Inicio de mi vida sexual (incesto). Parte 9.
Historia de amor entre un adolescente y un niño. La cosecha. .
A la semana siguiente del peligroso evento que colocó a Francisco cerca de la muerte, llegó el tiempo de cosechar.
Fue una semana entera en donde David y Fran no fueron al colegio (por consiguiente yo tampoco iba) ni Hugo a su trabajo para cosechar y echar abajo las plantas como era debido.
Yo no hacía mucho más que llevarles agua o comida, entre Hugo y Fran me consentían demasiado y tenía que rogarles para que me dejen recoger junto a ellos, siempre terminaban asignándome plantas enanas para cosechar.
A mitad de semana, por la mañana pero bien temprano, a Fran se le antojó cogerme el culito así que eso hizo.
Fue muy suave porque ya tenía el cuerpo dolorido de trabajar días sin descanso, pero eso no evitó que que saliera con el culito roto.
Antes de salir afuera le hice masajes en la espalda y los hombros cosa que le encantó.
Salimos luego y lo seguí. Fuimos los primeros en salir, por tanto Fran se llevó la escopeta para espantar a los loros que aparecían al amanecer.
Nos encontamos con una bandada grande con por lo menos 2 docenas de individuos, me subí a un árbol cercano (con mucho esfuerzo) para ver el espectáculo y así observé extasiado como Fran cargaba el arma y les apuntaba. Desde una elevación del terreno, apuntó directamente contra los desprevenidos pájaros, que no sospechaban lo que se venía.
Disparó con precisión absoluta y el estruendo resonó potentemente. Vi a los pajarracos volar en pedazos, y parecía haberles dado a muchos de uno sola vez. Los restantes salieron volando
¿Habría un nuevo récord? De momento lo máximo habían sido 9 pájaros de un tiro.
Mientras la escopeta todavía humeaba, Fran sopló para ahuyentar el humo tal como en las películas mientras yo bajaba en 2 movimientos del árbol olvidando mi dolor y me precipitaba hacia él.
—Les diste a muchos, les diste a muchos!! —gritaba con todas mis fuerzas.
—¿Será que son muchos? —dijo después de sacarse las orejeras.
—¡Te juro! Yo vi como explotaban.
Asintió satisfecho y me dio el cartucho usado para que lo guarde en mi bolsillo.
—¿Querés llevarla? —dijo ofreciéndome la escopeta. El llevaba la carretilla y las otras cosas.
Asentí encantadísimo y la cargué como a un bebé mientras nos dirigiamos hacia los loros muertos. No pregunté si podía usarla porque la respuesta siempre era no, excusándose en el tema de que el retroceso del arma era muy fuerte. Años mas tarde me enteré que no dispararla nunca era una de las reglas que habían puesto mis padres, y ellos la cumplieron fielmente. Caminamos juntos mientras yo iba dando pasos cortos para evitar el dolor que sentía.
Al llegar junto a los caídos, me puse a contarlos y lancé un grito de victoria.
—¡Son 11 Fran! ¡Son 11!
Un nuevo récord. Estaban hechos pedazos, pero lograba contar 11 cabezas.
—Ahh, que lío para enterrarlos. Bueno, 11 menos. Andá y apilalos mientras cavo.
Me daba algo de asco tocar sus cadáveres calientes, palpitantes y deformes, pero me había acostumbrado. Los fui trayendo a todos mientras Fran terminaba de cavar su tumba.
—Adiós idiotas. Nos vemos en el infierno! —sentenció Fran tras arrojar sus cuerpos al agujero.
—Chauuu! —repetí haciéndome eco de la infernal despedida.
Fran volvió a agarrar la pala y los cubrió de tierra en silencio, respirando hondo como si cada palada le sacara algo del pecho.
Tras terminar se puso a aplastar la tierra con fuerza, y de repente se fue hacia un árbol cercano. Agarró 2 ramas, fue hacia la carretilla, tomó un pedazo de hilo y observé intrigado como sus manos trabajaban haciendo una cruz con eso.
