Estuve en tus manos (Capitulo I)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Bustello.
No estoy seguro de cuanto logre hacer ya que esto es solo una primera parte, todo dependerá de la respuesta a ello (comenten por favor).
Por favor, tomense la molestia de leer tan solo el primer parrafo de la historia, no les costará.
Si les gusta puedo decirles que haré lo posible por publicar uno o dos capitulos por semana.
De antemano agradezco a mi amigo Allan por estar conmigo y a Raulito por apoyarme en esto que decidí hacer.
I.
¿Cómo pasó? No lo sé… ó tal vez no quiera recordarlo, es algo de lo que no suelo hablar pues, lo guardo en lo más profundo de mi consciencia. Eso creo.
Me llamo Andrés. Estoy en mi salón de clases, voy en 4º de primaria. Tengo 10 años. En mi escuela sólo van niños en la tarde, no me pregunten por qué por que no lo sé; no sé a quién se le ocurrió, tal vez fue a alguien que sentía lo que yo, pero lo que si no sé es por qué los niños vamos en la tarde y las niñas en la mañana. No me caen mal las niñas, aunque solo conviví con ellas en el preescolar; pero desde entonces sentía esto que no puedo explicar, y recuerdo que miraba a los niños cuando íbamos juntos al baño.
Nunca he creído que alguien comprenda lo que siento a veces; son cosas que no me gustaría decirle a nadie, aunque sea tan fuerte lo que siento, que creo que tengo mi mano dentro del pantalón de Daniel. Él me dijo que lo hiciera, yo solo lo hice; Estamos por salir y no recuerdo realmente cómo pasó, pero sé que se siente bien, no tengo certeza porqué, solo puedo decir que ahora he metido mis dedos entre sus calzoncillos.
–Hazlo otra vez.
–¡No!—respondo asustado—, nos van a ver.
Daniel voltea hacia la pared, y yo sigo con mi mano vacilante aún dentro de sus pantalones cortos de deportes. Volteo a ver a mis demás compañeros que platican y hacen un desorden mientras no hay qué hacer en clase; la maestra se pone de pie cuando la llama alguien desde la puerta y pasa junto a nosotros sin advertir la cosa mala que estoy haciendo. Mis dedos entran titubeantes una vez mas entre las hendiduras y lucho con la tela que se enreda, hasta que encuentro el camino y puedo sentir de nuevo esto que me es difícil explicar.
–Andrés—dice la maestra, llamándome, y yo saco mi mano velozmente y finjo no hacer nada—. Ven conmigo.
Me levanto de mi butaca y voy con la maestra, que está de pie en la entrada del salón. Ay, no, ahí está mi mamá, junto con la maestra, ¿me habrán visto? Sé que hacer cosas como esa está mal, pero no puedo dejar de hacerlo; de cualquier modo, ella no sabe nada, tal vez pensará que es la primera vez. Debo calmarme.
–Andrés, tu mamá quiere decirte algo—dice la maestra—. Hablen, ahora regreso.
Dios, tal vez la maestra sí me vio, y mandó llamar a mi mamá. No sé que le diré.
–Andrés—Dice mi madre—, tu abuela va a ir mañana a su pueblo, por el día de muertos. Va ir a visitar las tumbas de tus bisabuelos, y también va a ver a su familia de allá.
–¿y solo viniste a decirme eso?
— No seas tonto, hijo, ella quiere que tú la acompañes para no ir sola.
— ah…
–vine para saber si quieres ir, y pedirle permiso a la maestra para que faltes el jueves y el viernes.
La maestra regresa de dentro del salón y me dice:
–Entonces, que dices, Andrés. ¿Quieres ir con tu abuela? Vas muy bien en todas tus materias, y puedo dejarte faltar un par de días.
Yo miro a mi madre y a la maestra, y levantando los hombros, como si no fuera gran cosa digo simplemente –‘’sí, esta bien’’–. Y aunque por una parte me alegro de que faltaré a la escuela, por otra me siento extraño de tener que viajar, sólo, con mi abuela, y me pregunto que haré durante cuatro días con ella en su pueblo.
