LA ISLA – Cap.01 Cuando todo cambió
Cinco personas naufragan a una isla tropical y las cosas se tornan calientes….
El joven Miguel se despertó de golpe a causa de una pesadilla, la misma de casi todas esas noches. Su torso desnudo estaba completamente sudado al igual que su frente, se giró y vio que su compañero de tienda aún dormía, así que mejor decidió salir a caminar un poco y ver el amanecer; además estaba seguro que los ronquidos del capitán no lo dejarían volver a dormir.
Parecía que estas caminatas matutinas eran una nueva costumbre para el joven grumete y de las pocas cosas que le ayudaban a mantener la cordura. Ya tenían un mes de estar varados en esa isla y a pesar de ello, si cerraba los ojos podía recordar vívidamente la noche en la que una terrible tormenta azotó su barco y los hizo naufragar en medio del Océano Pacífico.
Caminó descalzo por aquella hermosa playa, dejando sus huellas en la suave arena blanca, iluminado por los primeros rayos de luz que se asomaban por el horizonte. Él sabía que, si continuaba caminando así, bordeando la costa, en unas tres horas le daría la vuelta completa a la pequeña y deshabitada isla (aunque ahora lo estaba, por él, el viejo capitán y los otros tres sobrevivientes). Entonces Miguel se detuvo y, llevando puesto sólo su ajustado bóxer gris, se sentó en una piedra y esperó a que el sol terminara de salir; sintiendo las frescas olas en sus pies, a la vez que pensaba en como a sus 19 años su vida drásticamente había cambiado.
De regreso en el campamento, el chico encontró movimiento por parte de los otros náufragos. El buen doctor y su pequeño hijo ya estaban levantados y vestidos, acomodando la tienda que compartían. El otro pasajero, que era un comerciante de ascendencia turca, se encontraba encendiendo el fuego para preparar la comida, puesto que ahora hacía las veces de cocinero.
Y el capitán se ponía su uniforme (o lo que quedaba de éste ahora rasgado y sucio), cuando vio a su grumete y le dio los buenos días con una sonrisa. Esto era otra de las cosas que le daban ánimos a Miguel; ya que el muchacho admiraba mucho a su superior desde que comenzó a trabajar en su tripulación un año atrás, y aún en la isla le respetaba y acataba sus órdenes.
Esa mañana no parecía ser muy distinta a ninguna otra anterior; pues para todo ese tiempo trascurrido, los cinco supervivientes habían establecido todo un sistema con roles individuales, rutinas diarias y otras tareas; lo que les permitió adaptarse lo mejor posible a la nueva vida juntos en la isla. A partir de la segunda noche ya contaban con un campamento junto a la costa, que consistía en una fogata y tres tiendas rudimentarias, hechas con toldos y otros materiales recolectados de los restos del barco que la marea trajo consigo a la playa.
También habían juntado mucha madera para hacer una enorme pira u hoguera, misma que siempre mantenían seca y lista para encender al instante en que alguno divisara a lo lejos una embarcación que pudiera rescatarlos. El agua no fue un problema; ya que por suerte cerca de ahí corría un riachuelo que, si lo seguían adentrándose en la jungla, los llevaba a una hermosa cascada de agua cristalina y pura para beber. En cuanto a la comida la situación no fue tan fácil. Sí contaban con acceso a cocos y otras frutas tropicales; pero para la carne tuvieron que perfeccionar sus habilidades de pesca e intensificar su destreza para poder atrapar a los escurridizos cangrejos de playa o derribar alguna ave migratoria con resortera.
Así que como de costumbre Miguel y el pequeño Santiago irían a recolectar cocos al extremo este de la isla, al que casualmente llamaban “Punta Coco”, mientras que el capitán y el doctor se encargarían de la pesca en el lado opuesto; en lo que el comerciante los aguardaría cómodamente en su tienda. El turco a diferencia de los otros cuatro, no solía colaborar mucho además de cocinar; se pasaba los días quejándose y siempre de muy mal humor, renegando aquí y allá, diciendo como él había perdido toda su mercadería y fortuna en el naufragio, y como su esposa y tres hijos varones le esperaban de regreso en la civilización; pero a los demás ya no les afectaba su mala actitud, todo eso ya era parte del nuevo día a día.
Por el contrario ‘Santi’, el hijo de 12 añitos del doctor, siempre estaba dispuesto a colaborar con todos, en especial con el grumete. Para el niño, Miguel era como el hermano mayor que nunca tuvo y siempre quiso, y por esa razón desde el incidente ambos se tornaron muy unidos; porque, a decir verdad, el joven marinero también le había tomado mucho cariño al pequeño.
Ya con el sol sobre los hombros el par caminó descalzos por la playa rumbo a Punta Coco. El crío llevaba puesta su camiseta de tirantes naranja y una calzoneta color verde-militar, y el joven tripulante vestía su uniforme; pantalón azul marino (ahora recortado a la altura de las rodillas) y una camisa celeste (con las mangas arrancadas) completamente desabotonada; puesto que el calor húmedo de esa isla era infernal y traspiraba mucho.
