LA ISLA – Cap.04 Cediendo al deseo
Ahora veremos lo que sucede después de esa intensa noche padre e hijo….
A la mañana siguiente Santiago despertó y se percató de que su padre no estaba en la tienda. En lo que notó un dolor agudo y punzante en su culito, y cuando se giró para revisar su trasero desnudo; vio la enorme mancha que había dejado su ensanchado ano, a causa de toda la esperma que su macho le había dejado dentro y estuvo escurriéndole durante toda la noche. Luego se logró levantar, se limpió un poco y se vistió para salir a buscar a su querido ‘papito’.
Lo encontró afuera junto a los otros tres náufragos, ya todos ajetreados por las tareas del nuevo día en la isla. Santi de inmediato se dirigió sonriente hacia donde estaba el doctor; pero pronto se dio cuenta de que su progenitor no era el mismo de la noche anterior. El resto de ese día el niño sintió a su padre frío y distante; éste lo evadía en todo momento y trataba de hablarle o muy poco o de una forma cortante, incluso pesada, cosa que dejó devastado al pequeño que no entendía el porqué de esa extraña reacción.
Lo que el inocente crío no podía comprender, es que Roberto estaba más que arrepentido por su impropio comportamiento y por la atrocidad que había hecho ayer. Para un padre el haber hecho semejante acto era algo imperdonable y por ello su moral y conciencia lo estaban carcomiendo por dentro; así que el hombre había optado mejor por evitar a su hijo, mientras buscaba en su cabeza la manera de reparar el daño cometido.
Así fue como pasaron dos días más; en los que Santi se sintió aislado por su papá, al punto que por las noches éste siempre lo mandaba a acostarse primero, para entrar en la tienda cuando él ya estuviera bien dormido. Y en cuanto al resto del tiempo, el médico se mantenía ocupado a solas o en compañía del capitán; entonces Santiago recurrió de nuevo a Miguel, quien por fortuna ya actuaba normal y se comportaba como antes, como su admirado ‘hermano mayor’.
De hecho, la mañana del cuarto día ambos nadaban y jugaban plácidamente en el mar junto al campamento, sólo en ropa interior. El adolescente se sumergía para atrapar por debajo del agua a su hermanito y lanzarlo luego por los aires; a lo que el atolondrado niñito respondía con salpicaduras y abalanzándose contra el joven marinero, atrapándolo por la cintura y caderas, lo que terminaba en un sugerente forcejeo y roce entre sus lozanos y definidos cuerpos. Cuando de repente vieron aproximarse a Gerardo y al doctor.
– Muchacho, basta de juegos. Ponte el pantalón y trae tu resortera. —Le ordenó el viejo capitán a su grumete desde la orilla, rascando su pecho peludo descubierto porque su camisa celeste siempre estaba desabotonada– Nos vamos a Pluma Roca.
“Pluma Roca” era la playa opuesta a donde se encontraba el refugio y era una costa rocosa con un alto acantilado, donde muchas aves migratorias anidaban entre las piedras y por esa razón el grupo iba de tanto en tanto para colectar huevecillos y poder cazar algún pájaro; puesto que la dieta de pescado y mariscos resultaba muy monótona.
– ¡Tú te quedas aquí, Santiago! —Le dijo Roberto a su hijo al mirarlo salir entusiasmado del agua– Sólo iremos nosotros tres, tú te quedas en el campamento… Y te portas bien.
– Sí, papá. —Contestó el dolido crío.
– Oiga, Doc. ¿Pasa algo con usted y su pequeñín? —Preguntó el maduro marino de barba blanca, cuando el chiquillo ya no podía escucharlos.
– No, nada. Es sólo que pienso que es bueno que él se haga un poco más independiente.
– En eso no se equivoca mi buen Doc. —Coincidió Gerardo en lo que abrazaba por sobre los hombros a Miguel– No es bueno que los niños sean tan mimados, se pueden hacer maricones.
Y con eso, el joven se volteó a darle un vistazo al niño de pie varios metros atrás de ellos.
Entonces esos tres hombres emprendieron su camino, relegando al pequeño y dejándolo en el refugio solo con Ahmed; quien asombrosamente se había ofrecido de buen grado a limpiar el sendero que llevaba a la Cascada. Santi podía escuchar el sonido que producía el machete al cortar la maleza, «Zash~!», y con cada corte parecía que su frustración crecía. «Zash~!», sentía una gran rabia esparcirse desde la boca de su estómago al resto de su cuerpo. «Zash~!», para él todo era culpa de su padre, al que ahora parecía odiar. «Zash~!», y con lágrimas de ira en sus hermosos ojos color miel, el niño se dirigió a su tienda; pero el intenso olor a macho de su padre emanar del interior, sólo aumentó su enfado. «Zash~!»
Santiago salió de la tienda sólo para entrar a la del capitán y Miguel, pero con la misma se marchó; pues no tenía claro que buscaba o que quería. Luego y sin pensarlo, se fue a la del comerciante y recordó las páginas arrugadas que éste había usado el día que lo encontró masturbándose. No tardó en hallarlas debajo de la camisa que el turco usaba como almohada. El iracundo crío se sentó en el camastro del cocinero y se puso a ojear aquellas hojas con mujeres desnudas, abiertas de piernas y tocándose; pero nada de eso le calmó.