Su pueblo está algo lejos de aquí, se hacen tres horas en autobús para llegar, a mi se me hace una eternidad; por suerte traje conmigo un cuaderno donde hago dibujos. Ya no sé que dibujar, dibujé un castillo lúgubre con tumbas en el inmenso patio, y luego dibujé una gran lápida con una cruz grande de piedra y un lazo flotante que dice: ‘’Día de Muertos’’. Solo veo cerros, montañas, árboles, nubes, autos; siento que nunca llegaremos, pasaba una película que era sobre asteroides que iban a destruir la tierra, me entretuvo un rato, pero ya hace mucho que se terminó. ¿Cuándo llegaremos? Creo que tengo que ir al baño. Tengo que pasar por encima de mi abuela, que duerme en su asiento junto al mío; es algo difícil, pero lo logro.
Estoy en el pasillo del autobús, hay mucha gente dormida, como mi abuela; camino hacia el baño, que esta al final. Oh, en ese asiento hay un niño que le están cambiando el pañal, ¡tengo que verlo! Intento hacer como que pierdo el equilibrio para acercarme un poco y quedarme mas tiempo, la señora que lo esta cambiando me ve y me pregunta –¿vas al baño?—yo le digo que si, y me quedo de pie ahí por que me dice que espere. ¡Que bien! ahora lo estoy viendo de cerca y no tengo que disimular, siento algo extraño dentro de mis pantalones, ¡se está poniendo duro! Así se puso cuando mi mano llegó bajo el calzón de Daniel, se siente bien, más cuando me froto contra el asiento. Oh si, que bien se siente, oh, no, la señora ve lo que hago; paro de hacerlo y me pongo firme, ella me esta mirando y el niño sigue ahí, aún sin pañal, y, rayos, se me esta poniendo mas duro cuando lo veo tocarse. La señora frunce un poco el ceño y me dice:
–Toma, tira el pañal en el baño—baja la vista y la sube en un movimiento y nota que se me levanta un poco el pantalón de ahí abajo—, por favor.
Tomo el pañal y me voy rápido, casi cayendo por los movimientos del autobús. Este baño es raro; es muy pequeño, no sé que voy a hacer con este pañal y aun lo tengo duro, se me han ido las ganas desde que pasó. Parece que el niño solo orinó en el pañal, puedo olerlo, me gusta un poco ese olor, cuando no es tan intenso. Creo que la señora dijo que lo tirara en el baño, oh, no! Alguien se ha robado el baño y solo hay un hueco por donde se ve la carretera. Ji ji ji, el pañal se destrozó cuando golpeo abajo.
Hemos llegado, este pueblo es extraño, solo hay casitas; no hay edificios, ni tiendas, solo hay un mercado grande donde hay mucha gente y me vuelven loco, al verlos caminar de acá para allá, unos gritando; otros hablando; otros cantando, ¿No se pueden callar un segundo? Tenemos que esperar en este mercado porque alguien vendrá a recogernos, pero no creo soportar un segundo más. Mi abuela se acercó hacia una camioneta que se estacionó en la esquina, después de media hora de esperar, una señora que yo no conozco nos llevó a una casita a la que pudimos haber ido caminando sin problemas. La señora y mi abuela hablan dentro de la camioneta, yo no las puedo escuchar en el camino por que voy en la caja de la camioneta y ellas en la cabina; pero cuando llegamos bajan y puedo oír lo que dicen.
–Los niños están adentro, tía—dice la señora a mi abuela—. Ya ni se han de acordar de usted.
–uuu, no, hija, hace bien mucho que vine—, responde mi abuela, mientras la señora saca las llaves para abrir la puerta,
Es una puerta de metal con una ventana en la mitad superior, al abrirse emite un rechinido penetrante. Unos niños se acercan a la puerta al escucharla abrirse.
–Ella es su tía Carmen—les dice la señora—, salúdenla (–buenas tardes, buenas tardes–), –¿se acuerdan de ella? Vino hace 2 años.
–Ah, sí—dice dudando el más grande.
–Sí, sí—añade el otro con gran convencimiento.
Pasamos adentro de la casita y ahí adentro mi abuela me presenta con los niños—El es su primo Andrés—y dirigiéndose hacia la señora—es hijo de Javier; yo choco la mano con ambos y en ese momento su madre los manda a las tortillas, yo dudo un poco hasta que mi abuela dice—Anda, ve con ellos—. Y salimos los tres de la casa.
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