La mascota del profesor.
Dígame, Loreto, ¿usted cree que es justo para los demás estudiantes, que entregan sus trabajos, que cumplen en clases, que venga un chico bonito y me chupe la polla y lo apruebe?.
El profesor Sebastián iba a matarlo.
Derek miró la hora en su teléfono: 7:20 a.m. Iba con más de quince minutos de retraso.
Maldita sea. Era la tercera vez que llegaba tarde a Física Avanzada. Y el profesor Sebastián no era precisamente un hombre con sentido del humor. Amaba el control, la disciplina, la perfección. No tendría piedad.
Llegó al aula jadeando, con la camisa del uniforme pegada al cuerpo por el sudor. Abrió la puerta con cautela, como si pudiera evitar la tormenta que lo esperaba.
La mirada del profesor Sebastián fue lo primero que lo golpeó: fría, penetrante, cargada de una furia contenida.
Vestía como siempre, impecable: un traje hecho a la medida, el cabello oscuro perfectamente peinado, las cejas gruesas marcando una expresión perpetua de desaprobación. Detrás de unas gafas rectangulares, sus ojos negros parecían escudriñar el alma.
—Estas no son horas para llegar, Loreto —dijo, con una voz tan firme y gélida que el aula entera se sumió en un silencio absoluto.
Derek tragó saliva.
—Lo siento, señor. No volverá a pasar.
No se atrevió a levantar la vista. Había algo en ese hombre, en su tono pausado pero autoritario, que le erizaba la piel.
—¿Es usted consciente de la falta grave que está cometiendo? ¿Alguna vez ha leído el manual del estudiante? —continuó el profesor, sin levantar la voz—. Esta no es una escuela cualquiera, joven Loreto. Aquí buscamos excelencia. Buscamos perfección.
Y si usted no es capaz de estar a la altura, le sugiero que abandone no solo mi clase, sino la institución entera. Conformarse con una escuela de su… nivel tal vez sea lo mejor.
Derek abrió la boca, pero no encontró palabras. La cerró, bajó la cabeza y caminó en silencio hasta su asiento.
—Muy bien, jóvenes —dijo el profesor Sebastián mientras dejaba un fajo de papeles sobre el escritorio—, estamos a punto de cerrar el semestre, y me temo que varios de ustedes no tendrán los créditos suficientes para aprobar mi materia.
Su mirada recorrió el aula lentamente… y se detuvo en Derek.
Derek sintió que el estómago se le encogía. Se maldijo en silencio. Si reprobaba esa clase, estaba perdido.
La escuela era lo único que le quedaba desde que su padre lo había echado de casa tras descubrir su sexualidad. Todo lo que le quedaba.
—Bien —continuó el profesor—. Tomen nota. Quiero que resuelvan esta ecuación. Recuerden: estamos trabajando con conceptos de movimiento perpetuo.
Hizo una pausa breve, como si se regodeara en el momento.
—Ah… pero usted, joven Loreto —dijo con una sonrisa apenas insinuada—, solo tendrá diez minutos para resolver el problema.
—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó Derek, incapaz de contener la sorpresa y el enojo.
—Considérelo un castigo —respondió Sebastián, con la misma calma que usaba para dictar fórmulas—. Por hacerme perder el tiempo… y el de sus compañeros. Aquí hay gente que realmente quiere aprender… Diez minutos, o lo invito a abandonar mi clase de inmediato.
Derek apretó los puños con fuerza. Sentía la sangre arderle en las sienes. El profesor Sebastián no solo era estricto: era un cabrón. Y parecía disfrutar cada oportunidad para humillarlo frente a todos.
¿Pero por qué él? ¿Por qué siempre él?
Derek hizo una mueca y comenzó a escribir en su cuaderno. Sostenía el lápiz con tanta fuerza que parecía a punto de romperlo. Estaba furioso, pero no podía permitirse estallar.
