LA ISLA – Cap.06 El nuevo habitante
Y ahora son seis los varados en esa misteriosa y calurosa isla….
Ya había pasado una semana desde la llegada del nuevo miembro de los varados, que por una u otra forma habían terminado en esa extraña y remota isla tropical. El más reciente es el piloto, de nombre ‘Long’ o mejor dicho es así como todos le empezaron a llamar; puesto que en el pectoral izquierdo de su uniforme se leen bordadas las letras: “L. Ong”, siendo su inicial y apellido, y como él no se molestó en corregirlos, se quedó con ese apodo.
El militar tiene 35 años y efectivamente proviene de las Filipinas, y por una mala pasada del destino su aeroplano OV-10’Bronco en misión de exploración tuvo un desperfecto, perdiendo toda comunicación y luego saliéndose de curso terminó estrellándose en la isla; que ahora tiene una población masculina de cinco hombres adultos y un niño ansioso por desarrollar.
Sobra decir que la nueva situación fue un duro golpe para Long. No es sencillo aceptar una realidad donde todo lo que conoces parece haberse esfumado y de repente te encuentras en un lugar diferente y con un grupo de desconocidos. Y aunque él cuenta con menos tiempo que los otros para adaptarse; aun así, le resultaba muy inusual mirar lo feliz y a gusto que parecían estar los otros cinco individuos en esa isla. El canoso capitán y el bronceado grumete (a quienes en todo ese tiempo no les había querido preguntar por qué estaban desnudos el día en que lo rescataron), se veían tan unidos que el filipino al inicio había creído que estaban emparentados, como era el caso del doctor y el niño. Santi para Long parecía un pequeño despreocupado, que sólo se la pasaba jugando o queriendo ayudar a los demás, siempre contento, como si no le importara haber naufragado allí, lejos de la civilización e incluso de su madre.
Y el día de hoy en el que él estaba reforzando la que ahora era la tienda donde dormía, hecha con su paracaídas y otros materiales; observaba de cerca al médico con su hijo hacer lo mismo con la tienda de ellos dos, pero con la colaboración del sonriente grandulón turco; ese peludo comerciante que parecía ser gran amigo del doctor. En cambio, Long no podía esperar por salir de esa isla; al día siguiente de su llegada él regresó solo al sitio donde tuvo su aterrizaje forzoso y recuperó con cierta dificultad la radio de su aeronave, tratando de repararla desde entonces; pero por desgracia sin resultados positivos hasta ahora.
– ¿Necesitas ayuda? —Le ofreció Santiago con una gran sonrisa y de pie junto a él.
– No, gracias. Ahm…yo bien así. —Le respondió el varonil hombre asiático, de cabello erizado oscuro y una mandíbula cuadrada sin un tan solo vello facial.
– ¿Espero mi hijo no te moleste? —Habló Roberto en lo que se acercaba y abrazaba a su crío.
Todos habían acordado darle su espacio al piloto y esperar a que él se fuera acoplando poco a poco a ellos y a su nuevo estilo de vida. Lo que pasa es que a Santi le es difícil, pues el joven filipino le llama mucho la atención. Para ese momento, Long seguía usando su uniforme de aviador, incluso sus botas militares negras (es el único que lleva calzado); pero presa del calor isleño ya le había arrancado las mangas a su overol color caqui, exhibiendo unos brazos muy musculosos y definidos, casi esculpidos en mármol blanco, y usaba la cremallera tan abajo que no sólo mostraba sus pectorales labrados y un abdomen de ‘six-pack’, sino que también se le asomaban sus tupidos, largos y erizados pelos púbicos negros (no usa calzoncillo debajo).
– Santi buen niño. Ahm…no molesta. —Y Long con su mano alborotó el cabello del chiquillo.
– Me alegra oír eso. —Prosiguió el atlético médico; aunque en comparación con el piloto se veía menos marcado que éste– Ahora los tres nos dirigimos a la playa oeste por cangrejos, ¿si gustas puedes venir con nosotros y ver cómo los atrapamos?
– Son muy escurridizos, siempre se meten en hoyos en la arena… —Dijo Ahmed uniéndose a la conversación– Pero aquí el buen doctorcito y yo somos excelentes reventando agujeritos, ¿o no es así, Santiaguito? ¡JA! ¡JA! ¡JA~!
Y el greñudo turco rio por su doble sentido; ya que ahora se la pasaba de muy buen humor.
De todas formas, Long no había comprendido mucho; puesto que sabía español gracias a que su abuelo le había enseñado y que su familia lo hablaba desde la dominación española en Filipinas, pero no lo hablaba desde hacía mucho y estaba algo oxidado. Entonces declinó la invitación y se dirigió al extremo opuesto, a Punta Coco. Cabe mencionar que para este tiempo el joven militar también estaba sufriendo los efectos de la extraña isla, o no sabría cómo explicar que desde que llegó se la pasaba muy excitado, con sueños húmedos por las noches y erecciones persistentes durante el día; que esa mañana no fue la excepción, así que ya estando él solo se animó a calmar un poco su constante calentura viril.
