La historia de Ángel, solo era un muchacho 54
no eran como los de Pablo, y no quiero hacer comparaciones, porque ahora, para mi, eran los más bellos cojones que tenía en las manos y en los labios, estaban duros y repletos de su dulce leche.
Había pasado algún tiempo desde que tuvimos el funeral de Eduardo, y aunque al principio, despechado por la marcha sin despedirse de Pablo, acepté cambiarme e irme vivir con Alberto, no estuve con él mucho tiempo, lo suficiente para reunir la fuerza suficiente y relatarle mis auténticos sentimientos, y lo que pasó aquella noche con Pablo, como le traicioné y caí rendido en sus brazos.
Cuando terminé de hablar le sentía muy triste con la vista baja fijada en el suelo.
-Ya ves que lo nuestro no va a ser fácil Alberto, lo que siento por Pablo es muy fuerte y no puedo contenerlo. No quiero hacerte daño. Tu eres bueno y te mereces algo mejor. -se quedó un momento indeciso y luego me cogió en sus brazos.
-Pero yo te amo y sabré hacerte que le olvides, o por lo menos que cambies tus sentimientos.
-Eres muy bueno Alberto, pero ya me creía curado y cuando le veo inconscientemente me rindo y soy su esclavo, lo siento, lo siento tanto. -me apretaba muy fuerte contra él.
-Mi bebé querido. -poso sus labios sobre los míos con infinita ternura en un suave beso y comencé a llorar sobre su pecho.
-Por favor no llores por mi causa, yo no importo mi vida y quiero toda la felicidad para ti aunque deba renunciar a que seas mío si así lo deseas en cualquier momento, pero déjame que cuide de ti, que te ame mientras pueda.
Sus palabras y su decisión hacían que me sintiera peor que antes, que me diera cuenta de mi enorme egoísmo, de que el amor que sentía por él no era nada al lado del que él sentía hacia mi, y no me lo merecía.
Lentamente iba consiguiendo que me calmara y cesara en mi amargo llanto, acariciaba mi espalda pasando con delicadeza su mano por ella y dándome tiernos besos por la cara, sorbiendo la humedad de mis lágrimas.
-Te voy a llevar a la cama para que descanses, estas rendido vida mía. -me elevó cogiéndome como a un niño en sus brazos y me llevo a la habitación, luego me dejó con cuidado sobre la cama y me tapó con las mantas.
-Así podrás descansar, dormir y olvidarte de todo. -me besó en la frente y sentía la dulzura y calidez de su boca. Se iba a alejar dejándome solo y le sujeté de la mano.
-No me dejes solo, por favor quédate a mi lado. -se tendió a mi costado y me rodeó con un brazo pasándolo por mi pecho.
-Duerme cariño yo estaré aquí para ti. -me apreté contra él y lentamente sentía como se me cerraban los párpados, hasta caer en un pesado sueño nada tranquilo y repleto de pesadillas. Cuando abría los ojos asustado Alberto me apretaba contra él como si quisiera robarme los sueños malos.
***********
Cuando desperté la habitación estaba a oscuras, solamente la iluminaba una tenue luz amarilla que se filtraba por el ventanal atravesando las cortinas. Alberto tenía aún su brazo sobre mi pecho, ahora sin fuerza porque se había dormido al final, cuando yo dejé de soñar y las pesadillas se fueron.
Miré su hermoso y varonil rostro tranquilo, algunos mechones de pelo le cubrían la frente hasta llegarle a los ojos, tenía la boca entreabierta, con los labios rojos enmarcados en la negrura de la naciente barba. Así como estaba, dormido y relajado parecía más guapo de lo que normalmente era. Su brazo me pesaba y con suavidad para no despertarle se lo retiré. Se movió para quedar mirando hacia el techo, ahora veía como se le expandía el pecho al respirar.
Me inspiró un profundo sentimiento de agradecimiento, un amor que me calentaba el pecho al saber que podía contar con él para lo que fuera, que no iba a reclamarme sus derechos por la palabra empeñada con él, que me protegería contra todo y todos a pesar de mi traición. Y sentía que le amaba, pero de otra forma diferente a lo que amaba a Pablo, de él no me sentía dependiente y esclavo.
Alberto, igual que Álvaro eran la paz y el sosiego. Pablo era la aventura, la fuerza, el riesgo, la locura, el amor sin fronteras. Elevé la mano y acaricié su mejilla con intención de que siguiera en sus sueños. Dio un pequeño respingo y abrió los ojos.
-Me he dormido y ahora eres tú quien me cuida ocupando mi función. -sonreía deliciosamente, como un pequeño cuando se despierta contento y coloqué la mano sobre sus labios para que no siguiera hablando.
-Sigue durmiendo. -me sujetó la mano y me besó los dedos uno por uno, ocupando unos segundos con cada uno de ellos.
-Tendremos que comer algo, ya se ha hecho tarde para salir a la calle.
-No quiero salir, vamos a seguir en la cama un día entero. -empecé a quitarme la ropa y él divertido, y con una risita, se levanto para desnudarse.
-Haremos como los osos e invernaremos aunque sea verano. -se había quitado todo excepto el slip y ahora se metió debajo de la ropa a mi lado, aunque no hacía frío yo lo sentía y me arrimé a él para que me calentara.
-Estamos en pleno verano y no consigo calentarme.
-Ven, déjame que te abrace que yo tengo el calor que necesitas. -me apretaba contra él y reposé la cara sobre su pecho, pasé la mano helada por la piel de sus pectorales dejándola encima de una de sus tetillas.
-Ahora estoy muy bien Alberto, a tu lado y calentito.
-Yo también amor. -se dio la vuelta para mirarme y lentamente acercó los labios hasta encontrar los míos, me besaba pero sin hacer fuerza, solamente me rozaba los labios y me dejaba su aliento. Mi pecho pegado al suyo sentía la suavidad del vello que le cubría acariciándolo.
-¡Oh, mi amor, eres tan bello, tan delicado y hermoso que temo romperte si te aprieto como quisiera. -sujeté su cabeza y le obligue a que el beso se incrementara, y abrí la boca en una invitación muda a que me diera su lengua.
Entonces Alberto tomo el control y le dejé que me besara como era su necesidad. Metía su lengua buscando en mi boca el sabor de la saliva y yo se la acariciaba con la mía en un lento frotar que poco a poco se iba volviendo exigente y más potente.
-Me gusta como me besas, me encanta Beto. -a la vez que me besaba acariciaba mi cuerpo con la mano derecha que tenía libre, la pasaba por toda mi desnuda espalda hasta llegar a mis glúteos y allí hincaba los dedos para llevarme hasta él y pegar mi pelvis a la suya, y podía notar la dureza de su verga retenida por la tela del slip, caliente y tan grande. Emití un suspiro.
-¿Quieres que lo hagamos? -le susurré en el oido.
-Estoy deseoso de hacerte mío.
-Pero no estoy limpio, podemos manchar la cama.