Pasó apenas un minuto cuando, sin decir una palabra, se levantó y caminó hacia el escritorio. Le entregó el papel al profesor Sebastián, que lo tomó con una ceja arqueada y el ceño fruncido.
Lo examinó en silencio.
—Te espero después de clases en mi oficina —dijo finalmente, arrancando la hoja del cuaderno y guardándola en el bolsillo interior de su chaqueta.
La sonrisa desafiante de Derek se evaporó al instante. Solo quedó miedo.
Joder. Había tenido el valor para hacerlo, sí. Pero no había pensado en las consecuencias. Y ahora el profesor lo esperaba a solas.
Horas después, Derek estaba frente a la puerta de la oficina de Sebastián. Tragó saliva, levantó el puño tembloroso y dio tres toques secos. Desde adentro, una voz firme respondió:
—Adelante.
El interior estaba pulcro y ordenado, decorado con estanterías llenas de libros gruesos, trofeos académicos, y varias fotos del profesor en conferencias o recibiendo premios. Derek sintió que el aire se volvía más denso a cada paso.
Sebastián lo miraba desde detrás del escritorio, con una expresión difícil de descifrar. Sus ojos oscuros lo examinaban con una mezcla de desdén y curiosidad.
—Es usted un problema, joven Loreto —dijo al fin—. Me he topado con muchos como usted. Rebeldes. Insolentes. Que se creen por encima de las reglas. Que piensan que esta escuela les pertenece.
Sacó la hoja de su chaqueta y se la tendió a Derek.
—Lea en voz alta. ¿Qué dice?
Derek tomó el papel con manos temblorosas. Su voz apenas fue un susurro:
—»Jódase… viejo.»
Un silencio incómodo se apoderó del lugar.
—¿Usted se cree gracioso? —preguntó Sebastián, con una calma que daba más miedo que si hubiese gritado—. Podría hacer que lo expulsen ahora mismo.
Derek bajó la mirada. El corazón le latía con fuerza, y por primera vez en mucho tiempo, no tenía una respuesta lista.
—Lo siento —susurró Derek.
Pero no lo sentía. No realmente. Lo único que deseaba era gritarle lo que de verdad pensaba, escupírselo todo en la cara: cada humillación, cada comentario velado, cada vez que lo hizo sentirse menos que los demás. Pero no podía. No ahí. No ahora.
El profesor se levantó de su asiento con una lentitud casi teatral.
—Quiero que me mire a los ojos, Loreto —ordenó, con ese tono de voz seco, irritante, tan perfectamente calibrado para hacerle sentir como un insecto.
Derek levantó la vista con esfuerzo. Se obligó a mirarlo.
Los ojos oscuros del profesor Sebastián lo observaban con una intensidad feroz. Parecían más negros que nunca, llenos de juicio, de furia contenida.
—Yo… lo sien… siento… —balbuceó Derek. Estaba temblando.
¿Por qué le tenía tanto miedo?
Era solo un hombre, no un demonio. Pero frente a él, Derek se sentía como un niño indefenso, atrapado.
—Como sea —dijo Sebastián con desdén, mientras se sentaba de nuevo—. No creo que lo vea el próximo semestre.
Porque usted ya está reprobado.
—¿Qué…? —Derek apenas pudo pronunciarlo.
—Como lo oyó —repitió Sebastián, acomodando unos papeles—. No tiene oportunidad alguna. Puede considerarse fuera.
El mundo se detuvo un segundo.
No podía ser cierto. No podía.
La escuela era lo único que le quedaba. Trabajaba hasta la madrugada para sobrevivir, y aún así intentaba cumplir, entregar todos los proyectos. Si llegaba tarde era por eso, no por irresponsabilidad.
Y ahora… ¿esto?
No era justo.
—No, señor. Por favor… —su voz se quebró. No era súplica, era desesperación.
El profesor Sebastián lo miró con frialdad, su voz cortante como un cuchillo. —Lo siento, pero sabe que conmigo no existen las segundas oportunidades.