Una vez en el lugar iniciaron con la faena. Miguel trepaba las palmeras empleado su cinturón anudado con el del capitán, a modo de amarre, para así sostenerse por la cintura al tronco e impulsarse ágilmente con la fuerza de sus cuatro extremidades. Santi por su parte esperaba en el suelo con una tela extendida, para así atrapar los frutos que el grumete le arrojaba una vez los cortaba con el machete. Desde ahí abajo el niñito podía admirar el cuerpo largo y delgado, pero a la vez bien definido del adolescente, y como los bíceps y el abdomen del muchacho se marcaban cada vez que los usaba para escalar por aquellos altos cocoteros.
Pero lo que más le llamaba la atención a Santi de Miguel eran las piernas del chico, que eran muy peludas; así como también que éste tenía muchos vellos en las axilas, incluso en los pezones, y una espesa hilera de pelos negros que le subían del pubis hasta el ombligo.
Santiago había notado que todos los hombres en la isla eran eso, hombres. Incluso el joven marinero era varonil y muy masculino como los otros tres adultos, y él era el único niñito completamente lampiño; lo que lo frustraba y ponía muy ansioso por querer desarrollar de una vez y tener pelos como Miguel o incluso su padre, que es todo un macho de pelo en pecho.
Absorto en esos pensamientos, el niño no notó cuando el grumete descendió de la última palmera y quedó frente a él, y mucho menos escuchó lo que éste le decía.
– ¡Hey! ¡¿Santi?! —Le habló más fuerte Miguel, al tiempo que se limpiaba el sudor de la frente con un pañuelo rojo que siempre llevaba anudado en la muñeca derecha.
– Eh…perdón… ¿Qué dijiste? —Preguntó el infante volviendo de su ensimismamiento, sólo para poder sentir a un palmo de su rostro el intenso hedor a sobaco sudado emanar de la axila de Miguel, y con eso el crío pensó como éste ya hasta olía tan intenso como los otros tres adultos.
– Dije que ya tenemos suficientes cocos. —Pero al ver como el pequeño volvía a quedarse ido, agregó– ¡Olvídalo! Sólo volvamos al campamento.
Y sonriendo le alborotó con la mano el cabello ensortijado a su ‘hermanito’, a modo de juego y señal de afecto, algo que le hacía seguido.
De regreso el niño y el muchacho platicaban y bromeaban como de costumbre, como si en verdad se tratara de dos hermanos muy cercanos. En lo que Miguel le pidió al chiquillo que se adelantara, pues tenía que orinar. Santi entonces llegó primero al refugio, colocó donde siempre los cocos que traía consigo y se puso a buscar si quedaba alguna fruta, ya que tenía mucha hambre; pero no encontró nada. En eso recordó que Ahmed, el comerciante, siempre guardaba cosas, así que fue a su tienda. Cuando el niñito llegó y estaba a punto de levantar la lona que hacía las de puerta, oyó ruidos extraños; por lo que curioso apenas y movió el grueso toldo, sólo lo suficiente para poder espiar lo que el hombre hacía allí dentro.
El turco es un maduro de 53 años, de aspecto imponente y ante los ojos de Santi es todo un ‘gorilón’, ya que es grande y muy corpulento; pero sobre todo es extremadamente velludo. Tiene mucho pelo en el pecho y en su prominente panza, e inclusive tiene vellos por toda la espalda y los hombros; por ello desde el naufragio sólo usa un pantalón gris de tela recortado a medio-muslo y nada en su torso (excepto por la gruesa cadena de oro en su cuello), puesto que él es el que más traspira con el perpetuo calor tropical de la isla.
Entre las sombras producidas por el toldo el pequeño logró distinguir al comerciante, vio como éste se encontraba recostado en su camastro y notó que traía los pantalones abajo de las rodillas, y como con la mano izquierda sostenía un manojo de hojas de papel arrugadas y con la derecha agarraba lo que tendría que ser su miembro masculino. A Santi le fue difícil entender esto último, por la sencilla razón que el niño nunca antes había visto uno de esas descomunales proporciones, ni que estuviera duro y apuntando firme al techo de la tienda.
Lo cierto era que parte del mal humor constante del turco, era debido a su perpetuo deseo carnal y la frustración sexual que tenía por no poder satisfacerlo más que consigo mismo. Por esa razón Ahmed era tan retraído y no interactuaba tanto con los otros, y por eso prefería recluirse a su tienda y masturbarse varias veces al día, dos o tres, y a veces hasta más.
Y lo que tenía en su mano izquierda, no era otra cosa más que un par de páginas de lo que fue una revista pornográfica, que debió ser de alguno de los marineros, y que él había encontrado entre los restos de cosas que recuperaron los días después del fatídico suceso.
