LA FAMILIA DANKWORTH KELLY
Una familia muy singular, en una locación tradicional. .
LA FAMILIA DANKWORTH KELLY
Prólogo
La familia Dankworth Kelly es una familia en apariencia típica, radicada en un lugar extraordinario adyacente a Londres, Inglaterra, llamado Snows Hill, un pequeño pueblo en las colinas y área de Cotswolds, Gloucestershire, el cual es apenas una pequeña aldea rodeada de verde y encanto innegablemente rural, donde las familias que se han asentado han permanecido durante generaciones, y no es de extrañar que los Dankworth hayan permanecido ahí desde los tiempos de Mercia, esta familia está formada por:
Reginald, el menor de los Dankworth, es padre de tres varones: Johan, Frederick, y Patrick, y dos hermosas hijas: Annette, y Celine, es un hombre alto, de 2,10 metros de estatura, piel blanca, mandíbula cuadrada, dentadura perfectamente alineada y de dientes grandes, nariz recta y perfectamente perfilada, labios gruesos, que forman un arco de cupido al cual pocas mujeres pueden resistirse, ojos verde esmeralda, con un halo de un color ambarino claro, casi dorado al rededor del iris.
Su cuerpo es imponente, incluso, inspira cierto temor entre los escasos habitantes de Snows Hill, 230 kilos de peso, con músculos magros muy desarrollados, tanto en torso, incluyendo sus enormes brazos, en especial sus hombros y trapecios, como en el tren inferior, sin embargo, tiene una figura completamente armoniosa que exuda masculinidad, resaltando notoriamente sus pantorrillas, todo este desarrollo muscular, según él, se lo debe al trabajo de construcción de viviendas y algunos negocios, dentro y fuera de Snows Hill, además del trabajo de campo que ha realizado desde que era un niño. Otros rasgos físicos muy notorios de Reginald, son sus grandes y firmes nalgas y su enorme verga, la cual, aún, en estado de reposo, es imposible que pase desapercibida debido a su prominencia.
El cuerpo de Reginald está cubierto en su totalidad, por una capa muy densa de vellos negros, igual que su cabello y su barba, sobre la unión de sus grandes pectorales, nace un lunar de pelos blancos en forma de rombo, cuya punta superior, asciende hasta su nuez de Adán, y a mitad de su pecho, desciende hasta convertirse en una línea recta que surca por su abdomen marcado, la cual va haciéndose cada vez más delgada, hasta llegar a su entrepierna.
Los músculos de sus brazos son impresionantemente grandes, al igual que la fuerza que tiene en ellos, es capaz de sujetar un buey por los cuernos y hacerlo caer si lo desea, aparentemente sin necesidad de realizar mayor esfuerzo. En Snows Hill se dice que no tiene hombros, sino que tiene dos cabezas donde deberían estar estos.
Fuera de todo ese despliegue de testosterona, Reginald, es un hombre sencillo, amable, cortés y muy elocuente, siempre está dispuesto a ayudar a quien lo requiera, aún a pesar de saber que la gente del pueblo le teme. Él no pide nada a cambio, sólo que los dejen vivir en paz, a él y su familia. Su punto débil son los niños, tanto propios como ajenos, no tolera los malos tratos infligidos por los adultos a los niños, y eso en Snows Hill lo saben muy bien.
Deirdre Kelly, hija de padres franceses, descendientes de irlandeses, conoció a Reginald en una oportunidad que viajó a París a comerciar el vino que producía en su hacienda, cuando tenían apenas 16 años, de ahí en adelante, se fueron viendo con más frecuencia, hasta llegar a enamorarse, casarse e irse a Snows Hill, lo que ella agradeció porque podría criar a sus hijos en un lugar tranquilo y sin las vanidades de la París frívola. Tras irse Deirdre a Snows Hill, le siguieron sus cuatro hermanos y once hermanas, ya que estaban cansados de los eventos de la sociedad parisina, y de las hipocresías falsamente moralistas que tenían que soportar a diario. Así fue como todos renunciaron a sus títulos nobiliarios y se decidieron a llevar una vida más tranquila en la campiña inglesa.
