Homoeroticón Capítulo 3º: Vuelta a casa
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por crikamulo.
De vuelta a casa caminando por la calle con mi padre al lado, no dejaba de fantasear con sus últimas palabras:
“- ¡No sabes las ganas que tengo de ponerte esta noche yo la cremita!-“
Mi cabeza daba vueltas y más vueltas a la idea de poder hacer el amor con mi padre. Esa era mi gran fantasía, ya me imaginaba la escena, yo desnudo sobre la cama, a cuatro patas y mi papá untándome la crema por el agujero de mi culo.
Seguro que se entretenía un buen rato metiéndome su enorme dedo empapado en la resbaladiza pomada, hurgando cada pliegue de mi ano, adentro y afuera una y otra y otra vez. Me encanta la sensación cuando me meten algo duro y caliente bien dentro hasta llenarme completamente. ¡Dios! No puedo evitar ponerme totalmente empalmado, mi polla palpita solo de pensarlo, y eso que sólo es una fantasía, pero aunque no sea más que por darle vueltas a sus palabras, yo me había hecho muchas, pero que muchas ilusiones. Me imaginaba que al finalizar su aplicación dactilar, seguramente me tomaría con brusquedad y me metería su gran polla hasta el fondo de mi garganta, después me obligaría con sus fuertes manos a lamer sus hermosos y desprendidos cojones y por último pasaría mi húmeda lengua por su fruncido esfínter, y así estaríamos horas, qué digo horas, ¡días! hasta que acabase corriéndose en mi boca, ya que como sabéis, mi culito está aún demasiado sensible para que me lo destroce a vergazos. Con esos pensamientos en mi mente entramos al portal de nuestra vivienda. Yo con una sonrisita tonta en mi cara, a la espera del mejor polvo de mi vida.
¡Pobre de mí! Antoñita la fantástica me van a llamar a partir de ahora. Ya se sabe que la imaginación, casi siempre nos juega malas pasadas, y a mí me iban a dejar con las ganas. Bueno, para que me entendáis un poco mejor y ser realmente sincero con todos vosotros, os diré que otra cosa no, pero fantasía tengo para parar un tren. Yo me he imaginado haciéndolo con todos los hombres que me rodean, desde mi profesor de gimnasia, al que por cierto mi amigo Osvaldo que va a mí misma clase, le robó los calzoncillos usados, y desde entonces ya no es la misma persona de antes, ahora yo le veo “másturbado” que nunca.
También me lo he montado en mi imaginación con el portero de mi casa un hombre mayor, tendrá unos cincuenta o sesenta años, además es más bien regordete, bajito y feo, pero es que me pone muy burro cuando le veo en verano con una camiseta blanca de tirantes toda sudada, desprendiendo ese hedor a cerdo humano que no se lava en varios días, sólo de pensar en él follándome, me empieza a gotear el rabo, ¡es mi vena bizarra! Y bueno incluso una vez pensé que me estaba tirando los trastos un curita joven que llevaba un pantalón tan prieto que parecía que le fuera a reventar la bragueta…, no os asombréis tanto por mis gustos sexuales, ya os dije en el primer relato que yo era muy puta, ¿Qué queréis que le haga, si todo en lo que puedo pensar es en cabalgar durante horas sobre una buena tranca larga y dura?
¿Os imagináis, con todas estas ideas, cómo de dura tenía yo la polla cuando llegué a mi casa? Menos mal que no llevaba puesto el ceñido y delgadito pijama que suelo usar a diario, no quiero ni pensar en la tienda de campaña que se me marcaría, ni de la delatora mancha de líquido preseminal que rodearía allí donde mi capullo tocase con la tela del pantalón, ¡qué vergüenza si me viese mi padre! ¿O no? No veía el momento en el que mi progenitor me mandase desnudarme. Al ser un hombre tan serio y rígido, ya le imaginaba arrancándome la ropa con sus propias manos. Esas manos grandotas, venosas y fuertes que tanto me hubiese gustado lamerle. Me metería dedo a dedo en mi boca, se los dejaría bien lubricados, seguro que luego los usaría para recorrer todo mi cuerpo y penetrarme brutalmente por detrás, ¡qué delicia! Pues si eso era lo que vosotros también pensabais, que sepáis que para mi desgracia, nada de eso ocurrió así. ¡Qué más hubiese querido yo!
