Iván V
Comienzo a dar asesorías y un padre de familia me paga con sexo..
Luego de mi primera y única cita con Ricardo, decidí guardar discreción y me alejé de los grupos de encuentro. Si bien la habíamos pasado de maravilla, temía que algún familiar me sorprendiera en las andadas y/o pudiera meter en problemas a algún señor. Por ello, continué mi vida como cualquier adolescente precoz: morboseando a mis compañeros más desarrollados, consumiendo pornografía y masturbándome varias veces a la semana. De vez en cuando experimentaba con algún objeto que encontraba en casa, pero la sensación era insatisfactoria. Necesitaba volver a sentir el calor y los besos de un macho.
Cuando entré a la prepa mi madre sugirió que podría dar asesorías a niños de primaria para ganar un poco de dinero y mantenerme ocupado por las tardes. Tan pronto accedí, comenzó a ofrecer mi servicio a sus amigas. Una de ellas aceptó de inmediato, pues su hijo tenía problemas para aprender matemáticas y algo en mí le inspiraba confianza, dijo. Si bien el trabajo no era la gran cosa, descubrí que me permitiría estar cerca de Iván, su esposo. Hasta entonces solo lo conocía de vista, pues vivíamos en la misma calle: era un hombre alto, con mirada seria, de piel clara y espalda ancha, con poco vello corporal, aunque tenía un bigote poblado. Su mayor atractivo eran sus brazos fuertes, resultado de su oficio como repartidor de refrescos. La presencia de ese macho era un bonus a mi sueldo. Después de reunirme con la señora acordamos que iría a su casa en las tardes de lunes a viernes.
El primer día de trabajo recibí mi pago por adelantado: Iván se encontraba sentado en la sala, con el torso desnudo, bebiendo una cerveza. ¡Qué delicia de macho! Sus pectorales y panza chelera me dejaron boquiabierto; si bien prefería a los hombres con más vello, su enorme cuerpo me tenía hipnotizado. Me presenté y él me saludo amablemente con un firme apretón de manos. Se disculpó por las fachas y yo le respondí que no tenía ningún inconveniente, comprendía que el calor lo ameritaba. Tuve que preguntar dónde quedaba el baño porque el tenerlo cerca me provocó una erección y temía que lo notara. Una vez dentro, comencé a pajearme desvergonzadamente. Me imaginé besando su cuerpo de arriba abajo antes de que me voltease y cogiera con fuerza, para terminar con su leche en mi culo y mi cabeza recargada en su pecho. Aún con mi poca experiencia, me propuse hacer realidad esa fantasía.
Todo marchaba bien con las asesorías y nunca faltaba mi taco de ojo. Al regresar del trabajo, Iván acostumbraba a pasear por su casa utilizando solamente un short y sandalias, presumiendo así sus músculos y un gran bulto. Aprendí a controlar mis erecciones y esperaba hasta llegar a mi cuarto para masturbarme, imaginando la forma y el sabor de su verga. También logré acercarme más a él. No solo era guapo, sino también amigable. Mientras tomábamos un descanso, compartía alguna anécdota del trabajo o sus recuerdos de joven, resaltando que todas querían con él y, aunque adoraba a su familia, extrañaba esa época en la que tenía varios culitos para elegir. Yo estaba dispuesto a darle el mío cuando quisiera, pero aún no se presentaba la oportunidad para ofrecérselo: su esposa siempre estaba cerca y su hijo requería mucha atención.
Finalmente surgió el momento perfecto.
Aquella tarde llegué como de costumbre e Iván salió a recibirme, semidesnudo. Me contó que el niño se había sentido mal y su mujer decidió llevarlo al doctor. Aunque se disculpó por no avisarme a tiempo, me pidió pasar y dejarle unos ejercicios de tarea al chamaco. Acaté la orden, nos dirigimos a la sala y comencé a escribir. Iván se sentó a mi lado, lo suficientemente junto para ver lo que hacía. Al instante, el ambiente se llenó con su aroma y mi verga comenzó a despertar. Me negaba a tenerlo tan cerca y no hacer nada. Sin embargo, olvidé cualquier estrategia planeada y decidí ser directo. Así, cuando Iván preguntó «¿Hay algo que pueda ofrecerte? Un vaso de agua o refresco, quizá», sin pensarlo respondí «Solo hay una cosa que me gustaría en este momento. Quiero mamarte la verga» y la agarré por encima del short, mirándolo a los ojos. «Qué pendejada estás haciendo, mi esposa podría regresar en cualquier momento. Vete de mi casa antes de que te parta la madre». Si bien parecía dispuesto a cumplir su amenaza, la calentura pudo más. «Desde que llegué aquí no he deseado más que probar tu verga, apuesto a que la tienes enorme. Quiero sentir tu cuerpo encima del mío. Permíteme demostrarte lo que puedo hacer, lo bien que podemos pasarla ¿o acaso no te gustaría recordar tu vida de mujeriego? Seguramente eres un experto cogiendo». Parecía haberlo convencido, sentí como empezaba a endurecerse. De inmediato, me arrodillé frente a él, hundí mi cabeza en su entrepierna e inhalé profundamente. Unos segundos después, Iván me separó jalándome del cabello solo para desnudarse por completo y decir «Espero que seas tan bueno como presumes. No tienes ni idea de lo que te espera».
