La extorsión
Tras un desliz en una fiesta, Agustín tendrá que ceder al chantaje de su cuñado para que no se chive a su hermana..
La extorsión.
Todo ocurrió un sábado por la noche. Tras terminar los exámenes finales de la universidad, mis amigos y yo decidimos salir de discoteca y emborracharnos a lo grande con una sola condición: nada de novias. De nuestro grupo de amigos, de los cinco, tres teníamos novias, así que esa noche sería solo de tíos.
Vivíamos cerca del sitio, pero decidimos cenar fuera mientras nos tomábamos unas cervezas. Como a las 11 de la noche empezamos a pedir copas y a las 12 y media unos chupitos de despedida para encaminarnos a la discoteca. Estábamos ya dentro y lo cierto es que yo ya estaba mareadillo, pero teníamos dos consumiciones que nos dieron con las entradas, así que fuimos a la barra y pedimos la primera.
Todo iba como habíamos imaginado: era la discoteca más famosa de la ciudad y estaba llena de gente que, como nosotros, celebraba el fin del curso. Había tías buenísimas por todos lados, pero yo tenía novia, Lucía, y estaba muy enamorado de ella. Llevábamos casi dos años saliendo juntos y ya me había presentado en su casa e incluso algún que otro día me quedaba a dormir en su casa y ella en la mía.
Después de las dos consumiciones de la entrada, cayó otra más y dos chupitos de Jagger. Me sentía como en una nube, saltando, bailando y perreando con todo lo que se me acercase, pero siempre sin rematar. Hasta que la vi.
Había una chica en el centro de la pista, que bailaba sola, mecida por el son de la música con los ojos cerrados y los brazos en alto, sujetando un vaso medio lleno de lo que supuse sería ginebra con limón. Tenía el pelo oscuro y vestía con un top blanco y unos shorts que dejaban muy poco a la imaginación.
Me acerqué a ella sin siquiera darme cuenta, como atraído como por un imán y cuando estaba más o menos cerca, ambos establecimos contacto visual y, tras sonreírme, se dio media vuelta y empezó a menear las caderas. Entendí aquello como una invitación y pegué mi cuerpo con el suyo. Estuvimos bailando al ritmo de Bad Bunny y Ozuna un par de canciones y hablamos un poco.
Se llamaba Eli y la amiga con la que había venido se acababa de ir con un tío y la había dejado sola, así que me ofrecí a hacerle compañía. A los pocos minutos, Mario, mi mejor amigo se acercó a mí y me dio un tirón del brazo.
- ¿Qué haces? – me espetó al oído.
- Nada, ¿por? – le contesté, sonriendo.
- Nos vamos a ir ya, Fernando está crítico y Agustín dice que se va también.
- Vale, nos vemos mañana, ¿no? – le dije.
- ¿Es en serio? – me preguntó, mientras miraba a Eli tras de mí. – ¿Qué pasa con Lucía?
- No pasa nada, porque no va a pasar nada. – le contesté, molesto porque no confiase en mí. – La chavala se ha quedado sola y vive cerca de mi casa, así que voy a dejarla de camino para que no vaya sola.
- Bueno, pero ten cabeza, colega. – me dijo, mientras me daba una palmada en el brazo.
Mario se dio media vuelta y se fue. Volví con Eli, que le daba el último trago a su copa.
- ¿Quién era ese? – me preguntó.
- Un amigo. Me decía que se iban ya. – le contesté.
- Creo que yo también quiero irme.
- Vale, vámonos entonces. – le dije, mientras me daba media vuelta.
- Espera. – dijo ella.
Me giré de nuevo y Eli me plantó un beso en los morros. Al principio me resultó chocante, pero no era capaz de pensar con claridad y mi sangre fue a parar a otro sitio, por lo que le devolví el beso. Nuestras lenguas se entrelazaban y mis manos mapeaban todo su cuerpo, en especial la parte de su trasero, mientras apretaba mi erección contra ella.
- Mis padres no están en casa, solo mi hermano y un amigo suyo, pero ya estarán dormidos. ¿Quieres follar? – me dijo, mientras agarraba me agarraba el paquete.
- No puedo, tengo novia. – le contesté, con la voz entrecortada de la calentura.
En aquel momento, Eli hizo su jugada: cogió mi mano y la metió por dentro de su jean mientras se pegaba a mí para que no se notase mucho. Mis dedos entonces se rozaron contra la piel caliente de su pelvis y, un poco más abajo, sus labios vaginales, que estaban muy húmedos por su excitación.
- ¿Estás seguro? No tiene por qué enterarse. – me susurró al odio para después morderme la oreja y hacer que un escalofrío me recorriese todo el cuerpo.
