Fiesta de Cumpleaños 2
Tras lo ocurrido en la noche anterior, descubro que Lucas lo vio todo.
Fiesta de Cumpleaños 2
- Espero que disfrutases anoche.
Así rezaba el único mensaje que mandó Lucas. ¿Qué significaba eso? Me senté y miré hacia la pared de en frente, intentando recordar todo lo que pasó anoche. Empezamos a beber y a jugar a la play, nos reímos muchos, seguimos bebiendo…, acabé vomitando… ¿Qué pasó después? A partir de ahí todo me resultaba más confuso.
Miré hacia mi derecha y vi el cuarto de baño. ¡Es verdad! Vomité de nuevo y acabé en la ducha. Gabi y Lucas me bañaron…, joder, ¡qué vergüenza! Me eché las manos a la cara y me dejé caer sobre la almohada, jurando no volver a beber alcohol. Aquella última acción activó los últimos recuerdos de la noche que tenía: Gabi entre mis piernas, devorando con fiereza mi pene mientras que perforaba mi ano con su dedo.
Tragué la poca saliva que tenía en la boca, pensando en esto último. ¿Cómo coño acabamos así? No lo recordaba, aunque sí que disfrute mucho, pero… Joder, Gabi era mi amigo, uno de mis mejores amigos. ¿Cómo se supone que tendría que mirarlo a la cara ahora?
El mundo se me vino abajo al recordar las palabras de Lucas. ¿Sabría algo? ¿Nos habría visto o escuchado? Un pellizco se me cogió en el estómago, casi ahogándome. Necesitaba hablar con él, saber a qué se refería y por qué me había bloqueado.
Es verdad, me había bloqueado. Aunque nos hubiese pillado en pleno acto, no entiendo el por qué dejar de hablarme o bloquearme. Lucas no era homófobo, bueno, quizá algo sí, pero… Mierda, nos conocemos desde que éramos querubines, no creo que me diese de lado por eso.
Eso me llevó a pensar el hecho de: un hombre (bueno, mi amigo) de ha chupado el pene y te ha metido el dedo en el culo y te ha encantado. ¿Eso me hacía ser gay? Nunca había pensado en esa posibilidad, aunque estaba algo confundido en ese momento.
Justo en ese momento, Alejandro abrió lentamente la puerta, asomando la cabeza para ver si estaba despierto. Me ajusté bien las sabanas por la cintura, cubriendo mi desnudez
- Buenos días. – le dije.
- Querrás decir buenas tardes. – me contestó, riendo.
Realmente, no me había fijado qué hora era. Levanté mi móvil y vi que eran las 16:32.
- ¡Hostias! ¿Por qué no me habéis despertado antes? – dije, al ver lo tarde que era.
- Nosotros llevamos despiertos media hora o así. – empezó a decir, sentándose en mi cama. – De hecho, Lucas ni siquiera está.
- ¿A dónde ha ido? – pregunté.
- Me escribió algo de que su madre quería que cuidase de su hermano o algo y que tenía que irse. – contestó.
¿Se había ido para cuidar a su hermano? Manuel (su hermano) se había quedado solo infinidad de veces, por lo que aquello me sonaba algo extraño.
- Ajá. – dije yo, llevándome las manos a la boca para morderme las uñas. – ¿Y Gabi?
- Abajo, recogiendo el desastre de ayer. – se giró un poco para verme mejor. – Oye, ¿tú que tal estás? Ya me ha contado Gabi todo lo que pasó anoche.
No creí que Gabi hubiese contado lo que hicimos, así que supuse que se refería a lo malito que me puse.
- Si te soy sincero… No sé si tengo más sed o más hambre. – sonreí. – Aunque, por lo demás, estoy nuevo.
- Siento no haber estado ahí ayudándote, pero es que me quedé frito en el sofá. – me dijo, haciendo una mueca de disculpas y llevando su mano a mi hombro.
- No te preocupes, tío, no pasa nada, de verdad. Por cierto, ¿puedes llamar a Gabi para que suba? – le pregunté.
- – se levantó y salió del cuarto.
Al poco tiempo, Gabi apareció en el cuarto. Llevaba puesto una camiseta ancha de color gris y unos pantaloncillos cortos de nailon de color azul marino. Tenía el pelo despeinado y unas ojeras considerables.
