La dorada obsesión
Cuarto episodio. Voy a un casting de fotos para una publicidad de ropa interior y el fotógrafo me propone un negocio muy caliente..
Episodios anteriores: (1) La suerte de una buena carta (2) Los juegos que la gente juega (3) Todo tiene su precio.
En los recreos, yo me daba cuenta de que mi apariencia daba que hablar a las chicas. Murmuraban, me miraban de soslayo y se reían. Era simpático con ellas, pero no me interesaban. Solo me apasionaba el fútbol y, por encima de todo, el dinero. No me enorgullece decirlo, pero así era yo a los 13 años.
Guadalupe, una de mis compañeras, me comentó que una agencia publicitaria buscaba niños para hacer fotos. Le agradecí y le pregunté por qué había pensado en mí.
-Porque sos un bombón… ¡Lástima que solo te interesa el fútbol!
Me pasó el contacto y esa tarde busqué la información desde la notebook de mamá. Buscaban niños fotogénicos, castaños o rubios, de tez blanca. Había un mail de contacto, al que se debía enviar una foto de medio cuerpo, mirando de frente a la cámara y sonriendo, con fondo claro. También era necesario informar mis medidas y los datos familiares.
Se lo comenté a mamá y a ella le pareció bien. Me tomó algunas fotos con su celular, eligió la que le pareció mejor y la envió a la agencia. Una semana después se comunicaron con ella. Como tenía un cliente que le pagaba bien, no pudo acompañarme. La recepcionista se sorprendió cuando llegué solo, pero aceptó la explicación que inventé.
Me senté en una elegante sala de espera. Los demás me observaron con extrañeza. Y es que, excepto las zapatillas que eran nuevas, toda mi ropa era ordinaria y gastada.
Una mujer muy guapa pasó lista. Yo estaba tercero. Un primer chico entró por una puerta, junto a sus padres. Unos minutos después salió y llamaron al siguiente, después a otro. Advertí que me habían salteado. Quedé para el final.
-Bueno, jovencito, adelante… -me dijo la mujer, que se llamaba Karen.
Había unas sombrillas blancas, luces intensas y un gran espejo en la habitación. Un hombre de barba candado estaba con una cámara.
-¿Este es tu candidato, Karen?
-Vamos a ver si logro convencerte, Marcos.
-Bueno, amigo –me dijo el fotógrafo- Necesitamos que te quites la ropa.
Me desvestí mientras ellos hablaban en voz baja. Cuando estuve listo, Karen me examinó detenidamente. Sonriendo, le dijo a Marcos que conmigo no sería necesario hacer fotoshop. Me levantó un brazo y comentó: “Mirá estas axilas, lisas como las de una estatua”. Después deslizó su dedo desde mi cintura hacia abajo, siguiendo la línea de mi muslo: “Y sus fosas ilíacas son muy sensuales. Este chico es perfecto”.
Empezó la sesión. Las fotos eran para una conocida marca de ropa interior. Había una caja con boxers y slips a estrenar, de diferentes diseños y colores. Durante las dos horas siguientes me hicieron fotos en distintas poses. Noté que Marcos se interesaba en mi trasero.
Al terminar, Karen me dijo que podía llevarme toda la ropa que quisiera y que mamá debía pasar a retirar mi paga por recepción.
-¿No pueden darme un adelanto?
-Lo siento, lindo – dijo Karen, acariciándome la mejilla – a vos solo podemos darte ropa y un bolso de la empresa. Hiciste un gran trabajo y si tu mamá está de acuerdo, podríamos volver a contratarte.
El fotógrafo me guiñó un ojo de manera cómplice, así que no insistí. Me despedí de Karen y escuché al fotógrafo decir que volvería en media hora. Nos encontramos en la vereda.
– ¿Te gustó el trabajo?
-No estuvo mal.
-¿Tenés tiempo para tomar algo?
Le dije que sí. Entramos al primer bar.
-Estuve observándote…
-Me di cuenta.
-Con el zoom de mi cámara noté que… bueno, me parece que ya tenés alguna experiencia, ¿me equivoco?
El día anterior el masajista del club me había penetrado (ver “Todo tiene un precio”) y, sí, todavía mi ano estaba un poco dilatado.
-¿Por qué me preguntás eso?
-Vi tu ropa. Excepto las zapatillas, todo lo demás está para tirarlo a la basura. ¡Ni siquiera tenés celular! No te vendría mal un poco de dinero.
-Me van a pagar por las fotos de hoy, ¿no es cierto?
-Claro que sí, pero vos podrías ganar mucho más.
-¿Haciendo qué?
-Hay hombres que te pagarían muy bien por… ya sabés…
-Parece complicado.