Fue ahí cuando perdí el control de la situación, mis dedos se movieron, buscando introducirse más adentro de su coño mojado, arrancándole un inaudible gemido. Mis labios besaron todo su cuello y después suspiraron en su oído.
- Vámonos antes de que me arrepienta.
Saqué mi mano de su entrepierna y me lamí los dedos mientras le sonreía. Ella se mordió los labios y me agarró de la camisa, tirando de mí hacia la salida y, en como diez minutos, estábamos en el portal de su casa dándonos el lote.
Me despertó el ruido de mi teléfono, que no paraba de sonar. La única luz que se veía era la que desprendía mi móvil y la que se colaba por la persiana de la ventana, por lo que busqué la fuente del sonido a tientas.
- ¿Sí? – contesté.
- Hola, cariño. ¿Qué tal fue la noche? – me dijo la voz de mi novia.
- ¿Eh? – dije, mientras me incorporaba súbitamente y me sentaba en el borde de la cama.
- Que cómo fue la noche, ¿te lo pasaste bien? – me repitió ella
Mis ojos comenzaron a observar todos los detalles de aquella habitación que no conocía mientras empezaba a sudar por todo el cuerpo.
- ¡Ah! Sí, sí, genial. Bebí muchísimo y la resaca me está matando, ¿te importa si te llamo luego? – le dije, intentando que no se notase lo nervioso que estaba,
- Claro, recuerda que esta noche hemos quedado para cenar en mi casa. – me dijo. – ¿Nos vemos sobre las ocho?
- Sí, claro. Un beso, guapa. – me despedí.
Joder, joder, joder.
- Buenos días. – me dijo una voz a mi espalda.
Me giré lentamente, como esperando que fuese mentira. Pero no lo era: Eli me sonreía desde la cama, cubriendo su cuerpo desnudo con una fina sábana blanca. Me miré entonces el cuerpo y me di cuenta de que estaba completamente desnudo.
- ¿Anoche…? – empecé a decir.
- ¿Follamos? – terminó ella. – Sí, follamos. Y fue un buen polvo la verdad. – me dijo, sonriendo.
- Mierda. – dije, mientras me levantaba y buscaba mi ropa.
- ¿No te apetece repetir? – me dijo de forma muy erótica.
- ¿Qué dices? Tengo novia, joder. – dije, molesto, recogiendo mis calzoncillos del suelo y poniéndomelos.
- Bueno, eso no pareció importarte mucho anoche. – me dijo, irónicamente.
No le hice caso y terminé de vestirme lo más rápido que pude.
- Mira, perdona por ser un capullo, no sé en qué estaba pensando anoche, pero necesito que no le cuentes a nadie esto. Por favor, me puedes arruinar la vida. – le dije, casi suplicando.
- Tranquilo, solo te he pedido un polvo mañanero, no que dejes a tu parienta por mí. – me dijo, como si le hiciese gracia la situación. – No te preocupes, será un secreto. Y, si quieres repetir, guardé mi número en tu móvil anoche.
- Gracias, en serio. – le dije, aliviado. – Me voy ya, si no te importa.
- Sí, claro, la salida está a la izquierda. – me contestó. – ¿Te importa tirar esto de camino?
Cogió un montoncito de papel higiénico que había encima de su mesa de noche y alargó la mano para que lo cogiera. Me acerqué y vi que eran las pruebas del delito: un condón lleno de mi leche y un montón de papel higiénico con restos secos. Lo cogí, lleno de remordimiento, guardando todo en mi puño y me dirigí hacia la salida.
- Hasta la próxima. – se despidió. – Y suerte.
- Gracias. – le contesté, antes de salir por la puerta.
Me encontré entonces en el final de un pasillo. Había tres puertas más: una en frente de mí y dos más hacia la izquierda. La puerta de en frente estaba medio abierta y se podía apreciar una habitación grande y con una cama de matrimonio. De las otras dos puertas, una estaba entreabierta y por debajo de la otra asomaba un haz de luz. Intenté moverme lo más sigilosamente posible, y, al pasar por la puerta cerrada, esta se abrió y un chico chocó contra mí.
- ¡Uy! Perdón, estaba mirando el móvil y no te había visto. – me dijo el chico.
- No te preocupes. – contesté.
Conforme pronunciaba aquella última palabra, la sangre se me heló por completo y el corazón casi se me sale por la boca.
- ¿Agustín? – me preguntó aquel chaval que ya conocía.
¿Qué probabilidad hay de que vayas a casa de una persona totalmente desconocida, en mitad de una de las ciudades más grandes del país y que en esa casa, la noche en la que le eres infiel a tu pareja, se quede a dormir tu cuñado?
