Inicio Precoz en el Campo (primera parte)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Aunque no me llamo Francisco, vaya a saber uno porqué, siempre me llamaron Pancho.
Esta es la historia de mis inicios sexuales teniendo unos nueve años, y ocurrió varias décadas atrás donde los niños éramos inocentes en demasía.
Aburrida niñez la mía ya que siempre viví sólo con mi madre en medio del campo.
Mamá era la casera de una pequeña chacra que un matrimonio de ancianos rentaban para siembra y usaban como casa de fin semana muy de vez en cuando.
Las únicas caras extrañas aparecían cuando venía gente a sembrar o cosechar, pero mi madre me mantenía en la casa porque le daba miedo que me pasara algo con las máquinas.
Escuela no había, por lo que yo era tan analfabeto como mi madre.
Recién a los siete u ocho años me dio la libertad de dejarme vagar a mi antojo y salir a cazar pajaritos.
Fue así como conocí a Vicente, uno de los tantos puesteros de una gran estancia lindera a la chacra.
Debía caminar como quince cuadras para llegar al monte donde estaba su puesto, pero las caminaba gustoso porque siempre se mostró amistoso conmigo y me enseñaba muchas cosas sobre caballos y talabartería.
Vicente tendría por aquel entonces unos treinta y cinco o cuarenta años, era un tipo delgado, alto y pelirrojo, con una melena algo ondeada que le llegaba casi a los hombros.
En aquellas épocas eso sólo estaba bien visto en los "gauchos".
Si bien tenía un aspecto de taciturno y ensimismado, conmigo no lo era.
Nunca vi que lo visitara nadie, ni peones ni otros puesteros, tiempo después me vine a enterar que existía un mito sobre que los pelirrojos traían mala suerte y tal vez fuera por ello que lo dejaban tan solo.
Todo comenzó una tarde que me invitó a acompañarlo porque debía ir a "abrir" un molino de un bebedero en un cuadro de novillos, que había sido vaciado para reparar una filtración.
Acepté con gusto ya que pocas veces podía andar a caballo.
Me subió en ancas y fuimos al galope lo que para mí era toda una aventura.
Cuando llegamos, Vicente se bajó y me dejó dar vueltas con el caballo mientras él revisaba la reparación y activaba el molino, con lo cual yo me sentía en las nubes andando a caballo solo por primera vez.
Largo rato después, y con el bebedero a medio llenar, me llamó para que volviéramos.
Pero en vez de dejarme en ancas, me hizo correr hacia la cruz del caballo y él subió detrás mío.
Hoy en día entiendo que eso fue a propósito y me pregunto si él había visto algo en mí para lo que iba a suceder, o simplemente se tiró el lance y le salió bien.
La vuelta fue lenta, al paso, y la mano derecha de Vicente sostenía las riendas en mis entrepiernas, con lo cual el mismo movimiento del caballo hacía que rozara mi pito.
No tardó en ponérseme duro, lo cual a esa edad me solía pasar espontáneamente, sin saber porqué, y en esas ocasiones me gustaba apretármelo hasta que se "dormía" sólo.
– Se te paró la pijita- me dijo Vicente a la vez que me la agarraba con su otra mano, haciéndome correr como una electricidad por la panza al tocármelo.
– Siempre pasa -prosiguió- a mi también se me pone dura cuando ando a caballo, fijate.
Y agarrándome una mano me la llevó hacia atrás, hacia su entrepierna.
Palpé algo duro y en mi inocencia imaginé que se había puesto algo.
– ¿Que se puso ahí?- le dije, suponiendo que sería un palo, lo cual era una idiotez ya que lo apretaba con mis dedos y se notaba que no lo era.
– Nada, es mi pija.
– ¡¿Tan grande?!- Atiné a decir.
– Los hombres grandes tenemos pijas grandes- Me contestó- ¿Nunca viste una?
Dije que no, sin dejar de recorrerle con mi mano todo el largo de su miembro, incrédulo sobre que eso fuera lo mismo que la miniatura que yo tenía.
