LA ISLA – Cap.02 Entre marineros
Continúan los cambios en la pequeña isla y el calor se intensifica…..
El capitán y el médico regresaron de “Bahía Medialuna”. Al llegar al refugio encontrado todo normal y fueron recibidos por los otros tres náufragos sin novedades aparentes. El cocinero ya de mejor humor tomó los sacos con pescados y pulpos frescos, y enseguida se puso a cumplir con su función de preparar la comida para todos.
Pronto los cuatro hombres y el pequeño niño estaban sentados en círculo alrededor del fuego, como tantas otras mañanas, comiendo y bebiendo lo mismo que el día anterior, y el día anterior a ese y así sucesivamente. Así era la monotonía en la isla y en sus nuevas vidas, al menos mientras no fueran rescatados y si es que alguna vez los encontraban. Pero esa mañana fue distinta en una cosa, pues algo había pasado que cambió un poco la dinámica del grupo.
Todos conversaban tranquilamente y como si nada; sólo que Ahmed de tanto en tanto veía a Santi con malicia y le sonreía, de manera que el pequeño supiera que él lo estaba observando y que debía mantener su promesa de no revelar lo que habían hecho esa mañana. Y Miguel por su parte también actuaba diferente, en especial para con su hermanito, a quien ya no podía mirar de la misma manera después de lo que le vio hacerle al turco.
Una vez que todos terminaron y descansaron un poco, el comerciante como siempre se retiró a ‘hacer sus cosas’ como él mismo suele decir. El capitán en cambio le pidió a su joven tripulante que lo acompañara a la “Playa Cangrejo”; así es como solían llamar el extremo de la costa donde se encontraba el reto de la pila de escombros del barco y demás objetos insalvables del naufragio; le decían así porque la misma estaba siempre llena de pequeños cangrejos, y al viejo marino se le ocurrió que sería un buen lugar para hacer una enorme señal de ‘S.O.S.’ con piedras, para lo que necesitaría la ayuda de su enérgico grumete. Y Santi entonces pasaría el resto de ese día con su padre, ayudándolo en las pequeñas tareas que el doctor hacía para matar el tiempo y tratar de mejorar la vida en la isla.
Así que los dos marineros llegaron al sitio y emprendieron la faena de mover las pesadas rocas que había en la orilla que divide la selva y la playa, y las comenzaron a apilar en forma de la señal de socorro. El capitán veía como su grumete era más fuerte y audaz de lo que esperaba; porque de todos los hombres de su tripulación, el joven Miguel había sido el más débil y hasta algo torpe; pero en la isla el chico había demostrado rápidamente que ya era todo un macho de mar y eso le llenaba de orgullo a su superior.
Gerardo es un hombrón maduro de 61 años de edad; pero aun así se conserva muy bien, con un cuerpo recio de espalda ancha y torso labrado, aunque con algo de panza, y tiene el pecho lleno de canas como su tupida barba blanca. Él es viudo y a pesar de que tiene incontables hijos ilegítimos en distintos puertos del mundo, donde siempre dejaba a alguna mujer o jovencita embarazada; nunca pudo tener familia con su difunta esposa, y por ello él le había tomado especial cariño paternal al muchacho de cabello negro y ojos verdes.
El par de marinos trabajaban a buen ritmo y cuando la roca era muy pesada la trasladaban entre los dos. A este punto ambos se habían quitado las sudadas camisas de sus uniformes y únicamente llevaban puestos los pantalones de tela azul oscuro. Ambos traspiraban muchísimo, más de lo normal en ese húmedo y caliente clima isleño, y con cada esfuerzo a los dos se les remarcaban y resaltaban los músculos y venas de los brazos y pecho. Tanto el lozano grumete como el viejo capitán de barco, exhibían el uno al otro sus varoniles dotes, rodeados de ese intenso y constante hedor a sobacos de macho.
Miguel disfruta mucho el pasar tiempo así con su oficial de marina; puesto que no sólo admira a Gerardo como un superior desde que entró a trabajar para él con tan sólo 18 años, sino que además lo ve como la figura paterna que nunca tuvo al crecer, ya que el chico es huérfano. Pero aparte de eso el viejo marinero es como un ídolo para el muchacho, siendo todo un macho pelo en pecho y con tatuajes; como el del ancla con cuerdas que tiene en su gran bíceps derecho, o la rosa náutica dibujada en su omoplato izquierdo, y las dos golondrinas que tiene a cada lado de su pelvis apuntándole a la velluda ingle.
Ambos conversaban de todo un poco mientras continuaban con el trabajo; hasta que los pensamientos de Miguel se vieron involuntariamente interrumpidos por las perversas imágenes de lo que había visto esa mañana, al punto que su miembro empezó a despertar otra vez y no pudo evitar que se le marcara erecto bajo la tela de su uniforme naval.
– ¡Epa, muchacho! Veo que tú también te la pasas duro en esta condenada isla. —Le dijo el maduro de Gerardo a su lobo de mar, viendo la notoria erección del adolescente.
– Eh… Lo siento mi capitán. Es que yo, pues… —Contestó el grumete algo avergonzado y tratando de acomodar su firme verga en la entrepierna; pero era tarea inútil.
– ¡Nah, que va! Descuida muchacho, es de lo más normal. —Le reconfortó poniéndole la mano sobre uno de sus sudados hombros– Nos pasa a todos los machos y es más que esperado que a ti también, siendo tan joven y hormonal. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja~!
El grumete también rio y con esas últimas palabras de su capitán perdió la timidez; por lo que aprovechó y con más valor continuó con ese tema.
– Entonces… Usted y el ‘Doc’ también pasan excitados. —Afirmó el chico y seguido también agregó– ¿Y cómo le hacen para aguantarse las ganas de coger?
El viejo marinero se sorprendió un poco por la pregunta de su tripulante, pero no dudó en responderle con franqueza.
– Verás muchacho, no hablo de esto con el doctor; pero te puedo decir lo que hago yo, y supongo que ya te lo imaginarás. Siempre que puedo me hago una buena paja e imagino que el Doc también se la hará, no lo dudes.
En ese momento el joven se imaginó a su superior en esa comprometedora situación y se dio cuenta de que le causaba morbo pensar en la persona que admiraba masturbándose.
– Pues sí… Las pajas alivian un poco, pero no quitan las ganas de coger. —Le insistió Miguel a su oficial naval; mismo que soltó una carcajada.
