Entrenando al pequeño Brandon – Parte 2
El pequeño Brandon complace a su entrenador en la escuela.
—¿No viene nadie?
—No. Tú tranquilo.
—Qué rica la tiene, profe.
—Métetela a la boca, ándale. ¡Uf! Así mero. Métetela más.
Hacía un par de minutos había sonado la campana del recreo y yo había estado revisando exámenes en el salón de 6ºB cuando de repente entró Brandon con una sonrisa pícara. Venía a regalarme un cuento que había escrito sobre nuestra relación especial. Relataba cómo había llegado a su vida y que yo lo ayudaba a ser fuerte con mi leche de hombre. Al nene le encantaba besarme y se había vuelto un experto en mover la lengüita para complacer a su macho. Cuando terminé de leer el cuento se me sentó en las piernas con sus shorts diminutos y pegó sus labios contra los míos, metiéndome la lengua a la boca. Intercambié el beso y saboreé la dulce saliva de mi nene de 9 años; una mezcla de refresco de naranja y dulzor infantil. Lo tomé de las nalgas y lo empecé a frotar contra mi verga.
Le dije que fuera a cerrar la puerta, no vaya a ser que venga alguien. Muy obediente, el niño cerró la puerta con llave. Luego se puso a caminar a cuatro patas por el suelo imitando a una mujer seductora que seguramente había visto en la tele y siguió avanzando hacia mi entrepierna.
—¿Quieres leche?
—Sí.
—Sácame la leche, hermosa.
Entonces Brandon me abrió el cierre del pantalón y con sus manos diminutas sacó mi miembro de 18 centímetros. Hizo una “o” con la boca y se lo metió rápidamente como si fuera un chupete. Su lengüita infantil ya era experta en recorrer la gran cabeza de mi miembro, pues ya llevaba dos meses de entrenamiento. El nene a veces se sacaba mi pene de la boca y recorría el tronco con los labios como si fuera una paleta de hielo. En unos cuantos minutos ya me tenía al borde del orgasmo y le pregunté donde quería la leche.
El nene se sacó mi pene de la boca por un segundo.
—En la boca, profe, dame leche —luego volvió a tragársela y a chupar intensamente. Lo tomé de la cabeza y empecé a cogerme su boquita mientras el nene gemía. Finalmente le deposité cuatro chorros de semen en la garganta. Parecía que el pequeño no podía respirar y le solté la cabeza. El pequeño Brandon empezó a toser y una gota de leche con saliva le escurrió por la barbilla. Se la limpié y se la di en la boca, felicitándolo por ser una buena nena.
En ese momento escuché que alguien tocaba a la puerta y se me heló el corazón.
—¿Hola? —Llamó desde afuera una voz infantil. Se trataba de una de mis alumnas que se llamaba Krista; una de las más aplicadas— ¿Profe? ¿Puedo pasar por mi mochila?
Le indiqué a Brandon que se quedara escondido abajo del escritorio y le abrí la puerta a la niña.
—¡Adelante! Pasa. Estaba revisando los exámenes, por eso cerré la puerta con llave.
—Listo, profe, no se preocupe, ya me voy —dijo Krista después de tomar su mochila de uno de los pupitres que estaban más cerca del pizarrón.
Cuando ya iba a salir por la puerta se volvió y dijo:
—Oiga profe… Aquí huele raro.
Cerré los ojos y le recé a todas las deidades en las que nunca había creído: Dios, Buda, Krishna, Quetzalcóatl. Tratando de mantener la calma le respondí:
—¿Raro? ¿Raro cómo?
—Sí, como a humedad. ¿Por qué no abre las ventanas? —me dijo y, sin preguntar, caminó hacia el otro lado del salón y abrió la manija de la ventana más cercana al escritorio.
—Muchas gracias, linda. Yo abro las demás. ¿Por qué no vas a jugar afuera? Anda.
La tomé de los hombros para asegurarme que no mirara hacia el escritorio y la llevé hacia la puerta. A la niña le gustó la atención y se sonrojó. Nunca había tenido un profe musculoso que la tomara de los brazos de esa manera. Finalmente la saqué del salón y volví a cerrar la puerta. Entonces Brandon salió de su escondite.
—¡Uf! Eso estuvo cerca —exclamó, haciendo voz de película doblada. Un chiste que le gustaba hacer.
—Hay que tener más cuidado cuando estemos en la escuela —le dije, suspirando de alivio— ¿Traes puesto lo que te pedí para tu entrenamiento?
—¡Sí, profe! Me daba comezón al principio, pero ahora me gusta.
—A ver, enséñame.
El pequeño Brandon se limpió el polvo de las rodillas y las manos, pues el suelo del salón casi siempre estaba sucio.
—Acuéstate en el escritorio —le dije.
El niño se quitó las zapatillas escolares y se bajó los shorts junto con la trusa. Luego se trepó al escritorio y se acostó boca abajo, encima de los exámenes. Le dije que tuviera cuidado porque los iba a dejar oliendo a niño. Muy obediente los tomó, los puso en una repisa y regresó a su lugar sobre mi escritorio.
