LA ISLA – Xtra.1 Milagro inesperado
Parece ser que han habido otros naufragios en la misteriosa isla….
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NOTA: Este es el inicio de una trilogía conectada a la saga original, LA ISLA.
Te recomiendo que antes de leer este relato, disfrutes de los 9 capítulos previos.
Aquí te dejo el Capítulo 1:
https://sexosintabues30.com/relatos-eroticos/gays/la-isla-cap-01-cuando-todo-cambio/
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No podía dormir, el calor húmedo de esa noche era insoportable, tanto que Jesús podía sentir todo su semidesnudo cuerpo traspirar a chorros sobre la litera del camarote. Así que desistió de la idea de poder conciliar el sueño, se recostó boca arriba y con una mano bajó su ceñido calzoncillo blanco, lo justo para dejar salir su gran virilidad ya semierecta. Él desde joven se percató de que era un chico muy dotado y ahora a sus 33 años de edad, su miembro masculino en erección alcanzaba unos impresionantes 21cm de gruesa y venosa carne, con una base llena de tupidos pelos púbicos negros y un marcado glande jugoso.
Jesús se acomodó y colocó su brazo izquierdo tras la nuca, mientras con la mano derecha jalaba de arriba abajo su ya bien firme falo. El vigor con el que se estaba haciendo esa paja, provocaba que sus velludos sobacos sudaran aún más, lo que a su vez intensificaba el hedor a macho en todo el reducido camarote, y también hizo que su respiración agitada pasara a ser una serie de leves jadeos; los que casualmente se acompasaron con otros cercanos, pues en la cama superior de la litera contigua a la de él, uno de sus tres compañeros estaba en la misma faena, dándose placer en esa caliente noche de altamar.
Y a pesar de que no podía ver al otro marinero masturbarse (él estaba en la cama inferior y el colchón de arriba tapaba su vista), el sólo hecho de escuchar al otro hombre y saber que éste también jalaba su rabo, le causaba algo de morbo. Lo cierto es que Jesús es heterosexual; pero el llevar tantos largos y arduos meses en el mar, en compañía de puros machos, causa extraños e involuntarios pensamientos de tanto en tanto. Y aunque en las últimas semanas había visto mujeres entre los pasajeros que ahora albergaba el barco, él y los demás marinos tenían prohibido tener contacto con ellas y sólo podía verlas de lejos e imaginarlas en todo tipo de situaciones sexuales; mismas que ahora le servían de inspiración para la increíble paja que se estaba dando y con la que estaba a punto de alcanzar el clímax.
El problema estuvo en que el camarote empezó a sacudirse de súbito, bamboleándose por efecto de un fuerte oleaje. Aquello no era algo extraño para él, por lo que continuó jalando su maciza y casi musculosa verga, al mismo tiempo que con su mano izquierda ahora estrujaba sus peludos y pesados testículos, cargados de leche de macho de varios días. Hasta que con un sosegado gemido Jesús al fin se corrió; lanzando sobre su esculpido pecho y los vellos de su abdomen unos diez chorros de amarillenta y espesa esperma. Y en ese preciso momento el navío se estremeció todavía más, provocando que varios objetos cayeran al piso.
Entonces se guardó con dificultad dentro del ajustado calzoncillo su vergota aún erecta, se puso como pudo el pantalón azul oscuro de su uniforme y decidió mirar qué pasaba; aunque no le tocara cubrir el turno de esa noche. Cuando salió al oscuro y angosto pasillo, vio a varios de sus compañeros uniformados, yendo frenéticamente de aquí para allá y gritando ordenes sobre el ruido de poderosos truenos; por lo que de inmediato supo que algo no andaba bien. Descalzo como estaba, emergió a cubierta y se encontró con que el barco era sacudido violentamente por una repentina tormenta; más que eso, por lo que parecía una tempestad de proporciones bíblicas.
En segundos todo su rostro, torso descubierto y el resto de su cuerpo estaban empapados por la torrencial lluvia; en lo que el alférez lo vio y le ordenó que ayudara a un grupo de marineros que estaban tratado de asegurar la carga de estribor. El intrépido y forzudo de Jesús se puso manos a la obra, y con los otros cinco colocaron la lona de refuerzo y más amarras; pero en eso una gigantesca ola azotó contra ese lado del navío, haciendo que él fuera arrojado por la borda.