En eso se percató que las páginas estaban pegajosas y al olfatearlas reconoció el penetrante y característico aroma a la leche viril de aquel macho. De inmediato la pijita del prepúber se endureció y metiendo la mano bajo su calzoneta verde, comenzó a hacerse una paja mientras lamía aquellas hojas para intentar volver a saborear el delicioso semen de Ahmed.
Durante esos días el pobre pequeño había estado muy confundido. Por una parte, anhelaba crecer y convertirse en un macho como su padre, e igual que los demás machotes de la isla, y ser también todo un semental follador de muchas mujeres como todos ellos; pero a la vez y sin entenderlo, se sentía atraído por la virilidad de todos esos rudos y varoniles hombres. Así que dejó lo que estaba haciendo y se dirigió con cautela a donde se encontraba Ahmed trabajando.
Allí estaba ese gorilón, sin camisa como siempre, dando fuertes zarpazos con el machete para cortar todas las ramas y lianas a su paso, y de esa manera con cada movimiento sus grandes músculos se tensaban, así como las venas de sus macizos brazos se marcaban para la perpetua admiración del niño; el cual ahora espiaba al turco escondido entre los matorrales cercanos.
Aún a la distancia que se encontraba, a unos diez pasos del comerciante, el crío podía percibir perfectamente el intenso hedor masculino que emanaba de las sobacos sudados y tan peludos de Ahmed, que el niño se movía entre los arbustos tras los pasos del tosco y apestoso hombrón; como si Santi se tratara de una mosquita revoloteando detrás de una planta atrapamoscas, la cual tiende su atrayente trampa a una víctima que no pude resistirse.
Ese penetrante olor viril causaba que la pijita de Santiago continuara bien dura debajo de su calzoncillo, que el chiquillo se la apretaba recordando lo que sintió con su padre cuatro días atrás o las noches siguientes que se despertaba mojado después de tener esos vívidos sueños, donde nuevamente podía saborear la leche de macho, ya fuera la de su papá o la del turco.
Y fue en ese momento que el pequeñín obtuvo la claridad que necesitaba. Pensó que, si su cuerpecito no lo dejaba ser hombre todavía, entonces sería ‘putito’ de un macho tal y como le habían enseñado. Y si su padre ya no lo quería más, él conseguiría a otro macho que sí y quien mejor que el primero que empezó todo.
Sin darse cuenta Santi había seguido al corpulento cocinero hasta el claro de la Cascada, pero desde su escondrijo ya no podía ver donde estaba Ahmed; hasta que de un sobresalto se dio cuenta que el barbón turco estaba detrás de él, al mismo tiempo que lo oyó hablarle.
– ¿Qué haces ahí espiándome, nenito?
– ¡AH! —Brincó Santiago saliendo de su escondite– Don Ahmed… Lo que pasa es que yo–
– A decir verdad, te habías tardado en venir a buscarme. —Lo interrumpió el comerciante y luego se pasó la lengua por los dientes de oro en un desagradable gesto.
– ¿Co…cómo? ¿Sabía que lo seguía? —Preguntó el siempre ingenuo niño.
– Claro, y también sabía que un putito como tú volvería a pedirme verga…
Y al decir eso, el brusco hombre de un golpe dejó clavado el machete en un árbol cercano.
– Sé como me miras. —Continuó el gorilón– Y se nota que te gustan los machos como yo.
Para ese punto el trigueño y velludo exconvicto elevó sus gruesos brazos y flexionó sus formidables bíceps, exhibiéndoselos al niño, mismo que quedó estupefacto y con la boquita abierta al ver a ese auténtico espécimen de macho.
– ¿Te gusta esto, no es así putito? —Inquirió el hombre con malicia, pues con ver la carita del pequeño ya sabía la respuesta; que hizo más fuerza para brotar más sus músculos y venas.
Santi no pudo ni hablar, sólo afirmó con un enérgico movimiento de cabeza, a la vez que se aproximaba para tratar de alcanzar con sus manitos esos colosales bíceps. Y cuando estuvo así de cerca, el chiquillo recibió el esperado estacazo producido por el adictivo aroma a sobaco de macho que tanto le fascina; que el pobre no se pudo resistir y metió su linda carita bajo la velluda y traspirada axila de Ahmed. Ese asqueroso y sofocante hedor lo drogaba, al punto que el niñito abrió su boquita y con la lengua de fuera empezó a lamer y chupar sin control todos esos pelos negros del turco.
– Eso es… No te resistas putito. —Le dijo el comerciante al pequeñín, mientras lo veía comerle el sobaco con gran gusto– ¡Uff~! Eres todo un cerdito… ¡Así me gusta!
El perverso gorila le ofreció a Santiago su otra axila, la cual fue devorada en seguida por el intoxicado infante; que relamía y sorbía presa de esa droga viril, degustando el fuerte y salado sabor de los rizados y enmarañados vellos axilares del hombrón que tenía enfrente.
