LA ISLA – Cap.07 El prisionero
Lo que les faltaba a esos pobres náufragos, un huracán….
El huracán rápidamente azotó con sus poderosos vientos a la pequeña isla; pero por suerte con la misma velocidad que se desplazó allí, se terminó degradando en una tormenta tropical; la cual trajo incesantes lluvias durante días, y esos días se convirtieron en semanas. Esto último ocasionó que la comida empezara a escasear; puesto que el mar estaba tan picado que era imposible poder pescar y que decir de atrapar o cazar algún animal, ya que no había ni uno a la vista bajo esa constante y torrencial lluvia. Además, las pocas frutas tropicales pronto comenzaron a acabarse y los peculiares calabacines se pudrían por la humedad del lodoso suelo.
Por todo lo anterior es que esa tarde se decidió a trasladar las reservas de comida que habían recuperado del naufragio y que el doctor mantenía almacenadas en su tienda (eran los fardos y cajas de madera donde Santi se sentó con Miguel a hablar de la masturbación). Dicha labor cayó en manos del capitán, su grumete y Long quien se ofreció a ayudarles. El trío de afanosos hombres cargó las provisiones junto al botiquín y se encaminaron a tierras más elevadas; descansando un momento cuando llegaron a la Cascada. Ahí se le ocurrió al piloto explorar la formación rocosa de la caída de agua, encontrando al cabo de un rato una fisura que comunicaba a una pequeña cavidad natural. Esta gruta era muy oscura y cuando él la iluminó con su linterna, calculó que tendría que tener alrededor de unos tres metros cuadrados.
– Fiu~! —El joven marinero silbó detrás de los fornidos hombros del aviador– Bro, creo que ya encontraste el lugar perfecto para guardar todo.
Los otros dos se habían acercado para ver mejor el descubrimiento de Long, justo en lo que el halo de luz de la linterna apuntaba a una tétrica e inconfundible figura. Dentro de aquella fría gruta y frente a ellos, estaban los restos de un esqueleto humano, cuya apariencia indicaba que tendría muchísimos años de descomposición.
– ¡Por las barbas de Poseidón! —Exclamó el marino de pelo en pecho canoso– Así que no somos los primeros en esta condenada isla.
– ¿De quién podrán ser esos huesos? —Preguntó el grumete mientras se rascaba una de sus sudadas y muy velludas axilas.
– Seguramente de otro pobre infeliz que terminó encallado aquí igual que nosotros. —Contestó Gerardo, agachándose para examinar el esqueleto de quien habría sido un hombre adulto.
– ¿Qué haremos ahora? —Inquirió el musculoso asiático.
Los tres acordaron en que no mencionarían el hallazgo de los huesos, para así no afectar al pequeño Santiago. El misterioso individuo seguramente fue un náufrago como ellos, sólo que con varias décadas de diferencia; aunque también especularon que podría tratarse de un prisionero de la época de los piratas (Long incluso pensó que podría estar relacionado con los dibujos rupestres de las cuevas, pero no dijo nada). Fuera quien fuese, enterraron dentro de la gruta sus restos bajo un montículo de piedras y acomodaron allí las cosas que traían para que estuvieran más seguras que en el campamento a orilla del tormentoso mar.
Ahora ellos estaban tratando de secarse un poco antes de regresar al refugio. El frondoso dosel de los altos árboles de esa área le servía a modo de techo, y así eran pocas las gotas que se colaban y caían sobre sus cuerpos semidesnudos; pues ambos tripulantes se habían quitado las camisas celestes de sus uniformes y el militar se removió la parte superior de su overol caqui, amarrándosela en la cintura, exhibiendo su figura de fisicoculturista.
– Pobre hombre. —Habló Miguel con las manos entrelazadas detrás de la nuca, lo que exaltaba su delgado y definido torso, en especial su abdomen– Seguramente que no le quedó de otra que matarse a pajas estando él solito.
– Eso no lo dudes, muchacho. —Dijo el viejo en lo que se frotaba su peluda panza– Y más si era como tú, cabrón. ¿Hoy cuántas llevas?
– Apenas dos; pero ya me siento bien lleno otra vez… —Y el adolescente de 19 años apretó su entrepierna con la mano donde siempre lleva amarrado su pañuelo rojo.
Obviamente ni el capitán ni el grumete tenían vergüenza entre ellos, y a decir verdad tampoco la tenía con el filipino; quien sabía muy bien lo que ese par de hombres hacía a solas.
– Y tú Long, ¿cuántas jaladas de verga llevas ya? —Le preguntó Gerardo.
– Ahm…una… Solamente una.
– Yo igual. Aunque estoy como Miguel, ya listo para echarme otra.
