Jugando "huevos estrellados".
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por ErosLover.
Toda historia tiene un inicio. La mía comienza cuando tenía unos cinco años. Guardo recuerdos difusos de ese entonces, apenas unas cuantas imágenes perdidas entre la bruma. En ese entonces iba en el primer año del jardín de niños, listo para pasar al segundo. Tenía un vecino con quien solía juntarme, ya que íbamos juntos a la escuela, de nombre Alfredo. Creo que ya en ese entonces solían llamarle Feyo. No era muy guapo, y tampoco lo es ahora, pero creo que no está tan tirado al perro como para justificar el apodo.
Recuerdo que pasaba mucho tiempo junto a él en aquel entonces. En la colonia donde vivo, detrás de unos edificios, hay una zona conocida como las áreas verdes, y efectivamente se trataba de una extensión de césped con algunos árboles bastante altos, que seguramente ya se encontraban ahí antes de que se construyera la unidad. Era un lugar muy bueno para jugar, pero también para otras cosas, puesto que los niños solo íbamos a jugar de vez en cuando y los adultos se paraban en muy raras ocasiones.
Así fue como un día el Feyo y yo estábamos en las áreas verdes. Supongo que estábamos jugando a algo más, pero no recuerdo a qué. Solo recuerdo que en determinado momento Alfredo me dijo que había que jugar a otra cosa, y me llevó a un rincón de las áreas verdes, justo detrás de la barda que delimitaba las zotehuelas de los edificios de atrás. Él se colocó contra la pared e hizo que yo me colocara frente a él dándole la espalda. Yo le seguí el juego, pues sentía curiosidad y a esa edad no tenía la menor idea de lo que era el sexo. No se me hubiera ocurrido pensar que lo que mi amigo quería hacerme no era del todo un juego. No logro recordar si mi amigo me bajo inmediatamente el pants que llevaba ese día o primero comenzó a repegárseme con la ropa de por medio. Solo sé que en un momento tenía mis nalguitas al aire libre, luchando para que mi pants no se me bajara por enfrente mientras él se afanaba en bajármelo por detrás. Quizás fuera que siempre he sido muy tímido, por lo que no me gustaba la idea de andar enseñando mi pene por enfrente, aunque supongo que no me molestaba que Alfredo estuviera restregando su pequeño pene en mis nalgas desnudas.
Digo supongo porque en realidad no me acuerdo que sentía en esos momentos. Si dejé al Feyo hacer lo que quería mientras quiso creo que en cierta manera me gustaba sentir sus caderas contra mis nalgas y sus manos sosteniéndome de la cintura cuando no intentaba bajarme el pants. No recuerdo su pequeño pene picándome la retaguardia, intentando alcanzar mi ano (aunque era poco probable que lo lograra). Lo único que recuerdo claramente a pesar de todos los años que han pasado es que en determinado momento el metió su mano entre mis nalgas, tocando con uno de sus dedos mi pequeño agujero. Esa es la única parte del encuentro en la que pienso y logra excitarme rápidamente, pues aunque no sabía que estaba pasando, sentí muy rico que acariciara mi ano.
Estuvimos un buen rato así, no sé si hasta que él sintió algo más o sencillamente se cansó de estarse repegando contra mí. El caso es que finalmente me soltó y yo pude acomodarme mi pants nuevamente. Salimos de las áreas verdes, y una vez que estuvimos sentados en otro lado le pregunté qué era aquello que habíamos jugado. Alfredo se portó muy misterioso antes de revelarme el nombre del juego. Antes de eso me hizo prometerle que nunca le diría a mis padres lo que habíamos hecho. Después me confesó finalmente que lo que habíamos hecho era jugar "huevos estrellados". Inmediatamente ligue que aquello tenía que ver con el hecho de que sus testículos se encontraban pegados en mis nalgas durante el juego.
El día de hoy, al mirar atrás, me preguntó quién le habría enseñado aquel juego a Alfredo a sus cinco años. ¿Habría sido uno de sus hermanos mayores? ¿Algún otro familiar o conocido mayor? ¿Él lo habría inventado (o deducido) al ver alguna escena sexual de otras personas? A veces me pregunto si sería buena idea acercarme a Alfredo en la actualidad y preguntarle por ello, pero probablemente ni siquiera se acuerde de lo que sucedió en aquella lejana fecha cuando éramos solo unos escuincles de cinco años que estudiaban en el jardín de niños.
El caso es que aunque para Alfredo realmente aquello haya sido un juego tal como él me lo dijo, para mí no lo fue. Esa experiencia marcó toda mi vida posterior, pues gracias a esa vivencia descubrí los placeres del sexo e igualmente la posibilidad de que dos hombres pudieran hacerlo.
Si de algo he de arrepentirme el día de hoy, no es de haberle permitido al Feyo mostrarme aquel juego, sino de no haber repetido ese juego con él o con algún otro amigo u hombre, pues aunque a raíz de la experiencia que aquí relato empecé a masturbarme a temprana edad (como lo contaré en otro relato), habría de pasar mucho tiempo antes de que compartiera el placer sexual con otro hombre. A veces me gusta fantasear con qué hubiera ocurrido si le hubiera pedido a Alfredo que repitiéramos aquel juego, o si se lo hubiera insinuado o enseñado a cualquier otro chico que conocí posteriormente; pues con Alfredo no hubo mucha más oportunidad puesto que dejamos de juntarnos al entrar en el último año de jardín de niños porque nos tocó en grupos diferentes. Aun así, para mí el Feyo siempre será ese hombre que me mostró por primera vez uno de los mayores placeres del mundo: el sexo.
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