– Bueno, si querés, cuando lleguemos al puesto te la muestro así ya conocés una- me dijo a la vez que me sacaba la mano de su pija.
Cuando llegamos y bajamos del caballo, mi vista se fue automáticamente a su entrepierna.
Se notaba a la legua que seguía parada por la "carpa" que hacía en su pantalón (valga aclarar que en estos lares se usaban unos pantalones muy holgados a los que se les llama "bombacha de campo" en los cuales cualquier erección es doblemente evidente).
Vicente desensilló su caballo y se puso a acomodar los arreos en el galpón.
Yo lo seguía a todas partes porque me había dicho que me la iba a mostrar y mi curiosidad estaba al tope.
Su pija seguía parada y él se dedicaba a hacer cualquier cosa, como si se hubiese olvidado.
Supongo que lo hacía adrede y si así fue logró su cometido ya que me ganó la impaciencia y haciéndome de valor le dije.
– ¿No me iba a mostrar su pija?
Vicente me sonrió: -¿Tenés ganas de verla, Panchito?
– Ud.
me dijo – pretexté.
– Bueno, vení – me dijo- y agarrando una banqueta petisa, de las que se usan para ordeñar se dirigió hacia el fondo del galpón donde había una especie de mesa de trabajo y una ventana lateral de donde entraba buena luz.
él se quedó parado con las nalgas apoyadas contra la mesa y puso la banqueta muy cerca de sus piernas.
– Sentate que ahora vas a conocerla -me dijo- mientras comenzó a sacarse la camisa.
Lo hice y quedé con la cara a centímetros de su carpa.
-De esto ni una palabra a tu madre -me advirtió- entre varones no hay problemas, pero las mujeres se enojan si los hombres juegan con sus pijas y si se entera te va a cagar a palos.
Asentí entusiasmado porque el secretismo le daba un toque de complicidad.
Por fin Vicente desabotonó sus bombachas y las dejó caer.
Como no llevaba ropa interior, todo el espectáculo quedó a mi vista.
Esa imagen nunca la olvidaré.
Como su pija se disparó para quedar pegada a su abdómen, la vista era toda vertical.
Desde una enmarañada mata de pendejos colorados salían hacia abajo dos huevos muy colgantes, como pocas veces vi, se evidenciaba claramente la forma de cada uno a través de la fina piel del pálido escroto casi lampiño, con vello sólo en el nacimiento.
Hacia arriba de esa mata, el largo tronco de su también pálida pija, con un entramado de venillas azules y con media cabeza asomando de su prepucio.
No era uniforme, tenía un ensanchamiento en el medio de su largo, como si fueran los lomos de un sapo.
Tuve un rapto instintivo de agarrarla, pero me frené por respeto.
– Agarrala, sacate el gusto -Me dijo Vicente que había advertido mi amague- Ya te dije que entre hombres no hay problemas.
Se la agarré con cuidado separándola de su abdómen y me dijo que no sea tonto y la agarre con fuerza.
Se la apreté y noté que, pese a lo duro era también algo esponjosa, al hacerlo un par de gotas transparentes salieron por la abertura de su cabeza y comenzaron a correr por su frenillo.
– Le sale pis -le dije en mi ignorancia.
– Eso no es pis -me dijo riéndose- Es un jugo que sale antes de que salga la leche.
– ¿Que leche?
– La leche que los hombres tenemos en los huevos.
¿No sabías?
Dije que no con la cabeza y tomándome mi otra mano me la llevó a sus huevos.
– Fijate que pesados y duros que están.
Eso es porque están llenos de leche que sale por el agujero de la pija.
No sé si me sorprendía más conocer lo de la leche o la suavidad, flaxidez y tibieza de sus huevos.
Los sopesaba, palpaba y se escurrían entre mis dedos.
Quien sabe cuanto tiempo estuve jugando con sus huevos, sólo reaccioné cuando Vicente me dijo: "Notás que lindo olor tienen".
