La Casa De Al Lado
estando mas cerca de la puerta, oía gemidos muy queditos, fui asomando mi cabeza muy lento, yo antes ya había visto ese baño y sabía que si me asomaba iban a ver directo a mi cara, aún así lo hice. Me aparecí y vi a Juan con una mano jalándose la ver.
Cuando afincaba mi cola a las esferas que traían las patas de la cama de mis padres, sentía una sensación intensa que invadía todo mi cuerpo, era la misma sensación que ahora estaba sintiendo. Un temor que se concentraba en la parte baja de mi abdomen, mis piernas temblaban, pero aun así me mantenía de pie. Tenia yo mi cuerpo un poco encorvado, echado hacía delante con un poco las piernas abiertas, mi cara estaba atrapada en la entrepierna del vecino, mientras sus manos me sujetaban para yo poder escapar, que tampoco era mi intención.
El sol de esa tarde era un sol del domingo, intenso y sofocante, era propio para que dos cuerpos se una y suden en uno solo. Alguien en mi casa me dijo que fuera al lado para buscar unos baldes vacíos que me iba a pasar Juan, yo la verdad no escuche bien, no sabía si era ahora o más tarde y como yo era un chico bastante distraído, salí de la casa y fui al lado, la casa del vecino. A mi a esa edad que tenía se me notaba cierta conducta amanerada y también que ya me encontraba en el umbral a la adolescencia, cada vez que veía a un chico u hombre tocarse la entrepierna, mis ojos me delataban y mi imaginación ya no era inocente.
La casa de la vecina era bastante descuidada, y era ese tipo de hogar donde todos los fines de semanas había gente tomando, claro también la vecina vendía cerveza. Era una señora muy anciana pero dura todavía y los cinco niños que vivián ahí eran sus nietos, Juan también lo era, pero ya era un hombre mayor. Un hombre de piel morena oscura, con un corte de cabello estilo militar, un bigote que de largo tapaba medio labio superior, no era muy alto, tampoco era gordo, pero si tenía una barriga pronunciada. Yo lo recuerdo como alguien ya mayor pero tal vez no era tan viejo como creía. Juan era el tipo de macho de barrios pobres, allá en esa época donde la música popular eran los vallenatos de Colombia. Era el 99 o 98, no recuerdo.
Esa casa vivía todo el tiempo sucia, sus paredes eran oscuras, en un tiempo fueron blancas pero fueron tantas marcas de manos sucias que la hicieron mugres, el suelo de concreto liso parecía nunca haber recibido una fregada y yo cada vez que iba allí entraba aguantando el mal olor, luego que atravesaba la sala, pasaba por la cocina que era aún peor el mal olor y más sucio, ahí mismo se encontraba uno con la puerta que da al patio y entonces ya te encontrabas ahí afuera. El patio se conformaba de espacios totalmente discordantes; hacía la de derecha pasando el baño, era un terreno que iba empezando ancho y al final terminaba siendo reducido y hacía el lado izquierdo era lo mismo, solo que era mucho mas corto que el lado derecho. El olor a caca de pollos y gallinas, y al fondo que había un perro encerrado con sus excrementos, ahí afuera tampoco olía bien.
Cuando ya estaba yo en el patio y todavía no veía a nadie de los que vivián en esa casa, empecé a tener temor y no era miedo de fantasmas, sino que estar yo solo ahí, algo se podía perder y luego me iban a culpar a mí. Ya iba yo a coger el impulso de correr y salir rápido, pero el sonido de una hebilla de cinturón, llamó mi atención y me quede quieto escuchando mejor, me voy acercando a la puerta del baño y cada paso lento que daba mi corazón se iba volcando en mi garganta, ya comenzaba a tener ese miedo mezclado con excitación, ya suponía lo que me iba a encontrar, porque estando mas cerca de la puerta, oía gemidos muy queditos, fui asomando mi cabeza muy lento, yo antes ya había visto ese baño y sabía que si me asomaba iban a ver directo a mi cara, aún así lo hice. Me aparecí y vi a Juan con una mano jalándose la verga, estaba curvado y su piel morena sudaba y brillada igual que su frente mantenía gotitas de sudor. Inmediatamente me vio y enseguida se guardó su verga erecta dentro del pantalón
¡Muchacho que haces aquí!
