Historias de terceros: Los Villeros (1º Parte)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por MarioKerar.
No se puede remar contra la corriente, ni negarse a la realidad.
Ya en la escuela comencé a darme cuenta que me llamaban más la atención los chicos que las chicas.
No en un sentido sexual, sino general, o físico si se quiere.
Me daba cuenta que involuntariamente clasificaba a todos mis compañeros en agradables o no, ya sea por su aspecto o por su carácter, lo cual me sucedía con muy pocas nenas.
Por aquel entonces no le di importancia a ello.
Pero llegado a la secundaria se hizo más evidente para mí mismo.
Con mis compañeros ya más desarrollados y más varoniles, sobre todo algunos repetidores, comenzó a molestarme el agrado que algunos de ellos me generaban.
Para colmo con mis 14 años era de los menos desarrollados y eso lo notaba en los baños que eran nuestro centro de reunión y lugar de chanzas y ostentación de vergas por parte de aquellos más favorecidos.
Hasta competencia de masturbaciones y cantidad de leche hacían.
Me sentía disminuido ya que apenas si tenía algunos pelos en el pubis, ni que hablar de mi tamaño y que con mis pajas, aunque placenteras, sólo conseguía sacar unas pocas gotas.
Estaba seguro de no ser el único en mi situación ya que éramos varios los que nunca la sacábamos en público, pero eso no me servía de consuelo alguno.
En mi negación intenté conseguirme alguna novia entre mis compañeras, como ya tenían algunos, pero era en vano.
Por un lado porque mis intentos eran tan débiles como mi real interés.
Y por otro porque, aun sin ser feo, supongo que el hecho de ser el más menudo del grupo les generaba poca atracción a las chicas.
Pero yo insistía en considerarme "normal" y encajar en el grupo de compañeros, y así fué como ese verano, ya de vacaciones, me sumé a la invitación de uno de los chicos de mi curso de pasar un fin de semana en la casa quinta de sus padres.
Sería un finde de muchachos solos ya que sus padres se irían a la costa y nos dejaban una buena reserva de pizzas, hamburguesas y gaseosas para que nos arregláramos.
Quizás convenga decir aquí que mi colegio era privado y todos proveníamos de clase social acomodada.
Ese viernes a la tarde mis padres me dejaron en la casa quinta y se iban con mis hermanos menores a pasar el fin de semana al campo de mi abuela.
No tardé en arrepentirme de haber ido.
Comenzó con fútbol, donde me tocó ir al arco por mi consabida falta de habilidad, y luego todos a la piscina lo cual me hizo sentir particularmente incómodo.
Incomodidad por no poder comportarme naturalmente.
Algunos cuerpos me atraían y luchaba conmigo mismo entre las ganas de mirarlos y el temor de que se dieran cuenta.
Los shorts y calzoncillos pegados por el agua eran doble tentación, por no mencionar a un par de nudistas.
Me enojaba conmigo mismo, no quería ser "un puto" pero mi ser reaccionaba en ese sentido.
Llegada la noche la cosa empeoró.
Mientras algunos encendían los carbones para las hamburguesas, otros sacaron botellas de alcohol que contrabandearon y comenzaron con los relatos y anécdotas sexuales que, inventadas o no, generaban carcajadas, chanzas y erecciones de las que algunos alardeaban abiertamente, mientras que yo internamente debía reconocer que me erectaban las suyas.
Fue cuando comenzaron a mofarse de un par de chicos afeminados que había en el colegio que decidí que tenía que irme.
No había llevado las llaves de mi casa, pero eso no era problema porque conocía el lugar del jardín donde ocultábamos una copia por si alguien perdía la suya.
Era bastante tarde, pretexté una descompostura y mi compañero dueño de casa me indicó dónde había una parada de colectivos como a unas diez cuadras y me advirtió que me apurara porque el último pasaba a las 12:00 PM y que hasta las 06:00 no volvían a pasar.
Faltaba una hora para la medianoche por lo que no me preocupé, agarré mi mochila y me fui.
