LA CONFESIÓN DE PEDRO LUÑEZ 01
Primera Parte .
La Confesión de Pedro Luñez
Primera Parte.
Pedro Luñez es el hijo menor de Augusto y Helena, es un niño muy hermoso, de ojos verdes intensos, pestañas abundantes, carita angelical, labios pequeños pero perfectamente delineados, mejillas sonrosadas, cabello castaño claro, casi color miel, algo rellenito, propio de su edad, nalgoncito, de un carácter muy alegre y juguetón.
Pero a la vez muy responsable y atento de hacer las cosas tal y como se le indican, sin rechistar, muchos padres desearían que sus hijos fueran tan bien portados como Pedro, además de sus excelentes calificaciones y lo colaborador que es en casa, todo un niño modelo.
Augusto y Helena son padres muy amorosos y pendientes de las necesidades y deberes de sus hijos, los cuales son tres, María, la mayor, quien estudiaba arquitectura y por esto tuvo que irse lejos de casa, Agustín, el segundo, quien cursaba estudios en el Liceo Militar y permanecía en un régimen semi interno, saliendo sólo los fines de semana a visitar a su familia, y Pedro, quien estaba apenas en el tercer año de primaria.
Augusto y Helena habían decidido que sus hijos tendrían una educación bastante rigurosa, sobre todo en lo que concierne al aspecto religioso, enseñando a sus hijos que el sexo era meramente para la reproducción y que no había nada de placer en todo eso.
Aunque era la década de los 90’s, Augusto y Helena creían firmemente en los valores y costumbres de La Biblia. De hecho, en lo que «el mundo» respecta, era para ellos «un lugar de pecado y perdición que debía ser quemado por Dios.»
Augusto y Helena, siempre estuvieron pendientes de llevar a sus hijos a bautizarse, a comulgar, a misa todos los domingos, y siempre el padre les leía extractos de la biblia, sobre todo el Antiguo Testamento, asegurándose así que sus hijos tendrían una formación moralmente irreprochable.
Por lo que sus tres hijos estudiaron en el Asilo San Gerónimo, lugar que anteriormente había sido un monasterio, luego pasó a ser un hospital, un asilo de ancianos, y por último se había convertido en una escuela católica muy rigurosa de educación primaria.
Toda la historia ocurre en un pueblito de Venezuela, ubicado en el occidente del país, donde da la impresión que el tiempo no ha pasado, ya que no es que hay mayores cambios entre lo que había en los tiempos de su fundación, hace más de 400 años, y ahora.
El verse sin ropa o «ropa reveladora» era impensable para los Luñez, según Augusto, siempre debían cubrir sus cuerpos, porque de lo contrario estarían incitando al pecado, y eso era tan malo que los haría merecedores de un boleto al infierno.
Augusto es un hombre joven, en apariencia, ya que tiene sus cincuenta años entrados, casi sesenta, lo cual se nota en su vestimenta, actitud y su cuerpo. 1,75 de estatura, cabello castaño claro, con entradas pronunciadas, ojos café claro, de párpados caídos. No ha envejecido graciosamente, por así decirlo, se le nota una panza prominente, sus piernas y brazos siempre han sido muy delgados y la expresión de su rostro denota cansancio. Aún cuando siempre intenta permanecer de buen humor.
Helena, por su parte, es una mujer muy hermosa, de cuarenta y cinco años, rubia, de ojos azul intenso, mirada penetrante, figura muy esbelta y andar muy resuelto, ella y Augusto trabajan para una compañía que siempre está en expansión, ella se ocupa de las ventas, y captar nuevos inversionistas, mientras que Augusto se encarga de la contabilidad.
Cierto día a Pedro le dan en el colegio una carta que debía entregar a sus padres, donde se les recordaba que el año siguiente el niño debía hacer su primera comunión y debían «contribuir» generosamente para que esto se llevara a cabo.
Luego de eso, pasaron los meses, culminó el año académico, y los Luñez hicieron una contribución bastante generosa al colegio donde estudiaba su hijo.
Al volver a clases el año siguiente, Pedro se encuentra con que le cambiaron a su profesora de religión, Sor Pilarica, por un sacerdote joven, ya que a Sor Pilarica le correspondía retirarse.
Todas las miradas de los niños y niñas eran de asombro ante la presencia del Padre Gabriel Tomassoni, un hombre joven, de apenas unos 28 años, 1,95 metros de estatura, rasgos italianos, piel bronceada, ojos verdes intensos, pestañas abundantes, cejas abundantes y perfectas, labios rosado intenso, casi rojos, que parecían hechos por un escultor. Bajo la negra sotana se intuía un pecho enorme, al igual que unos brazos muy fuertes. Su voz era grave y dulce, hablaba con acento italiano, y de manera muy pausada para darse a entender.