Deirdre tiene un cuerpo muy hermoso, aún cuando ha tenido cinco hijos, su piel es blanca como la luna, su figura es esbelta, 1,78 metros de estatura, con senos pronunciados, pero no exagerados, su cintura sigue siendo estrecha y sus caderas hacen que tenga un cuerpo de reloj de arena muy tentador. Sumada su roja, abundante y enrulada cabellera, la cual recuerda las mismísimas llamas de una hoguera a mitad de la noche, unos ojos gris muy claro con un halo azul marino intenso en el borde del iris.
Unas pocas pecas parecen salir de sus sienes, surcando sus pómulos y se encuentran sobre su perfilada nariz.
Su caminar es muy pausado y seguro, siempre atenta a lo que sucede a su alrededor, es capaz de detectar cuando alguien va a comenzar a mentir, incluso antes de que empiece a hablar, pero en vez de hacerle desistir de hacerlo, simplemente calla y sonríe.
Suele ser muy callada la mayor parte del tiempo, lo cual genera sospechas entre la gente del pueblo, la consideran una bruja, por ser de pocas palabras, en contraposición a su marido, quien dicen que habla hasta con las bestias del bosque y se hace entender.
Según las cuentas que ellos llevan, y lo que han hecho saber a la gente de Snows Hill, Deirdre y Reginald tienen 52 años, aún cuando su apariencia física es de personas de mucha menos edad, no parece que hubieran siquiera llegado a los 30, lo cual también es sospechoso ante la comunidad.
Otro rasgo interesante que tiene la familia es que ellos no tienen pudor alguno de compartirse las parejas entre ellos, siempre y cuando sean de la familia, sean hombres o mujeres, ya que les es indiferente el con quién tengan relaciones sexuales, lo que les importa es consumir esa energía que los atormenta si acumulan el deseo sexual. Por otra parte, tanto los hombres como las mujeres Dankworth y Kelly, pueden consumir grandes cantidades de cerveza y whisky sin embriagarse y comer tanto como si cada uno consumiera la comida de 10 personas.
Los hermanos de Reginald y de Deirdre se han intercambiado parejas entre sí desde que hay registro de ello, incluso, hermanos y hermanas entre sí, han concebido hijos completamente sanos y con los mismos rasgos de sus predecesores.
Neil, el mayor de los once hermanos de Reginald, quien lleva la misma estampa de su hermano menor con la diferencia del color del cabello y los vellos, es un ejemplar de vellos color chocolate, tampoco se le asoma una sola cana, y es el que todos sus sobrinos llaman el tío soltero. Jamás se ha casado, porque dice que la vida de casado envejece, en cambio, se mantiene explorando alternativas sexuales, no sólo con su familia, sino fuera, suele irse de viaje en embarcaciones que surcan el océano, no importa dónde vayan, lo importante es que así tiene un amplio menú para satisfacer sus apetencias sexuales cautivo.
Los tres primeros partos de Deirdre, los cuales empezaron cuando la pareja cumplió los 20 años, fueron sus tres varones: Johan, Frederick, y Patrick.
Johan, al igual que Frederick, sacó los rasgos de su padre, pero con los ojos y el cabello de su madre, Johan le llevaba dos años a Frederick, y cuando Frederick tenía 10, y Johan 12, nació Patrick, quien resultó ser el que no sacó los cabellos rojos y enrulados de la madre, sino los del padre, negros como la noche, completamente lisos e igual de abundante, pero sí heredó el color de los ojos de ella y sus pecas, a diferencia de sus hermanos, que sacaron una piel de alabastro perfecta, sin pecas ni lunares, lo cual hacía que Patrick fuera muy exótico a la vista. Desde pequeños, los hermanos Dankworth, se enfrentaron al rechazo de los demás niños de su edad, principalmente los dos mayores, por ser pelirrojos, eran considerados hijos del demonio.
Cuando Johan estaba a punto de cumplir los seis años, Reginald no tenía idea de lo que le sucedía, sabía que quería mucho a su hijo, que lo amaba, pero algo dentro de él lo hacía quererlo de otra forma, por este motivo se saturaba de trabajo, en sus ratos libres salía a correr, o se iba al bosque a ver si encontraba un oso con el cual pudiera pelear, todo con la finalidad de estar lejos de su primogénito, porque sentía que se estaba volviendo loco.