Javier era el hermano pequeño de Lucía, era unos cuantos años más pequeño que yo y era algo bajito. Su pelo era moreno y lo llevaba largo y peinado en un pequeño tupé y corto por los lados. Sus cejas, finas y del mismo color que su pelo, acentuaban el color verdoso de sus ojos. Su nariz era algo chata y sus labios rosados y gruesitos. Su piel, como la de su hermana, era tostada y llevaba puesto una camiseta gris y unos pantalones cortos de tela de color oscuro.
- ¿Qué haces aquí? – me preguntó de nuevo, al ver que me quedé helado.
Instintivamente, llevé a mi espalda la mano que sostenía todos los desperdicios de la noche anterior e intenté pensar en una excusa.
- Perdí el móvil anoche y la chica que vive aquí me habló porque se lo encontró anoche en la discoteca. – dije, intentando que no se me notasen los nervios.
- Ajá. – contestó Javier, arqueando las cejas. – No te he escuchado entrar. – dijo, con tono acusatorio. – Además llevas la misma ropa de ayer, ¿no?
- Sí, es que… – intenté decir.
- ¿Qué escondes ahí atrás? – me siguió interrogando.
- Nada. – contesté, guardando todo en el bolsillo trasero de mis vaqueros.
- ¿A ver? – me inquirió.
Llevé mis manos hacia delante y abrí las palmas, mostrándolas vacías. Javier las miró y me miró de nuevo al rostro.
- Te lo has guardado en los pantalones. – me dijo.
- No, no tengo nada, deja de ser un paranoico. – le respondí, intentando tomar el control de la situación. – Tengo que irme, que me están esperando.
- Bueno, vale. – me contestó, con ojos desconfiantes. – ¿Mi hermana sabe lo del móvil?
Esa pregunta hizo que se volcase el estómago. Estaba jodido así que intenté mentir descaradamente.
- Sí, le he escrito nada más coger el teléfono.
- Entonces, no te importa que la llame para preguntarle, ¿no? – dijo, sacando su teléfono de sus calzonas.
- ¡No! No hace falta, Javi. – le dije, dando un paso y arrebatándole el teléfono de las manos.
- ¿Qué haces? – me preguntó, muy ofendido. – Dámelo.
- Vale, te lo doy si no llamas a tu hermana. – le dije.
- De acuerdo, no la llamo si me cuentas la verdad y me enseñas lo que te has guardado en el bolsillo de atrás. – me dijo.
Me quedé en silencio, sabiendo que todo estaba perdido. La diferencia entre ambos era abismal: le sacaba más de una cabeza y mi cuerpo estaba algo musculado gracias al deporte. Javi, sin embargo, aún estaba desarrollándose y no sería capaz de hacerme daño, aunque quisiera. Podría simplemente tomar el control de la situación por la fuerza, amenazarlo con hacerle daño de verdad y eso bastaría. Sin embargo, Javier sabía que yo nunca le haría daño. Aunque nunca nos habíamos llevado mal, tampoco es como si fuésemos muy amigos. Solía estar muy unido a su hermana, pero ella dejó de echarle tanta cuenta cuando empezamos a salir, por lo que la relación entre ellos ahora era más distante.
- Te prometo que no le contaré nada a Lucía, sea lo que sea. – me dijo, con voz calmada.
- ¿Me lo prometes? – le pregunté.
- Sí. – me contestó, sonriéndome tranquilizadoramente.
Casi temblando, llevé mi mano al bolsillo donde guardaba las pruebas de mi infidelidad y se lo mostré a Javier. Su semblante cambió por completo: su rostro expectante fijó la vista en aquel preservativo lleno de semen y me miró con ojos acusativos.
- ¿Le has puesto los cuernos a mi hermana? – me preguntó retóricamente.
- Fue un error, Javi. Ayer bebí demasiado y no sabía lo que hacía. – le dije, intentando excusarme.
- Mi hermana va a flipar, lo sabes, ¿no? – me dijo, enfadado.
- No le digas nada, por favor, ya te he dicho que fue sin querer. – le supliqué. – Además, ¡me has prometido que no le dirías nada!
- Joder, Agus, tampoco se merece no saberlo, ¿no crees? – me dijo, juzgándome con la mirada.
- No quiero tirarlo todo por la borda por una borrachera, ¡yo amo a tu hermana! – le dije, quebrando mi voz al final de la frase.
- ¡Pues haberlo pensado antes de follarte a otra! – exclamó Javier, al que se le estaban poniendo rojas las orejas del enfado.
- Por favor Javi, haré lo que sea, pero no le digas nada. – le supliqué, con las lágrimas en el borde de mis ojos.
- ¿Qué pasa aquí? – preguntó una voz detrás de mi cuñado.
Otro chico apareció en la escena. Este era más alto que Javier y, claramente, se acababa de despertar. Se situó junto a Javi, confuso ante la situación.
- ¿Quién eres? – me preguntó.
- Es un amigo de mi hermana, pero ya se iba. – respondió Javi.
