Eventos de mi vida 4. Parte II Matina: Mi primera vez como receptivo
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Hace años vivía en un pueblo cercano a la ciudad capital de mi estado. En ese tiempo, el pueblo ese solo tenía escuela primaria y para los estudios subsecuentes, había que trasladarse a la ciudad. Estaba cursando el bachillerato y diario debía viajar; al término de las clases, tomaba el camión para volver a casa, el último salía a las nueve de la noche, no tomarlo, significaba quedarse varado lejos del hogar.
Me desenvolvía en dos grupos sociales, el de compañeros de estudio y el de amigos del billar. Con estos últimos, con frecuencia recorría antros bebiendo. Cuando cumplí 18 años, me invitaron a celebrarlo y nos metimos a un bar. Distraído con los brindis y chistes que se contaban, no me percaté que las nueve de la noche estaban por llegar, pasó y a poco menos de las diez, uno de los compañeros dijo que se retiraba y generó con ello una desbandada, empezaron a irse cada quien a su casa, supongo; hasta que solo quedamos Jorge, de quien era más amigo, otro camarada y yo, solo entonces me di cuenta de la hora; no había que hacer, el último transporte que me llevaría a casa había salido, me encontré indeciso sobre qué hacer, Jorge sugirió comprar dos six’s y que los bebiéramos en su casa, el otro camarada declinó la invitación y se fue.
Como ya una vez Jorge y yo habíamos terminado la parranda en su casa, acepté para que, mientras amanecía, no tuviera que beber más en el bar o deambular por las calles para matar el tiempo, con el riesgo que ello implicaba. Pedimos un six y salimos. Él era hijo único, su mamá, una diputada federal, por su ocupación pasaba mucho tiempo en la ciudad de México, por lo que la casa era casi de su uso exclusivo. Nos instalamos en la sala y terminamos las cervezas que nos tocaron a cada uno, cuando ya no hubo más le dije que quería dormir un poco; me invitó a pasar a una alcoba contesté que el sofá era suficiente, el alba estaba por llegar y me iría con ella; contemporizó conmigo y dijo que él también se quedaba en la sala. Me acosté sobre el mueble y él lo hizo en el piso; la alfombra era blanda y tibia, así no pasaría fríos. Se desnudó y se dejó solo el bóxer; yo me quité los zapatos y calcetines, pero más ropa, no.
Ya en otra ocasión, al final de la parranda habíamos terminado en su casa, esa vez nos dimos un faje de campeonato, ahora, al apagar la luz, Jorge empezó a platicar, al poco rato dejé de contestar por estar quedándome dormido, entonces, en la bruma del sueño, sentí su mano tocar suavemente, por sobre la camisa, una de mis tetillas; como la vez anterior se había dado vuelo haciendo lo mismo nada dije y se animó a seguir, puso otra vez la mano y me acarició. Yo estaba medio bebido, lo deseaba y lo dejé seguir tocándome; lo hacía suavemente, casi con cariño, pasó a mi otra tetilla, metió la mano bajo mi camisa y empezó a oprimir mi pezón; en cierto momento, con un jalón suave pero delicado, me bajó del sofá; fingí seguir dormido, supongo que no lo creyó o tal vez no le importó.
Teniéndome en el piso, boca arriba, empezó a besarme y a fajar, un momento después metió una de sus piernas entre las mías, se me subió y ya arriba, metió la otra y abrió mis piernas; sentirlo entre ellas me empezó a erotizar y más que seguía fajándome, lamió mi cuello, mordió mis orejas y mi labio inferior, empecé a sentir un grato calorcito, siguió así un rato más; poco a poco las caricias se fueron haciendo más intensas; en un momento dado, sin dejarme de acariciar, empezó a destrabarme el cinturón, lo consiguió y pasó al pantalón, bajó la cremallera, metió la mano en mi trusa, tomó un manojo de vello púbico y lo jaló suavemente, subió la mano a mi abdomen y siguió hasta mis tetillas, yo fingía que seguía dormido. De pronto me hizo girar y me puso boca-abajo, me besó la nuca, la mordió suavemente, empezó a bajar por mi espalda besándola y a la vez bajándome la camisa; llegó a la cintura y empezó a bajarme el pantalón y los calzones juntos, quise frenarlo, pero mis músculos no obedecieron, en realidad en mi interior estaba deseando lo que venía.