Pero pronto el niño también acabó con todo el sudor de debajo de ese brazo, que continuó lamiendo y chupando los pelos del pecho de Ahmed, quien lo dejaba deleitarse libremente pues aquello le causaba mucho morbo; tanto que hasta se desabrochó el pantalón para descubrir su velluda ingle; así que el crío no se detuvo y aún con la boca reseca de mamar tanto pelambre masculino, descendió por la panza hasta entretenerse con el tupido pubis de ese macho turco.
– Sí que te gusta comer pelos, ¿eh cerdito?
– Mmmm…sí… —Respondía Santi entre lengüetadas y succiones– Mmmm…mucho… Y usted don Ahmed tiene muchos… ¡Mmmm~! ¡Mmmm~!
El gigantesco rabo de ese gorilón estaba ya tan inyectado y erecto que parecía que rompería su ajustado bikini junto al pantalón de tela gris que llevaba; por lo que se lo bajó todo, de manera que su macizo miembro se liberó con tal impulso que terminó golpeando a Santi en la carita.
– ¡Ahora ponte a comerme la verga, putito! —Le ordenó su macho riendo por lo que pasó.
Y por supuesto que el pequeño acató sin vacilar. Se sobó un poco y luego tomó con sus dos manitos aquel pesado falo y comenzó a mamarlo como ya sabía que debía hacerlo.
No parecía que Santiago fuera un prepúber de tan sólo 12 años; puesto que hacía una felación espectacular a esa oscura, enorme y venosa verga, con una experticia innata, que realmente el crío parecía más una puta experta. Y eso por supuesto complacía a más no poder a su macho Ahmed, quien lo veía arrodillado en el suelo y con la mitad de su mazo morcillozo atorado hasta el pescuezo. El exconvicto también ayudaba a su ‘nenito’; lo sujetaba de la cabecita y lo atraía bruscamente hacía él, mientras le empujaba más y más sus 23cm de sólida carne viril con cada embestida de sus anchas caderas.
Después de un buen rato de folladas bucales, el tosco hombre dejó al pequeñín recuperar el aliento y lo puso a que le comiera sus recios testículos; tarea que resultó imposible para Santi, al que no le cabían en la boquita esas enormes bolas masculinas cubiertas de rizos negros y repletas de esperma; que el pobrecillo únicamente podía pasarles la lengüita, mientras las manoseaba con sus dos manos al mismo tiempo que el turco se pajeaba con deleite.
Las hojas de los árboles caían danzando a su alrededor por efecto del denso aire caliente y la luz del sol se colaba entre el dosel formando sombras sobre sus pieles, en lo que se escuchaba el murmullo de la cascada junto con los sonidos guturales que se producían por las intensas mamadas del chiquillo. Ahora los dos estaban completamente desnudos; el comerciante estaba de piernas abiertas sentado en una de las grandes rocas de la poza y el niño se encontraba en medio en cuatro, nuevamente felando sin descanso el gran rabo de su machote.
Ahmed a veces se la sacaba de la garganta al niño, sólo para restregársela por todo el colorado y pecoso rostro, dándole fuertes flagelos fálicos; los que Santi soportaba con agrado, pues en verdad le gustaba mucho todo eso, se sentía tan distinto, como si algo lo poseyera y controlara todo su cuerpo. Luego el turco metió de una su miembro dentro de las fauces del infante y así aprovechó para acariciar la tersa y cremosa piel de la espalda y nalguitas del crío. Abrió estas últimas con sus rugosas manos y cuando le metió el primer dedo dentro del suave anito, notó que éste no ofreció resistencia alguna, por lo que introdujo un segundo con la misma facilidad.
– Vaya, vaya… Parece que el putito ya no es virgen. —Dijo el cocinero en lo que le metía un tercer dedo, sintiendo ese maravilloso, cálido y húmedo recto infantil– Así que por eso no me habías buscado antes. Y dime nenito, ¿quién fue el que estrenó tu culo? Fue Miguel, ¿cierto…?
Pero Santiago no contestó, sólo levantó un momento la mirada para ver al grotesco y barbudo hombrón que tenía enfrente, y de ahí prosiguió con su gustosa faena.
– ¡Vah~! No importa. —Y el turco escupió a un costado– Lo que importa es que ahora sí podré reventarte este rico traserito de ‘niño puto’ que tienes.
Y no más terminó de decir eso, sacó sus dedos de aquel dilatado esfínter y también detuvo al crío de seguir mamándosela. Entonces tomó al pequeñín por la angosta cintura y como si éste pesara lo que un saco de plumas, lo levantó y posicionó de forma que su rosado anito quedara alineado con el enorme glande de aquella peluda verga turca. Y sin miramientos Ahmed bajó al niño y lo hizo sentarse en su monstruoso miembro, introduciéndole todo su rabo con fuerza.
El grito de Santi no se hizo esperar; puesto que por más desvirgado que ya estuviera, las dimensiones de esa herramienta entrando en sus entrañas infantiles no era proeza fácil, pero sorprendentemente los 23cm de carne viril de ese perverso expresidiario pudieron entrar a cabalidad en el recto y colon del agobiado chiquillo, el cual que se sintió desmayar del dolor.
