LA ISLA – Cap.03 Inocencia perdida
Parece que el calor isleño está afectando hasta la relación de un padre con su hijito….
El sol estaba por ocultarse, dejando rastros de tonos rojizos y violetas en el cielo. El cocinero Ahmed había preparado la cena; un estofado con caldo de pescado, patas de cangrejo y con ese peculiar calabacín que crecía en la isla. Mientras, el pequeño Santiago veía a su padre afeitarse usando la útil navaja que habían encontrado y un pedazo de espejo roto; en lo que justo oyeron llegar de la poza a los dos varoniles marineros, que informaron al grupo de su tarea completada. Así que como era costumbre todos se sentaron alrededor de la fogata del refugio y cenaron en los cuencos hechos de cocos vacíos y con los otros utensilios que también habían recuperado de las cosas que trajo la marea después del terrible naufragio.
Santi de tanto en tanto veía de reojo al turco, siempre maravillado de su descubierto torso robusto todo peludo, y recordó lo rico que fue aprender las pajas con él y como también le había gustado mucho hacerle la felación a ese gorilón e ingerir su lechita tibia; pero luego vio a los dos marinos y notó como éstos le miraban mucho, que se acercó más a su padre con quien compartía el tronco donde estaban sentados. El doctor al sentir a su niño pegado a él, le puso su musculoso brazo sobre los hombros; lo que ocasionó que su axila, perpetuamente traspirada, le escurriera sudor por la espalda y el pechito al pequeñín.
El hijo del médico se percató de que el capitán lo observaba mucho, lo que lo ponía algo intranquilo, pues el chiquillo no entendía el porqué de la mirada del viejo barbón y tatuado. E igualmente sintió que Miguel, su casi hermano mayor en la isla, actuaba algo raro para con él, más serio y siempre observándolo.
Ya de noche y a oscuras, los cinco sobrevivientes continuaban comiendo y hablando, con todas esas miradas silenciosas cruzándose por sobre el fuego central. Santiago morboseaba al turco, y éste le devolvía la vista al niño y a su padre, ya que quería asegurarse de que este último no supiera lo que le había hecho al infante. Miguel observaba a su hermanito, incrédulo aún por lo que presenció esa misma mañana. Y el capitán Gerardo también veía al pequeño, puesto que estaba intrigado después de lo que su grumete le había dicho esa tarde. El único que parecía no darse cuenta de nada era el buen doctor.
Al cabo de un rato, Roberto se levantó para ir a orinar, a lo que su primogénito brincó y dijo que lo acompañaría. El crío no quería quedarse a solas con los otros tres hombres; entonces siguiendo a su papá se alejaron varios metros del campamento, iluminados nada más por el cielo repleto de estrellas y una hermosa y enorme luna llena.
Santi de pie junto a su padre vio claramente como éste sacaba por la cremallera su portentosa herramienta de varón. El chiquillo volvió a asombrarse por la carne viril de su progenitor (aún flácida era muy maciza y grande, y que decir de lo peluda) y notó como el recio hombre se la pelaba y se descubría el abultado glande para mear.
Hay que decir que aquellos eran unos tremendos y potentes chorros de orina amarilla, y era tanta la potencia con la que salían, que incluso salpicaban sus pies descalzos y hasta los tobillos y piernitas de su niño; mismo que sentía todas esas gotas calientes empaparle la pálida piel, causándole morbo al tiempo que le costaba soltar su propio chorrito de orina.
Y como el pequeño no disimuló para nada, el médico se dio cuenta de cómo su curioso retoño no dejaba de verle el miembro.
– Ya te dije, hijo. Ya pronto te crecerá tanto como a papá. —Y se la sacudió un par de veces.
– Y la tendré así de peluda también, ¿verdad?
– ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja~! Sí, también tendrás muchos pelos como yo, ya lo verás. —Le respondió a su impaciente crío mientras se la guardaba– Así que tranquilo y no comas ansias.
Santiago sonrió con genuina felicidad al escuchar a su padre y regresó junto a éste a la fogata; donde los otros tres machos charlaban bien relajados, más que ninguna otra vez en todo el tiempo que llevaban varados en esa isla en medio del Pacífico.
El veterano capitán y el velludo turco hablaban de las mejores folladas que habían dado, así como también de a cuantas mujeres habían cogido cada uno; las cuales resultaron ser muchísimas por parte de ambos hombres. A lo que el doctor quiso cambiar la plática, pues le resultaba algo incómodo que su pequeño hijo de 12 añitos escuchara esas cosas; pero los otros dos parecían estar empecinados en el tema, como si se tratara de una conversación entre borrachos; por lo que con cierto recelo Roberto tuvo que participar un poco, ya que tenía que mantener su porte de macho alfa frente a los otros.
– Yo no sé a cuantas habré dejado preñadas. —Habló Gerardo– Porque puerto que visitaba, vagina que dejaba bien lechada. ¡JA! ¡JA! ¡JA~!