Derek se dejó caer de rodillas, la alfombra áspera contra su piel, humillación y desesperación lo invadían. No tenía alternativa. —Yo haré lo que sea por aprobar —murmuró, mirando fijamente la alfombra, sabiendo que mañana se arrepentiría de cada palabra, de cada acción.
El profesor, imperturbable, arqueó una ceja. —¿Qué sugiere, Loreto? —inquirió, su tono cargado de un peligroso matiz de interés.
Silencio.
Un silencio tenso y pesado, donde cada segundo parecía una eternidad. Derek, con el corazón martillando en su pecho, finalmente habló, su voz temblaba tanto como su cuerpo. —Yo podría… podría… satisfacerlo.
Derek sentía como si su alma se desgarraba con cada sílaba. Había cruzado un punto de no retorno.
El profesor Sebastián se levantó de su escritorio, sus pasos firmes y medidos, resonando en el suelo de madera. Se acercó a Derek, sus zapatos lustrosos reflejando la luz fría de la habitación. Tomó la barbilla de Derek con firmeza, obligándolo a mirar sus ojos impasibles. —Ya veo —dijo, su voz profunda y calmada, pero con un tono que dejaba claro que él tenía todo el poder en esa situación.
Derek sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. ¿Qué mierda significaba eso? ¿Aceptación? ¿era un no?
—Yo soy bueno chupando pollas… o eso me han dicho —Derek sintió náuseas solo de pensar que la polla del profesor Sebastián, el hombre que más odiaba, estaría en sus labios. La habitación parecía cerrarse a su alrededor, el aire se volvió denso y sofocante.
El profesor frunció el ceño, su expresión se tornó aún más severa. —Sabe, Loreto, siempre ha habido estudiantes como usted. Con una cara bonita, cabello pelirrojo y esa mirada de niño estúpido, que creen que solo por ser ellos mismos tienen derecho a hacer lo que se les dé la gana. —Su voz era como un látigo, cortante y despiadada.
Derek tragó saliva, su garganta seca y dolorida. —Sí, profesor —murmuró, sintiendo cómo la humillación lo consumía.
El profesor apretó más su agarre en la mandíbula de Derek, como si pretendiera poseerlo por completo. —Dígame, Loreto, ¿usted cree que es justo para los demás estudiantes, que entregan sus trabajos, que cumplen en clases, que venga un chico bonito y me chupe la polla y lo apruebe? —Su tono era burlón, casi disfrutando de la tortura mental a la que estaba sometiendo a Derek.
Derek sintió cómo el rubor subía a sus mejillas, ardiendo de vergüenza. —No… no lo es, profesor —respondió, su voz apenas un susurro. Pero no se detuvo ahí, en un último intento por recuperar algo de dignidad, añadió—: Pero el mundo no es justo.
—No me haga perder el tiempo —el profesor soltó a Derek con brusquedad, como si su contacto repentinamente le resultara repulsivo.
Derek, con una determinación feroz, se negó a rendirse. Comenzó a desabrochar su camisa lentamente, botón por botón, mientras el profesor lo observaba con una mezcla de desprecio y curiosidad. El aire entre ellos se volvió eléctrico, cargado de tensión y anticipación.
—Si no quiere que mi boca esté en su polla —dijo Derek, su voz más firme ahora, casi desafiante—, puede usar mi cuerpo. —Sus manos temblaban ligeramente, pero su determinación no flaqueaba—. Puede tocar, puede lamer, puede hacer lo que le excite más.
El profesor Sebastián hizo una mueca de desprecio, pero no detuvo a Derek. Probablemente pensaba que Derek solo era un mocoso jugando con fuego, sin comprender el peligro al que se exponía. La mirada del profesor recorrió el cuerpo de Derek, evaluándolo como un trofeo, un objeto de placer.
