LA CAGADA. (1).
Te enterás que meten los cuernos, pensás que todo se va a poner negro y aparecen vecinitos que te cambian la vida..
El relato se inscribe en Categoría GAYS, pero, a lo largo del mismo se incursiona en distintas Categorías más.
Tengo 32 años, no soy feo, mido 1,80 y mantengo el físico con algunas sesiones por semana en el gimnasio que se encuentra a la mitad de cuadra. No soy un tipo de andar “calentándome” a lo loco con cualquiera que veo, al contrario, soy bastante medido, pero práctica no me falta o faltaba, mi novia desde hacía cuatro años podía dar fe de ello, creo que quedaba bastante conforme cuando nos solíamos tomar más de una hora para que pudiésemos “jugar” en una cama.
A ella y a una señora “casada” que era dueña de un negocio de venta de bijouterie, con la cual, de vez en cuando, teníamos unos “tiroteos” amistosos. Hablo en pasado porque hacía cuatro días que había roto con mi novia y la señora en cuestión no podía escaparse de la casa porque tenía al hijo enfermo en la cama, aunque sospechaba que me quería “dar largas”.
A cualquiera de ellas siempre puede “arrancarles” tres o cuatro orgasmos “practicando” por cualquiera de sus “agujeritos” antes de obtener mi descarga, pero, ese día se juntó todo. Tenía una bronca tremenda porque me había enterado que mí, desde ese momento definitivamente ex novia, salía con otro tipo con el que pensaba en casarse. Tenía 31 años, decía que se le pasaba el tiempo y estaba obsesionada con el casamiento, algo con lo que yo no transigía y se buscó a otro para eso.
Me enteré a la hora del almuerzo cuando me vino a buscar su “íntima amiga” y me contó que hacía un mes que salía con el tipo, que ella me quería a mí, pero había “aflojado” porque el “fulano” le ofrecía casamiento y bla, bla, bla. Todo estaba genial, pero… “marche preso”, sin yo quererlo o sin comerla ni beberla me hizo socio del “club de cornudos” y no, eso no me jodía tanto, lo que más me jodía era que no había tenido los ovarios para cortar antes.
La “amiga” (notarán que lo escribo entre comillas y se imaginarán por qué) se ofreció a salir a tomar algo por si yo quería conversar un poco más del tema. No estaba nada mal y me “tiró un par de galgos” que, a pesar de su culito parado y apetecible, rechacé sutilmente aduciendo que la llamaría otro día para charlar porque en ese momento estaba como para, no hablar con nadie. Además, no se la quería hacer tan fácil (esto no se lo dije). Lo entendió con un poco de desilusión o lo tuvo que entender y se despidió para que yo me reintegrara a la oficina en mí puesto de Gerente Sénior, mejor dicho, el dueño de una subsidiaria que pertenecía a una compañía de seguros internacional.
Me lo pasé rumiando hasta las 16.00 que era la hora en que “plantaba bandera” y luego me fui a tomar un café para tratar de comunicarme con la “señora casada”, ya que sabía que el marido trabajaba hasta las diez de la noche. No pudo ser por lo explicado del hijo, pero, de una u otra manera sentía que ambas me habían desilusionado, sin embargo, me habían “asaltado” unas ganas terribles de “ponerla”.
Para colmo de males, el cielo plomizo se convirtió pronto en una descarga de truenos y de agua que caía en vertical como si la tiraran desde baldes. No paraba de llover y parecía que seguiría toda la noche así, ese viernes y todo el fin de semana lo pasaría enclaustrado, tampoco eso me molestaba, me encantaba estar en MÍ LUGAR. Yo sabía que me iba a empapar, por lo menos en los últimos cincuenta metros antes de entrar en mi casa.
Vivía en un antiguo P.H., herencia de mis viejos, me había criado allí y, aunque podía mudarme a una propiedad distinta y más cara porque el millonario seguro de vida en dólares que cobré por la muerte de ambos me rendía más que suculentas ganancias mensuales, eso, sumado a lo oneroso de mis ingresos me lo permitía, pero, definitivamente, no quería desprenderme del lugar.