El Padre Gabriel, además de ser el profesor de Religión, iba a ser también el profesor de Educación Física del colegio, y de matemáticas, ya que sus antecesores habían sido despedidos por mantener «conductas morales reprochables».
Al llegar a casa, Pedro no paraba de contar lo que habían aprendido con el Padre Gabriel, y al verlo tan alegre y emocionado sus padres asumieron que su hijo de pronto tendría el llamado de la vocación religiosa. Lo cual los llenó de felicidad.
Al día siguiente tenían clases de Educación Física, y fue aún mayor la sorpresa cuando los niños vieron al Padre con su uniforme, unos shorts deportivos azul rey, mostrando unas piernas muy musculosas y velludas, con unas pantorrillas enormes; y una camiseta de algodón blanco con cuello redondo y mangas cortas, las cuales luchaban por no rasgarse tratando de cubrir sus enormes hombros, a lo que él, para estar más cómodo decidió deslizarlas hacia arriba dejando esos grandes hombros a la vista, y cada vez que alzaba los brazos sus bíceps se flexionaban pareciendo montañas de músculos.
Los pectorales del Padre Gabriel Tomassoni eran impresionantes, ya que eran mucho más grandes y voluminosos de lo que se dejaba ver por la sotana, parecía que si llegaba a inhalar un poco más, toda la camiseta podría explotar. Dejándolo casi desnudo.
Tanto el short como la camiseta tenían el logo del Vaticano estampado. A diferencia de las camisetas de los estudiantes que llevaban el logo de la congregación del colegio.
Ya una vez que terminaron las prácticas de deporte era mandatorio ducharse y colocarse el uniforme para el resto de las clases, niñas en un baño, niños en el otro, como era de esperarse, una vez que saliera el último niño de ducharse era cuando podía hacer uso de las duchas el profesor de Educación Física. Así lo hizo el Padre Tomassoni.
Pedro recordó que había dejado la toalla en el baño, y aún tenía tiempo porque la clase siguiente era de Religión y el Padre Gabriel aún no había llegado al salón.
Así que Pedro fue a recoger su toalla y al llegar al baño no escuchó la ducha, por lo que asumió que el Padre Gabriel ya había salido.
Entró tranquilo y al llegar al área de las duchas vió al Padre Gabriel completamente desnudo, aún bajo la ducha cerrada, cubierto por espuma de jabón y shampoo acariciando suavemente su cuerpo, el cual era muy velludo en el torso, tanto por delante como por la espalda, lo hacía de una manera tan lenta y hacía unas expresiones con su rostro que Pedro no entendía, al ver que tenía los ojos cerrados, Pedro decidió quedarse un poco más, ya que jamás había visto un cuerpo desnudo aparte del suyo, y lo que estaba viendo le llamaba la atención de una manera que ni él mismo entendía. El abdomen del Padre Gabriel parecía una tableta de chocolate, con seis cuadros duros que bajaban hasta sus ingles, la espalda tenía una forma de V perfectamente musculada, y sus nalgas eran redondas, velludas y firmes, además de muy voluminosas.
Todo ese espectáculo de carne que estaba contemplando lo tenía obnubilado, pero lo que más captó la atención de Pedro fue el descomunal tamaño, aún en reposo, que tenía la verga del Padre Gabriel, y que no parecía de él, ya que la piel era mucho más oscura que el resto de su cuerpo, además, sus descomunales bolas proyectaban hacia delante ese inmenso trozo de carne, que terminaba en un prepucio extremadamente largo, que podría tener una distancia de unos tres dedos de Pedro, pero escondía una cabeza que fácil sería como si Pedro hiciera un puño con sus dedos de ambas manos entrelazados.
El Padre Tomassoni tomó su verga con ambas manos y corrió todo su prepucio hacia atrás, colocando algo de jabón en el glande y acariciándolo lentamente, casi en un movimiento hipnótico para Pedro, para asegurar que no hubiera restos de sudor u orina. Luego se dió la vuelta, quedando de espaldas a Pedro y tomando nuevamente la pastilla de jabón, la estrujó vigorosamente entre sus manos, mismas que luego fueron a dar a sus nalgas, el Padre separó con una de sus grandes manos sus nalgas y deslizó la otra en medio de estas. Pero lo que le parecía curioso a Pedro era que el Padre Gabriel separó sus piernas, arqueó la espalda y comenzó a introducir sus dedos dentro de su culo.
Pedro se acercó un poco más, lo suficientemente retirado como para salir disparado si era necesario, y lo suficientemente cerca como para no perder detalles de lo que hacía el Padre.