El profesor se acercó, su presencia imponente y dominante. Levantó a Derek del suelo con un movimiento rápido y seguro, su agarre firme en los brazos de Derek. Lo llevó hasta el escritorio, sus ojos posándose en el cuello de Derek, sus pezones descubiertos y su abdomen desnudo, ahora expuesto y vulnerable. La respiración de Derek se aceleró, su corazón latía con fuerza, un cóctel de miedo y excitación recorriendo su cuerpo. Sabía que había cruzado una línea, y que no había vuelta atrás.
Derek, con manos temblorosas, tomó la polla del profesor Sebastián a través del pantalón, sus caricias eran suaves, casi tímidas, y claramente insuficientes para excitarlo. El profesor, notando su falta de entusiasmo, arqueó una ceja en desafío.
—¿Tienes miedo, Loreto? —preguntó, sus labios casi curvándose en una sonrisa burlona.
—No… —mintió Derek, su voz apenas un susurro.
—Por la forma en que tiemblas y tu respiración se corta, diría que pareces un conejo a punto de ser cazado —susurró el profesor en su oído, su aliento caliente y provocador—. Pero tú pedías esto, ¿no? Te ofreces como una puta, pero eres un cobarde.
Derek sintió cómo sus mejillas se sonrojaban intensamente. El profesor era cruel, y fuera del aula, su sucia boca era aún más devastadora. Con manos temblorosas, Derek desabrochó el cinturón del profesor y luego su costoso pantalón, revelando unos calzoncillos oscuros, casi negros. La forma en que el bulto se asomaba bajo la tela indicaba que el profesor aún no estaba completamente excitado, o quizás tenía algún problema de disfunción eréctil el viejo asqueroso.
—Bueno, sorpréndeme, Loreto —susurró el profesor, su voz cargada de expectativa y desafío—. Vamos a ver cuántos puntos puedes recuperar, pero sabes que yo soy exigente.
Derek bajó lentamente la ropa interior del profesor, sus dedos temblaban visiblemente. Un poco de vello púbico se asomó primero, seguido por la gruesa y morena polla del profesor, que yacía semierecta. Derek tragó saliva, sus ojos fijos en el glande cubierto por el prepucio y luego estaban las bolas, gordas y pesadas. La polla del profesor era jodidamente gruesa, y Derek temía que no cabría completamente en su boca.
—¿Ya te arrepientes, Loreto? —preguntó el profesor, su tono burlón y condescendiente.
Derek tragó saliva nuevamente, tomando una bocanada de aire para calmar sus nervios. Lentamente, metió un poco de la cabeza cubierta por el prepucio en su boca, lamiendo con cautela. No sabía tan horrible como había imaginado. Todo esto se le hacía irreal; nunca había imaginado que terminaría chupando la polla del profesor más cabrón del mundo.
El profesor gimió suavemente, su cabeza echada hacia atrás, disfrutando de la sensación. —Así me gusta, Loreto. Muestra un poco de entusiasmo. —Su voz era un gruñido bajo, lleno de lujuria y dominio.
Derek continuó, sus labios y lengua trabajando lentamente, tratando de tomar más de la impresionante longitud en su boca. El sabor salado y la textura suave de la piel del profesor lo sorprendieron, y a pesar de la humillación, comenzó a sentir una extraña excitación. El profesor Sebastián, con sus manos en el cabello de Derek, guiaba su cabeza con firmeza, empujándolo a tomar más y más de su polla.
Derek siguió succionando esa verga, ahora completamente dura. Palpitaba, caliente y fuerte en su boca, cada latido enviando oleadas de excitación a través de su cuerpo. Sacaba la cabeza para luego volver a tomarla, su lengua trabajando incansablemente mientras su garganta se adaptaba a la impresionante circunferencia. Le había mentido al profesor; en realidad, no era un experto en chupar pollas, pero esperaba que su esfuerzo estuviera a la altura de las expectativas.
Cuando finalmente sacó la polla de su boca, vio esa verga dura y apuntando hacia sus labios, completamente lubricada de saliva, brillando bajo la luz fría de la habitación. La visión era extrañamente erótica, y Derek sintió una mezcla de humillación y excitación.