Poco a poco ese sentimiento fue creciendo, y su resistencia fue mermando, conforme se aproximaba el sexto cumpleaños de Johan, Reginald sentía más ganas de estar cerca de él, de abrazarlo, olerlo, tocarlo, recordó las palabras de su hermano Neil:
“A todos los hombres de la familia nos pasa, a algunos más rápido que a otros, pero a todos nos llega el cambio en el sexto cumpleaños de nuestro primer varón, forma parte de nuestra herencia, y dependiendo de cómo decidas verlo, puede ser una maldición, o una bendición”.
Esas palabras sonaban vacías, Reginald no se imaginaba a lo que se refería con eso su hermano, él no tenía hijos, que Reginald supiera, pero hablaba con una propiedad que lo hacía dudar.
Ya quedaban apenas tres días para el cumpleaños de su hijo, y Reginald sentía un calor insoportable dentro de su cuerpo cada vez que estaba cerca de él, estar cerca de Johan era atormentador, cada vez le estorbaba más la ropa, cada vez quería tener sexo más frecuentemente, por eso se desahogaba con quien fuera que estuviera cerca, su esposa, sus hermanos, sus cuñados, sus cuñadas, todos le servían para intentar apaciguar ese fuego que lo quemaba, pero no era suficiente.
Llegó el día del sexto cumpleaños de Johan, toda la familia estaba reunida, menos Reginald, quien no entendía lo que le estaba pasando, y decidió, aconsejado por su hermano Neil, encerrarse en un cobertizo donde guardaban las herramientas de labranza, para no cometer alguna locura contra su vástago, de la cual se pudiera arrepentir. De esta manera, Neil colocó la viga que mantendría el cobertizo seguro por el lado de afuera, en caso que Reginald intentara escapar. El lugar era una pequeña caseta sin ventanas, toda hecha de madera, de aproximadamente 4,5 metros de ancho por 3 metros de profundidad y unos 3 metros de altura, ahí guardaban todos los implementos de labranza, pero quedaba un espacio reducido para movilizarse y buscar.
Reginald sabía que su niño estaba bien, estaba con su madre, su hermano Frederick, quien ya tenía cuatro años para ese entonces, además de todos sus tíos, tías, primos, incluso, los abuelos y tíos maternos que habían viajado desde Francia para la celebración estaban ahí.
Ahí estaba Reginald, sumido en la oscuridad y la seguridad que el cobertizo le proporcionaba, sentía cómo iba pasando el día, aún cuando no viera la luz del sol, sentía el calor que iba mermando a medida que se hacía de noche, aunque el verano tiene sus trucos, puede que no haya sol, pero aún así, se siente el calor y la humedad propios de la estación.
Conforme pasaba el tiempo en ese aislamiento voluntario, su respiración de hacía más fuerte cada vez, sentía su corazón palpitar más aceleradamente, no encontraba acomodo, le parecía que el espacio se le hacía más pequeño cada vez, como si él ocupara más espacio que cuando entró, la ropa, sudada a más no poder, le estorbó a tal punto que se la tuvo que quitar, prácticamente rasgándola, la sentía apretada, como si hubiera estado creciendo, lo que lo aterraba, sintió su cuerpo más grande, más fuerte, sus músculos más desarrollados, necesitaba liberar presión, y desnudarse completamente resultó un gran alivio.
¿Qué me está pasando? ¿Por qué estoy creciendo? ¿En qué tipo de monstruo me estaré convirtiendo? Se preguntaba en medio de su soledad Reginald asustado, al estar completamente desnudo, notó que incluso su verga había crecido estaba mucho más dura, grande, venosa y gruesa a como era habitualmente, Reginald notó inclusive esas venas brotadas que él no había visto antes, y no dejaba de lubricar, formando casi un charco con su presemen debajo de él, igualmente sus bolas, habían crecido desmedidamente respecto a como solían ser, te tocó en medio de la oscuridad todo su cuerpo, y sus vellos se habían tornado más densos y más gruesos, incluyendo su barba, no había un centímetro de su torso que no estuviera forrado de esos vellos, al igual que sus brazos, sus piernas, su cabello se hizo más abundante también. Lo cual no le molestaba, pero… eso no era normal, ¿qué había hecho para merecer eso?.
Ahí estaba Reginald, confundido, asustado, sentía que si alguien lo veía en ese estado, al no reconocerlo, lo mataría de un disparo en la frente, quizá sería lo mejor, porque no podía siquiera pensar en hacerle daño a su hijo, se sentía tan fuerte y e ese estado de excitación tan inusual, que no podía garantizar la seguridad de nadie que se el acercara, menos de su amado hijo Johan. En quien no dejaba de pensar, desear, y por más que trataba de no pensar en él, era completamente inútil el esfuerzo. Sentía que no podría controlarse, le daba pánico que su hijo se atemorizara al verlo.
