Harem de niños, experiencia alucinante
Un hombre visita un prostíbulo de niños.
El hombre miró su reloj y revisó en el celular la dirección que le habían dado.
Era una antigua zona residencial venida a menos. La casa, de pareces de ladrillo, tenía una puerta de madera y un portero eléctrico. Era solo un poco menos decadente que las demás. No había autos estacionados en la calle. Hacía mucho calor.
Un perro tuerto olfateaba un montón de ramas secas y de basura. El hombre apretó el interruptor.
– Hola- le respondió una voz metálica.
– Vengo a ver a los chicos.
– Código.
Recitó una sucesión de letras y números que le habían dado cuando hizo la transferencia desde su tarjeta de crédito.
Un zumbido le anunció que la puerta se abría.
Entró a una sala de estar, donde había un sillón blanco sucio Las paredes estaban pintadas de colores vivos, con posters de películas con actores infantiles: “Mi pobre angelito”, “Peter Pan”, “Harry Potter” …
Una mujer de rasgos masculinos lo recibió. El hombre habría apostado que era un travesti.
-Soy Lizzie. Supongo que ya te explicaron las condiciones.
Sí, la suma que había pagado (una cantidad considerable) era solo para tener acceso al “Harem” y ver a los chicos. Para tener sexo con ellos, las tarifas eran más elevadas.
-Bien, acompañame.
Caminaron por un pasillo. El hombre pudo escuchar risas infantiles, como si en la otra habitación hubiera un festejo de cumpleaños. Los niños estaban esperándolo.
– Hace mucho calor, ¿Qué te sirvo?
– Solo un vaso de agua.
Lizzie se retiró y el hombre esperó que por la puerta fueran saliendo los muchachos.
En la página web del sitio, con el que se topó inesperadamente, las fotos de niños bellísimos en poses provocativas primero lo atrajeron y luego lo atraparon. Harem de Niños prometía experiencias alucinantes.
Lizzie le alcanzó un vaso de agua helada: -Ahora pasarán los chicos y te van a saludar. Vos elegís el que prefieras. ¡No lo vas a tener fácil…!
El hombre se sentó y bebió el agua fría. Había una foto de un precioso niño rubio desnudo. Era más artística que pornográfica, pero muy sensual. La puerta se abrió y el hombre, que se había sentado, se puso de pie de un salto, ansioso por recibir al primer chico.
Apareció un muchacho musculoso y morocho con una abultada tanga roja. Le dijo “Me llamo Kevin”. El hombre calculó que, pese al maquillaje y la depilación, Kevin andaría por los veinte años largos. Parecía un jugador de futbol de un club del ascenso. Mentalmente, lo descartó.
El segundo era unos años menor. Tal vez dieciocho. Era gordito, con la piel lechosa y pechos casi femeninos. “Soy Chubby”, dijo con voz aflautada y le dio un beso húmedo en los labios. Tampoco se entusiasmó con él. “Espero que haya uno que esté bien”.
El tercero era alto, bizco y no había manera de que se lo pudiera confundir con un adolescente. “Me llamo Ringo”, dijo con voz ronca, dándole un beso en la mejilla. “¡Hasta tiene mal aliento!”, pensó el hombre, fastidiado.
Finalmente llegó el último. Tal vez fuera de Senegal, porque últimamente habían llegado muchos inmigrantes de ese país. Era guapo, pero no podía tener menos de veinte años. Dijo llamarse “Kito”. El hombre lo imaginó cazando elefantes a machetazos.
La puerta se cerró. Ninguno de los cuatro le entusiasmaba en lo más mínimo. Ya había pagado una pequeña fortuna para tener acceso a ese lugar. Se sentía un idiota total.
– ¿Te gustaron los bebés? – preguntó Lizzie.
“Estos bebés ya deben tener hijos”, pensó el hombre, pero en cambio dijo: -En verdad, estoy buscando algo diferente. Las fotos de la página web prometían niños más…
– ¿Más guapos?
El hombre asintió, sin querer decir esas palabras.
– Es Photoshop, papito. Son estos mismos chicos con algunos retoques. ¿No me vas a decir que ninguno te gustó?
– Son adorables- mintió- pero, ¿no hay ninguno más? ¿Alguno más chiquito?
– No.
– Entonces fue un gusto, pero me voy. Gracias.
– ¡Mirá que estos niños son muy desvergonzados!
Desvergonzado era, sin duda, el hijo de puta que estaba detrás de esa estafa.
-Gracias, pero me tengo que ir.
-Al menos, toma esta copa de licor. Cortesía del Harem de Niños.
El hombre salió de la casa y se imaginó a Lizzie y a los cuatro “bebes” riéndose a carcajadas de él y brindando con vino barato.
El licor le había dejado un gusto extraño en la garganta. Tosió un par de veces. Buscó en sus bolsillos alguna pastilla de menta, pero sin suerte. El sol lo encandiló. Sintió que se mareaba.
Oyó una voz: -Sé lo que estás buscando.
El que le hablaba era un niño sonriente de baja estatura y delgado. Usaba una gorrita de béisbol roja y pantalones cortos.
– ¿Qué sabes vos?
– Fuiste a la casa de los putos, pero vos buscás chicos – dijo el niño. Era muy simpático. Sus ojos castaños estaban sombreados por largas pestañas.
– No sé de qué estás hablando.
El niño tomó confiadamente la mano del hombre y caminaron juntos: – Vos buscas chicos como yo.
– ¿Sos un prostituto?
– ¡Que feo suena eso! No, me gusta complacer a hombres tristes.
