Hamam: Halid y su niñato imberbe
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
No era la primera vez que iba al gimnasio.
Acabo de cumplir dieciocho pero, desde los dieciséis, me gusta intentar mantenerme en forma, aunque tan solo sea para definir un poco mi cuerpo, delgado pero marcado.
Un amigo me recomendó el gimnasio de mi barrio (un hamam destinado también a los muchos árabes que viven cerca) y que resulta ser también algo así como "gay-friendly", sin tener ninguna bandera gay en la entrada.
Lo bueno que tiene es que, si eres menor de 25, te hacen un descuento flipante, aunque ahora comprendo por qué.
Cuando llegué por primera vez, me costó hacerme a la idea.
Kamal, un moro fornido de unos treinta y pocos, me recibió con una sonrisa y me indicó (como era mi primera vez) lo que podía hacer en la sala.
Recuerdo que me preguntó primero si tenía 18, lo que me molestó un poco, pero es cierto que al no tener aún casi barba en mi cara algo angelical, de pelo rubio y ojos verdes, más bien parezco un chico guiri de 16 años.
Kamal me indicó el camino.
Cuando entré en la sala de deporte, apenas había gente.
Tan solo un grupo de chicos árabes, cada cual más mazado que el otro, charlaban alrededor de la zona de pesas y, cuando me vieron entrar, el que parecía más mayor, un moreno con barba, alto y ancho, dijo algo en árabe que no comprendí y sus amigos se troncharon de risa.
Al principio me sentía un poco incómodo, durante la hora y media que estuve allí, no pararon de mirarme y de partirse de risa, lo que me hacía pensar que algo hacía mal durante los ejercicios.
A veces, uno de los árabes se paseaba cerca de mí, ante la atenta mirada de sus compañeros, y se manoseaba el paquete, un enorme bulto que se marcaba en sus pantalones de chandal.
Me fui al vestuario, al no aguantar más aquel espectáculo.
Allí, estaba solo, así que aproveché para darme una ducha tranquilamente, sin preocuparme por si había alguien mirando.
Al poco rato, oí cómo el grupo de árabes (eran cuatro) entraban entre risotadas en el vestuario.
Decidí esperar bajo la ducha hasta que se fueran, pero evidentemente todos fueron a ducharse.
Uno de ellos entró, sin querer, en mi cabina y antes de pedir disculpas con un acento muy marcado, sentí cómo se quedó observando el culito que me estaba enjabonando en ese momento.
Oí cómo todos sus amigos se reían.
Me sentía algo humillado.
Todos salieron de las duchas y yo esperé un minuto más antes de salir.
Cuando lo hice, estaban vistiéndose y la mayoría llevaban ya el vaquero puesto.
Dos de ellos, los más jóvenes (25 y 26), tenían un torso con algo de vello desde el ombligo hasta el pubis, y algo en el pecho.
Otro, de unos treinta, tenía el pelo más espeso.
El último, de unos 35, era el más ancho de todos, y tan solo lo pude ver de espaldas.
Al no llevar aún calzoncillos, pude ver un culo moreno, con algo de vello saliendo entre las nalgas.
Su espalda y sus brazos tenían un color tostado, eran inmensos y se movían mientras gesticulaba, hablando en árabe, y tocándose de vez en cuando sus huevos, que se le veían incluso de espaldas.
Yo salí con una toalla ciñendo mi cintura.
Mi torso imberbe estaba bastante marcado, aunque era fuera el más delgado del vestuario.
Todos me miraron de reojo.
Al no soportar más las burlas, cogí mi bolsa y me acerqué a donde estaban.
Saqué mis zapatos, los puse en el suelo y me quité la toalla, dejando mi culo bien abierto durante un par de segundos.
Después de aquello, me volví a enfundar la toalla y me fui directo al hamam.
Allí abajo no había nadie.
Me fui directo al baño turco, y aprovechando aquella soledad, me quité la toalla y me recosté desnudo boca abajo, después de tirarme agua fría.
Al poco tiempo, entró en el baño uno de los árabes, el más mayor, y después de mirarme el culo en la posición en la que estaba, se sentó a mi lado.
– Oye, perdón por antes, no reimos de ti.
Amigos míos se van, yo quiero disculparme.
– No pasa nada.
No pude evitar ver que se había sentado frente a mi cabeza.
Me vino un olor tremendo a sexo, o a sudor, y me excité cantidad.
De reojo, vi una pierna velluda a escasos centímetros de mi nariz.
Estaba desnudo.
– Yo soy Halid.
Vengo siempre mañana, hay menos gente.
Tú?
– No, es mi primera vez.
– Está bien.
Cerca de la tienda, por mañana se queda mi mujer.
En ese momento, me levanté, tapándome lo mejor posible con la toalla al hacerlo.
– Gracias por disculparte.
Salí y me fui a la piscina.
Era una piscina cubierta, algo pequeña, aromatizada.
Me tiré y estuve nadando un rato.