– Y a veces a más de una por puerto, mi capitán. —Miguel le ayudó a recordar a su oficial.
– ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja~! Muy cierto, muchacho. No se lo negaba a ninguna, fuera vieja o jovencita.
– Hmmm… ¡Las jovencitas son las mejores! —Dijo el comerciante, al tiempo que se frotaba su abundante y enmarañado pelo en pecho– Me gustan bien pequeñitas, ¡así son más ricas!
– Yo pues las prefiero maduras. —Interrumpió el grumete– Antes de zarpar del último muelle una vieja puta me dejó bien deslechado. Para mí esas son las mejores.
Ahmed por su parte estuvo en desacuerdo, diciendo que las niñas apretaban más y se sentían más delicioso cuando él las cogía con fuerza. El buen doctor sudaba por la incomodidad, que se giró a ver a su chiquillo sentado a la par; pero Santi estaba encantado con la conversación, sólo que al escuchar eso último de su hermano mayor Miguel, se sintió extrañamente celoso; aunque su pijita ya estaba bien firme bajo su calzoneta de camuflaje militar verde.
– ¡Tienes razón, muchacho! —Coincidió Gerardo, mientras fumaba su pipa y disfrutaba del poco tabaco que le quedaba– Las viejas son unas putonas expertas.
Y en eso el adolescente recordó lo de esa tarde y a su capitán mamándole la verga hasta tragarse toda su espesa esperma viril; a lo que enseguida tuvo una notoria erección.
– ¿Y qué opina usted, Doc? —Prosiguió el maduro marinero.
– No tengo preferencias. —Respondió a secas el médico y con cierta seriedad; notando la mirada de su pequeñín clavada en él.
– ¡Vamos Doc! No le tenga vergüenza a su niño. —Y volteándose hacía éste, continuó– Apuesto a que el crío quiere saber, ¿o no Santiaguito?
El niñito aseveró moviendo ávidamente su cabecita; ya que realmente moría por saber de esa faceta de su padre, saber cuánto éste cogía y confirmar lo macho que es. Por su parte, el médico con poco más de 40 años es muy cotizado con las féminas; siendo muy atractivo, de aspecto varonil y hasta su profesión le permite ser algo mujeriego, sólo que uno muy discreto.
– Seguro que usted Doc arrasaba en el hospital, ¿o me equivoco? —Seguía insistiéndole el afable capitán– ¡Vamos, cuéntenos! ¿A cuántas enfermeras les partió el coño?
– La verdad, a muchas… —Finalmente Roberto decidió que lo mejor era ceder.
Los otros tres hombres hasta vitorearon por la confesión del médico.
– Y también a muchas pacientes. —Agregó en lo que se acomodaba los lentes– Lo cierto es que en el hospital follaba muchísimo. Siempre tenía alguna que me pedía verga y me deslechaba.
– ¿En serio, Doc? —Preguntó el joven grumete más entusiasmado con la plática.
– No tienes idea, Miguel. Creo que quedaba más cansado por tanto coger que por operar.
Santiago estaba más que excitado escuchando como su padre les demostraba a los otros lo macho semental que es. El pequeño guardaba silencio mientras escuchaba las historias sexuales de su papá en el hospital, y luego al capitán contar la ocasión en que él y varios de sus tripulantes follaron entre todos a una casada ninfómana; y el turco de Ahmed tampoco se quedó atrás, él les contó de la vez que estuvo cogiendo con una madre e hija al mismo tiempo.
Después de la cena y esa estimulante charla, todos finalmente se marcharon a dormir a sus respectivas tiendas, hechas con palos, pedazos de lona y otros restos.
Santi se acomodó al lado de su padre, sólo que más cerca de lo usual. Cabe mencionar que en la isla al anochecer suele refrescar un poco; pero no esa noche, el calor continuaba, húmedo y pegajoso, haciendo que ambos ya estuvieran muy traspirados. Entonces el doctor se extrañó por el comportamiento de su hijo, quien no podía tener frío. Lo que pasaba era que él no imaginaba que su retoño estuviera buscando su cercanía, la de su macho progenitor.
Así que Roberto dejó a Santi dormir pegado a él, y solamente aprovechó a quitarse la sudada y olorosa camiseta, así como el pantalón; quedando nada más con su ajustado calzoncillo. Ellos en la tienda tienen una lámpara de aceite, pues a Santiago no le gusta dormir a oscuras en la isla; por lo que el quinqué siempre está a media llama y así hay un poco de tenue luz, lo que le permitía al crío contemplar el esculpido y algo velludo cuerpo de su papá.
El pequeño imitó a su padre y también se quedó sólo con su ropa interior azul, con el logo rojo y amarillo de Superman dibujado al frente y en las nalguitas. Luego se acurrucó a un costado de Roberto, de manera que apoyaba su cabecita sobre el pecho peludo del hombre y entonces con su manito comenzó a jugar con aquellos vellos castaños, desde los pectorales hasta los que se arremolinaban en el ombligo y subían de esa peluda y voluminosa entrepierna masculina.
