Estuve en tus manos (Capítulo II)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Bustello.
II.
Este Pueblo no deja de parecerme extraño; Luce todo seco, árido, y las calles están llenas de tierra. Parece que levantar la tierra al caminar es lo único que me entretiene lo suficiente para evitar hablar con los dos chicos que vienen conmigo. Ellos vienen muy interesados en su plática, que tal vez es sobre mí, pero no me importa. De repente, algo que dicen cuando doblamos en la esquina, llama mi atención, y me hace comenzar a hablar con ellos.
–En esa casa de ahí—, me dice el bajito—, se cogieron a una vieja.
La casa a la que se refiere, son solo los vestigios; solo un pequeño cuarto está en pie junto con las paredes exteriores. Yo me quedo sorprendido de escucharlos hablando de esa manera.
–¿En serio?—pregunto, intentando disimular mi asombro.
–Fue la hija de Don Lencho, ¿verdad?—dice el más alto al otro, como si no me hubiera escuchado; pero el otro me responde al notar el silencio.
–Sí, de veras—dice con gran entusiasmo (y yo ocultando el mío), —. Nosotros estábamos jugando ahí cerca en la noche, y los vimos cuando se metieron. Después se empezó a oír que le hacían: ‘’ah, oh, oh, ha, ’’ y que nos arrimamos a ver…
–Pero ni se veía nada—Añade el otro—, nomás se escuchaba que ahí estaban.
–Yo si los vi, hasta ¿no te acuerdas que nos dijo que nos fuéramos, y nos fuimos corriendo?
–Ah, si es cierto.
Entre su conversación no se estaban preocupando mucho en resolver mis dudas, pero después yo me comencé a acoplar cuando empezaron a hablar de algo que llamaban ‘’mecos’’. Realmente me preguntaron que si sabía que eran esos mecos, pero solo me limito a esperar que ellos digan algo para no quedar como un tonto. Dicen que es algo que te sale de la cosa cuando te besas mucho con tu novia y te la coges. Yo no tengo novia, ni siquiera conozco niñas, y tampoco estoy muy seguro de qué significa coger; creo que es algo parecido a lo que me hizo el amigo de mi papá cuando era más chico, o a lo que yo hice a Daniel. Pronto dejamos de hablar de eso; llegamos a las tortillas; regresamos, pasamos otra vez junto a la casa donde cogieron, y yo intento ver por la ventana del único cuarto que queda en pie, e imaginarme como estaban ahí esos dos, cogiendo.
Pasaron como cuatro horas y yo ya soy buen amigo de los dos chicos, Juan Manuel es el más chico, pero tiene 11 años, es mayor que yo aunque se ve como si fuera mucho menor. El otro se llama José, casi no me habla y tampoco parece tener la edad que dice: 12 años. Hay otro niño que se llama Román, él tiene 3 años, es muy lindo pero no me habla, parece que me tiene desconfianza. Con el que me la llevo mejor es con Manuel, él y yo hablamos de muchas cosas y nos ponemos a jugar muchas otras.
Estoy jugando a verdades o retos con Juanma y con José, es con una botella, la giramos por turnos y al que apunte la boca de la botella tiene que escoger entre hacer un reto o contestarnos cualquier pregunta que decidamos hacerle. Naturalmente, todos escogemos verdad, pues no estamos dispuestos a que nos pongan a hacer algo vergonzoso o que no queramos hacer. Transcurre el tiempo y sólo pasamos haciendo preguntas estúpidas, hasta que Manuel es señalado por la botella por tercera vez.
–¿Verdad o reto?—pregunta José.
–Ya sabemos lo que va a decir—intervengo yo—, ya no hay que jugar a esto…
–Reto—responde Manuel, dejándonos sorprendidos.
–eh, bueno—dice José, intentando pensar algo bueno que poner a Juanma a hacer—. Pues ¿Qué le pongo, Andrés?
–No sé—digo yo—, era tu turno, debes de pensarlo tú.
–Está bien—. Lo mira de pies a cabeza, aún pensando y le pregunta— ¿Todavía tienes la costra en la espalda?
–Sí—responde Manuel, y se quita la camisa para mostrársela.
Es una costra grande, esta en medio de su espalda. José le dice que tiene que dejarse quitar la costra, y yo le pregunto que por qué quiere hacer eso, él solo me dice que yo no le ayudé a pensar nada más. La costra comienza a desprenderse y a Manuel le saltan las lágrimas, también se puede ver que una gota de sangre le escurre por la espalda. De repente José le arranca la costra de un tirón y le deja la carne viva; Juan se echa a llorar sobre la cama y pequeñas gotas de sangre se distinguen en su herida. Me duele solo de verle. José le pide perdón y le dice que nos deje limpiarle para que no se vaya a infectar y para que no le duela tanto. José va al cuarto donde está su madre, mi abuela y Román, es el que está al frente de donde estamos, que es el cuarto de ellos, y se tiene que atravesar la sala de estar para ir de un cuarto a otro. Llega con una botella de alcohol puro y una bolsa con algodón, saca un pedazo de algodón de la bolsa y lo moja en el alcohol, pero Juan se niega.
