Escuela Fiscal
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
La situación económica de mis padres se malogro cuando yo tenía trece años. De un día para otro me transfirieron a un colegio del estado, luego de haber estudiado siempre en colegios particulares.
Yo era un muchacho debilucho, con anteojos que parecían “potos de botella” y que me costaron ser el nerd de mi antigua escuela. Por lo que me cagaba de miedo de ir a un cole estatal, ahí se concentraban los chicos más maleados y seguro me iban a convertir en su esclavo, pero nunca imagine hasta donde iba a llegar la degradación.
Cuando el profesor me presento en el salón sentí las burlas de inmediato, un flaco trigueño, de mirada pendeja y sonrisa cachosa, vociferó: “Uyy, un nuevo lorna para mi colección (lorna es una forma de llamar a los nerds en Lima). Ya te voy a bautizar” y después se cago de risa mientras se frotaba la verga por encima del pantalón. La insinuación causó la algarabía general, yo voltee a mirar al profesor esperando que dijera algo, pero se limito a obligarme a sentar y comenzó a dictar su clase.
Al terminar la lección inició mi pesadilla, el “flaco” que luego supe se llamaba Joshua se levanto y se acercó a mí. Ya no había profesor y los únicos que permanecían en el salón eran los amigos de Joshua. Empece a temblar y quise pararme, pero el “flaco” me sentó de un empujón. Ahí pude comprobar su fuerza, no se le veía musculoso, pero tenía la potencia de un toro.
-“Tu te sentadito huevon. Aquí haces lo que te mando o te sacó la concha su madre”. Y para graficar sus palabras me dio un lapo (bofetada) que me tiro los lentes al piso. Con la cara roja, marcada por su manaza, me agache a recoger mis anteojos, en eso sentí su mano en mi culo. Me queje, y Joshua respondió: “Callate putita, este poto ya no es tuyo, es de todo el salón”, del miedo ni me anime a levantarme, mientras sentía su manota pellizcándome las nalgas y uno de sus dedos metiéndose al medio de mi trasero. Claro mi pantalón impedía que ese ultraje llegará a más.
Finalmente y cagandose de risa soltó mi poto. Yo creí que la joda había acabado, pero al volver a sentarme vi que se reclinaba en mi carpeta de forma tal que ponía su bragueta en mi cara. Ahí me di cuenta del tamaño de su bulto, él tenía mi misma edad pero se le notaba mucho más pingón que yo.
-“Perrita, acaríciame el palo”, sus amigos estaban en el suelo de la risa. Yo pensé que era una broma y empecé a reírme, pero él me cogió por el cuello y me dijó: “¿Qué crees que soy tu payaso? Acaríciame la pinga o te clavo este compas en los huevos”. Su mirada era tan fiera que me convencí que era capaz de cumplir su amenaza, con lagrimas en los ojos le toque el bultazo. Con el simple roce me di cuenta que no llevaba calzoncillos, y el tamaño de esa pichula era tremendo.
Su manota tomó la mía y empezó a frotar tal como le gustaba, “así se toca una huasa como la mía, siente la cabezota, el tronco, te gusta putita ¿no?, ahora acaricia mis huevos, son grandotes,¿los quieres ver? Ábreme el cierre”- mandó.
Yo atine a protestar: “Por favor, yo soy hombre, no quiero hacerlo”. Cogió el compas y apuntó a uno de mis huevos, del miedo abrí su bragueta y ante mi cara saltó ese pene, moreno, venoso, como de 18 centímetros, circuncidado y con un glande imponente, detrás de la pichula y enmarañado por una selva negra de pendejos estaban esas dos bolas que minutos antes había acariciado.
Joshua orgulloso de su miembro, descomunal para su edad, me cogió del cabello y acercó mi cara a su verga, la frotó contra mi rostro y pude sentir un olor desagradable, mezcla de pajazos, meadas y sudor, por lo visto no era muy higiénico.
“Blanquiñoso maleducado, que se hace cuando te presentan a alguien. Lo saludas ¿no? Mi pichula quiere que la saludes con besos”. Intente negarme, pero empezó a torcer mi cuello, con le bese la cabeza, “sigue besando esclavo” le di otros besos en el tronco, “usa la lengua maricón” intente lamer ese palo, sus venas, la piel, tosca de hombre, “no te olvides de mis huevos”, me jaló del cuello para besar esas bolotas peludas y olorosas. Luego de esa tortura Joshua agregó: “Ya basta de jueguitos”. Pensé que la tortura había terminado, me equivoque.
“Abre la boca, puta. Más grande, y no muerdas o te cortó las pelotas y te las hago tragar”, el terror me impulso a engullir ese tremendo mazo de carne voraz. Las comisuras de mis labios apenas podían tragar semejante pinga. “Así cojudito, come chula, la de tu jefe, eres mi mierda y siempre debes estar listo a llenarte de mi leche”.
La vergüenza que sentía al ser ultrajado delante de mis nuevos compañeros no era nada, el esfuerzo de succionar el descomunal órgano de Joshua agotaba todas mis fuerzas. El muy maldito me levanto en brazos, dejando mi poto encima de la carpeta, con su manaza sobre mi cabeza obligándome a chupar su pingaza, me bajo los pantalones.
Mi culo blanco como la nieve y recontra virgen quedo a la vista de él y sus amigos, de frente sentí su mano que penetraba en la raya del poto. Se movía, pellizcaba, hincaba, hasta ubicar el ano. “Este huequito es mío, yo lo voy a inaugurar, le voy a dejar la leche, tu culo va a tener la forma de mi huasa para siempre”.
Mientras mamaba su verga, Joshua metió uno de sus dedos a mi ano, dolió y grite. Una nueva cachetada impactó mi cara: “Sin quejas cabrito, bien que te gusta mi dedo, tu culito esta calentito”. El dedo entraba y salía, lo sentía invadiendo mi cuerpo, de pronto introdujo otro dedo y sentí mi culo estallar.
Se acercó uno de sus amigos, medio chato de pelo lacio y blancon, ya llevaba la pichula afuera. “Te presento a Diego, otro de tus machos. Dale un beso a su verga”. Temblando deje la huasa de Joshua y voltee a besar la herramienta de el nuevo muchacho.
La pinga de Diego era con prepucio, jalándome de las orejas me enseñó a pelársela. Su cabeza era roja y jugosa, la lamí y él soltó una risotada. “Qué rica putita hemos conseguido, así comete todita la huasa, sabe bien, sabe a macho. Bésame las bolas, ummm que rico”- exclamó Diego.
Yo pensaba que Joshua se había cansado de humillarme, pero de pronto me puso a cuatro patas sobre una carpeta. Con la boca seguía complaciendo la pichula de Diego, quien me sujetaba de los pelos imponiendo su papel de macho. Mi culo seguía al aire y descansando de los dedos de Joshua. De pronto sentí sus manazas en mis nalgas separándolas, y de frente y a la mala embutió su pinga.
¡Qué dolor! Era tremenda, él se reía y decía “tienes un culito apretadito, ayy que calentito”, la metía y sacaba desgarrándome. Sentía como una estaca caliente y cabezona, Diego se excitaba aún más, su palo creció en mi boca. De pronto sentí el chorro de leche de Joshua en mi culo. Él gemía de satisfacción y azotaba mis nalgas con sus manotas “eres mi perra, a partir de hoy tienes que recibirme con la cola calata, tu hueco tiene la forma de mi pinga, putita”. Mientras decía eso, su amigo se vino en mi boca, la lechada de Diego casí me ahogó, pero lo peor fue ver sus caras de pendejos. Ni se arrepentían de haberme usado tan salvajemente.
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