Halloween – El Payaso Sonrisas
El malcriado de Carlitos aprenderá una dura lección durante la Noche de Brujas….
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Advertencia:
Esta es una fantasía que contiene una escena de abuso a un menor; si eso no es lo tuyo, mejor abstente de leerlo.
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El cumpleaños de Carlitos justo cae en Noche de Brujas, cosa que él detestaba, y el número diez por supuesto no fue la excepción. Él nunca ha sido muy fan de las cosas de horror o del estilo, todo lo contrario, es un chico bastante miedoso; y por esa razón en su cumpleaños no le gusta ver decoraciones de Halloween o que sus invitados lleguen en disfraces. Entonces ese domingo sus padres le organizarían una fiesta temprano por la tarde, para que al terminar el resto de los niños tuvieran tiempo de marcharse a sus casas y luego salir a pedir dulces.
Y llegó el tan esperado día. Carlitos, que siempre ha sido un nene sumamente mimado, andaba especialmente atolondrado. Todo era una constante queja de parte de él, protestando por una u otra cosa sin importancia; pero la situación se tornó peor, cuando la fiesta ya estaba en su apogeo y su papá reveló que un payaso estaba por llegar para ser el entretenimiento. Muchos de los niños, los más grandes especialmente, abuchearon a la noticia y otros comenzaron a burlarse de Carlitos; cuchicheando cerca de él y señalándolo con los dedos, al punto de que éste se dio cuenta y logró escuchar parte de las cosas que decían, como que él con 10 años todavía hacía que sus padres le trajeran un payaso, y más risotadas a sus expensas se escucharon por todo el patio trasero de su casa, donde se estaba llevando a cabo la celebración.
Mortificado por la vergüenza, el festejado fue a reclamarle a sus papás, exigiéndoles que no dejaran que ese payaso pusiera un pie en su fiesta. Su madre desconcertada le preguntó cuál era el motivo, pues a él siempre le habían gustado mucho; pero Carlitos no iba a confesar que era por las reacciones de sus compañeritos de escuela y vecinitos. Pero por más que ella trataba de entender la reacción de su hijo y éste continuaba con su rabieta, su padre anunció que ya era demasiado tarde y señalando a la entrada de la cerca trasera, todos vieron llegar al payaso dando carcajadas y causando gran alboroto.
El ‘Señor Sonrisas’ —Ese es el nombre del infame payaso– traía de esas típicas pelucas de rizos anaranjados, una enorme nariz de plástico rojo y un traje ridículamente dos tallas más grande, de color amarillo chillante con lunares azules y verdes. Y cuando Carlitos presenció cómo las burlas y quejas de los otros niños aumentaron, se puso tan colorado de la rabia que empujó los regalos que estaban en la mesa y botó al suelo el pastel de cumpleaños; escandalizando a todos y dejando a sus dos papás atónitos, a quienes les grito: “¡LOS PAYASOS SON ESTÚPIDOS!” y salió corriendo, entró a la casa con un portazo y subió presuroso a encerrarse en su habitación.
Casi de inmediato se escucharon los golpeteos tras la puerta del cuarto de Carlitos. Primero fue su mamá a pedirle que se calmara y que le abriera; pero el chico gritó que no, que lo dejaran en paz y aventó contra la puerta los tenis que estaba estrenando. Como media hora después fue el turno de su padre, ya con un tono un poco más severo, informándole que ya se habían marchado los invitados y que era mejor que saliera de una buena vez. Los ojos azules del crío se llenaron nuevamente de lágrimas, sintiendo como todo se había estropeado, y gritando dijo que no le importaba nada, que no pensaba salir y se acurrucó en su cama abrazando la almohada, oyendo los pasos de su papá alejarse; y así entre sollozos él se quedó dormidito…
Cuando despertó, sintió como su estómago hizo ruidos. Con todo el escándalo que armó en su fiesta no tuvo tiempo de comer nada. Estuvo en cama un largo rato sin moverse, dudando si salir o no de su alcoba, pensando en qué diría al momento de enfrentar a sus padres; hasta que no tuvo más remedio que armarse de valor y salir, pues era eso o morir de hambre.