– Tienes razón, muchacho. La verdad es que las ganas de un macho por follar nunca se van.
El adolescente continuaba pensando en esa imagen del capitán jalándose la verga e incluso penetrando salvajemente a alguna mujer.
– Y por lo que oigo, a ti las pajas no te son suficiente, ¿eh muchacho? —Agregó el viejo con cierto asombro por la libido de su joven pupilo.
– La verdad no, mi capitán. —Y con cierta risa nerviosa continuó– Aún con tres o cuatro diarias siempre tengo ganas de más. No sé por qué.
– Es normal. A tu edad me pasaba igual.
A este punto ambos estaban fortaleciendo más sus lazos de camaradería y hasta podríamos decir que su vínculo paternal también. Pero además el morbo igualmente crecía; al punto que no sólo el rabo del grumete estaba erecto, sino que también Gerardo tenía un duro bulto entre sus piernas, y el hombre sentía como dentro de su apretado calzoncillo estilo trusa blanco, su gorda y cabezona verga le estaba ya escurriendo muchísimo.
– Oiga, capitán… Parece que usted también ya anda con ganas. ¡Je! ¡Je~! —Dijo Miguel en son de broma, señalando la entrepierna del otro macho.
– ¡Ah, sí! ¡Mira, qué cosas! —Contestó el maduro marinero en lo él también se reía, al mismo tiempo que se limpiaba con el brazo el sudor de la frente bajo su gorra de capitán.
– Tenía razón, mi capitán. Es normal que pase entre machos.
– Sí, así es Miguel. Las pijas tienen cabezas propias. —Y con eso los dos se rieron otro poco.
Los dos ahora estaban a la sombra, descansando bajo una palmera entre la arena y la jungla. El chico estrujó por sobre el pantalón su paquete que se sacudía solo, y el capitán al ver eso hizo lo mismo, y continuaron con sus risas nerviosas por la situación incómoda entre dos varones heterosexuales, evidentemente excitados y con deseo de placer sexual.
Entonces Miguel se tornó un poco más insistente con los apretones y toqueteos hacia su miembro masculino; el hacerlo frente a su capitán le causaba mucho morbo. Y su superior miraba disimuladamente todo lo que el chico le hacía a su larga verga, misma que estaba tan dura y firme que se podía distinguir bien su silueta en el uniforme.
– Se te ve grande, muchacho…
– Quizás la tengo más grande que la suya, capitán. —Y el joven tragó con la garganta seca.
– Pero te apuesto a que nunca tan gorda como la mía. —Le respondió Gerardo en lo que él también apretujaba más su abultado paquete.
El adolescente estaba ya muy caliente con esa conversación. Él nunca antes se había sentido excitado compartiendo así con otro hombre; pero después de lo que presenció esa mañana, tanto su cabeza como la de su miembro parecían pensar diferente.
Por su parte el capitán al ser un adulto mayor era más desinhibido y a pesar de que también todo eso le era nuevo, no le vio mucho problema; además se trataba de su grumete, que ahora era como un hijo para él (aunque tenía más edad de ser su nieto). Entonces el viejo marinero se desabrochó el pantalón y bajó la cremallera, para liberar así su erecto falo.
El otro marino se sorprendió muchísimo; tanto por la acción, como por la herramienta viril que ostentaba el capitán. Era más corta que la de Miguel, de un poco más de 15cm; pero sí el doble de gruesa, con unos increíbles 8cm de diámetro. Además, el chico se impresionó por lo venosa que era la base de esa gorda verga, con el pelo púbico canoso, y con un enorme y protuberante glande colorado.
– ¡Aquí tienes mi pija, muchacho! —Dijo Gerardo sujetando su virilidad por la base con una mano y exhibiéndola con orgullo– Para que veas que no exageraba.
– ¡Diablos, mi capitán! —Exclamó Miguel sin apartar la vista de aquella varonil y carnosa morcilla– ¡Pues sí que la tiene muy gorda! ¡Hasta parece una lata de cerveza…!
– ¡JA! ¡JA! ¡JA~! —Se carcajeó el capitán al ver el genuino asombro del grumete– Pero, mejor no me hables de cervezas. Lo que daría por tomarme una ahora mismo.
El joven macho sólo se quedó callado, con la mirada puesta todavía en el falo del otro hombre.
– ¡Vamos! Porque no me muestras ahora la tuya, ¿eh, muchacho? —Agregó el viejo de mar.
Así que el chico también desabrochó su pantalón y lo bajó de un tirón junto a su ceñido bóxer; haciendo que su miembro largo y curvo se sacudiera y rebotara por el aire, salpicando todo con la gran cantidad de líquido seminal que ya le escurría como baba.
– Acá la tiene, mi Capitán. —Y sujetándola por el peludo pegue, la meneó a modo de presumirla– ¿Qué le parece? ¡Más grande, ¿no?!
– La verdad Miguel, sí que estás dotado. —Le respondió a la vez que él jalaba y retraía su prepucio– La tuya parece una lanza con la que puedes atravesar cualquier cosa. ¡JA! ¡JA!¡ JA~!
El muchacho también rio, mientras sobaba con más confianza su instrumento viril, cubriendo y descapuchando su glande jugoso.
Y sin darse cuenta ese par de marineros ya estaban jalando sus vergas, desde la base hasta la punta, ahora sin decir palabra alguna; sólo observando como el otro se tocaba a medio-metro de distancia, en lo que claramente era una masturbación completa de parte de cada uno.
…
Mientras tanto en el campamento; Santi ayudaba a su padre a repasar el inventario de todas las cosas que guardaba dentro de su tienda, y también a revisar el botiquín básico de primeros auxilios (que por fortuna fue a parar a la playa dos días después del naufragio), asegurándose de que los medicamentes estuvieran en buen estado, para luego volverlos a enterrar bajo la arena y así conservarlos húmedos y mejor.
Después, en una de los troncos alrededor de las brasas extintas, el pequeño observaba como su hábil progenitor les daba mantenimiento a las lanzas de pescar, afianzando las puntas con unos restos de sogas; lo que causaba que las venas y los bíceps de los brazos del doctor se tensaran por la fuerza, maravillando a su impresionable niño.