– ¡Uff~! ¡Qué ricura! —Resopló el gorilón– Te entró entera y de una… ¡Uff~! Tienes un culo espectacular, nenito… Creo que uno hasta mejor que el de una niña.
– ¡AGH! ¡¡AY!! ¡AGH! —Era lo único que Santiago podía decir; al tiempo en que su macho lo subía y bajaba, metiendo y sacándole del culito aquel descomunal mazo, como si él fuera un simple muñeco de trapo o un juguete sexual para ser usado por ese rudo y vigoroso hombre.
Pero a pesar del agudo y abrumante dolor que el pequeño sentía en su rasgado ano y revuelto intestino, su pijita estaba muy tiesa y jugosa, que con cada sentón se le sacudía y pringaba los pelos de la panza del comerciante. Éste por su parte no paraba de expresar lo encantado que estaba con el culo de su putito; que, aunque se tratara del de un varoncito, igual lo disfrutaba mucho e inclusive más que si fuera el de una nenita; algo que le resultó extraño al inicio, pero no le dio mayor importancia y continuó clavándosela duro a Santi. Tanto que cuando el crío llegaba hasta abajo, metiéndose completamente el miembro masculino del turco, éste se brotaba y marcaba en el plano abdomen del chiquillo (como si se tratara de una película de ciencia ficción y lo que tuviera en el interior fuera un ‘Alien’ y no un gigantesco falo).
El niñito ahora se sujetaba fuertemente con ambas manos del cuello y hombros velludos del gorilón, sintiendo el inmenso instrumento sexual de ese macho llegarle hasta el estómago.
– Aaahhh… ¡Queeé…ricooo…! ¡Aaahhh~! —Exclamaba ahora Santi con voz temblorosa a raíz de aquellos salvajes sentones que el hombrón le obligaba a dar.
– ¿Te gusta mi vergota en tu culo, no es así putito?
– ¡Siií…! ¡Maaás…! ¡Demeee…maaás! ¡Aaahhh~!
Los brazos musculosos de Ahmed ejercían más fuerza en cada sentón del niño; que Santi se agarraba de la cadena de oro a modo de riendas, sintiendo esa verga llegarle a la garganta.
– ¿Pero dime primero quien te la metió?
– ¡Maaás…por favor! Aaahhh… ¡Más ráaapido y durooo…! —Le suplicaba Santiago.
Ahmed insistía en saber, la idea le daba mucho morbo, pero su nenito seguía sin responderle. Éste estaba demasiado lleno de carne viril y excitado por ello, que su cuerpecito traspiraba a chorros, todo le daba vueltas y su firme pijita no paraba de sacudirse estrepitosamente. Entonces el comerciante quiso volver a preguntar; pero al ver como el chiquillo continuaba pidiéndole más y más, y éste podía con todo su colosal rabo, fue suficiente para que al fin el cocinero de la isla se corriera. El hombre llevaba tanto tiempo sin poder cogerse un tierno y prieto agujerito infantil (para él fueron como siglos), que con un auténtico alarido bestial se vino en un orgasmo tan salvaje que incluso hizo que los pájaros alrededor se asustaran y salieran volando del claro de la cascada.
Santiago por su parte pudo sentir cada chorro del semen caliente del turco salir disparado de su verga y esparcirse violentamente por todos sus intestinos. Y después de numerosos chorros, el pequeño sintió como ahora la espesa esperma se salía de su rasgado esfínter y se regaba por los abundantes pelos púbicos y grandes bolas de Ahmed, quien resoplaba y jadeaba de gusto al acabar en esa espectacular eyaculada.
…
Al otro lado de la isla; el trío de hombres estaba entre las rocas del acantilado pedregoso, recolectando los huevecillos de los nidos de las aves que se encontraban pescando en el mar y cargándolos en canastas hechas a partir de hojas de palmeras. En eso Roberto le informó al capitán y a Miguel que no se sentía bien, que mejor regresaría al campamento. Los otros se mostraron algo preocupados, pero dejaron marchar solo al doctor, mismo que optó por tomar la ruta de la jungla y acortar camino para no tener que bordear la costa.
Su malestar no era físico. Él honestamente todos esos días sólo había podido pensar en la noche que penetró a su pequeño hijo y lo duramente que lo había estado tratando todo ese tiempo después. Tenía grabada la imagen de Santi despidiéndolos en silencio y con los ojitos llorosos de pie solo en la playa del refugio. El atormentado médico tenía un remolino de pensamientos en su cabeza; entre lo inmoral del atroz acto de incesto que había cometido, más el cargo de conciencia por haber estado castigando a su niño, quien no tenía mayor culpa.
Roberto sudaba tanto que su camisa blanca estaba empapada, que sin más se la quitó; pero aun así se sentía sofocado, que en un momento hasta casi tropezó con la enorme raíz de un árbol; por lo que decidió que lo mejor era detenerse para calmarse un poco.
Se recostó entre aquellas grandes y gruesas raíces, y apoyó su espalda descubierta en el tronco bajo la fresca sombra; aunque el húmedo calor tropical no mermaba, pero el mayor calor que el hombre sentía era el de su propia entrepierna. Todos esos días había estado sin tocarse y para colmo de males había estado más excitado que nunca y para hacerlo todavía más grave, siempre se le venían las visiones de la noche que folló con su querido Santiago.