Abrió la puerta y en calcetines bajó despacio las gradas. Enseguida se percató de que toda la casa parecía estar en absoluto silencio y además estaba toda a oscuras, no había ni una tan sola luz encendida y eso que ya era de noche, algo muy raro. Llamó tímidamente a sus papás, pero no hubo respuesta; así que las siguientes veces habló más fuerte, pero con el mismo resultado.
Llegó al final de la escalera y sintiendo como el miedo que tiene a la oscuridad le empezaba a trepar por la espalda, salió casi corriendo para la cocina y prendió la luz. A ese punto se calmó un poco; pero al no encontrar una nota de sus padres se volvió a sentir intranquilo. Ellos nunca se iban y lo dejaban solo, aún contrataban niñeras para cuidarlo; por lo que toda la situación de la casa vacía y sin señas de ellos le provocó un nudo en la garganta. Pensó que quizás hallaría algo en el patio trasero, entonces deslizó una de las puertas de vidrio corredizas y se asomó afuera. Igual que el resto, todo estaba en completa penumbra y no había rastros de la celebración de su cumpleaños, ni un tan solo globo, nada. En eso una brisa helada movió toda la grama y le hizo sentir escalofríos desde las piernitas descubiertas por su corto short, subiendo por todo el resto de su menudo cuerpo, hasta erizarle los pelitos negros de la nuca.
Al instante cerró la puerta, respiró profundo y se dijo a si mismo que no fuera tan cobarde, que muchos otros chicos de 10 años se quedaban solos sin problemas; e incluso él unas pocas horas antes se había quejado de que ya no era un niño pequeño. De modo que después de unas cuantas repeticiones mentales, en donde se decía: “No debes tener miedo, no pasa nada.”, se tranquilizó un poco y se dirigió al refrigerador para buscar algo de comer.
Y en lo que tenía abierta la puerta de la nevera, el silencio se interrumpió de súbito. Carlitos pudo oír claramente una extraña música; era una tonada lóbrega que tendría que provenir de esos antiguos organillos musicales, de los que se accionan con manivela. Sumamente extrañado, cerró el refrigerador y se giró tratando de identificar de que parte de la casa se originaba aquella inquietante melodía. El asustado crío titubeó antes de dar unos cuantos pasos hacía el pasillo; donde se quedó parado y se extrañó todavía más, pues la música parecía proceder de todas direcciones. Llamó nuevamente a sus papás, con la voz bastante quebrada por el pánico que lo estaba invadiendo. Aquello tenía que tratarse de una broma de Noche de Brujas, pensó; cosa que tampoco lo calmó mucho que se diga. Entonces prefirió volver a la confortante luz blanca de la cocina; sólo que cuando regresó a ella, él no estaba solo. Ahora había un hombre de pie en medio del cuarto, pero no cualquier hombre; un payaso, y no uno convencional, uno aterrador.
El payaso que tenía enfrente era muy diferente al Señor Sonrisas de esa tarde. Éste usaba únicamente un flojo pantalón carmesí a rayas, guantes blancos y del mismo color un cuello de arlequín (gorguera) con dobladillos y dos pompones rojos; pero aparte de eso el resto de su torso estaba descubierto, exhibiendo un impresionante físico fornido. Sus pectorales eran torneados, con hombros y brazos musculosos, y un estómago plano en donde una hilera de pelitos negros subía hasta regarse en un varonil pelo en pecho. Aunque lo verdaderamente perturbador era el maquillaje que éste tenía. Su cabeza rapada y todo el rostro hasta el cuello eran blanco hueso, casi fantasmal, con unas marcas triangulares azules sobre las cejas, y por nariz y mejillas tenía unos puntitos rojo sangre; completando el tétrico cuadro con que en la boca traía dibujada una desfigurada y macabra sonrisa de dientes amarillos.
