ENTRENANDO EN CASA
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
I
Mi nombre es Tomás y me remontaré a épocas sagradas de mi vida, donde en casa, éramos bastante peculiares y teníamos algunas costumbres sanas que se volvieron por demás interesantes.
Recuerdo cuando era jovencito, el más chico y mimado de tres hermanos varones, estaba muy enamorado de Javier, el mayor, a quien admiraba por su carácter y belleza.
Con Nico, el hermano del medio, éramos parecidos a papá, de tez blanca y cabello y ojos negros azabache.
En cambio, Javier era igual a mamá, quien ya no estaba con nosotros, rubio, de ojos verdes intensos, piel acaramelada y rasgos voluptuosos.
Todos estábamos en forma y en pleno desarrollo, y quizás fue eso, la revolución hormonal o el hecho de que compartimos mucho tiempo en contacto con nuestros cuerpos y sus capacidades, lo que poco a poco nos llevó a cruzar los límites establecidos por la sociedad.
Al patio lo rodeaban arboles altos y frondosos, lo que nos resguardaba de la mirada ajena y nos daba rienda suelta para hacer todo tipo de juegos y travesuras cuando estábamos solos.
Pero a la hora de entrenar teníamos que estar tranquilos porque el entrenador solía ser muy estricto.
No esperábamos más de cinco minutos después de alistarnos para el ejercicio.
Papá llegaba con su típica vestimenta que se conformaba de una musculosa blanca, shorts cortos de color rojo y sus zapatillas deportivas.
Nosotros teníamos lo que papá nos había comprado especialmente para cada uno; Javier llevaba unos shorts blancos bastante ajustados, Nico sus shorts azules y los míos eran verde.
No usábamos remera y andábamos con el torso desnudo si no estábamos en invierno.
El entrenador era alto, bien robusto y de prominentes músculos en la espalda y brazos.
Cuello ancho y de mirada seria, velludo sobre todo en el pecho donde también se asomaban algunas canas como en el cabello.
Cuando papá llegaba, nos colocábamos contra la pared con las manos apoyadas y extendidas para la revisión corporal.
De esa manera comprobaría nuestro estado físico y la evolución con el paso del tiempo.
Entonces empezaba por Javier y yo lo observa con atención, le palpaba los músculos de arriba abajo, el cuello, los brazos, la espalda, la cintura, el trasero, las piernas, incluso se detenía en los genitales y los apretaba con cuidado, a veces metía mano y sobaba la verga y los testículos para según él, comprobar que estuvieran en perfectas condiciones.
Seguía el turno de Nico a quien le decía que tenía que trabajar más la cola y le sobaba repetida veces hincándole sin meter los dedos por el orificio del ano, mientras este se contraía como loco.
Y finalmente llegaba a mí, que me masajeaba el cuello y la espalda, para luego palparme el pito y los huevos con algo de fuerza y me susurraba que iba bien.
Esta era nuestra principal entrada en calor.
Estirábamos y a correr unos quince minutos, después venían los ejercicios, flexiones de brazos, burpees, sentadillas, zancadas, abdominales y variantes.
En fin, quedábamos exhaustos y papá daba por cerrado el entrenamiento y nos mandaba a las duchas.
Cada semana papá le daba un premio al que mejor había rendido con los ejercicios, y siempre resultaba ganando Javier, a quien le iba a dar su recompensa por las noches a su dormitorio.
Con Nico no teníamos idea de que se trataba hasta el día en que él resulto como el mejor en el rendimiento semanal, esa vez tuvo que ir por la noche después de la madrugada a buscar su premio.
Esperé por horas hasta que Nico volviera pero no lo hizo y me dormí, al día siguiente Nico me despertó y me contó pese a que papá se lo había prohibido, que el premio era una mamada.
Recuerdo que quede traumado y al mismo tiempo excitado.
Comencé a imaginarme al entrenador entrando al cuarto de Javier para chuparle la verga y luego me imaginé que se lo hacía a Nico.
Este me dijo que le hizo saltar chorros y chorros de leche como nunca antes, de lo caliente que estaba.
No era fácil imaginarme al robusto de mi padre mamándosela a Nico, pero me la había puesto dura y tremendamente babosa.