Apenas y sintió el golpe cuando entró bruscamente en el mar. Todo su cuerpo parecía haberse congelado al instante en aquellas heladas y calmas aguas, mientras en la superficie la tormenta arreciaba y las olas parecían destrozar el barco; en lo que él sin poder respirar ni mover un tan sólo músculo, simplemente se hundía lentamente en esa inmensa oscuridad…
Jesús despertó de súbito, completamente mojado, pero no por el agua del mar, sino por su traspiración. Había sido un sueño. Un sueño que tenía regularmente desde la noche en que aquello en verdad ocurrió. Ahora él se encontraba a salvo sobre la arena, bajo la choza improvisada que había armado con palos y ramas de palmera, y además no estaba solo. Acostado sobre su torso y abrazándolo se hallaba Daniel, un niño de apenas 5 años de edad, dormido plácidamente sobre sus trigueños y varoniles pectorales, en contraste con la blanca y suave piel del infante.
El marinero necesitaba orinar, así que, tratando de no despertar al pequeño, lo hizo a un lado despacio; pero aun así éste se despertó.
– Buenos días, ‘Chuy’… —Dijo el pequeñín frotándose los ojos con los puñitos.
– Eh…buenos días, Dani. Perdón por hacerte levantar.
Danielito negó con su cabeza, a modo de un “no es problema” y le sonrió.
Entonces ambos se desperezaron y se pusieron en pie. Jesús se dirigió a la palmera junto a su refugio, bajó la cremallera de su uniforme de marino, liberó su instrumento y corrió un poco el venoso prepucio, dejando salir un poderoso chorro amarillo contra el tronco, salpicando todo y mojando la arena blanca a sus pies. El pequeño Daniel hizo lo mismo; bajó su corto pantaloncito marrón a las rodillas, tomó su penecito y se puso a mear junto a Chuy, intercambiando sonrisas.
Este tipo de cosas eran habituales, puesto que Danielito tenía la costumbre de imitar en todo al macho de quien no se despegaba, no desde que ambos sobrevivieron al hundimiento del barco y prodigiosamente terminaron en esa remota isla en medio del Océano Pacífico. Luego, cuando ambos terminaron de orinar, se las sacudieron y guardaron, y de ahí el hombre cargó en sus fornidos brazos al niño y se fueron a buscar a los otros.
Afuera de una segunda choza rudimentaria, encontraron ya levantados al padre Thomas y al joven William; dos misioneros norteamericanos que naufragaron y también terminaron en la playa al día siguiente de la terrible tormenta. Ellos cuatro fueron los únicos supervivientes del nefasto suceso que cambió sus vidas casi dos semanas atrás. Y una vez que se juntaron, y como hacían todas las mañanas, se pusieron en círculo a agradecerle a Dios el estar con vida en esa paradisíaca isla y pedir por las almas de todos los que murieron. Incluso Chuy participaba en esto; pues, aunque él tiene un aspecto de macho tosco con su cuerpo musculoso y espeso mostacho negro, es muy creyente, tanto que la mayoría de los tatuajes que posee son marcas de su fe; como el rosario tatuado en su cuello y pecho, o la cruz en su hombro derecho, mientras en el otro tiene una calavera con una corona de espinas de Cristo y en el lado izquierdo de su espalda lleva dibujadas don manos en señal de oración.
Después de rezar se separaron. El marino junto al niño se marchó a buscar cocos y frutas para comer; mientras que el par de misioneros se dirigieron rumbo al arroyo cercano a su refugio, de donde obtenían el agua para beber y era el lugar donde se bañaban.
El padre Thomas es un sacerdote de 57 años, quien decidió al terminar la Gran Guerra emprender un viaje por varios países del continente y así predicar la Palabra; a lo que el pupilo William de 22 años, el seminarista más cercano a él, se empecinó en acompañarlo; sólo que ninguno pudo vaticinar que luego de dos años de misión por Latinoamérica, les ocurriría esto y quedarían varados en una solitaria isla. Hecho que únicamente podía significar que era una prueba más para su fe y templanza católica.
Ambos caminaron descalzos por la playa hasta llegar al estuario, donde el arroyo se une con el mar, y de allí siguieron río-arriba, adentrándose en la jungla; ocultándose así del intenso sol de esa mañana. Sus pantalones de tela negra se enredaban y rasgaban con la maleza, y el calor sofocante no mermaba. Y a pesar de esas condiciones tropicales, el padre Thomas siempre lleva puesta su camisa gris manga-corta, con el cuello clerical blanco (alzacuello) en señal de su consagración sacerdotal; pero que lo hace traspirar copiosamente y siempre tiene manchas de sudor en el área del pecho, espalda y en especial en sus sobacos.