Carlitos se quedó inmóvil, clavado al piso. El aire de sus pulmones parecía haberse esfumado, dejándolo sin aliento y sin poder gritar. Y mientras el extraño hombre seguía ahí parado, a escasos metros de él, sin hacer o decir nada, sólo viéndolo fijamente y respirando de una forma casi predatoria. En eso el chico puedo reaccionar y cuando bajó un poco la mirada se dio cuenta de que el payaso cargaba en las manos dos cosas. En la derecha tenía una enorme hacha, de esas para cortar leña, y en la izquierda sostenía… —No, había visto mal. Aquello no podía ser lo que él creía que era– Entre los dedos del payaso había un puñado de cabellos negros, que salían de una cabeza humana, de la cabeza de su propio…
El niño al fin recuperó el aliento y con un desgarrador grito de auténtico pavor, salió huyendo de la cocina. En el horror que experimentó, en vez de ir hacia la puerta principal, se dirigió rumbo a su habitación; tropezándose en varios de los escalones en lo que subía cómo podía.
Cuando alcanzó el descanso superior de las gradas, el desesperado Carlitos se volteó y observó la terrorífica escena en donde el grotesco payaso venía tras de él; lentamente, pero a paso firme, confiado de que atraparía a su pequeña presa sin necesidad de mucho esfuerzo. Entonces el chiquillo al llegar a su alcoba, cerró la puerta con el seguro y sintiendo como el pánico le hacía temblar las rodillas, se giró en todas direcciones tratando de pensar con que objeto podría trabar la puerta; pero fue demasiado tarde. La cerradura se sacudió frenéticamente, siendo la única barrera que lo separaba del espanto del otro lado; hasta que de pronto se detuvo.
Luego se escuchó el sonido de algo que caía al suelo y revotaba un par de veces. El niño volteó la cabeza hacía la ventana, su única salida. Y de repente se oyeron los certeros golpes del hacha sobre la madera. Él volvió a gritar, pidiendo ayuda, pues quizás los vecinos advertirían la presencia del intruso y llamarían a la policía; pero la puerta ya se astillaba y desquebrajaba con cada hachazo. Así que, trepándose a la cama y acurrucándose entre almohadas y sábanas, el pequeño vio como los trozos de madera salían volando y el hombre en un instante estaba adentro con él. La sonrisa dibujada en el rostro de ese depredador era más que perturbadora, en lo que Carlitos se percató de que los ojos del payaso eran completamente negros, incluso donde debía haber blanco, era como si sus negras pupilas lo cubrieran todo y aquellos ojos encerraran un profundo y oscuro vacío casi espectral.
El payaso soltó el hacha, produciendo un sonido metálico contra el piso, y se acercó más a su víctima, quedando parado justo al pie de la cama, exhalando una y otra vez. El crío estaba más que asustado, estaba aterrado, tanto que una vez más se quedó mudo y por más que abría la boca para gritar, no salía nada de ella. El nudo en su garganta se lo impedía.
El hombre con la grotesca cara pintada estiró uno de sus musculosos brazos y le arrebató al chico de un tirón la sábana; acto seguido se subió a la cama apoyando ambas rodillas en el colchón y, ahora con la presa a su alcancé, la agarró acercándola más a él. Carlitos por instinto trató de evitar ser apresado por el siniestro payaso, pataleando cuanto pudo, pero este otro era evidentemente más fuerte y con facilidad lo dominó. Y ya una vez el intruso sometió al niño, le desgarró la ropa como si la tela fuera simple papel, dejando al pequeño con el cuerpo desnudo.
Los ojitos azules del chiquillo se nublaron por las lágrimas, puesto que ese tendría que ser su fin. Y sin poder evitarlo, de su pijita empezaron a salir chorritos de orina, mojándolo todo con sus meados, su cuerpecito y también la cama. Al ver esto el payaso no dijo nada, sólo exhalaba con fuerza, y cuando abrió su boca dejó salir la lengua más larga que Carlitos haya visto jamás.
Aquel apéndice bucal era inhumanamente enorme, casi reptiliano, enroscándose en el aire como si fuera una culebra rojiza, completamente cubierta de una viscosa baba. Enseguida el horrífico hombre comenzó a pasar esa asquerosa lengua por toda la suave y pálida piel de niñito; su delgado cuello, su pechito y tiernas tetillas, después su vientre; degustando en todo momento la mezcla del dulce sudor infantil con su orina. Luego el payaso le abrió bien de piernas y le lamió los muslos, mientras Carlitos no entendía que era lo que estaba pasando y sólo sollozaba.