Lentamente Gabriel introducía un dedo, lo sacaba, luego otro, lo sacaba, metía dos, los dejaba dentro, y poco a poco los movía dentro y fuera, lanzando suaves gemidos, apenas audibles, después introdujo tres dedos, sí, tres de sus grandes dedos dentro de su culo. Ya los gemidos eran un poco más audibles, pero igual no eran escandalosos.
Así estuvo un buen rato hasta que se giró, quedando de frente a Pedro, con la verga completamente erecta, apuntando hacia el techo en un ángulo de 30° con respecto al abdomen del sacerdote y comenzó a subir y bajar su prepucio con una mano mientras que con la otra templaba sus bolas como si quisiera quitárselas hacia abajo. Siempre con la cara llena de espuma, y los ojos cerrados.
Luego soltó sus bolas y comenzó a acariciar sus pectorales, Pedro veía cómo iba agitando la mano con la que agarraba su verga, ganando más velocidad y cómo se pellizcaba los pezones, se mordía los labios y resoplaba por la nariz, sus resoplidos se hicieron más fuertes y frecuentes, hasta que Pedro vió cómo se flexionaban las rodillas del sacerdote, empujaba la cadera hacia delante, flexionando su torso hacia delante y tras unos quejidos salió de la punta de su verga algo blanco y espeso que parecía shampoo.
Pero el Padre Gabriel no se detuvo ahí, se siguió jalando la verga como si estuviera ordeñando vacas, y volvía a salir más de esa cosa, hasta que no salió más y la verga del sacerdote comenzó a perder rigidez.
Desde donde Pedro observaba, la enorme verga del Padre Gabriel, parecía del largo que tenía la distancia entre la punta de los dedos de su mano extendidos hasta su codo. Y Pedro no pudo contener un jadeo de asombro al estimar esa longitud, además, que el grosor era impresionante, podrían ser sus antebrazos juntos, lo cual hizo que el Padre Gabriel dijera abriendo la ducha para aclararse la espuma de la cara y poder ver:
¿Hay alguien ahí?
Pero sólo escuchó los pasos apurados, casi corriendo, de Pedro, quien por temor a ser descubierto salió presuroso ya con su toalla en mano.
Se dirigió al salón y la guardó en su bolso de Educación Física.
Pocos minutos después, llegó el Padre Gabriel al salón, disculpándose por hacerlos esperar, pero necesitaba descansar un poco porque había quedado muy cansado de las prácticas, y comenzó la clase, durante la misma, Pedro le rehuía la mirada y se le veía incómodo.
Al terminar la clase, correspondía ir al receso, y el Padre Gabriel le dijo a Pedro:
Luñez, por favor, quédate un minuto. Ven, acércate al escritorio.
Pero padre, es la hora del recreo. ¿Hice algo malo? ¿Merezco ser castigado?
No es eso, sólo que estabas como distraído en mi clase, y noté cómo me mirabas cuando estábamos en las prácticas de deporte. Lo cual no entiendo. Además, quiero que me veas como alguien en quien puedes confiar. ¿Ocurre algo? ¿Necesitas contarme algo?
No, nada Padre.
Está bien, entonces ve a jugar. Por cierto… Si quieres, yo doy clases de fútbol y natación en la parroquia, habla con tus papás, si están de acuerdo, te puedo enseñar.
Está bien Padre. Les diré. Al salir del salón se encontró con uno de sus compañeros de clases, Marcos, quien le preguntó:
¿Qué te dijo el Padre? ¿Te van a dar azotes como a Miguel el de sexto? A él lo azotaron por distraído.
No, sólo me preguntó si ocurría algo…
Pues, esa es la primera señal, a la segunda vez van a llamar a tus papás y a la tercera, te van a azotar.
¿Qué dices? No, eso no me va a pasar.
¿Por qué? ¿Porque tus papás dieron mucho más dinero que los demás para tu Comunión? ¿O será que vas a ser la mascota del Padre Gabriel?
Nada de eso… Déjame en paz.
Pedro se retiró llorando y se sentó en un banco del patio de juegos. Al verlo, Sor Camelia, la profesora de inglés, se sentó a su lado y le dijo:
Ya, tranquilo, las palabras duelen, sea lo que te haya dicho Marcos, pasará, pero no te preocupes.
Es que me dijo que soy la mascota del Padre Gabriel, y yo no quiero cargar un collar de perro y cadena. Dijo Pedro llorando.
Jajajaja… No se refiere a eso. Marcos siempre ha sido de bajo rendimiento, de hecho, esta es su segunda vez en el año que estás.
¿Está repitiendo el cuarto año?
Shhhh… Sí, pero no lo comentes.