Reginald se encontraba inmerso en esas cavilaciones cuando sintió unos pasos acercarse, eran torpes, iban como arrastrando los pies, el único que sabía que estaba ahí era su hermano Neil, quien había asegurado con una viga de madera la puerta por el lado de afuera para mantenerlo encerrado. Pero descreó la idea porque los pasos sonaban a pies pequeños, no eran los de su mujer, Deirdre, eran mas pequeños, no tan determinados, ¿sería posible? ¿Sería posible que fuera su hijo? El corazón bombeaba incesante mientras él respiraba intentando mantener el silencio y la calma dentro de su claustro. ¿Qué debía hacer? Los pasos siguieron avanzando hasta la puerta del cobertizo, su olfato lo sorprendió, era el aroma de su hijo, Reginald comenzó a sudar muy copiosamente, la posición en cuclillas, sofocado, espalda recta hacia delante, las yemas de sus dedos apoyadas firmes en el suelo de madera delante de él, su verga erecta a más no poder rebosante de presemen, la posición en la que se encontraba era como si estuviera listo para lanzarse sobre quien se atreviera a cruzar el umbral de esa puerta, el olor a sexo y testosterona era impresionante en ese cobertizo, el cual se le hizo pequeño, era tan intenso el olor, que lo estaba volviendo loco. Seguidamente escuchó que retiraban la viga, su corazón pareció detenerse cuando vio la puerta abrirse y ya con los últimos rayos del sol de la tarde, vio claramente a su hijo mayor, a Johan.
¿Papi, qué haces aquí? Le preguntó en medio de su inocencia.
Hijo, por favor, vete, déjame. Dijo con un tono de voz más grave de lo habitual.
Johan hizo caso omiso a las palabras de su padre y se le acercó. Papi, estás sudado, y más grande, y estás desnudo. ¿Te sientes bien?
Sí hijo, pero por favor, vete. No quiero hacerte daño amor.
Papi, ven, vamos a mi fiesta, le dijo Johan dándole un abrazo para poder convencer a su padre. Apenas percibió el olor y el tacto de la piel de su hijo, algo tomó el control de Reginald, pero no del todo como para nublarlo completamente, ese algo parecía querer permitir que estuviera plenamente consciente de los actos que iba a realizar. Reginald abrazó fuertemente a su hijo y comenzó a olerlo por todas partes, comenzó por las orejas, el cuello, fue quitándole poco a poco la ropa, iba oliendo sus axilas, su verga, sus testículos, pero cuando llegó al trasero de su hijo, sintió un aroma tan especial, tan único, el padre seguía recorriendo con mucha habilidad el cuerpo de su hijo que ese día estaba cumpliendo seis años, lamiendo y olfateando cada rincón de sus 1,20 metros de altura, era una necesidad de ir conociendo los aromas de su pequeño, guardarlos en su memoria, jamás se había sentido de esa forma, por lo menos no a ese punto.
De pronto sintió algo distinto, todo él se sintió distinto, como que estaba creciendo aún más, incluso, sintió que su dentadura estaba extraña, al igual que su lengua, sus dientes se afilaron, él los tocó y parecían colmillos, su lengua parecía estar más larga, ancha, flexible, y como segregando más saliva, lo cual no se explicaba, su musculatura volvió a aumentar, sintió que también sus huesos crecían nuevamente, lo cual le causaba dolor, pero era mitigado por la piel de Johan rozándose con la suya, a quien Reginald abrazaba tal como si fuera la única tabla flotante disponible en un naufragio. Sus ojos veían mejor en la oscuridad que ya reinaba en el patio, sintió una enorme fuerza crecer dentro de él, su olfato se intensificó, al igual que su audición, ¿será este el cambio? Se preguntó Reginald. Si es así, lo aceptaré, ya que no puedo luchar contra él; pensó más resignado.