Caminó en medio de ese cocotal de altas palmeras hasta que llegó a un lugar retirado, bajó unos centímetros más su cremallera y tomando con su mano derecha su miembro masculino lo liberó. Luego con la izquierda hurgó en uno de sus múltiples bolsillos y sacó una fotografía de su prometida que siempre llevaba consigo. La foto retrataba a una hermosa mujer filipina de piel pálida y larga cabellera azabache. Su erección fue casi instantánea; por lo que comenzó a masturbarse con un arrebato propio de la época en que él era un adolescente y se mataba en pajas tras pajas. Su rabo es muy cabezón y venoso, y está circuncidado; midiéndole unos 16cm de largo, los cuales ya estaban todos chorreados por sus cuantiosos líquidos preseminales.
Pero en eso escuchó voces. No era como si se aproximaran, más bien era como si estuvieran cerca de donde él se encontraba complaciéndose. Long guardó su insatisfecha erección y caminó un poco entre las palmeras, hasta que terminó a orilla de la playa y fue ahí donde los vio, al capitán y al grumete, ambos completamente desnudos y en una posición inusual para el pasmado piloto. Miguel estaba acostado en la arena boca arriba, con las peludas piernas abiertas y sobre los sólidos hombros del maduro Gerardo, quien claramente estaba cogiendo por el trasero a su juvenil tripulante.
– ¡Oh…cabrón! ¡Qué culo más rico tienes! —Exclamaba el tatuado veterano de barba blanca, entre sus resoplidos y brutales folladas.
– ¡Aaahhh…sí! ¡Siga mi capitán! ¡Por favor no pare! ¡Más! ¡¡MÁS!! ¡¡AAAHHH!!
Y así fue como el atónito aviador presenció cómo el adolescente eyaculaba sobre su definido torso, llenándose de su propio y viscoso semen sus tupidos pelos púbicos, y también la hilera de vellos negros que le subían por el abdomen de lavadero.
Entonces Miguel tomó con un par de sus dedos restos de su recién ordeñada esperma y se la ofreció a su superior, mismo que sin dudarlo la chupó gustosamente; mientras sus rudas embestidas al peludo culo del muchacho se iban intensificando en velocidad y fuerza.
– ¡Vamos capitán! Lléneme de leche de macho… ¡Quiero sentirla toda adentro!
– ¡Joder, pero qué delicia! ¡Uff~! ¡Me corrooo…Ooohhh~!
Long pasó del asombro inicial a la incredulidad, pues no podía concebir lo que sus ojos estaban viendo. En ese momento entendió porque los había visto desnudos cuando lo socorrieron el día del accidente, ellos tenían relaciones homosexuales en esa isla; y esa idea, más todo lo que continuaba observando y oyendo lo hicieron sentir hasta repudio.
Dejó a esos dos hombres continuar con sus atrocidades y rápidamente se alejó rumbo sur, caminando por la selva con todas esas infames imágenes y nuevos pensamientos en su cabeza. Pronto pasó por el acantilado y después de dejarlo atrás, miró a lo lejos unas cuevas entre las altas paredes rocosas; así que se decidió a ir a investigarlas.
Dichas cuevas ya habían sido visitadas por los otros náufragos, en especial Miguel y Santiago, y como nunca habían encontrado nada de significancia, no eran un sitio que frecuentaran. A decir verdad, estas grutas eran poco profundas; la más grande está llena de estalactitas que cuelgan del techo, goteando incesantemente en el rocoso piso y de éste se alzan estalagmitas con peculiares formas, casi fálicas.
Long sacó de uno de los tantos bolsillos de su overol una útil y pequeña linterna (delgada como un lápiz-marcador), y con ella continuó su exploración por aquella cueva. El gran círculo de luz amarilla pasaba por las húmedas paredes de piedra de la gruta, hasta que se detuvo en un punto donde el filipino notó algo inusual. Había dibujos en aquellas paredes.
El militar treintañero se acercó para poder observar mejor y se dio cuenta de que esos dibujos eran rupestres, y tendrían que haber sido hechos con pigmentos naturales rojos y negros. Los de tonos rojizos eran palmas de manos o formas como espirales, óvalos y asteriscos. Y los que parecían estar dibujados con carbón eran figuras humanas simples; un tronco como cuerpo, un punto como la cabeza y cuatro rayas para representar las extremidades; aunque Long advirtió que a medida seguía la secuencia de dibujos cazando y luego danzando hacia el centro de la cueva, los hombrecitos negros tenían una quita raya muy pronunciada y que indudablemente representaba su virilidad bien erguida.