Pero…
Ni una palabra al respecto.
Está bien…
Ahora ve a jugar o merendar, que ya quedan pocos minutos de recreo.
Gracias Sor Camelia.
Dios te bendiga hijo.
Amén.
Pedro siguió su recreo más tranquilo, sabía que Marcos iba a reprobar las materias y ya por tercera vez no iba a poder cursar nuevamente el cuarto grado, y lo mandarían a otro colegio.
Al volver a clases ya estaba más tranquilo, luego, en casa, sus papás le preguntaron cómo le había ido, y él les dijo que quería tomar clases de fútbol y natación, que el Padre Gabriel las daba.
A ellos les pareció genial, ya que su niño estaba siguiendo el ejemplo de un hombre de fé. Así que fueron a la casa parroquial y lo apuntaron en las clases de fútbol y natación.
Las clases de fútbol eran de lunes a viernes desde las 14h00 hasta las 15h00. Las de natación eran lunes, miércoles y viernes, desde las 15h30 hasta las 16h30.
Helena, la madre de Pedro quedó en llevarlo al día siguiente, ya que las clases ya habían empezado y no era bueno interrumpir.
Esa noche Pedro no dejaba de pensar en lo que había visto ese día, en lo que había hecho, en lo que le dijo Marcos y lo que le contó Sor Camelia, pero lo que sí estaba muy presente era la imagen del Padre Gabriel, ese hombre alto, fuerte, musculoso, velludo, su cuerpo desnudo cubierto por la espuma, pero aún así pudo detallar a sus anchas hasta que tuvo que salir corriendo, su pecho, parecía el de un toro, su espalda, era más ancha que la pantalla del televisor de su casa, llena de músculos y vellos, sus grandes y potentes nalgas cubiertas de vellos, además de su descomunal verga, larga, gruesa, cabezona, más oscura que el resto de su piel, sus enormes bolas, jamás pensó que alguien pudiera tener cosas tan grandes entre las piernas y seguir caminando normal. Ese hombre era algo único.
Mientras estaba en esos pensamientos, Pedro sintió que desde la punta de los deditos de sus pequeños pies, hasta la cabeza le recorría un calor, al principio se asustó, pero decidió quedarse tranquilo y sentir ese calor apoderarse de su cuerpo le hizo desear sentir el perfume de azahares del Padre Gabriel, se preguntó si sería malo tocar el pecho del Padre Gabriel, también tenía curiosidad de cómo se sentiría ser abrazado por esos enormes y poderosos brazos, cómo habría hecho para tener esos cuadros de tableta de chocolate donde su papá tenía era una panza.
Pedro sintió además cómo su verga se erguía y en un roce de sus manitas sintió un cosquilleo agradable.
Acostado en su habitación, con su pijama de algodón de mangas largas con un estampado al frente del suéter que tenía un osito saltando contento bajo la lluvia, en su camita infantil, con sus sábanas y edredón de estampados de barquitos y timones, con la luz apagada, Pedro se sintió seguro, y comenzó a quitarse todo, la ropa de dormir le estorbaba, después de estar completamente desnudo, siguió acariciando su cuerpo; recordando la manera como se acariciaba el Padre Gabriel, pero el niño era curioso, y al experimentar esas nuevas sensaciones dobló sus rodillitas hacia arriba y poco a poco comenzó a tocar, lentamente sus bolitas, para después bajar un poco más la mano y comenzar a acariciar la raja de su culito, sentía el calor que desprendía, y poco a poco sus deditos fueron entrando, separando sus nalgas, redondas y grandes, en su mente, sin saber por qué, esas cosas no las hacía él, sino el Padre Gabriel, cuando la primera falange de su dedo medio derecho logró atravesar su virginal ano, Pedro sintió un temblor en todo su cuerpo el instinto le hizo morderse el labio inferior, abrir sus piernas completamente y alzar las nalgas.
Así Pedro logró introducir un poco más de la mitad de la segunda falange y movió la punta de su dedo dentro de su apretado culito, caliente, lo sentía caliente, apretado, poco a poco fue metiendo y sacando su dedo, hasta que logró por fin introducir todo el dedo dentro de él.
Pedro se contorsionaba como una serpiente bajo el edredón con motivos infantiles, su cabeza estaba llena de imágenes del Padre Gabriel, donde el adulto lo enjabonaba, estando desnudos los dos, teniéndolo cargado, Pedro rodeando la estrecha cintura del Padre Gabriel con sus piernas y aferrado a su cuello con sus brazos, pegado completamente al torso del Padre, quien le besaba la cara con mucha ternura y ayudado con la espuma del jabón deslizaba más fácilmente el dedo dentro y fuera de su culito, el cual palpitaba sin detenerse y esa sensación le gustaba a Pedro.