– ¿Qué haces, hijo? —Le preguntó el médico a su inquieto vástago.
– Es que me gustan tus pelos, papi… Eres muy peludo. —Contestó el niñito sin despegar su mirada del prominente bulto blanco que se erguía bajo la cintura de su papá– ¿Por qué papi, te molesta? ¿Está mal que lo haga?
– No, no es que sea malo… Es sólo que nunca lo habías hecho antes. Pero como eres mi hijo, supongo que está bien. —Respondió el doctor un poco incómodo.
Roberto sintió como empezaba a traspirar todavía más, tanto por el calor de la noche como por el producido por el cuerpo de su pequeñín; sin mencionar que esa situación de Santi tocándolo así lo estaba poniendo bastante intranquilo.
– Es como que tuvieras el pecho de peluche, papi. —Le dijo su primogénito, mientras seguía subiendo y bajando su manito por todo aquel torso velludo.
Su padre sonrió dándose cuenta de lo infantil de su hijo, que con 12 años todavía le resultaba muy inocente; así que con la mano se puso a acariciarle la cabeza a su niño.
– ¡Je! ¡Je~! Sí, papá es como un oso de peluche. Así que aprovecha y duérmete abrazado así. Hoy fue un día muy largo y tenemos que descansar.
Santi continuó jugando con los rizados vellos de su varonil padre, observando detenidamente aquel prominente bulto más abajo. Se resistía a la idea de estirar su manito y agarrar el gran paquete de su progenitor; al mismo tiempo que el médico para sus adentros deseaba que su hijo desistiera de esas caricias, puesto que la abstinencia sexual en la isla también le estaba queriendo jugar una muy mala pasada y ya estaba nervioso.
El aparentemente inofensivo toqueteo de su pequeño estaba causándole a Roberto problemas. Para su sorpresa, comenzó a sentir como su miembro se movía bajo su ceñida trusa, levemente queriendo erguirse y crecer hasta sus imponentes proporciones; cosa que no estaría nada bien. Por suerte el cansancio y los arrullos de las caricias paternas hicieron que Santiago se quedara completamente dormido; aunque con una erección, que su padre sentía rozándole al costado.
El doctor pensó que eso era natural, debido a la edad de su chiquillo, ya por entrar pronto a la pubertad; así que con cuidado giró a su niño sin despertarlo, para que éste mejor le diera la espalda y evitar así más toqueteos nocturnos inoportunos. Y ya aliviado (ya que su falo afortunadamente permaneció flácido), también se quedó dormido gracias a la ayuda de la suave respiración de su crío, el sonido producido por la marea y los murmullos que provenían de la selva junto a la playa y el campamento.
Roberto soñaba que estaba de vuelta en el barco antes del naufragio. Se encontraba caminando por los pasillos rumbo a su camarote, y en eso vio acercarse a una hermosa mujer; la misma que desde la primera noche abordo le miraba y coqueteaba en cualquier oportunidad; sólo que ahora la tenía enfrente y sin palabra alguna empezaron a besarse, que rápidamente ya estaban dentro de la habitación comiéndose las bocas y lenguas, al tiempo que se desvestían mutuamente con frenesí. Él ya desnudo se recostó boca arriba sobre su cama y la sensual morena se le abalanzó encima y de inmediato comenzó a chuparle los pelos del pecho, bajando por los de su plano estómago, los de su tupido pubis y luego encontrando su enorme y firme verga de 20cm, ella se dispuso a mamarle todo lo que le cabía de ese majestuoso rabo.
El musculoso hombre gozaba con aquella felación experta de parte de la fogosa mujer; justo en lo que de súbito el sueño se esfumó. Al abrir los ojos vio el toldo de su tienda, pero lo extraño fue que la sensación de placer continuaba y él sentía su palpitante falo muy mojado. Entonces ya más despierto bajó la mirada y descubrió que no era la morena del barco la que le hacía el oral, sino que era Santi, su pequeño hijo, quien con sus dos manitos le sujetaba el miembro por la velluda base y se lo mamaba con la nueva destreza que había aprendido con el turco.
– ¡¡SANTIAGO JOSÉ!! —Gritó el desconcertado padre– ¡¡¿Pero qué rayos haces, hijo?!
Al oír la grave voz de su papá, entre asombro y enfado, el pequeño dio un brinco del susto y soltó la verga que le había dado la vida. El niñito no podía pronunciar palabra alguna, pues con los ronquidos de su padre nunca espero que éste lo descubriera y lo que hacía unos segundos fue un sueño hecho realidad para el chiquillo, ahora se tornaba en una pesadilla. Santi no sabía qué hacer, quería salir huyendo de la tienda, pero el miedo lo tenía paralizado.