Su verga era gruesa, curvada hacia arriba y medía por lo menos 20 centímetros. Sus huevos también eran grandes, dignos de un macho de su tamaño. Comencé pasando mi lengua por todo su falo, saboreando su precum cada que llegaba a la punta. A pesar de mis intentos por metérmela toda en la boca, no lograba cubrir tanto. Iván comenzaba a impacientarse y decidió tomar el control: sostuvo mi cabeza con una mano en cada lado y me obligó a tragar más. Intenté zafarme, pero era inútil; no se detuvo hasta que tuve poco más de la mitad de su verga dentro. Aunque pude moderar mi respiración para reducir las arcadas, tal como aprendí de mi última experiencia, las lágrimas no se detenían. Pese a todo, estaba totalmente extasiado, dispuesto a terminar con su leche en mi culo. De vez en cuando alzaba la mirada para demostrarle a ese hombre cuánto lo estaba disfrutando. Él sonreía con orgullo y acariciaba mi mejilla. «Nada mal para una putita de tu edad, pero tienes mucho que aprender aún. Lo repetiremos hasta que seas capaz de tragarte toda mi verga sin llorar. Vamos a mi cuarto, estaremos más cómodos ahí».
Una vez dentro, me ordenó quitarme la ropa y ponerme en cuatro sobre la cama mientras él cerraba la puerta y bajaba las cortinas. «Puedo notar que ya no eres virgen, tienes el ojete abierto. Seguramente ya te han cogido varios compañeros de tu escuela, pero ninguno debe estar tan pitudo como yo. Ahora sabrás lo que es bueno». En seguida, colocó su boca a la altura de mi culo, lanzó un escupitajo y poco a poco fue introduciendo un dedo. Arrojó más saliva y metió otro. Podía sentir mi ano expandirse y comencé a temer que me desgarrara. Unos minutos después, recibí una fuerte nalgada e Iván exclamó «Ya estás bastante mojado, levanta ese culito pinche puta». Iván subió un pie a la cama, agarró con fuerza mi cintura y comenzó a clavarme su verga. Nada más de sentir la punta, pegué un grito y de nuevo intenté librarme. «Ni madres, cabrón. Tú dijiste que querías verga y ahora te aguantas» dijo Iván antes de jalarme hacia él, provocando que toda su polla entrara de golpe. Se mantuvo así unos segundos y poco a poco comenzó con el mete y saca. Procuré aguantar sus movimientos, pero fue imposible no gritar conforme aumentaba la velocidad. Harto de mis quejidos, Iván ahogó mis gritos con una mano mientras decía «Cállate de una vez. A partir de hoy serás mi perrita, así que será mejor que te acostumbres. Tendrás que hacer todo lo que te diga sino quieres que se enteren lo puta que eres ¿entendiste?». Entendí que lo mejor que podía hacer era aflojar y cooperar. A fin de cuentas, yo lo había provocado y esto era lo que quería.
Con cada embestida el dolor fue disminuyendo y el placer aumentando; los gemidos no se hicieron esperar. Iván ordenó que subiera las piernas en sus hombros y continuó cogiéndome. Desde ese ángulo pude ver como se le tensaban los músculos. No le importaba cómo me sentía, tan solo quería satisfacer su deseo y yo estaba dispuesto a complacerlo. Sus palabras y bufidos me indicaban que lo estaba disfrutando tanto como yo. «No mames, qué rico aprietas cabrón. No eres más que una puta traga vergas. No te vas a poder sentar de lo abierto que te estoy dejando el culito». Si bien el sexo con Ricardo fue maravilloso, estar bajo el dominio de un macho como Iván era otro nivel.
Para terminar, Iván se acostó en la cama y exigió que le sacara la leche a sentones. Su verga seguía igual de dura; pasé un par de dedos por mi culo y pude sentir lo abierto que estaba. «Apúrate cabrón, que mi esposa puede llegar en cualquier momento» gritó Iván. Me posicioné encima de su falo y fui clavándome poco a poco. Iván permitió que llevara el ritmo y yo procuraba apretar con cada sentada. Sin previo aviso, agarró mi verga y comenzó a masturbarme. Estaba ahogado en placer; antes de que pudiera impedirlo, mi leche comenzó a caer en el torso de Iván. Esto provocó que mi culo apretase aún más su verga, logrando que Iván expulsara su esperma dentro de mí. Sentí un calor que se fue extendiendo por todo mi cuerpo, qué rico es cuando te preñan.
Iván sacó su verga y me ordenó limpiarla con la lengua. Una vez que quité todo rastro de semen y sangre, me acerqué para darle un beso en la boca, pero él me detuvo. «No confundas las cosas, cabrón. Yo no soy puto como tú. Ya te lo dije, tan solo sirves para complacerme. Si tú quieres, lo podemos repetir mientras mi mujer no esté en casa o podríamos ir con un amigo al que podría interesarle pero solo me perteneces. Como sea, pobre de ti si le cuentas de esto a alguien. Vístete y lárgate para tu casa, tengo que limpiar este desmadre».
Caminé rumbo a mi casa con sus mecos aún en mi culo, pensando a qué amigo se refería y si tendría la verga igual de grande que él.
Espero que este relato haya sido de su agrado. Comenten si desean que continúe con esta serie de experiencias personales.
Muy buen relato, sigue contando más.
Uff esta historia me puso muy cachondo