Después de un rato, sintió como si se fuera a orinar, e inmediatamente sacó su dedo de su culito y corrió al baño de su habitación, salió un chorro abundante de orina, luego, Pedro se lavó en el bidet, se secó bien, se volvió a colocar su pijama, se arropó y se quedó dormido contento de todo lo que había experimentado.
Al día siguiente, Pedro asistió a sus clases, todo iba perfectamente normal, cuando entró el Padre Gabriel, a Pedro le parecía que todo el salón se había iluminado con su presencia, se mostró mucho más participativo, respondía acertadamente todas las preguntas que hacía el profesor, y cada vez que lo miraba y sus miradas se cruzaban, Pedro no podía evitar que le brillaran los ojos y sonrojarse.
Al terminar la clase, el Padre Gabriel le dijo:
¿Pasa algo campeón?
Jamás nadie le había dicho así. Pedro no pudo contener su asombro. No, nada Padre.
Pero… Es la hora del recreo. ¿No quieres ir a jugar con tus compañeros?
No, así me canso menos y podré jugar al fútbol esta tarde.
Jajajaja… Es cierto campeón, ya hoy comienza tu entrenamiento conmigo en la parroquia. Recuerda ir puntual.
Así lo haré, dijo Pedro saltando animado de su asiento, acercándose rápidamente al Padre Gabriel, a quien abrazó tiernamente y le dió un beso en la mejilla.
Jajaja… ¿Y eso tan lindo a qué se debe?
A que usted es muy especial Padre.
Jajajaja… Gracias, en verdad. Y el Padre Gabriel abrazó a Pedro contra su pecho para luego darle un beso en la coronilla y alborotar su cabello. El adulto, mientras tenía ese contacto con el niño dejó salir algo que a Pedro le encantó oír:
Ahhh… Pedrito, Pedrito mío… Que bien se siente abrazarte…
A mí también me gusta mucho su abrazo Padre Gabriel. Mucho.
Jajajaja… Gracias. Pero ya ve a jugar, debo prepararme para el entrenamiento de esta tarde.
¡Sí señor! Dijo Pedro haciendo un saludo estilo militar y saliendo a jugar dejando al Padre con una sonrisa en los labios. Lo que no sabía Pedro era que eso no era lo único que le había dejado al Padre, sino que también le había provocado una gran erección que le iba a ser imposible disimular bajo la sotana si se levantaba de la silla.
Luego de la escuela, Pedro llegó emocionado a casa, buscó su ropa de deporte, y su bañador, que se lo había comprado su padre. Se colocó el diminuto Speedo bajo el pantalón deportivo, la camiseta blanca y las zapatillas deportivas, en un bolso pequeño metió la toalla y unas sandalias de baño al igual que su shampoo y su jabón.
Al llegar a la casa parroquial con su madre, Pedro se encontró con que él era el único que había ido con pantalón largo de deporte y una camiseta de mangas cortas. Todos los demás niños se rieron de él, y Pedro no quiso quedarse.
En eso se acerca el Padre Gabriel, quien llevaba un short bastante corto con una camiseta sin mangas, zapatillas deportivas sin medias y lo saluda cordialmente. Lo mismo hace con su madre, quien le dijo que no sabía que el uniforme era con tan poca tela, viendo a todos los niños vestidos igual que el Padre Gabriel.
Tranquila, le dice el Padre, no se preocupe. Todo tiene solución.
Así el Padre Gabriel llevó a Pedro y su mamá dentro de la casa parroquial y les mostró unas cajas donde había ropa que la comunidad donaba para los más necesitados, todo estaba organizando por tipo de prendas y tallas, muy minucioso.
El Padre Gabriel bajó una caja pesada de un estante y le dijo a Pedro que escogiera lo que le quedara cómodo, luego salieron para darle privacidad y se vistiera tranquilo.
Padre, no debió molestarse, yo podía haber ido a comprarle algo para las prácticas.
No se preocupe señora Luñez, Pedro es un excelente estudiante, y seguro se sentirá más cómodo con lo que él escoja.
En verdad se lo agradezco.
En eso escucharon a Pedro decir que ya estaba listo. Cuando abrieron la puerta tenía puestos unos shorts deportivos que le quedaban un poco ajustados porque tenía las nalgas muy grandes y una camiseta sin mangas.
¡Pedro Aldemar Luñez! Eso no es apropiado para ser visto. Ponte nuevamente lo que tenías puesto, vamos que te voy a comp…
Tranquila señora, se ve que se siente cómodo con lo que escogió, además, mire lo contento que está. Dijo el Padre Gabriel interrumpiendo el regaño y viendo lo hermoso que se veía Pedro con ese diminuto short.
