ES LA VIDA, NO TE ASUSTES
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Petruspe.
LA VIDA …
Es la vida.
No te asustes
Nací en el seno de una familia humilde donde el verbo a conjugar siempre fue “compartir”
Fui el primero de cinco hijos. Después de mi nacieron dos mujercitas y dos varones… Nos llevamos un año de uno al otro.
Cuando yo nací, mi padre tenía 18 años y mi madre 15. Ella solo cumplió 20 porque murió en el parto del quinto hijo.
Entonces mi padre había cumplido 23.
El era alto y mi madre bajita.
Ella era morocha y mi padre rubio.
El trabajaba como “contratista” en una finca que en verano concentraba a muchos trabajadores “golondrinas”, tucumanos, riojanos, correntinos y salteños en su gran mayoría que venían a la vendimia de la uva; en invierno-primavera a la cosecha de la cebolla y el ajo.
Mi padre no quiso que nos separaran cuando mi madre murió. Nos crió “a lo macho” según decía él cuando los días sábado en la noche se emborrachaba en un bar cercano.
Fui el primero en ir a la escuela que quedaba como a tres kilómetros de la finca. Desde el segundo día me iba solito y volvía solito. Para el segundo grado ya iba de la mano con María y para el tercero ya era responsable de Lucía. Cuando llegué a cuarto grado me convertí en guía de ellas dos y también de Cachito y cuando llegué a quinto lo incorporamos al Negrito. Para entonces ya tenía más años y sabía un montón de cosas de “los grandes” aprendidas de los otros chicos.
Uno de ellos me cambió la vida cuando contó que un primo de él, que estaba casado, le había mostrado
-“La pichula, que era grandota, tenía pelos y le salía leche y lo había hecho tocar la mazorca…”
Me quedé anonadado. Y desde ese momento con la idea fija de saber si era cierto lo que contaba el chico. El primo le había dicho que todos los hombres adultos tenían la cosa más o menos igual. Unos más grandes, otros más chicas. Algunas más gordas, otras más flacas. Pero todas peludas por igual y con leche.
-“Una leche que daba vida”.
Además esa leche se podía tomar si uno chupaba la pichula,
Desde ese momento comencé a espiar a los más grandes. Sobre todo cuando se bañaban en el canal que pasaba junto a la finca porque al río que pasaba cerca de los fondos de la finca mi viejo no me dejaba ir.
Ese verano fue caluroso por demás y en el descanso del medio día los vendimiadores se iban al canal a bañarse. Los hombres se alejaban un poco porque acostumbraban bañarse desnudos.
Ese día yo era el único chico que estaba con ellos y no se fueron muy lejos. Un tucumano dijo que ya era hora que yo viera algo de la vida y se desnudó y se tiró al agua. Mamita mía, ver esa pichula me alteró la vida. Confirmé que de verdad tenía pelos, que era enorme junto con los huevos.
Un porteño lo imitó y ví que la suya era diferente en color, tamaño y pelos. Ese día nunca lo puedo olvidar. Vi cinco o seis hombres desnudos y sus pichulas que nunca olvidé. Hasta hoy.
En la tarde muchos se fueron porque era sábado y volverían el lunes a primera hora.
Decían que se iban a
-“ Vamo a buscá donde ponerla”, decían los tucumanos o
-“Por lo menos a que me chupen la mocha”, decían los riojanos.
Como de costumbre mi padre fue al bar pero esta noche a comprar una damajuana porque con unos tucumanos harían un asado que comerían en casa.
Se hizo el asado, lo comimos y mientras los hombres consumían el vino yo acosté a mis hermanos y me quedé a esperar a mi padre que esa noche parecía estar mas borracho que nunca..
Poco a poco los hombres se fueron a sus “ranchos”, construidos bajo los parrales, y yo ayudé a mi papá a llegar a su cama previo paso por el parral “para echarse una meadita”
A la luz de la luna “ví”, por primera vez, la cosa de mi padre.
Hoy la recuerdo y me siento orgulloso de haber nacido de esa herramienta. Papá, te sigo amando.
Desde ese momento mi objetivo fue conocer todo lo de mi padre.
Luego de la visita al parral lo guié hasta su cama y lo ayudé a desvestirse. Siguiendo un impulso junto al pantalón bajé también el calzoncillo..