El doctor se incorporó un poco (aún acostado boca arriba, pero apoyándose en los codos), tratando de pensar y saber cómo reaccionar ante semejante situación; ya que él nunca hubiera imaginado que su propio vástago pudiera hacer algo como eso.
– A ver, ¿dime por qué has hecho eso, hijo? —Le cuestionó un poco más calmado y con voz más amigable, intentando entender al niño.
– Este… Es que yo… ¡Lo siento papi, por favor perdóname! —Suplicó Santiago casi en llanto.
– Anda, no llores hijo. No estoy enojado, ¿sólo quiero que me digas por qué lo has hecho?
– Es que… Me desperté y vi que la tenías dura y yo… —Le trataba de explicar con las pecosas mejillas coloradas por la vergüenza– Te la agarré y entonces… Es que quise probarla, papi.
Cuando Roberto escuchó la confesión de su varoncito quedó más perplejo. Él había notado la curiosidad normal de prepúber y como éste lo admiraba; pero jamás en la vida podría haber pensado que el crío de apenas 12 años tuviera esas inclinaciones y menos que las explorara con él, su propio padre. El pobre médico estaba entre atónito, confundido, algo perturbado y extrañamente excitado, puesto que su erección no mermaba en lo absoluto.
Entre todos los pensamientos que se le vinieron a la mente al doctor, el que más le resonó fue que sorprendentemente el pequeñín no la comía para nada mal; lo que lo dejó más confundido todavía. Él como los otros tres hombres heterosexuales de la isla, había estado todo ese tiempo sin sexo y sin poder aplacar su apetito carnal; por lo que también se estaba volviendo un poco loco, que hasta pensó que siendo ellos dos ‘padre e hijo’, quizás esa situación no era tan mala y descabellada, que incluso hasta podría considerarse algo natural.
– Y…eh… ¿Así que te gustó mi verga, hijo?
– Sí, papi. ¡Mucho! —Contestó el niño con la linda carita toda embarrada de los pegajosos líquidos seminales de su papá.
– Entonces hijo… Puedes seguir mamándole la verga a papi…
De inmediato el rostro de Santiago se iluminó y esbozó una auténtica sonrisa de oreja a oreja. Y por supuesto, de inmediato y sin pensarlo obedeció a su padre; sujetando de nuevo con sus manitos la gran herramienta viril y agachándose de manera que su boquita quedara justo frente al palpitante y jugoso glande de su progenitor.
Ese miembro masculino era casi como el del turco, sólo un poco más corto y casi del mismo grosor, e igual que el de Ahmed era bien recto, muy macizo y venoso; que para Santi ese falo hasta se veía musculoso como el resto del fornido cuerpo de su padre. El glande también brillaba mucho por las constantes secreciones seminales y por la base le trepaban muchos pelos púbicos. Y así Santi abrió bien su boca para engullir esa verga paternal y seguirla felando, tal y como había aprendido con el comerciante gorila esa misma mañana.
El pequeño disfrutaba el tener otra vez la virilidad de su papá en sus hambrientas fauces, deleitándose con todos esos sabores, salado por el cebo sudoroso y dulce por los viscosos jugos, y demostrando su habilidad innata; pues esa era apenas su segunda mamada y aun así había mejorado bastante, coordinando mejor la respiración con las succiones y pudiendo devorar bastante de ese inmenso instrumento sexual.
Roberto también gozaba con la felación que le daba su hijo. Él realmente se sorprendió de la destreza y el deseo que su pequeñín demostraba al lamerle y chuparle todo el rabo, de arriba abajo, mientras se lo pajeaba desde el pedestal hasta medio tronco, y siempre con sus ojitos miel viendo descaradamente a su macho padre. Éste por la excitación quería follarle la carita a su crío, que poco a poco movía su pelvis hacia arriba, empujando y tratando de que el chiquillo tragara más de su leño viril; pero como se trataba de su tierno retoño se controló y mejor simplemente se dejó de su primogénito, jadeando y soltando uno que otro sutil gemido, al mismo tiempo que observaba el empeño de Santiago y recordaba cómo éste de bebé mamaba de la misma forma los biberones, con un gran apetito insaciable.
– ¡Oh…Dios! ¡Qué bien te comes la verga de papá, hijo! —Soltó el doctor sin poder contenerse, ya que el placer que estaba experimentando era increíble.
– Mmmm…Slurp~! Mmmm…Slurp~! —Era lo único que salía de la boquita de Santi, eso y los excesos de su saliva mezclados con los borbotones de pre-semen de su padre.
– ¡Ooohhh…No me lo creo! ¡Pero sí la mamas mejor que tu madre! —Dijo el desconcertado médico, que todavía no daba crédito a lo que estaba pasando.