Tomó a su hijo desnudo en brazos, terminó de abrir la puerta del cobertizo, teniendo que agacharse para salir, además de colocarse de medio lado para lograrlo, y una vez fuera, al sentir la brisa de la noche recorrerlos, corrió a gran velocidad hasta lo más alejado del bosque, ahí, desnudos los dos, siguió con su exploración, Reginald no se había percatado, pero hasta su verga lucía distinta, mucho más grande, mucho más gruesa, y producía mucho más presemen que antes, más que cuando estaba en el cobertizo inclusive. Una vez en el bosque, Reginald colocó a su vástago en el suelo, el cual lo miró asombrado:
¿Papi? ¿Eres tú?
Sí amor, soy yo, tu papi.
Pero… Estás más grande, pareces un gigante.
He crecido un poco más hijo, pero sigo siendo yo. ¿Te da miedo lo que ves?
No papi, igual te quiero.
Y yo a ti mi tesoro. No imaginas cuánto. Padre e hijo se recostaron sobre la yerba verde del bosque abrazados, después Reginald comenzó a lamer y olfatear nuevamente a Johan, cuando introdujo su lengua en el trasero del niño, éste lanzó un gemido suave, poco a poco fue llenando de su saliva la cavidad anal de su vástago. Al niño parecía no molestarle lo que su padre le hacía, al contrario, parecía como si lo disfrutara, tanto que decidió colocarse encima del vientre musculado de su padre y comenzar a lamer el presemen que emanaba de la punta de su verga, haciendo jadear a su progenitor, seguidamente se introdujo el gran glande a su boca, lo cual hizo gemir a Reginald, instintivamente, Johan tomó la verga paterna con sus manos y comenzó a deslizarlas poco a poco de arriba hacia abajo, provocando en su padre un estado de éxtasis que jamás había alcanzado éste. Dándose cuenta el padre que todas sus sensaciones se habían aumentado, toda su piel, todo su cuerpo estaba mucho más sensible al tacto, a los roces, al placer que estos le producían.
Reginald se sentó sobre una roca, colocó a su hijo de pie frente a él, lo subió de pie sobre sus muslos, lo más pegado posible a su descomunal torso, y el niño, poco a poco fue sentándose sobre la verga se su padre, al sentir que rompía la entrada del ano de su hijo, y la cabeza de su verga se acoplaba a este, sintió otro cambio, se sintió más libre, más… más él. Podía ver incluso mejor en la oscuridad del bosque, como si fuera de día, podía ver animales reunirse a su alrededor, como esperando a que terminara de llevar a cabo la acción. Los cedros y cipreses susurraban con sus hojas un canto que le daba paz, poco a poco fue sintiendo cómo el cuerpo de su pequeño hijo iba siendo ocupado por su enorme verga, lo cual lo desconcertaba, hasta llegar a hacer tope las nalgas del infante con su pubis. ¿Cómo era eso posible? Es un niño de seis años, pero… ufff… Que bien se siente… Pensaba Reginald al ver cómo se acoplaba con su vástago.
Ahí, Reginald supo lo que debía hacer, descargar la semilla que había en sus grandes y recrecidos testículos dentro de su hijo, pero no quería causarle daño. Lo acostó sobre hierba nuevamente y lentamente fue moviendo cadera para ir columpiando suavemente su verga dentro de él, poco a poco, Johan gemía de placer, ambos, padre e hijo, sudaban y se bañaban con la neblina que había en el bosque, sí, era verano, pero inexplicablemente se hizo una neblina muy densa, como para protegerlos de ojos curiosos. Reginald observaba a su hijo cómo disfrutaba ser penetrado por él, y se dio cuenta que Johan no era el único que disfrutaba, él también estaba disfrutando.
¿Te sientes bien hijo mío?
Sí papi, muy bien.
Uffff… De ahora en adelante vas a ser mi cachorrito nené. Uffff… No sabes cómo me gusta estar dentro de ti. Ahhhh…
Ahhh… Sí papi, yo seré tu cachorro… ooooh… Sie…mpreeee… Ahhh…
Papi te va a dar su semilla dentro mi vida… Ahhh… Así vas a ser siempre mio…. Oooohhh…
Dámela… aaaahhh papi… ahhh.
Ahí te va amooor… Ahhhh… Ahhh… Ahhhh… Grrrrr…. ¡AUUUUUUU! ¡AUUUUUUU! ¡AUUUUUUU!
