Inicio Precoz en el Campo (tercera parte)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Desde entonces chuparle la pija a Vicente y tomarme su leche se transformó en mi hobby diario.
Ya no era una cuestión de novedad sino de placer sexual porque tan sólo con pensar en él se me paraba la pijita y debía tocármela.
Durante un par de semanas prácticamente se la mamaba una tres veces por día, y en ese sentido Vicente era un tipo como pocas veces vi, ya que nunca decía que no, ni le flaqueaba la pija.
Creo que difícilmente él haya tenido un período con tanta actividad sexual.
Jugar con sus huevos era mi obsesión y Vicente solía ponerse unas bombachas que tenían descosida la entrepierna, y como nunca usaba calzoncillos eso me permitía meter mano en cualquier momento y disfrutar de esa suavidad y tibieza que tanto me gustaba, para luego olerme la mano ya que su olor a huevos me resultaba afrodisíaco.
No nos besábamos tanto, sólo después de algunas mamadas, pero él se aficionó a tocarme la cola con la misma libertad con la que yo le tocaba los huevos, y solía hacerlo con un dedo hurgando en mi zanjita con tal suavidad que me erizaba.
Tal como lo había predicho aprendí a mamársela cada vez más profundamente sin que me vinieran arcadas.
Había logrado que su cabeza pasara la garganta, pero nunca pude conseguir que entrara toda por ese ensanchamiento que tenía en medio de su tronco.
Fueron meses de un doble adiestramiento para mí.
Tenía el entrenamiento y disfrute sexual con Vicente con quien pasaba casi todo el día gracias a que había convencido a mi madre de que me estaba enseñando talabartería y las labores del campo, lo cual la alegraba porque sería mi futuro laboral, y por la noche mi mamá me entrenaba en el arte de cocinar porque, como me había tenido siendo ella ya grande, temía morirse pronto y aseguraba que los "patrones" me permitirían permanecer como casero si sabía cocinarles los fines de semana que venían.
Y yo disfrutaba de ambas cosas ya que la cocina me gustaba y parece ser que tenía cierto don innato para ello.
La rutina tomó un giro un mediodía de verano cuando, después de almorzar, llegué al puesto de Vicente y lo encontré desnudo refrescándose en el bebedero del caballo.
Me invitó a meterme por lo que me desnudé y nos apretujamos en el poco lugar que había, fue un largo rato de franeleada mutua hasta que a Vicente se le ocurrió que aprovecháramos para bañarnos y se fue a buscar jabón y una toalla.
Lo hicimos por turno, primero él me enjabonó recorriéndome todo el cuerpo con esmero, con particular atención en mi cola y genitales lo cual me hacía volar en calentura.
Cuando me tocó a mí copié su forma de hacerlo y fue la primera vez que pude ver y tocar el agujero de su culo coronado de pelirrojos y enrulados vellos.
Su pija estaba bien parada y luego de enjuagarla me metí su cabeza en la boca pensando en coronar el baño con una mamada habitual, pero me detuvo diciéndome que me enseñaría algo nuevo que me iba a gustar, por lo que salió del bebedero, se puso las alpargatas (un calzado de lona y suela de yute, típicos de la zona) y envolviéndome en la toalla me cargó en brazos.
Pensé que íbamos al galpón, pero me llevó al puesto (su casa), y allí me secó y poniendo un cuero de oveja sobre la mesa me ubicó allí en arrodillado en cuatro patas con la cola para afuera.
Acercó una silla y se sentó quedando a la altura de mi cola, yo sentía su respiración en mis nalgas mientras él volvía a secar cuidadosamente toda mi cola, mis huevitos y la pijita que estaba dura a más no poder.
– Esto te va a gustar – me dijo a la vez que con cada mano me separaba los cachetes de la cola.
Una corriente eléctrica me recorrió todo el cuerpo cuando sentí su lengua haciendo suaves círculos en el anillo de mi ano.