-No importa, tu siempre estas limpio mi amor. -suspiraba mientras mordía mis labios y ya me tenía excitado, mis necesidades de macho no menguaban.
-Quítate el calzoncillo, déjame sentir la calentura de tu verga. -se lo retiró como un rayo sin darme cuenta de como lo hizo y apretó su dureza sobre mi vientre.
-Esta muy caliente, y grande, y gordo, pero no aprietes tanto o me harás un agujero nuevo en el ombligo. -nos reímos los dos y me tiré un poco hacía atrás.
-Estoy impaciente por tenerla dentro de ti. -se la cogí con la mano y le acaricié el glande, los líquidos que derramaba me humedecieron la mano y me la lleve a la boca para probarlos.
-Sabes rico Alberto, ¿puedo chupártela un ratito? Porfa, una mamadita corta, deseo sentirla en la boca. -no esperé su aprobación y resbalé por su cuerpo besando y lamiendo desde el cuello, sus duros pectorales y el marcado abdomen cubierto de suaves vellos hasta llegar al destino deseado.
Aspiré con fruición las emanaciones que despedían los ensortijados vellos de su entrepierna y besé la base de la dura polla hasta llegar a los testículos que sostuve en la mano para valorar la dureza y la rotundidad de su ovalada textura.
Me encantaban, no eran como los de Pablo, y no quiero hacer comparaciones, porque ahora, para mi, eran los más bellos cojones que tenía en las manos y en los labios, estaban duros y repletos de su dulce leche. Los besaba y acariciaba con la lengua.
Lamía con gula los duros testículos metiéndolos en mi boca y sacándolos con un ruido explosivo cuando tira de ellos con los labios. Alberto gemía y encogía las piernas dejándome todo el espacio.
-¡Qué rico, me los vas a arrancar y no quiero que te los comas! -sonreí sin dejar de jugar con sus huevos hasta que empecé a subir por el tallo cubierto del líquido que expelía por la boquita que coronaba su majestuosa polla.
Me sabía a galleta y mi lengua voraz devoraba todo rastro que le escurría hasta llegar al glande, alargado y de menos diámetro que el tronco de la verga. Chupé desesperado queriendo arrancarle el liquido que guardara en el conducto y luego lo fui besando, agradecido por el regalo de aquel néctar.
Alberto gemía con fuerza y tiraba de mi cabeza para que dejara tranquila su verga.
-Por favor mi vida, vas a conseguir que me corra, déjala descansar un poco, ¡Agg, mi vida basta ya. -me compadecí aunque hubiera seguido hasta sacarle la leche y poderla degustar en la boca.
Me cogió con inusitada fuerza y me colocó sobre el, invertido, o sea con mi cabeza sobre sus genitales que no quería que tocara, y con los míos sobre su cara, cooperé sabiendo lo que quería hacerme. Me abrió las nalgas y enterró la cara en mi raja para besarme el ano.
-¡Ahhhh! Eso está bien, me gusta.
-Pues espera, que ahora empiezo yo. -me reí goloso y me dejé caer para sentirle más la boca y la lengua lamiéndome el ano.
Yo me conformaba con besarle los marcados abdominales, acariciar la suavidad de sus relieves, y hasta llegar a la verga para que no se desperdiciara el preseminal que dejaba salir en abundancia, lo recogía con los dedos para llevármelo a los labios y luego pasarme la lengua por ellos.
No quería tocar a la palpitante barra de carne de color rosado, que latía ante mis ojos sobresaliendo, cada vez más profundamente, las venas que le surcaban el fuste, y era un sufrimiento a la vez que un placer que sentía con su lengua pasando a lo largo de mi raja mientras me acariciaba con las manos la verga y los huevos.
-Ya vale Alberto, estoy muy caliente y con el culo abierto, quiero que me la metas ahora. -ya sabía él como me tenía de caliente, y como rezumaba mi culo agitado por el deseo de ser rellenado de carne caliente y gruesa.
Me elevó sujetándome de las caderas y sin soltarme me arrodilló, y él hizo lo mismo detrás de mi. Supe al instante su propósito de follarme el culo por detrás y me apresté a lo que mandaba mi macho. Hinque el pecho y la cara en la cama, y elevé el trasero abriendo las piernas dejándole expedito el camino para que me la metiera como deseara.
Me introdujo un dedo y luego escupió en mi ojete aunque no hacía falta, estaba suficientemente lubricado y abierto para recibir su verga, pero agradecí el detalle de que se preocupara por no hacerme daño. Luego apuntó la cabeza de la polla en mi hoyo y empezó a empujar, me relajé y pude sentir como iniciaba el descenso a mi intimidad más profunda la punta en lanza de su preciosa verga.
Me sujetaba de las caderas haciendo fuerza, sin ser brusco, y sin parar de empujar. Me sentía divinamente invadido por aquella recia barra de carne ardiendo. Eran momentos sublimes al sentirme invadido por aquel elemento que tanto placer me daba, estaba bien entrenado para saber apreciar una buena estocada de verga, y juro que Alberto me la estaba encajando con delicadeza pero con la fuerza y potencia de un macho fuerte en su máxima expresión.
-¡Ayyy! qué rico, dale, dale, entra hasta el fondo, entra, ahhh, me gusta tu polla. -al fin se aplastó contra mi haciendo saber que todo su pedazo estaba dentro de mi culo y los pelos de su pubis y los rotundos huevos, estaban acariciando mi perineo.
Tiró entonces de mis caderas para que me pusiera a cuatro patas y dejó posar el pecho sobre mi espalda, con la respiración agitada sobre mi cuello y la nuca emitiendo graves gemidos placenteros
-Ya la tienes enterita dentro, Huyy!, que calentito estas, no es como por fuera, me gusta tu culito hermoso, me encantas Ángel.
-¡Ahhhhh! Si, dame fuerte, se mi macho, rómpeme el culo…
Alberto comenzó a penetrarme frenéticamente, se escuchaba el golpeteo de sus huevos en mis nalgas y yo le acompañaba con largos gemidos que a veces se convertían en aullidos por el gusto que me daba, resultaba un musical para agudizar nuestros sentidos sensuales, delicia sonora para nuestros oídos.
Sentía que me iba a correr en pocos segundos y empecé a acompañarle en sus movimientos de la follada tirando para atrás mi culo buscando que su verga me entrara más si podía. Me caían las gotas del sudor de Alberto sobre la espalda y sus jadeos me indicaban que íbamos a terminar al mismo tiempo.
-¡Me corro mi vida, me corro!…
-¡No,! espérame unos segundos. -pero resultaba inútil, sus manos me apresan las caderas tirando de mi para mantener su verga dentro mientras se deslechaba.
Soltó un fuerte gemido y el semen que tenía en sus duras pelotas comenzó a salir para llenarme la tripa. Fue sentir los chorros de esperma entrando en mi cuerpo y, sin tocarme, mi verga comenzaba a escupir largos trallazos de semen sobre la sábana.