El piloto estaba intrigado por su descubrimiento; que en ese momento olvidó que todo ese tiempo había mantenido su erección desde que intentó masturbase varios minutos atrás (como si padeciera de priapismo). Su pobre rabo permanecía durísimo y hasta podríamos decir que estaba molesto, colorado y muy venoso por no haber encontrado alivio todavía. Entonces él continuó apuntando con la linterna hasta que llegó al centro del mural de figuras rupestres, en donde encontró un enorme dibujo de lo que era un tremendo falo negro, bien erecto y éste hasta tenía dibujado un par de colosales testículos.
De súbito la temperatura en la cueva comenzó a subir; ya no se sentía fresco, sino un sofocante calor húmedo, que Long ya traspiraba copiosamente. Y el viento que entraba en la gruta producía un peculiar zumbido en sus oídos, casi como latidos o tambores. «Bum~Bum~!» El militar se sentía raro; que mejor colocó la linterna en una estalagmita, de manera que ésta iluminaba al techo, y por reflejo alumbraba al espacio donde él estaba en pie y también a la pared dibujada que tenía delante. «Bum~Bum~!» No aguantó la calentura que experimentaba y una vez más bajó su cremallera, removiéndose la parte superior del uniforme, y liberando su recio miembro; el cual estaba muy hinchado, tanto que incluso el aviador se impactó al admirar la nueva magnitud de su rabo, mismo que empezó a jalar de arriba abajo con frenesí.
El sudor se desprendía gota tras gota de sus velludas axilas, escurriéndole por su dorso en forma de ‘V’. «Bum~Bum~!» Long fijó su mirada en la gigantesca figura fálica frente a él y su masturbación aumentó en potencia, que todos los voluminosos músculos de su esculpido cuerpo se marcaban más y las venas le surcaban toda su lampiña piel. «Bum~Bum~!»
Con la mano derecha se hacía esa extraordinaria paja, mientras que con la izquierda se estrujaba sus bolas sin un tan solo pelo; las cuales se sentían arder y tan repletas de esperma hirviente que le dolían junto con su verga, en especial su gran glande que ahora parecía querer explotarle. «Bum~Bum~!» Y prosiguió así hasta que logró alcanzar el clímax, en un orgasmo tan violento que los espesos chorros de su semen salieron disparados uno tras otro como una ametralladora, y con tal potencia que alcanzaron la pared de la cueva y la figura fálica, que quedó adornada con los blancos y viscosos borbotones de leche del macho asiático.
Y sintiendo una repentina brisa fría por todo su torso sudado y descubierto, así como en sus satisfechos genitales, un Long ya relajado y con la mente despejada, se vistió y salió de esa cueva para regresar al campamento con los otros.
…
Pasaron un par de días más en los que Long trataba de adaptarse a toda esa nueva situación; de tener que vivir en esa isla del pacífico junto a esos otros hombres, mientras esperaban ser rescatados (o al menos él lo hacía); sólo que cada vez eso parecía ser algo más improbable. Además, el aviador filipino aún no estaba del todo cómodo y mucho menos luego de descubrir al capitán y al grumete coger en la playa, idea que todavía le asqueaba; sumado a lo raro que se sentía después del peculiar incidente en la cueva, donde él sin darse cuenta terminó haciéndose una increíble paja bajo esos viriles y sugerentes dibujos rupestres (de los cuales no había hecho mención alguna a los otros habitantes).
Ahora el nuevo miembro del grupo estaba dentro de la poza, bañándose tranquilamente bajo la deliciosa agua de la cristalina cascada tropical. Y al tiempo que frotaba con sus manos sus torneados pectorales y labrado abdomen, escuchó aproximarse a otros bañistas. Eran Santi y Miguel, los que parecían comportarse como hermanos; por lo que no le extrañó a Long que ellos se bañaran juntos. En lo que el par se quitaba la ropa, el joven militar se hacía a un lado de la caída de agua, escurriéndose un poco con las manos y esperando a que su desnudo cuerpo se terminara de secar con el cálido aire de esa mañana.
– ¿No te molesta si nosotros nos bañamos mientras te secas? —Inquirió el muchacho de ojos verdes y barbita de chivo, en lo que entraba en la poza en dirección a la cascada.
– No. Está bien. —Contestó el piloto de brillantes ojos negros y corte militar– Ahm…vosotros podéis bañar también.
El pequeño Santiago no podía evitar el voltearse constantemente para poder admirar al masculino asiático, cuyo físico le impresionaba muchísimo. Sus brazos tenían esa permanente demarcación entre los hombros y los abultados bíceps, y una serie de venas que subían de los antebrazos hasta el definido pecho. Sus piernas estaban igualmente muy marcadas y eran un poco peludas, al menos desde los tobillos hasta las rodillas; pero luego los pelos desaparecían en el resto de ese torneado cuerpo lampiño. Sólo tenía vellos en sus axilas y el pubis; los cuales a diferencia de los ensortijados que el niño había visto en los otros cuatro hombres, los de Long eran bien largos y erizados.
– Eres muy musculoso. —Le dijo de la nada el niño.