Era un placer indescriptible, la mezcla de la suavidad de su lengua en mi agujerito con el contraste de su incipiente barba raspando mis cachetes me resultaban terriblemente erotizante.
Alternaba suaves lamidas con fuertes chupones generándome oleadas de sensaciones diferentes y me enseñaba a relajar el anillo cuando su lengua en punta entraba unos milímetros en mi cola.
De a ratos abandonaba mi agujerito para lamer mis bolitas o metérselas ambas en su boca chupando fuerte a la vez que las recorría en círculos con su lengua, No desatendía tampoco mi pitito al que chupaba o masturbaba a su antojo para luego volver de repente a mi cola provocándome gemidos de puro gusto.
Con mi pecho apoyado en el cuero de oveja, los ojos cerrados para sentir mejor disfruté de esa chupada de culo por largo rato ya que su lengua parecía incansable.
Luego me dejó sólo para ir a buscar vaselina, que tenía en cantidad ya que se usaba para algunas curaciones en el ganado.
Con suavidad comenzó a untarme el ano explicándome que quería que mi culito le "chupara el dedo", la presión que hacía resultaba agradable pero no forzaba su entrada, él insistía que si yo lo abría, con la ayuda de la vaselina el dedo entraría sólo.
Y así fue, sólo que la sensación no fue placentera.
Al sentirlo entrar mi culito se cerró por reflejo y sentí como un ardor.
Vicente me calmaba acariciando mi pijita y diciéndome que en la medida que me metiera más vaselina, mi culito se iba a acostumbrar a que entrara su dedo.
"Lo mismo que con tu garganta que se resistía a que entrara mi pija y ahora no le molesta.
¿entendés?"
La tenía clara.
Más vaselina y más meter y sacar el dedo, cada vez más profundo, y la molesta comenzó a ceder y cierto gozo aparecía cuando presionaba ciertas partes dentro de mí.
Con mucha paciencia continuó entrando y saliendo de mi culito , cambiando mi posición cuando me cansaba y aprovechó ese tiempo para explicarme lo que era "coger".
Así me vine a enterar que pretendía llegar a meter su pija en mi culito, no me fue difícil deducir que eso me dolería y se lo dije.
Me dijo que sí, que me iba a doler al principio hasta que mi culito lograra estirarse para que no me molestara que me la meta y usó un argumento que me dejó pensando: "Cuando crezcas quizás te guste coger con mujeres y no necesites tener el culito acostumbrado a que le entre una pija, pero ahora te gusta mi pija y quizás de grande te sigan gustando y te encuentres con un hombre que no te cuide y te haga mal en el culito.
Vos sabés que yo no nunca voy a hacerte mal.
¿Qué mejor que sea yo quien te estire la colita de a poquito?.
Además tengo muchas ganas de ser el primero que te la meta y dejarte mi leche dentro"
El dedo me gustaba, imaginé que su pija, a la que ya adoraba, me iba a gustar más, confiaba en su cuidado y además me enorgullecía complacer sus deseos así que, pese a mis temores, acepté hacer el intento.
Siguieron algunos días ambivalentes en donde al placer de sus chupadas de culito le seguían la no tan placentera estirada de mi agujerito con uno, dos y hasta tres dedos con el auxilio de la vaselina, hasta que una mañana, sin previo aviso, me esperó en su cama y me sorprendió conque probaríamos meterme su pija.
Yo estaba entre asustado y expectante por "ser suyo" como me había dicho en un par de oportunidades, me tranquilizó con besos y me fue desnudando de a poco.
Me acomodó boca abajo en su cama con una almohada bajo mi vientre y me dedicó su chupada de culito más esmerada, me untó bien el agujerito tanto por fuera como por dentro y viniendo hacia la cabecera me puso su dura pija en los labios pidiéndome que le diera una chupadita a la cabeza "para autorizarla a entrar" y luego de mi aceptación, chupada mediante se acomodó sobre mi centrando la cabeza de su pija en mi roseta y aplastándome con todo su cuerpo.