Santiago se quedó inmóvil; pese a que no entendía bien lo que aquel macho estaba haciéndose, el sólo sentir el vapor corporal que desprendía ese robusto hombre y como esa pequeña tienda contenía todo el hedor y testosterona que emanaban de Ahmed, fue demasiado para él; por lo que quedó en trance viendo al turco ‘jugar’ con su peluda entrepierna. El perplejo niño observaba detenidamente los movimientos de esa maciza mano, de nudillos peludos y llena de anillos de oro, sobre aquella formidable herramienta viril. El comerciante se jalaba la verga de arriba abajo y con tal ímpetu que hacía que sus enormes y oscuros testículos brincaran con cada movimiento, revolviendo aún más los intensos olores en el ambiente; lo que a su vez causaba que el desconcertado infante tragara en seco, al mismo tiempo que sentía como su propia pijita se endurecía y ponía rígida en su calzoncillo con diseño de Superman.
Miguel llegó al campamento, soltó su carga de cocos junto a la otra y se extrañó al no ver a su hermanito; así que lo llamó repetidas veces en voz alta. Los gritos del grumete sacaron del trance al pequeño Santiago, que ya estaba hasta sudando y sentía su cuerpecito muy caliente; pero también alertaron a Ahmed, quien gruñendo ocultó las páginas con mujeres desnudas, guardó con bastante dificultad su erecto falo en el pantalón y salió de su tienda. Al salir el turco vio al muchacho llamando al hijo del médico, escupió al suelo en señal de frustración y trató de acomodarse la entrepierna exageradamente abultada. Miguel por su parte no pudo evitar notar la erección del comerciante; ya que sus dimensiones eran tales, que la ajustada tela del pantalón no podía disimular la forma de aquel morcillozo trozo de carne viril.
El muchacho pasó de largo por la tienda de Ahmed y se dirigió a la del doctor. Allí encontró a Santiago, quien estaba sentado sobre unos fardos y cajas de madera que su padre guardaba. El marino entró y se sentó a la par del niño, éste estaba cabizbajo y con las manitos entrelazadas en medio de sus pálidas piernas, y lo notó muy sudado y con las mejillas coloradas.
– ¿Te pasó algo ‘Manito’? —Le preguntó el adolescente, asegurándose de usar el apodo de cariño que tanto le gustaba a Santi y de esa forma reconfortarlo un poco.
Pero el pequeño no le respondió, pues tenía miedo de interrogarlo acerca de lo que había visto hacer al turco; porque quizás no lo entendía del todo, pero algo le decía que no era algo bueno.
– ¡Vamos Manito! Sabes que puedes hablar conmigo de lo que sea. —Le insistió Miguel– Hace un rato con los cocos estabas raro, y ahora desapareces y te encuentro así. Dime, ¿qué pasó?
Entonces el chiquillo al fin habló. Se armó de valor y entre muchas vueltas pudo contarle al grumete lo que había visto hacía unos pocos minutos atrás. Está demás decir que Miguel se quedó muy sorprendido al escuchar todo eso, a la vez que se imaginaba la morbosa escena de su hermanito espiando a aquel velludo macho masturbarse.
– ¿Qué era lo que estaba haciendo don Ahmed? —Le inquirió Santi a su hermano mayor.
– Eso se llama ‘hacerse la paja’. —Respondió el chico después de pensárselo un poco.
– ¿La paja? —Preguntó ya más desinhibido el crío; en lo que se giraba para ver de frente al muchacho de ojos verdes y barbita de chivo al que tanto admiraba– ¿Y qué es eso?
Miguel ya sudaba por la incómoda situación, sentía como los vellos negros de sus axilas estaban empapados, al tiempo que trataba de ser honesto con el niño; pero de una manera en la que éste le pudiera entender a sus cortos 12 años de edad.
– Mira Manito; lo que pasa es que cuando te haces hombre, ya sabes, cuando te salen pelos como a mí y a tu papá, uno se… Pues uno se excita de ahí abajo…
– ¿De abajo? —Indagó el confundido niñito.
– Sí, de tu verga… Y pues, cuando eso pasa uno quiere jalársela y a eso le decimos paja.
El joven marinero tenía la boca seca; ya que se sentía un poco nervioso y con cierto morbo; tanto que se percató de cómo su miembro empezaba a moverse en su entrepierna.
– ¿Pero y como para que sirve hacerse la paja? —Insistió el curioso de Santiago.
– Pues… Porque se siente rico y bueno… Así uno se ordeña… —Y antes de que Santi volviera a preguntar, Miguel continuó– Es que cuando ya eres hombre, produces leche en tus bolas.
– ¡¿Leche?! ¿En serio? ¿Cómo la leche materna o cómo…?
– No. Es leche de macho y te sale de la verga… Sabes, creo que es mejor lo hables con tu papá.
El liado adolescente sintió que el tema se le estaba yendo de las manos y que incluso estaba cruzando algún límite que no debía, que definitivamente era mejor que el doctor fuera quien le explicara todo eso a su hijo; sin mencionar que su verga ya estaba bien erecta y eso le desconcertó mucho. Entonces Miguel se levantó de golpe y le informó al pequeñín preguntón, que tenía que continuar con sus tareas diarias, que tomaría los contenedores plásticos vacíos y los llevaría a la Cascada para llenarlos con agua fresca. Su hermanito por supuesto quiso acompañarlo; pero el grumete le dijo que no, que mejor se quedara en el refugio a esperar a su padre y al capitán. Y con esas se marchó tratando de disimular su erección bajo la ropa.