Sus manos eran tan hábiles para estas cosas, para desenredar alambres o cortar tallos, pero tan inútil para otras como escribir prolijamente o controlar bien una computadora.
Al final Fran fue y colocó la crucecita sobre la reciente fosa común.
—No me gusta mucho matarlos. Pero vuelven, siempre vuelven. Y tienen que pagar por eso—me susurró tomándome la mano. Se sentía áspera y gigante en comparación a la mía.
Esa fue la única vez que hizo eso por los loros, y ni él ni yo les volvimos a colocar cruces o a hablar de ese tema.
—¿Que pasó acá, hubo misa? —dijo Hugo saliendo de la nada y mirando la crucecita.
—Algo así —contestó Fran con una mirada maliciosa.
—¡Mató 11 loros de una vez! —dije todavía orgulloso del nuevo récord.
—¿11? Wow, imposible, si no lo veo no lo creo —dijo riendo— aunque bueno, si fue Fran entonces no dudo que sea verdad. Le enseñé bien. Además, 12 loros equivalen a un lagarto así que todavía no me superan.
Se refería al hecho de que una vez él había matado un lagarto gigante de casi 2 metros cuando tenía solo 13 o 14 años con un disparo preciso y eso le valió mucho prestigio entre la gente de su edad. Me había contado la historia varias veces, aunque cada vez agregaba detalles más heroicos a la historia.
Fran revoleó los ojos porque sabía que Hugo jamás iba a superar a su lagarto amado.
—Ya te superamos, porque 10 loros son un lagarto —dije.
Necesitábamos superar a Hugo de una vez.
—¿Y qué te hace pensar eso?
—Los loros vuelan —argumenté— y los lagartos todo el tiempo están quietos.
Hugo me miró y pensativo.
—Mmm, puede que tengas razón. Ok Míster Sabelotodo. Me han superado —dijo y se fue a paso campante.
El resto de la mañana entre los 3 se pasaron recogiendo el maíz y luego cortando las plantas, que luego apilaban para formar fardos que llevaban al frente donde un vecino las recogía para sus propios fines. Yo no tenía mucho que hacer, así que a media mañana fui a la casa, dormí un rato y después jugué solo hasta aburrirme, quise ver televisión pero solo había noticieros.
Al mediodía vinieron a recoger la comida que mi tía les había dejado ya hecha, comí con ellos pero enseguida volvieron a irse y me tocó lavar los cubiertos, cosa que había aprendido a hacer hace poco.
Tras terminar con mi pequeña obligación, decidí ir a visitarlos así que fui hacia donde estaban.
Hugo y David estaban tirándose en el suelo para tomarse una siesta, pero vi que Fran seguía trabajando. Me acerqué a él y lo abracé.
—Mmm que mimoso que sos. Así me gusta —dijo mi novio —¿terminaste de lavar los cubiertos?
—Sí. Y estoy aburrido ahora.
—Ahhh mirá vos. Y por eso viniste conmigo, ¿no?
—Sí. ¿Podemos jugar a algo? Solo un ratito.
—Claro que sí. Pero dame un beso acá—dijo señalando su boca.
Se arrodilló y lo besé, vi como le brillaron los ojos de emoción pura.
Nos pusimos a jugar, a perseguirnos por las hileras de maíz que todavía quedaban. A pesar de que sentía algo de dolor al correr, me las arreglaba para esquivar vez tras vez a Francisco, quien de todas formas no estaba moviéndose al 100×100. Seguimos en nuestro juego hasta que me atrapó. Caí al suelo y Fran se me tiró encima, aprisionandome y haciéndome cosquillas. Me deshice en risas rogándole que pare, pero de repente noté un bulto apoyándose contra mi culito.
—¿Que te pasa? —dije todavia riendo, dándome la vuelta y mirándolo con curiosidad. Supo a que me refería al instante.