Recuerdo que mi padre estaba parado junto a su cama y se dejó hacer con naturalidad. Levantó cada pié a su tiempo y se tendió desnudo en la cama “grande”.
No podía creer que todo “eso” pudiera tenerlo mi padre.
Tan pronto como se tendió en la cama se durmió.
La curiosidad mata al hombre, dicen y no me pude contener. Lo acaricié de manera inexperta y casi con rudeza y a pesar de ello la pichula se encabritó y se puso enorme, dura y palpitante.
Sin dudarlo y sin saberlo la llevé a mi boca y la chupé con torpeza. No se cuánto tiempo estuve haciéndolo pero si se que me sentí muy feliz cuando de esa enorme cabezota comenzó a salir a borbotones la leche de mi padre que no se por qué razón me bebí con desesperación. Después vi como la enorme verga fue disminuyendo su tamaño hasta la total laxitud. Moje un trapo y lo limpié.
Al día siguiente y con mucho temor de mi parte esperé la reacción de mi padre pero este no dijo nada. No comentó nada. Como si nada hubiese ocurrido. Solo me recomendó.
-Si me acuesto desnudo tápame con la sábana, no sea que me vean los niños
Me tenía a mí como un grande y me gustó, aunque solo tenía 10 años.
La semana transcurrió sin cosas distintas hasta el sábado.
Esa noche no hubo asado pero sí mi papá fue al bar junto a varios vendimiadores.
Después de acostar a mis hermanos me quedé sentado en la galería típica de las casas de campo a esperar a mi papá. Hoy esperaba poder saborear aquel manjar exquisito que probé de su entrepierna.
Todavía era temprano, más o menos como las nueve de la noche en el campo, cuando frente a la casa pasaba el porteño rumbo al bar. Se detuvo y me saludó. Las preguntas de costumbre y…
-¿Donde esta tu viejo, Pablo?…
_ Se fue al bar hace un ratito nomás…
-Entonces se va a demorar un poco…
-Sí. Seguro…
Siguió una charla trivial hasta que me preguntó.
-Hoy cuando estábamos los dos solos en el canal me di cuenta que me mirabas la chota con mucha atención.
-Sí
– ¿Te gusta?
-¿Que cosa? Don…
-Te pregunté si te gusta la chota. Por la forma en que me la mirabas me parece que sí
-Miraba que tiene muchos pelos y que la tiene grandota, nada más.
El porteño se sonreía cuando dijo…
-Me parece que a vos te gusta la poronga…
Nos quedamos en silencio y no se por qué pregunté
-¿ A usted le sale leche de la pichula?
-Claro. Y me sale mucha. ¿Querés ver?
– Bueno pero ¿Cómo?…
-Es fácil. Yo me siento aquí en la hamaca y vos te ponés a mamarla y vas a ver como sale mi leche que es muy espesa. ¿Querés?
-Bueno.
Cambiamos de lugar y el se sentó en la hamaca, que yo ocupaba hasta ese momento, previo a bajarse el pantalón y el calzoncillo. Me dijo que me arrodillara entre sus piernas y me dejo recorrer su enormidad. Exploré aquella herramienta sin descuidar un milímetro y la felé según su guía. Mucho fue el tiempo que lo hice hasta que él me propuso…
-¿Querés chuparla con el culito?
-Bueno – Acepté sin saber como era la cosa.
Nos metimos en la cocina y tras bajarme los pantalones me puso de rodillas sobre una silla y con la cola paradita. Primero metió un dedo y luego dos mientras me dejaba tocarlo y besarlo. Cuando llegó al tercero me quitó el juguete y lo puso de punta entre mis nalgas. La hinchada cabezota comenzó a presionar sobre el esfínter hasta que sentí como si una explosión estallara en el centro de mi cabeza y mis carnes crujieron al desgarrarse por el intruso enorme que la horadaba.
El dolor era inmenso.
No recuerdo haber gritado pero sí haber tratado de escaparme de allí y solo lograr que por mis pujos el animal entrase más en mi cuerpo.
-No apretés el upite para que no te duela, pichón
-Me duele igual.