– ¡¿Ah?! —Se sorprendió el filipino, quien bajó la mirada para revisar su cuerpo, como si necesitara confirmar que lo era– Ahm…sí, un poquito.
– No seas modesto. Si estás súper armado de músculos, ‘Bro’. —Habló Miguel, al tiempo que comenzaba a frotarse bajo el agua de la cascada.
– Y también bien armado de abajo… ¡Je! ¡Je! ¡Je~! —Agregó el pícaro crío, señalándole la entrepierna al asiático.
Long tomó unos segundos en procesar eso, y cuando lo entendió se avergonzó, viendo la sonrisa del niño mientras éste se restregaba su menudo cuerpecito junto al del adolescente.
– Es que todos ustedes las tienen grandotas y peludas. —Continuó el chiquillo.
– Lo que pasa Bro… —Intervino Miguel al ver la expresión del piloto– Es que mi hermanito ya se quiere hacer machito. Y yo le digo que con tanta testosterona en la isla y ahora más, pues pronto le van a salir sus propios pelos.
– Sí. Ahm…con 12 años es edad de eso. —Dijo ya un poco más relajado Long.
– ¿A qué edad te salieron los tuyos? Tú tienes muchos, parecen un puercoespín negro. ¡Je! ¡Je~!
El aviador militar se rio de ese inocente comentario, comprendiendo que esa conversación no tenía nada de malo o raro.
– Como tu edad. Ahm…11 o 12 años.
Y antes de que el niño pudiera seguir haciéndole más preguntas personales, él les dijo que ya estaba lo suficientemente seco; así que tomó su uniforme y se vistió, para luego marcharse y dejar a ese par de hermanastros bañarse juntos.
Pero en lo que iba caminando rumbo al refugio, revisó el bolsillo izquierdo de su pecho y notó que no estaba la fotografía de su prometida. Buscó en el resto y nada; entonces giró sobre sus talones y regresó a la poza, pues su preciada pertenencia debió encontrarse ahí.
Cuando Long estaba por ingresar al área de la Cascada, se percató de que no escuchaba a los chicos hablar o reír, y algo en su interior le dijo que era mejor aproximarse con cierto sigilo. Apartó unas cuantas ramas y espió adentro del claro. Así fue como encontró a esos dos en una comprometedora posición. Miguel estaba de pie, con su verga bien firme entre los deditos del pequeño Santiago, quien estaba de rodillas ante su hermano mayor; en lo que se metía a la boca el miembro masculino del adolescente y se lo comenzaba a felar con proeza.
Una vez más el pobre piloto se llevó una no muy grata sorpresa. Otra vez estaba presenciando algo que para él era inconcebible; un par de varoncitos en esa situación sexual, donde el mayor estaba dando de mamar su rabo al chiquillo de apenas 12 años. Pero por más incredulidad que tuviera Long, no había duda de lo que estaba aconteciendo ante sus ojos rasgados; Santi engullía casi todo el largo y curvo falo de Miguel, mientras éste jadeaba de gusto y con una mano se apretaba uno de sus peludos pezones y con la otra empujaba la cabecita del crío, para poder introducirle más su miembro masculino hasta la faringe al niño.
– ¡Uff~! Pero qué delicioso te la tragas toda, Manito… Ooohhh…
«BLUAGH~!» Y con esa arcada el crío logró zafarse del enganche bucal del joven grumete.
– Mmmm… Me gusta mucho tu verga, Mano… —Le dijo el pequeñín, al tiempo que pasaba su lengüita por toda esa viril lanza, desde la velluda base hasta la jugosa punta– Mmmm…Slurp~! ¡Siempre había querido comértela… Mmmm…Slurp~!
El asiático militar quiso alejarse de esa chocante y aberrante escena; pero parecía como si una misteriosa fuerza lo mantenía clavado al suelo y con la mirada fija en el par de chicos; por lo que no tuvo más remedio que ver cómo nuevamente Santiago se devoraba toda la hombría del delgado muchacho, como si el pequeño quisiera comérsela completa junto con las peludas bolas. Aquello le causaba rechazo a Long, tanto por su condición de macho militar, como cultura; pero curiosamente su propia virilidad pensaba diferente, puesto que su verga empezaba a presentar una erección segundo a segundo.
Ahora el niñito lamía y chupaba uno a uno los mojados huevos de Miguel, mientras con sus expertas manitos masturbaba la larga lanza fálica del adolescente.
– ¡Oh…diablos! ¡Sí que eres un experto, Manito…Ooohhh~! —Le decía el sexy y lozano marinero entre resoplidos– Ahmed sí que te enseñó muy bien…
Santiaguito se quedó estupefacto al oír aquello; a lo que Miguel continuó su confesión, diciéndole que varios días atrás los había visto en la playa del campamento. El saber que su secreto era compartido por su querido hermano mayor, puso más contento al chiquillo.
– Sí, don Ahmed me enseñó a ser un buen putito y a comerle la vergota y tragarme su leche.