Ahora el de la sonrisa siniestra tenía a su alcance el delicado culito del crío; por lo que también se puso a lamerle todas las tersas y redondas nalgas, prestando especial atención al lampiño perineo. Y cuando la punta de la demoniaca lengua encontró el rosado y cerrado anito, de inmediato empezó a profanarlo, entrando bruscamente; lo que produjo que el pequeño sintiera como su nudo se liberaba, permitiéndole gritar, al mismo tiempo que sentía como aquel asqueroso apéndice se introducía más y más dentro de todo su recto.
De ahí el payaso terminó de saborear el interior de su víctima, incorporándose para así poder bajar un poco de su flojo pantalón carmesí a rayas, lo suficiente como para que su miembro masculino quedara totalmente expuesto junto con sus testículos. Aquellos órganos masculinos eran monstruosos en tamaño y apariencia. Los huevos eran colosales, todos arrugados y llenos de enmarañados vellos negros. Y la erecta verga era gigantesca, grande y gruesa como un antebrazo, toda surcada por sobresalientes e hinchadas venas, y tapizada de pelos púbicos por toda la base hasta casi la mitad de todo ese macizo rabo.
Cuando Carlitos llevó la mirada en dirección a la entrepierna del perverso payaso y vio esa hombría desmesurada, no sólo se impresionó; sino que pensó que los acelerados latidos de su corazón harían que éste se le saliera del esternón, pues el pavor que sentía ahora era de otro nivel. El desconsolado y aterrado chico continúo sollozando, pidiéndole entre súplicas a su captor que lo dejara ir, diciendo que quería a su papi; pero nada de lo que dijera haría cambiar su situación. El macabro sujeto tomó al nenito de cada pierna y, abriéndolo lo más posible, lo jaló hacia él para que el agujerito infantil quedara justo contra su palpitante glande.
Resoplando más y viendo fijamente al pequeño con sus demoniacos ojos, el payaso comenzó a hacer fuerza para introducir su virilidad en el virginal culo del niño. El terror había inmovilizado nuevamente a Carlitos; quien sólo podía dejarse, experimentando un intenso dolor a medida que aquel falo entraba brutalmente por su diminuto y estrecho esfínter. Se escuchó un ruido como de desgarro y en vez de estallar en gritos, el chiquillo se quedó sin aliento, paralizado, con lágrimas recorriendo sus mejillas y sintiendo como aquella enorme verga entraba en él.
El sádico hombre soltó un profundo jadeo al momento en que la mitad de su monstruoso miembro entró en las cálidas entrañas del crío. En lo que empezaba a bombear ese exquisito traserito de apenas 10 añitos. El robusto rabo del payaso ya entraba y salía del culito de Carlitos en constantes y poderosas embestidas, ensanchándole el ano y recto con cada estocada, con una fuerza maliciosa, que la pequeña cama unipersonal se estremecía y golpeaba contra la pared. Y en una de esas tantas, el intruso sodomizador sujetó al pequeñín por la cintura y lo dio vuelta sin sacársela, de manera que quedó de espaldas a él y en posición de perrito sobre el manchado colchón. Acto seguido retomó las viciosas penetraciones a su inocente presa, pero en esta ocasión logró introducirle más de su fornido falo, y con unas cuantas arremetidas más se la clavó por completo, hasta las profundidades del colon, que sus pelos púbicos raspaban aquellas nalguitas.
Carlitos estaba como en un trance, ausente de lo que le estaba pasando; puesto que nada de eso podía ser posible, se tendría que tratar de un sueño, de una horrible pesadilla. Y por esa razón no había necesidad de resistirse, ya que él en cualquier momento despertaría. Entonces el chico se dejaba del perverso payaso y su descomunal verga, mientras éste le abatía el culo con maña y sin descanso; que la fricción de ese macizo miembro masculino contra el apretado interior de su intestino, producían un calor tan intenso que el macho de la sonrisa siniestra comenzó a correrse dentro del niñito. Chorro tras chorro de semen inundaron las entrañas de Carlitos, el cual los podía sentir uno a uno; tantos que él no podía contenerlos todos y una gran cantidad se escapaba por su ahora desgarrado hoyo y caía en borbotones sobre las sucias sábanas.
