Historias mínimas 2: ¡Todos los taxistas le entran!
Un rapidín anónimo o, como le decimos en mi país, un choque y fuga con placa falsa….
Corrían mediados del 2001 y el mundo era muy distinto; entre otras cosas, la homosexualidad se llevaba con cero orgullo. Por tal motivo, todos éramos “caletas” y ligar “al paso” era rarísimo en una Lima que nunca tuvo espacios de cruising propiamente dicho (que ahora ya tiene nombre en español: “cancaneo”) fuera de discotecas, saunas y cines porno.
Esa madrugada, tipo 2:00 am, yo salía de una especie de fiesta organizada por mi trabajo de aquel entonces, nada menos que en la Salón San Martín del Hotel Marriot de Miraflores; ergo, me encontraba bien vestido y presentable demás. Me pasé la fiesta coqueteando con uno de los percusionistas de La Gran Banda de Jean Pierre Magnet, moreno guapo él, a quien como consecuencia de todo el alcohol en mi sangre tuve el desatino de perseguir hasta el baño. Allí me aclaró que no era maricón mientras se metía una raya de coca.
Terminó la fiesta. Yo, arrecho y rechazado (“arrechazado”, diría mi tía Susy), salí del Marriot y tomé el primer taxi que vi cerca de la puerta principal. Se supone que todos eran taxistas confiables que recogían gente de ese hotel, así que ni me fijé en el chofer; solo me senté en el asiento del copiloto, le di la dirección, arrancamos y le pedí permiso para fumar. Y a partir de allí empezamos una conversación que nos llevó del cigarrillo a la reunión de la que acababa de salir y de ahí, no sé cómo, terminamos hablando de sexo con travestis.
“De vez en cuando me como un travesti, ¿y usted, le entra o no?”, me preguntó el taxista que ahora tenía toda mi atención. Él tendría más o menos 25 años, vestía una camisa y un pantalón formalones; era más bien delgado fibroso y no recuerdo su rostro ni su estatura. Los tragos me ayudaron a ponerme en bandeja. En esa época yo tenía 26 años y me veía espectacularmente bien, modestia aparte, y por la fiesta me encontraba a la tela.
“Yo no le entro a los travestis, porque no me gusta comerme hombres”, le dije y puso cara de palta. Luego de un silencio estratégico, rematé con: “más bien, a mí me gusta que los hombres me coman”. La sangre le volvió al rostro. “Pues, yo estoy a pajas hace días y no me vendría a mal cachármelo a usted, si desea”, me dijo mientras se agarraba el paquete. Le respondí que era buena idea y procedí a abrirle la bragueta. Liberé su pinga, un toque más grande que la mía, sin circuncidar, saladita por el sudor de un día de chamba, rodeada de una mata de pelos que además expelía el aroma de dos huevazos también sudados. Un manjar al que no pude resistirme, así que de inmediato empecé la mamada, retirándole el prepucio lentamente con la lengua y procediendo a engullir toda su verga mientras jugaba con mi lengua por su tronco y los huevos.
“¡Suave, que estoy manejando!”, me dijo mientras paraba el auto en alguna cuadra de la Avenida Arequipa. Mi respuesta fue seguir chupándosela, pero con más dedicación. Se escuchaba poco movimiento en la calle. “Qué rico la chupas, nadie me la había comido así antes”, dijo y yo lo entendí como una orden para esmerarme aún más.
“Aguanta, que no la quiero dar y porque te quiero cachar”. Detuvo el auto y me preguntó si conocía algún lugar donde ir. Le dije que no, pero que camino a mi casa había calles sin un alma a esa hora (me refería a las que están entre la Municipalidad de Pueblo Libre, el INABIF y el Bar Queirolo). “Vamos para allá”, me dijo y me empujó la cabeza hacia su pelvis.
En el trayecto, se la mamé lo mejor que pude mientras él me decía que siga o que me detenga, según se le venía el huayco o no porque ya estaba a punto porque la chupo muy bien y qué sé yo.
Llegamos a la zona antes mencionada y en una de las calles menos iluminada detuvo el carro. Lanzó hacia atrás el respaldar de ambos asientos y me ordenó echarme boca abajo. Así lo hice y le agregué la bajé de pantalón y calzoncillo más la apertura de nalgas con mis manos. Él se me lanzó encima a lo bruto y me la metió de una; por suerte yo se la había llenado de baba, así que se deslizó hasta el fondo sin dolor. Lo sentí bien rico. Lo malo es que, con la mamada, el tipo ya estaba embalado y, tras cuatro o cinco embestidas salvajes, me la empujó lo más que pudo hasta el fondo (ahí sí dolió un poco) y se quedó así unos segundos, resoplando en mi nuca. Acto seguido, se reincorporó, arregló su ropa y los asientos, y dijo “te llevaré a tu jato”.
A duras penas me acomodé la ropa y ya habíamos llegado a mi casa, pues estaba a menos de un kilómetro. Al pagarle, me pidió una “propina” por el cache y le dije “¿cuál cache, si apenas me la metiste y terminaste? ¡Más bien deberías pagarme tú a mí por la mamada y por habérmela metido!” No insistió. Se fue y me metí a mi casa.
Me desnudé y me tiré sobre la cama, puse mi mano en mi culo para agarrar un poco de la leche del taxista que se me estaba regresando y que no era poca, y la usé de lubricante para meterme una de las pajas más alucinantes de mi vida. Si bien el taxista era muy malo en el sexo (sospecho que era heterosexual, por la poca “pasión”), la situación me había calentado tanto que disfruté muchísimo por un buen rato, jalándome el ganso e imaginándome que él me la metía mientras se la mamaba al percusionista de La Gran Banda en un baño del Hotel Marriot.
Excelente relato, como sigue?
Uufff…que delicia de relato, como sigue? necesito mas 😋🔥
Excelente relato… Como sigue?
Como sigue?
Excelente relato. Como sigue?
Muy buen relato… como sigue?