La pequeña cantimplora (Cuarta y última parte)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Manolito.
Así, disponerme psicológicamente y aparecer la primera oportunidad fue lo mismo: una noche me había levantado a orinar, estuve paseando despacio por el dormitorio y luego regresé a mi cama; casi me estaba quedando dormido cuando sentí que alguien se acostaba en mi cama y me abrazaba por detrás mientras me hablaba al oído: Sss, no hables, quédate así, creo que no me equivoco si te digo que estabas buscando esto desde que llegaste; mi nombre es Víctor, relájate. Yo sentí su pinga dura entre mis nalgas y luego estuvo un rato forcejeando hasta que sentí que entraba dentro de mí; el placer que sentí fue grande y me relajé del todo y él estuvo mucho tiempo dentro mío, hasta que le sentí jadear y soltar la leche. Luego me besó el cuello y me dijo: Ya hablaremos, pero creo que este culo no estaba virgen, tendrás que contarme. Yo me había sentido tan a gusto que enseguida me dormí.
Víctor era uno de los chicos mayores: piel blanca, alto, con vellos en el cuerpo, y pelo muy lacio; tenía un lugar de privilegio en la casa, pues estaba a cargo de diversas responsabilidades, y se había dispuesto una especie de harén con varios chicos, que le servían prácticamente de criados y con los que tenía sexo habitualmente. Puede descubrirlo a medida que fueron pasando los días, y también que los otros muchachos estaban al tanto y comentaban por lo bajo o sonreían maliciosamente en ciertas ocasiones. Estábamos siempre merodeando alrededor de su cama, le lavábamos la ropa o le limpiábamos los zapatos, y cuando quería te miraba con cara de malo y te decía: ven acá y mámame un rato la pinga, o si no: oye, sácame la leche, que me duelen los cojones. Y de noche alguno tenía que dormir con él, lo que no quitaba que se levantara de madrugada al baño y fuera a la cama de otro de nosotros a llenarnos el culo de leche. Yo, que había estado echando de menos la pinga, me sentí a gusto dentro de aquel grupo y esperaba ansioso por las noches que Víctor quisiera venir a darme un rato por el culo, luego me dormía relajado, y además los otros no se metían con nosotros, sabían que teníamos un macho dueño.
Así estuvimos un tiempo hasta que todo se complicó: un profesor se empeñó en cogerle el culo a Víctor, que tenía un cuerpo muy bonito y unas nalgas de campeonato; y como él no se dejó convencer le puso la cosa mala y consiguió sacarlo del colegio. Volví a quedarme huérfano, y ante los otros muchachos quedamos como maricones declarados y sin ninguna protección. Nos hacían maldades, nos tiraban agua por la noche, nos escondían el colchón, y otras cosas más; los profesores no solían enterarse de esas cosas y tampoco les interesaba hacerlo. Empecé a sentirme muy mal en aquel sitio, pero no me quejaba, aguantaba todo, pensando interiormente que si era maricón no podía quejarme de nada, y que, como me había enseñado el mulato del pueblo que me hizo mujer, yo estaba en el mundo para complacer a los hombres.
La cosa llegó una noche a su clímax: los muchachos prepararon una maldad aprovechando la ausencia de todos los maestros. Trajeron a un tipo de los alrededores que era medio bobo, como de 30 años, y tenía un rabo grandísimo. Ellos siempre lo estaban mortificando y diciéndole cosas de sexo para que el tipo se excitara. Pues ese día le dijeron que viniera al internado que le tenían unas jevitas preparadas para que singara con ellas, y nos agarraron a mí y a otro chico negrito, que también era del grupo de Víctor, y nos amarraron boca abajo en una misma cama, en el dormitorio, e hicieron entrar al bobo. Hicieron como que los otros no estaban, aunque miraban desde sus escondites, y le dijeron que aprovechara con nosotros, que nos gustaba mucho que nos cogieran el culo, y el tipo, tras unos segundos de dudar empezó a tocarnos, a abrirnos las nalgas y a mojarnos el culo con su saliva; se sacó su rabo, enorme, y empezó a moverlo hasta que lo tuvo duro, y entonces se puso encima de la cama y nos empezó a coger a los dos, a uno y a otro de modo alterno. Los dos empezamos a quejarnos porque el diámetro de aquel miembro era considerable, pero eso no hizo sino excitarle más. Estuvo así bastante tiempo, hasta el punto que el dolor desapareció y yo sólo sentía el chapoteo de la pinga que entraba y salía en mi culito abierto; el otro chico si escuché que estaba sangrando un poco, pero no lo detuvo, y al final nos llenó a los dos el culo de leche., dejándose caer sobre nosotros y quedándose así durante un buen rato. Los chicos se divirtieron mucho con todo aquello, y para cerrar la noche nos hicieron luego chuparnos el culo uno al otro para limpiarnos la leche que allí había quedado.
Al día siguiente amanecí enfermo, con fiebre y vómitos, y me llevaron al hospital, donde estuve varios días, pero no dije a nadie lo que había pasado. Mi culito se recuperó en esos días, y a la hora de irme me dijo el director que iba a volver a mi pueblo, pues una persona allí había pedido mi custodia y se la habían dado. No supe qué pensar, nos montamos en un carro y regresamos al pueblo, al departamento de asuntos sociales, y ellos luego de revisar algunos papeles me dijeron que un señor del pueblo, con los mejores antecedentes, iba a recibirme en su casa como su hijo. Le llamaron por teléfono para que pasara a recogerme, y entonces mi sorpresa fue grande, porque el susodicho “padre adoptivo” era nada más y nada menos que el mulato que me había roto el culo por primera vez y me había hecho mujer. Yo me quedé mudo y él supo disimular muy bien cualquier tipo de actitud que les hiciera pensar otra cosa; ya estaba todo arreglado, y luego de recoger mis escasas pertenencias nos fuimos a casa.
Durante el camino no dijimos ni palabra, pero él me pasó el brazo por los hombros y me atrajo hacía sí, y de ese modo hicimos el viaje en un auto; el mulato, que ahora supe finalmente que se llamaba José, vivía en una casa pequeña, de dos habitaciones; cuando entramos en ella y cerró la puerta me levantó en sus brazos y acercando su cara a la mía me besó. Luego me llevó al cuarto, me quitó la ropa, y sin ningún preámbulo me puso un poco de saliva en el culo y me singó con fuerza y desespero hasta que soltó toda la leche dentro de mí. Sólo entonces me dijo:
-Ay mariconcito, qué ganas tenía de volver a coger ese culito tuyo. Por poco te pierdo. Pero ya todo está resuelto, ahora sí no vas a escaparte más, porque vas a ser mi nenita. De la puerta para afuera eres mi hijo, de la puerta para adentro vas a ser mi putica rica, a la que le voy a coger el culo todas las noches, y además te voy a pone a singar con un montón de gente para que podamos vivir un poquito mejor.
Yo tenía los ojos húmedos, porque sentirme allí desnudo entre sus brazos y todavía con su pinga flácida dentro de mí me hizo sentirme otra vez en un hogar. Me había acostumbrado a la pinga y él me la daría, y quién mejor que quien me había enseñado el sexo y el placer. Por eso no lo sentí como nada terrible, sino que acepté aquel destino como algo natural, y me relajé y acomodé tanto que a José se le volvió a poner dura la pinga y me volvió a coger, pero esta vez suavemente, con mucha ternura y con mucho amor.
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