El papá de Santiago es un hombre de 42 años, que además de ser médico se mantiene muy bien físicamente, cosa que le ha resultado muy útil ahora en esa inhóspita isla. Roberto continuaba con su tarea, mientras su pequeñín le veía detenidamente; pues al crío le gustaba ver el fornido cuerpo de su padre, ceñido en la camiseta blanca que llevaba puesta; ya trasparentada por el efecto de la traspiración y con grandes manchas amarillentas por el sudor, en las axilas y en el área del cuello y pecho. Además, el pantalón marrón que traía acentuaba un buen bulto en la entrepierna; lo que hacía pensar a su hijo lo impresionante que debían de ser entonces aquellos varoniles genitales.
Y todo ese esfuerzo también hizo que las velludas axilas de Roberto escurrieran a chorro, empapándose más, produciendo ese característico hedor a ‘sobaco de macho’ que ya tanto le gustaba a Santi, y con tal intensidad que hasta el propio doctor se percató de su peste viril.
– Perdona hijo, creo que papá ya apesta mucho. —Le dijo a su retoño con una sonrisa a modo de disculpa; sintiendo que podría molestarle al chiquillo que tenía tan de cerca.
– Pero no importa, papi. No me molesta tu olor. —Y su primogénito le devolvió la sonrisa.
– Igual creo que mejor debería de darme un baño. —Continuó él al tiempo que se quitaba la sudada camiseta, mostrando el resto de su torso traspirado y algo velludo– De hecho, tú también deberías tomar un baño, hijo. Por qué no te adelantas y luego voy yo al rato.
Pero en eso su vástago le mintió. Le dijo que el día anterior él y Miguel habían visto por la Cascada a una enorme serpiente, por lo que tenía miedo de ir solo. Entonces el médico le propuso a su pequeño acompañarlo y hasta aceptó la idea de que se asearan juntos.
A decir verdad, eso no era muy usual en ellos; puesto que Roberto y Santiago no tenían una estrecha relación ‘padre e hijo’. Él se había divorciado de la madre del niño cuando éste tenía apenas 5 añitos, y a partir de ese momento se veían sólo una vez al mes, y siempre eran encuentros algo incómodos; incluso el viaje en barco fue un intento del médico para acercarse más a su hijo. Y lo cierto es que desde la tormenta la cuestión funcionó, ya que a partir de ese momento él se volvió muy sobreprotector de su niñito y Santi se apegó mucho a su papá; pero más ahora que descubrió ese ‘algo-nuevo’ con el cocinero esa misma mañana.
Ambos se alejaron del refugio y se adentraron en la jungla camino a la Cascada. En tan sólo media hora llegaron a su destino, a ese lugar salido de una postal propia de un auténtico paraíso tropical. La caída de agua, por efecto de la luz que se colaba por el tupido dosel selvático, producía un arcoíris sobre la hermosa poza de aguas cristalinas; que estaba contenida por grandes rocas lisas y completamente rodeada por una exuberante bóveda de vegetación, con extrañas plantas y exóticas flores.
Cuando llegaron, Roberto no perdió el tiempo y le indicó a su hijo que se debían desvestir, a lo que le pequeño titubeó un poco por la típica y esperada vergüenza entre un crío de 12 años y su varonil padre; pero como todo eso había sido idea de Santiago, éste también empezó a quitarse la ropa mientras miraba a su papá bajarse el pantalón frente a él.
– No tienes por qué tenerme pena, hijo. —Le dijo el hombre a su pequeño– Y para que te des cuenta de que es natural que nos veamos desnudos, yo lo haré primero.
Y dicho eso, el médico se removió el calzoncillo blanco, quedando completamente desnudo.
Esa fue la primera vez que Santi contemplaba a pleno el desnudo cuerpo de su macho padre. El doctor es un hombre muy alto, el más alto de todos en la isla, con casi 1.80m de estatura; de tez blanca, sólo que no es pálido como su hijo; y tiene el cabello castaño y los ojos cafés oscuros (a diferencia de su pequeñín que los tiene mucho más claros, casi miel). Y como ya se ha dicho antes, Roberto es un sujeto fornido, de piernas y brazos musculosos, con los cuádriceps y bíceps bien marcados; y con un torso tonificado, adornado con un puñado de pelo en pecho, pero en donde si es mucho muy velludo es en sus axilas e ingle, que era lo que más captaba la atención de su infante, eso y por supuesto sus grandes genitales masculinos.
El vástago del médico se quedó boquiabierto con la mirada fija en aquella viril entrepierna; de la que colgaba los pesados testículos de su papá (que los dos de él apenas y equiparaban a uno de su progenitor) y un falo flácido de portentosas proporciones; cubierto con ese pellejo venoso un par de tonos más oscuros que el resto de la piel bronceada de su padre.
Roberto se dio cuenta de cómo su crío no quitaba la vista de su pubis peludo y carnosa verga, que sonriendo le habló.
– Descuida, hijo. Ya pronto tendrás vellos como papá.
El pequeño se sorprendió al escuchar el comentario de su papá, percatándose de que no había disimulado la admiración que tenía por la virilidad de su progenitor.
– Y verás cómo algún día también te crecerá tanto como a mí. —Prosiguió el paterno médico.
– ¿De verdad, papi? ¿Lo dices en serio? —Le preguntó el ansioso prepúber.
– Sí, en serio. Ya verás cómo dentro de poco comienzas a desarrollarte y te harás hombrecito.
– Pero… ¿De verdad la tendré así tan peluda y grandota como tú…?
– ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja~! —Se rio el doctor ante el entusiasmo de su niño por crecer– Claro que sí, hijo. Lo llevas en los genes y por eso estoy muy seguro de que serás igual a papá.
– ¡Yupi~! ¡No puedo esperar! —Y con eso el chiquillo se quitó el resto de su ropa, quedando desnudito junto a su padre.
Entonces los dos entraron en la hermosa y traslucida poza; acercándose a la parte donde cae la cascada, que es la parte más profunda (realmente no es muy honda, a Roberto el agua le llega a la mitad de sus muslos); y ahí empezaron a mojarse y lavar sus sucios cuerpos.
Mientras frotaban sus partes, ambos charlaban con confianza y naturalidad, más de lo que nunca antes en su relación de 12 años, cosa que le gustó mucho al buen médico; por lo que éste inició un inocente juego con su pequeño, salpicándose entre ellos y luego forcejeando un poco en unas luchitas inofensivas; hasta que en una de esas él tenía a Santi atrapado entre sus musculosos brazos y al niño se le endureció la pijita.