Pero mami, los demás niños también andan así, y mira, cargo mi bañador debajo, dijo Pedro mostrando su Speedo a su madre, pero con la intención de ser visto por el Padre Gabriel.
Está bien, por esta vez, pero mañana te llevo a comprar algo más decente. Tu papá se va a molestar si te ve usando eso tan diminuto.
Ojos que no ven, corazón que no siente, Pedro puede venir con la ropa que trajo, y aquí puede cambiarse, sin problema. Dijo el Padre Gabriel.
Está bien, pero voy a hablar con mi marido para dotar de uniforme a todos los niños y… Y… A usted… Parece un festival de carne.
Jajajaja. Gracias. Pero no es necesario.
Insisto.
Perfecto, que así sea y Dios le multiplique.
Vengo por tí luego de las prácticas, no te me pierdas ni te metas en problemas.
Está bien mami.
Tranquila señora Luñez, que va a estar bajo mi supervisión.
Ok. Ahora me voy a trabajar. Paso por tí, le dijo nuevamente a Pedro.
Sí mami.
Apenas se fue la madre de Pedro salieron a la cancha donde iban a practicar fútbol, el Padre Gabriel presentó a Pedro y todos le dieron la bienvenida con unas palmadas en la cabeza.
Una vez terminaron de jugar fútbol esperaron unos minutos para ducharse y los que iban a nadar se quedaban, los demás se iban a sus casas.
Aquí las reglas eran distintas al colegio, el instructor podía ducharse con los estudiantes mientras tuviera puesto el bañador.
La primera vez que Pedro vio al Padre Gabriel con el Speedo, no se imaginaba cómo ese pedazo de tela tan pequeño era capaz de albergar todo lo que él había visto en la ducha del colegio. Y le costaba mucho concentrarse en bañarse sin apartar la vista de ese enorme paquete que parecía que de un momento a otro iba a ser incapaz de contener semejante cosa.
Así fue durante las primeras seis semanas, Pedro iba a sus clases en la escuela, llegaba a casa, almorzaba, hacía sus deberes, se alistaba y se iba a las prácticas de fútbol y natación, su madre algunas veces lo llevaba, otras se iba sólo, por sugerencia del Padre Gabriel, para que el niño tuviera más confianza y menos dependencia de si podían llevarlo y traerlo.
Poco a poco fue haciendo buenos amigos, su madre le había comprado varios shorts deportivos y camisetas sin mangas para que estuviera más cómodo en la práctica, pero Pedro los usaba debajo del pantalón deportivo y la camiseta mangas cortas que le compró su papá o simplemente los metía entre la toalla en su bolso y una vez que llegaba a la casa parroquial se cambiaba y comenzaba a entrenar.
Pasado ese tiempo Pedro vio un día algo que no pensaba que vería, todos en la ducha se quitaban los bañadores y se bañaban como si estuviera cada uno en su casa. Incluso, bromeaban con respecto al tamaño y forma de sus vergas, de sus bolas, a alguno que otro ya le comenzaba a salir vello púbico, así como en las axilas y hasta en el pecho, ya que no todos eran de la edad de Pedro, sino que había incluso adolescentes, de 13 y hasta 15 años.
Jajajaja llegó el Gran Gabriel, dijo Gustavo , el mayor del equipo de natación.
Jajajaja, gracias Gustavo, pero en realidad no soy tan grande…
¿Que no? Muestra esa gran verga que tienes.
Sin que le dijeran dos veces, Gabriel, el Padre Gabriel, se despojó de su bañador y quedó con su verga semi empalmada a la vista de todos, incluso Pedro quedó boquiabierto al verlo que se mostraba tan tranquilo frente a otros.
Jajajaja… ¿Que no es grande? Mira nada más… Parece una anaconda… Jajajaja. Rio Gustavo y todos los demás lo siguieron en la broma.
Pues algún día la tendrás como yo Gustavo, es cuestión de tiempo, y tal vez hasta más grande.
¿Cuánto te mide Gabriel? Le preguntó Iván, el que seguía en edad a Gustavo.
Pues… Así… Unos… Veinte centímetros…
Jajajaja… ¿Y bien dura? Preguntó Gustavo agarrándose su verga casi empalmada.
No es mucha diferencia… Apenas veinticinco…
Jajajaja… Eso es un monstruo… Dijo Iván y todos rieron.
Recuerden chicos, lo que aquí pasa… dijo el Padre Gabriel.
¡AQUÍ SE QUEDA! Dijeron todos los demás.
Excelente… Y ni una palabra…
¡A NADIE, NI MUCHO MENOS A NUESTROS PADRES!