—Ay, es que… se me paró el amigo. Perdón pero me excité. No sé ni porqué.
Se puso de rodillas y vi que a través del pantalón se le marcaba un gran e indisimulable bulto. Entre risas me paré también y fui a abrazarlo mientras tocaba ese bulto considerable por encima del pantalón, sabía que le encantaba.
—Mmm, ¿me estas seduciendo? —dijo besándome con pasión.
En apenas unos segundos ya se había bajado los pantalones y su gran verga erecta asomaba apuntando hacia mí.
Pero antes de siquiera proseguir, se levantó para mirar a sus hermanos. Estaban durmiendo profundamente, así que me dirigió una sonrisa cargada de erotismo y me pidió bajarme los pantalones. Eso hice y me puse en 4, Fran detrás mío empezó a golpear con su pene mis nalgas y a frotarse.
—¿Te la puedo meter? No sabés las ganas que tengo.
Ese chico me impresionaba, siempre tenía ganas.
—No sé…
—Porfa.
—¿Pero y la crema?
—No hace falta. No te va a doler, vas a ver.
—Bueno. Está bien.
Me sonrió y le devolví otra sonrisa. ¿Como iba a hacerlo sin crema? Se lo pregunté porque no quería quedarme con la duda.
—Saliva —respondió.
—Que ascoo!! —me quejé.
No sirvió de nada porque ya estaba lanzando escupitajos, primero a su verga y después a mi culito. Empezó a pasarme la lengua por el ano para lubricarlo, pero me dio tantas cosquillas que casi morí de la risa. Ese Fran era un cochino, ¿quien pasaba la lengua por ahí? Solo él.
Metió un par de dedos para abrirme más, sentí irritación pero más que nada porque ya tenia mi agujero bastante abierto y dañadito por lo de la mañana.
En apenas un minuto más, Fran encajó su miembro dentro mío, lo que me hizo gritar de genuino dolor.
Solo metió la mitad, pero fue suficiente para mí. Hizo rápida la cosa, se movió lo más rápido que yo soportaba y me folló de forma implacable, haciendo caso omiso a mis quejas y grititos. En menos de 5 minutos se vino dentro mío pero no sacó tanto semen.
Nos levantamos los pantalones y nos quedamos acostados uno al lado del otro mientras el me acariciaba hasta que recuperé fuerzas y pude sostenerme en pie.
—Andá a casa y dormí. Necesitas descansar —me indicó— yo lavo después tu ropa interior.
Como siempre se me manchaba, Fran las lavaba con empeño y dedicación con tal de mantener nuestro secreto a salvo.
Antes de volver rengueando a casa, me indicó la pastilla que tenía que tomar para bajar la inflamación. Cuando comencé a caminar tambaleando a la casa, Hugo y David despertaban de su siesta.
Ya en la casa intenté buscar la pastilla pero había 2 medio iguales así que tomé una de cada una, algo irresponsable sin lugar a dudas, pero no hubo efectos secundarios así que supongo que la otra era para la fiebre o algo así.
Al día siguiente ya estaban a punto de terminar de cosechar y yo quedé toda la mañana alternando entre dormir en el sofá y ver tele.
En el almuerzo, como solía pasar siempre que no estaba mi tía, empezaron a pelearse por la comida, que era el único motivo por el que se peleaban y eran capaces de llegar a los puños a causa de eso.
Siempre era lo mismo, que uno se servía de más, que robaba del plato del otro, que sacaba de la olla antes de la comida, que agarraba lo que otro guardó en la heladera, y así sucesivamente. Era lógico que pase, la cantidad de comida que insumían esos 3 era tremenda, pero a otro nivel, lo que devoraban en un día esa demasiado, ni yo de adolescente comía tanto como ellos y eso que soy un tragón. Pero claro, el nivel de exigencia física al que estaban obligados era demasiado grande, así que de alguna parte tenían que obtener toda la energía que usaban.