–¡No lo hagas! Me dolerá—Y las lágrimas le siguen saliendo de los ojos.
–No seas llorón—dice José—, solo las niñas hacen eso.
–No me llames niña—replica Manuel, aún llorando y protegiéndose con una almohada que abraza.
–Por favor, Manuel—intervengo yo—, es para que estés mejor.
Él me mira, sé que confía en mí. Parece que siente algún apego conmigo, aunque llevamos tan poco de conocernos. Accede cuando se lo pido, pero me dice que lo haga yo para que José no lo lastime. Comienzo limpiándole con cuidado la sangre que le escurrió por la espalda hasta el pantalón, pero mientras avanzo hacia abajo empiezo a sentir lo mismo que en el autobús, tengo que evitarlo. Ahora le estoy limpiando la herida que le quedó; Él se mueve ligeramente en ratos y da quejiditos, sé que le esta doliendo e intento hacerlo con más suavidad, José se da cuenta y me empuja la mano contra él. Manuel está llorando de nuevo con la cara clavada en una almohada y cubriéndose con otra el cuerpo para que no nos acerquemos. José se está disculpando otra vez, pero ahora es más difícil pues Manuel ya no le cree. Dice que lo dejemos así, que ya se va a poner la camisa, pero José que es más fuerte que él, lo sujeta rápidamente y le dice que lo va a curar aunque no quiera.
Se está haciendo noche, hace horas que dejamos de jugar a verdad o reto desde que Manuel se echó a llorar por la costra que José le arrancó de la espalda e intentamos curarle. Ha llegado un coche a la casa, dice el señor que estaba en él que nos llevará a mi abuela y a mí a la casa de mi tía Nena, que es la hermana de mi abuela, y con la que se supone que veníamos de visita. Manuel le pide a mi abuela que me deje quedarme en su casa, y dice que ellos me llevarán mañana que vayan a casa de mi tía Nena. Mi tía, la madre de ellos, dice que no hay problema y mi abuela acepta.
Mi abuela ya debe estar en casa de mi tía Nena, ya es de noche y Juanma y José me llevan a una casa que está a cuatro calles, entramos a ella y compramos muchos cohetitos, así les llaman, son fuegos artificiales pequeños, nunca había visto nada igual. Regresamos y nos quedamos cerca de la casa. Unos amigos de José y Manuel llegan también con cohetitos; encendemos unos blancos con putas de colores que parecen frijoles, a los que les llaman marcianitos, y me gusta como los encienden, solo frotan la mecha en el suelo. Cuando los encienden los dejan en el suelo o los arrojan, son como pequeños cohetes, ahora entiendo por qué les llaman cohetitos; lanzan chispas y salen disparados hacia todas direcciones. Manuel hace algo que me gustaría intentar: sostiene el marcianito entre los dedos y deja que se encienda, así puede dirigir las chispas hacia donde él quiera y puede perseguir a los demás. Yo le pido que me enseñe como hacerlo y el lo hace. Cuando logro hacerlo tengo miedo y mantengo mi mano alejada de mí y tengo los ojos entrecerrados. José intenta hacerlo también, pero cuando la mecha se termina no sucede nada, él sacude el marcianito y maldice pero sigue sin suceder nada, pasa un rato más y mientras sigue sacudiéndolo y maldiciendo le explota en la mano y pega un brinco con una cara muy chistosa; Todos nos reímos y él solo hace como que no nos toma importancia.
Cuando se hace más tarde tenemos que entrar a la casa. Estamos en el cuarto, Román está dormido en una cama pequeña pegada a la pared y nosotros estamos sentados en una cama que está pegada a la pared del otro lado, junto a la puerta del cuarto. Platicamos y reímos recordando como le explotó el marcianito a José, y él tiene ganas de reírse, pero no lo hace. Ya tenemos que dormir y Manuel dice que vayamos al baño antes de hacerlo. Vamos los tres juntos; Juan y José orinan al mismo tiempo, esperan que yo también lo haga, pero no me atrevo a sacármela frente a ellos: Me da vergüenza y digo que no tengo ganas, pero sí las tengo y solo los veo, se la veo a Juan y se me pone dura. De regreso en el cuarto nos acostamos a dormir, yo con Juan en la cama donde estábamos sentados: él del lado de la pared y yo por afuera. José se duerme sólo en otra cama que esta junto. Cuando noto que se duermen, me paro y voy a orinar por que ya no aguanto, cuando me la saco está durísima. Iba con la intención de orinar, pero al tocármela se siente realmente bien, estoy recordando como estaba orinando Manuel, como se tocaba el bebé del autobús y la tenía dura, y en Daniel. Ahora sé por que le gustaba a Daniel, por qué la tenía tan dura también él, y por qué me pidió que lo hiciera de nuevo.
No puedo detenerme.
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