Cerró los ojos e involuntariamente su mente le mostró a su vástago desnudo, hincadito y mamándole con gusto su imponente vergota erecta, pidiéndole lechita. Sacudió la cabeza para sacarse ese pensamiento; lo que fue inútil, puesto que ahora recordaba cuando tuvo a su primogénito de ‘perrito’, con el anito lampiño plenamente abierto, suplicando por ser embestido, cosa que él hizo con una energía que ninguna mujer le había logrado sacar antes.
El Doctor no aguantó más y desabrochó su pantalón marrón, bajó su cremallera y con la misma liberó su erecto y fibroso falo; el cual comenzó a jalar en una tremenda paja, mientras atesoraba esos perversos momentos que compartió con su retoño y que, en el fondo, muy en el fondo de su sucia conciencia, era lo que más añoraba poder volver hacer, cogerse a su hijito.
El abrumado de Roberto no tardó mucho en venirse, imaginando como volvía a culear a su Santi y le llenaba de semen; sólo que su esperma ahora caía en varios borbotones sobre su esculpido torso, pelos del pecho e incluso en la cara, manchando hasta sus lentes. Cuando terminó, se incorporó y usando su camiseta se limpió un poco y luego continuó caminando rumbo al campamento; hasta que después de un buen tramo recorrido, se detuvo al escuchar un gruñido bestial que hizo que las aves huyeran volando y graznando en son de queja.
Avanzó con cautela y oyendo adelante el ruido de una caída de agua, el médico se dio cuenta que había llegado hasta la Cascada. Apartó unas cuantas ramas y lianas, y vio a Ahmed desnudo sentado en una roca y sobre él estaba su varoncito, también desnudo, y con lo que claramente era la enorme verga del turco dentro de su recto ya lleno de leche masculina.
– Oh…que rico te he preñado el culo, nenito. —Le oyó decir al comerciante, al tiempo que veía como éste se desmontaba a su hijo, como quien se remueve un juguetito después de una paja.
– Me gustó mucho, don Ahmed. —Habló su crío, sonriéndole al macho y luego abrazándolo.
– Y ahora si me vas a decir quién fue el primero en metértela, ¿eh putito?
– ¡Fui yo! Su padre…
Y tanto el exconvicto como el prepúber se sorprendieron al ver salir de entre la selva al varonil doctor, quien caminaba decidido hacia donde ellos dos se encontraban y con una evidente erección bajo la tela del pantalón.
– ¡¿Papi?! —Exclamó Santiago a la vez que con sus manitos se cubría la tiesa pijita.
– No me lo creo… —Empezó diciendo Ahmed– Así que el doctorcito se cogió a su niño.
– Y por lo que veo ahora tú también. —Y Roberto le sonrió al gorila de barba y gran panza, a la vez que con una mano apretaba su marcado y escandaloso bulto.
– ¡Papi lo que pasa es que–!
– Tú putito no digas más nada. —Le espetó el papá a su chiquillo con voz severa, callándolo al instante– Ya veo hijo que en verdad eres un mariconcito, así que te trataré como tal.
Acto seguido el médico tomó a su retoñito con cierta agresividad y, parado como estaba, le dobló la espalda hacía adelante, de manera que aquel culito quedara bien elevado y a la altura de su ingle. Luego Roberto se quitó velozmente el resto de su ropa y ya con su macizo miembro bien firme y palpitante, se lo dejó ir entero adentro de Santi con una única y brusca estocada, la que causó que el pequeño gritara de dolor nuevamente.
Ahmed presenció aquello con cierto asombro, pero sobretodo con mucho morbo. Pudo ver como aquel macho padre le clavaba toda su enorme verga a su descendencia, usando como lubricante natural la esperma que él había dejado antes en ese tierno traserito; lo que le permitió al fornido doctor empalar fácilmente al nenito de 12 años. Y fue así como sin retrasos o contemplaciones ese papá taladró a pleno el culo de su vástago otra vez.
– ¡Rayos! Sí que le has dejado repleto de semen. —Le dijo Roberto al otro macho, mientras veía como sus pelos púbicos se salpicaban con la leche del turco cada vez que embestía al crío.
– Lo que pasa doctorcito es que su niño tiene un culito espectacular. ¡Es una ricura!
– Lo sé, no tienes que decírmelo. —Y el hombre comenzó a bombear a su Santiaguito más rápido y fuerte, que aquel semen formaba una espuma blanca entre sus vellos negros.
Santi a este punto sólo gemía, y se quejaba de dolor y a la vez de placer; dejándose usar por su papito con una extraordinaria felicidad, misma que se reflejaba en sus lindos ojos miel y dulce carita sonrojada. Ya con toda la confianza del mundo, el comerciante se aproximó y jaló del cabello castaño al pequeño, acercándole a su entrepierna. El chiquillo abrió su boquita a modo de queja, en lo que el tosco turco le empinó el rabo semierecto y puso al crío a mamársela nuevamente. Pero a pesar de las hábiles lamidas y chupadas del putito, el mazo de carne del cocinero no se endurecía del todo. Y eso era debido a que ese machote tenía unas grandes ganas de orinar, lo que en parte evitaba su erección completa; entonces sin pensárselo mucho, el retorcido de Ahmed se dejó mear ahí mismo, en el rostro y boca de Santiago, quien por más que se quiso apartarse no pudo y recibió de lleno esos chorros de orina amarilla.