Santi le sonreía entre sus lamidas y chupadas, porque ahora estaba seguro de que su querido papi lo estaba disfrutando mucho, igual que el macho turco unas cuantas horas atrás, y tanto que su progenitor se retorcía entre las mantas y cobijas que usaban como cama, suspirando de gusto a la vez que él succionaba más de esa carne masculina y apestosos pelos de hombre.
– Mmmm… Papi quiero que me…Mmmm… ¡Que me des de tu leche! —Le pidió el pequeño en lo que continuaba con su ardua faena.
– ¿Quieres comerte la leche de papá, Santi? —Le preguntó al tiempo que las succiones de su niño a su gran glande eran cada vez más intensas, que resonaban dentro de la tienda.
– Sí papi… Slurp~! ¡Me la quiero comer toda! Slurp~! —Y el goloso crío pasaba su lengüita por toda la verga de su padre, desde la velluda y venosa base hasta la punta, colectando todos los hilos viscosos del dulce néctar que no le dejaban de escurrir a ese falo paterno.
– Sigue mamando así de rico la verga de papi y verás cómo te doy toda mi lechita, hijo…
Roberto no tenía idea de en qué momento su hijito pasó de ser un inocente niño, a todo un ‘putito come vergas’. Por un instante pensó que pudo haber sido Miguel quien le enseñó eso, cosa que le molestó un poco; pero el excelente trabajo bucal de su vástago en su macizo rabo, le hizo cambiar de opinión y pensar mejor que fuere quien fuere el macho que corrompió a su pequeño, el desgraciado le había enseñado muy bien; puesto que él ya hasta alucinaba.
Santiago engullía más y más cada vez, pero a pesar de su extraordinaria y nueva habilidad, no podía más que con la mitad de aquel macizo miembro; así que el doctor comprendiendo el anhelo de su hijito por comérsela entera, le ayudó y empezó ahora sí a mover más sus caderas hacia arriba, y con sus dos manos sobre la cabeza del pequeñín, lo empujaba hacia abajo para que al fin el infante se la pudiera tragar completa.
Cuando el mamoncito se tragó toda esa enorme verga, apenas y pudiendo respirar, sintió el roce y hedor de los pelos púbicos de su progenitor justo en sus narices, y como su boquita y garganta estaban llenas de aquella caliente, sólida y palpitante carne paternal; sumado a que también podía sentir todos los líquidos preseminales que escurrían e iban directo a su pancita.
– ¡Santo cielo! ¡No sabía que eras tan puto, hijo! —Exclamó pasmado el médico, que se quedó boquiabierto mirando al voraz niño– ¡Me tienes con los huevos a reventar!
En eso el chiquillo pudo sacarse todo el leñoso tronco viril de su papá, recobrando el aliento, y con los ojitos vidriosos le volvió a sonreír.
– Papi, me gusta mucho mamarte la verga así… —Le confesó abiertamente Santi, mientras con sus manitos pajeaba la hombría de su varonil padre.
– No digas nada, hijo. ¡Sólo sigue tragándotela entera! —Y con un único y brusco movimiento Roberto le encajó otra vez su verga entera hasta el esófago a su retoño.
El doctor había sucumbió absolutamente al morbo, la libido y el éxtasis; cogiendo como un animal la boquita y garganta de su primogénito. Él todavía no lo podía creer, pero estaba sucediendo ante sus dos ojos marrones; su propio y pequeño hijito le estaba dando un placer sexual insuperable, uno que había estado añorando desde antes de llegar a esa isla desierta.
Y lo más increíble para ese hombre era, no sólo que su dulce crío resultara ser un auténtico puto mamador de machos, sino que éste pudiera engullirse por completo sus 20cm de masculinidad venosa y peluda; pues ni su ex-esposa, ni ninguna novia u otra mujer antes había podido hacerlo, y ahora él estaba follando a pleno las fauces y faringe de ese infante que había nacido de él apenas 12 años atrás. Para él aquello era hasta anatómicamente imposible, pero estaba pasando, que él empujaba y metía con gran facilidad su falo y Santiago lo aguantaba.
Roberto resoplaba extasiado, en lo que su pequeñín daba arcadas con los ojitos llorosos, cosa que ponía más dura y tensa su vergota; pero también la pijita de su niño, misma que éste masturbaba por debajo de su ropa interior de superhéroe.
El buen doctor estaba ya fuera de sus cabales y sabía que con una felación él difícilmente lograría eyacular; por lo que su cabeza se llenó con la descabellada y degenerada idea de penetrar ahí mismo a su descendencia. Entonces, poseído por la lujuria desenfrenada que la isla causaba en sus habitantes varones, el padre de Santi sacó su miembro ensalivado de los conductos bucales del chiquillo y le ordenó que se pusiera en ‘cuatro’ como perrito.
El pequeño por supuesto acató el mandato de su papá, con un poco de tristeza por ya no poder seguir deleitándose con ese suculento y macizo rabo; pero sin protestar se puso en posición, apoyado en sus palmas, rodillas y con sus nalguitas bien levantadas.