El que a ninguno le preocupara o interesara mi partida, me confirmó lo poco que cuadraba yo en el grupo y lo acertado de irme.
Caminé esas diez cuadras medio temeroso.
En parte por lo espaciado de las luminarias y en parte porque sabía que esa zona de casas quinta lindaba con un asentamiento que aquí se le llaman "villas" y que tienen reputación de peligrosas.
La parada estaba en una esquina: cuatro postes con un techito frente a una casa evidentemente abandonada y con un cartel de "se vende".
La casa tenía un jardín anterior con un paredón bajo, donde me senté a esperar el colectivo.
Había una puerta de rejas en un lateral del frente de la casa en venta que parecía dar acceso al patio trasero y que me tenía con los pelos de punta porque estaba abierta e imaginaba que alguien podía salir por allí.
Llevaba rato esperando cuando me puse en alerta porque vi venir una figura por la calle.
A medida que se acercaba noté que era un hombre alto con una especie de bermudas blancas y lo que suponía una chomba amarilla que llevaba colgada en un hombro.
Al pasar bajo una luminaria cercana pude notar que era un joven delgado, de piel morocha.
Caminaba despacio, como quien no tiene nada que hacer y se dirigió derecho hacia mí con lo cual me di por asaltado.
Se sonreía, seguramente por mi cara de susto, me saludó y me preguntó si tenía un cigarrillo.
Dio la casualidad que yo había comprado un atado pensando congraciarme con aquellos de mis compañeros que fumaban, así que aliviado porque no resultara un asalto, saqué el atado de la mochila y se lo regalé entero.
– Quedátelos que yo no fumo – Le dije.
– ¿Y si no fumás para que los tenés?
– Eran para unos amigos, pero me olvidé de dárselos.
Encendió uno y comenzó a hacerme preguntas.
Con su altura y estando yo sentado me quedaba su pelvis a la altura de mi cara.
No pude dejar de notar que no llevaba ropa interior ya que con cada movimiento su paquete se movía bajo lo que yo había pensado que era un bermuda pero no era otra cosa que una especie de short largo de una tela fina.
Calculo que tendría unos 20 o 22 años y se notaba que era de la villa.
Su postura, la manera de hablar, la forma directa de mirar, y esa gesticulación entre pícara y maliciosa que se obtiene de la calle.
Pasé de sentirme asustado a algo atraído.
Tal vez por tratarse de un desconocido me permití a mi mismo reconocer que me gustaba.
No era feo, de facciones recias pero agradables y muy masculinas, con un caminito medio ralo de pelos que bajaba de su ombligo y se ensanchaba perdiéndose en el elástico de su short, su postura varonil, y sobre todo su seguridad y su sonrisa medio irónica me resultaban un combo atractivo.
Estoy seguro que el flaco me captó de entrada porque se sentó un poco apartado y mientras me preguntaba boludeces, cada tanto se llevaba la mano al bulto como acomodándoselo.
Eso despertaba en mí un acto reflejo imposible de resistir, instintivamente mi vista acompañaba su mano.
A la segunda o tercera vez que lo hizo levanté la vista de su bulto para encontrarme con su sonrisa de satisfacción que indicaba a las claras que sobraban las palabras.
– ¿Te gusta la pija, no? Vení.
– Me dijo.
Y sin darme tiempo a responder pasó del otro lado del paredón y se metió a la casa abandonada por el pasillo lateral de la reja abierta.
Me quedé duro sin saber qué hacer, pero pronto el instinto pudo más y lo seguí.
Adentro había un pastizal descontrolado.
La luz de un poste de la calle lateral iluminaba casi todo el patio por sobre el muro, y me fue fácil ver donde me esperaba, al acercarme noté que estaba con el culo apoyado en una de esas típicas mesas de cemento y mosaicos, con el short por los tobillos y la pija en alto.
Hermosa pija.
Oscura, larga, no tan gruesa y abananada hacia arriba.