– ¡Tómate todos mis meados apestosos, cerdito! —Le ordenó el turco al indefenso niñito.
– ¡MMGH! Glub~! ¡MMGH! Glub~! Glub~!
– ¡Así me gusta! —Continuó el hombre en tono burlesco– Apuesto a que también te gustan, si es que eres todo un mariconcito bien puerco. Sólo ve cómo te gusta que papi te parta el culo.
A todo eso, Roberto escuchaba y veía con muchísimo morbo, y siendo él el padre de la criatura debería reaccionar distinto; pero la verdad yacía en que para este momento ese macho ya había sucumbido completamente a sus oscuros y más perversos deseos sexuales. Y el tener penetrado a su primogénito, mirando como éste se atoraba con el falo del otro peludo naufrago, a la vez que lo obligaba a beberse todos sus meados calientes, lo excitaron tanto que sus metidas y sacadas de verga se tornaron todavía más violentas, que el roce de su miembro con el interior de su hijo producían una fricción tan tremenda que parecía que sacaba humo.
El pobrecillo de Santi era ajeno a todo eso que le estaba ocurriendo; ya ni sabía dónde estaba parado ni que le estaban haciendo esos dos poderosos varones; sólo tenía bien claro que todo eso le fascinaba y que deseaba complacer en todo a ese par de machos que tanto reverenciaba. Por eso tragaba y tragaba todo lo que podía de la amarga orina que el gorilón de Ahmed le lanzaba, como si su mazo viril fuera una gorda manguera de bomberos; al extremo que el crío estaba ya con todo el cabello, carita y parte del cuerpo bañado en los meados del turco.
Y en cuanto al fibroso y velludo comerciante, éste ya tenía una erección al 100% en todos sus impresionantes 23cm, que, aun soltando chorros de su orina, se la introdujo de lleno al pequeñín hasta topar en el esófago, y empezar así a embestirle la boquita y garganta al mismo ritmo que el padre le follaba barbáricamente el culito a su chiquillo.
Así los dos hombres tenían bien clavado con sus rabos al infante por ambos extremos y le cogían con una fiereza propia de dos selváticas bestias embramadas. Tanto Roberto como Ahmed parecían estar sincronizados; que cuando uno se la sacaba del ano, el otro lo hacía de la boca, sólo para que segundos después cada uno se la volviera a introducir con ímpetu; rasgando el esfínter y lacerando la faringe del niño; el cual podía soportar todo eso por lo que tendría que ser un auténtico milagro. Y no sólo su cuerpecito físicamente podía tolerar las enormes y violentas vergotas de esos dos machos, sino que lo hacía con tal gusto que el pequeñín botaba en el gravoso piso gotitas blanquecinas que salían de su oscilante pijita.
– ¡Oh~! ¡Qué rica hembrita tiene, doctorcito! —Decía el expresidiario resoplando.
– ¡Sí, lo sé! ¡Ahh~! —Jadeaba el masculino médico– Me voy a vaciar en su culooo…Ooohhh~!
El doctor comenzó a correrse dentro de su vástago. –Dos, tres y cuatro chorros de semen– Al fin pudo cumplir su tan anhelado deseo de volver a follarse a su retoñito; –cinco, seis y siente disparos más– puesto que todos los días después de la noche en que pudo desvirgar a su hijo, no había podido dejar de pensar en ello, –ocho, nueve y diez– sin importar que eso estuviera en oposición a lo que su conciencia le dictaba. –Once y doce chorros más.
– ¿Te gusta que tu papi te preñe el culo, putito? —Le preguntó Ahmed al notar que el médico estaba eyaculando sin cesar y a la vez que sacaba su carne masculina de la garganta del crío.
– BLUAGH~! —Santiago pudo volver a respirar–¡Sí! ¡Sí, papi lléname de lechita! ¡Préñame!
Pareciera que en la isla el ingenuo prepúber estaba aprendiendo rápido y mucho sobre sexo, y todo gracias a la pertinente intervención de ese par de machos.
– ¡Oh…santo Dios! —Exhaló el extasiado de Roberto– Te amo, hijo…
– ¡Yo más, papi! —Contestó su niñito, mientras éste se sentía lleno de la esperma de esos dos hombres, a tal punto que su plano abdomen ya denotaba una pequeña pancita.
Oír todo aquello causó que la calentura del turco volviera a llegar al límite; que de un arrebato tomó al chiquillo, lo giró para que ese culito infantil apuntara ahora a su velluda ingle y como era su costumbre se la clavó completa de una empalada. Santi soltó un fuerte gemido de gusto, pues ahora el dolorcito que sentía en su trasero hacía que su pijita se mantuviera más firme y que todo su cuerpecito estuviera muy caliente y con apetito por esos machotes.