Roberto se hincó y se quitó el calzoncillo junto a la de su hijo, contemplando así ese gran culo; puesto que para su edad ese trasero parecía más el de una chica adolescente. Santi tiene un par de nalgas bien redondas y firmes, blanquitas y sin un tan solo pelito, y están adornadas en el centro por un rosado y tierno anito. El hombre se acercó más, metió uno de sus dedos y comenzó a explorar el esfínter de su niño; sintiendo lo estrecho que estaba y el cálido interior que lo invitaba; descubriendo para su alivio que seguía siendo virgen.
El retoño del médico sintió algo extraño cuando lo hurgaron por dentro, igual que cuando Ahmed hizo lo mismo esa mañana, pero no renegó. Y de pronto sintió algo distinto y muy placentero. Era la lengua y boca de su padre, que ya había empezado a lamerle, chuparle y comerle el apetitoso trasero a su hijito.
Roberto completamente ebrio de excitación y morbo, recorría con su lengua cada pliegue del ano de su vástago y cuando se la introdujo hasta el recto, pudo sentir un sabor que le recordó al coño de la madre del niño. Luego le separó con las dos manos las nalgotas a Santiago y metió entero su rostro en ese perfecto culito, que ahora era suyo para poder ser desvirgado, mamando todo a su paso y sintiendo sus chorros de pre-semen escurrir por la anticipación.
– ¡Ahm! Siento rico, papi… ¡Ahm! Aaahhh… —Con todo lo que su vigoroso y varonil padre le estaba haciendo, el pequeño no pudo contenerse y ya ardía en suspiros y gemidos.
– Mmmm… ¿Te gusta que papito te coma el culo, no es así hijo? Mmmm…
– ¡Ahm! ¡Sí! ¡No pares, papi! Siento rico en mi culito… ¡Aaahhh~!
El enviciado de Roberto notaba como su lindo crío disfrutaba y eso lo excitaba todavía más, y como vio que sus lamidas y chupadas habían dilatado algo el ano de su pequeñín; no se resistió e incorporándose se posicionó detrás con su gran glande apuntando justo a la entrada de aquel culo, que se veía mejor que el de todas las mujeres que él había follado. Después inició una serie de roces y frotamientos con su falo, esparciéndole sus secreciones seminales por el suave perineo y en especial en el esfínter, el cual volvió a embocar ya con cierta presión.
Santi sintió algo muy baboso en su anito, pero sabía que no era la lengua de su papá, y recordó que con el turco fue igual (el ingenuo chiquillo no tenía idea de lo que se le avecinaba).
– ¿Ahora qué haces, papi? —Y giró su cabecita para poder encarar al hombre.
– Algo que a los putitos como tú les gusta mucho. —Le respondió fuera de sus cabales, mirando cómo su miembro masculino estaba más rígido, hinchado y venoso que nunca.
Y enseguida se la empujó con fuerza para penetrar a su varoncito; pero igual que con Ahmed, el tamaño y grosor de su rabo contra ese trasero infantil, resultó en tarea imposible.
– ¡¡AY PAPI!! ¡¡ME DUELE!! —Gritó el desprevenido niño.
– ¡Guarda silencio! Se un buen hijo y déjate, que papá sabe lo que hace.
Entonces el loco doctor tomó su trusa usada y sucia (con restos de sudor, orina y semen seco de varios días), y se la embutió en la boquita a su hijo a modo de bozal; ya que el pequeño seguiría gritando y él no podía permitir que los otros tres machos de la isla los oyeran. Su vástago se impresionó por ese brusco y cruel gesto de su padre; así como por el sabor de esa asquerosa prenda en su boca, que le hacía difícil el respirar y los fuertes hedores eran tan intensos que causaban que sus ojos lagrimearan sin control.
Seguido, el médico intentó nuevamente introducir su leñosa verga en el culo estrecho de su hijito, pero no lo consiguió. Él sabía que necesitaba lubricante; así que frotó más de los hilos seminales que goteaban sin descanso de su glande, así como también probó con escupirle saliva varias veces; pero nada funcionaba. Y en eso vio el quinqué y sin pensarlo tomó el aceite de la reserva, el que no estaba caliente, y lo empezó a verter por toda su recta y fogosa vergota, e igual le untó a Santiaguito con dos dedos por el ano y dentro del recto.
– ¡Ahora si podré reventarte el culo! ¡Papá te va a enseñar lo que es estar con un macho!
Y de pronto el pobre prepúber de 12 añitos sintió un terrible y agudo dolor en su trasero. Sentía como si algo duro y ardiente lo estuviera desgarrando poco a poco, penetrándolo por detrás y llenándole las entrañas. El agobiado crío ni siquiera pudo evitar el orinarse ahí mismo, estando en ‘cuatro patas’, sus chorritos de orina salían sin control, mojando todo el suelo de la tienda, a causa del dolor que experimentaba, como también por la presión que el enorme rabo de su padre ejercía dentro de él y su vejiga infantil.