- ¿Me has llamado? – me preguntó, con tono neutro.
- Eh…, sí. – le contesté, nervioso. – Era para preguntarte por mi ropa, es que bajar en pelotas está feo, creo. – sonreí para quitar tensión a la situación.
- ¡Ah! Bueno, un poco feo sí que está. – sonrió, y vi cómo se relajaba un poco. – He puesto tu ropa a lavar, ya que estaba manchada de…, bueno, de anoche.
Cuando dijo ‘de anoche’, miró hacia el suelo y se puso algo colorado. No sabía si era el momento de hablar del tema, teniendo a Alejandro tan cerca, por lo que preferí agradecerle haberme cuidado.
- Muchas gracias por cuidarme ayer, Gabi. – le dije, mirándolo fijamente a los ojos.
- No te preocupes, enano, para eso estamos. – me respondió, acercándose un poco a mí. – Pero la próxima vez friegas tú. – llevó su mano hacia mi cabeza y me despeinó.
- Espero que no haya próxima vez. – le contesté, sintiéndome mucho mejor al ver que todo seguía como siempre. – ¡Me muero de hambre!
Gabi dio una carcajada y se levantó de la cama. Se dirigió hacia su armario y sacó un pantaloncillo de tela, una camiseta y unos calzoncillos.
- Te quedará enorme, pero es lo que hay. A no ser que quieras bajar desnudo. – me guiñó un ojo y sonrió pícaramente, lanzándome la ropa.
- Me apañaré con esto, gracias. – le dije, riendo también.
- Bueno, te dejo algo de intimidad. – comenzó a dirigirse hacia la puerta.
- Hombre, después de lo de anoche ya me da igual, jajaja. – dije yo, arrepintiéndome instantáneamente de haberlo dicho.
- ¿A qué te refieres? – preguntó Gabi, nervioso.
Comenzó a retorcerse los dedos, gesto propio de Gabi cuando está en una situación de estrés.
- De que me tuvisteis que duchar, ¿no? – respondí, lo más natural posible.
- ¡Ah! Sí, sí, claro. – pude apreciar perfectamente cómo sus músculos se destensaban y cómo su rostro volvía a la normalidad. – Bueno, da igual, vístete tranquilo.
Llegó hasta la puerta y salió del cuarto, cerrando la puerta tras de sí. Me arrastré por la cama y llegué hasta la orilla más cercana a la puerta. Quité las sábanas de encima de mis piernas y me puse de pie. Ahora que lo pensaba, estaba totalmente limpio a pesar de recordar cómo la esencia de Gabi caía sobre mi pecho y abdomen.
No le di importancia y comencé a vestirme. Los calzoncillos eran demasiado grandes para mi estrecha cintura, y es que la diferencia de tamaño entre Gabi y yo era considerable. La pantaloneta, sin embargo, traía un cordón con el que pude amarrármelo y dejármelo puesto. La camiseta me quedaba enorme, y es que a Gabi le gusta vestir ropa de mayor tallaje que la que realmente debería usar, por lo que a mí casi me llegaba a las rodillas.
Aquello no estaba tan mal, aunque me sentía algo incómodo al no llevar calzoncillos. Creí que se me notaría el contorno del pene en los pantalones, pero la camiseta cubría aquella zona, así que decidí bajar a ver si había algo de comida.
Una vez abajo, me encontré todo muy limpio y ordenado. Ale y Gabi estaban en la cocina, echándose comida en los platos que había encima de la pequeña mesa que había en un rincón. Cuando me acerqué, vi que había un tercer plato con comida ya encima, que supuse sería para mí.
- Mmm, que buena pinta… – dije, con la boca hecha agua al ver los dos filetes empañados y el trozo de tortilla.
- Siéntate y come ya, anda, que no debes de tener nada en el estómago. – dijo Gabi.
- ¿Quieres agua, Mati? – me preguntó Ale, que también se estaba sentando.
- La echo yo, no te preocupes. – contesté.
Así, devoramos ávidamente lo que había en nuestros platos, echándonos más comida hasta hartarnos. Cuando terminamos, los tres estábamos echados sobre el respaldo de nuestras respectivamente, respirando pesadamente.