– ¡Joder! Usted doctorcito también lo ha dejado lleno de leche.
Y terminando de decir eso, el comerciante acabó de clavarla hasta el fondo del colon del niño, que su tupido pubis negro rozaba las pálidas y tersas nalgas del putito, y la cuantiosa cantidad de esperma masculina mezclada de los dos escurría a borbotones por el destrozado esfínter de Santiago; haciendo que gran parte de ese semen chorreara por sus bolas y piernas peludas hasta caer en un charquito blanco junto a la poza.
Ya era nuevamente el turno de Ahmed para coger brutalmente el agujerito y entrañas del pequeño Santi; al tiempo que éste, como un buen hijo, limpiaba el falo de su padre, lamiéndolo desde la venosa base hasta el hinchado glande, pasándole bien su lengüita bajo el prepucio, y luego mamárselo entero y dejárselo todo ensalivado, que su babita deslizaba por los macizos testículos de su papá. El crío también chupó y dejó relucientes los velludos huevos de Roberto; donde 12 años atrás él había estado albergado cuando sólo era un diminuto espermatozoide y ahora contenían a sus demás hermanitos de semen, con los que su papito lo habían preñado momentos antes y actualmente el turco también estaba por embarazarlo una tercera vez.
En un instante de esos, el médico tomó con ambas manos la hermosa carita de su niño y lo levantó para que él, agachándose un poco, pudiera alcanzar los labios de su primogénito varón. Así fue como Santiago recibió su primer beso, uno dado por otro hombre y no uno cualquiera, sino por su musculoso, atractivo y propio padre.
Santi advirtió sus mejillas más coloradas que antes, y por más que su culo estaba siendo taladrado otra vez por el gorilón de Ahmed, el tiempo pareció detenerse para ese pequeñín y lo único que sentía eran los labios y lengua de su papá contra los suyos y dentro de su boquita. El crío claro que era inexperto al inicio; pero como ya había demostrado antes, en segundos aprendió muy bien y ya estaba besuqueando apasionadamente a su progenitor; mismo que por su parte sentía que ese beso era el mejor que había recibido en toda su vida.
El exconvicto de cuerpo peludo y aspecto rudo, se quedó maravillado al ver esa muestra de cariño entre Roberto y su tierno retoño; que no pudo evitar recordar a los varoncitos que había dejado atrás, a sus tres hijos pequeños, ni tampoco el sentir cierta envidia y deseo por poder hacer lo mismo con ellos (algo que jamás había pensado antes, hasta ahora). Y fue todo ese nuevo morbo lo que causó que sus bombeos al anito y estrecho recto del chiquillo se intensificaran en velocidad y fuerza, que se corrió por segunda vez dentro de Santiaguito.
– ¡Ah…qué ricura! —Exclamó el macho turco– ¡Me vengooo…Ooohhh~!
– ¡Eso es! Préñale el culo a mi hijo… —Le incitó el doctor– Déjamelo bien colmado de leche.
– ¡Sí~! Denme más leche… ¡Quiero más lechita! —Pedía a suplicas el auténtico putito; mientras todo su interior nuevamente se inundaba de todavía más semen, que su pancita crecía y se hacía más obvia, como si en verdad estuviera embarazado de esos dos sementales.
El sol se encontraba en lo más alto del cielo azul, indicando que era mediodía y que ese par de viriles hombres habían estado horas cogiéndose al dulce y ya no tan inocente de Santi; el cual ahora estaba hincado en la parte menos profunda de la poza y con sus dos machos, Roberto y Ahmed, de pie junto a él uno a cada lado suyo, y con sus pesadas vergas de 20 y 23cm respectivamente; las cuales el niñito atendía intercalando su boca y manos para ello, puesto que ese par de verracos continuaban excitados y con tremendas erecciones.
En lo que mamaba una, atragantado hasta la faringe como ya era su habilidad natural; pajeaba la otra con su manito libre, jalando hasta abajo el pellejoso prepucio de ese rabo y luego cubriéndolo todo con rapidez y una destreza de campeón.
– Doctorcito, vaya suerte que tiene de tener un putito así. —Le confesó el comerciante en lo que veía como el niño luchaba por devorar su virilidad por completo, hasta el pegue peludo.
– Lo cierto es que hasta ahora me doy cuenta lo increíble que es poder hacer esto con mi hijo.
Santiaguito al oír eso sacó de su boquita el trigueño y monstruoso miembro del cocinero, para meterse hasta la garganta el igualmente inmenso falo paternal que le había dado la vida.
– Ahh~! —Exhaló el doctor al sentir otra vez las atenciones bucales de su niñito– Tú tienes hijos, ¿no es así Ahmed?
– Sí, tres varones. —Respondió el otro en lo que el crío se la empezaba a masturbar– Uno de 14 años, otro de 9 y el menor de sólo 5.
– Lo bueno que sería poder follar al pequeño de 5 añitos… ¿Te lo imaginas?
– ¡Uff~! Veo que usted es un perverso como yo. Creo que nos vamos a llevar muy bien…
Y los dos se carcajearon entre jadeos, pues el putito no paraba de complacer a sus vergotas.