– No te preocupes, hijo. —Le dijo el hombre a su vástago al darse cuenta– Es normal que a veces tengas erecciones espontaneas.
Aun así, Santiago se ruborizó mucho y cubrió su pequeña erección con ambas manos.
– Tranquilo, hijo. —Continuó él al notar la dulce carita colorada del crío– No pasa nada.
Y el varonil y atractivo doctor le sonrió una vez más a su niño, diciéndole que no sintiera vergüenza, ni que hacía falta cubrirse. Así que su chiquillo se relajó y haciendo caso a su padre dejó que éste viera su bonito miembro, ahora muy duro y bien firme.
– Me tendré que hacer una paja para ordeñarme… ¡Je! ¡Je~! —Habló Santi en son de broma.
– ¡Hijo, ¿dónde has escuchado eso?! —Quiso saber el sorprendido papá.
– Eh… Lo que pasó es que Miguel me explicó esta mañana que cuando a uno se le pone así, se tiene que hacer la paja para poder sacarse la leche.
– ¡Vaya! ¿Y a cuenta de qué él te ha dicho todo eso? —Con un tono un poco más serio.
– Es que… —Titubeó el pequeño– Es que yo le pregunté porque se me paraba y él me dijo sólo eso… La verdad Miguel dijo que mejor te preguntara a ti, papi.
– Hizo bien. Y mira hijo, creo que todavía estás algo niño para saber sobre estas cosas y lo mejor sería que las hablemos en su momento, cuando crezcas un poco más. ¿Estás de acuerdo?
– Sí papi. Lo que tu mandes. —Y con eso, la pijita del crío volvió a su estado habitual.
Roberto cambió de tema y para no arruinar la confianza ganada con su pequeño primogénito, le dijo a Santi que se volteara. Entonces el médico con sus dos manos como cuenco, tomó agua y comenzó a echársela sobre la cabeza a su niño; frotándole luego suavemente el ensortijado cabello, y después le talló la espalda en un momento muy íntimo entre ‘padre e hijo’.
Sólo que aquella tierna escena no duró mucho, puesto que fue interrumpida por un visitante. Ahmed estaba de pie en una orilla de la poza, quitándose su pantalón gris junto con su calzoncillo tipo bikini negro, como si no le importara que el lugar ya estuviera ocupado.
– No les molesta si me baño, ¿no? —Preguntó cínicamente el turco– Ya llevan bastante los dos juntos y ahora es mi turno.
– No para nada. —Respondió el médico, a quien no le gustaban los conflictos– De hecho, perdona por las molestias. No me di cuenta de que llevábamos tanto tiempo.
– No me extraña que haya perdido la noción del tiempo jugando con tu nenito. —Agregó el comerciante y le sonrió pícaramente a Santiago, quien se escondió detrás de su desnudo padre.
– La verdad es que nosotros ya terminamos. —Y diciendo eso, Roberto no pudo evitar el bajar la mirada y ver la asombrosa entrepierna del otro velludo hombrón, que a pesar de traer el rabo flácido se le veía impresionante; por lo que él se sintió algo intimidado y muy incómodo.
Acto seguido, el doctor tomó a su retoño y ambos salieron del agua; dejando al gorilón de Ahmed bajo el chorro de agua, frotándose efusivamente su enorme verga con una mano y con la otra sus colosales bolas peludas.
– Por mí no se vayan. Hay suficiente espacio para todos. ¡JA! ¡JA! ¡JA~! —Esas fueron las últimas palabras y carcajadas que oyeron del turco, dejándolo atrás en la cascada.
…
De vuelta en Playa Cangrejo; los marinos continuaban con su espontanea masturbación, viendo de reojo como el otro se daba placer, acariciando y frotando sus viriles partes a tan sólo unos cuantos palmos de distancia. Y en eso el capitán estiró su mano, acercándola al miembro de Miguel, hasta agarrársela con fuerza entre sus rugosos dedos.
Gerardo no supo por qué tuvo ese extraño impulso, pero lo hizo; su mano ahora sujetaba la juvenil verga del grumete. Entonces la estrujó otro poco más, al tiempo que con su otra mano continuaba manoseando la suya, corriendo y subiendo su carnoso prepucio. Por su parte el joven marinero se sorprendió muchísimo por la acción de su superior; pero la verdad era que él estaba tan excitado desde esa mañana en la que espió al turco con su hermanito, que no objetó por el arrebato de su capitán, al contrario, en silencio se dejó masturbar por la mano pesada y experta de aquel hombre que tanto admiraba y respetaba.
Los dos se acercaron un poco más al otro, sintiendo el calor de sus cuerpos sudados y oliendo el intenso olor a macho de cada uno. Los canosos pelos del pecho del viejo de mar se pegaban a su torneado torso; así como los vellos negros del marcado abdomen de Miguel también se empapaban. Las respiraciones de ambos se intensificaban y el chico empezó a mover un poco su pelvis, como si tratara de fornicar la mano de quien podría ser su maduro padrastro.
Entonces el adolescente se vio invadido por el mismo impulso de su oficial; por lo que, con su mano derecha algo temblorosa, atrapó la carne masculina del viejo Gerardo.
Ahora ambos estaban jalándose mutuamente los rabos. El grumete imitaba al capitán cuando éste pelaba duro su verga, haciendo lo mismo con aquel gordo falo, y de igual forma cuando el otro marino le jalaba rápido y luego más suave y despacio. Gerardo nunca antes había hecho nada como eso antes, pero la isla estaba alterando su sexualidad como la de los otros machos. Y Miguel tampoco entendía porque se dejaba hacer eso de otro hombre o porque él también lo hacía; sólo sabía que le gustaba y ya comenzaba a suspirar excitado y algo confuso.
El viejo capitán sentía que ese muchacho, a quien estimaba como a un hijo, le estaba haciendo la mejor paja de su vida y en vez de causarle rechazo, la idea aumenta considerablemente su libido; tanto que su mazo de carne parecía ponérsele más grueso, con las venas brotadas a reventar, y el glande muy hinchado y colorado, y que decir de la enorme cantidad de jugos seminales que le escurrían, al punto que Miguel ya tenía toda la mano pegajosa.