Durante largos segundos no se escuchaba más que nuestro jadear en la habitación, según me iba reponiendo podía oler el fuerte hedor a sexo que desprendíamos y se acumulaba en el aire de la habitación. Jadeaba sobre mi espalda y sentía los fuertes latidos de su corazón.
-¡Qué breve ha sido, no aguanto nada! -llevé las manos hacia atrás y le oprimí las nalgas para que no se saliera y estuviera dentro de mi hasta que la verga se le aflojara. Giré la cabeza y le ofrecí la boca, me besó y ciertamente la baba se le escapaba por los labios.
-Ha estado muy rico Alberto, me has hecho gozar como solo un macho sabe hacerlo. -despacito comenzó a besarme el cuello, la espalda, y a morderme las orejas, y además me clavaba los incisivos en la nuca haciéndome gemir entrego a mi semental, a mi macho, logrando que me sintiera feliz por haberle hecho gozar.
Poco a poco la verga fue saliendo de mi cuerpo, sentía que detrás de ella salía el precioso líquido que su hombría me había inyectado, me revolví para limpiarle la polla de sus jugos y los míos, nunca iba a cambiar, Pablo me había convertido en un buen puto.
Y sudados quedamos tendidos en la cama hasta que me llevo al baño, para limpiarnos la leche que se iba quedando pegada a nuestras pieles.
Volví a quedarme dormido jugando con mi mano en sus testículos, su verga y el vello púbico, me acompañaba el retumbar suave de los latidos de su corazón.
***********
Los días que Alberto había solicitado para tomar vacaciones se terminaban y debía volver a su labor. Por otra parte Ana María me comunico que volvía de las breves vacaciones que pasaba con Oriol, David y los padres de este. Según ella los había acompañado para distraerse de la falta de Eduardo.
Pudiera parecer cómico, pero sentía que era verdad lo que decía y que ahora se encontraba sola en aquella inmensa casa. Fue por un simple mail, ni se tomó tiempo de marcar mi teléfono pero capté el mensaje de cualquier manera.
-“Ya hemos tomado las vacaciones que se nos permiten, ahora a enfrentar la realidad de nuestras vidas” Tu casa te espera y deberías estar allí cuando vuelva, por tu bien”
Ahora Alberto se centraba en su trabajo, en de la notaría y en su nuevo cargo como asesor de David.
La tarde de mi partida, a mi casa, como decía Ana María, preparé para cenar una suculenta ensalada y queso de burgos con membrillo de manzana, no quería salir fuera y tenía que comunicarle mi decisión.
Habíamos pasado unos bonitos días de intimidad, dedicando la mayor parte del tiempo a nosotros, pude apreciar el valor de mi amigo-amante y azuzado por el mensaje de Ana María pensaba que era el momento adecuado, además de que no me quedaba más. Me había hecho el amor incontables veces, cada día mejor que el anterior, me iba conociendo y aprendiendo a sacar de mi todo el potencial de mi entrega, y sometimiento al macho en el momento del acto sexual, no en los demás donde valoraba mi libertad.
Momentáneamente me había olvidado de Pablo, de Álvaro y de todo lo demás, para dedicarle cada pensamiento al chico que ahora se ocupaba de mi y mis necesidades. Pero siendo leales y sinceros prefería tenerlo como amigo muy, pero muy querido y recobrar la libertad aunque no pensaba que lo mío con Pablo se llegara a solucionar algún día.
Venía cansado, muy cansado de una interminable jornada donde ni había tenido tiempo de comer, pero bueno, así son ciertos hombres, solo piensan en el trabajo, en que son imprescindibles y que nada funciona sin ellos.
Después de una ducha donde le acompañé para limpiarle y sentir sus músculos bajo mis manos, necesariamente sentía mi necesidad de servir a alguien, era innato en mi. Luego le observé mientras comía la ensalada, le gusto y repitió de mi plato, yo no podía comer, el estómago se me retorcía ante su reacción cuando le dijera que mañana volvería a la casa de Ana María.
-Una ensalada magnífica, has hecho bien en preparar la cena y así no tener que salir. -en su tono sentí que él sabía que no tenía buenas noticias para darle.
-¿Qué tal tu día? -le preguntaba mientras acariciaba el dorso velludo de su mano.
-Bien, con trabajo extraordinario para presentarle a David cuando vuelva, porque, ¿sabes que vuelven mañana? -afirmé con la cabeza antes de hablar.
-Me ha enviado un mensaje Ana María para decírmelo y…, -dudé un instante. -Quiere que vuelva a su casa. -dejó de comer y para tragar bebió casi medía copa de vino en un solo sorbo.
-¿Y ya has decidido marcharte? -Su rostro reflejaba una inmensa tristeza pero sonrió enseguida.
-Bueno depende de lo que tu digas. -me miró sorprendido.
-Pienso que si deseo volver a verte es mejor que hagas lo que Ana te pide, de otro modo, y con el tiempo, terminaras por odiarme y yo me despreciaré por haberte retenido.
Ya estaba dicho todo y no se necesitaba ser más explícito.
Marcharé mañana y no es preciso que dejes de trabajar, no son tantas cosas las que tengo que llevarme de vuelta.
-No, de verdad que fuiste avaro para traerte tus cosas.
-No te enfades Alberto.
-No lo hago bebé, solo constato los hecho, me había hecho ilusiones, sabía lo difícil que resultaría que dejaras tu vida…, por cierto, mi jefe el notario, me ha preguntado por ti muy interesado. -me sentí ruborizar, era una alusión indirecta a las relación que mantuve con él por el tono de voz que empleaba.
-Por favor Alberto, no tengas celos, fue solo un encargo de Eduardo, como los que tuve que cumplir con la mayoría de los hombres con los que ahora te rodeas. A ninguno de ellos he amado, eran mi trabajo, para lo que me prepararon, y sin más.
-¿Pero te lo hacía bien? Dice que lo disfrutaste, que gritabas de placer cuando te tenía clavado. -le miré con inmensa pena, siempre tendría quien le recordara mi pasado.
-No vale la pena que hablemos de eso, y tu lo sabes muy bien, pasó por las circunstancias que fueran, y sabías que siempre tendrían ocasión para recordarte mis inicios. No estas preparado para convivir con un tipo como yo, un puto de la organización, pero no como Oriol que estaba destinado desde que se observo su condición homosexual. -por su ojos pasaban luces y sombras, sabía que no me lo estaba reprochando pero dentro de su corazón percibía que todos sus conocidos, o casi todos, me habían gozado y eso le producía agobio e intranquilidad.
Alargué la mano a través de la mesa que nos separaba y la puse sobre la suya.
-¿Al menos…, amigos después de todo?
-¡Ah! Ángel, te he fallado.
-No te preocupes, es mejor que haya surgido ahora, en algún momento tendría que ser, llevaré siempre mi condición de puto, y a pesar de toda la fortuna que Eduardo me ha dejado, tendría que ocultarme bajo las piedras para que no aflorara mi pasado y a eso no estoy dispuesto. No he cometido pecados, al menos para mi es así aunque la sociedad no lo perciba de esa forma.