William por su parte, a los pocos días de estar en la isla se quitó del todo la camisa, quedando sólo con la camiseta blanca debajo; la que también pasaba traspirada y algo trasparentada, y como es de tirantes sin-mangas, deja ver las incontables pecas de su pecho, espalda y hombros, las que trepan por el cuello y se riegan por todo su lozano rostro; ahora con un ligero bigote y barbita pelirroja (pues no puede afeitarse), en juego con su cabello cobrizo y ojos azules.
A los pocos minutos llegaron a una curva en donde el arroyo forma un hermoso estanque, de agua cristalina y de aspecto tan refrescante, que el sacerdote sin poder contenerse ni un segundo más se arrodilló y, juntado con las manos un poco de agua, se salpicó el rostro surcado por unas cuantas arrugas y su tupida barba rubia entrecana, misma que es tan larga que sobresale de su barbilla por más de cuatro dedos. Él también tiene los ojos azules como su joven pupilo, pero es de cabello rubio y tiene unas pronunciadas entradas, ya que se está quedando sin pelo.
Luego el padre Thomas se quitó la camisa y el pantalón, quedando sólo con su flojo bóxer blanco largo a las rodillas, descubriendo así su cuerpo; que para su edad y lo delgado que es, tiene una cierta definición muscular, aunque puede ser difícil de distinguir ya que él es muy velludo. El maduro hombre tiene todo el torso cubierto por unos finos vellos dorados, incluso en los hombros y espalda; tornándose más oscuros, casi castaños, en las axilas y el área púbica, así como también su pelo en pecho; donde brilla una delicada cadena de plata, de la que cuelga una simple cruz.
Entonces William hizo lo mismo y removió sus prendas; quedando también en la ropa interior que todos llevan en el Seminario, el bóxer blanco flojo de botón; exhibiendo un cuerpo atlético, de bíceps marcados y con un abdomen bien labrado, pudiendo verse cada uno de los cuadritos en su blanca piel, mucho más pálida que la de su mentor; quien ya había entrado en el estanque y se lavaba sus traspiradas axilas rubias.
– ¡Bendita agua! —Dijo el clérigo en lo que continuaba refrescando su sudado cuerpo, mojando los vellos de su pecho y estómago– A veces siento que no podré soportar este agobiante calor… ¡Es como si emanara desde dentro de mí!
Esas últimas palabras resonaron en la mente del seminarista.
– Padre… Eh…yo quisiera…
– ¿Sí? ¿Qué pasa, Willy? —Inquirió el hombre al notar la duda en el joven bajo su tutela.
– Quisiera confesarme, padre. —Respondió el chico e involuntariamente bajó la mirada y notó como los interiores del sacerdote estaban traslucidos y podía verse claramente la sombra de sus vellos púbicos y la silueta de esos otros genitales varoniles.
– Claro que sí, hijo mío. —Agregó el viejo cura con tono orgulloso.
Los dos estaban ya dentro del estanque, recostados contra unas altas piedras en uno de los costados, con la templada agua a la altura de sus caderas y sintiendo una leve brisa que corría entre las ramas de los árboles selváticos a su alrededor.
– Perdóneme padre porque he pecado. —Habló William a la par del clérigo, pero sin poder verlo a la cara– Han pasado quince días desde mi última confesión… Y he pecado de pensamiento.
– ¿Y dime cuáles son estos pensamientos que te atormentan, hijo mío?
– Es que… Yo… ¡No puedo dejar de pensar en los deseos de la carne, padre!
– Bueno hijo, eso es parte de la naturaleza de todos nosotros los hombres y es normal q–
– ¡Pero es más que eso, padre! —Lo interrumpió el chico, sincerándose más– Es verdad que antes me ocurría, pero nunca como ahora. No desde que llegamos a esta isla, yo…
– Creo saber a lo que te refieres, Willy.
– ¿En serio, padre? —Y el joven fijó la mirada en su confesor– Es como usted dijo antes; que pareciera que el calor proviniera de adentro. Yo todo el tiempo siento un intenso calor originarse entre mis piernas y… La verdad es que… Me da pena admitirlo padre, pero tengo dolorosas erecciones todo el tiempo, día y noche, sin descanso.
– Lo sé Willy, lo he notado. He visto tu entrepierna abultada en varias ocasiones. Y lo cierto es que esto mismo que te aqueja, me pasa a mí también, hijo mío.