Tras lanzar esos tres aullidos, que Reginald desconocía de dónde salieron, escuchó a lo lejos como unos aullidos de respuesta. Y en seguida se escuchaba como un tropel con aullidos incesantes, al poco tiempo vio que todos sus familiares habían llegado exactamente al punto donde ellos se encontraban, Reginald intentó cubrir a Johan, pero sus hermanos le disuadieron de hacerlo, por el contrario, lo felicitaban, porque ya había alcanzado al adultez. Le prestaron algunas ropas y se fueron caminando a la casa para seguir la celebración del cumpleaños de Johan. Antes de salir del bosque Reginald escuchó una voz familiar, pero no supo de dónde provenía, era como la voz de su padre, que le decía:
“Felicidades hijo mío, ya eres todo un adulto, ya no eres más un cachorro, este es el legado, esta es nuestra herencia, que pasará de padres a hijos, tú decides cómo vivirla, sólo te pido que no cometas el error que cometí yo, recuerda, que puede ser una maldición, o una bendición, todo depende de cómo la lleves, te quiero hijo.”
Por más que Reginald intentó voltear a ver, no pudo divisar de dónde había salido la voz, así que prefirió ignorarla.
Ya en la casa, siguieron la celebración del cumpleaños de Johan, y también el haber alcanzado la adultez Reginald, tras mucho comer y beber, además de interminables sesiones de sexo entre todos los presentes, quedaron profundamente dormidos hasta el otro día.
Al despertarse, Reginald, creyendo que todo había sido un sueño, del cual todos los cambios que había observado habrían desaparecido al despertar, fue a asearse con un poco de agua que vertió en un cuenco de madera que tenía sobre la peinadora.
Al mirarse al espejo, por segundos, no reconoció al hombre que le devolvía la imagen como él, su musculatura estaba mucho más desarrollada, su estatura también, sus rasgos más afilados, sus ojos, habían dejado de ser grises y se habían tornado en un verde muy intenso, casi esmeralda, con un halo dorado al rededor del iris que parecía brillar, ya era su versión adulta. Volvió a mojarse la cara, a ver si eran impresiones suyas, pero no, la imagen seguía ahí. Por otra parte, ya las sensaciones de sofoco habían desaparecido, las mismas que lo atormentaban, eran parte de un recuerdo, un recuerdo muy placentero y que él tomó como algo que podía ocurrirle a sus hijos en un futuro, por lo que se hizo el firme propósito de hablarles al respecto para que no tuvieran sorpresas ni pasaran por lo que él. Lo que más le desconcertó es que era la misma imagen que él recordaba de su padre. Recordó las palabras que escuchó, pero decidió nunca mencionarlas a nadie, sus sentidos siguieron igual de agudos, al igual que las sensaciones en su cuerpo al sentir el roce de otra piel.
Johan y Frederick Dankworth fueron creciendo como niños normales, cada uno tenía sus habilidades y cualidades para las que eran buenos y necesarios en la granja, luego del sexto cumpleaños de Johan, la madre de Reginald, Merry, le entregó unos diarios donde explicaba todo lo que se suponía que su padre, de haber estado con ellos, debería haberle explicado. De esta manera Reginald comprendió que todo eso era parte de un proceso por el cual todos pasaban, y era necesario vivirlo. Reginald se comprometió a preservar esos documentos, muchos de los cuales no entendía, para que sus hijos y las futuras generaciones de hombres de la familia, supieran que eso era algo normal entre ellos.
En cuanto a Patrick, debido a sus características físicas, muchos de los niños de Snows Hill lo rechazaban, en parte por celos, en parte por miedo, por ser notablemente más alto que todos ellos y mucho más fuerte, lo cual hacía que, sin querer, los lastimara jugando, haciendo que cada vez se redujera a menos el número de amigos que podía tener y formando en él una personalidad un poco solitaria, mas sin embargo, siempre estaba dispuesto a ayudar, proteger y defender a quienes gozaban de su afecto, no importándole si este no era mutuo.
Ya para el cuarto cumpleaños de Patrick, nacieron las gemelas: Annette, y Celine, quienes resultaron una castaña clara, casi rubia, y la otra con el cabello negro intenso, igual que el padre. En el pueblo casi los exilian, porque cómo era posible que Deirdre hubiera tenido esa hija rubia de ese hombre con esos cabellos y vellos tan negros, eso era acto de brujería. Lamentablemente, las dos niñas tuvieron complicaciones de salud y fallecieron al cumplir el año de nacidas, lo cual dejó a la familia muy triste durante mucho tiempo.