Para llegar a mi casa tenía un pasillo larguísimo de casi dos metros de ancho, pared altísima de un lado y del otro lado las puertas de entradas de los siete departamentos anteriores al mío, el cual se encontraba al final del pasillo con la puerta de entrada que enfrentaba al mismo. Las calles estaban anegadas, ergo, los desagües pluviales no daban abasto y el pasillo tendría agua por sobre la suela de los zapatos, como fuere, había que volver a casa y es lo que hice.
Bajé del taxi en la puerta (mi camioneta dormía en un estacionamiento privado cercano a casa, me resultaba más cómodo movilizarme siempre en taxi, el tránsito de la capital me enloquecía) y abrí la puerta de calle principal que comunicaba con el pasillo, ese rellano, con los medidores de agua, luz, gas y el buzón, estaba techado y serían unos cuatro metros cubiertos, desde ese lugar miré el panorama bastante húmedo y me largué para llegar a mi casa.
En la puerta del departamento anterior al mío lo vi, era mi vecinito que vivía al lado, vestía el guardapolvo del colegio y tiritaba de frio, golpeaba la puerta pidiendo que le abrieran mientras el agua le caía de la cabeza a los hombros, además no le faltaba nada por mojarse, la mochila del colegio zafaba porque era de plástico. “¿Qué hacés abajo del agua Martincho?, vení, entrá en casa, en la tuya no debe haber nadie”, -le dije-.
No me contestó nada y seguí unos cuatro o cinco metros más de pasillo para abrir la puerta de mi casa, fui a buscar un toallón y mientras me secaba la cabeza me volví a asomar, lo escuché golpear y gritar sin obtener respuestas y me dirigí a él de mal talante, casi gritando…
- ¡Nene, dejate de joder con los caprichos y entrá!, lo único que le falta a tu madre es que te enfermes. ¡Pasá rápido, no me hagas esperar!
- Sí señor, sí señor, -me contestó y con los ojos bajos entró a mi casa-.
No bien ingresó le di una toalla para que se secara la cara, los brazos y la cabeza, mientras lo hacía observé que tenía toda la ropa empapada, no era sólo el guardapolvo y le pedí que se la sacara para secarla. Yo tenía una estufa eléctrica con turbo-ventilador y sería cosa de media hora o un poco más, no podía dejarlo con esa ropa tan mojada porque así, en esas condiciones y aún con el poco frio que hacía, era candidato a una neumonía.
- No Sergio, está bien, no quiero molestar.
- Molestar las pelotas, a mí no me jodas con boludeces, comenzá a sacarte la ropa y después te das un baño con agua bien caliente.
- Sí señor, no se enoje ya lo hago.
Me contestó sin miedo, pero agachando la cabeza, se lo notó acostumbrado a obedecer, denotando que era muy obediente y mi morbo me hizo pensar en una sumisión incipiente.
- No sé dónde andará tu hermana, pero tu madre debe estar trabajando y pensando que estás abrigado en tu casa, ¿ya la llamaste, averiguaste algo?…
- No puedo porque me quedé sin batería en el celular, no sé dónde está mi hermana y mi mamá debe estar preocupada.
- Bueno, no pierdas más tiempo, bastante pelotudeaste con los jueguitos del teléfono, poné el celular a cargar y sacate la ropa, la vas poniendo en el tender que está sobre la estufa y yo voy a tratar de comunicarme con tu madre.
La madre de Martín tendría unos 35 años, era morocha delgada de más o menos 1,65 metros de altura, no tan agraciada de cara, pero de un don de gente natural que la hacía muy agradable, de piel cetrina y tenía unas tetas apetecibles y acordes a su torso, unas piernas que se adivinaban bien armadas, por lo menos es lo que dejaban entrever los jeans que usaba constantemente. Lo que tenía espectacular y para parar el tránsito era el culo, parado, duro, macizo, de nalgas firmes. Se lo había observado varias veces y parecía un culo de una mezcla rara de raza latina con raza negra, bueno, yo me entiendo, es como a mí me gustan.
Era viuda desde hacía dos años y salvo un par de favores como vecinos, un arreglo en las canillas o la colocación de una traba en la puerta, no teníamos mayor trato, me pasaba con todos los vecinos, no jodían, eran muy amables dispuestos para ayudar, pero las cosas no pasaban de allí, mi mamá había sido siempre la más dada con todos.