Frente a mí tenía al nene acostado. Sus piernas delgadas ya estaban más marcadas por el ejercicio y sus nalguitas de niño eran más firmes y curvas. No me aguanté y le acaricié las piernas suavemente.
—Te amo, profe —me dijo mientras me miraba con unos ojitos de enamorado. Si le pidiera a Brandon que diera la vida por mí, lo haría, pensé. El niño está loco por mí.
—Yo también te amo, mi niño precioso —le susurré. Mis manos recorrieron sus muslos hasta llegar a su traserito.
—¿Le gustan mucho mis pompis, profe?
—Sí, mi amor, tienes unas pompis hermosas.
Le abrí los glúteos con ambas manos y vi lo que buscaba: Un tapón anal de 10 centímetros de largo y 3 de ancho que había ido a comprar a una sex shop en el centro la semana anterior. La tapa rosada del dilatador se movía de abajo hacia arriba con cada respiración de mi cachorro. La tomé y empecé a sacarla lentamente.
—¿Te duele?
—No, profe. Me gusta cuando está adentro, no me la saque.
Sonreí al ver que mi niño disfrutaba tener algo metido en el recto. Una vez que la parte más ancha del dilatador rebasó su esfínter, el resto salió fácilmente, aunque embarrado con un poquito de caca. Lo que vi fue aún más bello de lo que pensé: El pequeño ano de mi nene, rosado por le esfuerzo de recibir un tapón, se había abierto de modo que se alcanzaba a ver un hoyo diminuto y palpitante entre sus dos nalgas. Saqué unas toallas húmedas de mi mochila, lo limpié muy bien y luego metí mi lengua en su pequeña puerta.
—¡Ay! Sí… sí, profe… métamela más.
Mi lengua saboreó las paredes anales del pequeño mientras éste gemía y me pedía que le metiera mi verga, pero su ano aún no se estiraba lo suficiente y yo no quería hacerle daño a mi niño. Me bajé los pantalones y froté la punta de mi pene contra su hoyo diminuto. Ya me estaba saliendo líquido preseminal y me sentí tentado a desflorarlo de una vez por todas, pero sólo me empecé a masturbar hasta que de la punta de mi miembro adulto salieron dos o tres chorros de semen que le inyecté al pequeño en el intestino. Luego saqué de mi mochila otro tapón un poco más grande: 11 centímetros de largo y 4 de ancho. “Eso alcanzará para que pronto reciba mi verga”, pensé.
Inserté el dilatador lentamente, atrapando el semen con que le había llenado el recto. El pequeño Brandon daba pequeños quejidos al sentir lo ancho del plástico hasta que finalmente la parte más gruesa penetró el esfínter y el nene dio un respingo.
—¿Te dolió?
—No, sólo poquito. Se siente rico también —dijo mientras se agarraba las nalgas y las abría para que yo viera mi obra: el tesoro virginal de mi niño de 9 años que pronto estaría listo para desflorar.
—Déjatela puesta en la noche y mientras estás en la escuela, ¿está bien?
—¡Sí, profe! —me dijo con una sonrisa mientras se volvía a poner la trusa y el short.
Estaba entrenando al pequeño Brandon para convertirse en un boxeador. En apenas un par de meses había logrado enseñarle varias combinaciones de golpes, lo había puesto en forma, le había dado de comer lo que necesitaba para convertirse en un hombre: verduras, carne, carbohidratos y, por supuesto, leche de macho; su platillo favorito. Su cuerpo se estaba marcando de manera satisfactoria y sus nuevas habilidades habían ayudado a subirle la autoestima. Su mamá confiaba en mí ciegamente y yo se lo agradecía.
A la par de sus ejercicios de boxeo, estaba entrenando su ano infantil para recibir mis 18 centímetros completos. “Para saber dar hay que recibir primero. Para ser hombre tienes que aprender a ser mujercita”, le explicaba. No necesitaba convencerlo, pues al nene le encantaba dejarse tocar y penetrar por su entrenador.
Continuará…
Lo que más me gusta, a parte del contenido de la historia, es la forma de relatarlos, muy exitante.. Espero el siguiente.
Muchas gracias por tus comentarios. Significan mucho para mí. Nunca me había lanzado a escribir relatos eróticos, sigo tratando de mejorar, pero esto me motiva mucho.
No dejes de escribir.
Es un halago real a quienes nos hemos podido dedicar a desflorar a nuestro Brandon personal.
Bravo…me gusta la dinamica.La preparacion para el momento sublime de l penetracion de ese niñito de 9 años antes una pichula de 18 cm para metersela hasta el fondo de su culito apretadito si romperle el efinter.Todoa una ciencia y vas bien encaminado. Bravisimo!!!! Vamos por la 3era parte que parece es la final. 5 estrellas