Entonces el viejo de mar también se estrujó el viril bulto, mostrándole a los otros dos que su miembro masculino estaba erecto del todo y gordísimo como sólo el de él en esa isla.
– Pues yo digo que todos nos hagamos una buena paja. —Propuso el joven marinero, al mismo tiempo que sacaba del pantalón su lanza fálica; la cual se estaba poniendo dura y más larga.
– ¿Qué dices, eh Long? —Le insistió el capitán al piloto con cierta provocación y en lo que él igualmente liberaba su grueso y venoso mazo de carne.
El aviador conocía las intenciones de ese par; pero aun así no quería quedar como un afeminado ante ellos, y lo cierto era que desde que se cogió a Santiaguito no había podido hacerlo de nuevo y las ganas de calmar su ansia sexual le estaban ganando.
Long no le contestó; únicamente metió su mano bajo el overol y sacó su nervudo rabo, y lo comenzó a jalar para que se le pusiera bien tieso y firme como los de esos dos hombres. Ya con eso el trío se empezó a masturbar casi en círculo, muy cerca el uno del otro; oyendo como el macho de cada lado jadeaba y resoplaba de gusto, oliendo el penetrante hedor de los otros cuatro velludos y sudorosos sobacos, y viendo vívidamente como el otro par de sementales estrujaba y frotaba sus genitales en unas increíbles y estimulantes pajas.
Gerardo una vez más fue víctima de esa desenfrenada y extraña excitación que lo invadía en esa isla, y más ahora que observaba de cerca a esos dos juveniles y fibrados varones masturbar sus impresionantes virilidades; la del grumete tan prolongada que se curvaba por la gravedad y la del piloto cabezona y tan venosa que se veía musculosa como todo él. Así que el veterano no pudo aguantar más y se arrodilló ante la verga de Miguel y, agarrándosela con la mano derecha, se la metió en su hambrienta boca para iniciarle una intensa felación.
Por supuesto que el adolescente se dejó, a él le fascinaban las mamadas que le daba su superior, y el hecho de que Long ahora era testigo de ello le causaba más morbo y aumentaba su calentura. ¿Y qué decir del sexy asiático? Pues éste al ver aquello no se sorprendió del todo; lo único fue que no pensaba que el rudo capitán fuese un chupa-vergas, pero ya sabiendo eso le sacaría el mayor de los provechos.
– También chupa esta. —Le dijo el aviador al maduro Gerardo, a la vez que se acercaba a ese rostro de barba blanca y le ofrecía su macizo miembro.
– Mmmm…con gusto… —Respondió el viejo de mar al cabo que dejaba de succionar el falo del chico y se metía de lleno a la boca el otro suculento rabo– Mmmm…Slurp~! Mmmm…Slurp~!
– A que mi Capi’ la mama como toda una puta experta, ¿eh? —Habló Miguel mientras se la jalaba mirando como Long disfrutaba con las lamidas y succiones de ese añejo macho.
Aquel joven estaba contento de saber que el machote filipino también era uno de ellos, uno de esos hombres heterosexuales que en la misteriosa isla sucumbía a esas lujuriosas perversiones.
Y otro que sentía felicidad era Gerardo, quien ahora gozaba de dos ricas vergas a la vez. En lo que devoraba una, masturbaba hábilmente la otra; siempre pendiente de no desatender a ninguno de esos dos sementales ni a sus erectas herramientas viriles, y todo al mismo tiempo en lo que con su mano libre se hacía una paja, que su gordo trozo masculino estaba muy rojo y le chorreaba de jugos seminales, goteando al encharcado suelo. Luego hubo un momento en que el nuevo y exquisito sabor de la recia verga de Long, hizo que el capitán se entretuviera más con él; lo que le permitió a chico moverse e ir detrás del enorme y peludo trasero de su oficial.
Miguel se quitó el resto de su ropa e hizo lo mismo con la del otro hombre, y después soltó un espeso y viscoso hilo de saliva sobre su larga lanza fálica, regándosela para lubricarla un poco. Acto seguido se puso en posición, y se la metió con gran fuerza y rudeza por el estrujado esfínter a su superior, tal y como él sabía que a éste le gustaba tanto.
– ¡Oh…sí rómpeme el culo, joder! —Gritó Gerardo al sentir aquel instrumento de inseminación comenzar a romperle el culo; pero seguido continuó mamando a Long– Oh…Mmmm…Slurp~!
– ¡A la orden, mi capitán!
El enérgico muchacho con un par más de empujones de pelvis, logró encajarle sus 18cm de verga dentro del recto al veterano; quien gritaba por el dolor y también el placer, entre las succiones que no paraba de hacerle a los 16cm que se erguían del peludo pubis del asiático.