Esta mujer, a pesar de que se “mataba” trabajando en una panadería desde las cinco de la tarde hasta las cinco de la mañana del otro día no perdía el encanto, pero, mi relación con ella era sólo el consabido saludo de simpatía y buena educación En la casa también vivía la hija de trece años que “pintaba” para parecerse a la madre, aunque era mucho más bonita de rostro y bastante “pizpireta” porque se “hamacaba” al caminar para hacer notar sus nalgas ya paradas y seguramente más duras que las de la madre. Por último, estaba Martín de casi diez años y con cabello totalmente rubio ceniza.
La niña, de nombre Cielo tenía cabello castaño y seguramente debería cuidarse porque tenía tendencia a engordar, ya se le notaba que, en eso, de mayor, seguiría los pasos del físico del padre, al que conocí y que murió joven por complicaciones cardíacas debido al sobrepeso, el colesterol mal tratado y a la inactividad ejerciendo de vago y mantenido. Martincho como se lo llamaba cariñosamente al chico, también era gordito, en realidad, más que nada, “rellenito”, ambos, hija e hijo, de tez más clara que la madre y nunca había notado que estos kilitos de más no le sentaban nada mal al chico que se desnudaba frente a mí.
Luego de que me atendió un poco preocupada, le conté a la madre como lo había encontrado, se sintió mal por esto y me comentó que la hermana se iba a dormir a casa de una amiga compañera de escuela, tenía que pasar por el colegio de Martín a dejarle las llaves al hermano y había hecho lo que “se le cantó”. “No sé cómo hacer Sergio, no puedo salir del trabajo y la amiga de Cielo vive en otro barrio”, le contesté que yo no tenía nada que hacer, que no se preocupara por el hijo porque se quedaría conmigo durmiendo en la habitación que me sobraba.
Le dije que la llamaba yo porque él recién había puesto el celular a cargar, que se estaba sacando la ropa mojada y seguí… “No te prometo que quedará planchada, pero se la va a poner seca nuevamente, mientras le doy algo mío, ya te paso con él después le toca un baño bien caliente y posteriormente algo de comer”. Le di el teléfono al chico y escuché clarito que entre las recomendaciones la madre le decía: “Que no se te vaya a ocurrir ponerte en estúpido con Sergio porque esa no te la perdono, hacé todo lo que dice y portate bien”.
Cortó la comunicación, me dio el teléfono y noté que aún no se había sacado el pantalón, le pedí la ropa que puse a secar y viendo que en su pecho desnudo se notaban un par de tetitas incipientes como si fuera una nena, me dio un “tironcito” nervioso en la pija. Sabía que esas “tetitas” eran por su sobrepeso y me reí sólo diciéndome a mí mismo que no podía ser tan hijo de mi buena madre. La cosa se enturbió un poco cuando le hice sacar el pantalón levantando la voz para que lo hiciera…
- Dale, dale, sacate el pantalón que somos hombres y no nos vamos a asustar entre nosotros.
- ¡Sí, sí enseguida Sergio, pero no te rías porque me da mucha vergüenza, tampoco te enojes!
Decirme eso y decirme “mirame bien” fue más o menos lo mismo y lo observé, se dio vuelta para sacarse los pantalones y ante mis ojos fue apareciendo un culito bellísimo, firme, duro y de nalgas blancas, se me cruzó por la cabeza que parecía al de una chica de dieciocho, para colmo lo tenía cubierto por una bombachita rosa de encaje y los cables se me cruzaron un poco más.
- ¿Qué hacés con una ropa interior de mujer?, ¿tu madre sabe que te vestís así?
- Por favor, no le cuentes, mi mamá no sabe nada, es mi hermana, ella me dice siempre que quería tener una hermanita y me obliga a usar su ropa interior. Mi hermana está re loca.
- Puede ser, sin embargo, a vos no parece molestarte hacer de nena.