Así que Santi obedeció y se quedó un rato más en su tienda, pensando en todo lo que su hermano mayor postizo le había explicado; sobre las pajas y el ordeñarse la leche de su pijita. La verdad es que el niñito todavía traía su pequeño miembro muy duro, que hasta pensó en poner en práctica lo que había aprendido de Miguel; pero aún no sabía muy bien cómo, podía tratar e imitar al turco, aunque tenía miedo de lastimarse; por lo que desistió de la idea.
Después de un rato salió, ya más normal, en lo que encontró a Ahmed sentado en uno de los tres grandes troncos que habían colocado alrededor de la fogata a modo de bancas. Santiago se sentó de frente al comerciante, tratando de no voltearlo a ver a los ojos; puesto que ahora le tenía más timidez a raíz de haberlo espiado.
– ¡Hey niño! —Habló Ahmed con su característico vozarrón y semblante serio– ¿Acaso tu papá no te ha enseñado a que no tienes que espiar a los adultos?
El crío se quedó perplejo ante ese comentario. Lo que pasó es que ni él ni Miguel se dieron cuenta de que mientras conversaban en la tienda, detrás de esta el turco había oído todo.
– Yo… ¡Yo no he espiado a nadie! —Mintió Santi con voz temblorosa.
– No trates de engañarme, nenito. —Continuó el hombre con una sonrisa pícara en su tosco rostro– Sé muy bien que me viste hace un rato jalándome la verga.
– Eh… Yo… Es que… —El pobre de Santiago no hallaba que decir; volvía a sudar mucho y sentía como su carita estaba caliente por haberse puesto colorado de la vergüenza.
– Pero tranquilo, no tienes por qué tenerme miedo.
– ¿No…no está enojado?
– No, para nada. —Y el turco de espesa y enmarañada barba negra volvió a sonreír con malicia– Y dime nenito, ¿qué piensas acerca de lo que viste? ¿Te gustó?
– Eh… No sé… No pude ver muy bien. —Mintió de nuevo y bajó la mirada al suelo.
Entonces el comerciante de piel trigueña abrió su pantalón y sin miramientos liberó sus oscuros y velludos genitales; su falo ya medio erecto y también sus voluminosos huevos.
– ¿Y ahora, nenito? ¿Qué me dices? —Cuestionó al infante el turco, en lo que con una mano tomaba su impresionante instrumento por la base y lo comenzaba a sacudir en el aire.
Definitivamente el pequeño Santiago pudo ver mejor aquel miembro masculino, pues estaba a tan sólo un metro y medio de él. Hasta ese día, el chiquillo nunca antes había visto a otro hombre de esa forma, y menos a un gorilón así de viril y tan dotado; por lo que sus ojitos se abrieron de par en par ante aquella increíble visión.
– Es… ¡¡ES ENORME!! —Exclamó genuinamente asombrado– ¡Y gorda y muy peluda!
Ciertamente el crío tampoco había visto una entrepierna con tantos pelos negros, tan rizados, enredarse por todos lados y subir por la gruesa y venosa base de esa verga hasta casi la mitad.
Ahmed rio al ver la carita atónita del pequeñín y se excitó mucho; tanto que su monumental rabo continuó creciendo y engordándose, más y más a cada palmo, e irguiéndose hasta que apuntó al cielo azul y alcanzó más de 20cm de largo y unos 7cm de diámetro.
La verdad es que el turco antes de dedicarse al comercio de mercancías, estuvo preso varios años; fue allí donde aprendió a cocinar, ya que era la labor que le tocaba como reo, y por eso ahora era el cocinero de la isla. Y ese pasado era todavía más oscuro, puesto que la razón de su encarcelamiento fue que él disfrutaba de abusar y violar jovencitas menores, de la misma edad de Santiago e incluso todavía más pequeñas.
– ¿Te gusta mi verga, nenito? —Le preguntó con perversidad. El turco vio lo fácil que sería aprovecharse de la ingenuidad y curiosidad de ese prepúber– ¿Quieres tocármela?
Santi estaba muy confundido, no sabía si todo eso era correcto; pero honestamente sí quería tocar aquel enorme rabo, que en proporciones y comparándolo con el suyo, parecía más uno de sus brazos. El crío se puso en pie, se acercó con timidez y nervios, y estiró su manito para poder alcanzar el excitado falo de Ahmed. Del cual escurrían espesos hilos seminales; desde el protuberante glande, por toda la venosa base y los testículos llenos de pelos, hasta al final colgar y caer en la cálida arena blanca entre ambos.
Cuando al fin el niñito tocó la virilidad del turco, éste experimentó una intensa corriente eléctrica recorrer todo su robusto y velludo cuerpo. Ese macho y su morcillozo miembro llevaban demasiado tiempo sin ser tocados por otro ser humano, y a pesar de que el exconvicto es heterosexual, la dulzura de ese lindo pequeñín avivaba su contante lujuria y deseo perverso por menores, y el poder corromperles la inocencia.