El hombre se meneaba y empujaba el pene en mi ano sin misericordia. Ya no daba más y estaba a punto de gritar cuando él me dijo…
-Aguantá un poquito que te doy… Ahí viene… Tomá, tomá…
Sentí la fuerza de las pulsaciones en mi interior mientras el hombre eyaculaba y la necesidad de evacuar de inmediato cuando se desprendió de mí. Salí corriendo fuera de la casa pero no pude llegar a la letrina y me quedé en el camino.
Cuando volví a la casa, el porteño ya no estaba y a mi me dolía todo.
Durante la semana siguiente ni me acercaba donde él estaba. Sentía temor de que dijera algo de lo que había sucedido y porque el solo hecho de tirarme un pedito me provocaba tal dolor que sentía vergüenza.
Poco a poco fue desapareciendo. Para el sábado siguiente ya no había dolor y volví a la galería a esperar a mi padre. Llegó junto al porteño y tan borracho como aquel. Lo entré a su pieza y lo desnudé como la vez anterior. Luego me quedé junto a él y lo acaricié otra vez hasta que estuvo duro y enorme. Era más grande que el del porteño.
En un momento mi padre se puso de costado. Me quité el calzoncillo y me puse frente a él de “cucharita”. Solo guié apenas al animal para que con una leve presión abriera mi posterior y entrase haciéndose sentir.
Poco a poco entró una parte con un poco de dolor y me quedé quieto un rato hasta que el dolor pasó. Entonces fui empujando de a poquito hacia atrás sin conseguir avanzar más, No sabía que era necesario lubricar la zona en cuestión. Me salí de ahí y lo comencé a chupar despacito hasta que me bebí su leche.
La semana transcurría sin novedades significativas a parte del calor que en enero es abrumador.
Ya había superado mis temores con respecto al porteño y vuelto a ir al canal a la hora de la siesta junto a los que se bañaban.
El día jueves me adelanté a los demás porque mi papá se fue con los patrones a la ciudad y llevó a mis hermanos a casa de su hermana. Yo no fui porque debía quedar en casa a cuidar. El porteño vino solo y se desnudó para meterse al agua. La parte donde nos bañábamos quedaba detrás de un gran cañaveral que se extendía por varias cuadras y desde ahí se podía ver sin ser visto o hacer cosas sin ser visto.
El porteño se bañaba como si yo no estuviera en el lugar. Entonces pregunté.
-¿Porteño el Tucu y los otros no van ha venir?
-Me dijeron que después de comer.
Me quedé sentado entre las cañas.
El porteño salió del agua y se detuvo, de pié, cerca de mí, mirando hacia la finca. Estaba de frente a mí por lo que pude ver como el falo entraba en erección y se levantaba de a poco. Él me dijo.
-Si querés chuparla dale ahora que no viene nadie.
Se acercó más y yo lo acaricié y comencé a chuparlo.
-Huyyyy qué bien lo hacés..
Al escucharlo me esmeré aún más.
-Pablo, necesito acabar antes que vengan los otros. Dame el culito que te la pongo y acabo más rápido ¿Querés?
-Bueno pero despacito
-Sí, dale. Ponete boca abajo y pará el culo.
Me puse boca abajo y el entre mis piernas. Se escupió en la mano y me untó la rosetita. Volvió a escupir y se pasó por todo el miembro.
-¿Para que te pones escupida, porteño?
-Para que entre más fácil y no te duela el upite. Pará el potito.
Sentí como me pincelaba la rayita y como luego apoyaba la punta en mi poto. Presionó suave y comenzó a entrar hasta alojar todo su órgano en mi cuerpo.
Cuando su peluda pelvis se pegó a mis glúteos inició un suave meneo hasta lograr el orgasmo y eyacular en mi interior. Se salió con suavidad. Yo me metí entre las cañas y él se fue al canal. Escuché la sambullida y más voces de otros vendimiadores que se reían y le hacían bromas al porteño
-Miralo se fue entre las cañas a hacerse la pajita –decía uno y los demás se prendían en la chanza.
-No boludo, cómo me voy a hacer la manuela si anda el negrito de la finca por ahí
-Ah, entonces le pusiste una enema de leche al changuito- dijo uno de los tucumanos.
Sentía pudor y como vergüenza cuando salí de entre las cañas para tirarme al agua. Dejaron de hablar del tema pero noté que uno de los mayores me miraba distinto.
Era un correntino que estaba solo en la cuadrilla.