En realidad todo fueron imaginaciones mías. Lo único que hizo mi padre fue pedirle a mi hermano que me ayudara a ponerme el esquijama, algo que para mí fue muy embarazoso, pues no contaba con que mi hermano mayor viera mi enorme falo enhiesto y húmedo, cosa que hizo nada más quitarme los jeans que llevaba.
¡Claro que su reacción no me la esperaba! pues clavó sus ojos en los míos, y con una mirada que no supe explicármela bien, me sonrió abiertamente y tocó mi dureza por encima del calzón. Casi eyaculo allí mismo. Qué calorcito me llegó desde la punta del glande. Se me debió de subir toda la sangre a la cabeza de golpe, porque me notaba las orejas y las mejillas ardiendo. La palma de su mano parecía hecha de fuego, y yo la verdad, estaba muy necesitado de afecto, pues había sido un día realmente duro y con muchos sobresaltos para mí. Posteriormente, y en tan sólo unos instantes, fue deslizando lentamente mis mojados gayumbos por entre mis piernas hasta dejar mi verga apuntándole directamente a su cara. Lo suyo hubiera sido que me agarrara el rabo y se lo metiera en la boca hasta hacerme venirme del gusto, ese sería un gran final para tan aciago día, pero nuevamente me quedé con la
miel en los labios, pues lo siguiente que hizo mi hermano fue ponerme los pantalones del pijama, no sin antes eso sí, acariciar con sus fraternales dedos mi tremendo empinamiento, deteniéndose y deleitándose en mi meato del que seguía manando el dulce néctar transparente de mi líquido preseminal.
¡Y yo que pensaba que el único gay en mi casa era yo! A mí también me apasiona recoger ese liquidillo que sale del rabo y llevarlo a mis labios para saborearlo. De hecho, siempre que puedo me encanta sentir en mi boca el rico semen de los machos que me poseen, y más de una vez me he pajeado y después he puesto mi leche en un vaso para bebérmelo. Es algo que no se describir, no es sólo por su sabor o la textura, es algo más psicológico, yo creo que me gusta la idea de sentir que con el esperma, me trago también un momento irrepetible de placer, el clímax, el éxtasis de la persona a la que me entrego, o de mí mismo. Al parecer mi hermanito mayor apuntaba maneras también. ¿Cómo era posible que nunca hubiésemos hecho nada juntos? ¡Qué ciego había estado! Pero en cuanto pudiese iba a procurar que entre nosotros dos acaeciesen momentos gloriosos. ¡Desde luego por mí no iba a quedar!
Al poco rato de ponerme el pijama, mi mamá y mi hermanita llegaron a la casa. Como de costumbre, mi padre la besó en los labios y le ayudó a quitarse el abrigo, pues afuera hacía mucho frío. Tal y como nos había indicado mi progenitor, ni mi hermano ni yo le dijimos nada de lo ocurrido ese día, por lo que ella no notó nada extraño ni fuera de lugar. Nos estuvo contando que después de salir por la tarde con mi padre y mis dos hermanos, los chicos fueron a ver terminar un partido de fútbol al bar de la esquina y ellas prefirieron irse de compras a un centro comercial a las afueras de la ciudad, y de paso, ir al cine a ver una película infantil que tanto le apetecía a mi pequeña hermana de tan solo cinco años. Por esa razón mi padre y hermano llegaron tan pronto y ellas tan tarde.
Después de acomodar a mi hermanita en su cama-cuna, mi madre se fue a la cocina a preparar la cena, y mi hermano, mi padre y yo, nos fuimos al salón a ver la televisión. Cuando por fin mi papá comprobó que mi mamá estaba atareada, me cogió del brazo y me hizo levantar del sillón, me llevó hasta el baño y allí casi sin bajarme más que ligeramente el pantalón, me aplicó la pomada, sin mucha pasión y sin nada de erotismo, eran más bien tocamientos paternales, no de amante. Sentí ternura, pues él no veía en mí nada sexual, sino que al mirar mi ano desgarrado, mi progenitor tan sólo vislumbraba mi cuerpo dañado y con sus cuidados, lo que pretendía era cuidarme y ayudarme a sanar lo antes posible. Cuando terminó de aplicarme el ungüento, hizo algo que casi nunca hacía, y fue darme un beso en la mejilla y acariciarme la otra mejilla con su mano. Después volvimos a la sala e hicimos como si nada de esto hubiera pasado.