El día de hoy la pelea era porque como Hugo había servido la comida, los otros 2 sentían en sus muy sinceros y puros corazones que él se había aprovechado y llevado las mejores piezas de carne para sí mismo. La pelea escaló y empezaron a sacarse en cara cosas que tenían que ver con el trabajo y no tenían nada que ver.
Observé en silencio sin saber que hacer, no me gustaba verlos pelear y mucho menos pegarse, pero al mismo tiempo era algo gracioso como lo hacían siempre que no se pegaran.
La pelea terminó con una nueva reparticion de la carne y comimos en paz, pero al comer, como me habían servido casi tanto como para un adulto, me di cuenta que no iba a poder comer todo. Terminé comiendo toda la carne que había pero dejé bastante fideo, y pronto Francisco le echó el ojo a mi plato y preguntó sutilmente si iba a comer todo lo que tenia frente a mí. Al decir que no, Hugo se adelantó y preguntó a quien se lo daba. David no intentó decir nada porque en vista de lo malo que era conmigo no iba a ser favorecido.
—No sé.
—Dame todo a mí. Yo soy tu… yo soy tu primo preferido, ¿no? —dijo Fran.
—Que elija él —insistió Hugo.
—La es mitad para vos. Y la otra para Hugo —decidí. No quería herir los sentimientos de ninguno porque los 2 eran mis preferidos, aunque obviamente solo uno de ellos era muy especial y único, mi novio.
Fran me lanzó una mirada de decepción y se repartieron mi plato.
Por la tarde terminaron con todo en el campo, y volvieron cansadísimos a la casa así que se bañaron rápido y fueron a dormir, pero Francisco tenía otros planes para mí.
—Vení, ¿querés bañarte conmigo? Le dije que sí así que fui con el. Era una noche de mucho frío, temperaturas de un solo dígito, y como el agua que tenían apenas llegaba a ser «tibia» entonces tenían que calentar agua y usar eso para bañarse .
Francisco trajo el agua, puso un calentador eléctrico para que no esté tan frío el ambiente y ambos nos quitamos la ropa (aunque el quedó en bóxer) y nos metimos para limpiarnos. El agua estaba bien caliente, pero era mejor así la verdad.
Francisco me pasó el jabón para que lo use primero, pero lo miré sonriendo y me quedé sentado en la taburete donde nos sentábamos para lavarnos.
—Estoy cansado.
—Ahhh, alguien quiere que lo bañe parece.
—Sí. Por favor.
—Dale, lo voy hacer. Mañoso.
Se acercó y empezó a tirarme agua caliente sobre el cuerpo y pasarme la esponja de baño por el cuerpo.
—Que preciosura que sos —dijo mientras me daba besos en la nuca.
Siempre que había que bañarse así y me tocaba con él le pedía que me haga eso, que me limpie. Lo hacía con tanta delicadeza y ternura que simplemente llenaba mi corazoncito de sentimientos positivos e inexplicables por él.
Una vez todo enjabonado, empezó a enjuagar mi cuerpito delgado mientras me me manoseaba, tocando con cuidado mi pecho y abdomen, haciendo cosquillitas y masajes con sus manos grandes y calientes.
Una vez que terminó de consentirme y bañarme, le tocó a él, lo hizo mientras me secaba y vestía. Al final salimos para su pieza, donde el bien muerto de cansancio se tiró a la cama sin siquiera ponerse una remera.
Los músculos de su espalda estaban tan marcados que me sorprendió. ¿Siempre había sido así? No me había fijado del todo bien al parecer.
—Fran, hace frío, ponete ropa —le ordené porque estaba temeroso de que le pase algo por el frío desde el episodio de la otra vez.
Murmuró algo inentendible y ni se movió así que me subí encima de su espalda.
—Mmmm, siii, seguí así…
—¿Querés masajes? —me acordé de lo cansado que estaba.
—Sí por favor.