Jajajaja… Así mismo es… Ahora… Quédense todos desnudos y vamos a la piscina mis niños.
Así hicieron y se metieron al agua como si de una piscina de un club nudista se tratara. Gabriel observaba a Pedro que no se decidía a entrar al agua y aún tenía puesto su Speedo. Por lo que se acercó de la manera más natural y se agachó para que sus ojos quedaran a la altura de los de Pedro.
¿Te pasa algo campeón? ¿Te sientes mal?
No Padre… Sólo que…
Dime, estamos en confianza. Mírame, estoy desnudo, todos están desnudos. ¿Por qué la pena?
Es que yo…
¿No quieres nadar? ¿Te da miedo entrar al agua?
No, no es eso… Es que… Padre… Yo necesito confesarme…
Jajaja… ¿En este momento?
Sí… Pero…
Mira, deja que termine la clase, y te tomo la Confesión. No hay problema. Lo hacemos en la casa parroquial. ¿Te parece? Le dijo el Padre Gabriel Tomassoni mirándolo fijamente a los ojos y sonriendo muy amablemente.
Está bien, pero mi mamá va a venir por mí cuando termine la clase.
Tranquilo, yo me encargo de hablar con ella, y yo mismo iré a llevarte a la casa. ¿Te parece bien?
Sí, está bien.
Ahora, dame un besito en la mejilla, y ve a la piscina.
¿Me quito el bañador?
Como gustes mi campeón.
Pedro hizo tal como le dijo el sacerdote y después de darle un beso en la mejilla, se desnudó y saltó al agua. El Padre los miraba desde la orilla y les indicaba las maneras de dar las brazadas, patadas, y cómo debían hacer para respirar.
Luego de haber terminado la práctica, todos se ducharon, se vistieron nuevamente y se fueron, menos Pedro, quien estaba muy contento de haber podido hacer todo eso en ese día.
El Padre Gabriel llamó a la señora Helena y le dijo que tenía que tomar la Confesión de Pedro, porque necesitaba hacerlo urgente, y que no había problema en llevarlo a su casa luego.
La señora Luñez se mostró muy contenta al saber que su hijo se iba a confesar. Y hasta invitó al Padre a cenar a su casa. Él cordialmente le dijo que no era necesario.
Una vez finalizada la llamada, el sacerdote le dijo a Pedro:
¿Te parece necesario que me coloque la sotana o puedo quedarme en ropa deportiva?
Como usted prefiera Padre… Como le parezca que se siente más cómodo. Dijo Pedro sonrojado.
Jajajaja… Entonces, ya que estamos solos y nadie va a venir, podemos estar los dos completamente desnudos. Así es como me siento cómodo.
Ambos se quitaron toda la ropa y Pedro miraba para todos lados.
¿Buscas algo?
Sí… El confesionario…
Jajajaja… No hace falta, es más, no hace falta que hagas todo el ritual, comienza a contarme. ¿Qué es lo que pasa?
Pa…
Gabriel… Puedes decirme Gabriel… Recuerda que ya nos hemos visto desnudos, y estamos desnudos en este momento, dijo el sacerdote tomando a Pedro y sentándolo sobre su regazo.
Está bien, Gabriel… Pues… La otra vez, cuando tuvimos la primera clase de Educación Física…
Ajá… Dime…
Pues… A mí se me quedó la toalla en el baño, y me devolví a buscarla.
Me parece bien.
Pero…
¿Pero? Preguntó el Padre Gabriel acercando más a Pedro hacia su pecho mientras su mano acariciaba suavemente las carnes tiernas de Pedro, viendo que no se incomodaba, terminó alzándolo y lo llevó a su habitación para acomodarse junto a él sobre la cama. Recostándose sobre su costado izquierdo, apoyando su cabeza sobre su mano izquierda mientras que con la mano derecha iba haciéndole cariños a Pedro por todo su cuerpo y éste se dejaba hacer.
Pero… Ahhh… Se siente rico Padre…
Shhh… ¿Cómo te dije que me llamaras mi ángel?
Gabriel… Se siente muy ricoooo…
Sigue contándome mi Pedrito hermoso… Sigue tu Confesión tesoro… Mientras sigo haciéndote sentir rico…
Entonces… Yo meeee… Ahhh… Me… Devolví a buscarla… Ahhhhh…
Sigue, no te detengas…
Y… Ahhh… Ví como te bañabas… Aaaaaahh…
Allora, rispondi sinceramente, ti è piaciuto vedermi mentre facevo la doccia?
No entiendo… ¿Qué significa eso?
Jajajaja… Significa: Ahora, responde sinceramente, ¿te gustó verme mientras me duchaba?