Por su parte, el piloto tomó con ambas manos al viejo marino por la calvicie, botándole al piso la gorra de capitán, y con violentos movimientos de sus caderas se puso a follarle las fauces y hasta la faringe, atorándolo, que sus erizados vellos se fusionaban con aquel canoso bigote.
– Mmmgh~! Bluagh~! —Sonaban las arcadas del oficial naval– Mmmgh~! Bluagh~!
– ¡Diablos, Long! ¡Qué bien le coges la garganta al Capi’! —Admiró el joven mientras bombeaba aquel trasero masculino, tratando de equiparar el ritmo y potencia del otro macho.
– ¡Ooohhh…! Tú también su culo, ¡muy bueno! —Contestó el aviador, sorprendiéndose de lo mucho que estaba disfrutando de todo eso.
Ya ambos machos tenían al maduro de Gerardo totalmente penetrado por ambos orificios, embistiéndolo con la virilidad y brutalidad que ya los caracterizaba.
Sólo que en esa oportunidad el semental filipino no pudo aguantar mucho y sin darse cuenta estaba eyaculando dentro de la boca del marinero sesentón. Sus disparos seminales entraban directos, deslizándose por el esófago hasta llegar al estómago del capitán, alimentándolo con esa nutritiva leche masculina. Long bramaba como una bestia asiática y cuando terminó de evacuar sus redondos testículos, sacó su rabo de la boca del viejo y éste se puso a limpiársela con lamidas y chupadas frenéticas; pues las violentas estocadas de su muchacho le estaban rasgando y lacerando el culo, cosa que lo ponían muy libidinoso y hacía que su grueso falo se sacudiera de gusto entre sus velludos muslos y le revotara en su igualmente peluda panza.
Entonces Miguel se acostó boca arriba en el lodoso suelo y le indicó al macho que consideraba como a un padre (y al que también amaba follarse), que se sentara en su verga. Gerardo en seguida se montó sobre el chico, metiéndose aquel miembro masculino, y empezó a cabalgarlo.
Long ahí entendió que esos dos marineros se turnaban para penetrarse, puesto que el otro día que los vio en la playa fue el muchacho quien recibía las cogidas; pero por lo visto hoy le tocaba al maduro capitán. Y en eso notó que la hombría de su entrepierna permanecía muy dura y ávida de más; por lo que se desnudó del todo y masturbándose se acercó para ver mejor.
– ¡Vaya, pero si este militar sigue bien firme! —Dijo asombrado el adolescente al ver al piloto.
– ¡Agh! Entonces que el cabrón me la meta también por el culo… ¡Aaahhh~!
Dijo el viejo pelón, mientras sentía como la larga lanza de su grumete lo empalaba hasta lo que parecía era la boca de su estómago.
El excitado aviador al oír la invitación no lo pensó mucho; ya nada de eso le causaba repudio como antes, y a pesar de ser inexperto en lo que se refiere al sexo entre hombres, su instinto lo guio. Se puso de rodillas detrás del varonil trasero de Gerardo; éste ya había detenido sus salvajes sentones y con ambas manos se abría bien las nalgas, mostrando su arrugado y velludo esfínter ya bien abierto y relleno con toda la herramienta sexual de Miguel, metida hasta los huevos; así que Long embocó su hinchado y enrojecido glande, y comenzó a empujarlo con determinación. Con un desgarrador tirón pasó por el ano y sintiendo como su verga rozaba contra la del viril adolescente, el semental filipino continuó metiéndola hasta que ambos falos estuvieron juntos dentro del ensanchado y ardiente recto del capitán.
– ¡Agh~! ¡Eso es cabrones! ¡Agh~! ¡Destrócenme el culo! ¡¡AAGH SÍ!!
– ¡Ooohhh…diablos que apretado se siente! —Exclamó Miguel, que casi ni podía moverse; pero sí experimentaba esa nueva y excitante sensación gracias a la fricción de su rabo contra el del fornido militar; frotándose deliciosamente cada vez que este último bombeaba con su pelvis, y todo ello sumado a lo estrecho que se sentían las entrañas de su superior de marina.
Long metía y sacaba continuamente su macizo miembro por aquel culo de macho, mismo que le estaba dando un placer similar al que sintió con el hijito del médico; pero el exquisito roce con la larga y sólida verga de Miguel, hacían que su placer fuera doble; que el asiático alucinaba al tiempo en que no cesaba de embestir al marino veterano.
Los tres traspiraban de una forma asombrosa; los músculos del piloto se tensaban con cada estocada que daba; y Gerardo hasta temblaba a causa de esa doble penetración, dolorosa y muy placentera, que no tardó en correrse sin tocarse, manchando todo el pechito y la hilera de pelos negros del abdomen del grumete; quien jadeaba como loco, apreciando todo eso nuevo y lujurioso; hasta que él no pudo más y también terminó, lanzando sus poderosos chorros dentro del colon de su padrastro. Y esto a su vez generó que el otro machote sintiera todo ese tibio semen envolver su falo, haciéndolo eyacular también dentro de los intestinos del capitán.