Aquello ciertamente fue una agonía para el pequeñín, pero no para el papá de éste. Roberto en cambio sentía un inmenso gozo, superior a cualquier otro anterior cuando cogía vaginas o anos femeninos; puesto que el culito virginal de su dulce niño era lo mejor que su monumental falo había probado hasta ese momento.
El macho había logrado con todas sus fuerzas meterle la mitad de su verga, 10cm de una sola estocada, y ahora continuaba empujándole más y más con su velluda pelvis; haciéndose paso con decisión por el interior de su chiquillo, quien arqueaba su traspirada espalda sin parar de orinarse, gritando en silencio debido a la repugnante mordaza que lo callaba.
Y luego el membrudo médico logró introducirle el resto de los 10cm que faltaban, haciendo que sus tupidos y oscuros pelos púbicos rozaran las pálidas y redondas nalgas de su retoño; a la vez que él se sentía en un verdadero paraíso y su vástago seguía balbuceando y lloriqueando, ahogado por el sucio calzoncillo; generando así más excitación y morbo en su padre.
Para Roberto todo ese placer era inimaginable. Apreciaba como ese estrecho esfínter y recto recién desvirgados se adherían demasiado a su miembro, apretándolo como nada lo había hecho antes, y era tanta la coerción que sentía que su mazo venoso parecía que iba a reventar. Él solamente podía pensar es su satisfacción, que se había olvidado de su hijito y ahora lo veía como a un objeto sexual cuyo propósito era ser usado y abusado.
El ya desquiciado doctor sacó de golpe hasta la mitad de su recia verga, causando que el anito del niño se desgarrara más, y después se la volvió a meter entera con mucha fuerza, haciendo que topara y estrujara por dentro la pequeña próstata del tierno de Santi; lo que a su vez hizo que el infante expulsara una combinación de restos de su tibia orina y sus primeras gotitas de líquido preseminal de ya un puberto.
En ese preciso instante, Santiago pasó del dolor al placer y su pijita creció y se irguió sintiendo ahora con gusto como el duro y tremendo miembro masculino de su padre entraba y salía de su culito con cada brutal embestida. Aquello ya no era una agonía, todo lo opuesto, el pequeño estaba experimentando sensaciones que causaban que todo su cuerpecito se estremeciera.
Roberto se la sacó completa, abrió las pálidas nalgas de su retoñito con ambas manos y con una empalada le clavó sus 20cm de verga hasta el fondo; tanto que su abultando glande se dibujó en la piel de la pancita de su hijo. Todo el interior del chiquillo estaba siendo llenado por la carne viril de su progenitor y el ahora putito de Santi lo soportaba y disfrutaba, que su culito parecía acoplarse a la perfección con el robusto rabo de su musculoso padre.
En verdad parecía que esa misteriosa isla tenía el poder de transformar a todos sus habitantes en bestias en celo. Estaba volviendo a todos los hombres en machos lujuriosos sin escrúpulos y hasta el niño se había tornado en un genuino putito; donde el único propósito de todos ellos era saciar sus más básicos instintos y perversos deseos, sin importarles cómo o con quién. Y tal era el caso entre ese médico y su hijo de apenas 12 años, al que había cargado en brazos de bebé; pero que ahora le estaba partiendo el culo con la misma verga que le dio la vida.
El doctor era un semental embramado. Embestía a su pequeño sin contemplaciones, con violencia y maña, dándole nalgadas al extremo de dejárselas coloradas e hinchadas; mientras no paraba de bombear el trasero de su primogénito varón; mismo que se sacudía con cada estocada que le daba su viril padre, a lo que su tiesa pijita se meneaba entre sus piernas con un incesante vaivén, goteando ese nuevo líquido blanquecino que le emanaba.
El macho de Roberto traspiraba muchísimo, de la frente hasta su culo peludo. El sudor le escurría constantemente, empapándole los vellos de los sobacos y pecho, chorreando hasta sus pelos púbicos y cargadas bolas. Él jadeaba y resoplaba como un animal, gozando de esa brutal cogida a su pequeñín; taladrando salvajemente ese apretado y delicioso trasero de infante, que por algún milagro podía contener físicamente todo su monstruoso miembro, sin causarle aparentes heridas internas severas.
– ¡Oh…Dios mío! —Gemía el extasiado hombre– Si hubiera sabido que tu culo era tan exquisito, hijo… Te hubiera cogido desde hace años… ¡Qué delicia…Aaahhh~!
El crío sólo podía balbucear y babear, degustando la fétida trusa sucia de su papá que ahora tanto le fascinaba. Sus tetillas rosadas estaban muy duras y paradas, al igual que su pijita que se balanceaba junto a sus huevitos al ritmo de aquellas feroces arremetidas paternales.