La plática de esos dos dotados machos se fue intensificando, que ambos terminaron forcejeando por meter su rabo al mismo tiempo dentro de la ahora deformada boca de Santi; quien a duras penas y podía con esas dos descomunales y dotadas hombrías.
Hasta que, por suerte para el fatigado y magullado niño, el par de sementales se vivieron al unísono; en una espectacular eyaculación conjunta, tan impresionante que el chiquillo quedó absolutamente bañado desde la cabeza hasta su pijita, con toda la aún excesiva leche viril mezclada de su poderoso papito y la del grotesco expresidiario turco.
Y de repente los tres escucharon un estruendo en el cielo. Cuando elevaron la vista, observaron en un instante como un objeto sobrevoló arriba de ellos, en lo que parecía una trayectoria empicada, y dejando detrás una larga y espesa cortina de humo negro.
Claramente se trataba de una avioneta que se estaba por estrellar en la isla.
Woooow sin palabras que relato te mandaste, hermoso te felicito yo sabía desde el primer relato esto iba a ser una maravilla de relato que bien relatado parecía q estaba ahí con ellos me encantó ❤️👍 Desi q solo hay 5 estrellas yo te daría 10 !!! Sos un grande!
Gracias mi amigo Make-magic69, me halagas mucho y como he mencionado antes, el leer sus comentarios y que me digan cuanto les ha gustado es lo que me motiva para seguir con esta saga. Te espero para el capítulo 5 😉
Que morbo me da leer tus relatos, continúa que espero con ganas tu próximo relato.
Muchas gracias y que bueno que te de rico morbo, espero poder subir el 5to mañana. Salu2 😉
Muy interesante, muy morboso, ¿ quienes vienen en esa avioneta?. Interesante
Jeje… Tenía ganas de en uno de los relatos hacer ese viejo truco del «cliphanger», para mantener enganchados a ustedes los lectores. Mi mayor temor como escritor es que se me aburran y ya no me quieran leer jeje 😛
Me encantó! La manera en que el doctor joza de su hijo, espero que los siguientes capítulos sean así o mejor !
Yo también espero eso, que la calidad siempre sea la misma o mejore; pues temo que con cada relato se me vayan aburriendo. Salu2! 😉
Estube buenisimo, sería bacan que construyeran una balsa y se encuentren con una isla vecina y q en esa isla se encuentren indios pero solo hombres. O tambien que habian hombres varados q estan hace ya un tiempo en esa isla…… jajajajajaja las ideas q tengo jajajaka
Jajaja… Que bueno que la imaginación de vuele, eso está bien 😉
Pero recuerda que en el cap.1 el capitán no quiere hacer una balsa ni arriesgarse en mar abierto… Pero descuida, aún quedan un par de capítulos más en la saga para variar las cosas otro poco 😉
Me encanta esta saga, me he sacado como 10 pajas ya imaginando, espero con ansias cuando Santi se coma la verga del capitán y el marinero y luego las 4 juntas
Uff eso de las 10 pajas me puso a mí como para hacerme una ahora jeje 😛
Pues ya veremos lo que pasa, puede pasar eso que dices o no… Ya veré como van saliendo las cosas 😛 Salu2!
Muy bien contado, me ha gustado.
Gracias 😉
Hermoso relato. Como me hubiese gustado ser parte de él, para que cogiesen mi precioso y monumental culo.
Besitos.
Créeme amigo que yo también sería feliz en esa misteriosa isla con todos ellos jejeje 😛
Salu2!
Uffff de los mas morbosos, que delicia de relato. Qué rica paja me he hecho! Y ese pensamiento pervertido y morboso que tuvo el doctor sobre el hijo del cocinero, uffffff. Ahora muero por saber quienes vienen en esa avioneta! Saludos
Jeje… Me pasó igual cuando lo estaba escribiendo, esa confesión del doctor creo que es más mía que de él JAJAJA 😛
Tendrás que esperar al 5to mi buen amigo 😉
ES-TU-PEN-DO. Excitante y muy bien escrito. Espero con ansias la continuación de la historia.
Gra-ci-as! Espero verte luego en los comentarios del cap.5, mismo que publicaré mañana.
Salu2 😉
Realmente hermoso, esa morbosidad, esa lujuria febril desenfrenada, yo también tengo 2 relatos muy calientes, me gustaría que hagas la tercera parte, te la dejo a ti. Éxitos!!
Wow! Me honras con semejante privilegio. Con gusto puedo hacerlo, pero sólo te prometo hacerlo cuando termine esta Saga, o me demoraría mucho.
Cómo se llaman tus relatos para buscarlos??
Salu2 😉
Bien lleno de morbo, mejor que la continuación, muy bueno👍
Muchas gracias bro! Salu2 😉
Por casualidad leí el 2º capítulo de tu precuela y me decidí a leer tu relato principal «La Isla». Es una verdadera gozada, desde el inicio estoy al palo y cada capítulo es mejor que el anterior. En este he tenido que parar, de momento creo que es el mejor. Estoy con ganas de seguir leyendo. Salu2!!
Muchas gracias cokcrin, que me alegra te hayas decidido a leer la Saga Original y que te esté gustanto 😛
Salu2 😉