- Ah, bueno. Cierra la puerta cuando salgas, por favor. – me dijo, llevándose una mano a los ojos para restregárselos mientras se metía por la puerta de la que salió Javier antes, que supuse que sería el baño.
- Javi… – le intenté decir, en voz baja.
- Dame mi móvil. – me dijo, seriamente.
Abatido, extendí la mano y le entregué el teléfono. Amargamente, las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos ante las consecuencias de mis actos mientras agachaba la cabeza. Javier cogió el móvil de mi mano y dijo:
- No le diré nada a Lucía, pero esto no te saldrá tan barato.
- ¿De verdad? – le pregunté, ansiosamente.
- Sí. Ya se me ocurrirá algo. – me dijo, exasperadamente. – Vete, anda.
- Muchas gracias. – le dije, dando un paso y abrazándolo.
Javier me correspondió el abrazo y, cuando nos separamos, negó con la cabeza, como desaprobando su propia decisión. Me enjugué las lágrimas del rostro y caminé hacia el final del pasillo, dejando a mi cuñado tras de mí, salí de la casa y, como me dijo el hermano de Eli, cerré la puerta al hacerlo.
Me dirigí hacia mi casa, dando vueltas a mi cabeza, pensando en lo capullo que había sido, muriéndome de arrepentimiento y tirando con rabia aquel maldito condón por el camino. El resto del día estuve intranquilo, quedándome sin uñas de tanto mordérmelas. Mentí a Mario cuando me preguntó qué pasó con aquella chica anoche, ya que su novia y la mía son íntimas amigas y no me fiaba del todo.
Lo que más me preocupaba era que Javi podía delatarme en cualquier momento, aunque era su palabra contra la mía. Mierda, el hermano de Eli también me había visto. Aquello no me tranquilizó para nada y, cuando al fin me encontraba frente a la puerta de mi novia para cenar con su familia, me moría de los nervios.
- ¡Hola, guapísimo! – me recibió mi novia cuando abrió la puerta, tirándose a mis brazos y plantándome un beso en la boca.
- Hola, mi amor. – le contesté, sonriendo.
Lucía era una chica muy tierna. Tenía los ojos verdosos y el cabello oscuro, como su hermano. Llevaba el pelo recogido en una cola alta que dejaba al descubierto su fino cuello. Su rostro estaba cubierto por una fina capa de pecas que cubrían tanto sus pómulos como pequeña nariz. Sus labios eran algo finitos, haciendo que su rostro se viese pequeño. Sería algo de familia, ya que Lucía también era algo bajita, cosa que me venía perfecto cuando me quería meter con ella. Llevaba puesto una camisa negra abierta que mostraban su escote, cosa que me volvía loco, y unos jeans rotos celestes y unas converse clásicas.
Yo, por el contrario, llevaba puesta una camisa rosa, unos vaqueros cortos y unas Nike blancas.
- Que guapo vas. – me dijo, abriéndome la camisa un poco.
- Pues anda que tú. – le dije, dándole una suave palmada en el trasero cuando se giró para entrar en la casa.
Me comporté lo más normal cuando saludé a sus padres y mientras hablaba con mi novia en sentados en el sofá mientras sus padres preparaban la cena, pero el cuerpo se me cortó cuando Javi bajó por las escaleras.
- ¡Hola! – me saludó, afablemente.
- ¡Hey! – le respondí, casi tartamudeando.
- Que de tiempo, ¿no? – me dijo, levantando las cejas sutilmente.
- Sí, la verdad es que sí. – le respondí, entendiendo su promesa seguía en pie.
Mi cuerpo se destensó y me relajé un poco. Sus padres nos llamaron para comer al rato y nos dirigimos hacia la mesa. La cena fue muy apacible y distendida, como hubiese cabido esperar y, aunque estaba algo inquieto, cada vez que miraba a Javi, sus ojos mostraban complicidad, por lo que aparenté tranquilidad.
Después de cenar, vimos una película en la televisión, pero al poco, tanto los padres de Lucía como Javi se fueron a sus respectivos cuartos a dormir. Mi chica y yo nos tumbamos entonces para estar más cómodos y terminar de la de ver la peli. Ella estaba delante de mí y mi mano, que abrazaba su cintura, poco a poco fue subiendo por dentro de su camisa, acariciando su vientre mientras pegaba mi erección a su trasero.
- Como me pones, nena. – le susurré al oído.
Ella se dio la vuelta y, sonriéndome, me dio un beso apasionado. Empezamos a liarnos mientras que con una mano acariciaba su pelo y con la otra le apretaba uno de sus pechos por debajo del sujetador. Ella, ni corta ni perezosa, desabrochó mis vaqueros e introdujo su mano por debajo de mis calzoncillos, sobando mi pene, que iba a explotar del morbo.
