Hombre de pelo en pecho
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Hansolcer.
El grueso pelo de su barba al contacto con mi estómago, me hacía recordar que era un hombre quien estaba a mis pies sorbiendo los jugos de mi verga.
Goloso, se tragaba casi todo mi palo para luego sacarlo mientras aspiraba como si quisiera sacarme el semen a la fuerza.
Le temblaba la barbilla mientras gemía de una manera nerviosa, como si tenerme fuera para él la más grande fantasía cumplida.
Mmmm mmmmm mmmmm aah mmmm Que rica vergota te tienes bebe Mmmm oug oug que rica.
¿Te gusta cómo te la mamo corazón? ¿Te hago sentir rico? – decía como si fuese más para si, que conmigo mismo.
Se llamaba Pedro, peón en una fábrica de ladrillos cercana a la vecindad donde vivíamos.
Hombre rudo, cuarentón y con aquella pinta de macho que a muchas mujeres les llamaba la atención.
Principalmente a la vecina del 20, la señora que según contaban en algún tiempo había ejercido la prostitución.
Ella contaba: tiene una verga que hasta doliendo me deja el mico, en referencia a su panocha.
Ciertamente la tenía grande, lo había notado cuando se bajó los pantalones para dejárselo a los talones.
Aunque no dejaba de alimentarse de mi verga se masturbaba entre jadeos y resoplidos, era claro que lo estaba gozando.
Quiero comerme tu verga papito, la quiero en en el culo, quiero tragármela toda – lo había escuchado decir.
Era una mamada experta, con gran conocimiento de dónde tocar.
Podía sentir su lengua caliente jugueteando con mi garrote, su cavidad bucal totalmente húmeda aunque Pedro muy a propósito apretaba sus labios para que cuando mi verga le entraba me hacía sentir como si fuese una rica vulva apretada.
Estábamos en la parte donde yo le había tomado la cabeza con mis manos y lo culeaba.
Si, me lo cogia por la boca y era una delicia penetrarlo hasta casi desaparecer mis 17 centímetros.
Sus manos en mi trasero me jalaban hacia el como si quisiera que le llegara hasta el cerebro.
Si alguien nos hubiera visto quizás no hubiera dado crédito a lo que veía.
Un escuálido chamaco de 16 follando a un hombre de 40 por la boca no era cosa que se veía a diario.
Sin embargo ahí estábamos, a la mitad de aquel terreno baldío, ocultos tras arbustos para no ser descubiertos por alguien que llegara a abastecerse de agua de aquel nacimiento natural.
Algo improbable ya que últimamente pocas personas llegaban al lugar por la llegada de agua potable al lugar.
– Papi.
Cogeme – casi había suplicado.
Supe que era una obligación, ya que si antes mi única intención había sido que me la mamara, verlo excitado y no calmarle su necesidad de verga hubiera sido un pecado.
Le saque mi polla de la boca y quitándonos totalmente la ropa nos encaminamos rumbo hacia aquel árbol caído y sin que se lo pidiera lo vi sostenerse con sus manos quedando a mi disposición para que lo penetrara por detrás.
Agáchate – le dije mientras me colocaba casi rozando su peludo trasero.
Un morbo extraño se apoderó de mí de saber que estaba a punto de cogerme a un hombre con tantos pelos en el cuerpo que parecía un oso, tenía vellos hasta en la raja del culo.
Por unos instantes me dediqué a acariciarle la espalda, mi tranca en su entrada.
Lo sentía impaciente, pero parecía disfrutar mis manos recorriendo su columna hasta llegar a sus nalgas.
Con mis 2 pulgares abrí sus cachetes y pude ver la entrada de su ano, palpitando como semáforo en amarillo advirtiendo que algo iba a entrar en aquel túnel.
Pedro parecía no estar dispuesto a esperar y otra vez me pidió que lo penetrara.
– Métela cariño.
No me hagas sufrir.
Me unté saliva en la cabeza y esta vez empuje un tanto, despacio, pero si con la fuerza necesaria para que mi impaciente víctima engullera más allá de la cabeza en su interior.
Lo escuche pujar, de gusto, pero pujo.
– Que ricooo, bebe que ricooo.
Ufff que rico.
Dámela toda, dámela toda.
Se la saque y lo sentí relajarse, otra vez empuje y ahora la engulló toda, como Pedro quería.
Toda hasta el tope.
Hasta que sus caderas quedaron pegadas a mi.
Hasta sentir que le había tocado la tripas.
De nuevo pujó, fuerte.
Muy fuerte, aunque era algo más parecido a un gemido de placer, a satisfacción, a gusto de tener una polla joven solo para el.
– Malo – dijo – me vas a partir el culo.
Pero me gusta bebe, me gusta que me la mandes toda.
Me gusta ser tu hembra.
Follame papi, échame tu leche en mi culito.
Como si aquello fuese una orden, empecé a moverme a culearlo, aferrado a sus caderas.
Lo embestía una y otra vez, a media velocidad, Pedro parecía vivir el polvo de su vida.
Gemido tras gemido no paraba de decir cuánto le gustaba que lo cogiera.
Por un instante pensé que quizá deberíamos adentrarnos más en los matorrales, pero romper aquel momento no me pareció justo.
También yo disfrutaba cogerme a aquel vecino, a aquel hombre fortachón del que había escuchado decir que le gustaba que lo cogieran y por lo que cuando lo encontré en la vereda que lleva al manantial, mi primer pensamiento fue que hoy podía comprobar que tan cierto era lo que se decía.