Esa noche, a diferencia de las anteriores, no me hizo el amor, pero le sentí como lloraba, y para que no me diera cuenta, salió de la habitación buscando un vaso de agua. También yo lloraba, por él más que por mi. Alberto era otra persona de las que más quería y a la causaba daño sin proponérmelo.
***********
Antes del mediodía llegó el furgón con las innumerables maletas de Ana María, en el mismo llegaba Carmen, dispuesta a trabajar colocando toda una tienda de ropas y otros utensilios de su señora en los armarios.
-¡Carmen! -corrí alborozado a recibirla, detrás de mi Dulce, al que había tenido que arrastrar de la cinta para retirarle de la puerta de su amo al que seguía recordando y haciendo guardia.
-¡Áy! Angel, ya estamos en casa, el viaje ha sido terrible, al menos para mi. -me dió dos besos sujetándome la cara.
-Estas más guapo cada día que pasa. -¿quién lo diría? a través del tiempo habíamos forjado una sincera amistad y cuando estábamos solos exteriorizaba lo que sentía sin tapujos.
-Mi ama está loca, antes el señor Eduardo la contenía, pero ahora solo las apariencias logran que se detenga. -soltamos los dos la carcajada, porque ambos amábamos a su jefa, cada uno a su manera y con diferentes connotaciones.
Ese día no pude ver a Ana María, al atardecer y como estaba aburrido, llamé a Alberto por si le apetecía salir a tomar unas cervezas, la respuesta fue negativa, trabajaba a destajo para la reunión que al día siguiente mantendría la junta con David, suspiré y corte la llamada, otro que se convertía en esclavo del trabajo. Seguidamente llamé a Ian, este estalló en risas y me dijo que parecía que teníamos telepatía, esta a punto de llamarme.
Me recogió en su moto cuando Ana María no había llegado aún y me llevó al bar donde todos los amigos se reunían, faltaban muchos por las vacaciones que cada uno disfrutaba a su manera.
A las tres de la mañana teníamos que coger un taxi, era imprudente regresar con las cervezas que había bebido conduciendo su moto, me acompañó hasta mi casa y en la intimidad del taxi, antes de despedirle con un eterno beso que no quería romper me pidió que le permitiera pasar la noche a mi lado.
-¿Y para qué? Si estamos borrachos como cubas. -pero tenía la verga dura y la calentura del alcohol le había permitido desmadrarse saliéndose de compostura.
Al fin pude tomar una ducha de agua fría, me esperaba con una toalla en las manos el bueno de Tomás, pensaba que estaba en su mejor sueño pero, al parecer, me había escuchado llegar, se puso su bata acolchada e hizo su labor de noble servidor de sus señores, lo mismo que estaba acostumbrado a hacer con Eduardo.
-Puedes volver a la cama Tomás, ya me arreglo solo. -le veía impertérrito ante mi desnudez, ofreciéndome el lienzo de sus manos.
-Es mejor que el señor se tome un café cargado, lo tengo preparado en la cocina. -no había más discusión, él sabía lo que se debía hacer, me sequé mientras él buscaba una bata albornoz para que me pusiera.
Me sirvió una gran taza de café humeante permaneciendo de pié como un soldado de guardia.
-Siéntate Tomás, toma un café conmigo.
-No debo señor. -pero le vi dubitativo y arrastré una de las sillas para que tomara asiento. Suspiró y dejándose caer se sirvió una taza grande de café como el mío.
-Una extraña hora para que nos encontremos sentados por primera vez.
-Si señor, pero no es la primera…, bueno si con usted.
-¿Le hechas mucho de menos?
-Era un buen jefe señor, pienso que usted también lo sería. -emití una risa seca.
-¿Me ves igual que a tu jefe, igual a Eduardo?
-Yo no soy quien para juzgar nada señor, pero soy viejo, he vivido mucho. Lo que pueda parecer que está mal, podría haber sido peor por otro camino, solo piense en usted mismo. Si don Manuel y el señor no se hubieran ocupado de usted, es posible que ahora no viviera.
-Has sido un servidor fiel Tomás y no te atreves a enjuiciar las conductas de otros. -bajo la cabeza y musitó como para si mismo.
-Siempre no ha sido así señor. -su mano temblaba al tomar la taza de café y volvió a colocarla en el platillo sin llevarla a los labios. Sabía que las confidencias habían terminado.
Me acompañó a la habitación, como antes hacía con su señor, me abrió la cama y pregunto si necesitaba algo más antes de retirarse.
A la mañana siguiente me levanté tarde y sin prepararme marché hasta la cocina para desayunar y ver si estaba Ana María.
Dulce me recibió dando saltos de alegría y lo cogí en mis brazos acariciando su cabeza. Empezó a emitir sonidos como sollozos mientras me lamía la cara.
-Para, párate, quieto precioso. -entre risas le di un beso en su hociquito y él seguía queriendo lamer mi cara.
-¿Te sientes solo pequeño? No te preocupes ahora estoy yo para atenderte y darte caricias. -me había arrodillado en el suelo para dejarle y seguir jugando cuando la pequeña Alicia apareció en la puerta.
-Vaya, que le has puesto contento Ángel. -me levanté aunque Dulce quería seguir jugando e intentaba trepar por mi pierna desnuda rozándose contra ella.
-¡Holla Alicia! Igual ya es hora para desayunar? -y la miré con cara de lástima.
-Calla tonto, siéntate que ahora tienes tu desayuno. -se iba a alejar cuando mi voz la contuvo.
-¿No está Ana María…, bueno tendré que decir “la señora” a partir de ahora? -la niña entendió mi sorna y soltó una carcajada.
-Cuando llegó anoche, después de que marcharas, se metió en su habitación y aún no le hemos visto, dice Carmen que tiene una enorme jaqueca y que no se levantará.
Desayuné mi caliente cola-cao, mi tostada con mermelada de naranja ácida y el gran vaso de zumo, mientras escuchaba a Alicia informándome de algunos detalles de la casa por los días que había estado ausente, hasta que Berta la reclamó para que hiciera sus deberes.
Estuve cuatro días sin ver a Ana María, continuaba sin dejarse ver y el único contacto que teníamos con ella era a través de Carmen que nos informaba y que no había mayor problema, que su señora a veces era así.
Pensé en la posibilidad de visitarla en sus aposentos privados, pero al final pensé que si ella no me llamaba era porque no me necesitaba.
Aparte de tomar el sol en la piscina, y bañarme en sus cálidas y azules aguas, nunca tan solitarias como en esos momentos, me dedicaba a leer, y a las tardes, porque Alberto seguía sin responder a mis llamadas, llamará donde le llamara.
Tenía que contactar con Ian como si solamente él existiera, para que me sacara y no terminara de volverme loco.