E irónicamente en ese preciso momento a ambos les empezó a afligir dicho mal; pues los dos podían sentir como sus miembros masculinos comenzaban a crecer, engrosarse y erguirse en evidentes erecciones bajo sus mojados bóxeres. Ninguno pudo ocultar esto del otro; ya que el falo del padre Thomas es algo grande, de 19cm y un poco curvo, como si por lo largo la gravedad lo encorvaba hacia abajo. Y William también tenía un muy buen rabo, de 17cm, mucho más grueso que el de su mentor y con una protuberante cabeza rosada, que ya se colaba fuera de la abertura del botón de su bóxer.
– ¡Ave María purísima! ¡Mira cómo te has puesto, Willy! —Exclamó el sacerdote al ver la verga de su pupilo ya toda erecta y parcialmente por fuera de aquellos interiores blancos.
– Usted también, padre… —Dijo el muchacho viendo como el bóxer del clérigo, ahora ceñido y trasparente por acción del agua, se levantaba como carpa por aquel duro pilar carnoso.
– Sí, parece ser que ambos somos víctimas de los apetitos de la lascivia.
– ¡Agh! Y ya siento ese agudo dolor en mis…
– Lo sé, hijo. Yo también siento mis testículos agonizar.
Ambos se resistían al instintivo impulso de mover la mano y sujetar en ella sus respectivas vergas; bien tiesas y palpitantes, completamente inyectadas al extremo que parecía les explotarían.
– Creo Willy, que lo mejor que podemos hacer es ceder un poco a la tentación, en vez de luchar contra ella… —Y al ver la expresión de asombro de su pupilo, continuó– O enfermaremos nuestros cuerpos más que nuestras almas.
– “¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños” —Recitó el joven seminarista después de unos segundos en silencio–Primera de Corintios 6:19.
– Así es, hijo mío. Nuestros cuerpos son la casa del Señor y si estos deseos carnales nos carcomen y hacen daño por dentro…
– Él no podrá habitar en nosotros. —Continuó William convencido ya de que la propuesta de su mentor era la mejor opción ante aquella aflicción.
Entonces al escuchar que el chico estaba de acuerdo con él, el padre Thomas bajó su bóxer, quedando completamente desnudo en aquel bello estanque, y con su enorme y curva verga expuesta para que el muchacho a su cargo la viera en toda su extensión y plenitud.
– Dios le ha dado mucho, padre… —Comentó tímidamente el aspirante al sacerdocio, con su mirada clavada en ese otro miembro de macho, el primero que él veía aparte del suyo.
– Y ahora déjame ver bien a mí lo que el Señor te ha dado a ti, hijo.
Willy también se desnudó del todo y a pocos palmos del maduro clérigo, dejó que su maciza y circuncidada verga se sacudiera sola en el cálido aire del claro en donde ellos se encontraban.
– Tienes un cuerpo maravilloso. —Dijo el cura acercándose un poco más– Como el de un ángel.
El joven misionero se ruborizó y más cuando su confesor ahora le pasaba las manos por su pecho y abdomen de lavadero, casi rosando su glande cuando éste retiró las manos. La verdad es que William también quería extender las suyas y tocar el velludo torso del hombre a quien quería y admiraba desde los 12 años en los que entró al Seminario; pero no tuvo el valor de hacerlo.
Luego ambos sucumbieron ante sus impulsos previos y al fin cada uno tomó entre los dedos su instrumento del pecado, y comenzó a estrujarlo en una incuestionable y placentera paja.
El sacerdote usaba sus dos manos para jalar su largo rabo de arriba abajo, lubricándolo muy bien con todos los flujos seminales que no parecían dejar de escurrirle de inflado glande; mientras que su pupilo masturbaba fuertemente su falo con la derecha, que el bíceps y las venas de ese brazo se sobresaltaban, y con la mano izquierda se apretaba uno de sus rosados y firmes pezones.
– ¡Oh Dios…! ¡Creo no poder más! —Soltó entre jadeos el precoz muchacho.
– Hazlo hijo mío, no te contengas. —Le dijo su clérigo, observándolo con morbosa atención.
– ¡Oh…Jesucristo, Hijo de Dios! Aaahhh…ten misericordia de mí, que soy un pecador…!
– Yo te absuelvo de tus pecados, hijo mío.