Empecé a apretar su espalda haciendo masajes como me habían enseñado y él literalmente se puso a gemir de placer, estaba tan dolorido que realmente necesitaba eso me dijo.
Después de unos minutos me cansé y me tiré a su lado. Fran tocó mi rostro, acarició mis labios y me metió el dedo índice a la boca.
—Uff, que bien te ves así. Chupalo—dijo.
Eso hice y se excitó a mil así que se quitó los pantalones (no sin antes ponerse un un buzo para abrigarse arriba) y se paró frente a mí mientras yo estaba sentado al borde de la cama.
—Quiero hacer algo nuevo con vos. Quiero que todo esto entre dentro de tu boca —dijo tocandose el paquete.
Acepté sin mucho problema sin pensar en el lío en que me metía así que se puso frente a mí y me empezó a meter el pene en la boca. Folló suavemente mi boca metiendo la mitad dentro mío, y de repente, ¡buum!, ensartó su cosa todo lo que pudo dentro mío. Intenté salirme pero me tenía sujeto del pelo así que solo pude resistir el sentimiento de vómito y ahogo.
Cuando estaba al límite y pensaba que me iba a pasar algo feo me soltó.
—Es mucho. Es mucho —logré soltar.
No sabría decir que sentía en ese momento, pero aún no estaba enojado con él. Lo miré buscando una explicación y me habló con suavidad:
—Mirá. Necesito que hagamos esto, es algo que me encanta. Y no te preocupes, no vas a tragar mi semen, pero vas a tener que ser valiente y aguantar así sin respirar y todo eso. Prometo que te doy un regalo, ¿sí?
Con algo de miedo le dije que sí, no había nada de divertido en ahogarme y no respirar con su pene pero al mismo tiempo le debía esto. No quería enojarlo, ya casi lo había matado el otro día y encima estaba super cansado de tantos días de trabajo sin parar. Se lo debía.
Aguanté la respiración y otra vez volvió a lo suyo. Lento, muy lento, su verga fue introduciendose dentro de mi garganta, y de forma gradual me fui acostumbrando hasta que ya casi todo estaba adentro.
Levanté mi vista para ver que onda ahora pero Fran agarró mi cabello, me bajó más la cabecita y me ensartó hasta el último centímetro dentro, todo pero todo sin que quede nada.
—Ufff, Dios, esto es demasiado —dijo mientras yo intentaba sacar mi cabeza. Tenía unas ganas tremendas de vomitar pero me las aguanté. Fran retiró su cosota dándome una nueva bocanada de aire pero apenas me recuperé volvió a la carga, a follarme la boca con toda su fuerza adolescente. Mi garganta se tensó, tragando centímetro tras centímetro, sufriendo con cada esfuerzo, pero como si cada arcada fuera una forma de decir “seguí, no pares”. Era muy chico, y el muy fuerte y grande. Jamás había caído en la cuenta de esa diferencia de fuerza y poder entre nosotros del todo.
Apoyó una mano en la nuca, empujando, mientras la otra seguia sujetando mi cabello. El sonido de la succión era sucio, crudo, animal, mientras su líquido preseminal invadía mi boca y me veía forzado a tragarlo. Mis ojos, ahora totalmente llorosos lo miraban desde abajo, fijos y retadores. Lagrimeaba sin parar en mi busqueda constante de aire y control por no vomitar.
—Este es un pequeño castigo por no elegirme. Yo soy tuyo, tu novio. Tenés que elegirme siempre —dijo refiriéndose a lo del plato pero sin parar de embestir su cuerpo contra mi indefensa boca.
Cada embestida era más profunda, más urgente. La saliva y su precum chorreaban por mi mentón, y aun así no me soltaba el ritmo. Me deje usar, totalmente resignado pero lo hice por amor. Sabía que mi garganta era un lugar sagrado donde solo él tenía permiso de entrar.
Mi nariz chocaba contra su pubis mientras tosía, me retorcía, babeaba y me ahogaba mucho pero el nunca se detenía. Estaba siendo realmente duro. Estaba demostrando la fuerza que realmente tenía y que siempre podía usar.
