Ger Lopez
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Para mí era evidente que el hombre portaba un instrumento importante. Lo había comprobado mientras colgaba suelto mientras dejaba salir la orina del dueño. Quedé conmocionado. Mi corazón latía a cien mil latidos por hora. Salí del barcito para subir al colectivo que me llevaría a casa y al pasar por el salón miré pero el hombre no estaba.
Cuando llegué al colectivo y subí, mi corazón dio un vuelco. El conductor era el morocho del baño. Sonrió al verme.
-Hola – Dijo y me puse colorado – ¿Hasta dónde, chiquitín?
-Hasta el final – Respondí sin darme cuenta de la connotación.
-Hasta donde vos quieras, nene.
Durante todo el trayecto no podía centrar mi atención en otra cosa que no fuera el objeto de mi conmoción. De vez en cuando nuestras miradas se encontraron en el espejo y él se sonreía.
Cada día, se me hizo una costumbre, pasaba por el barcito y entraba al baño pero no siempre lo encontraba. No sabía que trabajaba lunes, miércoles y viernes en la tarde y martes, jueves y sábado de mañana. Cuando la escena del primer día se repitió, el hombre se dio cuenta de lo que yo buscaba y se demoraba mas tiempo en el lugar y en las caricias que le prodigaba al amigo como después supe le decía a su órgano.
Con el paso de los días hasta nos saludábamos en los mingitorios y cuando subía al colectivo me daba temas de conversación. Sobre todo si en el colectivo no iba nadie. Yo deseaba con todo mí ser que se produjera el milagro, de que ocurriera algo que me permitiera probar ese manjar. Desde el comienzo de las clases que no tenía sexo y no podía hacer nada.
Y un día ocurrió.
Estaba en el mingitorio del baño del barcito cuando don Hugo entró. Como siempre llevaba el bolsito al hombro, la bolsita con los rollos de boletos y el monedero metálico que llevan todos los colectiveros.
Abrió la bragueta y sacó el miembro para orinar. Cuando terminó de orinar dejó como siempre al órgano colgando para que yo lo mirara, mejor lo admirara, pero esta vez hizo como que no podía sostener bolsita y monedero y me pidió ayuda.
-Nene, me ayudas por favor –Dijo volviéndose un poco hacia mi y provocando el balanceo del largo y oscuro pene.
No se si fue porque yo tenía la idea fija o qué. La cuestión es que en vez de ayudarle a sostener la bolsita o el monedero, fui directamente y tomé al pene en mis manos. Lo sacudí, descapullé y estiré como él hacia siempre y se lo guardé en el slip blanco dentro del pantalón pero antes, respondiendo a un impulso incontrolable, le di un beso en la morena cabezota, lo guardé y luego subí el cierre.
El hombre rió al decir
-Bueno. No pedía tanta atención para el amigo. Parece que te gusta ¿No?
No conteste porque entraron otros choferes y hombres que estaban en el barcito. Había sido una acción demasiado tonta, loca y salí rápidamente del baño.
En el colectivo, que a poco de iniciado el recorrido quedo sin pasajeros, don Hugo me llamó.
-Vení nene, vení.
Me temblaron las piernas y me dio miedo.
– Quedate paradito detrás de mi asiento y decime…¿Por qué me besaste el pingo?
-No sé. Me dieron ganas de hacerlo
-¿Te gusta la chota?
La pregunta me sorprendió por lo directa pero igual contesté
-Sí
-¿Qué te gusta hacer?…
-¿Cómo?
¿La chupás?
-Si.
-Te tomás la lechita también?
-No. Nunca lo hice
-¿Y cómo haces? ¿Cuando te acaban en la boca, lo escupís?
-No, don. Siempre me queda en el poto y después voy al baño.
-¡Ah! –Dijo con asombro-¿Te dejas dar por el culito? Pero sos muy chiquito vos. ¿No te duele el upite cuando te la ponen?
-Las primera vez sí pero ahora no.
-¿Cuantos años tenés?
-Diez
-Huy…De la mía no te va a entrar ni la cabecita – Dijo riéndose nervioso- Si te la meto te parto el culo. ¿Ya lo hiciste con un grande?
-Sí
-Mirá vos…- Se quedó en silencio un rato – ¿Y te entra bien?
-Sí
¿Te la mete toda?
-Si
-No te creo.
-Es verdad.
– Sos muy chico para eso.
-¿Quiere que le chupe?
-Seguro la chupás pero no creo que te aguantes una pija de adulto por el culito.
-¿Quiere que le muestre?
-Nooooo. Acá no se puede. Sentate un ratito que sube un vago pero mirá. ¿Ves esa casita pintada de verde, ahí al frente? Yo vivo en esa casa.