Y el padre Thomas presenció de cerca como el viril chico se corría ante él, soltando chorro tras chorro de blanca esperma; la cual surcaba el denso aire y caía al agua; pero varios disparos fueron tan potentes que sus velludos genitales quedaron salpicados de ese pegajoso semen juvenil.
El pobre de William al llevar tanto tiempo en ese calvario de contante lujuria, más el hecho de estar haciendo eso nuevo y pecaminoso con el sacerdote que prácticamente lo crío desde niño, le causó tanta excitación que no pudo contenerse ni un minuto más. Aunque su verga todavía seguía erecta al igual que la de su mentor, quien había intensificado sus jaladas resoplando más; por lo que Willy pensaba que todo aquello no podía ser algo malo, ya que se sentía casi celestial.
– Ahora ayúdame a mí a terminar, hijo. —Le pidió el maduro macho con mirada libidinosa.
– Sí, padre. Como usted mande.
Acto seguido, el joven seminarista se acercó aún más, tanto que las respiraciones de ambos se cruzaban y la maciza verga del chico tocaba los peludos huevos del viejo misionero. Entonces el muchacho titubeó un poco, pero pronto se decidió y con ambas manos agarró ese otro miembro masculino, rígido y caliente al tacto, y lo comenzó a masturbar con mucha fuerza y velocidad; cosa que causaba que el clérigo gimiera de placer.
Ninguno hablaba, sólo se escuchaban sus jadeos. William ahora empleaba una mano para jalar aquel largo falo y con la otra le frotaba los pelos del pecho al hombre que tenía enfrente.
– Estrújame las bolas, hijo mío. Ooohhh…sí… Con eso me ordeñarás mejor…
Su obediente pupilo bajó la mano izquierda y con ella se puso a manosear aquellos prominentes testículos, envueltos en ese escroto cubierto de rizos rubios que parecían brillar cuando les daba la luz. A este punto el sacerdote aprovechó para devolverle el favor al angelical chico de cabello y pelos púbicos como el fuego, y él ahora masturbaba al muchacho con la diestra y con la surda le apretaba las tetillas, lo que parecía enloquecer mucho más a Willy.
Eso se prolongó por un buen rato, hasta que el padre Thomas acabó con varios chorros en todo el labrado pecho y abdomen de mármol de su devoto seminarista; quien, al sentir el semen de su mentor sobre él, se corrió por segunda vez, sólo que ahora en el velludo cuerpo del maduro maestro de su camino sacerdotal.
– En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. —Dijo el cura haciéndole la señal de la cruz al sudado y agitado chico que tenía desnudo ante él– Amén.
– Amén, padre.
…
Mientras tanto en otra parte de la isla, el marino observaba como el pequeño Dani comía gustosamente una de esas peculiares frutas tropicales (tenían forma de berenjenas, pero de color naranja-rojizo como los mangos); ninguno de ellos había visto o probado una igual antes, pero eran realmente deliciosas. Y en lo que Jesús estaba sentado sobre una roca, el niño se acercó a él y, aun comiendo el dulce fruto fálico, le pidió si se podía sentar en sus piernas.
El hombre no reparó en ello, simplemente lo tomó y ayudó a que éste se sentara cómodamente entre sus gruesas piernas; quedando las nalguitas del chiquillo apoyadas justamente contra su gran bulto. Él no le dio mucha importancia a esto, le resultó algo muy normal y habitual, pues es un hombre casado con un hijo de tan sólo dos años más que Danielito y una bella bebé. Y es por eso que entre ellos se formó un estrecho vínculo ‘padre e hijo’, casi instantáneamente y desde el momento en que ambos despertaron en la playa y sobrevivieron milagrosamente al naufragio.
Daniel comía felizmente su manjar, hasta se chupaba los deditos, y en un momento que giró su cabeza para voltearse a ver a Jesús, el pequeño le sonrió con tanta dulzura que el corazón del rudo marinero dio un vuelco. El nenito es adorable; blanquito y de cabello negro liso, con unos lindos ojitos cafés de largas y encrespadas pestañas, y la sonrisa más inocente posible. Y en eso su camisetilla de tirantitos celeste con rayas azules se manchó con los jugos de la fruta, que Chuy tuvo que quitársela para más tarde ir a lavarla en el arroyo o atraería a los mosquitos.
– ¿Te gustan mucho esas frutas, no es así Dani? —Le preguntó, aunque ya sabía la respuesta.
– ¡Sí! Mmmm…mucho… Mmmm… ¡Son bien ricas! —Y le volvió a sonreír de oreja a oreja.