Conforme pasaba el tiempo, los tres hermanos Dankworth Kelly fueron creciendo, y a la vez fueron demostrando talentos y habilidades singulares entre sí. Johan podía decir, aún en verano, si iba o no a llover, con una exactitud que asustaba a la gente, Frederick podía saber cuando una mujer estaba encinta y lo que iba a tener antes que ella misma lo supiera, Patrick, por su parte, siempre fue muy callado, pero heredó la fuerza de su padre y la capacidad de trabajar incesantemente, aún cuando los demás se agotaran.
En el año de 1744, los pelirrojos Dankworth, a las edades de 22 y 20 años, respectivamente, se unieron al ejército británico, tras haber desposado, cuando tenían 16 y 14 años, a dos hermosas pelirrojas y haber tenido con ellas tres hijas cada uno, todas unas hermosas pelirrojas de ojos verdes, con un temperamento como sólo el demonio mismo sabía crearlo, y que eran la adoración de sus abuelos.
Deirdre, la madre, escondió a Patrick para que no se lo fueran a llevar al ejército, porque temía quedar sin hijos. Lo envió a Francia, a casa de sus padres, donde se mantuvo escondido hasta que fue el momento de volver. Ahí, Patrick aprendió arte, literatura, historia, modales y buenas costumbres, a manejarse en público, a bailar, tocar el violín, y quitarse un poco lo “sauvage”, como le decían sus abuelos, sobre todo a no eructar, y reírse de hacerlo después de comer.
Sus hermanos fueron seleccionados para integrarse a las tropas que se irían a La Batalla de Culloden (16 de abril de 1746), donde se enfrentaron contra el ejército jacobita.
En 1747, regresa a casa Patrick Alexander Gerald Dankworth Kelly, quien en ese entonces, a los ojos de los demás, era y no era el mismo, había cambiado mucho desde que se fue, el cambio era muy notorio, tenía los rasgos de su padre mucho más marcados, midiendo 1,90 metros de estatura. Lo cual pasa desapercibido entre los hombres de su familia, ya que sus tíos y primos eran de estatura elevada, incluso más altos que él, al igual que su progenitor; pero no para los habitantes de la aldea adyacente a la propiedad de la familia Dankworth.
Muy educado y culto, pero fuerte como un roble, pudiendo él solo levantar cosas tan pesadas que se necesitarían por lo menos cinco hombres para hacerlo.
A la corta edad de 14 años, ha desarrollado un cuerpo excepcionalmente musculado; en parte, por la vía sanguínea, ya que es muy común que los hombres de su familia desarrollen un tono muscular superior al promedio, pero también ese cuerpo es debido al trabajo de campo, ya que su crianza en París, fue alternada con trabajo duro en una granja propiedad de su familia materna y ha sido, al igual que en el caso de los Dankworth, su manera de subsistencia desde siempre ubicada en la localidad de Collonges-la-Rouge. Donde aprendió el cultivo de diversas especies de frutales, crianza de cerdos y reses, así como de gallinas, gansos, pavos y patos.
Cuando Patrick entró en el desarrollo, comenzó a tener relaciones sexuales con algunas primas que habían quedado en Francia, resultando que de estas relaciones nacieran sus gemelas, hijas de Patrick con su prima Dauphine, las cuales llamaron Annette y Celine, en honor a las hermanas fallecidas de Patrick, ya que el parecido era impresionante con las anteriores. Mismas que decidió llevarse a Snows Hill para que conocieran a sus abuelos paternos. Llegando a casa de sus padres con esas hermosas criaturas de apenas dos años.
Al cumplir 15 años, Patrick conoció a Maggie, la menor de las tres hijas de un matrimonio filipino radicado en Londres, los Pendletton, de muy buena posición socio económica, ya que eran favorecidos por la corona inglesa, de quien apenas al conocerla, se enamoró perdidamente y le pidió matrimonio. Los Pendletton, adoptaron los nombres y los apellidos inherentes al título de Lord que llegó a recibir el padre de Maggie, renunciando a sus nombres originales.
Los padres de Patrick Se alegraron por la noticia, ya que era el único hijo que les quedaba, sus dos hermanos mayores habían perecido en la batalla de Culloden, contra los escoceses, dejando viudas a sus esposas y huérfanas a sus hijas.