El viaje continuó y llegué con él hasta el final del recorrido, donde yo bajaba. En el paradero no había nadie. Era la una y media de la tarde y el sol daba a pleno. Con un plumero que llevaba comenzó a sacudir los asientos, avanzando hacia atrás de la unidad.
-Mi casa está cerca ¿Viste?
-Si
-A las seis y media de la tarde voy a estar ahí. Si querés venir te espero así le haces unos cariñitos a mi amigo.
-¿Con quien vive, don?
-No tengas miedo. Estoy solo. Mi familia no está en casa. ¿Vas a ir?
-Bueno, sí
-Hace varios días que no la pongo y tengo leche como para hacer yogur. Si venis vamos a ver si de verdad te entra por el culo ¿Querés?
-A la tarde voy
-Chau –Dijo despidiéndome.
En la tarde yo estaba solo en casa porque mis viejos volvían del trabajo después de las nueve y media de la noche y el resto de mis hermanos tenían otras actividades. A la señora que trabajaba en casa le dije que tenía que ir a estudiar a casa de un compañero y así pude ir hasta la casa de don Hugo.
La tarde me pareció interminable. A las seis y media salí en mi bicicleta con un cuaderno y la cartuchera. Había unas diez cuadras hasta la casa del hombre así es que llegué pronto. Toqué el timbre y don Hugo me abrió la puerta y me hizo entrar con la bicicleta.
Estaba recién bañadito y vestía como toda prenda un pantaloncito corto anudado a la cintura con un cordón blanco. Entramos a una habitación donde dos ventiladores trataban de dar aire fresco. El hombre se quitó el pantaloncito y pude apreciar su cuerpo. Más que su cuerpo su pene que un poco empalmado sobresalía de una profusa mata de pelo muy negro, asentado sobre dos gordos y peludos testículos.
-Acá lo tenés –Dijo el hombre –Mostrame como tomás la mamadera.
Mis manos temblaban cuando acaricié el sexo del hombre. Lo acerqué a mi boca y comencé a felarlo. Al hombre le gustó y acarició mi cabeza. Yo besaba y chupaba la cabeza del pene, perfecta, enorme. Nunca volví a tener una igual en mi vida.
A medida que se endurecía se hacía más grueso y largo hasta que ya no pude chuparlo conteniéndolo dentro de mi boca y lo lamía. Hice todo lo que el hombre me pedía. Hasta que sin decir palabra fue acomodándome boca abajo sobre su cama para luego montarme.
De la enorme cabeza salía abundante flujo con el que me lubricaba la roseta del ano. Después apoyó la cabeza en mi agujerito y presionó. La cabeza entró provocando un dolor agudo que traté de aguantar. El hombre me acariciaba la cola hasta que yo me relajé un poquito y empujó otro pedazo de su pene en mi ano. Me dolió mucho por lo que le pedí que me lo sacara. Lo hizo.
-No lo aguantás. ¿No te gusta?
-Es muy grandote. Me duele mucho.
-En el botiquín tengo una cremita que me dio el dentista para el dolor de muela ¿Querés que te ponga? La pomadita, digo
-Bueno.
Entró al baño y luego trajo un tubito de xylocaína viscosa y me untó con su dedo un poquito en el ano. De inmediato me alivió hasta desaparecer el dolor.
_¿Te duele?
-No. Nada
-Ponete boca abajo. Vamos a probar otro poquito.
Puso saliva en su miembro y comenzó a empujarlo en mi ano. Yo no sentía dolor alguno. Solo tenía la impresión que mis carnes se abrían con un leve crujido. El hombre introdujo el largo y grueso miembro en su totalidad dentro de mi ano y comenzó a menearse suavemente en un crescendo que al final me hacia aspirar aire con fuerza hasta que eyaculó. Sentía la fuerza del latido del órgano dentro mío mientras se producía la eyaculación, larga, interminable.
Se tumbó de costado sin salirse de mi cuerpo y mientras acariciaba mi costado, dijo.-Te la comiste toda nenito ¿Te gustó?
-Si
Dejó pasar un rato y luego reinició el suave meneo. El miembro seguía duro y enorme en mi interior. Se volvió de espaldas y me arrastró consigo quedando a mi vez sentado sobre su pelvis con el sexo metido dentro mío y él moviéndose hasta que eyaculó otra vez.
Mientras no estuvo su familia en la casa fui varias veces. Después de la xylocaína fue bravo porque me lo ponía con saliva y me hacia pedir por favor hasta que mi cuerpo se amoldó a su tamaño.
Todo lo bueno dura poco y a mi colectivero lo cambiaron de línea en la empresa y volví a quedar solito.
Solo fue un par de semanas, hasta que inauguraron en la esquina de casa un puesto policial que me proveyó de muchos buenos amigos.