Al terminar la cena, decidí irme a mi habitación, pues le dije a mi madre que estaba muy cansado y que al día siguiente tendría un examen en el colegio. Mi hermano mayor se ofreció a ayudarme. Yo me quedé sorprendido, pues nunca había mostrado interés alguno en ayudarme en mis estudios, pero naturalmente le dije que sí
.
Nada más cerrar la puerta de mi cuarto, mi querido hermano se acercó a mí, y me dijo que hacía tiempo se había fijado que siempre andaba persiguiendo a Julián, ¡ya sabéis! Mi exnovio cobarde y traidor, ese al que en unas pocas horas le agarraría por la pechera y le echaría en cara su felonía, y por supuesto después le daría un buen rodillazo en sus preciosas pelotas. ¡Cómo me gustaban los huevos de mi ex! Tan gorditos y apretaditos y llenos de esos pelitos oscuros como el azabache. ¡Disfrutaba tanto lamiéndolos y metiéndomelos en la boca! Y su pollón, ¡qué buenos recuerdos me trae! En fin es una pena, pero yo necesito un hombre a mi lado no una rata asustadiza. Pero sigo contándoos la historia con mi hermano mayor, ¡que me voy por los cerros de Úbeda! Pues eso, que resulta que a mi hermano también le ponía el paquete de mi exnovio, por lo abultado que lo lleva siempre, supongo.
Me quedé mirándole atónito cuando me lo dijo. Pero no era por que quisiese follar con Julián, sino porque a mi hermanito, lo que de verdad le ponía cachondo como un mono salido, era pajearse con otro tío, por supuesto ¡sin mariconadas! que para eso él era el más machito de todo el barrio. Yo alucinaba en colores. Me estuvo contado toda su historia onanista desde que tenía catorce años y se cascó su primera pajilla con un compañero del equipo de fútbol en el que jugaba. Por favor, creedme si os digo que mi hermano ha tocado más pollas que yo, y os prometo que yo he catado muchas, pero muchas, muchas, muchas. Al parecer, en el equipo de balompié al que pertenecía, era una práctica muy común entre sus miembros, (nunca mejor dicho lo de miembros) hacerse unas manolas antes de salir a jugar el partido, para relajar tensiones y todo eso, pero por supuesto, ¡ninguno era gay!, o por lo menos ninguno lo declaraba abiertamente.
Ahora, eso sí, todos le daban al manubrio cosa fina. Por lo que me contó, la cosa no se quedó sólo en su equipo de fútbol, después de un tiempo y de aficionarse en demasía a los tocamientos masculinos, buscaron nuevos horizontes masturbatorios, con otros miembros de otros equipos, con gente de sus colegios, etcétera, etcétera, etcétera.
Resumiendo, el caso es que el muy truhán, al verme empalmado, y sobre todo, que al tocarme la verga con sus dedos, yo no le apartaba ni hacía ascos a sus caricias, pues él se había envalentonado, ya que al parecer no quería que se montara un escándalo en casa con mis padres, en caso de que yo me negara y le acusara de intentar abusar de mí. ¡Pobre inocente hermanito! ¿Negarme yo a una buena corrida? ¡Qué poco me conocía! Por supuesto que acepté manosearnos mutuamente las pollas, ¡hombre no era lo que a mí más me llenaba, cómo os podéis imaginar!
Pero por ahí se empieza, luego ya le llevaría yo a mi terreno. Así que dicho y hecho, cerramos bien la puerta, nos quitamos los pantalones del pijama y tomamos los rabos cada uno el del otro. Y de pié los dos, empezamos un suave vaivén que pronto nos llevó a estar empalmados. Deciros, para que se os haga la boca agua como a mí, que el rabo de mi hermano era gordo y cabezón como a mí me gustan, son los que más me hacen sufrir por el culo, pero también los que más gusto me dan, si ya sé que es una contradicción pero es porque soy algo sumiso además de pasivo, me gusta que me dominen y en eso entra también jugar con algo de placentero dolor, pero suave, muy suave que yo lo que realmente quiero es disfrutar, no sufrir.