Entonces el niñito comenzó a mover sus piernitas, balanceándolas en el aire (por su corta estatura no tocaba el suelo), haciendo que su culito también se meneara bastante; lo que aumentaba los roces contra la entrepierna del macho. La verga de Jesús empezó a despertarse y a ponerse tiesa, creciendo y engrosándose dentro del apretado calzoncillo, cosa que sorprendió mucho al hombre; pero pensó que sería un reflejo normal, además parecía que el pequeño no lo había notado, él lo veía tan tranquilo que decidió no darle mayor importancia al asunto.
El problema estuvo cuando Danielito movía más sus nalguitas, ahora en sugerentes y lentos círculos, frotándose mucho más, como si no sintiera o no le molestara eso enorme y erguido tras de sí; al contrario, pareciera que el niño estaba cada vez más contento comiendo y meneándose entre las piernas del marino y su enorme paquete viril.
– Ya se siente dura su ‘cosota’, Chuy. —Dijo Dani acabándose la jugosa fruta.
– ¡¿Qué dijiste Danielito?! ¿Mi cosota…?
– Sí, que ya está bien dura. ¿Ya le puedo dar besitos?
Y acto seguido el nene se bajó de la piedra, se giró para encarar al macho y con una manita agarró el enorme bulto por sobre la tela del uniforme de marinero.
Jesús se quedó más que sorprendido, no podía creer lo que el niñito había dicho y menos lo que ahora le estaba haciendo; apretándole su marcada verga erecta debajo de la prenda.
– Los niños buenos tenemos que darle besitos a las cosotas de los hombres. —Continuó el chiquillo con auténtica inocencia, a pesar de lo que hacía.
– ¿Quieres…quieres darle besitos a mi…a mi verga? —Se halló preguntando el atónito hombre.
Pero Dani no dijo nada, simplemente con sus dos pequeñas manos desabrochó el pantalón y le bajó la cremallera, hurgando luego por aquel hinchado y firme miembro masculino de 21cm; liberándolo de su ceñida prisión y haciendo que, por la presión contenida, éste saltara y golpeara estrepitosamente contra el peludo estómago del macho.
– ¡¡Es muy grandotota!! —Exclamó el niño con genuino asombro, reflejado en sus ojos claros ahora abiertos de par en par.
Aquel colosal rabo ya estaba comenzando a lubricar muchísimo, y Danielito al ver eso volvió a sonreír y seguido extendió una de sus manitos para sujetar aquella vergota. Cuando la tuvo entre sus deditos pegajosos, empezó a acariciarla con ternura y se río, diciendo nuevamente que era enorme. Entonces usó también la otra mano y ahora con las dos le corría hacia abajo el venoso y trigueño prepucio, descubriendo más el amoratado glande y el ojete de donde escurría una excesiva cantidad de líquido seminal.
Jesús estaba sin palabras. Todo eso fue tan inesperado; que no podía creer la actitud de ese infante de apenas 5 años. Aquello no tenía sentido, ¿cómo con tanta inocencia podría estar haciéndole eso a su fornido falo? Mismo que inexplicablemente para él estaba al tope, más sólido y palpitante que nunca. Y luego el macho de mar miró los ojitos cafés del nenito brillar y como éste acercaba la carita a su inflado glande, abrió la boca y con la lengüita se puso a lamer la cabeza de su macizo miembro; comiéndose todo el dulce néctar que le escurría. Después el estupefacto de Chuy observó cómo el crío abría más la boquita y ahora se metía todo lo que podía dentro, y con sus suaves labios chupaba la jugosa punta de su verga.
– Sí que eres un buen niño, Dani… —Dijo entre suspiros el marinero, sintiendo electricidad cada vez que el pequeñín le chupaba más y más, siempre sonriéndole de felicidad.
A partir de ese momento, Jesús ya no pensaba en más nada que no fuera el placer que estaba experimentando. Así que se quitó del todo el pantalón y el calzoncillo, dejando salir por completo sus viriles genitales; sus tupidos pelos púbicos junto a las enormes bolas que le colgaban.
Y Danielito supo perfectamente que hacer. Dejó de jalar de arriba abajo el venoso pellejo de la vergota de Chuy y comenzó a sobarle los gruesos huevos con las dos manitos; mientras no dejaba de chupársela, ya asombrosamente con todo el gran glande dentro de la boca.