– ¿Te gusta entonces mi vergota, eh nenito?
– Sí…mucho. Es muy grande y gruesa. —Le respondió el crío ingenuo, al tiempo que ya usaba sus dos manos para explorar todo aquel impresionante instrumento sexual.
– Oye niño, si sigues tocándomela así me vas a terminar haciendo la paja.
– ¿Me enseñaría como hacerla, don Ahmed? —Quiso saber el pequeño con inocente entusiasmo.
– ¡Claro, nenito! Pero primero te tienes que desnudar todo. —Le dijo con tono amigable.
Santiago soltó el rabo del comerciante y aún con un poco de vergüenza se quitó la traspirada camiseta y luego su calzoneta junto a su ropa interior; dejando a la vista del macho turco todo su menudo y lampiño cuerpecito. El delgado cuerpo del niño era algo afeminado y el tono blanco de su piel en contraste con sus rosadas tetillas, le causaron mucho morbo a Ahmed. El corpulento varón veía con gran deseo al niñito desnudo y seguido posó su mirada en los pálidos genitales del crío, con el pubis y las bolitas completamente libres de vellos, y una pijita ya bien firme, de unos escasos 11cm; la cual sujetó y empezó a manosear. Por su parte el pequeño de Santi sentía delicioso el manipuleo de la tosca mano de aquel gorilón sobre su rabito, que involuntariamente soltó algunos leves gemidos, a la vez que sus mejillas con pecas se tornaban cada vez más rojas por esa nueva y estimulante situación.
El turco le pidió a Santi que volviera a agarrarle su erecto miembro con ambas manos; sólo que las manitos del niñito apenas y cubrían una diminuta porción de ese monstruoso falo. Aun así, el chiquillo con esfuerzo comenzó a imitar y jalonear aquella verga, usando sus diez dígitos para subir y bajarle el prepucio venoso y velludo; viendo hipnotizado aquel glande tan jugoso cubrirse y pelarse con cada una de sus nuevas y recién aprendidas pajas.
– Parece que ya sabes bien cómo hacer una paja, nenito. —Le dijo Ahmed a su víctima con una pícara sonrisa. Pero no tuvo respuesta del chiquillo, ya que éste estaba experimentado una excitación como nunca antes en su corta vida infantil.
Era todavía temprano por la mañana, aunque de todas maneras el calor de esa isla era sofocante, sumado a la fogata cercana y a la proximidad de sus cuerpos; pero sobre todo por la morbosa situación entre el gorila turco de Ahmed y el inocente de Santiago de 12 añitos.
Y por esa razón una vez más el pequeñín se vio atacado por el penetrante hedor a macho del comerciante, cosa que lo puso más mareado y en lo que podríamos llamar un estado de ‘ebriedad sexual’. Por otro lado, el rudo turco continuaba estrujándole la pijita al chiquillo, y con su otra sudada y callosa mano le empezaba a acariciar las nalguitas. Santi tiene un culito muy redondo y levantado, así como también muy firme, casi como el de una mujer o mejor.
El pervertido hombre pasaba sus gruesos dedos por el lampiño perineo del niño, buscando y luego jugando con ese delicado y rosado anito tierno. Santiago estaba siendo bombardeado por todas esas nuevas y abrumadoras sensaciones, que el pobre crío no podía pensar y sólo se dejaba hacer a la voluntad de ese panzón y velludo adulto.
– Nenito, ¿quieres chupármela y probar a que sabe mi verga?
– ¡¿Chuparla?! —Preguntó Santi a modo de respuesta, muy extrañado por aquella proposición de parte del turco; pero eso sí, sin dejarle de masturbar el descomunal rabo.
– Sí, dale unas lamidas. —Continuó el muy excitado Ahmed– Ya verás cómo te gusta el sabor de mi verga y de todos los jugos que ves que me chorrean tanto.
Eso último despertó nuevamente la curiosidad del pequeñín, que había estado viendo asombrado como ese miembro viril no dejaba de escurrir todo ese líquido viscoso y trasparente.
Pero lo que ninguno de los dos sabía, era que ya no estaban solos, Miguel había regresado de la Cascada y ahora los veía sorprendido, escondido tras unas palmeras cercanas.
Entonces el chiquillo se arrodilló ante su macho; contemplando desde ese ángulo esa imponente entrepierna, así como el resto de ese varonil cuerpo musculoso, tapizado de rizos negros. Santi dudó en que ese poderoso trozo de carne le cupiera en la boquita; por lo que decidió mejor sacar su lengua y con cierta vacilación la llevó a la altura del macizo glande del turco. Su rosada lengua finalmente entró en contacto con el falo del gorilón, y al instante en que sus papilas gustativas captaron lo que parecía una fuente de líquido preseminal, el pequeño Santiago experimentó una explosión de sabores dentro de su boca; que luego no paró de lamer todo ese glande hasta meterle un poco de la punta de su lengüita en la uretra a Ahmed.