Se llamaba Cándido. Un poco rubio y de piel blanca aunque curtida por el sol. Tenía bigote más claro que sus cabellos y ojos de color. Siempre que podía tomaba mate con agua fría. Una vez me sonrió mientras estábamos en el canal ese día y me guiñó un ojo.
Poco a poco se fueron marchando los vendimiadores. Primero se fue el porteño con dos riojanos. Luego el Tucu y un salteño y quedamos el correntino y yo.
-¿Te vas o te quedas, Pablito?
-¿Usted se queda?
-Un ratito más, quiero aprovechar para quedarme un ratito más.
-Entonces yo me quedo un ratito más.
Se salió del agua y mientras se secaba al sol se acariciaba el enorme miembro que se ponía morcillón. Lo estiraba y lo soltaba, liberando la cabezota rosada.
Me gustaba mirarlo a don Cándido porque tenía pelos por todos lados que resaltaban en la blancura de su cuerpo desde la cintura para abajo donde no lo quemaba el sol.
Sus atributos también eran destacados y bastante importantes. Como los de mi papá aunque blanquitos pero menos gordo.
Varias veces me sorprendió contemplando esa parte de su anatomía y se sonreía. Tenía la impresión que el dejaba su sexo a mi disposición, para que mis ojos lo disfrutaran. Cada tanto se manoseaba el falo colgante descapullando y cubriendo la cabezota del pene que tenía un orificio grandote y la forma de la cabeza de un perro bull dog y más ancha que el cuerpo del miembro.
No podía evitar el mirarle el sexo. Entonces me preguntó
-¿Te gusta, Pablo, lo que tengo en mi mano, chamigo? –mientras se acariciaba el miembro y sonreía.
Asentí con la cabeza.
El correntino miró por entre las cañas para cerciorarse que los otros iban hacia la finca y después se sentó junto a mí.
-¿Qué te gusta más?
Levante mis hombros como para decir no sé.
-¿Te gusta chuparla?
Asentí con la cabeza
-¡Huy que lindo! A mi me gusta que me la chupen bien, que le pasen la lengüita a los huevos y a la cabecita de la chota, chamigo ¿Así la chupás?
-Sí
-¡Huy qué lindo! Y decime chamigo ¿Por el culito también te gusta?
Asentí otra vez.
¡Qué bueno! Vení, chamigo. ¿Te gustaría mostrarme como haces para chuparla? Mirá, ya está paradita.
Me agarró la mano y la puso sobre su pene duro. Lo acaricié un poquito, le toqué los huevos. Poniendo su mano en mi cabeza me llevó hasta sus genitales que rosaron mi cara. Mi sueño se cumplía. Sentí su olor y su tibieza. Lo acaricié y después lo bese todo. Me gustaba y chupé.
Mientras empezaba a chuparle, me preguntó
-Decime, chamigo ¿El porteño te “culió” recién, no? – Sin sacarme lo que tenía en la boca lo miré asustado-
-No tengas miedo. No voy a decir nada, chamigo ¿Te “culió”?
Asentí.
-Ahá. Decime ¿Te gustaría que yo también te haga cariñitos en el culito?
Te la voy a meter suavecito y te gustará mucho. Si él entró, yo también voy a entrar y te la voy a meter hasta los huevos. Vení, chamigo, ponete pa` culiar, boca abajo y dame el potito. Ponelo bien paradito. Mirá que lindo pedazo de poronga te va a entrar por el upitito
Me puse boca abajo y el correntino puso saliva en mi ano y alrededor de su sexo y entró con suavidad la totalidad de su miembro en mi dilatado ano. Por su tamaño el dolor fue inevitable. Cuando metió hasta la parte más gruesa del pene, bien pegadito a los huevos me dolió y traté de zafarme pero él me hablaba despacio y me acariciaba las nalgas. Fue muy suave la manera de poseerme e incluso cuando eyaculó solo me apretó muy fuerte contra su cuerpo. Se quedó dentro mío y sentí todo el tiempo su miembro duro y caliente. Al rato volvió a menearse otra vez, durante mucho tiempo, sacando casi todo el miembro para empujarlo después en su totalidad hasta eyacular de nuevo.
Después se lavó en el canal y esperó hasta que yo me lavé y nos vestimos para volver a la finca.