Uno pensaría que con todo eso el trío de machos estaría satisfecho, pero lo cierto es que cuando se incorporaron y limpiaron un poco, los tres todavía estaban bastante excitados; por lo que las cogidas continuarían. La cuestión es que no sólo ellos tres fueron los únicos que se habían estado dando placer entre hombres. De vuela en el refugio, dentro de la tienda del doctor, éste se encontraba sentado en el piso y entre las mantas que usaban como cama, con sus rodillas flexionadas y recostadas en estas tenía a su niño, sentadito sobre su varonil pelvis.
Santi estaba cara a cara con su atractivo y atlético padre, meneando sus caderas y culito en lo que tenía bien clavada toda la enorme y venosa verga de su progenitor.
– ¡Ay sí…! Aaahhh…papi que rico… Ooohhh~! —Gemía el empalado chiquillo.
– ¿Te gusta que tu papito te meta toda su vergota por el culo?
Y tomó a su vástago por la cinturita y lo suspendió hasta sacarle la mitad de su recio miembro paterno, para luego bajarlo con arrojo y nuevamente encajársela entera hasta el fondo.
– ¡Siií~! ¡Lléname de tu lechita papi! ¡Ahh~! ¡Préñame como hiciste con mamá…! ¡Ahh~!
Ya quisiera Roberto en verdad poder embarazar a su pequeño hijo, quien ahora se había convertido en su legítimo amante. Ver todo ese deseo dibujado en el tierno rostro pecoso de su retoño, lo ponía más caliente que nunca; que de súbito se puso a devorarle la boquita a su crío, comiéndolo a besos y metiéndole su lenguota hasta la faringe, todo eso mientras su niñito subía y bajaba rítmicamente de su rabo de 20cm de envergadura.
La cuestión yacía en que todos esos tediosos días de constante lluvia, el dúo padre e hijo no hacía otra cosa más que estar encerrados en la tienda cogiendo en secreto. Esta era la tercera vez esa tarde en que Roberto follaba a su primogénito; que después de un buen rato recostó a Santiaguito boca arriba, sin sacarle ni por un segundo su miembro paterno del anito y recto, y luego se posó sobre él boca abajo en posición del misionero. El Pequeño entrelazó sus bracitos y piernas alrededor del sudado y fornido torso de su padre, al mismo tiempo en que le susurraba al oído para que éste aumentara la potencia y velocidad de sus cogidas; pues el niño quería más a pesar de que todavía le dolía un poco, pero también le causaba un inmenso e intenso placer, que hasta le rasguñaba la espalda y le mordía la oreja a su papá entre gimoteos.
El médico complació a su retoño, embistiéndolo tan fuerte y rápido que estaba seguro de que lo lastimaba; pero aun así a ambos les fascinaba, que él persistía con las arremetidas de su instrumento inseminador y aún sin poder comprender como anatómicamente era posible que su crío de 12 años, pudiera contener plenamente todo su monumental falo dentro del culo.
Santi seguía con sus suplicas entre gemidos y Roberto no cesaba de follar enérgicamente a su pequeñín, resoplando y jadeando sin control; hasta que no lo soportó más y acabó en una de esas habituales corridas cuantiosas, de chorros tras chorros de semen espeso.
– ¡La siento papi…! ¡Siento toda tu leche dentro! —Balbuceaba su chiquillo, mientras sus cálidas entrañas eran fecundadas por el esperma paterno que le había dado vida antes.
– ¡Oh…Dios mío! Hijo, como te amo… —Y el hombre besó otra vez a su amado vástago.
El semental padre luego de soltar hasta la última gota seminal; la sacó y recobrando el aliento, se colocó sus lentes para poder ver a su pequeño abierto de piernitas, con todo su tierno y rosadito esfínter tan dilatado, que la leche masculina se desbordaba en borbotones. Y eso era otra cosa que el doctor había notado desde que llegó a esa isla, que no sólo su lujuria y virilidad habían aumentado, sino también la exorbitante cantidad de semen que ahora producía.
Como fuera, Roberto con un par de sus dedos tomó una buena parte de su tibia lechita y se la dio de comer en la boquita a su niño; ya que con la falta de alimentos eso era lo más nutritivo y lleno de proteínas que tenían para compartir.
– Eso es, hijo… Cómetela toda. —Dijo el médico, en lo que su hijo le limpiaba los dedos.
– Mmmm…más! ¡Dame más! —Y Santiago pujó de su culito más de la rica esperma de su papá, para que éste lo siguiera alimentando con ella.