Así fue como Nico pegó el estirón a todo ritmo, creció varios centímetros y ya comenzaba a salirle pelos en los huevos y en las axilas.
Al principio cuando veía a Javier con ese caminito de vellos que le subían hasta el ombligo y las axilas repletas de pelo, me inquietaba y hasta me daba cierto asco.
Con el tiempo me acostumbré y me resultaba muy atractivo, ahora Nico era el del cambio.
No solo su voz se volvía gruesa si no también su verga.
Como compartía cuarto con Nico, no perdía tiempo en observar su transformación repentina.
Él era el menos tímido de la familia y nunca tuvo problema de cambiarse frente a mí, ya lo conocía desnudo.
El pito antes más parecido al mío, ahora era más grande y los testículos le rebotaban como bolas de tenis.
Una noche muy tarde, cuando Nico ya dormía profundamente, no pude resistirme a tocarlo.
Aproveche la tormenta que arrasaba con todo por fuera, no era la primera vez que le pedía a Nico dormir con él en su cama, era sabido que cuando se escuchaban los truenos yo me pasaría a su cama y no le molestaría.
Me hizo lugar y me abrazó para que me calmara.
Podía sentir su respiración contra mi nuca y su calor abrigarme por completo.
Él estaba solo con unos calzoncillos y yo con mi pijama tipo enterito, muy infantil.
Alcé la voz para llamarlo por su nombre pero no respondió, entonces asumí que ya se había dormido.
Me giré y comencé a a acariciarle el torso calentito con su pezones erectos y rojizos.
Él se volteó quedando boca arriba todavía dormido, o eso creía, y enseguida metí mi mano dentro de sus calzoncillos.
Me sorprendió lo velludo que era, parecía una broma, no hacía mucho no tenía ni un pelo.
La verga increíblemente gruesa a mi perecer por aquel entonces, empezó a ganar tamaño.
Si bien no veía nada, cada tanto las luces de los rayos me dejaban ver un tronco venoso que escondía una cabeza como lo hacían las tortugas.
Pronto un hilo de baba empezó a asomarse por el glande, de un olor intenso.
Nico daba algún que otro movimiento torpe fingiendo estar dormido, hasta que se animó a guiarme cuidadosamente con su mano a que lo masturbara.
No te preocupes, está todo bien, me dijo Nico cuando estuve a punto de salir corriendo.
Entonces tomó mi mano con la suya y me enseñó a pajearlo, de arriba abajo, mientras aparecía y desparecía un glande rojo y brillante.
Dale un beso me decía, a lo que hice caso, empujaba mi cabeza para que me lo metiera a la boca, y no podía negarme.
A continuación me encontraba devorándome esa verga peluda, y entre arcadas y respiración nasal, me enjugaba hasta saborear sus jugos.
Él gemía como loco y se retorcía hundiendo su verga hasta lo profundo de mi boca.
Ah!! Ah!! Mmm!! Mmmm! Gemía.
Sus vellos púbicos me picaban la nariz y me encantaba.
Su olor a hombre me hacía fruncir el culo.
No tardaba en empaparme de una leche abundante y blanca, de un sabor fuerte.
Que delicia todo, que increíble cuando quedaba como muerto, agotado mientras le limpiaba las gotas restantes para luego reposar mi cabeza contra su abdomen y cerrar los ojos, no sin antes contemplar su pene flácido dando alguna que otra punzada.
Esto se repetiría en secreto durante los años siguientes, siempre, sin importar si llovía o no.
A Nico le gustaba que montara encima suyo, mientras le besaba el torso, le mordía los pezones y lamía sus axilas.
En esa embestida sin penetración fingíamos hacer el amor hasta que ambos nos corríamos uno contra el otro.
Nos besábamos como desaforados amantes y concluíamos así nuestro acto.
Jugamos a ser pareja durante un largo tiempo, se paseaba desnudo por la habitación y me llamaba amor.
Nos duchábamos juntos y nos acostábamos en su cama sin que nadie lo notara siquiera, y seguíamos nuestras rutinas como si nada.
Pronto me tocaría a mí también, recibir de papá el premio al mejor rendimiento físico.
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