Como era sábado la mayoría de los hombres se marchaban hacia la ciudad. Los matrimonios también se iban a pasar el fin de semana. Quedaron algunos hombres, los riojanos, alguno de los tucumanos y el correntino.
Como a las cinco de la tarde vino el correntino a pedir una aguja. Era un pretexto. Sabía que mi papá volvería a la noche y que mis hermanos no estaban.
Entró a la cocina y me preguntó si quería chuparle la chota un poquito porque se había quedado con ganas…
-Quiero echarte otro polvito, chamigo…
Se abrió el pantalón y sacó fuera sus genitales. Volví a mamarlo con sumo deleite, gozando cada centímetro de su hermoso pedazo. Ahora más tranquilo volvió a meter por mi culito el tibio y suave miembro hasta sellar mi poto con sus pelos. Me penetraba en distintas poses, metiendo con firmeza entre mis nalgas la chota dura, haciendo que cada vez me gustara más y más.
Cuando finalmente eyaculó, sacó de mi potito el pene palpitante y me dio vuelta para meter en mi boca la gorda cabezota por donde comenzó a salir gran cantidad de semen que me desbordaba cayendo por mis comisuras.
Durante un largo rato me dejó besar, lamer y chupar su portentosa criatura hasta que ya no salió nada.
Siempre he recordado con nostalgia esos momentos de mi vida. En el comienzo de una vendimia me ocurrieron tantas cosas como no le ocurren a una persona en toda su vida. Quizá aquellos hombres nunca pensaron en tener sexo con un chico de la manera en que lo tuvieron conmigo.
En dos meses de vendimia y con casi una década de vida tuve tantas experiencias en el campo sexual que me siento maravillado.
No condeno ni acuso a aquellos hombres que me dieron tanto en tan poco tiempo ni pontifico ni en pro ni en contra de. Solo digo que fueron experiencias muy mías, parecidas a tantas como ocurren cada día en tantos lugares del mundo. Esos hombres no fueron ni peores ni mejores que nadie. Fueron personas que resolvieron de esa manera la propuesta que les hacia la vida.
Si aquel compañerito del colegio no me hubiese contado lo que hizo con el primo adulto, mis experiencias seguro habrían demorado un poco pero igual habrían ocurrido.
Hoy lo recuerdo al porteño, no su nombre porque no importa pero si su figura, su cuerpo desnudo metido en el agua del canal, lavándose los genitales de frente a mí, descorriendo la piel para lavar el glande, sintiendo algo de pudor al darse cuenta que yo lo miraba y sonriéndose al darse cuenta que a mí me gustaba mirarlo y mi deseo de tenerlo para besarlo y lamerlo. Ni él ni yo pensamos que sería el primero en penetrarme.
Lo pienso a don Cándido, que llegó a la finca solo, sin familia, buscando trabajo, cuando percibió que yo admiraba su sexo y lo miraba con deleite y deseo. Recuerdo sus dudas y su temor cuando preguntó si me gustaba lo que tenía en las manos y su excitación creciente cuando respondí afirmativamente, poniendo en mis manos su sexo suave, tibio y duro. Su premura en acabar pronto dejando en mi interior su semen y su vuelta a buscarme en la tarde para darme su sexo con más calma, gozando y dejándome gozarlo totalmente.
Don Cándido me dijo que se iba a la ciudad y que volvería al día siguiente, que visitaría a unos amigos pero que no haría nada más porque estaba “hecho”. No lo entendí y tampoco tuve tiempo de pensar mucho porque al ratito pasaban los hombres que habían quedado en la cuadrilla, rumbo al bar.
El salteño, el tucumano y uno de los riojanos pasaron primero y saludaron, después pasó el porteño y unos minutos detrás venía el más grande de los riojanos que al verme en la galería se acercó y me preguntó por mi papá.
-No está – Le dije – Viene a la noche.
-¿Te quedás solito acá?
-Sí. Hasta que venga
El hombre se apoyó en uno de los postes que sostenían el alero. Era alto de piel cetrina y de facciones arábigas. Yo lo había visto muchas veces desnudo cuando se bañaba en el canal con los otros. Se destacaba por la abundante pilosidad de su cuerpo y por tener unos genitales sobresalientes pero que no exhibía mucho. Me dijo que tenía un hijo un poco más chico que yo pero que hacía tiempo que no visitaba porque ya no vivía con la madre.