Sonaba una música de ambiente oriental en medio del silencio y la luz tamizada se reflejaba en mi culo desnudo bajo el agua.
Halid había salido.
– Buena el agua ?
Su cuerpo era extremadamente ancha, y más aún al verlo de pie.
Tenía el cuerpo de uno de esos hombres musculosos que llegan a los cuarenta y se ensanchan sin estar gordos.
Era alto, casi 1,90, y yo no llegaría a 1,81.
Sus piernas velludas eran grandes y morenas y en el torso color café tenía una mata de vello que descendía hasta el obligo y se perdía en una maraña hacia su rabo.
La polla que tenía era algo descomunal.
Estaba totalmente dormida, pero colgaba, junto a sus enormes huevos, por buena parte de su quadriceps.
Era gruesa y morena, y se agrandaba hacia la mitad.
Una parte del glande asomaba entre el pellejo que le cubría.
Halid se tiró a la piscina y estuvimos nadando un rato.
Como la piscina era pequeña, nuestros cuerpos se chocaban a menudo, y de vez en cuando sentía una mano en mi culo o un torso peludo sobre mi espalda.
Cerca del bordillo, nos juntamos para hablar, me sentía extremadamente pequeño al lado de Halid, que me superaba en altura y anchura.
Tenia mi culito blanco pegado a su pierna .
– Tú cuantos años?
– 18 por ?
– No tienes ni un pelito.
Se reía diciendo esto, y me tocaba al mismo tiempo la barbilla.
Este gesto me excitó bastante, así que salí del agua en ese momento y, al hacerlo, puse el culo bien en pompa, abriendo mis nalgas ante la cara de Halid.
Mientras me secaba, Halid salió.
Tenía la polla más morcillona que antes como si la visión de mi agujero rosado le hubiese trastornado un poco.
Se fue a una ducha fría cercana, al lado de la piscina, tapada por una mampara de cristal ahumado.
Al pasar frente a mi, me volvió a tocar la mejilla.
-Ni un pelito.
jaja Has ido a la ducha fría ?
– Eso qué es ?
– Ven y te enseño.
Una vez dentro, estábamos bastante juntos.
Mi culito rozaba su pierna velluda y mi espalda parte de su torso.
Comencé a tocar los botones y el agua salía por diferentes chorros impactándome en los abdominales, la cara y la entrepierna.
En un momento dado, Halid volvió a pasar su mano por mis nalgas, pasando con descaro su dedo gordo por mi ano.
– Ni un pelito.
Aproveché el movimiento para agacharme y hacer como si hubiera encontrado otro botón en la parte baja de la ducha.
Mi culo tieso se abrió completamente, dejando mi agujero imberbe a escasos centímetros del pollón de Halid.
Este se empalmó de golpe y su tranca llegó directamente a la entrada de mi ano.
Con las dos manos apoyadas en mis nalgas, y su polla reposando en mi agujero, Halid estuvo observándome durante un instante.
Después, cuando yo ya me cansaba en esa posición, fue haciendo presión con su glande hasta deslizarlo por mi ano.
Una vez dentro, resopló.
Tenia el agujero tan pequeño que con solo la presión en su glande casi se corre de golpe.
Halid fue deslizando su polla dentro de mí.
Yo sentía como mi ano se abría y justo cuando le fui a decir que parase, Halid me agarró con fuerza las nalgas y metió su enorme pollón dentro de mí con una sola sacudida.
Mi grito resonó por el hamam, pero no pude escabullirme porque Halid me había cogido las piernas con una facilidad asombrosa y me había levantado, apoyándome contra su torse peludo mientras me embestía contra la pared de la ducha.
Los botones empezaron a dispararse y todos los chorros de la ducha venían disparados hacia mi cara mientras Halid metía y sacaba su enorme polla con más violencia.
Halid resoplaba cada vez más.
Sentía como el sudor le caía de la barba sobre mis mejillas y el olor de su polla se mezclaba con el de sus sobacos en movimiento.
Casi me corro solo con ese olor.
Sentía como Halid se estremecía con cada sacudida.
Para hacerle sufrir más, hice un movimiento con mi ano, haciendo mi agujero más estrecho.
A Halid se le nubló la vista.
– Qué puto culo más pequeño.
– No te corras dentro eh.
– Calla joder! Me corro
Y me aferró más asu torso, mientras gemía.
Sus sacudidas significaban que sus huevos se estaban vaciando dentro de mi.
Sentí un chorro de leche bajar por mi ano y mojarme las nalgas y las piernas.
Las convulsiones seguían y los chorros de lefa árabe seguían empapándome el culo.
Hacía tiempo que a Halid no le vaciaban los huevos.
Cuando acabó sacó su polla de mi culo, y yo me agaché y empecé a lamerle la leche que quedaba.
El sabor de su polla era tremendo y empecé a lamerlo con mi lengua rosa y mi culo lleno de leche.
– Tómate biberón ahora, que ojos más bonitos tienes.
Después de eso, subimos al vestuario y nos fuimos.
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