Y ahí estábamos, los dos desnudos.
El sosteniéndose en el tronco de aquel árbol que se cayo de viejo, yo detrás suyo aferrado a su culo empujando una y otra vez mi verga, gozando ambos.
Porque ya le había agarrado el gusto a follar con hombres, aparte de mi hermano este era el tercer culito al que le daba placer.
No había pasado de largo para mi que Pedro estaba empalmado, sus 20 y tantos centímetros se movían de lado al compás de mis embestidas.
Un pensamiento extraño se apoderó , sabía que el no solo recibía polla, también follaba.
Y cómo si leyera mis pensamientos me tranquilizo que solo le gustaba que lo cogieran.
– No te preocupes papi.
Tú eres mi marido yo tu hembra.
Porque efectivamente, me ponía nervioso aquel badajo de campana moviéndose, grande y grueso.
Mucho, mucho más grande que la mía.
Otra vez me concentré en satisfacer aquel culito y empecé a bombearlo más rápido, tanto que otra vez Pedro cayo en aquella serie de quejidos y resoplidos dignos del mejor orgasmo por ser follado.
Está vez lo vi tomarse la verga y masturbarse, lo hacía al mismo ritmo que yo lo cogia.
– No te preocupes papi, tu cogeme.
Yo soy tu hembra y tu mi macho – afirmó.
Y cómo si aquello fuese una verdad para mi, otra vez volví a culearlo, con mayor intensidad, con más fuerza.
Los quejidos de Pedro se incrementaron y tuvo que sostenerse con ambas manos.
Instinto o no, mi mano derecha sostuvo aquel pedazo de carne y ahora fui yo quien lo pajeaba, menuda tarea coger y hacerle una paja a alguien.
Pero me gustaba, sentir aquel pollon en mi mano palpitando como si de pronto fuera a reventar y así fue.
Entre pujidos y gemidos de gusto de Pedro sentí como aquel buen pedazo de verga empezó a brincar en mi mano, la sentí hincharse, ponerse caliente.
Supe que iba a terminar.
La solté, que fuera Pedro quién acabará la faena, yo haría la mía.
Sabía que era cuestión de segundos y aferrado a aquel trasero acelere mis movimientos, quería acabar al mismo tiempo.
Como buen come polla Pedro empezó a moverse rico, a apretar con su culo mi pene, como si me ordeñara, como si también tuviera el mismo objetivo y así lo logramos.
Acabamos al mismo tiempo, yo adentro de sus tripas.
Pedro sobre el tronco del viejo árbol, sobre las hojas secas.
Echo semen como pocas veces había visto derramar a nadie.
– Que rico coges bebe – me dijo.
Me hiciste acabar y eso pocos lo han logrado.
Echando su cabeza hacia atrás me dio un beso tímido en la boca.
De agradecimiento creo.
Yo aún tenía mi verga dentro suyo.
Había sido un polvo, un polvazo que deseaba repetir.
Esperaba que el me dijera que si lo seguiríamos haciendo.
Sabía que le había gustado, pero quería que me lo dijera.
El ruido de voces aproximándose al manantial hizo que aquel deseo no se cumpliera.
Eran mis hermanas Beatriz y Lily que llegaban junto a la hija de la vecina del 20, una chica de unos 16 al igual que yo.
Iban por agua al manantial, porque ya había potable en el lugar, pero al dueño de la vecindad le había parecido caro y los inquilinos tenían que abastecerse de ese vertiente natural.
Ya vestidos pero aún entre los arbustos observábamos a las chicas, esperando el momento oportuno de salir cada quien por su lado.
Fue Pedro quien lanzó aquel comentario:
– Carne para tu pajarito verdad amor.
Creí saber a lo que se refería mas no dije nada.
Fue él quien otra vez hablo:
– Dichosas hermanitas que tienen a un hermano que las satisfaga con esa vergota – dijo mientras alargaba su mano como si quisiera tocar mi paquete por encima de mis pantalones.
De nuevo guarde silencio.
No sabía a qué venía el comentario, pero supe que sabía de los juegos sexuales con mis hermanas.
– No te preocupes.
Los vi aquí mismo, en donde me acabas de hacer tu mujer.
Sé que cuando acompañan a tu mamá al manantial el día que ella viene a lavar la ropa, casi siempre es día de sexo para ustedes.
Pedro parecía divertirse:
– Eres un semental bebe.
Se que también le haces el amor a tu hermano.
Antes de que me fuera entre la incertidumbre y el temor de Pedro supiera tanto de mi, el dijo aquello que antes quería escuchar.
– Quieres que volvamos a repetir esto.
Guarde silencio.
Aprovechando que las chicas estaban ocupadas en llenar los recipientes me deslicé entre los arbustos para ir a salir casi a la salida del terreno.
Iba pensativo.
Por un lado había vivido un buen polvo, por otro.
Pedro, el hombre con quien había tenido sexo sabía mucho de mi y eso me preocupaba.
– Que puede decir – pensé.
Total, el también se ha comido mi verga.
Con aquella verdad entre ceja y ceja puse fin a mis temores.
Ya habrá momento de que me vuelva a coger – pensé sintiendo como mi paquete volvía a sentir la necesidad de sexo.
Quién y cuándo regresarán mis hermanas hubiera la oportunidad y hacer lo que tanto nos gustaba hacer.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!