…
Trascurrieron dos días más bajo esa incansable lluvia; la cual había transformado el hermoso cielo azul caribeño en un depresivo gris, y donde el calor isleño persistía, sólo que aun más húmedo y pegajoso que antes (si eso es siquiera posible). Y la mañana del tercer día llegó con una terrible noticia. Cuando Long fue a la Cascada por una de las últimas raciones, descubrió que ya no había nada, ni rastros de las provisiones. La voz corrió rápidamente y cuando todos estuvieron reunidos para constatar lo que el nuevo miembro había dicho, todos coincidieron en que no pudo haber sido un animal, pues no había ningún tipo de indicio para ello, y eso dejó a todos perplejos… Bueno, no a todos. Roberto pronto se percató de que Ahmed no estaba entre los del grupo y cuando volvieron al campamento, encontraron que no había nada en su tienda.
Al instante todos supieron que habían sido traicionados por el peludo y greñudo turco; quien seguramente por la noche robó el resto de la comida para él solo. Sobra decir que los otros cuatro hombres estallaron en cólera y profanaciones; únicamente Santi se sentía algo dolido y con lágrimas en sus preciosos ojos color miel.
Luego de la rabia inicial, pasaron a la desesperación; pero ésta no duró mucho, ya que Long se decidió a buscar y atrapar al ladino comerciante. Capitán y grumete se sumaron a la misión sin vacilar y fue así como entre los tres comenzaron la cacería humana; aunque fue gracias a la sugerencia de Roberto que pudieron dar con el paradero de Ahmed. Esto fue debido a que en todo ese tiempo el doctor se había vuelto más amigo del turco gorilón; ya que juntos compartían el trasero de Santiaguito y por eso él sabía del lugar que Ahmed solía visitar antes para masturbarse varias veces en el día.
Cuando lo encontraron la situación no fue para nada sencilla y el altercado no pudo evitarse. El expresidiario es un hombre tosco, grande y muy corpulento, y sus enormes bíceps intimidan a cualquiera; excepto al militar filipino, quien fue el primero en abalanzarse contra él. Los golpes y puñetazos luego pasaron a un forcejeo cuerpo a cuerpo, y a pesar de todos los músculos del piloto, el velludo gorila demostró tener más fuerza; pero por suerte los dos marinos intervinieron y así los tres lograron domar a la bestia.
Ahmed terminó en el suelo recostado contra un gran árbol, con los brazos suspendidos y amarrados con cuerdas. El capitán se encargó de atar bien al turco; las sogas pasaban por el leñoso tronco, sus muñecas y bíceps, y con la pericia propia de un marinero le creó una especie de arnés anudado al pecho, el que lo inmovilizaba del todo. Y para silenciar las amenazas del avaro comerciante, el grumete agarró su pañuelo rojo y lo utilizó como mordaza en el desnudo prisionero; puesto que como parte del castigo decidieron humillarlo quitándole la ropa.
Así fue como recuperaron la comida y atraparon al ladrón. Curiosamente unas pocas horas después del incidente, la tormenta se disipó casi por arte de magia y la paradisíaca isla volvió a ser la misma. Esto calmó las preocupaciones del grupo; pero aun así se acordó en que el cautivo mantendría su nuevo estatus hasta que decidieran que hacer con él.
El buen doctor era el único que abogaba por liberar a Ahmed. Decía que no tenía sentido enemistarse más; pero los otros tres machos tenían la testosterona a tales niveles que sólo pensaban en hacerlo escarmentar, dejándolo así y sin comer por varios días.
Santi era otro que sentía pena por su turco semental; por lo que a escondidas iba a visitarlo, llevándole agua para tomar y le ayudaba a calmar su calentura, mamándole la vergota hasta que éste acabara en su boquita y garganta de niño. Y como aquel monstruoso y oscuro rabo no se calmaba con nada más una felación, el chiquillo se desnudaba y montaba todo aquel formidable falo, metiéndoselo todo y cabalgándolo con movimientos propios de una puta; que el agradecido gorilón volvía a correrse, ahora dentro del delicioso culito de su nenito-puto.
Y llegó la mañana del juicio. Los cuatro hombres adultos estaban de pie alrededor del trigueño prisionero, y éste se encontraba tal y como vino al mundo; además de totalmente traspirado y apestando a sobaco sudado concentrado, pues tenía varios días sin bañarse y de tener que orinarse encima; y claro, exhibiendo en su entrepierna sus impresionantes dotes viriles.
– Bueno, ya estuvo bien, ¿no? —Habló Roberto– Creo que ya es hora de soltarlo.
– Hmmm… Supongo que tiene razón, mi Doc. —Dijo Gerardo dubitativo– Es sólo que me gustaría hacerle algo más a este cabrón para que aprenda bien la lección.