Aquello era un espectáculo increíble, impensable, insólito. Y de lo único que Jesús estaba seguro, era de que esa no era la primera vez en que ese nene hacía algo como eso; pero, ¿quién podría ser el que le enseñó a comportarse así y hacer esas cosas sexuales a su corta edad?
En eso el rudo macho sintió como el pequeño se metió un poco más de su inmenso instrumento viril en la boquita; que él, dejando de pensar en el porqué de todo aquello, inició un instintivo bombeo pélvico, empujando más de su rabo dentro del niñito, que más de su verga entraba y el complacido hombre sentía como llegaba al fondo de la tibia gargantita. Por su parte, Dani seguía mamando sin detenerse, sin tratar de quitarse o soltarse del agarre fálico del marino, dejándose tranquilamente coger por la boca como si le fuera natural.
Cuando comenzó a bombear con más brío, Chuy sintió como el chiquillo tenía más gorjeos e intensas arcadas, viendo como un par de lágrimas le rodaban por las sonrosadas mejillas al tierno infante; situación que le provocó un mayor morbo y excitación, una que jamás antes había experimentado. Pero cuando el machote se percató de que a Daniel ya le costaba respirar y tenía la carita bien colorada, se detuvo de repente y se la sacó.
– …Chuy… —Habló el crío recobrando el aliento– ¿Ahora me va a meter toda su cosota…?
– ¡¿En verdad quieres que te meta mi verga?! —Jesús se asombró todavía más con esa interrogante de improviso.
– ¡Siií~! Tengo que ser niño bueno y dejarme. —Le contestó en lo que se bajaba del todo su pantaloncito y también su trusita blanca.
Entonces el tosco hombre de tatuajes y espeso mostacho, vio completamente desnudo al adorable nenito, y como éste levantaba los bracitos para que él lo alzara y acomodara de nuevo sobre sus musculosas y peludas piernas. El excitadísimo macho no lo dudó, y cuando lo suspendió y giró en el aire para que éste quedara de espaldas, pudo apreciar aquellas magníficas nalguitas blancas; bien redonditas y respingadas, muy distintas al resto se su fisonomía menuda. Era como si se tratara del culo de una nena, por lo que su falo dio una sacudida involuntaria y lubricó más.
Así que lo bajó despacio, tratando de sentarlo sobre su gran y grueso rabo, sintiendo el calorcito y suave roce de las nalgas infantiles sobre la cabeza de su enorme y erecta verga. El pequeñín comenzó a mover su culito en el aire, embadurnándose con aquel cuantioso líquido seminal por todo el perineo y anito; en lo que Jesús lo bajaba y sentaba directo en el glande.
Aquello no podía ser verdad. ¡Le estaba entrando en su diminuto y terso hoyito!
El marinero podía sentir lo ardiente y tan apretado del interior de Danielito. La sensación era espectacular, lo mejor que ese hombre heterosexual había experimentado hasta entonces. Y por su parte, el chiquillo cerraba los ojitos y en silencio dejaba que el rudo macho lo descendiera más por aquel miembro masculino de letales proporciones. Pero extrañamente, ni el ano ni el recto del crío parecían poner resistencia, y la penetración continuaba lenta pero firmemente.
– ¡Mmph…! ¿Ya entró toda su cosota, Chuy? —Preguntó el nenito, poniéndose bien derechito y con todo el cuerpecito tenso.
– Aún no, bebé… Ooohhh… Aún falta bastante. —Le respondió el machote, justo al mismo tiempo en que otro poco de su verga entraba en Dani.
Y con eso el excitado de Jesús empujó sus caderas hacia arriba, a la vez que bajaba más al niño.
– ¡Mmmph…! ¿Y ahora…? —Inquirió el infante, volteándose para tratar de ver cuánto más le hacía falta por soportar.
– ¡Ooohhh…por Dios! ¡Qué rico culito tienes, bebé…! —Fue lo que le contestó el marino sudoroso; en lo que cada vez que el pequeño preguntaba, él le empujaba y lograba meter más.
– ¡Mmmph! ¡Ay! Es que es muy grandota, Chuy… ¡Mmmph!
Y después de escuchar cómo Daniel gimoteaba y ya se quejaba un poco, el hombre de mar no pudo contenerse más y se la hundió completa hasta el fondo.
¿Cómo era posible que un nene de 5 añitos pudiera aguantar un falo semejante, uno de 21cm de rolliza y maciza carne venosa; uno que incluso muchas mujeres no habían podido soportar? Tenía que tratarse de un auténtico milagro, pensó el creyente hombre. No había otra explicación para que ese dulce niñito pudiera contener físicamente todo su recio rabo, puesto que se la tenía ensartada hasta el tope, que sus rizados pelos púbicos raspaban las nalguitas del chiquillo.