Esa opresión me gustó y aminoró un poco mis temores, me sentía como protegido y dominado a la vez por el cuerpo de Vicente.
Me dijo al oído que abriera la cola para dejar entrar la puntita.
Lo hice y sentí que presionaba suavemente entrando en la medida que yo la abría.
En un punto ya no podía abrirla más y su pija seguía presionando, la tensión de mi culito comenzó a molestar, iba a decírselo cuando de golpe la parte gruesa de su glande me entró de golpe.
Grité por el dolor agudo que sentí.
Vicente tapo mi boca con su mano diciéndome al oído que no lo cierre, que ya había entrado la cabeza que ahora sólo había que esperar que mi culito se acostumbre.
El dolor se fue calmando de a poco y muy lentamente me la siguió metiendo.
Me ardía el agujerito, pero lo que más me preocupaba es sentía que me estaba haciendo.
Cuando llegó el engrosamiento de su tronco volvió el dolor y yo me quejaba mientras me caían lágrimas.
"Aguantá un poquito más, Panchito, así la tenés toda adentro" me dijo al oído sin dejar de presionar contra mi agujerito.
El dolor aumentaba en la medida en que mi esfínter era estirado y creo que me provocó como un estado de sopor porque lo que siguió es como un recuerdo vago del que sólo rescato la sensación de un frio sudoroso en todo mi cuerpo, que mi cola absorbía esa bola de su tronco y la voz de Vicente como lejana diciéndome quien sabe que cosas.
Volví en mi cuando me volvió el dolor, Vicente lentamente la sacaba y la volvía a meter lo justo y necesario para que la parte gorda de si verga saliera y entrara de mi cola.
Dolía pero me alentaba a seguir, en algún momento el dolor se fue, como si mi cola se hubiese cansado de luchar y se entregara a la invasión de esa barra.
A partir de ese momento las sensaciones cambiaron.
No puedo decir que me provocara placer la penetración en sí, pero me complacía la situación: Sus besos en mi boca, cuello y espalda, sus palabras entre dulces y soeces mientras me bombeaba la cola, su mano jugueteando con mi pijita totalmente flácida y el peso de su cuerpo con el roce de sus vellos pélvicos en mis nalgas me hicieron comprender el sentido de "ser suyo".
Sentía que debía complacerlo y dejarle hacer lo que desease y que mi gozo era poder lograrlo.
Fue una cogida pausada y con el tiempo entendí que lo fue para cuidar mi culito, no me bombeo fuerte en ningún momento, simplemente gimió como nunca antes y en mi culito sentí los estertores de sus chorros de leche.
Su cuerpo se relajó sobre el mío y lentamente sentí como su pija se iba deshinchando dentro.
Cuando me la sacó me pidió que me quedara quieto y no me frunciera ya que quería revisarme la cola para ver si estaba lastimada, con ambas manos separó mis cachetes.
Yo sentía el agujerito abierto y que algo líquido me salía.
Vicente me dijo que la tenía sanita y se quedó un rato observándome, seguramente disfrutando de lo abierto que me había dejado.
Cuando por fin me liberó, vi que en la manta de la cama estaba manchada de leche y caca y había caca también en el rodete de la cabeza de su pija.
me dio vergüenza y debió notarlo porque se apresuró a decirme que era normal y astutamente golpeó mi ego elogiando mi aguante y mi cola.
Trajo una palangana con agua donde se lavó la pija y haciéndome poner con la cola empinada se dedicó a limpiarme todo rastro de vaselina, semen y caca.
El agua fría calmó el ardor de mi cola y luego las caricias de su lengua compensaban un poco el dolor residual que sentía cada vez que lo fruncía.
Mi debut anal fue un jueves y me queda la duda si lo decidió a propósito a juzgar por lo que sucedió después.
Viernes por medio, por la mañana, los patrones de la estancia le enviaban a Vicente y al resto de los puesteros, las provisiones para la quincena.