La mayoría de los agentes y oficiales eran solteros. No todos. Los mejores eran los casados que gustaban mucho del sexo oral y anal. Imaginen a un policía con los pantalones bajos y a un enano como yo prendido de su arma mamando como loco. Algunos eran bravos, aguantadores y repetían si estaban solos. Otros como que se sentían con culpas… hasta la guardia siguiente
Cuando ya no vi más a mi colectivero me sumí en la apatía total y comencé a andar mal en el colegio. El despertar sexual de un niño con este encuadre es complejo. Una vez conocido el sexo y probado de la manera que fuere, ya nada será igual. Buscará de todas maneras volver a experimentarlo.
Como a los dos meses inauguraron el puesto policial del barrio para el que habían destinado la casa de la esquina. Distante unos cincuenta metros de la mía.
Durante el día había dos agentes y un oficial como dotación y por las noches se agregaba uno. A veces por alguna razón solo quedaban dos y hasta uno solo. Por las noches generalmente dormían porque en el barrio nunca pasaba nada significativo.
Al primero que conocí fue al oficial Barrera, al cabo Juarez ya lo conocía porque era el papá de un compañero del cole. El primero era un oficial jovencito de unos 25 años recientemente promocionado y el otro ya era un policía viejo y panzón.
Un sábado noche mis padres y hermanos se fueron a un casamientos. Mi viejo no quiso que yo fuera porque le había roto un vidrio a un vecino y me dio como en la guerra. Me dejaron encerrado en casa pero se olvidaron de cerrar la puerta del fondo y por ella me escapé y me junté con los chicos de la barra de la esquina. Jugamos a la pelota durante un rato hasta que comenzaron a llamarlos a sus casas. Poco a poco se fueron yendo los más chicos y el único que quedó con los más grandes, fui yo. Tanto es así que fui quien se quedó con “el bruja” Molina cuando se marcharon todos. El bruja era un tipo de más de treinta años, alto, delgado, de grandes ojos saltones. El vago del barrio al que desean todas las mujeres.
Estábamos en la placita del barrio que tenía el pasto muy crecido y la mayoría de las farolas rotas. Uno de los costados de la placita daba a una calle y tras pasar la calle un campo de viñedos. El bruja me propuso entrar al campo vecino a cazar pajaritos.
-¿A esta hora? Es muy noche
-Es la mejor hora porque están en sus nidos.
Al ver que yo vacilaba insistió
-Dale, vení, vamos ahora que no nos ve nadie. De paso me hecho una meada. Ya me meo…
Y echó a andar hacia la finca medio agazapado. Lo seguí al ver que se abría la bragueta y nos metimos al viñedo. Caminamos unos metros y se tiró entre unos pastos, llamándome y pidiendo silencio. Me tendí junto a él. Me dijo no se que cosa del dueño, que nos quedáramos callados. El bruja Molina estaba muy pegado a mi y de pronto sentí que me tocaba la cola con disimulo. Mi silencio lo alentó a profundizar la caricia.
-Que linda colita tenés. Bajate el pantalón así te toco mejor.
-Bueno pero bájatelo vos también.
-Si es para tocarme la chota, sí.
-Bueno ¿Me dejas que toque?
-Claro.
Al momento estábamos los dos con los pantalones bajos, en verdad yo me los quité, entre los pastos del campo. El bruja me tocaba le cola y yo le tocaba una verga grandota y gruesa, muy gruesa. Un ratito de manoseo y me pidió la cola. Yo accedí pensando que era igual que con los otros. Se puso y me puso saliva y me montó. Pinceló un poco la rayita y me apoyó la cabezota en el potito y empujó. Mi grito debe haberse oído hasta en el casamiento donde estaban mis viejos. Sentía que me partía el cuerpo en dos
-No, tonto, no. ¡¡Ay!! ¡Me duele mucho brujita! ¡Sacamela, por favor!
-Pará, aguantá un poquito.
Empujaba con fuerza hundiendo una porción mayor del grueso falo en mí recto. No podía soportar tamaña intrusión. El dolor me superó y me desmayé cuando el me tapó la boca.
No se cuanto tiempo pasó hasta que desperté y me encontré solo. Salí del campo con el pantaloncito en la mano y camine en dirección a mi casa. Me dolía todo y del potito me salía sangre. Al pasar frente al puesto policial me vio el oficial, me preguntó algo y volví a desmayarme. La cosa es que terminé en el hospital internado varios días ya que el bruja había producido un desgarro importante provocando el sangrado. Qué máquina tenía el animal
Hubo una investigación policial pero yo no dije nada de el bruja Molina. Creía que si decía algo me iban a preguntar de todos los demás, pero el grueso pene borró las huellas anteriores y todo quedó como que esa fue la primera vez, según certificó el médico.