-Pablito quiero hacerte una pregunta… No tengas miedo de contestar porque yo no voy a decirle nada a nadie…Esta tarde en el canal lo vimos salir al porteño de entre el cañaveral y el tucu dijo que el porteño te había puesto una enema de leche…¿Es cierto eso?…
Lo miré azorado porque entendí lo que dijo pero pregunté
-¿Qué enema?
-Dio a entender que te metió la mocha por el potito
-No sé ¿Qué es la mocha?
-La chota
Quedé mudo. El hombre, a la sazón de unos cuarenta años, me hablaba serio pero en un tono más bien intimista, como compartiendo un secreto…
-Dijo que el porteño te culeaba… ¿Es cierto?
Como un tonto le dije asustado
-No se lo diga a mi papá, don…
-A cambio que me das?
-No sé. No tengo nada, don
-Si me la chupas un poco, no digo nada ¿Querés?
-Bueno, pero no se lo diga a mi papá, sabe
-No te hagas problemas que yo no voy a decir nada ¿Dónde vamos para que me chupés la mocha?
Entramos a la cocina y el hombre se paró junto a la ventana por donde se veía todo el camino desde la ruta hasta la casa. Apoyándose en la mesada se abrió el pantalón y lo bajó junto al calzoncillo hasta la mitad de sus peludos muslos y yo, parado junto a él comencé a acariciarle el pubis y los genitales. El pene creció a medida que yo lo lamía o besaba y cuando estuvo bien duro ya no pude meterlo en mi boca por el grosor del glande.
No sé cuánto tiempo estuve mamando el grueso miembro pero en un momento el hombre me dijo que quería metérmelo por el culito y yo accedí.
Me recostó boca arriba sobre la mesada y me levantó las piernitas flacas sobre su pecho, me ensalivó el agujerito y su miembro y luego me buscó la entrada. Con la cabezota puesta en mi ano presionó firmemente hasta que, de golpe, entró mucho más que la cabeza. Me dolió y grité
-¡Ay! ¡No, don Beder, me duele mucho sáquemela!
El hombre miraba como penetraba en mi poto y como no lastimaba siguió metiendo hasta que los pelos taparon el dilatado agujerito. De verdad me dolía mucho. Cuando se menaba parecía que la cabezota me sacaba las tripas para afuera. Me dolió todo el tiempo que duró el acoplamiento y siguió doliendo cuando me la sacó, Nunca pude olvidar a ese hombre que estuvo metido como media hora en mi cuerpo.
Cuando el hombre se fue con la promesa de hacerlo otra vez, otro día, fui a lavarme con agua fría. Me tocaba el potito que había quedado tan abierto que me asusté. Al rato volvió a contraerse.
Me quedé esperando a mi padre sentado en la galería. En un solo día tres hombres distintos, con sus olores y sabores diferentes, con sus diferentes maneras de penetrar por el ano, con su semen diferente y sus ganas distintas habían tenido sexo conmigo de manera completa y el día todavía no terminaba.
Como a la hora de la cena volvió mi papá y estaba borracho, solo y ahí comenzó otra parte de la historia.
Al parecer había bebido demasiado en casa de la hermana y su cuñado lo trajo hasta la finca. Trató de que se acostara pero no lo logró y mi papá se quedó sentado en la hamaca que estaba en la galería. El cuñado se marchó
Me pidió le diera vino. Le serví de la damajuana en un jarro de medio litro y me quedé cerca suyo.
Cuando cerró la noche se levantó tambaleando y fue hasta el costado de la casa y allí orinó. Luego volvió hacia la casa y entró hasta el dormitorio.
Lo seguí.
Se quedó parado junto a la cama como esperando. Me acerqué y en silencio comencé a desabrochar el cinturón. Le baje el pantalón y el calzoncillo juntos. Ayudó levantando los pies para que pudiera quitárselos. Luego se sentó en el borde de la cama y pude quitarle la camisa. Después se tendió en la cama.
Ante mí estaba tendido mi padre.
Desnudo.