El joven veía como ese maduro macho disfrutaba de la extraña situación que estaban viviendo; así que con la otra mano comenzó a masajear los huevos canosos de su padrastro isleño, estrujándolos con entusiasmo. Y con esa manoseada de testículos el viejo marinero soltó un gran suspiro hombruno, pues a él le fascina que jueguen con sus voluminosas bolas.
Los dos navegantes estaban traspirando sin parar, inundando el ambiente con su penetrante hedor a sobaco, jadeando casi al unísono por la intensa paja que se hacía el uno al otro. El adolescente quería decir algo, pero le daba algo de vergüenza, que sólo acercó más su delgado y definido cuerpo al fornido y velludo del capitán, los dos en silencio, resoplando cada vez más profundo y de tanto en tanto soltaban involuntarios jadeos.
Gerardo realmente sentía delicioso el contacto de las jóvenes manos de su pupilo en su rollizo miembro y pesado escroto; su grumete sí que sabía darle placer. Y lo mismo experimentaba Miguel con el viril capitán, quien ahora estaba frente a él, cara a cara; aunque ambos mantenían las miradas bajas, fijas en la viril y peluda entrepierna del otro.
El capitán masturbaba asombrado a ese chico de 19 años, el cual tenía un falo tan largo, que él podía usar ambas manos para cubrirlo todo y jalarlo bien de arriba abajo; cosa que hacía que el muchacho lo disfrutara aún más. Luego el viejo soltó aquella lanza varonil con su mano izquierda y la dirigió hacia los duros pezones del joven lobo de mar. Gerardo se los apretaba; provocando más excitación en el jadeante Miguel.
El viejo se relamía los labios bajo su bigote blanco, pues amaba mamar grandes tetas; pero lo que tenía ahora enfrente era esas tetillas velludas, en ese sudado pechito de macho adolescente, y a pesar de eso no pudo resistirse y se agachó un poco para iniciar una urgente chupada de pezones, siempre sin dejar de pajear con la mano derecha a su isleño hijo.
Aquello sorprendió a Miguel, pero otra vez la excitación fue mayor que su conciencia; además el tener a su capitán mamando sus duras tetillas fue algo indescriptible, que se soltó.
– ¡Qué rico! ¡Ah…sí! ¡Siga así, no se detenga…Aaahhh~! —Y con más arrebato le devolvía los favores al maduro oficial, tanto en su gordo rabo como en sus macizas bolas.
Gerardo notaba como el chico disfrutaba de ese ‘jugueteo’ entre ellos, y el saber lo mucho que su grumete se calentaba, también lo ponía más lujurioso; que pelaba la joven verga con más potencia y velocidad para hacerlo venir. Miguel igualmente aumentó el vigor con el que masturbaba a su padrastro en esa isla; misma que parecía ser la responsable de que ambos descubrieran esos nuevos impulsos y sensaciones entre marinos, puesto que todo eso continuaba siendo confuso, a la vez que el morbo entre hombres parecía crecer rápidamente en los dos.
Entonces el libidinoso adolescente juntó su falo a la del viejo capitán y empezó a pajearlos al mismo tiempo, friccionándolos con brío y sin miramientos. Juntos eran tan gruesos que los tenía que jalar con las dos manos, apretándolos con fuerza para mantenerlos bien unidos.
Ahora ese par de machos marineros estaban casi abrazados, respirándose en los acalorados rostros, mientras aquella fusión fálica continuaba y se intensificaba. El del viejo gordo y cabezón, contra el del joven largo y curvo. Gerardo también metió mano y así cada uno ayudaba a mantener su miembro contra el del otro; a la vez que empleaban su mano libre para explorar y tocar el traspirado cuerpo opuesto.
Miguel podía percibir el penetrante aroma y todas las feromonas masculinas salir de los sobacos y peludo pecho del capitán. Y Gerardo sentía como ahora la mayor cantidad de líquido seminal manaba del rabo juvenil, como si se tratara de una fuente de viscoso y trasparente flujo, que chorreaba por la curva herramienta del chico y escurría por su propio mazo, hasta empaparle las canas de sus sólidos testículos llenos de tibia esperma.
– ¡Uff~! ¿Te gusta todo esto, muchacho…? —Logró articular el viejo entre resoplidos.
– Hmmm… Sí, capitán… Ooohhh… —Contestó el excitado de Miguel.
Éste creía que sus huevos estaban por explotarle, no podía entenderlo, como una paja entre dos varones podía gustarle tanto, era increíble.
El confuso grumete se encontraba caliente al extremo; su verga estaba muy tiesa apuntando al cielo azul, traía los pezones parados y sus bolas estaban infladas por toda la leche que estaba ya hirviéndole por dentro. Él manoseaba de arriba abajo el torso y genitales de aquel macho maduro, pasando y enredando sus dedos entre los arbustos de plateados pelos que tenía su capitán por todo el cuerpo. Éste daba grandes gemidos anunciando su pronta eyaculación, sumado a como su toqueteo al muchacho y movimientos de pelvis eran más atroces.
– ¡Diablos, capitán! No sé qué me pasa… Yo en verdad nunca antes había…
– Lo sé, muchacho. —Lo interrumpió su superior– Yo tampoco, ¡pero sí que se siente rico!
Los dos marineros gemían y exhalaban como animales embramados; demasiado cerca el uno del otro, sintiendo como sus pegajosos y apestosos cuerpos se entrelazaban. El chico cerró los ojos y se dispuso a disfrutar de los trallazos de semen que estaba por soltar.
Y estos no se hicieron esperar. Con un abrupto grito Miguel no pudo contenerse más y dejó salir toda su esperma en una eyaculación que pareció más una explosión de semen. Le salió muchísima leche, más que nunca, y eso que esa era su tercera corrida en el día (la primera fue en la playa, sentado en la piedra mientras esperaba el amanecer).
Sus disparos fueron tantos y con tal impulso, que salpicaron su barbita de chivo e incluso la barba del capitán, al igual que los torsos traspirados de ambos. El ver y sentir eso causó que Gerardo también culminara en uno de los mejores y más intensos orgasmos de su larga vida sexual. Su esperma viril igualmente salió en cuantiosas cantidades, que lo sorprendieron tanto a él como a su joven grumete.
Cuando al fin terminaron de venirse, ambos quedaron bañados por completo de semen propio y del otro; que les escurría por la bronceada piel, embarrándoseles en los vellos y deslizándose por sus genitales hasta caer en borbotones en la cálida arena y en uno que otro cangrejo que desprevenido merodeaba a sus pies, también quedó cubierto de leche de macho.