Creo que fue por mi obnubilación ante tantas novedades que no tuve ningún pudor en pegar mi nariz a sus huevos.
Ciertamente el olor me encantó.
Una mezcla del típico olor a huevos con algo de olor a sudor de caballo.
Esa combinación fue una de las cosas que extrañé cuando me fui a la ciudad.
Vicente me había dado cancha libre a hacer lo que quisiera por lo que largo rato la pasé entre sus huevos y su pija.
Descubrí que en el dorso tenía dos gruesas venas, que si bajaba su piel se destapaba la cabeza con una gruesa corona más oscura en la base, y que el jugo seguía saliendo si se la apretaba, goteando, formando largos y brillosos hilos.
¿Cuando sale la leche? -Pregunté finalmente.
– No sale sola -me dijo- Hay varias maneras de hacerla salir.
Si querés hacerme salir la leche te enseño una manera.
Obvio que dije que sí.
– Bueno, pero sacate la ropa porque si se te llega a manchar con leche tu madre se va a dar cuenta y, aparte de la paliza, no te va a dejar venir más.
Me dio cierto pudor, pero Vicente terminó de sacarse las bombachas de sus pies y me recordó que entre varones está bien y que además él también estaba desnudo.
Recién al quitarme la ropa me di cuenta que mi pijita también estaba parada, quien sabe desde cuando, lo cual pareció alegrarle a Vicente que me la sobó un rato junto con mis huevitos generándome sensaciones muy placenteras.
Desnudo, en la banqueta frente a su pija, me enseñó a masturbarlo a una y dos manos.
me indicaba el ritmo y la presión que le gustaba mientras él jadeaba y acompañaba mis movimientos con su pelvis, y no tardó demasiado en sorprenderme poniéndose duro y eyaculando tres o cuatro chorros que mis manos sintieron pasar por su pija.
El primero me dio de lleno en la cara abarcando nariz, boca y mentón, los otros terminaron en mi pecho y panza, llegando a chorrear sobre mi propia pijita.
Vicente jadeaba enrojecido y me sonreía.
Le devolví la sonrisa y me pasé la lengua por la leche que estaba en mis labios, no por morbo, sino porque en mi inocencia asociaba la palabra "leche" con la leche de vaca.
– Hacés bien en comértela -Aprovechó a decirme- No hay que desperdiciar la leche.
Y haciéndome poner de pie, juntaba con los dedos su leche de mi cuerpo y me los hacía chupar.
"¿Te gusta?" me preguntó, y aunque realmente no le sentía demasiado sabor, le dije que sí porque me pareció descortés decir lo contrario.
Sólo restaba un poco de su leche en mi pijita, que seguía dura, y Vicente me sorprendió agachándose y comiéndosela mediante una fugaz chupada que me provocó un estremecimiento.
Se exprimió su pija, que iba perdiendo consistencia, apareciendo una gota blanca en la ranura de su glande.
"Falta este poco, sacá la lengua".
saqué mi lengua y pasándome por ella la cabeza de su pija, me dio la última gota.
– Lo hiciste muy bien -me dijo cacheteándome cariñosamente- Esperá que nos limpiamos.
Volvió con una palangana con agua, un trapito y una toalla.
Al caminar, su pija se bamboleaba flácida sobre sus huevos que acompañaban el vaivén.
Con el trapito húmedo me fue limpiando despaciosamente, con especial esmero en mis genitales y hasta en mi cola, me secó y me indicó que me tocaba limpiarle la pija.
Lo hice con igual esmero y vi que se le empezaba a parar de nuevo.
– ¿Quiere que le saque otra vez la leche?- le dije por la erección que estaba teniendo.
– Podés sacarme la leche las veces que quieras -Me contestó- Pero ya es hora que vayas a tu casa, no vaya a ser cosa que tu mamá sospeche algo.
Me fui muy contento por todo lo que había aprendido y con cierta sensación de orgullo por su comentario sobre que "Lo hiciste muy bien".
Continúa.
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