Las piernas separadas y entre ellas el pene y testículos más hermosos que en mi vida vi. Su piel blanca se diferenciaba en las manos hasta las muñecas y en el cuello y cabeza del resto del cuerpo que siempre estaba protegido del sol. Destacaba su vello rubio, abundante en algunas zonas. Lo contemple largo rato. Era un espectáculo que no siempre podía apreciar. Luego tendí mi mano y acaricié el peludo vientre paterno. Me entretuve en su pelvis donde la abundancia del suave vello provocaba una caricia prolongada. Pasé mi mano en suave arrumaco a lo largo del grueso miembro y busque la bolsa manejable y deslizante de los testículos (En este momento me gusta más pensarlos como lo que eran, un hermoso, gordos y peludos par de huevos de hombre) que apenas podía contener en mi mano. Después levanté el gordo miembro dormido y deposité un beso en la enorme cabeza descapullada. No se por qué mi padre tenía esa particularidad en su miembro, todo el prepucio se desplazaba sólo hacia atrás dejando la portentosa cabeza liberada. Besé todo el miembro para luego, mientras acariciaba los huevos, meterlo en mi boca para comenzar a succionarlo. Enseguida se desplegó todo y endureció que ya no pude contenerlo en mi boca. Mi papá se volvió de costado y pude ver sus nalgas pobladas de pelos rubios, sobre todo en la separación de los glúteos donde eran más abundantes y largos. En su espalda también había muchos pelos, desde la cintura hasta los hombros.
Me desnudé y me subí a la cama buscando ponerme en cucharita con él. Mi corazón latía con fuerza y lo sentía en mis oídos. Mi boca estaba seca.
Con mi mano busque entre los dos cuerpos el miembro y lo orienté hacia mi agujerito. Lo sentí muy mojado y pensé que era ese juguito que le salía al porteño. Me lo pasé a lo largo de la rayita y después lo apoyé en la puerta del potito.
Presioné con suavidad y, con bastante dolor, sentí que entraba en mi cuerpo. Dejé de presionar buscando que el agujerito se acostumbrara al intruso y también dejar que mi corazón se calmara un poco. Cuando lo logré, volví a recular buscando que entrara otro poquito. Lo estaba logrando cuando siento que mi papá se mueve como si estuviera soñando y se vuelve hacia mi lado. Subiendo una pierna sobre mí, hace que me ponga casi boca abajo y todo su miembro se hunde en mi ano hasta donde no había llegado nadie todavía. Fue tan grande el dolor que busqué escaparme a los manotazos. El cuerpo de mi papá era muy pesado y la presión que ejercía en mi ano empujando su miembro enorme, me desesperó. De verdad el dolor era inmenso. Tenía la impresión de que me partiría el cuerpo. Desesperado grité cuando mi papá inició un fuerte meneo que me quitó la respiración. Hasta creo haber golpeado su pierna.
Sentí que la mano de mi padre me agarraba de los pelos y a él gritándome a la vez que me golpeaba.
El dolor del culito desapareció como por arte de magia. Me golpeaba con fuerza y me gritaba cosas. Recuerdo estar tirado en el piso y ver a mi padre desnudo pateándome hasta que por milagro me desmayé.
Cuando desperté estaba en la cama. Sentía que mi cuerpo estaba desmembrado. Noté que el dolor estaba solo en mi cuerpo, nalgas, piernas y brazos. No en mi cara. Mi padre me trajo agua. Solo dijo.
-No quiero que salgas afuera. Después vamos a hablar.
Cuando salió, fui hasta la cocina y me di cuenta que ya era media mañana y todos estaban trabajando.
A pesar del dolor sentí hambre y me hice un mate cocido que me recompuso bastante.
Cuando mi papá volvió de trabajar, en silencio, preparo un bolsito con algunas prendas mías y me dijo que lo acompañara. En la vieja camioneta de la finca me llevó hasta la casa de un hermano suyo. Hablaron los dos a solas y antes de marcharse me dijo.
-Te vas a quedar con tu tío Lochi por un tiempo. Hacele caso a lo que él te diga- Subió a la camioneta y se marchó. Nunca más lo volví a ver sino hasta quince años después y él no me reconoció.
Cuando lo vi marcharse mi corazón se partió en millones de pedacitos que mancharon de rojo mi mundo hasta entonces dorado.
Así, sin explicarme nada, sin tan solo el beso del adiós, mi papá me dejó para siempre.
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