Después de eso se soltaron y separaron un poco, con sus miembros semierectos medio colgando de sus tupidas entrepiernas; pero aun así quedaron conectados por varios hilos viscosos de mezclado semen. Ninguno de los dos podía creer como habían quedado, ni porque habían hecho eso; estaban todavía desorientados por el tremendo orgasmo que habían tenido recién.
– ¡Joder, muchacho! ¡Sólo mira cuanta leche hemos botado! —Habló el maduro primero.
– Vaya que sí, mi capitán… ¡Je! ¡Je~! —Rio Miguel con cierto nerviosismo, ya que no sabía cómo actuar o que decir después de lo que había hecho con el macho que tanto admiraba.
– Creo que yo nunca antes había producido tanta. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja~!
– Sí, es una lástima que no se pueda comer o tendríamos otra fuente de proteínas, que es lo que el Doc siempre dice es lo más importante. —Dijo el chico a modo de broma.
– Cierto y con todo esto hasta comeríamos los cinco. –Respondió el viejo de mar y con un par de dedos recogió de su pelo en pecho un poco del semen, y dubitativamente lo probó.
Esa fue la primera vez que saboreaba su propia esperma (aunque técnicamente también estaba probando la de Miguel, pues estaba toda mezclada) y cuando degustó esa espesa y blanquecina secreción masculina, verdaderamente le encantó.
– Mmmm… ¡Joder, sí que sabe bien esto!
En ese instante el semen se convirtió para Gerardo en una de sus cosas favoritas; por lo que siguió juntando de su cuerpo los restos de leche viril de ambos, lamiéndola y chupándola de sus dedos y manos, sin poder controlarse. El grumete obviamente se quedó atónito al ver aquello; en lo que el capitán continuaba comiendo esa cremosa sustancia de macho, como si éste muriera de hambre y eso fuera su único alimento. Entonces el chico tomó un poco de su propio pecho y se lo ofreció a su oficial de marina.
El maduro hombrón lo dudo por unos segundos, pero luego abrió la boca y succionó los dedos del sensual joven. Miguel tomó con la otra mano más de su abdomen de lavadero y se lo volvió a ofrecer, viendo como el veterano semental aceptaba de buen grado y le limpiaba los dedos con la boca y lengua; viéndose ambos fijamente y con descaro.
El adolescente miraba extrañamente excitado como el capitán devoraba todo el semen; éste no parecía ser el mismo viejo marinero que le había enseñado todo lo que sabía tan sólo un año atrás, cuando empezó a trabajar para él en su barco; mismo hombre que era como el padre que nunca había conocido, y ahora era el que estaba comiendo toda la esperma mezclada directamente de sus sucios dedos. Nada de eso le causó repulsión a Miguel, al contrario, hizo que su largo falo se sacudiera nuevamente y en segundos pasara de estar semierecto, a volver a erguirse y endurecerse como la lanza viril que es.
Gerardo no comprendía porque el sabor de la leche de ambos estaba produciéndole ese efecto; parecía que el calor isleño de esa tarde y el intenso morbo que sentía, seguramente le afectaba mentalmente o al menos esa era la única explicación que tenía para ese nuevo y extraño comportamiento, siendo él tan machote.
Lo cierto fue que dejó de pensar más en ello y únicamente prosiguió con ese perverso deseo y ansias de esperma masculina; que una vez más se acercó a su pupilo y se puso a lamer el viscoso líquido directo del esculpido torso de Miguel, quien se dejó sin protestar y ya con el rabo bien erecto y listo para más placer.
– Vaya que sí le gusta la leche de verga, capitán… —Habló el extasiado chico.
– Mmmm…Slurp~! No sé qué sea. Mmmm…Slurp~! Pero me tiene loco… —Le contestó el marino entre lengüetadas y sorbidas a su pechito recio, bajando luego por la hilera de vellos negros de su marcado abdomen.
– Pues… Tengo mucha más leche en la verga si quiere… —Logró decirle con cierta vacilación el calenturiento grumete.
El viejo levantó la vista, puesto que ya estaba de rodillas ante Miguel, y le sonrió al tiempo que tomaba con sus manos la erección de su hijastro y de una se la llevó a la boca.
Gerardo tenía el jugoso glande de su muchacho entre los labios y con su carnosa lengua limpiaba los restos de semen que tenía, saboreando a la vez los nuevos hilos de jugo seminal que ya babeaban de ese miembro juvenil. Miguel soltó un gemido al sentir las chupadas del maduro en su cabeza fálica, excitado y en parte aliviado, ya que hacía tiempo que el chico no recibía una buena mamada; sólo que para su sorpresa se la estaba dando su capitán, al macho que veía como a un respetable padre.
El grumete veía desde arriba como el inexperto viejo intentaba tragarse entera su verga curva; pero claro que no podía siendo primerizo en felar a otro hombre; por lo que tenía fuertes arcadas y tocia con lágrimas en su ahora rojiza cara arrugada. Así que el lujurioso adolescente no apresuraba al maduro marinero y a pesar de que esa no era la mejor mamada que le habían hecho, las lamidas y chupadas novatas de su capitán le ponían muy excitado.
A Miguel le estaba gustando mucho observar como ese macho plateado no desistía de la faena y como buscaba desesperado la forma de engullirse toda su prolongada herramienta de 18cm. Y por su parte el viejo sentía como su boca se inundaba del abrasivo sabor a macho de su viril pupilo, succionando el exquisito glande y poco a poco más del rígido tronco; éste no sabía porque, pero quería tragársela toda hasta el peludo pubis.
Así que el capitán siguió y siguió con su labor de felar a su muchacho, ganando minuto a minuto experiencia y habilidad (¿quién dice que un perro viejo no puede aprender trucos nuevos?), tratando con esmero y auténtico deseo; ya que por raro que le resultara, mamar ese rico rabo juvenil le fascinaba, tanto que su propio y rollizo miembro de macho también estaba ya durísimo e hinchado, obligándolo a jalárselo de rodillas mientras continuaba atorándose con la hombría de su hijastro.
Y ya con más confianza el joven marino agarró su verga por la base y la sacó de la boca de Gerardo, y comenzó a restregársela por el sudado rostro a su maduro padrastro. El roce de la canosa barba le gustaba; así como también ver a su superior abrir la boca con ansias de seguir chupando y pasarle la salivosa lengua con por todas partes, por los vellos y hasta los huevos. Ciertamente el capitán estaba volviéndose todo un ‘chupa-vergas’ como su hermanito Santi.