-Yo puedo hacerte los contactos. Les envío tus lindas fotos y tus precios. Hay que hacer algo parecido a un menú de restaurante…
-Sí, ya sé, las tarifas. Anal, oral, completo…
Me miró sorprendido.
-Mamá es prostituta, expliqué.
-Ahora entiendo todo. Para este trabajo vas a necesitar un teléfono. Sé dónde conseguirlo.
Caminamos unas cuadras. En un local, me compró un celular bastante bueno y me empezó a llamar “socio”. Puse mis condiciones: nada que me dañara físicamente, siempre con protección y con lubricante.
-Veo que tenés todo claro. Mejor así.
Le pregunté si tenía más “socios”. Me dijo que no. Fuimos hasta una farmacia. Me pidió que lo esperara afuera. Cuando salió, traía preservativos y gel íntimo. Guardé todo en el bolso donde llevaba los regalos de la empresa.
Mamá se puso feliz cuando le dije que la esperaban para darle el dinero por mi sesión de fotos y que me volverían a llamar. Le mostré el celular “regalo de la empresa” (no le dije qué empresa).
Esa noche recibí el primer llamado. Marcos me decía que ya tenía un cliente. “Le gustaron mucho tus fotos, quiere un completo de dos horas. Aceptó las condiciones, aunque tendremos que ser flexibles”.
-¿Flexibles?
-Tranquilo, todo va a salir bien. Dejate sorprender, socio. Es un evento dentro de unos días. Y algo importante: prométeme que no te vas a hacer la paja hasta que estés con el cliente.
-¿Qué?
-Nada de pajas. Es una cuestión profesional.
Me volvió a llamar unos días después. El encuentro sería el domingo al mediodía. Quiso saber si había cumplido mi promesa. Le dije que sí.
El domingo amaneció nublado. Viajé en taxi hasta el lugar que me indicó Marcos. Era un barrio residencial. Caminé hasta una plaza. Un muchacho africano, aproximadamente de mi edad pero más alto, estaba en un banco. Al verme me hizo señas y me acerqué.
Me dijo que se llamaba Abdou. Hablaba muy bajo, con un hilo de voz.
-¿Estás bien?- le pregunté.
-Un poco tenso.
-Me imagino –dije, aparentando comprensión.
-Estuve entrenando… ¿Y vos? –me preguntó.
Le seguí la corriente.
-También.
-Va a estar parejo entonces –dijo preocupado- Vamos, es hora…
Caminamos juntos hasta una casona. Una mujer negra nos abrió la puerta y nos saludó con una inclinación. Dijo algo en un idioma que no entendí. Caminamos por un amplio pasillo decorado con artesanías. Se oía música de tambores lejanos. Llegamos hasta un despacho. Un africano, vestido con impecable camisa blanca, estaba leyendo un libro en inglés. Le dijo al chico que se quedara afuera.
-Veo que las fotos no estaban trucadas. Tu dueño me lo había asegurado pero no siempre dicen la verdad. Entiendo que no te han dado detalles. En nuestra tribu hay tradiciones. Una de ellas es una ceremonia del paso de la niñez a la edad adulta. Para eso, hay unos ritos ancestrales. Mi hijo Abdou, al que ya conociste, cumplió la edad para esa ceremonia y tú participarás en ella.
-¿Qué tengo que hacer, señor?
-Es una pelea ritual. Ustedes lo llamarían lucha greco-romana.
-Nunca luché.
-Justamente. Por eso serás derrotado. No dejaría que mi hijo fuese humillado en esta ceremonia.
-Creí que se trataba de otra cosa.
-En este ritual, uno vence a su oponente cuando logra inmovilizarlo y hacerle salir su semilla. ¿Entiendes?
-Creo que sí.
-Cuando todos vean que has entregado tu semilla, Abdou te penetrará y así se convertirá en hombre.
-¿Quiénes son “todos”?
-Hay muchos invitados. Pero como le dije a tu dueño, solo mi hijo gozará de ti. Si estuviésemos en mi país, todos los invitados tendrían derecho a hacerlo. A veces son más de cien. Es una manera de retribuirle a la raza blanca sus años de colonialismo y explotación. Pero no estamos allá.
“Gracias a Dios”, pensé.
– La ceremonia se llama “Ifojusi goolu”, la dorada obsesión. Los blancos depredaron nuestra tierra por el oro. Por eso, es muy conveniente que la ofrenda sea un niño rubio. Un hermoso niño dorado.
El hombre, que se llamaba Makha, me dijo que lo acompañara. Bajamos por la escalera hasta un subsuelo. El ruido a tambores se hacía más y más fuerte. Entramos a un vestuario. Abdou ya estaba allí. Dos asistentes se ocuparon de quitarnos toda la ropa y untarnos el cuerpo con aceite.