Los ojos se le llenaron de lágrimas, me arrepentí enseguida de lo dicho y como yo estaba sentado y él parado, lo arrimé a mi pecho abrazándolo y diciéndole que no se hiciera problemas, que yo no me enojaba por eso, asimismo, notándolo sumiso entre mis brazos no me pude resistir y bajé una de mis manos para acariciar esas nalgas semi desnudas que, mal que me pesara, comenzaban a calentarme. El golpe de vista no me había fallado, eran más que duras y me dejé llevar, no me privé de acariciarlas y, de paso, apretarlas un poco, a la vez que notaba como Martín se arrimaba pegándose contra mi pecho como si le gustara, no decía nada ni amagaba con negarse, hasta me pareció que ronroneaba como un gatito.
No tardé en pasar toda la mano por debajo del elástico de la bombachita para tocar ambas nalgas y, ya que estaba, mover el dedo medio por el agujerito, no quise penetrarlo ni hacer el intento, sería como trasponer una línea y no quería hacer una cagada. Lo que me hizo parar los pelos de la nuca, aparte de la pija que parecía tener pensamientos propios, fue que Martín emitió un gemido placentero y movió la cola buscando el dedo. Saqué la mano despacio y, ya totalmente erecto, me acerqué a su oído… “Martín tenés una cola hermosísima y esa especie de tanguita te la hace ver más linda todavía, dan ganas de besarla”, -expresé con la voz un tanto ronca-.
Aproveché la ocasión para darle un beso en la oreja pasándole apenas la punta de la lengua por ésta y el escalofrío junto con el gemido fue notorio. Antes de que dijera nada y temiendo que no hubiese retorno, le avisé que entrara a bañarse mientras yo calentaba la leche y el café para tomar después algo caliente. Giró con un sesgo de coquetería y se fue moviendo el culito como algo normal y natural y yo que estaba vestido sólo con el bóxer, me levanté acomodándome la erección y fui a la cocina para evitar mirarlo.
No podía dejar de pensar en los moditos amanerados del nene y en el culito que portaba, se me cruzaban por la cabeza los castigos, las penas legales y los cargos de conciencia por esto, me habían excitado esas nalgas, pero no podía, así como así, tratar de cogerme al “gordito”, tenía que contenerme. La voz de Martín me sacó de mis pensamientos, me estaba llamando y cuando acudí al baño y entré, el corrió la cortina para mostrarme que estaba todo enjabonado, “me falta la espalda y nunca puedo llegar porque estoy gordito, en casa tengo un cepillo, pero acá no puedo, te animás a ayudarme vos”.
Se expresó normalmente, pero a mi morbo se le ocurrió que el pendejo me estaba provocando y, de alguna manera “entregándose”, para más, yo sabía que detrás de ese cuerpito estaban las nalgas que podían “perderme” pues ya mis defensas y pruritos estaban haciendo agua, en realidad, estaban debajo del agua…
- Si te ayudo con la enjabonada voy a terminar por mojarme yo, lo mejor sería que nos bañáramos juntos, pero si alguien se entera le puede caer mal. -No tardó en responderme muy seguro de sí mismo-:
- Yo no le pienso contar ni a mi mamá ni a mi hermana y tampoco a mi amiguito de la escuela y aunque mi mamá me dice que no me dejé tocar por nadie, vos sos Sergio y ya me dijo que me tengo que portar bien y no desobedecerte en nada.
No me quedó lugar para ningún otro pensamiento y no, no soy hipócrita, tampoco quería ponerme a pensar. Me saqué el bóxer y antes de que se me notara la erección que amagaba con ser más que incipiente, lo hice girar y me metí en la bañera, le pedí la esponja enjabonada y comencé a pasarla por sus hombros y la espalda. Sentado en el borde y con las rodillas abiertas su culito tentador quedaba a la altura de mi pija que, ayudada por mi morbo y por notar en mis manos la suavidad de la piel del nene se había puesto durísima.