El amordazado y amarrado de Ahmed le lanzó una mirada fulminante al capitán; pero ni trataba de hablar o moverse porque sabía que no podría. Estaba a plena merced de ellos.
– ¿Y qué tal si le demostramos que nosotros somos más machos que él? —Propuso el grumete.
– ¿Pero y a qué te refieres con eso? —Le preguntó el confundido doctor.
– Yo sé a lo que se refiere el muchacho. —Contestó el viejo marinero- Acá Miguel sugiere que entre todos le partamos el culo al turco. Con eso sabrá quién manda en esta isla.
Roberto de inmediato se negó, diciendo que eso era absolutamente innecesario y cuando se volteó a mirar a Long para que éste lo apoyara, vio que el militar sólo se quedó callado.
– Tres contra uno, Doc. La democracia ha hablado. —Y el canoso hombre sonrió victorioso.
– Entonces, ¡empiezo yo! —Exclamó el ansioso adolescente, al tiempo que se bajaba el pantalón junto a su ceñido bóxer y colocándose en posición frente a Ahmed comenzó a jalar su verga; la cual se paró en un santiamén. El capitán y el piloto ayudaron al chico, cada uno sujetando uno de los muslos peludos del prisionero y abriéndolo bien de piernas; así el joven marino se hincó y se puso a buscar el ano de ese machote, tan velludo del culo que aquello era en verdad una densa e impenetrable selva de rizados pelos negros. Y cuando al fin encontró el virgen esfínter del macho, Miguel no esperó más e inició la inserción de su puntuda y curva lanza fálica.
El turco sintió un agudo dolor, uno que aumentaba a medida el delgado y recio grumete le iba metiendo más y más aquel miembro masculino; desvirgándole su ano y recto de hombre, de una forma tan humillante para él, que con todas sus fuerzas trató de romper sus amarras. Sus músculos se abultaron y sus venas se inflaron al extremo, sudando más; pero todo fue en vano, los nudos de marinero realmente lo tenían presa de las perversiones de esos cuatro.
– ¿Qué tal está…? —Quiso saber Long, mientras sentía como su propio rabo crecía y se endurecía palmo a palmo bajo su uniforme de aviador.
– ¡Increíblemente apretado! ¡¡OOGH!! —Le aseguró el chico, quien siguió empujando hasta que le clavó sus 18cm y sus vellos púbicos se mezclaron con los del trasero de Ahmed.
El adolescente de ojos verdes pronto estaba bombeando a ese gorilón, quien tenía unas entrañas tan estrechas y calientes, que el muchacho traspiraba tanto que tuvo que sacarse la camisa. Miguel estaba asombrado de que el culo de ese otro semental fuera tan socado, incluso más que el de Santi. Y otro que estaba sorprendido era el doctor al mirar todo eso.
– ¡¿En verdad van a continuar con esto?! —Protestó el médico, viendo como el chico cogía decididamente al turco; el cual murmuraba a modo de protesta, pero sin lograr nada.
– No le veo el problema, mi Doc. —Dijo el capitán a la vez que se acercaba a su compañero y con arrebato le estrujó el abultado paquete viril– Si por lo duro que se siente esto, usted está tan empalmado como Long y yo… ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja~!
Y no era mentira, Roberto estaba erectísimo y por ello optó en no decir más nada del asunto.
Por su parte, el grumete metía y sacaba su curvo falo del suculento trasero del comerciante; y en lo que se giró a la izquierda, vio a Long ya con su rabo circuncidado fuera de la cremallera, jalándoselo con ganas, y luego se volteó a la derecha y encontró a los otros dos hombres también con sus miembros gruesos, duros y fuera de los pantalones en la misma actividad.
Definitivamente todos se habían calentado al verlo follarse a Ahmed, y fue justo eso lo que lo llevó al límite y sin darse cuenta estaba jadeando y eyaculando en los intestinos del cautivo. Y cuando se la sacó fue el turno del filipino, que cambió de lugar con el joven marino y de una la clavó en ese peludo culo. Su verga cabezona le abrió más el ano al turco y al momento que se la hundió entera, empezó a embestirlo con tanta furia que el esperma de Miguel (que había servido de lubricante natural) ahora escurría hacía afuera rosadito, teñido por los hilillos de sangre producto de sus colosales cogidas.
En eso el pícaro tripulante, mismo que todavía continuaba excitado y con su verga erguida, tomó con una de sus manos el macizo mazo de Ahmed y se puso a pajeárselo descaradamente, haciendo que éste comenzara a aumentar en tamaño, grosor y forma; que cuando alcanzó sus impresionantes 23cm, Long también aumentó la fuerza y velocidad de sus viciosas clavadas.
– ¡Oh…qué gigante! —Exclamó el sorprendido aviador, que nunca antes había contemplado una virilidad de proporciones tan monstruosas, casi inhumanas para él.
