Inicio Precoz en el Campo (Cuarta parte)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Mi rutina sexual con Vicente siguió cada vez mejor.
Mi cola se acostumbró poco a poco a su tamaño y ya no había dolor de por medio.
La motivación erótica me fue ganando y ciertamente sentía placer en provocarle erecciones a mi antojo, en sentirlo entrarme y deslecharse dentro mío
A veces, cuando venían otros hombres a sembrar o cosechar en la granja que mamá cuidaba, me asaltaba la curiosidad de saber si alguno de ellos me cogería, o como la tendrían, o si me lo harían a lo bruto, como le vi hacerlo a Vicente con el peón y que tanto me había calentado.
Pero nunca me animé siquiera a insinuárselo a ninguno.
Así que por largo tiempo mi vida siguió igual: Algunos quehaceres menores, las clases de cocina con mamá, las clases de talabartería con Vicente y, por supuesto, mis revolcones con él.
El único cambio es que yo ya andaba por los 12 años, la tripita me había empezado a crecer un poco y asomaban ya los primeros pelitos púbicos.
La rutina sufrió un vuelco un fin de semana en que vinieron los ancianos dueños de la granja y no lo hicieron solos.
Trajeron a su nieto mayor que, en honor al abuelo se llamaba Arístides pero le decían "Ari".
Yo ya lo había conocido, pero varios años antes, y quizás por ser yo tan chico no capté un detalle que ahora sí me llamó la atención: El color de piel de Ari.
Ari era bastante morocho y con pelo encrespado y desentonaba con sus abuelos, tan blancos y rubios.
tenía unos 16 o 17 años, casi tan alto como sus abuelos y muy delgado.
Como siempre, mi mamá se deshacía en elogios hacia el matrimonio y el nieto, a la vez que me hacía pasar vergüenza exagerando supuestas virtudes mías para con el quehacer del campo, siempre temerosa de que algún día nos quedáramos sin trabajo.
Los ancianos a su vez explicaron que traían al nieto para que vaya aprendiendo ya que llegaría el día en que debiera hacerse cargo, a todo lo cual Ari no trataba siquiera de disimular su desagrado y aburrimiento.
Mi madre debió captarlo porque me indicó que no sea desatento y que acompañe "al niño" a recorrer la granja y a ver el maizal que habían sembrado.
Salimos entonces con Ari a quien poco y nada le interesaba nada que le mostrara.
caminábamos casi en silencio y, a decir verdad, a nadie puede interesar demasiado ver una plantación de maíz, y menos a nuestras edades.
Se me ocurrió entonces llevarlo al viejo bebedero donde solía ir a pescar ranas.
Estaba en un rincón del campo, resabio de alguna vez en que habrían tenido ganado, pero ahora abandonado y cubierto por un cañaveral.
Era lo que por aquí se llama un tanque australiano, semienterrado y con taludes de tierra alrededor para dejarlo a nivel del piso.
El molino que le daba agua no funcionaba, pero la lluvia lo mantenía lleno y con las plantas acuáticas eran el criadero ideal para las ranas.
Nos abrimos paso entre las cañas y Ari se entusiasmó un poco tratando de acertarle algún piedrazo a las ranas.
Nos divertimos un rato de esa manera hasta que a Ari le dio ganas de orinar y me apostó que le acertaría a alguna en la cabeza con su chorro.
Me alegró tener la posibilidad de ver una pija que no fuera la de Vicente así que lo alenté a hacerlo.
Se desabrochó la bragueta y sacó una pija gorda y oscura.
Era tal el contraste con la pálida pija de Vicente que, sin pensarlo, me nació decirle:
– ¡Que negro tenés el pito!
Al instante me di cuenta de que había metido la pata por la cara de desaprobación de Ari.
– ¿Que? ¿Acaso esperabas que la tuviese verde? – Me contestó en mal tono a la vez que largaba un potente chorro.
No sabía cómo salvar la situación, aún sin entender que había dicho de malo para que se enoje.
Y seguramente fue motivado por aquello de que "entre hombres está todo bien", que tantas veces me había dicho Vicente, que me atreví a decirle mientras se sacudía las últimas gotas.
"Querés que te la chupe".
Ari me miró asombrado enarcando las cejas.
– ¿Te gusta mamarla? – Me preguntó con un divertido entusiasmo.
– Si.