Sus huevos y pelambre eran los de esperar, pero poco me fijé porque estaba absorto en su tripa.
Como yo sólo miraba, me agarró una mano y me la llevó a su pedazo.
Agarrarla y desatar mi bloqueo de años fue todo uno y se la empecé a pajear con rapidez.
– Despacito que hay tiempo – me dijo.
Y con una mano sobre la mía me marcó un ritmo suave.
Llevándome de la cintura me hizo poner de costado para manosearme el culo.
Lo hacía despacio palpándome cada nalga a mano llena y punteando suavemente con algún que otro dedo en mi zanja haciéndome poner la piel de gallina.
Su otra mano en mi cabeza me insinuó la mamada y no me resistí.
Tenía mucho gusto a pija y un intenso olor a huevos, pero lejos de desagradarme me calentó aún más.
Él movía su pelvis para que entrara más pero yo lo limitaba con mi mano, con delicadeza me quitó la mano de su pija y me la llevó a sus huevos.
Mientras se los acariciaba presionaba un poco mi cabeza logrando que me la metiera un poco más cada vez.
No era fácil porque me generaban arcadas pero yo las trataba de controlar porque mi resistencia a aceptar mis gustos se había quebrado de golpe.
Otra oportunidad no se me iba a dar y quería hacer todo lo que se pudiera.
En un momento me palpa la pija y la encuentra parada.
– Se nota que te gusta, rubio.
-Me dijo- Mejor, así la pasamos bien los dos.
Y bajándome el short con una sola mano, pasó a tocarme el culo en directo.
Ensalivaba mi agujerito y lo recorría suavemente con la yema de un dedo lo cual como que me electrizaba, luego lo metió un poco haciéndome arder.
Se dio cuenta de mi respingo y me lubricó más y ya no me molestaba tanto.
De pronto me sacó de su pija, se terminó de sacar el short de sus tobillos y me dijo:
– Es hora de estrenar ese culito.
– ¿Cómo lo sabés? – Me nació preguntarle en mi idiotez.
– Por lo mal que chupás la verga me parece que la mía es tu primera.
Inconsciente de lo que se venía y seguramente llevado por la excitación me dejé hacer.
Cuando me terminó de sacar el short, me giró y me hizo apoyar la panza sobre el cemento de la mesa que por mi baja altura me quedaba justito.
Con golpecitos de sus pies me hizo separar las pierna quedando mi cola expuesta a su merced.
– Yo no soy de chupar culos – Me dijo – mientras se agachaba y separándome las nalgas me escupía un par de veces el agujero.
Eso me deliró aún más.
La sensación de ser manipulado a su antojo y sentirme objeto de uso me excitaba sobremanera.
Se acomodó y tras apoyar la cabeza de su pija en mi ano comenzó a presionar.
Como parecía no entrar, en mi ansiedad aflojé mi esfínter y la cabeza me entró de golpe.
El dolor fue tan brutal que pegué un grito e intenté zafarme.
Era imposible porque estaba atrapado entre la mesa y su pija.
El morocho me tapó la boca con una mano y sosteniéndome firmemente de la cadera con la otra me dijo con toda tranquilidad que me quedara quieto que lo más grueso ya había entrado.
Estuvimos así, quietos, mientras él liberó mi boca para dedicarse con toda la parsimonia del mundo a poner más saliva a lo largo de su pija y en los alrededores de mi culo que alojaba su cabeza mientras mi esfínter se contraía como tratando de expulsarlo.
Se inclinó apoyando su pecho en mi espalda y volviéndome a tapar la boca me dijo al oído:
– Aguantala que ahora te la comés toda.
Y con un único, largo y lento envión me la terminó de meter cuan larga era.
Las piernas me temblaban y sólo podía bufar entre sus dedos.
Me saltaban las lágrimas y podía sentir como me entraba cada centímetro de su tripa.
Me daba la sensación de que me hacía encima y que me llegaba hasta el estómago.