Siempre me avisaba para que yo no apareciera esos días hasta la tarde "Porque a la gente le gusta hablar cagadas y van a imaginar cosas si te ven acá" me había explicado.
El tema es que después de estrenarme la cola, cuando me iba a volver a mi casa, me advirtió que debíamos hacerlo todos los días al principio porque sino mi cola se iba a "cerrar" y me volvería a doler.
Yo amanecí con la cola adolorida y cuando fui al baño me molestó mucho ir de cuerpo.
Desayuné y me dirigí al puesto de Vicente, como todos los días, pero convencido de decirle que si quería se la mamaba, pero que me dolía mucho para que me la meta.
Mientras cruzaba el monte, llegando a su casa, veo un carro del que Vicente y un muchacho morocho y más bajo que él descargaban un par de cajones.
"Se olvidó de avisarme" pensé.
y aproveché que entraban al puesto para correr hacia la parte de atrás de la casa a esperar que el peón se vaya.
De inmediato me arrepentí de la estrategia porque la ventana de atrás estaba abierta y si el peón se asomaba me iba a ver, así que me quedé quietito para no hacer ruido.
Esperé mientras los escuchaba conversar hasta que caí en cuenta que no conversaban más, pero tampoco escuchaba que el carro se fuera.
La curiosidad venció al miedo de ser visto y me acerqué a la ventana a espiar.
Creo que me puse blanco.
Vicente estaba apoyado contra la mesa y el peón acuclillado chupándole la pija.
Me embargó una sensación dual, celos por un lado y asombro por otro.
Celos por una cuestión lógica, y asombro porque lo que hacía con el peón no era igual a lo que hacía conmigo.
Mis mamadas eran suaves, pero al peón Vicente lo agarraba de los pelos y se la hacía tragar toda como a la fuerza hasta que el muchacho no aguantaba más y tosía atragantado, entonces si lo dejaba sacársela, lo justo como para que tomara aire, y nuevamente se la hacía tragar de los pelos.
De a ratos podía ver los largos hilos de baba espesa colgando entre la verga de Vicente y la boca del peón.
No duró demasiado la mamada y con la misma rudeza Vicente lo acomodó al muchacho de panza sobre la mesa y le bajó las bombachas lo justo para que quedara su moreno culo al aire y acomodándole la pija se la metió de un solo tirón.
El muchacho bufó con la estocada y como que se quiso salir, pero Vicente lo volvió a su posición sin dejar de bombearle el culo con fuerza y reteniéndolo por las caderas.
Sólo se escuchaba el bufido de ambos en cada embestida junto con el sopapeo de la pelvis contra las nalgas.
No duró demasiado el espectáculo.
Vicente le acabó dentro con su conocido gruñido e inmediatamente se la sacó desentendiéndose del peón, el muchacho sacó del bolsillo de sus bombachas un pañuelo y se lo apoyó en el culo un rato, seguramente evacuando la leche de Vicente que por su parte se lavaba la pija en la palangana.
Me corrí de la ventana y sin hacer ruido me fui nuevamente al monte donde oculto detrás de un eucaliptus los vi salir y despedirse con un apretón de manos.
El muchacho subió al carro y se fue a seguir su recorrido.
Yo me quedé cerca de media hora detrás del árbol, como para que Vicente no sospechara que los había visto, tocándome la pijita que se me había puesto durísima.
Recuerdo que pensaba si mi cola podía llegar a soportar una cogida como la que había visto y recuerdo también que cambié de idea respecto a negarle la cola a Vicente, no quería que se me "cerrara" y le interesara más metérsela al peón.
A veces pienso que el olvido de Vicente de avisarme que no fuera esa mañana fue una estrategia para darme celos, otras veces pienso que no, porque Vicente no podía manejar ni el horario de llegada del peón ni el mío, pero lo cierto es que esa coincidencia generó que ese mediodía yo estuviese nuevamente en la cama de Vicente dándole mi colita.
Continuará.
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