Obviamente él no se enteró de eso y siguió bajándomelos; sentí su respiración febril, el vaho en la nuca, su excitación. El saber que se había puesto en ese estado de lujuria por lo que enseguida me haría, hizo que me erotizara a tope y a desear intensamente recibirlo dentro de mí; empecé a gozar por anticipado la cercanía del momento y a disfrutar al máximo, como nunca he gozado en mi vida, cosas tan simples como irme quitando el pantalón lentamente, a la vez que rozaba con sus labios mi espalda. La culminación vino al llegar a mis nalgas. Comprendí que ya estaba entregado a él, cuando ya no le fue posible seguir sacando mi pantalón y casi sin darme cuenta elevé el trasero para que pudiera hacerlo; pero ya no siguió ¿Para qué? Me había descubierto las nalgas; que era lo que quería, olvidó la sutileza, empezó a acariciármelas con ambas manos, a estrujarlas, a mordisquearlas; las separó con los pulgares lo más posible y expuso el acceso a mi interior, haciendo con eso que se me escapara un apagado suspiro que esperé no hubiera escuchado y cuando sentí la punta de su lengua tocarlo, mi quejido fue más fuerte y claro, de nuevo esperé que tampoco lo hubiera oído, aunque para ser honesto, con ese nivel de calentura ¿Qué importaba si me escuchaba o no?
El muy bandolero era hábil para dar esa clase de estimulación, luego de un momento, la gratificación que su lengua me daba se hizo enervante; de vez en cuando metía la punta, por cierto con algo de ayuda de mi parte, pues al sentir la presión, relajaba yo el esfínter; esa acción mía le hizo saber cuánto estaba haciéndome gozar, la paradoja es que yo seguía haciendo que dormía.
Sabiendo que me tenía subyugado con la estimulación lingual, se detuvo un momento, se enderezó levemente y me sacó el pantalón junto con los calzones, la camisa tenía rato que había volado, volvió a meter la boca entre mis nalgas y su lengua en mi ano, metió ambos brazos entre mis piernas, los pasó bajo mis ingles, entrelazó sus dedos encima de mi espalda, jaló sus brazos, me hizo bajar el abdomen y parar la cola, así formé un arco que le ofrecía mejor mi entrada. Para entonces ya estaba yo como agua para nescafé, entonces retiró su boca de entre mis nalgas, ya me había lubricado la puerta de acceso con saliva, se hincó, le puso un poco a su glande, se acostó sobre mí, con la mano colocó la cabecita en mi ano y empezó a empujar.
En ese instante tuve conciencia de una sensación que me ha perseguido toda la vida: su glande pareció transformarse en una especie de cojín carnoso, suave y flexible que envolvía la punta del pene y se amoldaba a la forma del orificio en donde presiona al pugnar por entrar, para con ello facilitar la penetración con tersura, de la porción dura del cuerpo del pene, como si éste fuera de hueso y el glande fuera de seda.
En el momento en que entró, lo hizo irrumpiendo abruptamente en mi interior y eso se dio por las siguientes razones: Al empezar a empujar para meterlo, inconscientemente contraje el esfínter, eso hizo que él imprimiera más fuerza al empuje; sin embargo, no es posible mantener el esfínter contraído de forma continua y menos durante mucho tiempo, se relaja de forma intermitente e involuntariamente, como si palpitara, en una de las palpitaciones se relajó y el miembro pudo entrar, como la presión ejercida era intensa, al hacerlo se me fue completo y no llegó a tocar mi fondo, porque su miembro no es muy grande, solamente lo normal en el mexicano promedio, el suyo mide más o menos unos 14. 5 centímetros de longitud, en cambio mi recto tiene 19.3 centímetros de profundidad; para poder llegar a tocarme el piso del fondo, todavía requería unos cinco o seis centímetros más de longitud.