Me soltó la boca indicándome que no gritara y agarrándome de los hombros inició un lento vaivén a su gusto haciendo caso omiso de mis quejidos y pedidos de que me la sacara.
Yo era un pelele en sus manos.
El morocho se tomaba su tiempo, sacaba su verga hasta casi la cabeza y suavemente me la volvía a meter hasta hacer tope con sus pendejos.
– Vos relajate y dejame hacer – Me dijo – Si te gusta la pija se te tiene que estirar el culito.
Ya he desvirgado a unos cuantos y todos vuelven por más.
No sé si me relajé, o fue por su delicadeza al cogerme, pero lo cierto es que el dolor fue disminuyendo.
Aunque molestaba, el hecho de sentirme empalado y de estar a merced de un hombre me resultaba erotizante.
Que por momento me agarrara de los pelos o que separara mis nalgas para ver cómo me entraba, me calentaba más todavía.
En algún momento que no supe distinguir, su bombeada comenzó a ser más intensa.
Dolía un poco más, pero a su vez más me gustaba.
Bufábamos al mismo ritmo del sopapeo de su pelvis sobre mis nalgas.
La situación me desbordaba, comencé a sentir el inicio de un orgasmo pese a que mi pija estaba muerta y la sensación creció con sus bombeos ya furiosos y tuve que agarrarme de la mesa y contenerme para no gritar cuando de mi pija comenzaron a salir chorros de leche en una acabada impensada y alucinante para mí.
Las piernas se me aflojaron y no sé en qué momento el negro me acabó adentro porque yo estaba como obnubilado con mi propia acabada.
Recuperé el dominio de mis sentidos con su cuerpo aplastando el mío contra la mesa y su pija aún en mi culo.
Mientras escuchaba como él recuperaba el ritmo de su respiración pegado a mi oído, su verga se fue desinflando y la sentí salir de mi culito seguida de un líquido que bajaba por mis huevos.
El morocho se incorporó y se sentó en la mesa.
Yo me hice a un lado y me acuclillé porque sentía como ganas de ir de cuerpo, pero nada salió, sólo otro poco de líquido que supuse sería su leche ya que la luz no daba para distinguir.
Mientras él encendía otro cigarrillo yo busqué un pañuelo en mi mochila y me limpié.
La cola me ardía y molestaba un poco.
Me pidió el pañuelo para limpiarse la pija y mientras lo hacía me preguntó:
– ¿Y, que tal? ¿Te gustó?
– Dolió bastante.
– Le contesté.
– Ya sé que duele, ¿Pero te gustó o no? – Insistió – Me di cuenta que te acabaste y todo.
No me quedó otra que reconocer que me había gustado.
Cuando salimos de la casa abandonada miré el reloj y habían pasado ya 20 minutos de la hora en que debía pasar el colectivo.
– Se debe haber retrasado – Le comenté.
– No, el colectivo pasó mientras culeábamos ¿No lo escuchaste? – Me dijo – ¿Ahora qué vas a hacer?
– Nada, me iré caminando, no me queda otra.
Se rió, me dio la mano, despidiéndose y se fue doblando la esquina.
Me tomé un minuto para pensar cual recorrido me convenía más y no alcancé a decidirme cuando lo veo regresar.
– ¿Te esperan a alguna hora en tu casa? – Me preguntó.
– No, mis padres vuelven mañana.
– Mirá, este barrio es peligroso para un pibe como vos.
– Me dice – Yo tengo una casilla con mi hermano cerca de acá.
Si querés te invito a pasar la noche y te vas mañana de día en el colectivo.
No había mucho para pensar, era aceptar o caminar casi cinco kilómetros pasando por un par de asentamientos.
Y con una sonrisa cómplice, mientras se agarraba el bulto, agregó:
– De paso podés practicar como se chupa bien una verga.
Nos fuimos juntos.
(continuará)
Demasiado bueno, te felicito , muy bueno , ya me imagino como pasaron de bien esa noche y se unió el hermano del activo a la fiesta , saludos desde Venezuela