Entonces el chico tomó al otro macho por la gorra de marino, y empezó a metérsela y sacársela en lo que era una clara follada bucal; que al fin le logró introducir toda su lanza al viejo hasta la garganta, con fuerza y brío, mirando cómo sus negros pelos púbicos se enredaban con el blanco bigote de su oficial mamón.
– ¡Eso, capitán! ¡Cómase toda mi verga! ¡Oh…sí! —Le dijo el ahora desinhibido Miguel.
El maduro marinero no objetó, todo lo contrario, eso le gustaba todavía más y entre más el muchacho le atravesaba la faringe con su curva verga, el viejo se masturbaba más rápido con la derecha y con la otra se estrujaba las bolas nuevamente llenas de semen caliente.
– ¡MMGH! Bluagh~! ¡MMGH~! Bluagh~! —Era lo único que salía de la boca llena del capitán, pues estaba realmente atorado por ese falo que le taladraba la garganta.
El joven tripulante le cogía con muchas ganas la cara al veterano de mar. Le sostenía de la barba y nuca, y lo penetraba por completo; hasta que su glande le llegaba al esófago, con furia y maña, que sus rizados testículos se bamboleaban y chocaban contra la barbilla de su capitán. A eso, Gerardo tuvo que apoyarse con ambas manos en los peludos muslos de su hijastro, soportando como un genuino macho las agudas arcadas y las violentas arremetidas bucales que el chico le daban a su enrojecido rostro, todo traspirado y con lágrimas en los ojos cafés.
Y después de un buen rato así, Miguel se compadeció del adulto mayor y le liberó de su miembro masculino, dejándolo respirar un poco.
– ¡Anda! ¡Cómete ahora mis huevos, cabrón! —Le espetó por primera vez con irrespeto; pero su excitación era mucho más a cualquier otra cosa.
El viejo sin titubear obedeció y de inmediato lamió las sudadas y velludas bolas del adolescente; se las lamia, succionaba y mamaba con locura; en lo que el joven se masturbaba con frenesí, mientras su padrastro estaba devorándole con apetito los huevos como le había pedido.
– ¡Uff~! ¡Sí, sigue así! ¡Cómemelos todos, cabrón! ¿Te gustan? —Le habló Miguel a su superior, ya más imponente y como todo un semental embramado.
– Mmmm…sí… Slurp~! Mmmm…son deliciosos… Slurp~! —Le respondía Gerardo entre cada lengüetazo y chupada que daba.
En eso el joven macho detuvo a su felador y de una le mandó la verga entera hasta el fondo de la garganta. El chico parecía más salvaje ahora que su papá postizo se había vuelto sumiso.
El grumete estaba enteramente entregado a sus feroces instintos y desbordado morbo. En ese momento ya no le importaba su incierta situación de náufrago, o que el placer que estaba recibiendo proviniera de otro hombre; sólo le importaba satisfacer su aparente insaciable apetito sexual, aunque lo tuviera que hacer con el macho al que admiraba, su oficial de marina, su casi padre. Miguel agarró con más brusquedad al viejo, botándole la gorra de capitán, y de la calva cabeza lo sujetó fuertemente y le embistió su orificio bucal como si se tratara de la vagina de una de sus tantas amantes.
– ¡Voy a reventarte la boca, cabrón! —Le espetó resoplando como una fiera en celo.
Así el chico continuó empujándole cada centímetro de su largo y curvo falo, más duro y baboso que nunca, que el libidinoso adolescente sentía delicioso como todo su rabo se deslizaba fácilmente por toda la faringe y esófago del maduro marinero. Éste por su parte podía sentir todo ese magnífico miembro viril dentro de él, quitándole el aire, y como los tupidos pelos púbicos de su muchacho se restregaban en su cara, a la vez que aquellas sólidas bolas revotaban en su canosa barba. Y la verga de Gerardo parecía más gorda y venosa de lo normal, y no le paraba de lubricar chorros de jugo seminal que caían sobre la fina arena; mientras él se la jalaba con tal potencia y velocidad que los músculos de sus macizos bíceps se resaltaban.
– ¡¿Quieres que te de mi leche, eh puto?! —Fue lo que escuchó el capitán, al tiempo que se masturbaba y trataba de respirar entre las embestidas bucales de Miguel.
– ¡AAGH! Bluagh~! ¡Sí! ¡Sí dame leche! ¡AAGH~! Bluagh~! —Le logró responder el marino veterano entre atoradas y arcadas.
– ¡Ooohhh!¡ Eres un puto chupa-vergas como Santi…! —Y confesando eso, el joven no pudo aguantar más el placer, que su hirviente esperma empezó a salir en imparables disparos.
El viejo por su propia excitación, más todos esos jadeos y sonidos guturales, no pudo escuchar bien lo que el joven macho había dicho al momento de venirse. Además, el capitán no tuvo tiempo de pensar mucho en ello, puesto que tenía que ingerir esa enorme cantidad de caliente y espesa leche masculina; que era tanta que no le daba chance de tragarla lo suficientemente rápido, por lo que a borbotones se le desbordaba por las comisuras de su follada boca.
Y Miguel temblaba de pies a cabeza debido al extraordinario orgasmo, y con su verga bien metida en la garganta de Gerardo, continuó expulsando todo el resto de semen que le quedaba en sus exprimidos huevos; que a decir verdad era muchísimo (y eso que se debe considerar que esa era su cuarta eyaculación en el día).
El canoso navegante estaba al límite; atorado por el curvo falo adolescente y asfixiado por la abundante lechada, que entraba a su panza y a la vez se rebosaba de su boca, lo que hizo que sus propias jaladas de verga fueran más frenéticas, que él también comenzó a sentir sus testículos inflados a punto de estallar, y con un sonoro suspiro inició su segunda corrida, y así chorro y chorro Gerardo vació sus bolas por toda la playa frente a sus recias piernas.
Y una vez que la última gota de cremosa y caliente leche viril terminó de salir de la lanza de Miguel, éste sintió como no sólo la presión que había tenido en sus geniales desaparecía, sino que esa especie de ‘bruma’ que ofuscaba y nublaba su mente, también se disipaba por completo, haciendo que entrara en conciencia de lo que había dicho y hecho.