Pensé en llegarme hasta su trabajo para que habláramos, y al menos saber que se encontraba bien. Sentía enormes reparaos de encontrarme allí con su jefe el notario en su presencia y que solo sirviera para que volviera a sentirse celoso y eso hacía que desistiera. También visitarle en su casa, en este caso me asustaba volver a dejarme convencer por su desbordante amor y que no pudiera pensar con propiedad. Total que no podía aclararme con su situación emocional.
Solamente Ian parecía estar pendiente de atenderme cuando solicitaba sus servicios o atenciones para que me llevara de un lugar a otro. Apreciaba en lo que valía su esfuerzo y me causaba emoción el notar como se contenía para no abrazarme demasiado o exteriorizar sus sentimientos aunque yo se lo notaba al instante.
Tampoco recibía noticias de Pablo, ni de nadie, como si todo el mundo me hubiera olvidado. Caro que Pablo era obvio que nunca me llamaría y dejaría pasar otro año, hasta que hubiera otro funeral para dejarse ver. No quería que sucediera pero soñaba con el, a veces sueños angelicales donde había paseos por el inmenso valle y en el monte, y otros donde su presencia se me hacía tan real y palpable que sentía la necesidad de su persona, para besarle y sentir que era suyo de cualquier forma.
Esa tarde recibí una llamada de Ian, como siempre, y sobre todo últimamente, su voz sonaba alegre, era notorio que le alegraba saber que estos días era mi tabla de salvación para no zozobrar y sabía que le necesitaba como amigo más fiel. Quién lo diría sabiendo de aquellos primeros encuentros tan…, violentos y excitantes también.
-¡Ángel! Tengo algo especial para esta noche. -se le notaba una alegría especial.
-No se si quiero salir, me preocupa Ana, lleva días sin dejarse ver y temo que pueda necesitarme en cualquier momento. -al instante soltó una carcajada.
-¿Y eres tu el que se preocupa?…, Rubén y Erico estarán en esta fiesta, sus sobrinos de sangre. ¡Venga Ángel,! que no se va a morir. Vamos a tener una pequeña cena, a bailar hasta agotarnos y pasar la noche en alegre armonía, no eres su niñero.
-Veré si me animo, porque no solamente Ana es mi problema, si Alberto quisiera acompañarme…
-Necesitas despejarte, salir, si Alberto no quiere acompañarte yo me ocupare de cuidarte y además…, es una noche, no abandonas tus deberes. Si tu novio no te atiende él se lo pierde. -en ese momento pensé que Ian no sabría que Alberto y yo ya no tenía compromiso alguno.
-Bueno Alberto ya no tiene obligación de cuidarme, de momento hemos decidido dejar pasar un tiempo. -tampoco quería ser muy explícito con él.
-Entonces…, ¡por favor! Autorízame a que te recoja, lo vas a pasar bien y olvidar todos tus problemas, te lo garantizo. -dejó salir de nuevo su risa y me contagió haciendo que riera con él.
-Eres terrible y también temible Ian, a veces me das miedo. -su risa sonaba al otro lado convulsa y contagiosa.
-Lo único bueno que tengo es que se bailar y esta noche te lo demostraré, si quieres ser mi pareja. -no podía dejar de reír imaginando sus pasos académicos en la pista de la sala de fiestas.
-Ummmm, Esta bien, casi me has convencido y ¿no habrá otras novedades? -no se porque dije mis últimas palabras, pero un segundo después me arrepentía de haberlas dicho.
-Puede haber más sorpresas, pero solo hasta donde tu quieras, sabes que soy tu enamorado despechado pero fiel. -sonreía a mi pesar halagado y sentí un pequeño ramalazo de placer en mi polla y como mi culito se contraía.
-¡Jo Ian! siempre estás de broma. -llevaba ya varios días sin tener sexo, la persona que pensaba que me llevaría cada noche a la cama no respondía a mis llamadas, aunque ya no fuera mi novio oficial, yo amaba a Alberto y no esperaba de él esa reacción tan negativa a nuestro último encuentro, aunque le entendía o deseaba comprenderle.
Indudablemente mi educación sexual era muy distinta a la suya, él era una personal medianamente normal en sus necesidades sexuales, yo, quisiera o no, había sido enseñado para ser puto, y lo llevaba ya inscrito en mi ADN. Mi culito, necesitaba cada cierto tiempo, ser motivo de satisfacción para un macho, necesitaba sentirlo lleno de carne y además de un macho que me supiera exigir y portarse como semental puro y dominante.
Dejé mis pensamientos para responder porque ambos nos habíamos quedado callados y el éter solo trasmitía ruidos inexplicables.
-Esta bien Ian, una fiesta es una fiesta y si no quieres molestarte, si van a ir Erico y Ruben, puedo pedirles que me lleven… -su risa volvió a sonar aunque ahora se escuchaba algo nerviosa.
-Ni hablar, yo he conseguido sacarte de tu guarida y ahora no voy a dejar el campo libre a Erico para que te lleve a su vera. Te recogeré a las nueve antes de la cena, espero que me dejen traspasar los muros de tu cárcel sin problemas.
Después de despedirnos me entretuve nadando en la piscina interior, y una vez cansado, dándome una relajante ducha de agua muy caliente en mi habitación.
indudablemente, ahora, aquel largo pasillo me parecía enorme e interminable. Pasar por delante de los aposentos que ocupara Eduardo, y luego los de Pablo era muy triste, me parecía imposible que ahora tuviera un enorme pabellón, toda un ala de la mansión para mi solo, como le sucedía a Ana María.
Me sentía abrumado y miré a las cámaras de seguridad, agradecía que, aunque fuera en la distancia, alguien me mirara caminar por el desierto y silencioso pasillo.
Ian llegó, y claro, él supo esquivar la vigilancia y permitirse el acceso como era lógico y previsible. El ruido de la moto se escuchaba en la entrada principal, temí por un momento que llegara a molestar a Ana María.
-¿Llegará tarde el señor? -contemplé la figura del fiel Tomas.
-Métete en la cama y no pienses en mi regreso, igual no vuelvo en toda la noche. -sabía, a pesar de su cortes inclinación de cabeza, que no me atendería, para él sería imperdonable no estar pendiente de la hora en que sus señores llegaran, y ahora, para él yo era su señor.
Me abracé a la cintura de Ian después de colocarme el casco que me entregó.
-Has sido rápido.
-Estaba esperándote cowboy, arranca. -en plan de broma aceleró un par de veces haciendo una ruidosa gracia antes de comenzar a rodar.
Las luces del parque estaban ya encendidas a pesar de no haber anochecido, y avanzó por la avenida de robles casi en silencio, sin el estrépito que antes provocaba, hasta la enorme puerta de hijo forjado. El guarda de seguridad nos permitió la salida sin preguntar ni moverse de su garita.
Cuando salimos a la carretera que bordea la costa, solté un momento las manos de su cintura, las elevé al colorido cielo y dejé salir un alarido de alegre y gozosa liberad.
-¡Wauuuu! Está precioso el anochecer. -Ian volví un instante la cabeza vi relucir sus ojos en una sonrisa cómplice.