Le reveló el pequeño a el que quería como a un hermano mayor, con una adorable sonrisa de oreja a oreja y ese prolongado miembro escurriéndole sobre la carita pecosa.
– ¿Y a ti te gusta mucho eso, no es así Manito? —Quiso confirmar el grumete, en lo que le daba golpecito en el rostro al niño con su recio rabo.
– ¡Siií~! Pero él también me enseñó a aguantarla cuando me la mete por mi culito…
Eso último no sólo fue una gran sorpresa para Miguel, sino también para el piloto que no podía dejar de espiarlos; ahora con su cabezona verga totalmente dura y palpitándole bajo el uniforme. Pero no solamente su falo se erectó y ensanchó más con la confesión del infante, la del grumete estaba a mil millas náuticas; que sin pensarlo dos veces éste tomó a su hermanito y lo colocó en cuatro en la parte somera de la poza, luego se posicionó detrás de ese tierno y redondito trasero de chiquillo prieto de 12 añitos y lo empezó a penetrar sin miramientos.
La larga verga del muchacho entró como mantequilla en el cálido interior del crío, quien sentía aquel curvo miembro masculino como un delicioso garfio, que le raspaba todo por dentro con cada una de las enérgicas embestidas que el macho adolescente ya le estaba propinando.
– ¡Diablos, Manito! ¡Tu culito se siente como un coñooo…Ooohhh~!
– ¡Aaahhh~! ¡Métemela toda! ¡Por favor Mano, más! —Le suplicaba el infante putito, mientras meneaba su colita para provocar más a su semental y así recibir lo que tanto quería.
El joven marino complació a su pequeñín; pues con cada nueva estocada le introducía más y más de su lanza, hasta que los 18cm estuvieron bien clavados y sus pelos púbicos toparan en el trasero de Santiago. Por su parte, Long no daba crédito a lo que veía o escuchaba, su musculado cuerpo ya estaba todo traspirado y sentía como su macizo rabo se sacudía solo en su entrepierna, causándole dolorosas punzadas y una necesidad imperiosa por tocarse; pero el aviador filipino se rehusaba a masturbarse ante aquella atroz y enferma escena homosexual.
Suerte para Santi que el chico al que tanto admiraba también resultó ser todo un verraco. Éste follaba al niñito con una lujuria y fortaleza digna de un semental del mar, dándole fuertes nalgadas que le dejaban marcas rojas en la pálida piel; todo mientras no dejaba de bombearle el trasero a su lindo hermanito; el cual se sacudía con cada brutal arremetida que le daba su nuevo macho, junto con sus pequeños testículos y firme pijita, que también se bamboleaban entre sus piernitas y goteaba mucho líquido entre trasparente y blanco.
– ¡Más…por favor, Mano! ¡Dame más rápido! ¡Más duro…!
– Con razón Ahmed te cogió… ¡Uff~! ¡Si tu culito de puto se siente mejor que una vagina!
Long les oía decir a uno y al otro, y en todo momento sin poder entender que era lo que le estaba pasando. Por qué no podía moverse de ahí o por qué su propia verga estaba tan erecta y deseosa; tanto que cuando logró apartar la vista de la perversa escena, se percató de que él también había estado escurriendo muchísimo líquido seminal, como nunca antes, que tenía una inmensa mancha de humedad en su overol caqui; que comenzaba en el marcado glande de su miembro, desde la ingle y chorreaba por todo su muslo izquierdo hasta la rodilla.
A todo eso Miguel ya no podía más, sentía como su escroto cubierto de rizos negros estaba preparándose para estallar; así que aumentó la velocidad y potencia de sus folladas, que estaba seguro le estaba revolviendo todas las entrañas a su querido Santi, pero no le importó, todo lo contrario, esa idea le causaba más excitación; por lo que prosiguió con más bestialidad hasta que al fin logró correrse dentro del putito.
Y el alarido salvaje del adolescente semental no se hizo esperar. Aquel grito reverberó en todo el claro de la cascada; a la vez que incontables e incontenibles chorros de espesa y tibia esperma masculina se regaban por todo el recto e intestino del crío, quien entre gemidos de dolor y placer pedía ser preñado con el semen de su hermano mayor.
Después de un breve respiro, el fibrado grumete retiró su larga verga, ya algo flácida, y notó como del estirado y colorado esfínter de Santiaguito empezaban a emanar los borbotones de su leche viril; que se deslizaban por el lampiño y terso perineo del niño para luego caer en el agua, produciendo ruidosos: «Splosh~!» Entonces Miguel metió dos de sus dedos en el anito del chiquillo, quien continuaba meneando la colita pidiendo más, y más esperma salió. «Splosh~!» De ahí uso dos dedos de su otra mano y jalando en sentido opuesto a los anteriores, los usó para abrir más aquel hoyito infantil. «Splosh~!» «Splosh~!»