Como fuese, el machote estando fuera de sus cabales por culpa de la calentura morbosa que lo invadía; así que comenzó a meter y sacar su vergota sin contemplaciones, mientras suspendía y bajaba al crío al mismo tiempo (para ese fortachón el nenito no pesaba nada).
Y lo que resultaba más milagroso, era que Danielito parecía disfrutarlo todo; tanto que él se meneaba mientras era cogido con fuerza, ayudando así a que su macho gozara más de su prieto trasero. Luego Jesús con su mano izquierda sujetaba del cuellito a su sumiso nene, embistiéndolo con todo el poder de su desgarradora virilidad; a la vez que con la derecha le acariciaba todo el suave torso, sintiendo como en la pancita del niño se marcaba claramente toda la forma de su musculoso miembro; que cada vez que se la clavaba fuerte, su glande se sobresalía bajo la piel.
– Oh…eres tan buen niño… ¡Qué culo tan delicioso tienes! No me lo creo… ¡por Dios!
Esas eran todas las cosas que Chuy le decía al oído a Dani; el cual sólo gemía y se tambaleaba con cada brutal follada, traspirando al igual que el macho que lo estaba sodomizando.
– ¡Mmmph…! ¡Ay…sí, Chuy…! —Al fin logró vociferar el chiquillo– ¡Deme su lechita…!
– ¿Quieres que te deje toda mi leche dentro del culito, bebé? —Ya Jesús no se sorprendía de lo que Daniel pudiera decirle. Él ahora estaba en un morboso paraíso.
– ¡Mmmph! ¡Sí…por favor! ¡Quiero ser niño bueno! ¡Mmmph!
Ya eso fue demasiado para nuestro marinero y padre de familia. Y con una última y salvaje estocada, con la que debió clavársela hasta lo que sería la boca del estómago, el hombre soltó todos los chorros de su densa esperma, uno tras otro dentro de las molidas entrañas de Danielito.
Y justo después de correrse por completo, él experimentó una cierta culpa; por lo que cuando desmontó al pequeño nene, le revisó el traserito, esperando encontrar aquel anito lastimado; pero no tenía nada, aquel esfínter estaba bien, solamente muy colorado y cinco veces su diámetro normal. Aun así, Jesús le metió dos dedos dentro, esperando sacar sangre del recto; pero nada, únicamente sacó un buen borbotón de su cremoso y amarillento semen.
– ¿Quieres probar mi leche de macho? —Le preguntó Jesús, a la vez que llevaba sus dedos a la altura de la carita de Dani.
El pícaro pequeñín de 5 años de edad no dijo nada y de una se llevó a la boca la leche de su macho, comiéndosela toda y dejándole los dedos limpios.
– Veo que sí te gustó. —Continuó el musculoso marino, ahora cubierto de sudor– ¿Y vas a querer seguir jugando con mi cosota?
El crío con gran entusiasmo respondió que sí.
– Dani, ¿y me vas a contar quién te enseñó a jugar así con las cosotas de los hombres?
– Hmmm… Es que prometí no decir, porque es un secreto.
– ¿Y si yo fuera tu nuevo papá?
– Sí, a mí papi sí le puedo decir.
– ¿Y quieres que yo sea tu papá?
– ¡Siií~! —Contestó Danielito con una hermosa sonrisa.
Continuará…
Chévere relato ojalá Allan más marinero machotes para Danielito . Y no solo dos curitas putitos 💋💋💋
😉
Leíste la saga original?
Muy buen relato, espero la continuación 👍 😉
Gracias, estoy en ello. Me falta poco y quizás mañana domingo lo subo.
Salu2!
Uffff que delicia, me alegro tanto que hayas vuelto con una saga parecida a la otra, con nuevos personajes! Ya veremos que aventura nos traen estos nuevos! Espero con ansias la siguiente parte. Saludos!
Gracias mi fiel lector elbotija10. Me alegro te esté gustando.
😉 Salu2!!
hermoso relato, acompaña mis pajas
estoy ansioso esperando la continuación..!
Y espero hayan más pajas para la siguiente entrega, Xtra.2 «Voluntad divina»
😉 Salu2!!
Wao que morbo, delicioso me excito mucho.Muy buen relato felicidades
Gracias mi amigo sergiobr 😛
Salu2 😉