Al llegar a la cintura dejé la esponja y le pedí el jabón, me enjaboné bien las manos y con ellas me dediqué a sus nalgas haciendo un esfuerzo mental para no tentarme y meter mis dedos. Él no se aguantó y giró la cabeza, miró directamente la pija endurecida y, sin que yo le dijera nada, con una de sus manos, la tocó, la apretó sintiendo su dureza y habló sin hacer pausas. “¡Huyy Sergio!, tenés un “pijononón” enorme, ¿me vas a dejar que te la chupe?, ¿vas a cogerme el culito con eso?, es grande, ¿te parece que me entrará toda hasta el fondo cuando me la metas? ¡Uff!, estoy seguro que me va a doler, pero si vos tenés ganas yo me dejo, te prometo que, si me cogés despacito no voy a gritar y guardo el secreto, te lo juro, a nadie, a nadie, a nadie le voy a decir nada” …
Se hacía la cruz con los dedos sobre los labios y su mirada denunciaba ganas. Casi me caigo de culo y se me fueron a la mierda todos los pruritos y los miedos, lo acerqué hacía mí, calcé la pija entre sus nalgas y la cabeza de los diecinueve centímetros asomó por debajo de sus huevitos y de su pijita en erección. Lo llevé así aferrado hasta la lluvia de la ducha y dejé que escurriera todo el jabón, luego me volví a sentar en el mismo lugar, pero sin soltarlo.
Él, con las manos delante de su cuerpo, me acariciaba el glande mojando los dedos con el líquido pre-eyaculatorio y yo acariciaba y apretaba sus duras tetitas de “gordito” y sus pezoncitos que reaccionaron a la caricia endureciéndose, mientras tanto besaba su cuello haciendo que se estremeciera, que apretara sus nalgas para sentir mejor la dureza de mi pija y gimiera. Era hora de preguntar…
- ¿Cómo sabés de eso?, dale, empezá a contarme, si me estás preguntando si te dejaré chupármela y si te voy a coger es porque ya conocés lo que es tener una pija en el culo, ahora me vas a tener que decir quién o quienes fueron y cuantas veces fueron.
- Nadie, te lo juro, ningún hombre me cogió, me gusta cuando me abren el culito y que me cojan, pero… no te puedo contar, lo que pasa es que lo prometí y si te cuento voy a romper la promesa.
- Promesa y secreto las pelotas, me vas a contar todo, si decís que te gusta que te cojan y querés que yo te la meta vas a tener que contarme todo sin mentir…
Se lo dije enojado y tirándole del cabello, él acusó el modo imperativo, se rindió mostrándose sumiso y agachando la cabeza.
- No te enojes Sergio por favor, por favor, no me pegues ni me retes, yo te cuento, pero no te enojes. La que me coge a la noche cuando nos quedamos solos es mi hermana. Descubrió que mi mamá tiene un consolador de goma dura en el cajón de la mesa de luz y cuando ella tiene ganas se lo roba y me coge con eso, primero se lo mete ella en el culo y me hace chuparle la conchita hasta que tiembla y se babea, después me lo mete a mí, una y otra vez, a veces despacito y otras veces más fuerte, hasta que me provoca cosquillas en mi pijita, ella lo hace entrar hasta el final, pero es mucho más chiquito que tu pija.
- ¿Cuándo empezó con eso y desde cuando te gusta?
- Empezó hace como cuatro meses después que me hizo ver en la compu una película de esas que cogen, al principio cuando trajo el consolador no quería entonces me pegó como cuatro cachetazos y la dejé que me cogiera para que no se enojara. Las dos primeras veces me dolió mucho porque era muy bruta, yo lloré y le dije que no lo hiciera más pero ahora le pone crema de las manos y entra y sale mejor, hace eso hasta que me dan las cosquillas que me dejan cansado. Después lo lavamos y practicamos con la boca hasta que lo metemos todo sin atorarnos, ella me contó que mi papá le enseñó a mamárselo hasta pasar la garganta cuando era más chica.
- ¿Tu papá se la hacía chupar por tu hermana? y con vos nunca hizo nada.
- Te juro que fue una sola vez cuando tenía unos seis años porque recién empezaba a ir al colegio, te lo juro, fue esa sola vez. Él tenía olor a alcohol cuando entró en mi pieza y cuando estaba así se enojaba mucho. Se acercó a mi cama y se puso a tocarme la cola metiendo un poquito el dedo, después se sacó la pija del pantalón y me hizo abrir la boca diciendo que tuviera cuidado con los dientes, yo tenía un miedo bárbaro, pero él empujó y la metió una o dos veces hasta que vomité porque me ahogaba y me puse a llorar llamando a mi mamá, me parece que eso lo asustó. Esa fue la única vez, nunca más me hizo nada, me obligó a guardar el secreto y me dijo que si abría la boca me iba a castigar muy fuerte.