Toda la combinación del sabor salado de sebo de la verga traspirada y sucia, con los amargos restos de orina, el dulce del néctar seminal que no paraba de fluir, más todas esas hormonas masculinas; resultaron en un manjar para el crío y lo hicieron descubrir que tenía una pasión innata por la hombría y virilidad de los machos como el turco que ahora le daba de mamar.
El comerciante gemía de gusto con las ahora ansiosas lamidas que le daba el prepúber de tan sólo 12 años, y se regodeaba con lo fácil que había sido convencer al ingenuo niñito.
– Sí que te gustó mi vergota, ¿no es así nenito? —Quiso saber Ahmed, mientras sobaba la cabecita del pequeño y lo empujaba un poco para que su boquita ya chupara su gran glande.
– Mmmm…sí… Mmmm…mucho… ¡Es muy rica! Mmmm… —Le logró contestar el infante entre las lamidas y chupetadas que le propinaba a su recio mazo de carne.
Mientras, el joven grumete no podía creer lo que veía oculto desde los matorrales. Ni tampoco entendía como aquello pudiera estar sucediendo; pero lo hacía, sus ojos no lo engañaban. El grotesco de Ahmed; de uniceja, un par de dientes de oro y una cicatriz que iba de su pómulo derecho hasta la frente; tenía de rodillas a su pequeño hermanito, en lo que era prácticamente una mamada y parecía ser una escena salida de una degenerada película porno.
Pero lo más extraño de todo era que en vez de que aquello le causara asco, más bien le producía mucho morbo, y lo estaba excitando segundo a segundo; que dejó de lado su moral y casi sin pensarlo sacó de su pantalón su erecto miembro e inició una paja.
– ¡Abre más la boquita y chupa más! —Miguel escuchó a Ahmed decirle a Santi– ¡Ahora putito vas a aprender a mamar bien una verga de macho!
– Es que… No sé si pueda, no me cabe. La tiene muy grandota… —Le respondió el pequeño a su macho, a la vez que continuaba lengüeteando aquel vigoroso instrumento viril.
– ¡Tú abre bien, putito! Ya verás como si puedes. —Insistió el excitadísimo turco.
– Lo intentaré… —Y con todo su esfuerzo Santi abrió bien su boquita y empezó a mamar el suculento glande del ahora más satisfecho y degenerado hombre.
Miguel seguía sin darle crédito a sus oídos ni a sus ojos. Su simpático y tierno hermanito en esa isla ahora estaba hincado en la arena, mamando el enorme y baboso glande del asqueroso turco; el cual gemía y bufaba de gusto como si en verdad fuera una bestia, un dotado gorila; al tiempo que contemplaba a sus pies como su presa infantil estaba cautivado con su rabo.
Y Santi sí que realmente lo estaba disfrutando. Su pijita dura era prueba de ello, más como con sus dos manitos ayudaba a masturbar la voluminosa herramienta de Ahmed, bajándole bien el prepucio, mientras se engullía todo lo que le cabía en la boca. El chiquillo no sólo había aprendido ya a hacer pajas, sino que también a como mamársela a un macho caliente.
– ¡Joder niño! ¡Qué bien la mamas ya! Mejor que una puta. —Le decía Ahmed entre jadeos.
Entre tanto, el excitado marinero se masturbaba ante aquel morboso espectáculo. Con su mano derecha jalaba frenéticamente su largo y curvo falo, delgado y con la cabeza como una lanza, en lo que con la izquierda se retorcía uno de sus duros pezones. Recordaba la última vez que pudo follar; ésta había sido con una mujer madura en el puerto que zarparon antes de que fueran azotados por la tormenta. Él claramente podía recordar a la prostituta de rodillas mamándole la verga; sólo que ahora en su confusa cabeza las imágenes se cruzaban y era su hermanito quien se la mamaba en el recuerdo. El pobre y calenturiento adolescente de casi 20 años estaba cayendo ante la desesperación sexual, como el resto de los machos en la isla.
Ahmed disfrutaba nuevamente de las chupadas y succiones a su gran glande por parte de un infante, aunque en este caso se tratara de un varoncito; pero igual le era muy placentero y morboso. Tanto que él ya tenía ganas de penetrarlo y con los ojos cerrados lo imaginó y no pudo resistírselo más. Así que detuvo al pequeño Santiago y lo colocó en cuatro sobre otro de los troncos. El crío quiso saber de qué iba todo eso; pero el macho turco sólo le ordenó que callara y simplemente se dejara, asegurándole al pequeño que le iba a gustar.
Y así fue. Santi comenzó a sentir como aquel hombre con rudas manos separó sus nalguitas, y como éste le pasaba la lengua por medio de ellas, y también la metía en su anito. El chiquillo a su edad no entendía nada de eso; pero su cuerpecito por instinto reaccionaba al placer, que el inocente niñito ya gemía de gusto al sentir como Ahmed estaba comiéndole el culito.
Luego de un rato en el que el comerciante se deleitara con el apetitoso trasero del niño, le escupió el esfínter y empezó a meterle uno de sus nudosos y velludos dedos. A esto el pequeñín si soltó un quejido de molestia; pero de inmediato el macho le dijo que resistiera.