En un momento aceleró el ritmo y me sentí morir, pero cuando ya no daba más en un solo segundo me sentí libre y empecé a toser y sin parar. Retiró su verga y mientras yo tosía, agarrándome del pelo me hizo mirar hacia arriba y se vino sobre mi rostro gruñendo de placer.
Había terminado. Por fin.
Quedé quietito, lagrimeando y con la cara llena de saliva, semen y lágrimas hasta que Fran bajó la vista y me sonrió. Por reflejo le correspondí la sonrisa, e inmediatamente se inclinó hasta estar rostro con rostro.
—Fue perfecto amor. Lo hiciste maravilloso. Perdón porque soy un bruto, pero así me gusta hacer esto —susurró.
Se inclinó y lamió mi nariz llena de fluidos. Seguro pensó que le quedó épico pero la verdad a mí se me hizo asqueroso. Aparte estaba medio traumadito, todavía seguía asustado y sin aire.
Fran me limpió el rostro y después me llevó el baño a lavarme la cara, y mientras me la secaba con una toalla se preocupó y me miró fijo y serio, incluso algo asustado.
—Eh, ¿por qué no hablás? ¿Estás bien? Decime algo.
Todavía no había dicho una palabra, solo había asentido o negado según el caso. Me dolía la mandíbula, y sentía re irritada la garganta.
—Estoy bien —susurré con la voz ronca.
—Ay mi amor, pobrecito. ¿Te asustaste por lo de recién? Vení, vamos a hablar —dijo alzandome en brazos y llevándome a su cama otra vez.
Una vez ahí tuvimos una larga charla, de lo que habíamos hecho recién, explicándome en que consistía, como se llamaba y cosas así; también hablamos más sobre el tema consentimiento, de cuidarse, de lo mucho que estaba orgulloso y enamorado de mí.
Para cuando terminamos de hablar, ya con dudas aclaradas y la autoestima elevada, se me pasó cualquier rastro de resentimiento que hubiera podido surgir contra el y me dediqué a besarlo y recordarle lo del regalo.
Mi regalo fue que me dio mucho sexo oral esa noche, cosa que siempre era un regalo para mí, aunque para él era una obligación, parte de su deber para hacerme sentir placer.
Pobre mi chico, tan cansado de trabajar, con dolor de espalda. Esa noche durmió como nunca, y encima estaba re deslechado.
#
A mediados de agosto se celebraba el Día del Niño, y mi iglesia había preparado una fiesta para esa tarde-noche de sábado.
Había globoloco, juegos, comida y un ejército de criaturas ruidosas corriendo de un lado al otro. Fran, por supuesto, estaba ayudando como uno de los asistentes del evento. Llevaba puesta una remera blanca, el rostro despejado y esa paciencia y sociabilidad que lo hacía tan querido. Se había sentado en una silla al lado del globoloco, vigilando que nadie entrara con zapatos.
Desde adentro, mientras rebotaba entre los otros nenes, yo no podía dejar de mirar cómo los demás se le acercaban.
—Fran, alzame.
—Fran, quiero jugo.
—Fran, vení a jugar fútbol.
—Atame los cordones, Fran.
—Fran, mirá esto.
Me hervía la sangre.
Todos eran nenes que querían su atención.
¿No sabían que él era mío?
Pero el golpe final vino cuando vi que un nene de unos tres años, obligado por sus padres, le daba un besito en la mejilla para agradecerle. Me puse blanco del enojo. Salí del globoloco y fui directo a sacudirle el pantalón.
—¿Qué pasa? ¿Querés más comida? —me preguntó sin mirar del todo.
—Me lastimé —mentí.
—Andá con mamá, Eze. Ella te va a decir que hacer.
Ahí fue cuando me fui furioso.
No me vio ni me eligió.
Todo era super injusto.