- No te creo mucho, ¿estás seguro que no hacés nada más, ni con tu amiguito, ni con otros amiguitos más grandes, ni con ningún profesor o algún otro señor?
- Mi mamá no quiere que tenga amiguitos más grandes, sólo tengo a mi amiguito Maxi y sí, con Maxi a veces hacemos “cosas”, él vive con la madre que trabaja todo el día y una abuelita viejita y cuando voy a la casa nosotros tenemos un lugar “secreto” y jugamos a meternos un dedo, a él le gusta mucho y yo ya sé que cuando me pide que le meta dos dedos empieza a temblar como un loco.
- Entre los dos practicamos besos de lengua como los de la tele para aprender. Yo le conté todo a mi hermana y quiere que lo traiga a casa para poder cogérselo con el consolador, se lo dije a Maxi y él quiere, pero la madre no lo deja venir porque sabe que nos quedamos solos sin ningún mayor que nos cuide.
- También el que a veces me toca la cola y me la aprieta es el profe de Música, pero yo hago que me molesta, a Maxi también le hace lo mismo, pero él no dice nada porque quiere que algún día un “grande” se la meta en el culito.
Ya, a esta altura, estaba que volaba de la calentura, el líquido pre eyaculatorio ya tenía un goteó constante, pero preferí esperar, lo había decidido, el pendejo probaría mi pija mordiendo la almohada y le llenaría la boca de leche. ¡A la mierda con los razonamientos y las culpabilidades!… Esas nalgas, decididamente, serían mías y mi morbo junto a “mis películas” daba para pensar en más, también se me cruzó por la cabeza la hermana, el amiguito y ¿por qué no?, reventarle el culo a la madre porque creía que seguramente lo estaría necesitando.
Me paré y le pedí que se secara mientras yo hacía lo mismo y le expresé serio que después de comer hablaríamos del tema, asintió con un poco de temor bajando los ojos, pero no pudo contenerse y me tocó la pija mirándola con ganas, yo preferí salir del baño entendiendo que esto tenía que llevarlo con toda tranquilidad.
La merienda fue casi cena en que comimos con ganas varios emparedados y como la casa estaba calefaccionada en todos los ambientes andábamos cómodos, él tenía puesto un slip mío que le calzaba justo y yo un bóxer que estrenaba. Aunque me digan que en los chicos no se nota, yo miraba su cara de deseo, imaginaba que tipo de “ideas” se estaba haciendo, quizás las mismas que me hacía yo y quise seguir averiguando…
- ¿Qué es lo que estás pensando?, se te nota en la cara que tenés ganas, pero no sé qué pensás, contame.
- Es que me da “cosa” contarte, tengo el pitito re duro y muchas ganas de que me la metas en el culito, pero también tengo mucho miedo, me parece que sos re grande para mi agujerito, me vas a hacer doler mucho.
- Yo tengo crema para que entre mejor y te la pensaba meter despacito, pero si vos no querés no hacemos nada. Para que vieras que mi pija podía entrar tenía unos videos de nenes más chicos y más flaquitos que vos a los que les meten vergas más grandes, te los iba a mostrar, aunque, si tenés miedo es mejor que no te muestre nada.
- Mostrame Sergio porfi, mostrame, nunca vi a chicos, mi hermana me mostró dos, pero eran de hombres que se las metían a mujeres grandes.
Saqué la Tablet porque allí tenía un par de videos que me había pasado un amigo bajados de la Red Profunda y, ¿para qué negarlo?, quería pudrirle la cabeza al gordito y lograr que me rogara para que le rompiera el culito que ya deseaba con más ganas imaginando lo que me costaría entrar en ese lugar cerradito.
GUILLEOS1 – Continuará… El relato es pura ficción, espero que guste…
Ufffff a mi me pudriste la cabeza, que morbo! Quiero ya los siguientes relatos!
Muy buen relato. Excitante. Leeré los siguientes. Gracias por compartirlos.