– ¡Agh~! ¿Don Ahmed qué está haciendo? ¡Mmgh…! —Volvió a preguntar el ingenuo de Santi.
– ¡Ya te dije que te calles, putito! —Le contestó el excitado adulto, al mismo tiempo que le introducía ya un segundo grueso dedo dentro del recto.
Después de eso el sorprendido de Santiago guardó silencio y sin protestar soportó como los callosos dedos de ese hombre entraban y salían del interior de culo infantil; hasta que sintió como el turco los sacó de un arrebato y se colocó de pie detrás de él.
El exconvicto estaba listo para penetrar al pequeño Santiago; que, con su enorme herramienta sexual en posición, comenzó a hacer fuerza para que su gran glande entrara dentro de aquel suave y tierno anito rosa. Sólo que eso no fue tarea fácil. Su verga era tan monstruosa en comparación con el delicado y estrecho esfínter del crío, que con cada intento el niñito soltaba agudos gritos y su culito parecía cerrarse más y más.
Miguel veía eso estupefacto. Él sabía que, si ese dotado turco intentaba penetrar más a su hermanito, lo terminaría partiendo en dos; cosa que más que generarle preocupación, le causó aún más excitación, haciendo que su masturbación fuera más frenética que antes.
Entonces Ahmed no tuvo más remedio que desistir de sus perversos intentos; pues sabía que, si era todavía más brusco, lastimaría gravemente al chiquillo y tendría problemas con su padre y el capitán. Así que, frustrado agarró al pequeño de Santiago y otra vez lo puso hincado a mamársele; cosa que el crío hizo enseguida, demostrando lo mucho que le gustaba eso, sólo que esta vez el macho turco tomaría las riendas de la felación.
El peludo y sudoroso varón agarró la cabeza de su nenito y haciendo que éste abriera bien la boca, empezó a empujar su trozo de carne más y más dentro del pequeño; hasta que su glande topó con la campanilla de Santi, y con eso, el macho inició unas rápidas y agresivas folladas bucales. Los sonidos que provocaba la boquita llena de saliva y el gigante rabo del comerciante, llegaban hasta donde el grumete los espiaba, e incluso éste oía perfectamente las arcadas que el niño comenzaba a tener por el efecto de ese basto falo introducido hasta su faringe.
Ahmed gozaba como nunca. Todo ese mes en la isla sin sexo lo tenía al extremo, que sus velludos y voluminosos testículos estaban tan repletos de esperma, que hasta habían duplicado su tamaño normal. Con su pesada mano derecha llena de anillos empujaba más la cabecita del pobrecito de Santiago, que apenas y podía con medio miembro en su boca, y con la izquierda se estrujaba el escroto para ayudar a la ordeñada que se estaba haciendo gracias al pequeño e inocente niño. Por su parte el chiquillo tenía la carita colorada y los ojitos llenos de lágrimas, producidas por las constantes e intensas arcadas que tenía cada vez que el turco le cogía por la boca, metiendo más de ese macizo y venoso mazo por la angosta garganta.
Miguel veía extasiado como aquel gorila usaba a su hermanito para satisfacerse. En sus pensamientos distorsionados por la excitación deseaba ser él quien tuviera la verga en la boquita de Santi. Su miembro curvo de 18cm comenzaba a soltar grandes cantidades de líquido seminal, haciendo que su falo estuviera muy lubricado y con ello las jaladas fuesen aún más placenteras. Lo cierto era que el joven marinero hacía ya bastante no se hacía una paja tan monumental como esa, que no sabía cuánto tiempo más podría resistir sin venirse.
Por suerte para el marino adolescente, el otro macho también estaba por alcanzar el orgasmo. Aunque normalmente Ahmed tarda mucho para poder correrse, todas esas semanas sin sexo en la isla lo tenían de toque. Y cuando en una estocada le metió a Santi más de la mitad de su vergota en el esófago, eso hizo que acabara en la boquita del pequeño. Con un bestial gruñido el turco comenzó a soltar chorros tras chorros de su caliente y espesa esperma; la cual no tenía más salida que entrar directo en el estómago del crío, quien trataba de liberarse de esa monstruosa verga peluda y poder recuperar el aliento; pero el pobre infante no podía contra la fuerza de su macho, quien lo retenía y obligaba a tragar y tragar; sólo que era tanta la cantidad de leche viril que salía de ese miembro, que hasta se escapaba por la nariz del niño.
– ¡Oh…sí! ¡Trágatela toda! ¡Ooohhh! —Decía el macho con cada eyaculada que le daba a Santi.
– ¡MMGH! Gulp~! ¡MMGH! Gulp~! —Era todo lo que se escuchaba del pobrecillo.
El chico se dio cuenta de que aquel vigoroso y rudo comerciante turco estaba vaciándose en su hermanito. Vio asombrado como toda esa leche masculina se desbordaba de la nariz y boca del pequeño; que no aguantó más y también se corrió en una explosión de esperma. Sus blancos y espesos disparos de semen no paraban de salir con gran presión de su largo miembro masculino, cayendo por todas las plantas selváticas a su alrededor.