Entonces ayudó a su superior a levantarse; ambos estaban prácticamente desnudos, completamente traspirados y con sus rabos cansados y colgando pesados entre sus peludos muslos. El capitán una vez en pie, se colocó su gorra y con el dorso de su mano se limpió la boca y barba de saliva y semen del joven. Él también había recuperado la sensatez después de la colosal segunda eyaculada que había alcanzado momentos atrás.
– ¡Epa, muchacho! Esto sí que fue… Algo raro, ¿no? —Habló el capitán con evidente vergüenza ante su grumete e hijastro.
– Eh… —Empezó Miguel a responder, pero tenía un nudo en el cuello– La verdad sí, capitán… Y pues yo… Lo que le dije antes… Eso de put–
– Descuida, muchacho. —Lo interrumpió Gerardo al tiempo que se subía el pantalón– No pasa nada. Sé a lo que te refieres y entiendo. Uno cuando se excita se vuelve otro.
– ¡Je! ¡Je~! Sí, no sé qué fue lo me poseyó. —Dijo el chico a la vez que también guardaba su verga dentro del uniforme.
– Es esta condenada isla. Creo que nos está afectando a todos. —Y en eso recordó algo de lo que le había oído decir– Pero, ¿qué fue lo que dijiste de otro puto? ¿Algo de Santi…?
Miguel se quedó un rato en silencio en lo que se ponía la camisa, no recordaba muy bien qué tontería había dicho mientras se estaba viniendo dentro de la boca del capitán; pero fuera lo que fuera debía hacer algo para remediar su metida de pata.
– Eh… ¿De Santi? Pues nada… —Contestó ya algo nervioso, volviendo a sudar y a apestar más.
– ¡Ja! ¡Ja~! Sí, dijiste algo de que era un chupa-vergas. —Continuó el maduro hombre en tono jovial, pero muy intrigado– ¿No me digas muchacho que el niño también te la ha mamado?
– ¡No, ¿cómo cree, mi capitán?! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja~!
– ¿Y entonces por qué dijiste algo como eso? Vamos Miguel, creo que nos tenemos confianza, y más ahora después de todo esto.
– Pues es sólo que… No sé, me parece que al niño le gustan los machos… —Y su mente proyectó la vívida escena de esa mañana, de Santi alimentándose de la leche del macho turco.
– Puede ser. El nenito es muy mimado, que no me sorprendería fuera todo un mariconcito.
– ¿Pero…y nosotros, capitán?
– Lo que pasó ahora no tiene nada que ver, Miguel. —Le habló serio el capitán, mientras se acercaba y le ponía la mano en el hombro a su grumete– Nosotros dos somos machos y esto fue algo entre marineros, nada más. Tú no te preocupes.
Y le dio unas palmadas de camaradería con sonrisa paternal. Al instante el joven se sintió más relajado y volvió a ser el mismo (aunque ambos aún olían mucho a sobaco y semen seco).
Después de esa plática y decidir no ponerle más mente a lo que les había ocurrido; ambos marinos retomaron su ardua labor y en poco tiempo culminaron el trabajo de hacer la enorme señal de socorro para que pudiera ser vista por alguna aeronave que pasara por la isla. Y luego se encaminaron a la Cascada con el propósito de darse un buen y merecido baño juntos.
Miguel en verdad se sentía mejor y con normalidad ante el capitán Gerardo. Notó que el respeto y admiración que le tenía se mantenía y realmente aceptó el hecho de que la isla era la responsable de todas esas extrañas cosas que había visto y vivido ese día; que con gusto regresaba al campamento, esperando poder dormir esa noche y olvidar un poco todo aquello.
¿Pero podría ser eso cierto, que esa remota y desolada isla fuera la culpable por las anomalías que esos machos y niño estaban pasando?
Lo que podemos asegurar con certeza es que éstas continuarán…
Me FASCINA esta saga, qué pajote me he hecho. Me encanta que te tomes tu tiempo para describir las escenas, eso las hace mas calientes aun! Espero el siguiente muy ansioso! Saludos!
Y a mí me gusta que te fascina al punto de hacerte una paja; ya con eso vale la pena mi inversión en escribirlo jeje… Te espero para la tercera parte 😉
muy bueno tu relato, espero con ansias la continuación.
Gracias batler18 😉
Muy bueno👍
Gracias 😉
Uy , Muy interesante … 😀
Me gustaria que agregaras imaganes solo para hacernos idea de como son los Tipos jaja 😀
Jejeje… Eso como que le quitaría el encanto al relato; pues lo interesante es que cada quien vea los lugares y personajes como su imaginación les permita. Yo sólo doy algunas descripciones generales para dar una idea de lo que hay en mi cabeza, pero prefiero que cada uno les de su propio encanto 😉
Salu2! 😛
Y cuando sale la siguiente parte ee 🙂
Ya! 😛
Muy buena, la descripción de la situación, además de sembrar la duda, de que esta pasando si es natural, o hay algo mas en esa isla. Felicitaciones
Ahí está el encanto jeje 😛
Eres un excelente narrador. Gracias por compartir tu relato.
Me halagas elcliente24, gracias nuevamente.
Espero te guste también la 3ra parte 😉 Salu2!
Excelente relato amigo!!!! Gracias por trasladarme imaginariamente a esa maravillosa isla. Realmente me haces sentir parte de ese despertar sexual entre machos. Por cierto, sería interesante que cada uno de tus lectores, tu incluido, se identificara con un personaje. Porque a mi me ha pasado. Puede ser debido a mi edad avanzada y mi natural curiosidad, siento que bien podría ser el capitán, con ese nuevo y excitante gusto por el semen de macho y deseos de saborear una buena verga de su joven semental. Con quien te identificas tu? Abrazo de macho curioso amigo!!!!!
Hola diegameli, es un gusto.
Me alegra saber que te ha gustado al punto de transportarte y ser parte de la historia. Eso es lo que busco como escritor de estos relatos y por ello trato de describir y detallar para que les vuele la imaginación jeje…
En cuanto a lo que pides, pues ahora que lo pienso creo que cada personaje lo creé conteniendo algo de mí; tanto como un rastro de mi personalidad o quizás porque el personaje cumple o hace algo que siempre he querido. Pero si me voy a lo más estricto de escoger a uno con el que crea identificarme más, diría que con el doctor 😛
Salu2!! 😉