– ¿Gratis?
– Trabajar gratis es un lujo que no me puedo permitir.
– ¿Quién te enseñó esa frase? Mi papá la decía siempre. No te preocupes por el dinero.
Metió la mano en el bolsillo y sacó una billetera repleta.
– ¿Y dónde iríamos a pasar el rato juntos?
– ¿No tenés auto?
– Sí. Está a unas cuadras de aquí.
– Podemos ir a algún lugar cómodo y discreto.
– Hablás como un profesional. ¿Cómo te llamás?
– Adiviná.
– Tenés cara de Joaquín.
– ¡Acertaste!
– ¿De verdad?
El niño sonrió otra vez. Había algo familiar en esa sonrisa. Los incisivos de conejito. Los hoyuelos en las mejillas. El hombre había visto antes a ese chico, pero ¿dónde?
– ¿Y tu mamá?
– Ya no está.
– ¿Se murió?
– Sí, cáncer de pecho.
– A mi mamá le pasó lo mismo. Fue hace muchos años.
El chico se mantenía aferrado a la mano del hombre.
“¡Que bueno dedicar tiempo a los hijos!”, les dijo una anciana al pasar. El hombre asintió, confundido porque esa mujer también le resultaba muy familiar.
Llegaron al auto. Joaquín se sentó en el asiento del acompañante. Tratando de despertar su sensualidad adormecida, el hombre miró con lascivia las piernas del chico. La piel era suave y tersa. El pantalón corto se le había arrugado al sentarse y dejaba ver casi por completo el muslo blanco y sedoso. Sintió deseos de acariciarlo, pero se contuvo.
– ¿Cuántos años tenés?
– Adiviná – dijo Joaquín quitándose la gorra. El pelo, renegrido como el ala de un cuervo, caía en cascada sobre su cara fresca. Tenía las mejillas delicadas como si fuesen de porcelana.
– Once.
– ¡Adivinaste de nuevo!
– ¿No me estás tomando el pelo?
– No. ¡Sos bueno adivinando!
Joaquín sugirió ir a un hotel, cerca de la autopista.
– Pero ese es un hotel familiar.
– ¿Oíste lo que dijo esa señora? Nos parecemos. Nadie va a pensar nada extraño.
Tal como había dicho el niño, en el hotel no sospecharon nada. Incluso el conserje bromeó sobre el parecido de Joaquín con “su padre”.
– ¿Me querés desvestir? A algunos les gusta hacerlo.
– Prefiero ver cómo te desnudás.
Joaquín sonrió y se quitó la ropa. Lo hizo con la naturalidad de un niño inocente. Ningún alarde provocativo. Una de las zapatillas le dio trabajo.
– Ya está. ¿Y vos?
– Prefiero empezar vestido.
Tomó a Joaquín por las axilas y, levantándolo, lo sentó sobre sus rodillas. El chico puso sus brazos alrededor del cuello del hombre y empezó a besarlo en la boca. Su pequeña lengua era excitante. La mirada del niño era relajada. El hombre acarició el cuerpo del chico.
– ¿Estás bien?
– Mmm…- susurró el chico.
Lo acostó boca arriba en la cama, besó su cuello y su pecho. El chico se entregaba a los caprichos de la lengua del hombre, con entera confianza, suspirando de placer.
El hombre gozó de cada rincón de ese cuerpo sedoso mientras acariciaba suavemente los testículos del chiquito.
– Qué rico lo que me estás haciendo…
El pequeño pene del chico estaba tieso. El hombre se desplazó para mamarlo. Lo hizo con mucho cuidado. El chico le acariciaba la cabeza, gozando al máximo. Con un suspiro profundo, alcanzó su orgasmo.
-Ahora es mi turno- dijo el hombre.
Quería penetrar al niño de tal modo que pudiera ver su carita de ángel mientras lo hacía. Al ver al niño desnudo en la cama, le dieron ganas de acariciarlo otra vez, antes de desnudarse y penetrarlo. Pero el chico le ganó de mano y lo besó.
…..
El hombre sintió que una lengua áspera le lamía la cara. Era el perro tuerto que había visto merodeando la casa de ladrillos. Lo alejó de un manotazo y se incorporó confundido. Alguien lo había cubierto con ramas. Era de noche.
No tenía su reloj ni su billetera. La calle estaba oscura, no había luces en las casas. Desorientado, se puso a caminar. La memoria se le había fragmentado.
Recordó haber tocado un portero eléctrico. Recordó a un africano cazando elefantes. Recordó la copa de licor. Recordó que se llamaba Joaquín y recordó que a los once años le habían regalado una gorrita roja de béisbol.
me quedo duda – sucedió o todo fue sueno del protagonista ?
La realidad termina con la «copa de licor» que le ofrecen al retirarse. El hombre pierde el conocimiento, los delincuentes le roban la billetera y el reloj, mientras el alucinógeno lleva al hombre a una experiencia onírica (sueño) donde termina encontrándose consigo mismo.
quedo duda- todo sucedió o fue una alucinación de protagonista?
El propósito de estos relatos es justamente el de generar duda. ¡gracias por tomarte el tiempo de leer y comentar!
Totalmente se entiende, si uno tiene lectura comprensiva, lo digo sin intencion de ofender, pero la clave estaba en el licor. Aunque gratamente me sorprendió el desenlace pues creí que antes de salir iba a perder el conocimiento .
¡Gracias, Lucio! Sí, la «experiencia alucinante» que se menciona al pasar intentaba dar un indicio. ¡Gracias por leer y comentar!