Como os decía, el pito le mediría como dieciocho o diecinueve centímetros, y lo tenía algo curvado a la derecha. Me entraron unas ganas de metérmela enterita en la boca y que me perforara hasta las amígdalas…, pero no quería forzar la situación antes de tiempo, no fuera a ser que espantara al único macho de mi familia que me estaba haciendo gozar. Inevitablemente, con su verga en mi mano terminé por fijarme bien en ella, más que nada para compararla con la mía. Yo la tengo más gordita por la base donde se une con los huevos y más puntiaguda por arriba. Mi glande no es muy cabezón, y también la tengo algo curvada hacia abajo. Cuando se me pone dura, en lugar de apuntar hacia el ombligo, apunta hacia los pies.
Una vez que me afeité todo el pubis, el culo y los huevos, y me la medía con un centímetro de costurera, me medía diecinueve centímetros y medio, ¡importante no dejarse ni medio centímetro por medir! Así que era un pelín más larga que la suya, pero vamos a ojo casi no se notaba la diferencia.
Durante lo que a mí me pareció una eternidad, nos las estuvimos masajeando arriba y abajo, hasta que mi hermano me pidió que se lo hiciera más rápido y fuerte, que tenía ganas de soltar su leche. Yo llevaba un ratito buscando las palabras adecuadas para decirle si quería, que se la podía comer, pero con esta declaración, por su parte, me solté de su mano, y me arrodillé para meterme su pollón en la boca.
Al principio se horrorizó, me llamó maricón, chupapollas, y no sé cuántas barbaridades más, pero cuando hice caso omiso a sus quejas y le seguí succionando como una aspirador, dejó de protestar y se puso a gemir como un bebito que quiera teta. No os podéis ni imaginar lo feliz que estaba yo con su rica y caliente salchicha en mi boca. Que pedazo de trozo de cacho de carne, por Dios, casi ni me cabía. Tenía la mandíbula desencajada. No podía dejar de pensar en que era mi hermano al que se la estaba chupando. Y que bien me sabía, tenía el toque justo de sabor a hombre que se ha duchado al comienzo del día, con el sudor normal de la jornada, aroma a líquido preseminal y la última gota del último pis en el capullo. ¡Simplemente delicioso!
Cuanto más chupaba, más se movía rítmicamente, como queriendo follarme la boca, y más y más gemía. Estaba a punto lo notaba. En el último momento me quiso apartar la cabeza para correrse fuera de mí, pero yo me negué a dejar escapar ni una sola gota de su lefa. ¡Qué caliente estaba y qué buena me supo! Él al eyacular dio unos pequeños grititos y cerró los ojos de puro éxtasis. Yo sin embargo, no quería perderme nada, así que le limpié su rabo pasando mi lengua una y otra vez hasta dejárselo completamente limpio. Al cabo de un rato me apartó, se subió el pantalón y se largó de mi habitación, no sin antes volver a llamarme maricón, con cierto desprecio.
Me quedé totalmente bloqueado, ¿por qué me insultaba? ¿Acaso no lo había disfrutado tanto como yo? Al parecer en su cabeza de macho trasnochado, pajearse con todos los hombres del mundo mundial no es de maricas, pero que te la chupen sí. Yo la verdad es que no le entiendo, pero ya lo aclararíamos otro día, en ese momento lo que más rabia me daba era que me había dejado con la polla tiesa y con los cojones prietos, y si quería correrme y soltar toda mi leche tendría que hacerme una manola yo solito. ¡Y eso me molesta muchísimo! Porque si yo le hago un trabajito a alguien, espero al menos que ese alguien me devuelva el favor. No soporto el egoísmo, lo mío es dar y recibir, es decir, yo recibo por la boca y por el culo y a cambio doy todo el placer que puedo, ¡es lo justo! Mientras me pajeo pensaré en mi venganza, aunque acepto sugerencias.
Solo falta una entrega mas. Si quieren el final, Póngalo en sus comentarios!
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