Me llevaron a un psicólogo forense que al final me mostró sus genitales “para saber qué sentía yo al verlos”. Decepción. Era pequeñita. El pobre tipo tenía menos que el Tordo. Estaba obsesionado por saber como la tenía el hombre, si me dolió mucho, si me la metió toda o si me gustó. Nunca pude describirlo al Brujita. Además el loco se fue a Buenos Aires y nunca más lo vi ni supe de él.
De vez en cuando el oficialito me llamaba para charlar y como quien no quiere la cosa trataba de que le contara como fue.
-Pero vos ¿Qué hiciste? – Me preguntaba
-Nada
-¿Te hizo tocar el pito?
-Si
-¿Cómo era?
-Grandote y con muchos pelos
-No. Te pregunto como era el hombre
-No se. Estaba oscuro en la plaza.
-¿Te pidió que se lo besaras?
-No. Que se lo chupara
-¿Se lo chupaste?
-Sí
Poco a poco me hice amigo de todos y pasaba mucho tiempo con ellos.
No sé si en todos lados será igual pero el policía acostumbra a usar el pantalón un poquito ajustado en la entrepierna haciendo que se destaque la artillería que porta. Sobre todo el que carga bien. Barrera era uno de ellos. Se le notaba mucho cuando me hacia preguntas sobre lo sucedido. Al ponerse de pie, se le notaba un bulto más grande. Lo mismo le pasaba a los otros policías que me hacían preguntas a solas.
Sucedió que un día estaba el oficial preparando todo para tomar una taza de mate cocido en la cocina. No había más policías que él en el puesto. Yo entré llevándole unas tortitas recién horneadas que había amasado la señora que trabajaba en casa.
Tropecé con una escoba tirada en el piso y él para evitar mi caída se levantó de golpe y se volcó encima la taza con la infusión caliente. Yo no caí y el hombre muy rápido se aflojó el pantalón y lo bajó junto al calzoncillo para no quemarse. No lo evitó del todo ya que parte del líquido caliente llegó a la piel de la pierna. Trataba de darse aire abanicando la mano. La piel de la pierna se puso roja donde cayó el agua caliente. Con el pantalón bajo y la camisa levantada se metió al baño.
Tuve una visión plena de sus genitales y de sus glúteos peludos. Estaba bien provisto en su armamento personal. Cuando salió del baño me dijo que se había quemado un poco. Que le ardía. Salió con la ropa bien arreglada pero húmeda. Se preparo otro mate cocido.
Me pasé hasta la guardia siguiente soñando con la belleza que había visto. Se me representaba la pancita peluda y los genitales colgantes que se balanceaban pidiendo aire o una caricia que aliviase el ardor. Su piel en la zona era blanca y sus pelitos rubios.
Era un viernes de noche y cuando lo vi llegar al puesto me puse contento. Esperé un rato hasta que pasaron los que terminaban la guardia y salí de casa. Al pasar frente al puesto me llamó y pidió hielo. Como bala fui a casa y traje un poco de hielo. Entré al puesto y estaba solo.
-Huy, que bueno. Gracias Cachito. Vení, pasa a la cocina que lo pongo en una conservadora.
Puso los cubitos en una conservadora de telgopor.
-¿Cómo andas, Cachito?
-Yo bien ¿Y usted?
-Bien, nomás
Yo pensaba que el hielo lo pidió para ponérselo ahí en la quemadura y se me ocurrió preguntarle
-¿El hielo es para ponerlo ahí? – Uniendo la acción a la pregunta puse mi mano sobre el paquete de mis sueños- ¿Le duele mucho? – Acaricie todo el paquete.
-No me duele ya.- Y agregó- Eso no se le toca a los hombres. Es feo – lo dijo tranquilo
-No es feo – Dije con firmeza- El suyo me gusta mucho. Yo se lo vi el otro día. Es bonito…
Me miró en silencio. Como llegaba un agente dijo
-Después hablamos, Cachito.
La oportunidad se dio en la guardia siguiente cuando yo volvía del colegio y pasaba frente al puesto. Era la hora del almuerzo para algunos o la siesta para otros y por eso en las calles no se veían ni las lagartijas.
En la ventana que daba a la placita estaba apoyado el oficial Barrera. Lo saludé con la mano en alto y él me llamó. Entré al puesto. Estaba solo.
-¿Cómo te va Cachito? – Me saludó.
-Bien ¿Y a usted?
-Bien…- Silencio prolongado – ¿Querés hablar de lo que dijiste el otro día?
-Bueno
-¿De verdad te gusta esto? – Dijo tocándose el bulto en el pantalón.
-Si… Es bonito el suyo…Me gustaría tocarlo.
-Si me lo tocas se pone duro y después ¿Qué hacemos?
-Se lo puedo chupar…
-Ah. Te gusta de verdad
-En serio
-¿Querés darle una chupadita ahora?
-Bueno
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