Me alejé, mascullando rabia de chico celoso, y entonces lo vi: Maxi, sentado solo bajo un árbol. Había llevado a Sebas pero no participaba del evento. Estaba con la camisa algo abierta con su físico asomabdo debajo, el rostro sereno como siempre, vigilando a su hermanito del alma a la distancia.
Me acerqué en silencio y me senté a su lado. No dijo nada al principio. Tampoco yo. Pero estaba más tranquilo ahí.
—¿Te aburriste? —preguntó de repente sin mirarme.
—Sí… ¿y vos no estás aburrido? Puedo traerte comida.
—Gracias Eze pero no tengo hambre.
Insistí un poco, pero él se mantenía con los brazos cruzados, y esos ojos verdes que tenía con su mirada fija en Sebas.
Me recosté por su costado, y empecé a contarle un sueño donde aparecían él y Sebas, aunque no tenía mucho sentido.
No importaba. Él me escuchaba y con eso bastaba.
Más tarde, Hugo me vino a buscar y me arrastró de vuelta al juego. Vi que Fran estaba comiendo tranquilo, sin niños encima por un rato, así que aproveché para ir avisando a los demás que él no quería que le hablen. Nadie me creyó, claro.
Cuando llegó el momento de los regalos —bolsitas con golosinas y juguetes— vi que dos hermanos ya se le habían pegado otra vez.
Fui decidido a rescatarlo. Le agarré el brazo hasta que me miró.
—¿Sí?
—Mirá mi regalo —le dije, abriendo la bolsita con orgullo.
—¡Wow, Eze, que lindo! No te comas todo ahora. Guardame algo—dijo, despeinándome con cariño.
Volvió su atención con los otros, pero yo ya me sentía victorioso. Había recuperado su atención por un momento. Me había dado prioridad.
Seguí a su lado todo lo que pude, hablándole de cualquier cosa, hasta que me dijo que estaba exagerando:
—Tenés que dejar de estar tan celoso —me dijo en voz baja—. Andá a jugar, para eso viniste.
Obedecí a regañadientes. Volví al globoloco hasta que lo retiraron, y justo después alguien propuso jugar a las escondidas. Todos los que quedábamos aún aceptamos.
—¿Será que tu primo va a querer jugar? —preguntó un chico de unos 12.
—No sé, ¿no es muy grande para eso? —dijo una chica de la misma edad.
—Vamos a preguntarle. Le convencemos juntos. Total yo también estoy grande para jugar a estas cosas, ¿no?—me dijo otra de unos 14, tomándome de la mano y arrastrándome con ella hacia Fran.
Lo encontramos aún comiendo para sorpresa de nadie.
—Hola, tu primito quiere preguntarte algo —dijo la chica con una sonrisa que no me gustó nada.
—Fran, ¿querés jugar a las escondidas con nosotros? Por faaa.
Fran tragó lo que tenía en la boca, me miró y sonrió.
—Claro. Pero no me va a tocar contar, eh.
Cuando empezaron a contar, le agarré la mano y le dije:
—Quiero esconderme con vos.
No iba a permitir que terminara en un rincón oscuro con otro chico.
—Dale —respondió sin dudar.
Me llevó detrás de un murito. Me colgué de su cuello mientras él espiaba hacia afuera. Eso le hizo cosquillas de alguna forma y se rió, así que me subió a su espalda.
—Ahora vigilás vos.
Obviamente imaginarán que perdimos, porque fui un mal vigía.
Para vengarse, me hizo cosquillas mientras yo todavía estaba montado sobre él. Me reí tanto que caí al suelo. Él se agachó para ver si estaba bien y entonces le devolví la jugada: le hice cosquillas en las axilas, su único punto débil.
Los dos nos reímos tanto que me olvidé por completo de los celos.
Porque eso, eso que teníamos… no lo tenía con nadie más.
Solo yo lo hacía reír así.
Y solo él me hacía sentir así.