– Le contesté como si fuera lo más natural del mundo, ya que así me lo habían hecho entender.
– Dale, chupámela bien.
– Me dijo a la vez que se bajaba los pantalones y su pija se paraba con una velocidad propia de su adolescencia.
No me hice esperar y me arrodillé frente a esa novedad oscura, no tan larga como la de Vicente pero uniformemente ancha y de cabeza morada.
Ni bien puse su punta en mi boca Ari me agarró de la nuca y me la metió a fondo.
Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo porque me vino a la mente la imagen de Vicente bombeándole la boca al peón de los víveres, y para mi placer fue exactamente lo que Ari me hizo: Lejos de yo chupársela fue él quien me cogió la boca a su antojo.
Acostumbrado a la larga pija de Vicente, no fue problema para mí tolerarle sus embestidas a fondo, cosa que a él le encaba a juzgar por sus cometarios subidos de tono.
No tardó en bufar largándome sus chorros bien adentro con mi nariz pegada a sus renegridos pendejos.
Cuando por fin me liberó y me la sacó, la baba espesa y algo de leche contrastaban con la oscuridad de su pija.
Yo estaba en las nubes, eso me excitaba más que una mamada habitual.
– ¿A quién le chupas la pija acá? – Me preguntó agitado Ari con su pija a media asta que cabeceaba como para volver a pararse.
– A un hombre.
– contesté evasivamente.
– ¿Los que vienen a sembrar? – insistió.
– Si, uno de ellos.
– Mentí para despistar.
– ¿Y también te la da por el culo? – Preguntó con un entusiasmo que se evidenciaba en la dureza de su pija que nuevamente apuntaba al frente.
No alcancé a decir que si con un movimiento de cabeza que ya lo tenía viniendo hacia mí con una sonrisa de oreja a oreja.
Sin ningún permiso me bajó los pantalones y me puso en cuatro arrodillándose tras de mí.
Me ensalivó bien el agujerito con su mano y ni bien apoyó en él la cabeza de su pija me la metió de un solo envión.
Mentiría si digo que me dolió, sino todo lo contrario.
La situación casi de prepo me excitó sobremanera.
Ari me bombeaba a lo bruto y a mi me cosquilleaba mi pija que estaba durísima, cuanto más duro me la metía Ari, zarandeándome a su antojo, más me cosquilleaba.
Instintivamente me la agarré apretándomela y por primera vez me recorrió la incomparable sensación de un orgasmo que me hizo gemir.
"Se nota que te gusta, putito" creo que le escuché decir a Ari, o algo por el estilo porque yo estaba en otra esfera.
Luego de eso me vino una relajación donde sentí bufar a Ari con sus últimas estocadas agarrado a mis caderas presionándome contra su pubis.
Yo quedé extasiado con la nueva sensación, mi nuevo amante quedó muy contento y en el camino de regreso me contó que hacía un par de años que, además de a su novia, se cogía a un compañero del colegio que ni la sabía chupar ni se la aguantaba bien por el culo.
Ari y sus abuelos se quedaron en la chacra ese día y el siguiente.
Fueron dos días que no fui a visitar a Vicente y, si bien tenía un pretexto, también fue por gusto.
Ari me provocaba más placer.
Curiosamente, su estilo de coger casi autoritario, sin preocuparse lo que me gustara o no, me excitaba más que el cuidado y la condescendencia de Vicente.
También encontraba excitante el riesgo, ya que en esos dos días fueron varias veces las que me cogió y las que me la dio a mamar, algunas de ellas a escasos metros de donde estaban sus abuelos o mi madre, con el peligro que nos descubrieran.
A él todo esto lo divertía, como el hecho de tocarme la cola frente a los demás sin que ellos lo advirtieran, y yo aprendí también a tomarle el gusto.
Cuando se fueron volví con Vicente, no creo que nunca haya sospechado nada.
Lo de mis orgasmos con Ari fue algo natural, propio de mi mismo desarrollo, ya que volví a experimentarlos siendo Vicente quien me montara.
Pero para mis adentros, si bien Vicente fue mi primer hombre, Ari fue el primero en hacerme sentir el gozo máximo.
Tres veces más acompañó Ari a sus abuelos hasta que sucedió lo que más adelante relataré, y en todas esas oportunidades nos disfrutamos todo lo que pudimos y entablamos una amistad cómplice.
Continuará.
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