Estuvimos así unos minutos, tocándonos nuestros sexos hasta estar ambos mojados de la excitación.
- Vamos arriba, por Dios. – me dijo ella, mordiéndose el labio inferior.
Yo asentí con la cabeza, dándole un último beso en la boca, lamiendo su cuello y mordiendo su oreja.
- Voy a follarte como nunca. – le susurré en el oído
Ella dio un pequeño gemido y se levantó rápidamente. Apagó el televisor y, cogiéndome de la mano, me llevó hasta su dormitorio. Allí, fuimos directamente a quitarnos la ropa el uno al otro entre besos y caricias para después caer desnudos en la cama. Me coloqué encima de ella y, tras besarla y recorrer cada centímetro de su cuello con mi lengua, fui bajando poco a poco, entreteniéndome en sus pezones rosados.
Posteriormente, tras inspeccionar su plano vientre, continué bajando por su pelvis y, abriéndole las piernas con mis manos, fui directamente a su coño ya mojado. Mi lengua comenzó a lamer aquellos labios gorditos y jugosos y, poco después, comencé a succionar aquella bolita que sabía que la volvía loca. Lucía gemía como loca entre suspiros, agarrando mi cabeza con ambas manos.
Me llevé el dedo corazón e índice a la boca, llenándolos de saliva y los empecé a introducir en su apretada vagina mientras continuaba con el sexo oral, haciendo que Lucía gimiese aún más y agarrase las sábanas del gusto. No pasaron ni dos minutos, hasta que habló.
- Métemela. – me suplicó.
Me incorporé y contemplé su cuerpo desnudo, espatarrado en la cama, comencé a pajearme mientras que iba a la mesita de noche, donde sabía que guardaba los condones. Mientras me lo colocaba, Lucía me miraba, mordiéndose el labio y agitando su mano en su entrepierna. Una vez puesto, volví a colocarme encima de ella. Ella entrelazó sus piernas en mi cintura y comenzó a besarme. Yo, por mi parte, agarré mi rabo tieso y a punto de reventar y comencé a rozarlo por todo su coño, buscando la entrada.
Una vez hallada, empecé a introducirla poco a poco, viendo cómo la cara de Lucía se medio desfiguraba del placer. Aquel placer era indescriptible: estaba muy apretado, mojado y calentito, por lo que gemí como un toro. Comencé a meterla y sacarla despacio al principio, con la intención de no hacerle mucho daño a Lucía, pero una vez se acostumbró, mis embestidas comenzaron a ser cada vez más fuertes. Ambos gemíamos como locos, tanto es así, que cuando la besé de nuevo sus labios estaban fríos.
A los pocos minutos, noté como me apretaba con sus piernas y su coño apretaba con fuerza mi polla mientras Lucía me arañaba la espalda con sus largas uñas y ahogaba un gran gemido. Aquella sensación fue demasiado para mí, por lo que llegué al orgasmo irremediablemente yo también, llenando de semen el condón. Caí rendido sobre ella y noté que ambos estábamos empapados de sudor. Saqué mi polla de dentro de ella y rodé para colocarme a su lado, intentado retomar el aire.
- Dios, ha sido increíble. – me dijo, con la voz entrecortada y medio riendo.
- Ya te dije que te iba a follar como nunca. – le contesté, riendo yo también.
Le di un beso en la boca y le dije que iría al baño para tirar el condón y limpiarme un poco. Ella, cogió su teléfono y me pidió que le trajese algo de papel. Me levanté de la cama y me dirigí hasta la puerta. La abrí lentamente y miré que no hubiese nadie. La puerta del baño estaba abierta y la puerta del cuarto de Javi estaba cerrada, por lo que me dirigí rápidamente hasta el baño. Cerré la puerta tras de mí y me quité entonces el condón. El recuerdo del condón del día anterior me volvió a la mente y el arrepentimiento con él. Lo tiré en la pequeña papelera tras hacerle un nudo y puse algo de papel higiénico encima para que no se viese mucho. Arrimando mi pene al bidé, lo enjuagué un poco, limpiando los restos de esperma que quedaban. Hice un pis, tiré de la cadena y, tras coger algo de papel higiénico, volví a asomarme para ver si había alguien en el pasillo.
Esta vez, sí que había alguien: Javier estaba en la puerta del baño, esperando a que saliese.
- ¡Joder! Que susto, Javi, coño. – le dije, asustado.
Javier se rio de la situación en voz baja.
- Estoy en pelotas, tío, ¿te importa volver en un minuto? – le pedí.
- Sí, claro. – me contestó. – Cuando mi hermana se duerma, ven a mi cuarto, ¿vale?
- ¿Para qué? – le pregunté, confuso.
- Para hablar de lo de antes. – su rostro era más serio ahora.
Aquello me cortó el cuerpo y me puse algo nervioso.