-Agárrate a mi, loco. -no se el motivo, pero abracé con fuerza su cintura y apoyé la cara, bueno, el caso en su ancha y dura espalda plagada de fuertes músculos mientras aceleraba y cogimos velocidad, sentía el cálido viento que me azotaba el rostro.
-¡No quiero ir a fiesta alguna! -hablaba para mi y creía que no me escuchaba.
-¿Qué dices? -apartó la mano izquierda del manillar de la moto para sujetar las mías, abrazas a su abdomen y apretarlas contra él. Me hacía sentir el calor de su cuerpo y la dureza de sus abdominales, pero inmediatamente volvió a controlar la dirección de la moto.
No le respondí, en cambio apreté mis brazos alrededor de su cuerpo duro y fibroso, nunca pensé que deseara ese cuerpo y que hacía que tuviera fantasías con él, estaba loco de verdad.
Sinceramente Ian estaba buenísimo, el baile moldeaba su cuerpo y sentía delante de mis piernas la fortaleza y dureza de su redondo culo, aunque a mi me interesaba más lo que tenía por delante.
-Nada, no me hagas caso, que lo vamos a pasar muy bien, tengo ganas de divertirme y no pensar. -seguro que él no me escuchó, o no del todo, solamente redujo la marcha y volvió a sujetar mis manos, pero bajándolas un poco hasta que hice contacto con el bulto duro y grande de su entrepierna.
Lo que él entendiera le había puesto contento y dado confianza, no aparté las manos de donde él me las había colocado, pero tampoco hice nada, para no producir un accidente y porque no estaba aún seguro de lo que pudiera surgir esta noche, me limité a sentir las fuertes contracciones del bulto que tenía vida propia bajo mis manos.
En el restaurante que habían reservado, y que no era el que esperaba que fuera, nuestro lugar de encuentros de siempre, estaba todo un numeroso grupo de amigos entre los que se encontraban los primos de Oriol, algunos se levantaron con rapidez entre gritos de bienvenida para abrazarnos.
-Estas precioso, increíble, parece que tu ex no sabe apreciarte. -Rubén me daba un ligero beso en los labios mientras me hablaba.
-Tu no estás peor. -nos reímos los dos abrazándonos. Pues Rubén siendo diferente a mi, más sofisticado y femenino, con peinados algo estrambóticos, su cara y su cuerpo no dejaba indiferente a los machos.
Su hermano, sin embargo, solo me plantó un beso en la mejilla y un apretón de manos, ya sabía que Erico, hacía algún tiempo, se había follado a los putos de su hermano Ruben y a su primo Oriol, y que era todo un macho, pero también le gustaban los nenes guapos, aunque a mi parecía tenerme más respeto y se mantenía alejado.
La cena transcurrió entretenida, en una charla tan nutrida que no me enteraba de nada, hablaban varios a la vez y únicamente lograba comunicarme con los más cercanos, Ian a mi derecha y, quizá desafortunadamente, Erico a la izquierda, pero enfrente tenía a Rubén que me hablaba a gritos.
Alguna vez, como al descuido, Ian colocaba la mano izquierda sobre mi muslo, apretándolo sin fuerza cuando quería que diera una confirmación a sus palabras, pero a veces la seguía manteniendo en una tenue caricia que me ponía nervioso.
Sinceramente no perdonaba a Alberto que no estuviera a mi lado, comportándose como hacia Ian, intentando conquistarme, seducirme como él hacía sin cansarse, sin que le oyeran los demás, susurrándome lo guapo que me veía esa noche, que me brillaban espléndidamente los ojos, que le embriaga mi aliento, que mis labios estaban rojos como una flor para besarlos.
Porque lo necesitaba, si, y no podía evitarlo, como lo que era, una buena zorrita que había pasado demasiado tiempo sin sentirme controlada por un macho.
Ian me estaba arruinando la noche aunque él no lo supiera, no quería que fuera con él, había decidido que fuéramos amigos y nada más. Si en su lugar hubiera sido Erico, le hubiera pedido que me lleva a un hotel, a su casa, al campo al aire libre en esa noche estrellada y caliente, y que me hiciera rendirme ante su fuerza de macho, pero…, ¡joder!, con Ian, a pesar de estar tan bueno, me daba corte después de haberle parado los pies como lo hice.
En un momento que su mano se deslizaba más arriba de mi muslo se la sujeté apresándola pero sin separarle.
-Ian, por favor. -enseguida me miró arrugando el entrecejo y le note entristecida la mirada.
-Perdona Ángel, no quería molestarte. -aquel gesto suyo y su sincera disculpa me dejaron rojo de vergüenza, al menos no se había enterado nadie de que le había cortado y podía temer al ridículo. Sentí una fuerte opresión en el pecho y como mi corazón latía más rápido.
Nos mirábamos fijamente y sentía pena, lástima por mi amigo que según él me amaba y yo no le daba la más mínima esperanza, y mientras mas le miraba mejor apreciaba sus bellos y viriles rasgos.
Apreté su mano que aún sostenía sobre mi muslo y le dirigí una sonrisa tímida.
-No tengo nada que perdonarte Ian y no me molestas, en realidad me gusta.
Mejor que no se lo hubiera dicho, pareció que a partir de aquel momento le había dado permiso para todo, y empezó a comportarse como un auténtico enamorado, a veces estrechándome cogiéndome de los hombros, claro que nadie se daba cuenta porque ya todos habían bebido más de seis cervezas.
Alguien si lo había notado, Rubén desde el otro lado de la mesa me guiñaba un ojo, complice con lo que estaba sucediendo entre Ian y yo, y a veces sacaba la lengua relamiéndose los bellos y perfilados labios, como diciendo que aprovechara, porque él no lo dudaría un segundo.
La cena terminó bastante tarde, creía que todo llegaría hasta ahí, pero éramos jóvenes, el verano estaba en su apogeo, la noche cálida.
El tugurio donde entramos estaba casi a oscuras, el alumbrado de la calle inexistente, dentro del tugurio tardamos en acostumbrar la vista. El ruido era brutal y ensordecedor, los olores corporales quizá resultaban hasta inmundos, se mezclaban todos los efluvios para hacer denso y palpable el aire que respirábamos y casi podía cortarse.
Iba a retroceder cuando Ian me sujetó la mano y tiró de mi arrastrándome hasta el final de la larga sala, allí parecía más despejado, quizá por estar lejos de la puerta donde entraba salía el público continuamente.
No había mesas libres, y menos asientos para descansar si alguno quería, entonces teníamos solamente un trozo de barra despejada y la pequeña pista de baile donde no se podía ver si algún bailarín la ocupaba por la oscuro que que estaba aquella zona.
-Parece una habitación oscura donde cada cual agarra lo que puede. -después de hablar Ruben soltó una carcajada que otros secundaron.
Pidieron para beber y no me preguntaron lo que quería, debía de ser consumición estandard y única para todos. No me disgustó el sabor y con la sed que llevaba me bebí la mitad del primer vaso.