Pero no todo era color de rosas, la familia de Maggie, y sobre todo su padre, Lord Richard Pendletton, estaba en desacuerdo con esa unión con el hijo de un granjero, y se opusieron hasta el punto de decirle a Maggie que si se casaba con Patrick, perdería todo derecho a la herencia y que tendría que olvidarse de que eran familia, así como no poder usar el apellido Pendletton, sino que tendría que adoptar el de su marido y su descendencia tendría que llevar el nombre de este como último apellido.
A lo que Maggie decidió dejar atrás a los Pendletton y pasar a formar parte de los Dankworth Kelly. Patrick no tenía mucho que ofrecerle, salvo una vida tranquila, en la campiña, donde podrían criar a sus dos hijas y los hijos que tuvieran ellos como pareja. Reginald y Deirdre decidieron darle a su hijo y a su nuera una parcela dentro de los terrenos de la hacienda, donde construyeron una cabañita acogedora, lo suficientemente cómoda para una pareja de recién casados, con suficiente terreno para cultivar, y además, para que pudieran ir expandiendo a medida que fueran llegando los nietos, ya que ellos esperaban tener la casa siempre llena de niños correteando por todos lados. Las niñas, por su parte, permanecerían al cuidado de sus abuelos para que su padre y la esposa de este pudieran pasar tiempo a solas.
Tras la noche de bodas, a la que no acudió ninguno de los Pendletton, La Señora Maggie Dankworth queda encinta, y nueve meses después nace un varón, al que decidieron llamar Christopher Alexander Johan Dankworth Patrickson.
Hasta aquí, todo muy bien, un matrimonio feliz, con un hijo hermoso, con los ojos del color del padre, al igual que los rasgos faciales, cabello negro como el ónice, la piel trigueña como la de la madre, lo cual lo hacía un niño muy hermoso y exótico.
Tras cumplir dos años Christopher, Maggie muere por una picadura de araña, mientras cosechaba algunas coles en la huerta de la casa que les habían regalado los padres de Patrick dentro de los límites de la propiedad de los Dankworth.
Ellos se portaron siempre muy bien con Maggie, como unos verdaderos padres, tanto así que ella los trataba de mamá y papá, mismo cariño le tuvo a las hijas de Patrick, a quienes trataba de hijas, eran su familia.
En la misma parcela de la hacienda donde vivían Patrick y Maggie, la enterraron, y como Patrick no quería seguir en esa casa, por los recuerdos que le traía de su difunta esposa, decidió irse a una casa de la familia, ubicada en un bosque bastante retirado de todo rastro de civilización, a la que para llegar hay que pasar por dos puentes que traviesan dos ríos, luego subir una loma, y al otro lado, está el sendero que lleva a la casa.
De esta manera Patrick se retira al bosque a vivir con su hijo, evitando todo contacto con cualquier persona. Salvo sus padres y algunos amigos de confianza. Afortunadamente para ellos, la cabaña tenía cerca un arroyo, cuyas aguas, incluso, en el crudo invierno, no dejaban de fluir, además de haber en el bosque jabalíes, venados, conejos, y otros animales de caza para variar el menú. Poco a poco fue llevando gallinas, gallos, cerdos, algunas vacas y cabras, por supuesto, no podían faltar caballos, decidió llevarse un semental, y cuatro yeguas, ya el tiempo haría el resto.
Tras enviudar, la vida de Patrick siguió siendo parcialmente la misma, salvo en momentos donde la necesidad de tener sexo lo sacaba de sus casillas. Aún cuando él había jurado no volver a Snows Hill, muchas veces tuvo la urgencia de ir, ya que sus ganas de sentir un cuerpo junto al suyo iban en aumento conforme pasaba el tiempo.
Patrick hacía una escala en Snows Hill, dejando a su hijo pequeño con sus padres, para luego subirse a su caballo y cabalgar hasta llegar a Londres, donde se sumergía, casi por completo, en los burdeles de la capital inglesa. Había una mujer en particular que le recordaba mucho a su difunta Maggie, de nombre Gladys, se volvió cliente recurrente y se comenzó a encariñar con ella, al punto de enamorarse y pedirle que dejara de prostituirse y se casara con él, Gladys se rió en su cara y le dijo que la vida era muy corta para una sola verga, ante ese rechazo Patrick desistió de volver a visitar esos lugares y se refugió en la soledad de su cabaña en el bosque con su hijo.
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