—¿Lo hice bien, profesor? —su voz salió por inercia, y se sonrojó al darse cuenta de su estupidez. No estaban en clases, y no necesitaba su aprobación para algo tan íntimo y degradante.
El profesor, con sus manos ásperas y exigentes, tocó el cabello pelirrojo de Derek, enredando sus dedos en los mechones. —Podría estar mejor —dijo, su tono burlón y dominante—. Pero veo que tienes potencial, Loreto. —Sus ojos brillaban con una mezcla de lujuria y sadismo.
Derek estaba a punto de meterse esa verga en la boca nuevamente, pero el profesor lo detuvo con un gesto firme.
—Vamos a hacer otra cosa —sonrió, su tono cargado de malicia y dominio—. Esta mamada no es suficiente, debes mucho. Muchos trabajos, llegas tarde, y a veces faltas. Necesitas un castigo, pequeño insolente.
Derek tardó en comprender cuando el profesor lo tomó con fuerza y lo incorporó sobre su regazo, como a un niño pequeño a punto de recibir unas nalgadas. La posición era humillante, y Derek se sintió completamente vulnerable.
—¿Profesor? —su voz salió insegura, miedosa.
—Te voy a castigar como en la vieja escuela, quizás esto es lo que necesitas para tener una buena disciplina —respondió el profesor, su tono severo y autoritario.
La mano del profesor se coló por debajo del cuerpo de Derek, masajeando su culo por encima del pantalón. Con movimientos lentos y deliberados, comenzó a bajarlo, dejando a la vista su culo desnudo. El aire frío de la habitación golpeó su piel expuesta, haciendo que se erizara.
Derek estaba completamente rojo, no solo de vergüenza, sino también de miedo. No esperaba que la situación llegara tan lejos.
—Loreto, tan insolente, tan grosero, cuando yo solo quiero que aprendas —dijo el profesor, su voz cargada de reproche.
Una fuerte nalgada resonó en la habitación, el sonido seco y contundente. La mano del profesor dejó una marca roja en el culo blanco de Derek. —Auch —gimió Derek por el dolor, su cuerpo tenso y en alerta.
—Todos tus compañeros se esfuerzan por sus notas, pero luego estas tú, un estudiante caprichoso, que solo por tener ese culo hermoso piensa que es mejor. No, no es así, debes aprender lo que es trabajar duro —continuó el profesor, su tono severo y enseñador.
Otra nalgada, esta vez más fuerte, dejó otra marca roja en la piel de Derek. El azote del profesor era implacable, cada golpe una lección de humillación y disciplina.
—Yo… lo siento… trataré… de no faltarle el respeto, señor, trataré de ser mejor estudiante —gimió Derek, su voz entrecortada por el dolor y la vergüenza.
El profesor, satisfecho con la sumisión de Derek, se lamió los dedos y, con cautela, los llevó a la entrada de Derek, buscando una forma de entrar. Cuando lo hizo, sintió un calor intenso, un apretado y húmedo acogedor. Derek amortiguó un gemido, su cuerpo respondiendo a la invasión, a pesar del dolor.
Intentó sacar el dedo del profesor con una mano, pero el profesor se lo impidió, sujetándolo con fuerza. —Shh, Loreto —susurró—, solo relájate y deja que te enseñe.
El profesor comenzó a mover su dedo, explorando y estimulando, preparando a Derek para lo que vendría. Derek se mordió el labio, tratando de controlar sus gemidos, mientras su cuerpo respondía de manera traicionera a las caricias del profesor.
—Sabes, cuando era un estudiante como tú, era el mejor de la clase. En ese entonces, sabía mucho sobre química, matemáticas, biología y… anatomía. Por ejemplo, sé que si toco justo aquí —el dedo del profesor se movió con precisión, encontrando la próstata de Derek—, donde está tu próstata, te sentirás muy bien.