-Ten cuidado es piña con vodka y va cargado. -Erico me sujetó el vaso para volverlo a colocar en el mostrador, evitando que me bebiera todo el contenido, y me pareció gracioso que estuviera preocupado de lo que pudiera sucederme.
-Gracias primito, algún día te devolveré el favor. -Erico lanzó una risotada y para hablarme otra vez tuvo que acercar la boca a mi oreja hasta hacerme sentir su aliento.
-No soy tu primo, pero no me importaría serlo. -continuando la conversación surgida me abracé a él para que bajara la cabeza y le grité en el oido.
-¿Un primito como Oriol? -no pude verle el rubor pero sentí el calor que desprendía su oreja. Sin separarse argumentó.
-Es posible, ¿por qué no? Puedo realizar esa función cuando gustes. -sentí como bajando la mano me sujetó por una nalga y me la apretó, pero no hubo más porque Ian tiró de mi brazo reclamándome.
-Termina la consumición y vamos a la pista, espero que haya lugar para podernos meter. -como él me dijo terminé de beber lo que faltaba, sentía que la cabeza se me iba pero estaba fresco y me gustaba el sabor.
Al momento de alejarnos pude ver que Erico me miraba y me hizo una señal diciendo que no estaba bien que bebiera tan rápido.
Desde luego el lugar no estaba para que Ian pudiera lucirse bailando como en su pista de la escuela de danza, teníamos como mucho veinte centímetros cuadrados para nosotros y teniendo que soportar los empujones del apiñado publico que nos rodeaba.
Me quedé estático esperando su decisión, y sin más me sujetó de la cintura llevándome hacía el y enlazándome para bailar agarrados.
-Si no hay otra manera no renuncio a tenerte a mi lado. -dejé salir una alegre y nerviosa risa y me apreté a su cuerpo dejándole que me llevara el poco espacio de que disponíamos para mover algunos pasos.
En realidad más que baile resultaba estar abrazados haciendo pequeños movimientos. Ian abrazó mi cintura y yo a mi vez la suya, elevé la cabeza aunque no podía casi verle, como movimiento reflejo Ian bajó la suya y nuestros labios se encontraron en un beso ligero.
-Lo siento Ian, no es tu día.
-No importa, ¡tú no estás a gusto! yo me conformo con poderte abrazar como ahora hago. -de repente, y antes de que bajara la cabeza, él volvió a bajarla y hacer que nuestras bocas se unieran de nuevo.
Sentí sus labios trémulos y calientes apretando los míos, el aliento que se le escapaba y golpeaba en mi cara a través de la separación de nuestras pieles. Hizo una ligera presión solicitando que participara y entreabrí la boca como afirmación a sus deseos.
Ian al instante metió la lengua explorando mi cavidad bucal lentamente, acariciando con su lengua todo el interior de mi boca. Este era un Ian que no conocía, dulce, suave, amoroso, y exigente a veces lengüeteando aprisa pidiendo que hiciera lo mismo sin palabras.
-Me gusta besarte Ángel, dime si me estoy pasando.
-Sigue bobito, besas de maravilla. -era cierto, su boca caliente me sabía muy sabrosa llena de abundante saliva, tan suave y deliciosa, y no dudo que él sintiera lo mismo al explorar la mía.
Y claro, no podía ser de otra manera, empezó a excitarse, ya lo estaba, pero ahora sentía en mi tripita la dureza urgente de un hierro calentado en la fragua que no podía calmarse. Yo también estaba muy caliente, pero él no lo notaba de igual forma a lo que yo sentía pegado a mi cuerpo, además a él no le importaba mi pene, solamente se centraba en acariciarme las nalgas, e intentar hacer un hueco en mi pantalón para meter la mano y llegar con los dedos a mi raja.
Era tal su énfasis, que sin dejar de comerme los labios y mordisquearlos, consiguió lo que quería, solo tuve que encoger ligeramente el vientre para que tuviera suficiente espacio y permitirle que llegara a su sueño dorado.
Por debajo del pantalón solamente llevaba un tenue suspensorio, para que sujetara mis atributos de hombre, el culito estaba expedido a cualquier aventura de un atrevido macho. Era mi manera de vestir para realzar mi culito, y que a veces el pantalón se me incrustara entre mis montañitas duras y pequeñas separándolas.
Cuando su dedo acaricio la estrella dorada de mi ano deje escapar un hondo suspiro.
-¡Haaaa! Ian, ¿qué me haces? -una pregunta inútil.
-Te toco el culito nada más, ¿no te gusta? lo siento tan calentito, y suave.
-Sí, continua por favor no pares. -me apreté más contra él y elevé una pierna cruzándola con la suya para que tuviera mas facilidad y pudiera jugar con mi culito.
Sacó la mano y me la ofreció para se la humedeciera metiéndome los cuatro dedos en la boca. Luego buscó otra vez mi entrada, ahora ya me había aflojado el botón de la cintura del pantalón y no tenía impedimento para torturarme con las caricias que me prodigaba.
-Te voy a meter un dedo en el culito. -su tono era grave de puro macho, había tomado el control y solamente avisaba de lo que pasaría y que estuviera preparado.
-Si, fóllame con tus dedos Ian. -no nos movíamos, mi pierna apresaba la suya y la utilizaba para elevarme y que llegara mejor a mi ano. Apretó y sin dolor mi culo fue tragando su dedo.
-¡Ahh! Ian, que rico se siente, ábrete la bragueta, quiero tocar tu verga. -con la otra mano se bajó la cremallera para permitir que metiera mi mano buscando la caliente pija que deseaba salir de su encierro.
-La sentía palpitar en mi mano, caliente y dura, húmeda de los flujos que le salían abundantes. La acaricié y me pasó la humedad que tenía a la mano, me la llevé a la boca y aproveché para olerla, con certeza puedo decir que el sabor y el olor eran neutros, o yo no era capaz de percibirlos.
-Esta caliente muy dura Ian.
-Tu la pones así precioso, tu eres el motivo de que la tenga a full y a punto de correrme. -mientras hablábamos, y yo le manoseaba la dulce y rica pija caliente, el no dejaba de hacer todo lo que podía en mi culo, esforzándose en meterme tres dedos pero el lugar no era el propicio.
-¡Que rico culito amor!, te lo atrevesaría con mi verga. -pasé la palma de la mano por el capullo de la polla y elevé los brazos para sujetarme a su cuello.
-Hazlo Ian, quiero que me folles, necesito ya tu verga o me vuelvo loco.
-Ven, sígueme. -tiró de mi mano llevándome, apartando sin consideración a los bailarines que nos rodeaban, me llevó por un corto pasillo detrás de la pista de baile, había varias puertas y las fue abriendo mientras pasábamos hasta que encontró la que le pareció conveniente. Era un baño algo grande, no demasiado pero suficiente para consumar lo que nos urgía.