- Bueno, vale. – le dije, acojonado y sin saber qué me diría.
Javi asintió con la cabeza y se fue hasta su cuarto, cerrando la puerta tras de sí. Yo volví al cuarto de Lucía y le ofrecí el papel higiénico.
- ¿Qué te pasa? – me dijo, mientras se limpiaba.
- Nada, nada. Me ha entrado sueño. – mentí.
Me metí en la cama y le di un abrazo, reposando mi cabeza sobre sus senos. Ella puso su mano sobre mi cabeza y comenzó a acariciarme el pelo. Al poco, como era costumbre, apagó las luces, se dio media vuelta y me pidió que le abrazara para dormirnos. Hice lo que me pidió y pegué mi cuerpo al suyo, haciéndole la cucharita.
Pasarían como diez o quince minutos cuando Lucía se durmió finalmente. En mi cabeza no paraba de darle vueltas a qué querría Javier a cambio de mi silencio. Pensé en que lo mismo me pediría que le hiciese los deberes, pero el curso casi había acabado. Después pensé en que lo más probable sería que me pidiese algo de dinero o que le comprase algo. Quizá me pedía que le comprase alcohol, aunque si sus padres se enterasen serían capaces de matarme. Estaba dándole vueltas al asunto, cuando mi móvil vibró. Me separé de Lucía lentamente y vi que “Javier Cuñado” me había enviado un mensaje.
- ¿Aún no se ha dormido? – rezaba el mensaje.
- Se acaba de dormir. – contesté.
- Ven entonces. – me dijo.
- Va a ser muy raro si se despierta y no estoy. – escribí. – Dímelo por aquí o mañana mejor.
- No, ven ya si no quieres que se lo cuente. – me dijo.
- Ok. – le respondí, entre nervioso y enfadado porque me mangonease.
Lo más lentamente posible que pude, me incorporé y busqué a oscuras mi ropa, me vestí y salí del cuarto a hurtadillas. Me dirigí a la habitación de mi cuñado y toqué a la puerta muy sutilmente. Javi me abrió la puerta y entré en su cuarto. Llevaba puesto un pantaloncillo de tela fina gris y una camiseta de color rojo que le quedaba algo grande. La habitación estaba pintada de color celeste y, como su hermana, tenía una cama de matrimonio en el centro. Las paredes estaban llenas de póster de fútbol y la colcha de la cama era también de la misma temática. Había un gran escritorio bajo un ventanal, con una pequeña televisión, un portátil abierto pero apagado y al lado un armario de color blanco.
- Siéntate. – me dijo, señalando la cama.
Me senté al borde de la cama y Javi hizo se sentó a mi lado.
- Javi, como te dije antes, lo de anoche fue un error, yo amo a tu hermana con locura. – comencé a explicarme.
- Sí, ya lo sé. – me dijo, comprensivamente. – Y aún así le has puesto los cuernos. – remató.
- Iba muy borracho… – quise excusarme.
- Ya te dije que mi silencio tenía un precio.
- Sí, está bien. – le dije, accediendo a su chantaje. – Tengo algo de ahorros, puedo comprarte algo si no es muy caro.
- No, no quiero dinero. – me contestó.
- ¿Entonces? – pregunté, confuso.
- Quiero que hagas todo lo que yo te pida y entonces la deuda estará saldada. – me dijo.
- ¿Cómo? – me comencé a poner nervioso.
- Eso: haz lo que te diga hoy y te juro que no diré nada. Nunca jamás. – me contestó.
Me quedé en silencio un par de segundos, sopesando la situación. ¿Qué querría que hiciese?
- O, si lo prefieres, puedo contarle a mi hermana todo. – me dijo, metiéndome presión.
- Vale, vale. – respondí. – Trato, pero me tienes que jurar que no me volverás a chantajear con esto.
- Te lo juro. – me dijo, ofreciéndome el dedo meñique.
Le entrelacé su dedo con el mío, sabiendo que en su familia es una cosa importante y que respetan mucho.
- ¿Qué quieres que haga? – le pregunté.
- Desnúdate. – me pidió.
- ¿Cómo? – dije, sobresaltado, sin pensar que las cosas irían por ese camino.
- Que te quedes en pelotas. – me dijo, sonriendo pícaramente.
Extrañado, me levanté y comencé a quitarme la ropa lentamente, sintiéndome avergonzado ante la atenta mirada de mi cuñado. Una vez desnudo me tapé mis partes con ambas manos, y sentía el rubor en mis coloradas orejas. Javier se levantó de la cama y comenzó a pasar sus suaves manos por mi pecho, algo tonificado por los pocos meses de gimnasio que llevaba. Sus dedos pequeños pellizcaron suavemente mis pezones y siguieron bajando por mi abdomen, haciéndome algo de cosquillas. Continuó bajando hasta toparse con mis manos, que tapaban mi pelvis. Intentó retirarlas, pero yo las mantuve firmemente.
