sacarle de sus pelotas el espeso manjar que ya había probado del cura ese mismo día. Pero Lorenzo aguantaba mucho más que don Horacio y no quería desperdiciar su oportunidad de disponer a placer de mi cuerpo esa noche.
Así estuvimos los tres largo rato. Mis orificios estaban a disposición de la virilidad de dos bellos machos y me daba cuenta de que era algo que deseaba, que me hacía sentir completo y de lo debía estar agradecido. A ratos Lorenzo me masturbaba levemente y me acariciaba mis huevecitos, como sabiendo que eso reduciría el dolor que la cogida de Alberto me producía. Tal vez esta iniciación había sido algo brusca pero pensaba que Alberto y Lorenzo me habían reservado los mejores momentos tras un día de duro trabajo. Yo era su merecido premio del que estaban disfrutando.
A veces no podía evitar intentar frenar algo su ímpetu estirando mis brazos y colocando mis manos contra su cuerpo. Pero de poco servía. Alberto estaba cegado en su objetivo de perforarme lo más profundo que podía. No cesaba en el ritmo de sus caderas, hasta que parecíó que empezaba a cansrse, pero entonces arqueó su cuerpo sobre mi, tensando cada músculo, y empujó con fuerza su estaca hasta el fondo. Yo tenía mi culo algo insensible debido al dolor acumulado, pero pude sentir la verga de Alberto hincharse desde la base hasta la punta, justo antes de empezar a vaciar su semen caliente en mis entrañas. Notaba cada inyección de su esencia que Alberto acompañaba de un quejido grave de placer. Tras casi medio minuto de éxtasis empezó a sacar su carne, ahora menos dura, mientras me acariciaba el pelo.
– Te quería dejar bien empapadito por dentro. Si Lorenzo te deja me puedes limpiar bien la pinga.
El compañero le cedió mi boca y Alberto pudo meter su verga reluciente y todavía palpitante. Chupé su miembro con ansiedad pero fue perdiendo su vigor. Al menos pude probar el sabor de mi interior mezclado con restos de su leche.
Cuando Alberto consideró que había recibido por mi parte las merecidas atenciones hacia su rendida verga, liberó mi boca y así pude incorporarme. Lorenzo se había sentado en una silla frente a la cama, agarrando firmemente su tranca con la mano derecha. Me hizo gestos para que fuera hacia donde estaba él. Yo, de forma instintiva, me había llevado mis dedos a la zona que Alberto había castigado sin piedad. Dudaba si aun tenía el agujero del culo en su sitio. Apenás lo sentía, pero comprobé que la verga había hecho su trabajo y lo había dejado abierto de una forma sorprendente. He de reconocer que me asusté un poco porque comprendía que Lorenzo quería cobrarse su parte. Y además ahora me daba cuenta que sentado en un sofá tras él estaba el padre Horacio, que lo había estado viendo todo.
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