-Necesito preguntarle algo – susurré a Makha.
-Habla.
-¿Y qué pasa si yo gano?
Su boca se estiró como si fuese de goma, mostrando sus dientes blancos: -Si eso pasa, deberíamos castrarte. Pero no pasará.
Entramos juntos al lugar de la ceremonia. Sentados en gradas había unos treinta hombres. Un personaje con vestiduras coloridas dio un discurso en un idioma incomprensible. El brujo señalaba con insistencia mis genitales. El público asentía.
Un redoble de tambores fue la señal para empezar. El suelo era acolchado. Nos estudiamos hasta que él me atacó. Tenía los brazos más largos y, aunque logré quitármelo de encima dos veces, no tenía idea de cómo atacarlo.
Varias veces intentó hacerme una llave, pero yo estaba bien afirmado y siempre conseguía zafarme. Finalmente Abdou pudo tomarme por la cintura desde atrás y empezó a hacer fuerza para tirarme. Yo clavé mis talones en la colchoneta, tratando de resistir, pero él me derribó. Sus brazos, como dos serpientes de chocolate, me inmovilizaron. Traté de girar pero eso me dejó en una posición más desfavorable. Abdou se sentó sobre mi pecho, apoyando su trasero en mi cara y con sus piernas me paralizó los brazos. Me tomó por las caderas y después, con una de sus manos, agarró mi pene. El gentío bramó de entusiasmo.
Dejé de resistirme. Abdou se dio cuenta de que yo ya me había entregado y eso lo alivió. Cambió de posición para hacer su trabajo más cómodamente, a la vista del público.
Con la punta de los dedos de una mano, Abdou acariciaba mis pezones y con la otra, sin apuro, me pajeaba. También el brujo se había acercado. En una mano, sostenía una vasija azul. Con la otra, me acariciaba los testículos. Me susurró que le avisara cuando estuviera por correrme. El público entonaba cantos tribales mientras gozaba del espectáculo.
Después de un buen rato de disfrutar las intensas caricias africanas, sentí un estremecimiento en la pelvis. Le susurré al brujo que ya me venía. Este acercó la vasija a mi pene. Ante la ovación general, entregué abundantemente mi semilla. Allí entendí porque Marcos me había pedido que no me pajeara.
Abdou se puso de pie, sonriente. Tomó la vasija que le ofrecía el brujo, hizo una reverencia y bebió todo su contenido. Recibió los aplausos de la concurrencia con el puño en alto. Luego el público entonó otro canto, muy cadencioso.
El chico negro me puso de rodillas, con la cabeza apoyada en el suelo y la cola en alto. Mis brazos quedaron extendidos hacia atrás. El brujo vertió un líquido aceitoso en mi ano. Sentí un calor agradable mientras Abdou, tomándome las muñecas, ya se hamacaba entrando y saliendo de mí al ritmo de los cantos. El brujo aumentó mi placer acariciando con gran destreza mis genitales. Al parecer, para que la ceremonia fuese completa era necesario que yo mantuviera mi erección mientras el otro niño me penetraba.
Finalmente Abdou gimió salvajemente, dejó caer mis brazos y me tomó por la cintura. Una última arremetida lo llevó al orgasmo. La calidez de su semen inundó mi cuerpo como lava derramándose por la montaña. Cuando por fin el chico se sació de mí y retiró su miembro, el brujo metió sus dedos en mi ano y después, orgulloso y sonriente, enseñó al público una muestra de las semillas del nuevo adulto que ya estaban fecundando al niño dorado. Una ovación celebró la victoria.
Salimos del auditorio y entramos al vestuario. Abdou y su padre se abrazaron. El chico estaba aliviado y feliz. Después de cambiarse, se retiraron juntos para seguir con sus festejos.
El brujo se acercó y me dijo: En la puerta te darán lo que te corresponde. Peleaste con valor, pero Abdou ya es un hombre. Tú sigues siendo un niño. Nunca has penetrado a nadie.
No discutí. Después de una larga ducha, salí por el pasillo. La mujer, sonriendo, me entregó un sobre con el dinero. Se oyó un trueno y empezó a llover. Caminé hasta la avenida, en busca de un taxi. Sonaba en mis oídos una antigua canción: “Bendigo las lluvias en África. Va a llevar algo de tiempo hacer las cosas que nunca hemos hecho”.
Tus relatos son excepcionales. Tienen giros literarios muy elaborados, me encanta la forma en que describes los hechos. Enhorabuena
¡Muchas gracias, picorivera, por leer y comentar! ¡Me alegro que te guste lo que escribo!
Tremenda referencia a ToTo
¡Gran tema!