- Tienes que hacer lo que yo te pida. – me recordó.
Miré a sus ojos, que me devolvieron la mirada de forma pícara. Se podía ver en su rostro que estaba disfrutando de tener el control de la situación, aun siendo yo más mayor que él. Dejé de hacer fuerza y quité mis manos de mis genitales. Javier, ante mi sorpresa, con una de sus manos cogió mi pene flácido y comenzó a palparlo, descubriendo la piel que cubría el glande. Con su otra mano, comenzó a sopesar mis huevos, que estaban rasurados.
- Dios, son enorme. – dijo.
Aquello me sacó una pequeña sonrisa, aunque estaba algo incómodo, ya que nunca hubiera pensado que un varón me tocase de esa forma, y menos mi propio cuñado.
- Bésame. – me dijo, repentinamente.
- ¿Qué dices, tío? – le dije, dando un paso atrás y separándome de él.
- Que me des un beso en los labios. – me dijo, sonriendo de nuevo.
- No, Javier, eso ya no. – le dije.
Javier arqueó las cejas e hizo una mueca con la boca.
- Bueno, pues tendré que contarle todo a mi hermana. – me dijo, dando un par de pasos hacia la puerta.
- ¡Vale, vale! – dije en un susurro alto.
Javier me sonrió de nuevo con malicia y se acercó a mí de nuevo. Di un suspiro de resignación y me incliné un poco para llegar a su rostro. Él se quedó inmóvil, cerrando los ojos y sacando un poco sus pequeños y carnosos labios. Con algo de rechazo, pegué mi boca con la suya, sintiendo el calor y la humedad de sus labios. Me separé al momento y Javier dijo:
- Otra vez.
Resoplando exasperadamente, repetí la acción, pero esta vez Javier puso su mano en la parte posterior de mi cabeza apretando su rostro con el mío y, torpemente, comenzó a introducir su lengua en mi boca. Cedí ante sus deseos y le devolví el beso, entrelazando su lengua con la mía. Podía notar su excitación por la forma tan apasionada con la que me besaba y respiraba y, aunque no quería admitirlo, yo también comenzaba a excitarme un poco. Pegó su cuerpo con el mío y pude notar su erección apretando mi pierna.
Javier no se separaba de mí y, con su mano libre tomó una de las mías. Sin saber muy bien qué quería, introdujo ambas manos dentro de sus pantaloncillos. No llevaba ropa interior debajo y dejó mi mano sobre su pene. Este estaba muy duro, caliente y, para la edad que tenía Javier, no era para nada pequeño. Era muy suave y estaba cubierto por su piel, aunque la punta estaba algo mojada de precum y pude acariciar algunos vellos en la base de este.
Con algo de dudas, agarré su duro pito y comencé a subir y bajar la mano, pajeándolo suavemente mientras seguíamos besándonos. Javier gimió conforme lo iba pajeando, hasta el punto que dejó de besarme y se bajó los pantaloncillos para que pudiera hacerlo más cómodamente. Bajé la vista y observé que, efectivamente, su pene era algo grande para la edad y dimensiones que tenía. Era del mismo color que su cuerpo y una fina capa de pelitos rodeaban la base de su pene y sus huevos.
Para aquel entonces, yo estaba casi empalmado por completo y el pudor se me había ido, así que seguí masturbándolo, esta vez algo más rápido ya que me resultaba más cómodo sin ropa de por medio. Javier echó mano a mi pene, que casi no le cabía en la mano y comenzó a imitar mis movimientos, pajeándome a mi también.
Sus manos eran inexpertas y mi pene estaba algo sensible de haberme follado a Lucía no hacía mucho, pero aun así consiguió que me empalmase por completo. Ambos parecíamos estar disfrutando de la paja a mano cambiada que nos estábamos haciendo, hasta que Javi volvió a hablar.
- Chúpamela. – me dijo, mordiéndose el labio inferior, tal y como solía hacer su hermana.
- Ni de coña. – le dije, rotundamente. – Eso ya sí que no, Javier. Una cosa es una paja y otra cosa una mamada.
- ¿Estás seguro? – me preguntó, medio enfadado.
- Sí. – le dije, algo molesto yo también.
- Bro, solo te pido que lo hagas un par de minutos y ya después te vas y te dejo en paz, como te he jurado. – me pidió, poniéndome ojitos.
En mi cabeza se libraba una lucha interna entre perder a mi novia, la chica que amaba y hacer algo que nunca jamás habría imaginado hacer en toda mi vida: comerme una polla, aunque fuera la de un adolescente. Finalmente, decidí que dos minutos a cambio de no perder a mi novia era lo más rentables.