Ahhh.. siiiiii. Mucho… Decía Pedro recibiendo los besos cortos pero apasionados que le iba dando el Padre Gabriel por todo su cuerpo.
Uffff… Y… ¿Te gustó lo que viste?
Ahhh… Sí… Aaaaaahh… Mucho…
Continua a dirmelo… Qual è stata la cosa che ha attirato di più la tua attenzione? Te traduzco: Sigue contándome, qué cosa te llamó más la atención?
Pedro no paraba de gemir con las caricias expertas y los besos que recibía del sacerdote, quien acariciaba suavemente su cuerpo de niño y le proporcionaba un mar de sensaciones nuevas.
Todo, todo… Ohhhh… Aaaaaahh…
¿Viste cómo me metía los dedos dentro del culo?
Sí… Hasta tres dedos dentro… Ahhhhh…
¿Quieres que te haga eso mi campeón?
Ahhh… Siiiiii… Por favor…
En ese momento el sacerdote le alzó las piernas a Pedro y le colocó una almohada debajo de la espalda, para después separar sus grandes nalgas y comenzar a lamer su infantil culito aún virgen…
Pedro se agarraba a las sábanas mientras sentía las cosquillas de la lengua caliente y húmeda de Gabriel sin parar de gemir. Gabriel observaba cómo Pedro se dejaba hacer, y lo fácil que se entregaba, poco a poco fue metiendo su dedo medio de la mano derecha, al pasar la primera falange, Pedro se quejó levemente. Escupió en la entrada de su culo y extrajo lo que había entrado, usando su saliva como lubricante, volvió a meter su dedo, ya no había tanta resistencia, por lo que siguió su trabajo y metió la segunda falange completa, Pedro volvió a quejarse, pero no dejaba de mostrarse excitado, por lo que el Padre Gabriel Tomassoni, repitió la operación, con más saliva lubricó su dedo completo y poco a poco lo fue metiendo hasta que llegó al tope.
Pedro se deshacía en gemidos, estaba experimentando un placer enorme, los dedos de Gabriel, además de largos eran gruesos, y se sentía como si ya no cupiera nada más. Así estuvieron durante varios minutos, Gabriel iba estimulando el culito caliente y apretado de Pedro con un dedo mientras lo acariciaba y lo besaba, haciendo que el niño se sintiera querido y fuera confiando más en él. Comenzó a jugar con la próstata de Pedro y vió que arqueaba la espalda al tiempo que se retorcía, hasta que Pedro dijo:
¡ME ORINO!
Entonces Gabriel se metió la verga de Pedro a la boca y recibió toda su orina, de la cual no desperdició ni una sola gota. Lentamente fue retirando el dedo hasta que el culito de Pedro quedó vacío. Buscó en su mesa de noche una pomada para las hemorroides y se la colocó.
¿Lo disfrutaste campeón? Le preguntó con esos ojos hermosos mientras le besaba el rostro.
Sí, mucho, los tres dedos entraron…
Jajaja… No, fue sólo uno. Aún no estás listo para recibir tres dedos míos dentro de tu culito mi angelito.
¿Uno solo? Pero se sentía muy grande.
Es que soy muy grande, ya me ves. Y esto, mi cazzo, digo, mi verga, no va a poder entrar en tu culito hasta que lo prepare y lo entrene muy bien, yo no quiero lastimarte, quiero que vayas aprendiendo y disfrutando. ¿Recuerdas lo que pregunté en la ducha? Lo que aquí pasa…
¡Aquí se queda! Jajajaja… Sí, yo sé guardar secretos.
Me encanta que así sea, pero ya por hoy, no puedes quedarte más tiempo, debemos vestirnos para llevarte a casa.
Pero… No he terminado de confesar lo que pasó ese día…
Ya mañana, después del entrenamiento, me sigues contando mientras voy entrenando tu culito caliente para que puedas recibir mi…
¿Cazzo?
Jajajaja… Aprendes rápido. Sí. Te puedo enseñar italiano si quieres, así podremos decirle a tu madre que después del deporte vas a aprender italiano, y no será mentira. Simplemente, te iré enseñando mientras voy entrenando tu culito. ¿Te parece Pedrito mío?
¡Me encanta la idea!
Perfecto campeón, ahora vístete para llevarte. Este va a ser el inicio de algo muy especial e importante para los dos.
gran ralto ocmo sigue
Tu forma de escribir es genial. Y la historia promete bastante. Espero pronto cuentes más.
Gracias a ambos por sus comentarios, acabo de subir la segunda parte, pueden escribirme a mi Telegram: @eadepaceb
Me encanto tu relato, lo disfrute mucho