Pero eso no significaba que el calvario del chiquillo estuviera por terminar, o no. El demoniaco sujeto retiró su vergota, observando satisfecho como aquel agujero estaba tan abierto que se podía ver el rojo interior y como toda su espesa esperma continuaba desbordándose. Luego agarró al nene y lo giró 180 grados, siempre quedando en cuatro sobre la cama, pero ahora con su carita justo enfrente de su aún rígido rabo de brotadas venas. De ahí con la mano derecha lo tomó del cabello oscuro y jaloneándolo le hizo abrir la boquita, y justo cuando aquel paladar quedó expuesto, el payaso de pesadilla metió su firme falo en toda la boca de Carlitos, casi desencajándole la mandíbula, y siguió empujándosela de manera que su monstruoso miembro pasaba por la úvula y continuaba más profundo hasta la faringe.
Más lágrimas nublaron los ojos del infante, ahora por las arcadas que aquella horrenda carne viril le causaban; en lo que ésta entraba y salía en una inequívoca follada oral. El maligno payaso ahora estaba cogiendo la boca de su tierna víctima, haciendo que cada vez ésta se atragantara más con toda su desmesurada hombría. Y sólo se detuvo para dejar salir su orina dentro de la garganta de Carlitos, meándole aun con erección directo al estómago.
El niño no pudo hacer otra cosa más que tragar y tragar toda la asquerosa y amarga orina que ese auténtico demonio le largaba dentro; usándolo como si fuera un urinario. Y en el instante en que ese caliente líquido amarillo cesó, dejándole la panza repleta, el musculoso y peludo payaso retiró del toda su gigantesca verga, y con unos cuantos y enérgicos jalones a la misma, éste empezó a eyacular otra vez; sólo que ahora en toda la linda carita del aturdido Carlitos.
Los chorros salpicaban con fuerza en el ruborizado rostro del crío. Algunos le pegaban en los ojitos y otros incluso le embadurnaban hasta el cabello; pero en eso el macho agarró de nuevo al pequeño por el pelo y le volvió a encajar su vergota dentro de la boca, al mismo tiempo que su cuantiosa corrida continuaba, obligándolo a tragar el resto de sus disparos de leche viril; pero como seguía siendo demasiada cantidad de semen y el pobre de Carlitos no podía tragarla toda a la misma velocidad en que esta emanaba, se le terminó saliendo hasta por la nariz.
Y luego de eso, lo más aterrorizante para el abusado y aporreado chico fue ver como la virilidad del horrendo hombre de cara pintada y sádica sonrisa, permanecía erecta y venosa; al igual que esas voluminosas bolas estaban todavía bien repletas de mucha más esperma. Así que, después de que el payaso semental le restregara todo su inmenso rabo por la cara al niñito, haciendo qué este con su lengüita se la limpiara bien y no le dejara rastros de leche masculina, lo cargó en brazos como si el chiquillo no pesara nada, y lo montó en su formidable falo de 30cm.
Carlitos soltó un leve quejido, al tiempo en que él y el resto de su cuerpecito se deslizaba con gran facilidad por todo el monstruoso miembro del payaso, bajando por toda aquella carne viril hasta que sus nalgas toparon con la pelvis y los negros pelos de la ingle del intruso; mismo que de momento ya lo había sodomizado por el culo y la boca, y ahora volvía por más.