Y de repente la vegetación cerca de él empezó a moverse, haciendo que el muchacho entrara en pánico; puesto que podría tratarse del capitán junto al doctor que regresaban y lo descubrirían así; pero por suerte se trató de un ave que emprendía vuelo y salía rumbo al mar, alertando también al otro hombre de que aquello debía terminar.
Ahmed al fin liberó al chiquillo; quien ya podía respirar de nuevo, aunque con cierta dificultad, atragantado todavía con esperma en la boca, dando arcadas y tosiendo mucho. El turco no le tuvo compasión, simplemente lo suspendió fácilmente con la fuerza de uno de sus musculosos brazos y lo acercó a su grotesco y peludo rostro.
– Más te vale niño que no le digas nada de esto a tu padre. —Le amenazó el exconvicto con voz grave y seria– Ni a nadie más, ¡¿has entendido?!
– Sí, lo prometo don Ahmed. —Y el niño le sonrió al macho. A pesar de todo parecía que el pequeño Santiago había disfrutado mucho de todo ese ‘algo-nuevo’ que acababa de aprender.
– Así me gusta, putito.
Y luego el comerciante guardó su ya satisfecho instrumento viril y le ordenó al crío que se limpiara y vistiera. En cuanto a Miguel, éste esperó un poco antes de salir de su escondrijo y por supuesto pretendió que recién regresaba y no había visto nada.
…
Mientras tanto en el extremo oeste de la isla; donde se formaba una hermosa bahía, con el aspecto de una medialuna, se aglomeraban los peces y moluscos de la zona, haciéndolo el lugar idóneo para pescar y para que el capitán y el doctor pongan a prueba sus habilidades de pesca.
Ambos estaban únicamente en calzoncillos; empleado lanzas que habían hecho a partir de largas varas de madera, a las que en la punta ataron afilados fierros extraídos de los restos del fuselaje del barco. Suerte que el capitán era un hábil marinero entrenado a la antigua, es decir todo un viejo de mar, y que el médico era uno de esos que visitaba seguido el gimnasio y su principal pasatiempo era la natación y el buceo.
Cuando salieron del mar con sus presas; escurriendo agua de sus cuerpos y goteando en la arena, con la ropa interior ceñida y algo trasparentada; se pusieron a guardar el botín en sacos mientras conversaban. El capitán le reiteraba su preocupación a su compañero, pues esa pequeña isla, por extraño que parezca, no aparecía en ningún de los mapas que él había consultado al momento de trazar la ruta del barco, lo que dificultaría el rescate.
Ellos dos eran los claros líderes del grupo de sobrevivientes y por ello eran los que habían establecido el sistema de vida que llevaban ahora y tomaban todas las decisiones importantes.
– ¿No hay posibilidad de hacer una balsa o algo? —Preguntó el doctor al tiempo que se colocaba sus lentes (que milagrosamente no perdió durante el naufragio).
– Podría ser una opción. —Respondió el marino, en lo que se ponía de nuevo su gorra blanca de capitán– Pero preferiría no arriesgarnos en mar abierto y menos con su pequeño hijo.
– Lo entiendo, pero es justo él quien más me preocupa… Temo que nos quedemos varados aquí por siempre y él es tan sólo un niño.
– Descuide ‘Doc’, con tanta testosterona en la isla no me extrañaría que ya le empiecen a salir pelos y leche al pequeñín. —Dijo en tono bromista el afable capitán de canosa barba.
– Eso es justo lo que más me preocupa. Toda la testosterona… —Contestó el buen doctor y le señaló la entrepierna al capitán, la que ya marcaba una notoria erección.
El viejo navegante rio al darse cuenta de su involuntaria y firme verga erecta bajo sus ajustados interiores y luego le indicó a su compañero que revisara su propia entrepierna; ya que el médico también marcaba algo muy duro debajo de su calzoncillo blanco tipo trusa (slip).
Con eso último ambos se echaron a reír a carcajadas y se vistieron para cubrir sus virilidades; luego cargaron sus pesados sacos, lo que acentuaba sus músculos, y finalmente emprendieron el camino de vuelta al campamento.
Espectacular relato! Por favor, no te tardes con los siguientes! Saludos
Gracias elbotija10, no te preocupes ya estoy terminando la siguiente parte 😉
Me gusto mucho tu relato. Continua por favor…
Gracias Giuseppe, en eso estoy 😉
Más Capítulos porfis
Te alegrará saber que ya subí el cap.02, espero te guste 😉
Felicitaciones, amigo. Muy buen relato: historia buena y redacción impecable. Espero la continuación.
Muchas gracias Meteorotuc, ya he subido el cap.02, por lo que espero lo leas y te guste igual 😉
Muy bueno, despertó mi interés de seguir leyendo
Ya con eso me doy por servido jeje 😉
Excelente y excitante relato.
Gracias elcliente24 😉
Hermano, qué relato. Necesito la cuarta parte
Hola Bro, me alegra que te haya gustado. Justo hoy estoy subiendo el 4to, espero que la página lo publique pronto 😉 Salu2!