Fantasía. Cap, 2 El taller del centauro
Ayvan me posee, me cuida, me hace el amor..
El taller olía a humo y humedad a partes iguales, igual que el establo del otro lado del campo. Con la fragua encendida a tope el calor del verano se hacía insoportable por momentos y el viento apenas ayudaba a disipar la atmósfera pesada.
Había otro olor, intenso y escondido que gobernaba el lugar extendiéndose entre las cosas, como una sombra acechante bajo los martillos y el mandil de cuero que el centauro llevaba encima. El olor de un cuerpo sudoroso, como a romero y tierra, a madera quebrada fresca y a carbón humeante.
Ayvan me pasó el mandil por el cuello, sujetándolo a mi espalda con los broches de madera, y en el transcurso sus brazos me envolvieron rápidamente, atrayéndome para acomodarme la prenda. Inclinado sobre mí desde su altura, su cabello me cayó en los hombros, húmedo de sudor y agua de río. Sentí alguna gota deslizarse por mi espalda desnuda hacia el encuentro con el borde de mi pantalón.
Lentamente completó la tarea, retrasándose más de lo necesario en acomodar el pesado delantal, mientras poco a poco me empujaba hacia el tocón con el yunque. Los martillos reposaban a cada lado inermes. Todo allí tenía escalas gigantes, dimensiones toscas y universales. Sin el brillo del fuego habría sido imposible distinguir el cuero, el metal, la madera de cada rincón e instrumento.
A mi costado el brazo del centauro tomó una masa pequeña entre todas y la corrió hacia mi mano, pero me distraje comparando el pulgar de su mano. Enseguida mis ojos escalaron por su brazo asombrándome contenido con la visión de su brazo velludo y brilloso de sudor. Ayvan debió notar mi distracción desde el inicio pero no me interrumpió. Mi mano siguió a mis ojos por su brazo, tocando los músculos calientes mientras sentía un estremecimiento que me recorría el cuerpo desde el culo hasta la cabeza.
Enseguida me di vuelta, mientras mis manos pasaron ahora a su pecho que se me hacía interminablemente ancho y voluminoso. Las tetillas asomaban entre el vello, erectas y sonrosadas. Las sentí tan apetecibles que mi boca las buscó entreabierta ya ansiosa por degustarlas y él me ayudó inclinándose hacia mí hasta que me prendí de su pecho como un borrego ansioso. El me sujetó la nuca delicadamente guiándome por su pecho, susurrándome mientras me llevaba de un lado al otro sobre su piel. Cuando me aparté tenía la cara enrojecida de excitación y húmeda de su sudor, pero no pareció importarle.
Lo había visto montar hembras, escondido entre los arbustos cuando lo seguía hasta el río en mitad de la noche, y por ello sentía un miedo inconfesable de que tratara de penetrarme igual de rudo. Miedo a que me destrozara buscándose el placer dentro de mi culo.
Pero tenía otros planes; me tomó de la cintura con firmeza dándome vuelta de frente sobre el yunque y empujándome por los hombros quebró mi cintura sobre el hierro. “Levanta el culo”, me gruñó. Levanté el culo, aunque inexperto y no fue de su agrado, por lo que su manaza se me metió entre las piernas y me tiró hacia arriba obligándome a quedarme de puntillas con el ano totalmente expuesto. Su barba me raspó pero la lengua a continuación se sintió maravillosamente bien mientras hurgaba con ella dentro de mi culito estrecho.
A partir de ahí todo sucedió cada vez más rápido. Su respiración se sentía como un resoplido caliente de la fragua a través de su barba espesa. Sus patas se alzaron con un salto que me estremeció hasta lo más hondo del susto, mientras se afirmaba sobre los bordes de la mesada tosca y sentí su inmenso miembro rozándome la espalda, apoyado sobre la depresión central de mi columna. Como un largo monstruo asentado sobre mí, palpitante, húmedo, manteniéndome oprimido sobre el metal del yunque. Se deslizó arriba y abajo, untándome la espalda con su olor a animal y sexo descontrolado. El miedo al dolor poco a poco fue pasando a medida que comprendía sus intenciones.
Me arquee levantando el culo todo lo que me fue posible, sobre las puntas de los pies y mi pecho pegado al yunque. Gruño satisfecho de mi colaboración y su gigantesco miembro se deslizó por mis curvas con creciente frenesí. Sentía en la nuca la humedad sus gemidos por encima de mí a medida que se acercaba al orgasmo. Al final su verga monstruosa se hinchó y latió apresuradamente, y el semen como un río comenzó a salir chocando contra mi cuello y empapándome la espalda.
Luego de acabar se deslizó abandonándome y al tranco lento salió del taller al patio, sin mirarme sobre la mesa donde quedé todavía arqueado y chorreante de semen y sudores. Escuché correr agua y sus gruñidos satisfechos mientras trataba de recuperar el aire.
Cuando volvió a entrar traía un balde de agua fresca del pozo, que usó para limpiarme lentamente con sus manos y un trapo. Me quitó el mandil de cuero que iniciara todo y sus manos me frotaron suavemente el cuerpo, quitándome el semen y el polvo con el agua fría. Con delicadeza me alzó para sentarme sobre el yunque y lavarme el pecho, el rostro y las piernas. Detuvo el baño un momento para aliviarme la erección que sus caricias me provocaban, frotándome la verga con su mano mientras su lengua se hundía suavemente en mi boca ansiosa. Ahogó mis gemidos con sus besos y con su abundante saliva que yo bebí a tragos ansiosos mientras me derramaba sobre sus dedos.
Luego de que acabara, me empujó sobre la mesa de trabajo y levantó mis pies para lavarlos. Húmedo como estaba me secó escurriendo mi cuerpo con sus caricias y me chupó los dedos de los pies, la planta, el talón, descendiendo por las pantorrillas alternativamente hasta encontrar mis glúteos. Hundió la cara ahí y aspiró fuerte; lo sentí cocear impaciente. “Un día voy a penetrarte justo acá” susurró, quizá más para él mismo que para mí. Aun así me estremecí con la frase.
Finalizando me levantó y ayudó a vestir lentamente. Las caricias acompañaron todo el proceso, hasta que mi camisa se cerró y el retrocedió un paso.
Sus ojos estaban oscurecidos pero amables; ya no era el mismo adusto centauro que veía habitualmente. “Te gustó” susurró. “Me encantó” respondí sin dudar. Era cierto como la vida.
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