A este punto el pequeñín se agarraba de la gorguera que descansaba en los anchos y traspirados hombros del macho, mientras éste lo sujetaba por la cinturita haciéndolo subir y bajar por toda su excesiva verga. El nenito gemía con cada una de las clavadas, viendo directamente a los ojos completamente negros de aquel demonio, quien ahora parecía tenerlo hipnotizado. En eso la desfigurada sonrisa del payaso se abrió, dejando salir otra vez la larga lengua con la cual él le relamía el rostro al crío y al momento en que halló su boquita, se la introdujo hasta la garganta; acercando el cuerpecito de Carlitos al suyo en un lujurioso beso; acompasado por los sentones y la empaladas que no paraban, al contrario, estas aumentaban en velocidad y potencia. Y así por tercera vez el malicioso macho acabó en una explosión exagerada de esperma blanca, nuevamente dentro del culo del niño; y como no cabía más, se desbordaba a chorros y escurría por la verga y huevos del payaso, cayendo en grumosos borbotones a la asquerosa cama.
Finalmente, la pesadilla terminó. El siniestro Señor Sonrisas retiró su babosa lengua de la boquita del pequeño, a la vez que lo desclavaba de su verga semierecta, y lo dejó caer boca arriba sobre las sábanas llenas de sudor, semen y orina. Carlitos estaba exhausto después de haber recibido esos tan brutales y viciosos apaleamientos sexuales, que su mirada difícilmente podía enfocar bien al espeluznante y semental payaso que tenía en frente y sobre él; ya que ahora toda la habitación parecía desvanecerse entre la bruma y la oscuridad. —El pobrecito se desmayó…
Lo siguiente que escuchó fue el golpeteo en la puerta. Abrió sus ojos, los cuales se sentía pesados, y advirtió que la puerta de su alcoba estaba ahí, cerrada e intacta. Y con un par de golpecitos más, se oyó del otro lado la inconfundible voz de su padre llamándolo para desayunar. Entonces sí había sido sólo un sueño, se había quedado dormido desde la tarde hasta el día siguiente, y lógicamente no pasó nada de eso tan horrible que soñó anoche; nada de que un payaso demoniaco lo había violado una y otra vez… Pero en eso Carlitos sintió todo su cuerpecito adolorido y cuando bajó la vista, se dio cuenta de que estaba desnudo en la sucia cama y que él estaba todo cubierto por una sustancia blanca y pegajosa…
—El Fin.
Muy buena historia, espero ver más payasos pronto
Gracias! Que bueno que te haya gustado; pero al menos de mi parte ya no habrán más payasos jeje… Fue un especial de Halloween nada más 😛
Salu2 😉
Tus relatos son geniales, me encanta seguirte y leerte me ponen la verga dura.
Gracias amigo. Me alegra mucho oír que sigues mis relatos y claro, lo de la verga dura también me gusta jeje 😛
Salu2 😉
Una saga con esta historia
Hola, me temo que no amigo. De mi parte fue sólo un especial de Halloween nada más 😛
Salu2 😉
Excitante relato y muy interesante que se tratara de una historia de terror-sexo.
Gracias, al menos traté de que hubiera un poco de suspenso/terror. Fue la primera vez que intentaba algo así. No es tan fácil jeje 😛
Salu2 😉
Uff me encantaria que algun payaso me llene el culo de leche 🥵
Y eso que no has visto la foto de donde me inspiré para crear a ese payaso siniestro jeje… Pero me temo que imágenes por acá no se pueden y yo sólo por skype 😉
Salu2!!
Es uno de los mejores relatos que he leído eres un maestro escribiendo amo la forma en la que haces que muchos hombres estemos a punto de la eyaculación uffff impresionante historia me encantaría leer más así no precisamente de payasos pero de nenes sodomizados.
Hola Peludo69! (Excelente nick jejeje)
Me alegra mucho que te haya gustado mi relato y gracias por tus elogios 😛 …En verdad significa mucho el que valores mi forma de escribir. Y ya habrá más oportunidades para nenes sodomizados 😉
Salu2 amigo!!
A mi no me causó excitación, por el contrario, sentí mucho miedo al leerlo. Ese es un sueño recurrente desde que leí It, de Stephen King. Siempre me han causado pavor los payasos.
( ¬ ¬) Tienes esa fobia y aún así lees un relato con ese tema? Qué interesante!
Me alegra que el elemento miedo haya resultado.