La pequeña cantimplora (primera parte)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Manolito.
Cuando salía de la escuela solía caminar un rato por un parque de árboles que quedaba detrás, y allí me sentaba en cualquier sitio a leer o a jugar con la imaginación. Ese día había hecho lo habitual, y dejando mi mochila en el suelo me quité la camisa y me puse a pensar en las musarañas; no sentí cuando un grupo de unos 5 muchachos mayores que yo se acercaban y me tomaban por sorpresa. Mientras que dos me sujetaban con las manos a la espalda, los otros me obligaron a ponerme de rodillas y me preguntaron entre risas si yo conocía el cuento de la cantimplora; como les dije asustado que no, me dijeron que me lo iban a contar si me portaba bien. Bueno, dijo uno que parecía mayor que los otros, resulta que una noche en un cuartel, en el dormitorio de los soldados, se escuchaba una y otra vez a los soldados susurrar la misma frase: pásame la cantimplora. El oficial intrigado encendió la luz para ver y encontró a uno de ellos, desnudo, caminando por entre las camas, y le preguntó: ¿Y tú quién eres y qué haces aquí?, y él le dijo: Yo soy la cantimplora. Sí, me dijo, esta tarde tú serás nuestra cantimplora, porque tenemos mucha sed y vas a darnos tu agüita, y todos se echaron a reír. Yo no acababa de enterarme, de cogerle la gracia al cuento, era muy inocente, y entonces me explicaron: por ahora vamos a sacarnos la pinga y tú nos la vas a chupar, a los cinco.
Yo empecé a llorar, pero uno de ellos me dio un pescozón y me advirtió: nada de llanto, ni de gritar, ni de contarle a nadie, porque vas a pasarla mal, y además todos sabrán que eres maricón. El primero se dispuso enseguida, desabrochó su pantalón, sacó su rabo y me lo acercó a la boca; abre, me dijo, y chupa, suave, y como me muerdas te parto la cara. Comencé con temor y asco, pero aquello no me pareció tan malo luego que empecé a hacerlo, y el rabo creció dentro de mi boca. El beneficiado dijo: coño, no lo hace nada mal, este es maricón de a viaje. Los otros también quisieron probar, y empezaron a turnarse: los cinco rabos empezaron a entrar y salir de mi boca, así durante un buen rato, hasta que fueron acabando uno a uno, soltando un chorro blanco en mi boca o en mi cara. Como todos tenían entre 14 y 15 años tenían buena pinga y buena leche, y quedé allí todo embarrado, oliendo a semen, y con lagrimas en los ojos, mientras los chicos volvieron a recordarme sus amenazas y prometieron más para otro día: no dejes de venir por aquí de vez en cuando, me dijeron.
Así estaba, sentado en el suelo, sin camisa, con la cara y el pecho llenos de semen, llorando, sin saber qué hacer, cuando sentí acercarse a alguien. No tuve tiempo de reaccionar, tan aturdido estaba yo, que allí me encontró: era un hombre de unos 35 años, mulato claro, de complexión robusta, que se acercó donde yo estaba y me preguntó qué me pasaba. Yo nada dije, pero él observó y comprendió enseguida lo sucedido; me dijo, a ver, tranquilo, no pasa nada, ven acá. Me levantó del suelo, fue él quien se sentó sobre un tronco, y me dijo: tranquilo, déjame revisarte a ver cuánto daño te hicieron. Sus manos desataron mi cinto, desabrocharon mi pantalón, y luego me acostó sobre sus rodillas; sentí que sus manos se posaban sobre mis nalgas y las abrían, y luego su dedo pasó por mi ano con suavidad. Yo sentí que me estremecía todo cuando me hizo aquello, pero su voz me tranquilizó: bueno, todavía estás entero, pensé que también te habían partido el culito; supongo que lo habrán dejado para otra vez. Pasó su mano por mi cara y se embarró con el semen que yo tenía y luego con él sentí que mojaba mi ano, y volví a estremecerme todo.
Así fue mojando sus dedos con saliva también, y luego volvía a estimular mi ano, una y otra vez. Al principio me dolía, pero luego fui sintiendo placer: ya verás que acaba gustándote y vas a pedir que te lo hagan, dijo, antes de que sea cualquier bruto que te dañe lo hago yo. Yo sentía mi culito abierto, aunque no tenía la más mínima idea en ese momento de cuán más abierto lo podría sentir.
Finalmente me levantó de sus rodillas, me dijo que me pusiera de espadas a él, y se desabrochó su pantalón, y lo bajó, eso sentí, porque yo estaba de espaldas; entonces me atrajo a sí, y algo duro y caliente se pegó a mi culo y empezó a meterse dentro de él. Fue una sensación muy extraña, no sentí dolor porque lo hizo con mucha suavidad, pero era algo grande que me entraba y salía, como si cagara al revés, y estuvo un rato así hasta que me apretó y sentí un chorro caliente. Mi culo volvió a quedar vacío, pero sentía que ahora sí había quedado muy abierto, y empecé otra vez a llorar. Él hombre me atrajo a sí y me besó en la boca, y luego me susurró: tranquilo, no te preocupes, yo te voy a cuidar, y te voy a enseñar a disfrutar mucho. A ver, me preguntó, ¿te dolió? Le dije que no. Volvió a preguntar: ¿Y te gustó? Me quedé en silencio y él insistió, vamos, no te dé pena, dime, ¿te gustó o no? Yo asentí con la cabeza. Lo ves, a lo hecho pecho; ya que vas a ser maricón a la fuerza, cógele el gusto y disfrútalo.
Luego me vistió él mismo, me limpio el semen que tenía en la cara y en el culo con un pañuelo y me advirtió: fíjate, no le digas a nadie de lo que ha pasado hoy, ese es nuestro secreto. Yo soy el guarda del parque, te he visto muchas veces por aquí y sé dónde vives. Yo voy a cuidarte y a enseñarte a gozar rico.
Este relato continúa…
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!