Al irnos, Fran fue a hablar un rato con Maxi, que seguía bajo su árbol, ahora de pie. No escuché mucho que se dijeron pero no tardaron tanto.
Ya cuando nos íbamos, me acerqué a Maxi y le di un abrazo de despedida y un caramelo. Él me lo aceptó y se lo comió al instante, como si le hubiera dado el mejor dulce del mundo.
Ya en casa, Fran me retó por haber andado de pesado así que le confesé lo que me pasaba.
—Es que… me molesta cuando hablás con otros chicos.
—¿Por qué?
—Porque sos mío.
Me miró un momento y su expresión cambió. Me dio un besito acompañado de una sonrisa y dijo:
—Es cierto. Pero ser tuyo no significa que no pueda hablar con nadie.
Cada uno tiene su espacio, Eze.
Hice como que entendía pero estaba muy cansado, de forma que en mi corazón decidí seguir siendo un celoso de mierda.
#
—Fran, quiero chocolate —le dije una tardecita pocos días después del anterior festejo. Estábamos sentados en la mesa, cada uno en sus actividades.
—¿Terminaste tu tarea?
—No, porque quiero que la hagas vos.
—No. Hacé. Tu. Tarea —dijo marcando cada palabra.
—No. Quiero. Hacé. Vos —le respondí copiando exactamente su tonito.
Rodó los ojos, pero se le escapó la sonrisa.
—Caprichoso… —murmuró, como hablándose a sí mismo—. Tengo que dejar de hacer esto.
Se quedó pensando un segundo, como si negociara consigo mismo.
—Está bien, te la hago. Pero solo porque sos inteligente y sacás buenas notas.
Se sentó a hacer la tarea con esa carita de desaprobación de mentira que tanto me gustaba. Me senté a su lado y lo miré sin decir nada.
—¿Y el chocolate?
—Esperá, nene. No puedo hacer todo a la vez.
Me quedé callado un rato más, viéndolo escribir con su letra grande y apurada. El silencio me apretó el pecho de repente, y le solté:
—¿Si yo me porto muy mal o si no soy inteligente… igual me vas a seguir queriendo?
Fran levantó la vista. Su expresión cambió.
—¿Qué clase de pregunta es esa? Obvio que sí, Eze. Te voy a querer pase lo que pase.
Me miró tan serio que sentí que no había forma de dudarlo.
—Mirá, mi amor por vos no depende de si hacés bien la tarea o si te portás bien. Yo te amo y ya.
Yo abrí la boca para decir algo, pero me interrumpió:
—Nada de “peros”. Además, si te portás muy mal, mamá me deja pegarte, acordate—dijo, hamacándose en la silla con una sonrisita—. Así que ya sabés, no hagas muchas macanadas.
Tenía razón. Mi tía le había dado ese «poder», porque el era mi guardián oficial en sus ausencias. Pero Fran nunca me había pegado. Yo lo había sacado de quicio muchas veces —le gritaba, lo hostigaba, le daba vueltas como una mosca pesada— y siempre encontraba la forma de calmarme con paciencia. No. A Fran no le gustaba darme nalgadas. Definitivamente no.
Cuando terminó mi tarea fuimos a la cocina. Hizo dos vasos de chocolate caliente, del bueno, del que él sabía preparar perfecto, y nos fuimos juntos a la sala a ver algo en la tele.
Estábamos sentados pegados, con las piernas rozándose, compartiendo calor, chocolate y ese silencio cómodo que se da solo entre quienes se quieren mucho.
En eso, entró Hugo, de regreso del trabajo.
Nos miró, soltando una risita.
—Ustedes no se despegan por nada, ¿eh?
—No, por nada —dije, como si eso fuera lo más obvio del mundo. Le tendí los vasos vacíos—. Tomá, llevá los vasos.
—Ay, este par de improductivos —dijo Hugo, pero se llevó los vasos con gusto.
Fran no dijo nada. Solo sonrió.
Estaba feliz. Feliz conmigo.
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