- ¡Dios! Estoy lleno. – dijo Gabi.
- Creo que voy a reventar. – añadió Ale.
- Que alguien llame a un paramédico… – bromeé.
Los tres nos reímos y nos quedamos allí relajados, hablando de esto y de aquello hasta que a Ale comenzó a sonarle el teléfono. Al cabo del rato, volvió y dijo:
- Chavales, mi primo acaba de llegar a la ciudad y me ha avisado para recogerme y echar el día juntos. – miró a Gabi. – Creo que volveré sobre las diez o así, ¿te importa quedarte con Mati mientras? Es que hace meses que no lo veo y…
- No te preocupes. – le interrumpió Gabi. – Si Mati quiere, paso con él la tarde.
- Claro, sin problema. – contesté yo. – Podemos ir a mi casa, o quedarnos aquí, me da igual.
- – Ale recogió un par de tuppers y los metió en una bolsa de plástico. – Te voy hablando, ¿vale Gabi? Que tengo que ducharme y todo.
- Vale, crack, pásatelo bien. – le contestó este.
Escuchamos cómo Ale pasaba por el salón, imagino que para recoger alguna cosa, cómo se despedía de nosotros y la puerta del a calle abrirse y cerrarse al salir este.
Una vez solos, la tensión aumentó de nuevo en el ambiente. Recogimos la cocina callados, hasta que Gabi, al terminar la faena, dijo:
- ¿Un Fifa?
- Vale, pero primero voy a ir al baño. – le contesté.
- Okey, lo voy poniendo.
Me dirigí hacia el cuarto de baño y salí al cabo de un rato, después de lavarme las manos. Mientras estaba allí, le di vueltas a cómo hablar con Gabi sobre lo que pasó anoche ahora que nos habíamos quedado solos.
Fui hasta el salón y vi a Gabi sentado en el sofá, con el mando de la Play sobre su regazo.
- Hay un problema: solo hay un mando. – dijo.
- Mierda, Lucas debe haberse llevado los dos. – contesté. – Oye… ¿Sabes si le pasa algo a Lucas? – pregunté, nervioso.
- No, ¿por qué? Creo que tenía que cuidar de Manu. – me respondió.
- No sé, me ha bloqueado de WhatsApp después de ponerme un mensaje. – le respondí, sentándome a su lado.
- ¿Que sí? – preguntó extrañado Gabi, sacando su móvil. – ¡A mí también me ha bloqueado! Aunque no me ha puesto nada…
- Que extraño todo. – dije, fastidiado.
- ¿Qué te ha escrito?
Opté por abrir el chat y darle el móvil a Gabi para ver su expresión. Observé cómo sus ojos recorrían de lado a lado la pantalla del móvil mientras que su rostro iba poniéndose cada vez más pálido. Releyó el mensaje y bloqueó el móvil, dejándolo encima de la mesa. Se separó un poco de mí y se giró para poder mirarme bien.
- Mati…, anoche…, no sé qué es lo que me pasó. – me dijo, casi titubeando. – Verte desnudo me calentó y con el alcohol se me fue de las manos, lo siento, de verdad. – dicho esto, agachó la cabeza, avergonzado.
Puse mis dos manos en sus hombros y le dije:
- Gabi, mírame. – levantó su cabeza, mirándome a los ojos con los suyos muy brillantes. – No tienes de qué preocuparte, yo también lo disfruté. No estoy enfadado contigo ni nada por el estilo.
- ¿De verdad? – balbuceó, como un niño pequeño.
- De verdad. – le respondí, dándole un fuerte abrazo.
Gabi me devolvió el abrazo, cubriéndome completamente con sus fuertes brazos. Apoyó su mejilla sobre mi hombro y, al cabo de unos segundos, comenzó a gimotear. Me separé de él, extrañado, viendo cómo por sus mejillas caían lágrimas, antes de que se llevara las manos a la cara.
- ¿Por qué lloras? – le pregunté, preocupado.
- He estado casi toda la noche sin poder dormir, pensando que me dejarías de hablar por abusar de ti mientras estabas borracho, pensando que me querrías partir la cara o que se lo contarías a todo el mundo. – me confesó, volviéndose a cubrir la cara con sus manos, llorando de nuevo.