– Fiu~! —Silbó el chico al ver el interior de Santiago– ¡Diablos! Tienes el agujero tan abierto Manito, que aquí cabe mucha más leche de macho…
– ¡Dame más! ¡Porfa, ¿Sí?! —Le suplicó el ninfómano niño.
– Me temo que no puedo, tengo que regresar. El capitán me ha de estar esperando para que le ayude a reponer los leños de la pira.
Y justo para este momento, Long se dio cuenta de que podía moverse; por lo que no perdió ni un segundo más y se marchó de ahí lo más rápido que pudo, pero ahora con todas esas morbosas imágenes dándole vueltas en la cabeza. No avanzó mucho y sin pensarlo se salió del sendero, terminando en medio de varios árboles y matorrales selváticos.
El pobre piloto se sentía aturdido por todo aquello y claramente confundido. Nunca imaginó que no sólo terminaría varado en esa isla a raíz de su accidente, sino que ese lugar fuera tan inusual y que las cosas allí se habían degenerado a tal extremo; que el maduro capitán se follaba a su grumete, pero el joven marinero a la vez cogía con el pequeño de apenas 12 años de edad. Y por lo que escuchó, el corpulento y gorilón del turco también usaba al chiquillo como si éste fuera una prostituta isleña.
Y de repente, detrás de él los arbustos se movieron y varias ramas crujieron, y en lo que él se giraba para ver lo que era, de entre los arbustos emergía Santi (ya vestido con su camiseta naranja de tirantes y su calzoneta verde oscuro).
– Que bueno que te encontré. Olvidaste esto. —Y el niño estiró la manito en la que tenía la fotografía de la prometida de Long– La encontré junto a la poza cuando me cambiaba.
– ¡¿Ah?! …Oh…sí, gracias. —Y tomó el preciado objeto.
– ¿Qué hacías aquí tú solo?
El filipino nuevamente se sintió invadido por la misteriosa fuerza; por lo que, sin contestar con palabras, le respondió al pequeñín bajando su cremallera para así dejar salir su dolorosa y tremenda erección de poco más de 16cm. Y como Santiaguito ya era todo un putito en esa isla, no dijo tampoco nada y sólo se acercó al macho militar e hincándose se metió a la boca ese nuevo y suculento rabo. Ese era el primer miembro masculino que el crío mamaba que no tuviera un carnoso prepucio; pues recordemos que para este punto el chiquillo ya había comido una enorme verga turca, la misma que le había dado la vida, la de su papá, y la curvada de Miguel; e igual que todos esos, este cabezón falo sabía delicioso, entre salado y dulce por los jugos seminales, además expedía por los tupidos pelos púbicos el mismo hedor a macho sudado que sabemos es lo que más pone loquito a Santi.
Pero Long estaba excitado a tal extremo que una simple felación no lo calmaría jamás. Así que de súbito tomó con sus musculosos brazos al ligero niño y lo apoyó boca abajo con el estómago contra un tronco caído, mismo que estaban todo cubierto por un esponjoso musgo verde casi fosforescente. Luego el varonil hombre le quitó rudamente la ropa al pequeño y contempló ese trasero de redondas, respingadas y firmes nalgas; notando la gran similitud que tenía ese niñito con cualquiera de las múltiples mujeres asiáticas con las que él había cogido antes, pues todas eran menudas y de piel pálida como el crío que tenía ahora en frente y ante la palpitante hombría de su entrepierna.
Entonces el aviador sujetó en su mano derecha la foto de su futura esposa y con la otra le separó las nalguitas al tierno infante, y embocando su verga en el agujerito de Santiago, Long comenzó a encajarle su gran glande (mucho más grueso que el falo del grumete); pero aun así ese delicado esfínter no ofreció mucha resistencia y con un leve rasgón se dejó penetrar, mientras el piloto imaginaba que estaba por follar con su prometida.
Miguel no había mentido cuando dijo que el ano y recto del chiquillo se sentían igual o mejor que una vagina. Aquel interior infantil era muy cálido y tan húmedo que hasta parecía que lubricara de forma natural; además se acoplaba perfectamente a su recio rabo, apretando lo justo para hacer de cada bombeo una genuina exquisitez.
– ¡Métemela toda! —Gritó por supuesto Santi y una vez que sintió como ese macizo glande de casi 7cm de espesor ya le había roto el hoyito.
– ¡Oh…Diyos ko! —Exclamó el macho filipino, al tiempo que empujaba más de su instrumento viril dentro del pequeñín; hasta que lo perforó por completo, que sus erizados pelos de la ingle le cosquilleaban en las nalgas a Santi.
Long se concentraba en la bella mujer de la fotografía, imaginando que el estrecho culito del niño era el coño de su amada; aunque en realidad el primero se sentía mucho mejor que lo segundo y su propia verga opinaba igual, que incluso sus embestidas eran tan poderosas que todo su musculado cuerpo sudaba a chorros y el de Santiaguito se sacudía de adelante atrás con cada una de esos enérgicos embates masculinos.