Otra cosa inolvidable, más importante que las demás pues las supera, es la sensación quemante que producía la fricción de su miembro en la piel de mi ano al entrar y salir con frenesí. En reflexiones posteriores concluí que cuanto más tarda un amante en llegar al orgasmo, si solo se lubrica con saliva y no con la sustancia adecuada, mayor es la irritación quemante y el escozor que produce, pues la fricción evapora la saliva y luego de unos momentos es un roce de piel con piel.
En aquel momento la emoción fue ambivalente: por una parte quería que ya terminara y se detuviera, por otra, que siguiera estimulándome con toda su intensidad. La fricción generaba un calor irritante, tan doloroso como igual de placentero; hubiera querido no sentir el dolor de la quemadura, aunque si lo delicioso de su miembro al entrar y salir, produciendo ese calor enervante. Paradójico ¿No? Hoy sé que puede evitarse el dolor untándose ambos un poco de gel al agua, el cual permite sentir el calor de la fricción, sin que haya irritación ¡Felicidad pura!
Por último, tuve la sensación de pertenencia, a la vez que yo era suyo él era mío. Me hizo suyo mediante la penetración y yo lo hice mío al adueñarme de su esencia, de lo mejor de sí mismo, de su semilla, en el momento en que la vertió en mi interior.
Cuando el orgasmo le llegó se aferró a mis hombros, metió con fuerza su miembro, lo más adentro que pudo llegar y se mantuvo empujando durante toda la eyaculación, empujaba tanto que me pegaba su pubis a las nalgas como lapa, como si me quisiera meter también sus testículos. Sentí las convulsiones de su cuerpo al eyacular, en cada una hacía una especie de arco y metía, como si más fuera posible, su miembro; sus manos seguían engarfiadas a mis hombros con tal fuerza que empezaban a causarme dolor. Al cesar sus contracciones, segundos después lo sentí salir de dentro mío, aún erecto. Estuve a punto de protestar y decirle que lo metiera de nuevo y lo dejara dentro un ratito más, pero no me atreví. Enseguida sacó una pierna de entre las mías, luego la otra, se bajó de mí y se recostó a mi lado.
Ahí yo tuve un problema: él tuvo su orgasmo y quedó satisfecho, yo seguía erotizado y con el deseo de seguirlo sintiendo dentro; sin embargo, entendí que eso ya no sería posible, lo más seguro era que se le hubiera puesto flácido, me dejó con ganas y tuve que aguantármelas como los meros machos o mejor dicho ¡Como las meras hembras! Poco a poco la calentura se me fue bajando y poco después oí los leves gorgoteos de sus ronquidos, aunque ciertamente ronca muy suavecito.
Ya con él dormido, no tenía que fingir, me vestí y me recosté en el sofá, aunque ya no pude conciliar el sueño, cuando por la ventana empezó a filtrarse la claridad del alba, me levanté y en silencio, me puse los calcetines y zapatos e intenté escabullirme en la penumbra de la sala, pero de alguna forma me oyó y fue tras de mí, poniéndose el pantalón en el camino, a saltos, me alcanzó antes de abrir la puerta de la calle, tomó mi brazo y me pidió que no me fuera, que me quedara a desayunar con él; le dije que no, pero siguió insistiendo. Hoy sé que era el macho reteniendo a la hembra. Quería repetir la sesión de sexo, dudé acerca de lo que haría yo, si me pedía hacerlo otra vez de forma directa, hubiera aceptado creo, pero luego pensé que él tendría otro orgasmo delicioso y yo iba a quedarme con mi calor encima y antes que abiertamente lo pidiera, decliné la invitación diciendo que necesitaba llegar a casa, pero que otro día aceptaría desayunar con él, eso tuvo la virtud de apaciguarlo y me dejó ir.
Será grato recibir comentarios respecto a los escritos, que me motiven a narrar la fase siguiente de cada uno de los periodos. Y también, por qué no, una que otra propuesta de caballeros activos que de preferencia anden en los 50’s o los ronden. Recalco lo de ¡De preferencia! Pues ese rango de edad no es una condición incontrovertible. Soy asequible a la variedad; entre tanto, besos a todo el que quiera recibirlos. ¡Chau-chau!
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