Cerró la puerta, el pestillo estaba estropeado, Ian lanzó una maldición pero no salimos de allí, se colocó apoyando la espalda en la puerta y tiró de mi para abrazarme por detrás.
Podía sentir, a través de la tela del pantalón el calor y la dureza de su verga que no había vuelto a meter en el pantalón desde la pista de baile.
-Te voy a dar rico por el culo. -y me mordió la nuca.
-Mi verga te va llegar hasta el estómago. -y me chupaba la oreja.
-Vas a ser mío por voluntad propia. -ahora volví la cabeza para que me besara en los labios. Mientras me morreaba a base de bien, me empujaba de los hombros reclamando el derecho de macho dominante, a que me arrodillara ante él, y le mamara la polla.
Y lo hice de buen grado, caí de rodillas y enfrente de mi cara tenía su gran pedazo, brillaba a la escasa luz del cubículo por los líquidos que manaban de la boquita del capullo, me relamí los labios y poniéndolos en forma de corazón los aplique a la puntita, y sorbí los preciados líquidos que surgían.
Me relamí los labios y elevé la vista para mirar a mi macho, estaba tan rojo que podría sufrir una apoplejía, le guiñe un ojo sonriendo pero él no sonreía, me miraba fijamente sin llegar a creerse que me tuviera tan rendido para él.
-Quítate los pantalones, quiero tenerlo todo a la vista. -rápidamente se puso a obedecer lo que le pedía, y ayudado por mi que tiraba con fuerza de las perneras lo bajamos hasta los tobillos, tuvo un traspiés al levantar un pie para quitarse el zapato y cayó sobre mi, soltamos los dos la carcajada.
-Si me matas no podré chupártela y no me darás por el culo. -Y al fin tenía libre su pene, sus gordas y peludas pelotas y sus musculosas y moldeadas piernas, me abracé a ellas y empecé a besar aquellos huevos de ensueño, aquí si había olores, olores fuertes de macho y la boca se me hizo agua.
Lamí, comí verga y chupé con todas mis fuerzas hasta conseguir que Ian se derrumbara pidiendo piedad.
-Para, detenta, ya vale, no quiero correrme aún.
-Pero yo quiero comerme tu leche, tu polla me sabe rica. -no le tenía en cuenta los vómitos que me había producido al follarme con saña la boca, y llegar a metérmela toda ella en la garganta, porque me había encantado sentirme ahogado por esa carne tan rica.
Pero hice lo que me pedía, él mandaba y me puse de pié, empezó a desnudarme, pero de medio cuerpo como él estaba, me quería encueradito del todo y entre los dos, y entre risas sofocadas, conseguimos dejarme como niño recién nacido.
Me dirigió para que me arrodillara sobre la taza del váter y me sacó el culo elevándome.
-Apóyate en el depósito y saca bien el culito. -se inclinó y lo primero que hizo fue lamerme el ano haciendo fuerza con la lengua para penetrarme, tenía ya dilatado el culo por sus juegos en la pista de baile, pero no lo suficiente para que me clavara la pija sin que me doliera, y se afanó en chupar y chupar mientras yo gritaba pidiendo mas lengua.
-Dame Ian, se mi macho semental, estoy para ti, clávame lo que quieras amor, quiero el culo lleno. -y gritaba, sí, gritaba casi hasta llorar porque era una huracan lo que hurgaba en mi ano, era viento cálido, a veces fuego, era agua de lluvia torrencial.
-¡Ayyy! Qué rico amor, que bien me comes. -vaya que si me comía y me metía los dedos, la lengua, y me soplaba, los ruidos que se escuchaban de fuera no eran importantes, no los prestábamos atención, alguien había abierto ligeramente la puerta y dos cabezas se asomaban viendo la escena de sexo en primer plano.
Se canso de chupar y me azoto con dos nalgadas, que aún doliéndome, me hicieron gritar de gozo.
-Ya estas listo, ahora tendrás tu premio. -me azoto en la raja con la verga, golpeaba fuerte haciendo que abriera y cerrara el ano, y de repente la situó y con suavidad pero sin detenerse me la metió hasta los huevos, me parecía pequeña aunque no lo era, y con mi mano le empuja del culo para que entrara más.
-No tengo más amor, la tienes metida hasta los huevos.
-Dame duro Ian, jódeme el culo.
Ian era una máquina, además de fuerza imprimía enorme velocidad que conseguía hacerme sollozar de gusto.
-Toma verga, toma, toma. -sus huevos retumbaban golpeando en mi perineo y a veces coincidía en el movimiento de mis huevos y se acarician entre ellos, o los pelos de sus cojones pasaban como plumas sobre los míos.
-Me voy a correr Ian, no aguanto más. Fuerte, dame fuerte. -y sus movimientos ahora lograban llegar más profundo con empellones que me lanzaban contra el depósito del váter.
El golpear de su glande, en no se que partes de mi interior, conseguía que los calambres llegaran desde mis huevos hasta hasta la punta de la mi verga de donde ya salía un abundante caudal de esperma que se estrellaba contra la loza blanca del depósito.
-¡Haaaa! Qué rico Ian. -y no podía hablar más, solamente apoyé la cabeza sobre la fría loza y disfrute de sus continuas embestidas que me arrancaban las últimas gotas de leche. Estaba como desmayado pero Ian no cedía y continuaba follándome que era un placer.
Hasta que aceleró las metidas y sacadas anunciando que estaba pronto a derramarse.
-En la boca Ian, quiero tu semen en la boca. -sacó rápidamente la verga de mi culo y me ayudó con una mano a sentarme en la taza, sin dejar de pajearse la verga que esta a explotar de roja.
Abrí la boca y saque la lengua para estimularle con lamidas el glande, para que se terminara de correr.
-Dámela, dámela Ian.
-Ya, ya va. -su mano no se veía por la velocidad que imprimía a su movimiento.
-Ya, me está, ya está aquí la leche que quieres. -atrape la punta de la verga entre mis labios antes de que saliera el primer chorro de semen y fui sintiendo como me llenaba la boca, no lo tragaba y esperaba para ver si conseguía llenármela de tanto que le salía, esperé hasta que dejó de convulsionar como hacen los machos sementales cuando sienten que la vida se les escapa por la verga para preñar a sus hembras.
Su leche estaba muy caliente pero no sentía mucho sabor, me encantaba jugar con ella en la boca, revolviéndola entre los dientes y bañando el capullo de su verga en su propia leche.
Al final me los trague todo, apenado de que no hubiera más, le pasé la lengua para dejarle limpia y brillante la polla.
-Me gusta tu semen Ian, me encanta tu verga.
-Y me has hecho sufrir tanto. -de pie y abrazados nos besamos y relamió mi boca para hallar restos de su corrida, entonces escuchamos aplausos en la puerta del aseo, nos dimos la vuelta sorprendidos, Ruben y su hermano Erico taponaban la entrada protegiéndonos de otras miradas.
-Ha faltado poco para que todo el bar os viera follando.
Seguirá…
Continúa