Esos movimientos corporales hacían que el torso del pequeño se frotara contra el acolchonado musgo del tronco, y todos esos roces estimulaban no sólo sus rosadas tetillas, sino también el tierno glande de su tiesa pijita; lo que hacía que el crío alucinara de gusto por el doble placer de los estímulos a su miembro y por las deliciosas cogidas del militar asiático.
El chiquillo no tardó mucho en alcanzar su límite de placer; con lo cual tuvo uno más de sus primeros orgasmos, y uno de los más intensos. Sus gemidos pasaron a gritos de goce e internamente su cuerpecito se contrajo y convulsionó a tal extremo, que sus entrañas comenzaron a aumentar asombrosamente la presión sobre el firme falo del filipino, casi generando un vacío que succionaba el rabo de aquel macho; mismo que no podía creer lo increíble que se sentía todo eso con el precoz prepúber.
– ¡Ay…Agh! ¡Qué rico… ¡Sí! ¡Ay…Agh! Aaahhh~! —Resonaba la voz del niñito en aquella jungla.
– ¡Oh…ito ay napakahusay! —Jadeaba el traspirado de Long.
Aquel semental sentía como si el culito de ese puto infante le quería devorar la verga, que soltó la fotografía de su prometida y ahora con ambas manos sujetó a Santi por la angosta cinturita, y con un par más de sus salvajes arremetidas empezó a eyacularle dentro.
El aviador resoplaba con cada uno de los bombeos que continuaba dándole al crío, pues estos le permitían vaciar sus pesadas bolas, largando disparo tras disparo de su leche asiática; hasta que ésta se detuvo y él también lo hizo. Entonces Long sacó su miembro masculino, sólo para recibir en el proceso una explosión de su semen en toda la entrepierna; ya que, el vacío dentro del recto del niño había ocasionado que éste ahora largara a presión toda la esperma del macho, manchando los pelos púbicos, testículos y muslos del sorprendido piloto.
Pero la cosa no terminó ahí. Su hombría seguía intacta, durísima y muy venosa, con la cabeza bien hinchada, y sacudiéndose toda ella sola, tratando de pedir más. Así que el dueño de esa insaciable verga no lo pensó mucho, y simplemente agarró a Santiago y fácilmente lo dio vuelta, poniéndolo boca arriba sobre el tronco, con las piernitas en el aire y bien abiertas. Y sin más volvió a introducir su ferviente falo, usando su propio semen como lubricante para metérsela entera de una sola empalada. El chiquillo nuevamente gimió de gusto al sentirse follado otra vez; puesto que el putito tampoco quería que aquello terminara.
Long por segunda vez estaba embistiendo el placentero interior de ese pequeño, ahora más caliente y conteniendo todavía parte de su esperma, lo que lo hacía sentirse cremoso y más húmedo. Santi por su parte estaba en el paraíso; con sus tetillas y pijita otra vez duras, recibiendo las fuertes y rápidas cogidas de ese machote tan musculoso que el niñito sentía que era el mismísimo ‘Ryu’ (del videojuego “Street Fighter”) quien le estaba partiendo el culo.
– ¡Ay…sí! ¡Cógeme otra vez! ¡Dame más lecheee…! ¡Préñameee…Eeehhh~!
Mientras, ese hombre de las Filipinas traspiraba sobre su cuerpecito, tanto que el hedor de sus sobacos sudados lo ponían más cachondo y por ello el pedía más y más. Santiaguito ya había sido follado por otros tres machos, incluido su padre, pero aun así este semental asiático lo tenía delirando; por lo que con sus manitos se trataba de aferrar de aquellos enormes bíceps, viendo como las chapas metálicas militares de Long se sacudían en medio de aquellos tremendos pectorales masculinos, con cada ensartada de rabo que recibía en su anito y recto.
En ese momento Long entendió porque el peludo del turco y el joven grumete habían usado al prepúber para darse placer. Ya todo estaba más que claro, pues él nunca antes había experimentado una excitación así, o un morbo o placer sexual cercano al que estaba viviendo ahora en esa remota isla. Y con eso se volvió a venir.
El resto de la esperma de sus bolas comenzó a salir a chorros, llenando más los intestinos del crío; el cual los podía sentir, uno tras otro, obteniendo nuevamente lo que tanto anhelaba, ser embarazado otra vez por ese macho. Cuando el aviador sintió que ya no tenía más semen para dar, retiró su verga semierecta y contempló como dejó el ensanchado esfínter del niño y lo abierto que éste tenía ahora todo su lindo culito.
– ¡Qué rico estuvo, me gustó mucho! —Y el pequeño le esbozó una sonrisa en su carita pecosa y de cautivadores ojos color miel.
– Ahm…sí… —El pobre piloto no sabía que decir después de aquello.