Aquellas palabras me hicieron caer en la cuenta de por qué parecía tan cansado Gabi. Sus temores eran totalmente infundados, ya que no sería capaz de hacerle daño a una persona a la que quiero tanto, pero era comprensible que estuviese preocupado.
- Eres un completo idiota. – le dije, sonriendo, mientras le quitaba las manos de la cara. – ¿En serio crees que sería capaz de algo así?
- Mati, abusé de ti. ¡Eso está mal! – comenzó a decir. – Me aproveché de que estabas muy borracho para poder tocarte, deberías de odiarme.
Sus enrojecidos ojos me recalcaban lo mal que se sentía Gabi por lo que pasó, así que traté de calmarlo.
- Escúchame. – le dije, seriamente. – No te odio, no voy a pegarte, ni a ir contando por ahí lo que pasó. Me desperté antes de que me pusieses la mano en el culo, y aun así me hice el dormido, así que no abusaste de nadie, ¿vale?
Gabi abrió los ojos mientras que también levantaba las cejas, aunque rápidamente volvió a su antigua expresión.
- Bueno, eso no significa nada… Aun así, ibas muy bebido. Sigue siendo lo mismo.
- ¡Déjate ya de tonterías! O, ¿acaso tú no habías bebido también? – le respondí.
- Pero… – intentó decir.
- Ni peros ni leches, Gabi. Te estoy diciendo que está todo bien. – le dije, mientras que le cogía ambas manos.
Gabi echó un largo suspiro, como desprendiéndose de todos los miedos que le habían angustiado durante toda la noche. Se acercó a mí y me abrazó de nuevo, esta vez incluso más fuerte que antes.
- Muchas gracias, enano, lo siento de veras. – me dijo al oído.
- No pasa nada… Pero no me aprietes tanto… – dije como pude, con el poco aire que se atrevió a salir de mi pecho.
Gabi y yo nos separamos, riéndonos. Cuando recobré el aire, le dije:
- ¿Qué hacemos con Lucas?
A Gabi le volvió a cambiar el semblante.
- No sé qué sabrá, pero me parece que el ruido de la puerta fue él. – me respondió, bajando la mirada. – Quizás deberíamos de ir a hablar con él.
- Creo que tengo una idea mejor. – le dije. – ¿Por qué no te quedas durmiendo, que te hace falta, y voy yo a hablar con Lucas?
Gabi le dio una vuelta a la propuesta, frunciendo los labios mientras se lo pensaba.
- ¿Estarás bien yendo tú solo? – me preguntó.
- Sí, claro. – respondí. – Y, si quieres, vuelvo y te cuento qué me ha dicho.
- Me parece bien, necesito dormir, aunque sea un par de horas…
Se dejó caer en el sofá, cayendo fundido, como si, al liberar toda la tensión acumulada, su cuerpo al fin cayese rendido. Me levanté despacio y fui a la cocina a por un vaso de agua. Me lo serví y volví al salón, observando detalladamente a Gabi.
El chico se veía muy lindo, recostado en el sofá, con el cuello ladeado. Su rostro transmitía paz, y, por primera vez, pude apreciar que Gabi era bastante guapo. Me acerqué hacia él puse un cojín a su lado. Lo moví lentamente, haciendo que se tumbase, quedando su cabeza sobre el cojín. Con gran esfuerzo, pude levantar sus pesadas piernas encima del sofá, dejándolo completamente echado a lo largo del sofá. Así al menos no le dolería el cuello cuando despertase.
Como iba a volver al rato, decidí no llevarme nada (a parte de mi móvil y las llaves de casa) e ir directamente a casa de Lucas. Me puse mis zapatos y salí sigilosamente de la casa, cerrando flojito la puerta.
Hacía un calor de justicia en las calles de mi pueblo a una hora tan intempestiva en el mes de agosto, por lo que caminé por la sombra hasta encajarme en casa de Lucas. Por el camino pensé en qué decirle a Lucas, qué preguntarle, o cuáles serían los motivos de su enfado.