Juan se puso incomodo y salió rápido a mi encuentro, se pasó la mano por la frente y se llevó todo el sudor que traía, Juan era un tipo de carácter fuerte pero no significaba que anduviera todo el tiempo con la cara amarrada, yo igualmente me asusté porque esperaba su reacción de regañarme por entrar a la casa de su abuela sin llamar, pero yo que la pensé al instante, haciéndome la mosquita muerta, le dije que me habían mandado por los baldes vacíos. El soltó una risita de vergüenza, se seguía pasando las manos por la cara y ahora que había salido al patio con el sol pude ver que estaba bastante agitado y enrojecido, Juan me señala donde están los baldes, yo volteo y regreso a verlo, justo lo pillo que intento acomodarse la carpa que poseía en la entrepierna, de nuevo se echa a reír incomodo porque le he visto de nuevo, yo sonrío siguiendo la pesadez del embarazoso momento. Volvemos ambos la mirada a los baldes y me dice que debo sacar unos también que están debajo de una batea de concreto, yo asiento y regreso la mirada hacía él, lo veo a los ojos y bajo a la carpa que no se bajaba aún, él intenta taparse y chasquea la lengua, como diciendo “a pues Andres, deja de estar viendo”. Yo me incomodo por su gesto, pero regreso a verle y le pregunto por cuantos baldes he venido, y el que me responde su bulto me atrae los ojos como un imán, Juan no se preocupa en taparse y la erección ahora le palpitaba y ver esa acción, como en el pantalón se dibujaba esa contracción, mi sentido de precaución, de decoro se esfumaron de mi ser. Juan se acerca a mi espacio que ya me encontraba entre la pared y la batea, el espacio era muy cerrado para dos, pasa por mi frente y en mi pecho yo siento la presión de su verga atrapada por el pantalón, mis ojos lo siguen, él se estira hacia al lado para ver hacía el fondo del corto callejoncito – Aquí no hay más baldes, sí agarra los que están debajo – me dice. Yo asiento sin decir nada y aun que lo tengo frente a mi con su bulto palpitando en mi pecho, subo la mirada para verle y él estaba viendo casi hacía detrás de si mismo, como aparentando buscar más baldes con la mirada. Yo bajo como me ha dicho que lo haga, y cuando lo estoy haciendo era imposible que mi cara no chocara con su paquete. Recuerdo de esa vez dos cosas, la rustica pared rayando mis brazos y mi cara poseyéndose al bulto de un hombre caliente, macho, tosco, morboso y asustado. Mi olfato que estaba tan sensible como el de un perro, pude apreciar los olores que emanaba semejante calentura y hacer yo eso, ahí Juan si me busca con su mirada. De frente al callejoncito estaba la jaula del perro y el perro que estaba ahí fuera de su casita, sentado con la lengua afuera por el calor, fue testigo de lo que estaba por suceder. No se dijo nada, solo las miradas nuestras hablaron, y volteó la cabeza hacia lado del perro, y sin verme se desabrocha el pantalón, el ruido de la hebilla era sonido morboso para mis oídos. Se abrió el pantalón y la ropa interior que ya dejaba escapar semejante tolete de carne gruesa y dura, él con el pulgar baja el interior y sale una macana de verga morena, peluda y con par de huevos grandotes, olorosos a sudor de bola. Su verga choca en mi nariz, coloca una mano en mi cabeza y agarrado de mis cabellos echa mi cabeza hacía atrás, se coge su verga y apuntando a mi boca, su glande me deja un pegote de precum en la nariz, el olor de su verga me tenía embriagado y ensimismado. Yo que tenia la boca abierta, Juan con su verga en la mano, la utiliza como un pincel, dibuja mis labios… ¡y rakata! Me la engulle hasta el fondo de mi garganta.
Yo mamaba como chiquillo hambriento por la mamila, mi cara estaba envuelta de su aroma y sudor, mi lengua golosa saboreaba el amargor de sus bolas, mi nariz esnifaba el olor de sus vellos púbicos, yo quería estar siempre así, y en mi mente solo me decía “Esto querías tú, esto querías tú, si yo quería guebos de hombres”. Juan se encorvaba más y más y sujetando mi cabeza con ambas manos, me estaba cogiendo por la boca, su gemir era apretado, daba la impresión como si estuviera atragantado. Encorvándose más y soltando bufidos, Juan me apretaba más y más, yo me aferre a sus piernas y soportando para no ahogarme, sabía que estaba acabando, ahí Juan si soltó un quejido medio ruidoso, me apretó fuerte mientras acababa. Yo intercalaba, respiraba y tragaba, respiraba y tragaba…
Antes de regresar a casa, me dijo con tono y gesto amenazante “Dices algo y mato a toda tu familia”
I get back
Todo es sexo eventual
Tus relatos siempre son los mejores, espero sigas publicando, ya sea esta historia u otras igual de calientes. Excelente!