El desnudito de Santi se bajó del tronco y como notó que el falo de Long todavía no estaba del todo flácido, se ofreció a limpiárselo. Lo cierto es que el pícaro chiquillo no se esperó a una respuesta de parte del musculoso hombre, simplemente se arrodilló y metió en su boquita aquel miembro circuncidado. Al instante se puso a chuparlo desde la peluda base hasta el gran glande, usando luego su lengüita para pasársela por debajo del frenillo; haciendo que el filipino jadeara y resoplara excitado, y también que ese instrumento masculino se enderezara y endureciera con cada succión y lamida de parte del habilidoso putito.
El macho militar no podía creerse nada de lo que había pasado o lo que continuaba ocurriendo. Su verga estaba erecta dentro de las fauces del prepúber, y casi que podía sentir como sus sacos seminales seguían produciendo más de su leche viril; que estaba seguro que con esas fantásticas mamadas de Santiago se correría por tercera vez consecutiva.
Aunque no sería tan fácil. Su colorado rabo estaba ya muy sensible después de las brutales embestidas, y los labios, lengua y saliva del pequeñín hacían maravillas en su falo; pero Long tenía una cierta incomodidad. Su vejiga protestaba. Entonces no tuvo más remedio que detener a su felador experto para así poder evacuar.
– Si quieres puedes orinar en mi boca… —Ofreció el niño, al tiempo que la abría como si él fuera un urinario público.
– ¡¿Quieres que yo orine en boca?! —Preguntó el hombre con asombro e incredulidad.
– ¡Sí, por favor! Me gusta mucho eso…
Como Long vio lo ansioso que estaba el crío, agarró su parada verga y empezó a hacer un poco de fuerza para liberar su orina. Sus torrenciales chorros de meados amarillos no tardaron mucho, y pronto estaban entrando a presión en la sedienta garganta del pequeño puto; quien los intentaba tragar todos, pero como aquella era una cascada de amarga orina, ésta comenzó a desbordarse y bañar todo el pálido cuerpecito de Santi.
Y una vez liberada hasta la última gota, el chiquillo se abalanzó a mamar de nuevo el exquisito instrumento masculino del asiático, que tenía una mezcla de sabor entre sudor, semen y orina.
– ¡Oh…Diyos ko! —Exclamó en su idioma el piloto que ya estaba al límite.
– Mmmm…Slurp~! ¡Dame lechita…Mmmm…Slurp~! —Decía el niñito sintiendo como aquel semental estaba a punto de correrse.
Y así fue. Varios disparos de esperma entraron de lleno por la boquita de Santiago, bajando por su esófago y llegando a su estómago, para alimentarlo con esa nutritiva leche de macho.
Pero a pesar de que el semen había dejado de salir, el infante permanecía succionando la recia verga de Long; quien no pudo más y tuvo que apartar al ninfómano niño. Éste le sonrió de una manera que el machote filipino pensó que después de todo no se la pasaría tan mal en esa isla. Y después de un rato los dos salieron al sendero y se encaminaron a la cascada; ya que ahora estaban más traspirados y sucios de cuando se habían metido a bañar en primer lugar.
Luego llegaron al campamento donde estaban todos. El capitán y el grumete ya habían terminado su tarea de renovar la madera de la pira de alerta, Ahmed cocinaba el almuerzo, y el doctor se acercaba para recibir a su primogénito y al nuevo habitante.
– Vaya que se demoraron bastante. —Observó Roberto en lo que abrazaba de costado a su hijo.
– Ahm…lo que pasó fue–
– Es que le ayudé a buscar la foto de su novia… —Intervino el listo crío.
Y en eso el velludo cocinero les llamó a todos y les dijo que vieran en dirección al mar.
– ¡Diablos! —Exclamó Miguel.
– Muchacho, parece que lo que hicimos fue en vano.
Los seis quedaron de pie en la playa, observando a lo lejos como una gigantesca masa de nubes grises se aproximaba velozmente hacía ellos.
Era un huracán.
Espero con más ansia la continuación de estos relatos que a una serie Netflix. Gracias por escribirlos y compartirlos.
Wow eso sí que es un cumplido 😛
Y gracias a ti por leerlos. Salu2 😉
Excelente saga, espero más interacción entre el doctor y los demás machos.
Gracias y descuida, es está previsto; es sólo que trato de llevar las cosas poco a poco para darle su tiempo e ir desarrollando la trama 😛
Salu2!
Muy buen relato, y que bien que ya haya mas datos sobre esa isla, espero que sueltes mas datos de lo que encierra esa isla y el por que de sus efectos en sus habitantes. Buen relato
Gracias 😉
Te espero en la próxima entrega, Salu2!
Me vuelve loco esta historia! Que grata sorpresa entrar a esta pagina y encontrar un relato tuyo! Como siempre muy morboso, cada vez mas! Espero el siguiente!
Tan grata sorpresa como siempre encontrarme un comentario positivo tuyo.
Salu2 mi morboso amigo. Te espero en el cap.07 😉