Y así sin poder controlarse, el piloto bufaba entre embestidas, soltando chorro a chorro todo su semen asiático dentro de ese corpulento y apestoso prisionero.
– ¡Eso es Bro, llénalo de leche! —Lo alentó el chico al darse cuenta de que se estaba corriendo.
– Bien, ya va el segundo… —Dijo el capitán– ¡Ahora es mi turno, cabrones!
Entonces Gerardo intercambió puestos con el musculoso militar y ahora él tenía enfrente al dotado comerciante bien abierto de piernas. Escupió su gordo rabo de 8cm de espesor y de lleno se puso a la tarea de taladrarle las entrañas a la bestia turca. Éste sudaba aún más y balbuceaba, babeado el pañuelo, tratando de pedir que pararan; pero nada detuvo el que su pobre esfínter y recto se ensancharan aún más cuando ese membrudo torpedo lo sodomizó.
El marinero veterano ya estaba bombeando ese estupendo culo peludo de macho, resoplando y traspirando de todo su tatuado y robusto cuerpo; en lo que se le dio por agarrar del falo a Ahmed. Su grumete y él masturbaban al cautivo, mientras sus folladas no cesaban. Miguel jalaba de la velluda base y con la otra mano frotaba aquellos impresionantes testículos, a la vez que el viejo estrujaba el jugoso glande y le bajaba y subía el venoso prepucio.
– ¡Ah…qué ricooo…Ooohhh~! ¡Joder, me vengooo…Ooohhh~!
– ¡Eso, mi Capi’! ¡Échele otra buena ración de lechada dentro! —El muchacho animaba a su superior, observando como éste convulsionaba por la intensidad del orgasmo que alcanzaba.
El morbo fue demasiado para Gerardo, y él también terminó en el apretado y ardiente interior de ese turco semental. Ya con esa eran tres las cargas seminales que el inmovilizado comerciante tuvo que soportar y contener en su ahora roto culo de macho. Sentía una furia incontenible; pero de todos modos su inmenso miembro seguía erecto y bien atendido por los dos navegantes, los que seguían empuñando y masturbando esa trigueña y venosa vergota.
Pero ahora era el turno de Roberto, que por más que sentía que aquello no era correcto, su lujuria le dictaba otra cosa; así que cuando el capitán se movió al lado derecho, él aprovechó y ya en posición introdujo su hombría igualmente impresionante.
– ¡Diablos, Doc! ¡Qué pedazote de verga tiene! —Dijo Miguel al ver de cerca la entrepierna del médico y eso tan enorme que se le erguía allí.
– Aquí el buen Doc está casi tan potente como el turco. —Coincidió Gerardo, al mismo tiempo que él y su grumete agilizaban sus jaladas a Ahmed– Demuéstrenos como le parte todo el culo.
Y eso hizo. El siempre sensato y ponderado doctor ahora le estaba metiendo su maciza arma de sodomización y el turco la sentía toda, los recios 20cm, todos bien ensartados hasta su colon; que junto con la placentera paja que le hacían los otros dos machos, no pudo más y a pesar de todo comenzó a acabar en una auténtica explosión de esperma.
– ¡Oh…qué muchísima leche! —Exclamó Long, viendo como todo el semen del turco salía por todos lados como una fuente; salpicando el velludo pecho de Roberto, bañando las manos y brazos de los marineros, y el resto chorreaba y manchaba los pelos púbicos y bolas de Ahmed.
Después de eso la verga de Long estuvo hinchada y firme al instante, y los rabos del capitán y el grumete ya estaban a mil. Y todo mientras el fenomenal falo del varonil médico, hacía su intervención quirúrgica dentro de las entrañas del prisionero. Entrando y saliendo, cada vez con más fuerza y saña; que el comerciante veía directo a los ojos de su amigo Roberto, quien le devolvía la mirada como si tratara de decirle en palabras: “Esto es en pago por todas las veces que te he dejado follarte a mi querido hijo”.
Así que el doctor ya cogía al greñudo turco como si este fuera una mujer o mejor dicho como si se tratara de su propio retoño; que los tres espectadores vitoreaban de pie a cada lado del gorila, masturbándose ante aquel estupendo espectáculo.
– ¡Vamos, Doc! ¡Llénelo también de leche! —Le pedía el libidinoso adolescente.
– Sólo usted falta en rellenar a este cabrón. —Le recordaba el perverso viejo de mar.
Y Long sólo jadeaba a la vez que veía todo y se pajeaba junto a los otros dos sementales.
– ¡¡OH DIOS!! —Aclamó el masculino médico– ¡Me voy a vaciar en su culooo…Ooohhh~!