Los lentes del doctor se empañaban por el agobiante calor y vapor dentro de esa tienda. Él y su vergota estaban en la gloria. Ese hombre sentía como sus bolas estaban preparándose para explotar; así que aumentó la velocidad y potencia de las folladas, que algunas gotitas de sangre cayeron en lo que ellos llamaban cama (ya toda mojada de sudor y orina); pero aun así Roberto no se detuvo, siguió con más fuerza hasta que logró correrse dentro de su pequeño.
Se tuvo que contener para no gritar a todo pulmón, mientras los incontables e incontenibles chorros de semen le salían disparados de su enrojecido glande; inundando todo el recto y colon de su vástago, preñándolo con sus hermanitos de esperma. Pero hábilmente Roberto, con apenas la mitad de la descarga de sus testículos, sacó su gran y grueso instrumento de inseminación del ahora partido culo de su hijo y, jalándolo del cabello lo puso de rodillas ante él, le removió el bozal y le metió la vergota a la boca; dejando salir así el resto de su rica y tibia leche paternal para que su niño se alimentara con ella, tal y como le había pedido antes.
El buen padre le cumplió el deseo a su pequeño, viendo de pie como su crío le volvía a mamar la verga como si fuera un ternerito, succionando el resto de su semen hasta dejarlo seco.
– Mmmm…Gulp~! ¡Ay papi que rica sabe tu lechita! Gulp~! —Y el chiquillo después de tragarla toda, le sonrió con su carita colorada, toda sudadita y pegajosa por la saliva y lágrimas.
– Te portaste muy bien, hijo… Papá está muy orgulloso de ti. —Le dijo Roberto mientras le pasaba su ruda mano por una de las mejillas a modo de caricia.
– ¡Te amo, papi!
– Yo también, hijo…
Con eso los dos cayeron rendidos sobre las asquerosas mantas y cobijas. Roberto acostado boca arriba como antes y su retoño abrazado a él, con la cabecita apoyada sobre los olorosos pelos de su pecho. Santi con los ojos cerrados, una sonrisa dibujada en su boquita y aún con el rico sabor de la lechita de su padre en el paladar y lengua; estaba feliz, nunca antes se había sentido tan contento en toda su vida. En cambio, el doctor le acariciaba el ensortijado cabello castaño a su pequeñín, mientras pensaba en lo que acababa de hacer con su inocente retoño.
Y así ambos se quedaron dormidos en un profundo y grato sueño.
perfecto
😉
Muy bueno, ya espero la continuación de la historia
Gracias, y ya estoy en ello. Salu2 😉
Ufffff el mejor hasta ahora. Es que el incesto tiene ese sabor tan delicioso! Me ha fascinado. Lo espere con muchas ansias, y ya quiero el siguiente! Saludos
Gracias, y espérate a la mañana siguiente jeje… 😉
Y hasta ahora puedo decir que eres mi fan#1, que espero me sigas con esta saga
Salu2 😛
Geniallll ❤️ me encata tu relato lo estoy siguiendo desde q salió, muy buena trama, yo también escribo relatos yo estoy con el de Carlitos y la finca !!!
Muchas gracias Make-magic69! Leer tu comentario, así como los otros que también les gusta, me motivan a seguir y no dejar de escribir.
Ya voy a darle una leída a los tuyos. Salu2 amigo 😉
Bravo. Me imagino tu relato como una historia ilustrada hecha por «Julius». Estaré pendiente de la continuación.
Gracias amigo, yo también espero leerte por el 4to capítulo que saldrá pronto; con suerte para final de la semana ya está 😉
PD: Si yo puedo escoger ilustrador, me iría más por (1) ‘Patrick Fillion’, (2) Logan o (3) ‘Josman’ jeje… 😛
De parte de otro centroamericano morboso, gracias, loco. Escribís demasiado bien
Gracias mi brother!! 😀 😉 😛
Realmente impecable descripción, mucho morbo y ese mito prohibido incestuoso, que canto calienta, continua por favor👍
Gracias suaveprofundo. 😉
Espero que hoy que suba el relato, se publique pronto para que todos lo lean e igualmente espero lo disfruten también.
Sube más
Ya casi sale publicado… paciencia jeje 😉
Nuevamente súper excitado por este nuevo momento que me hiciste vivir!!!! Te felicito bro, ya dispongo de tu cuarto capítulo de la saga y lo leeré esta noche verga en mano. Hoy me siento más identificado con Santi rememorando mis tiernos 10 añitos aunque también con el doctor ya que mis deseos de incesto con mi hijo son idénticos jejeje. Salu2 amigo!!!!!
De hecho también ya está el quinto disponible; por lo que espero lo disfrutes igual con verga en mano, que creo es la mejor manera; así es como los suelo escribir jeje… Es cuestión de teclear y jalar de forma intercalada 😛
Salu2!! 😉