Cuando me quise dar cuenta, estaba en la puerta de la casa de Lucas. Me acerqué hasta esta y toqué el timbre, escuchando el sonido de este en el interior. Un par de segundos más tarde, escuché el ruido de una puerta moviéndose y el sonido de unos pasos que se acercaban. La puerta de la calle se abrió y me encontré de cara con Lucas.
Llevaba puesta solamente un bañador corto de color celeste, que contrastaba mucho con su piel bronceada. Su cara cambió totalmente al verme: pasó de tener el semblante normal a entrecerrar los ojos y fruncir tanto las cejas como los labios. Sin mediar palabra, cerró la puerta, dándome de bruces con ella.
Aquello era algo que no me esperaba, por lo que me quedé ahí, quieto, abriendo los ojos y parpadeando, sin creérmelo. Llamé de nuevo a la puerta, esta vez con los nudillos.
- ¡Vete! – escuché a Lucas decir.
- ¿Qué te pasa, Lucas? ¡Vamos a hablar, por favor! – le contesté, acercándome a la puerta.
- ¡No tengo nada que hablar contigo! – se escuchó, cada vez más lejos.
Me llevé las manos a la boca para empezar a comerme las uñas. ¿Qué coño le pasaba conmigo? No entendía nada. Dejé que pasasen un par de minutos y volví a llamar al timbre. Pasaron unos segundos y la puerta se abrió de nuevo. Esta vez, una figura más pequeña asomó para recibirme. Era Manu, el hermano pequeño de Lucas, que me miraba extrañado.
Manu era un chico de unos 11 años. Tenía el pelo lleno de rubios caracoles y los ojos celestes como el mar. Su nariz estaba cubierta de pecas y su cara era redondita. Vestía con un bañador corto como su hermano, pero este de color rojo, y una camiseta de tirantas azul oscuro.
- Hola, Manu, ¿puedo pasar? – le pregunté.
- ¿Por qué no te ha dejado entrar el tato? – me dijo el chiquillo.
- No lo sé, por eso quiero hablar con él. – le respondí, encogiendo los hombros.
- ¿Estáis enfadados? – me siguió interrogando, levantando una ceja.
- Él parece que sí. Yo solo quiero que me explique qué le pasa. – le dije en tono tranquilizador.
- Vale, así deja de estar tan cascarrabias. – me dijo con voz aburrida, mientras me dejaba pasar a su lado.
Me colé dentro de la casa de Lucas, agradeciendo la sombra y el frescor que había en ella. El recibidor era un pasillo que dividía la casa en dos: a la izquierda estaba la puerta que daba al salón, a la derecha la habitación de Manu y en frente la cocina. Entre el cuarto del pequeño de la casa y la cocina había unas escaleras que daban al piso de arriba, donde estaban los tres cuartos restantes (los padres de Lucas, su hermano mayor y el de Lucas).
- ¿Dónde está Lucas? – le pregunté a Manu.
- Ha subido a su cuarto, creo. – me respondió mientras que se dirigía al salón.
- Vale, gracias, peque. – le dije, a la vez que pasaba la mano sobre su cabeza.
Llevé mis pies hasta las escaleras y comencé a subirlas. A lo largo de la pared había fotos de Lucas, sus hermanos, sus padres… Pude ver mi favorita: una en la que Lucas y yo posamos sonrientes y llenos de espuma en su jardín cuando éramos más pequeños. Aquello me causó nostalgia y tristeza a la vez. Me negaba a que Lucas me dejase de hablar sin darme motivos, por lo que caminé firmemente hasta su habitación.
Una vez frente a su puerta cerrada, me comí un poco más las uñas, sin saber qué pasaría, para luego llamar a la puerta un par de veces.
- ¿Quién es? – preguntó Lucas, en tono serio.
Abrí la puerta lentamente, y contemplé la situación. El cuarto de Lucas no era muy grande, pero estaba lleno de recuerdos, posters, medallas del fútbol, trofeos… A la izquierda había un escritorio, donde Lucas tenía la Play y una pequeña pantalla. Justo en frente, estaba el armario donde guardaba la ropa y una mesita de noche, y a la izquierda estaba su cama. Era una cama nido (Con un cajón grande debajo que guarda otra cama) y las sábanas eran de color azul celeste, con dibujos de futbolistas golpeando el balón.