La cuantiosa esperma de Roberto subía de sus inmensos e inflados huevos, pasaba por toda su enorme vergota y salía disparada directo al intestino del violado cautivo. Todo el espeso y cremoso semen del doctor se mezclaba en aquellas ultrajadas entrañas de varón, y se unía con el del joven grumete, el del maduro capitán y con el del piloto filipino.
Y justo cuando los otros tres se dieron cuenta de la enérgica corrida del médico; ellos también empezaron a eyacular uno tras del otro. Long se vino en todo el ancho y peludo pecho de Ahmed; seguido fue Miguel, quien terminó lanzando sus poderosos chorros de leche en el apestoso sobaco derecho del turco; y por último fue Gerardo, el que arrojó su segunda acabada en la tupida barba y grotesco rostro del gorilón.
Los cuatro resoplaban para recobrar el aliento después de experimentar todo ese insuperable placer sexual entre machos; ya totalmente empapados en su traspiración y con sus miembros viriles iniciando la transformación a su forma flácida. Y sin que ninguno dijera nada, casi como si lo hubieran concertado por telepatía; los cuatro captores estando parados, y tomando sus falos cada uno, se pusieron a orinar al indefenso prisionero dos de cada lado.
El comerciante volvió a intentar inútilmente romper sus ataduras; mientras no podía evitar el ser bañado en toda la cara, axilas, torso y genitales con los calientes meados de sus antiguos compañeros de la isla. Y hasta que todos terminaron, sacudiendo sus rabos para soltar hasta la última gota de hedionda orina amarilla, es que decidieron liberar al pobre de Ahmed.
Primero el chico le retiró la mordaza, percatándose como su pañuelo rojo había quedado asqueroso, lleno de saliva, semen y hasta meados (supo que tendría que lavarlo). Después el capitán empezó a soltar las sogas, al tiempo que Long y Roberto se preparaban para contener al iracundo turco de ser necesario; pero no hizo falta.
El sudoroso ex-cocinero; ahora sodomizado y lleno de esperma, todo cubierto igualmente por leche de macho e incuso con orina masculina; una vez que fue liberado, éste simplemente se puso en pie con cierta dificultad, no midió palabra alguna con ninguno de los otros hombres y se marchó tal y como estaba, sin siquiera mirar atrás.
…
Al otro lado de la tropical isla, los rayos del sol se reflejaban en las azules y cristalinas aguas de esas hermosas playas de arena blanca; en lo que un grupo de pequeños botes se aproximaba a paso firme entre las olas, impulsados únicamente por remos y los fuertes brazos de varios hombres. Uno de estos hombres, que por el porte tendría que ser el líder de los demás, se levantó para divisar desde su posición en el mar a aquella isla, misma que él y su gente visitaban regularmente desde hacía ya mucho tiempo; sólo que en esta ocasión no tenían idea de que ahora había nuevos habitantes en ella.
Como me gusta esta historia! Siempre me hago muy buenas pajas leyendote! Me ha encantado, quiero el siguiente, saludos!
Gracias mi amigo y fiel lector. Yo cuando leo como se hacen pajas con mis relatos, hasta se me para…jeje
Salu2 elbotija10 😉
Me encanta esta historia de las mejores en esta pagina, espero cada semana leer episodio y hacerme unas pajas espectaculares 🌟🌟🌟🌟🌟.
Gracias por tu comentario, 5 estrellas y esas ricas pajas que te haces…uff!!
Salu2 amigo! 😉
Excelente. Esperaba con ansias la continuación de esta historia. Gracias por compartir el relato.
Gracias. Ya hoy empiezo con el siguiente capítulo…me he atrasado un poco, sorry 😛
Espero publicarlo pronto para que tú y los demás lo sigan disfrutando.
Salu2!! 😉
Que buen relato que siga y que seguían las orgías, que se cojan todos contra todos, mas leche y miados.
Gracias…jejeje…pues creo que eso esperamos todos. Más morbo en esa rica isla llena de machos!!
Salu2 😉
De las mejores sagas que leí en mucho tiempo! No dejes de publicar nunca por favor! ♥
Gracias por tu comentario…♥
Es por ustedes que me inspiro y continúo escribiendo.
Salu2 😛
Maravilloso el morbo de estos machos, a pura leche, continua muy bueno👍
Gracias amigo 😉
Salu2!!
Genial historia siempre me masturbo cuando leo un capitulo espero pronto el siguiente capitulo
Gracias, justo ahora subo el capítulo 8. Espero la página lo publique pronto.
Salu2!! 😉
Necesitamos la continuación de este relato… Quiero mas voyerismo y por qué no, exhibiosimismo… Ah! Y algo mas de BDSM… Está excelente esta historia!
Gracias!
Ah! Y ya está publicado el Cap.8 😉
Que lo disfrutes, Salu2!!