- Solo dos minutos. – cedí.
- Te lo prometo. – me contestó.
Javi tiró de mi mano hacia abajo, dándome a entender que quería que me pusiese de rodillas mientras me sonreía pícaramente. Indignado, chasqueé la lengua e hice lo que me pedía, quedando mi cara justo en frente de su pene, que estaba hinchado y tenía la punta brillante. Dubitativamente, con mi mano derecha tomé aquella polla y la pajeé un poco antes de cerrar los ojos e introducírmela en la boca.
Era una sensación algo extraña, ya que estaba muy caliente y dura, pero a la vez era suave y esponjosa. Lo primero que sentí es cómo aquel líquido transparente que estaba sobre su glande se expandía por mi lengua, y, aunque no pude encontrar un sabor que se le pareciese, no me supo mal del todo. Javier dio un pequeño gemido y comenzó a mover sus caderas para que su polla entrase y saliese de mi boca. Recordé cómo me gusta que me la chupen a mí, así que intenté esconder los dientes todo lo posible y hacer un poco de succión. Javier seguía gimiendo y con sus dos manos agarró mi cabeza, dando envites algo más fuertes, casi follándome la boca y haciéndome que me atragantase un poco.
Por algún motivo que desconocía, aquello me estaba dando morbo y Javi no paraba de resoplar y de gemir mientras estrellaba su pelvis con mi barbilla. Casi no podía respirar y estaba a punto de quitar a Javi de encima de mí, cuando este introdujo todo lo que pudo su polla dentro de mi boca, apretando con sus manos mi cabeza para que no me quitase mientras se corría.
Noté cómo un líquido viscoso pero no muy espeso se estrellaba con fuerza en mi garganta, obligándome a tragarlo para no asfixiarme, hasta que hubo un punto que no pude tragar más y empujando con mis manos sus piernas, conseguí que me la sacara de la boca. Tosiendo, escupí en el suelo todo lo que no fui capaz de tragar, formando un pequeño charco de líquido transparente y babas.
- Dios, ha sido el mejor orgasmo que he tenido en mi vida. – dijo Javi, mirándome con felicidad mientras se subía los pantalones.
- Eres gilipollas. – le dije, cabreado, mientras recuperaba el aliento y volvía a escupir en el suelo. – Correrte en mi boca no estaba en el trato.
- Sí, ya lo sé, lo siento, pero es que no podía parar. – me contestó, apenado. – Perdón.
Intenté tranquilizarme, aunque tenía bastantes ganas de meterle una hostia.
- Bueno, estamos en paz. – le dije, levantándome y recogiendo mi ropa.
- Sí, soy una tumba, te lo prometo. – me dijo.
Me sonrió de nuevo, esta vez de forma normal y me dio un abrazo. El cabreo se me pasó un poco y le devolví el abrazo.
- Gracias por cubrirme. – le dije.
- De nada, pero no lo vuelvas a hacer, eh. – me contestó.
Me separé de él y le dije:
- No, quiero volver a tener que chuparte el pito. – le dije en forma de broma.
Javier se rio y se tiró en la cama, dándome las buenas noches. Salí del cuarto, mirando que no hubiese nadie ya que iba desnudo para meterme en la cama de nuevo. Al llegar al cuarto de Lucía, ella estaba dormida tal y como la dejé. Me metí en la cama y me quedé dando vueltas a lo que acababa de pasar. No habrían pasado ni diez minutos cuando el móvil me vibró de nuevo. Javier me había vuelto a escribir.
- Hola– dijo.
- ¿Qué pasa? – le contesté.
- ¿En serio no me la chuparías de nuevo? – preguntó.
- No, Javier, es algo que he hecho para no perder a tu hermana. – le respondí.
Lo siguiente que recibí fue un video. En él se podía ver claramente cómo se la estaba chupando a Javier, desde que me puse de rodillas hasta que escupía su corrida en el suelo, todo grabado desde la webcam del portátil que estaba en su escritorio.
- Lo mismo sí que me la tienes que volver a chupar. – dijo, con un emoticono de un diablo sonriente al lado.
Hasta aquí este relato, espero que les haya gustado. Sé que es algo extenso, pero me gustaba la idea del chantaje y necesitaba desarrollarla un poco. Se les ha gustado, no duden en decirme en comentarios o vía email ([email protected]), qué les ha parecido. En principio no habrá siguiente parte, pero si veo que tiene mucho apoyo me pondré a escribir la continuación (por eso el final abierto). ¡Un abrazo!
Esperaré la parte 2!!
Me gustó mucho… Me gustaría que Javier se folle a Agustín. Que obligue a Agus a usar una tanguita de Lucía y sea la putita de todos los amigos de Javi.
gran relato por favor escribe la segunda parte
Javi asegurando su próxima corrida JAJAJAJA