Justo encima de la cama, estaba Lucas, echado bocarriba y con el móvil sujeto con ambas manos. Este, al escuchar la puerta abrirse, giró la cabeza para ver quién era. Pude sentir una oleada gélida al ver el frío con el que me devolvió la mirada.
- Quiero que te vayas. – dejó su móvil a un lado y se incorporó, sentándose en el filo de la cama.
- Lucas… – intenté decir, entrando en el cuarto.
- ¡Que te vayas! – me gritó. – ¡Ahora mismo! – se puso de pie.
Nunca había visto tan enfadado a Lucas, daba realmente miedo. Sus ojos echaban chispas y apretaba fuertemente los puños. Me quedé en shock al ver el odio con el que me miraba. Lucas al ver que no me movía de mi sitio, caminó firmemente hacia mí y me dio un fuerte empujón, estampándome contra la pared. Sentí mis huesos chocar contra la dura superficie de esta, mientras que de mi boca salió un pequeño lamento ahogado.
- ¿Vas a irte? – me dijo, mientras me agarraba con ambas manos de la camiseta a la altura del pecho. – O, ¿voy a tener que echarte a patadas, maricón? – su voz era fría como un témpano.
Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos. Lucas estaba totalmente fuera de sí, no era capaz de reconocerlo. Sus ojos me miraban con desprecio, inyectados en sangre, mientras que respiraba agitadamente. Sus manos me agarraban fuertemente, tirando de mí hacia arriba, dejándome de puntillas. Mis brazos estaban totalmente desplomados, sin ofrecer ningún tipo de resistencia.
Al ver las lágrimas recorrer mis mejillas, la expresión de Lucas se suavizó un poco, y pude notar cómo aflojaba un tanto la fuerza con la que me agarraba.
- ¿Por qué me odias? – le pregunté, con la voz quebrada. – ¿Qué te he hecho? – le miré fijamente a los ojos, buscando una respuesta en su mirada.
Lucas me soltó súbitamente por completo, haciéndome caer, volviendo mi espalda a golpear la pared, esta vez sentado. Lucas se dio la vuelta, dándome la espalda y pasando una mano por su rostro.
- Mati, vete, por favor. – me dijo, intentando controlar su voz y sin mirarme.
- No pienso irme hasta que me des una explicación. – le contesté entre sollozos.
- ¿Quieres saber qué me pasa? – Lucas se giró y me miró fijamente. – Vi perfectamente anoche lo que hacías con Gabi. – soltó, con la voz y la mirada fría.
Tal y como me temía, el ruido de la puerta de la noche anterior era Lucas. No sabía cuánto tiempo habría estado ahí, pero estaba claro que lo vio. Mi cabeza trabajaba a todo motor, intentando dar una explicación a lo que pasó anoche para contarle a Lucas.
- Lucas… Iba muy borracho, ni siquiera recuerdo muy bien qué pasó. – dije, mirando al suelo.
- ¡Ah! No te acuerdas eh… Pues pude ver perfectamente cómo Gabi te metía la polla. – me dijo.
- ¿Qué? No llegó a metérmela… – levanté la mirada para ver cómo Lucas levantaba las cejas y la decepción en sus ojos.
- ¡Ves como sí que te acuerdas! – me señaló con un dedo. – Y encima me mientes a la cara… – vi como la vena de su sien comenzaba a inflarse de nuevo.
- ¡Bueno! ¡¿Y qué si hice eso con Gabi!? ¿¡A ti qué más te da!? – grité alteradamente desde el suelo.
- ¡Que estoy enamorado de ti, joder! – me contestó, mirándome a los ojos.
¡Hola! Espero que hayan disfrutado de esta segunda entrega de la serie. Ojalá puedan dejarme su opinión en el apartado de comentarios o vía e-mail ([email protected]), donde les podré responder individualmente. Son vuestras palabras de aliento las que me animan a continuar escribiendo. ¡Un saludo enorme y gracias de antemano!
Dios!!! Espero que nos traigas la siguiente parte pronto. Este drama de triángulo amoroso como en «El Canguro» estuvo genial!! Me gustan tus relatos.
Saludos desde Argentina
Me encantó! Tus relatos son muy detallados e interesantes, por favor sigue con la siguiente parte!