El dedo del profesor se movía en el interior de Derek, tocando su punto más sensible, y Derek comenzó a tener una erección. La sensación era increíble, electrizante, haciendo que su cuerpo se estremeciera de placer.
—Maldita… sea —murmuró Derek, su voz entrecortada por el deseo.
El profesor sonrió, satisfecho con la reacción de Derek. —Desde que te vi entrar en mi clase, supe que serías un problema, pero también supe que eras diferente. Tu cara delata lo zorra que eres. Estoy seguro de que ya han sido varios hombres los que te han follado. Apuesto a que no soy el primero.
Derek estaba completamente perplejo, también excitado y avergonzado. Nunca pensó que su profesor, el profesor Sebastián, diría cosas tan obscenas y sucias. El dedo del profesor salió, y Derek se sintió vacío, anhelando que ese dedo volviera a llenarlo.
El profesor se incorporó, y Derek, siguiendolo, también se puso de pie. Antes de que pudiera reaccionar, el profesor lo tomó con fuerza del pelo, obligándolo a posicionarse sobre el escritorio, con el culo erguido y expuesto. Derek sintió cómo la dura verga del profesor comenzaba a rozar su entrada, caliente y palpitante.
—Es irónico, ¿no? —dijo el profesor, su voz baja y burlona—. Cuando me dijiste que me jodiera, pues ahora yo te voy a joder el culo.
Derek gimió. Sentía la presión de la polla del profesor contra su entrada, sabiendo que estaba a punto de ser tomada de la manera más intensa y humillante posible.
—Por favor, profesor —suplicó Derek, su voz apenas un susurro—. Sé gentil.
El profesor rió suavemente, un sonido sin humor. —Gentil no es lo que necesitas, Loreto. Necesitas una lección. —Con un movimiento firme y decidido, el profesor empujó hacia adelante, penetrando a Derek profundamente.
Derek gritó, el dolor y el placer mezclándose en una ola abrumadora. El profesor comenzó a moverse, sus embestidas rítmicas y poderosas, llenando a Derek completamente. Cada empujón era una afirmación de dominio, una declaración de poder y control.
—Así me gusta, Loreto —gruñó el profesor, su voz tensa por el esfuerzo y el deseo—. Muestra cuánto quieres aprobar.
Derek se aferró al escritorio, sus nudillos blancos por la presión, mientras su cuerpo respondía a cada movimiento del profesor. El sonido de sus cuerpos chocando, de sus respiraciones entrecortadas y de los gemidos de placer y dolor llenaba la habitación.
—Más, profesor —suplicó Derek, su voz entrecortada—. Más fuerte.
El profesor sonrió, complacido con la respuesta de Derek. —Como quieras, Loreto. —Aumentó el ritmo, sus embestidas volviéndose más feroces y desenfrenadas, llevándolos a ambos al borde del abismo.
La habitación se llenó con el sonido de sus cuerpos chocando, de sus respiraciones entrecortadas y de los gemidos de placer y dolor. Derek sentía como si estuviera en un estado de trance, su mente nublada por la lujuria y la humillación, mientras su cuerpo se entregaba por completo al profesor.
—Voy a correrme, Loreto —gruñó el profesor, su voz tensa por el esfuerzo—. Y quiero que te corras conmigo.
Derek asintió, incapaz de formar palabras, mientras el profesor lo llevaba al clímax con embestidas poderosas y desenfrenadas. Finalmente, con un gemido gutural, el profesor alcanzó su orgasmo, su cuerpo tenso y sacudiéndose mientras llenaba a Derek con su semen caliente.
Derek, agotado y satisfecho, se dejó caer sobre el escritorio, su cuerpo temblando por la intensidad del momento. El profesor, con una sonrisa de satisfacción, se retiró lentamente, dejando a Derek con una sensación de vacío y placer residual.
—Buen trabajo, Loreto —dijo el profesor, su tono finalmente suave y aprobador—. Creo que has demostrado cuánto quieres aprobar.
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