La pequeña cantimplora (Segunda parte).
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Manolito.
Regresé a casa con temor, asustado, pero en el fondo pensando que lo vivido me había resultado placentero a fin de cuentas. En la casa no notaron nada, pero tuve que lavar yo mismo el calzoncillo, porque estaba lleno de sangre, leche y mierda.
Pasaron varios días sin que volviera a suceder otra cosa; en la escuela vi a los muchachos mayores de lejos, pero ellos ni me miraron, como si no me conocieran, y por el parque no volví, pues sentía temor. Pero finalmente otra tarde casi sin darme cuenta, las clases acabaron temprano, y volví a caminar sin rumbo fijo hasta perderme entre los arboles del parque, en la zona más alejada del pueblo. Era una zona tranquila y silenciosa, en la que solo se sentían los cantos de los pájaros y el sonido del viento moviendo las hojas. Así, caminando entretenido, me asustó encontrarme de pronto con el mulato guarda del parque. Me quedé mudo y sin saber qué hacer, pero él, que posiblemente me había visto entrar y me había seguido, me llamó:
-Ven acá… no habías vuelto por aquí, ¿no me habías dicho que te gustó lo que te hice? Me acercó a él, y me puso entre sus brazos, y luego me quitó el pulóver que yo traía puesto y me acarició el pecho, y me besó las teticas, y sus manos acariciaron mis nalgas por encima del pantalón.
-Fíjate bien, ya tú eres maricón, porque yo te partí el culo. Ya tu no puedes ser hombre, ahora eres una mujer, una hembrita, y estás para darle placer a los machos. Eso tienes que aprendértelo bien. Ahora lo tuyo es mamar la pinga de los machos y tomarte la leche, y que te den mucha pinga por el culo para que las nalguitas te crezcan. Yo voy a ocuparme de eso. Así que no te pierdas más, o voy a ponerme bravo.
Yo no hablaba, solo escuchaba pasivamente, entre asustado y curioso, pues todo aquello me resultaba nuevo y morboso, a pesar de mis pocos años. Entonces él acabó de desnudarme del todo, y me empezó a tocar por todo el cuerpo con deseo, y a besarme en la boca, y me llenó de su saliva por todas partes. Y luego, como la otra vez, me puso de espaldas y me clavó su pingón; esta vez me dolió un poco más y me quejé, parece que estaba todavía lastimado de la primera vez, y solté alguna lágrima, pero él me dijo que aguantara, que las pingas grandes siempre dolían un poco y tenía que aprender a recibirlas de cualquier tamaño, y así me iba dilatando. Estuvo mucho rato dándome pinga, la sacaba y la metía, me apretaba las nalgas y las acariciaba, y luego me atraía hacía él y me clavaba duro, hasta el fondo, y yo me quejaba. Al final me dijo: cuando te avise te viras y pones la boca para que te la tomes. Cuando estuvo a punto la sacó y me volteó, y poniéndome de rodillas delante de él me obligó a abrir la boca y a tragarme el chorrazo de leche, que era abundante y me llenó la boca; como me vio con intensiones de escupirla me apretó y me dijo: trágatela toda, acuérdate lo que te dije, tienes que tragártela para que te pongas más hembrita. La abundante secreción láctea bajó por mi garganta y mis labios y mi boca quedaron llenos también.
-Qué rico estás bebé, me dijo, qué tiempo hacía que no partía un culito blanco, qué descubrimiento he hecho contigo, te voy a convertir en una putica.
Acabó de limpiarse el rabo y las manos con un trapo que traía en el bolsillo, y entonces me dijo: ahora te vas a la casa, y ni una palabra a nadie. Y ya sabes, aquí te espero.
Habían pasado tres días cuando encontré dentro de una libreta al regresar del recreo una nota escrita en un pedazo de papel cartucho: “te espero en el parque”; enseguida mi estómago empezó a saltar y me puse nervioso, pero también me sentí excitado pensando en lo que me esperaba, y no lo sabía del todo. Le dije a la maestra que me dolía la cabeza y me fui antes de tiempo, así estaba de inquieto, y corrí hasta lo más intrincado del parque. Estuve caminando un rato, pero no vi a nadie, y me senté sobre la hierba a esperar; como a la media hora apareció el mulato, pero no venía solo: le acompañaba un tipo que parecía más o menos de su misma edad, pero de piel negra, oscura, sobre lo gordo. Se acercaron a mí y el mulato le dijo al negro: ahí está. ¿Qué te dije, no es la cosa más rica del mundo? El otro me miró detenidamente, y luego contestó: no jodas, asere, ¿de verdad que te comiste al fiñe este? ¿De dónde lo sacaste?
El mulato le dijo: no te preocupes, está disponible, lo rompí yo, y ya le dije que después de eso tiene que ser maricón de a viaje… a ver, mira esto… – y levantándome del suelo me tomó entre sus brazos y me fue quitando la ropa que traía puesta, que no era mucha, pues yo apenas llevaba una camisa y un pantalón corto, no usaba calzoncillos nunca. Allí quedé totalmente desnudo, mi piel virgen, mis nalgas blancas, mis ojos inocentes. El negro se agarró el rabo sobre el pantalón y dijo: coño, asere, qué cosita más rica, yo tengo que hacerle algo. El mulato dijo: claro, hermano, para eso te traje, yo quiero que esta putica aprenda a coger pinga. Pero añadió: te voy a dejar que te lo singues, pero suave, no quiero problemas, y además, está nuevecito, una vez nada más lo que usado. Y los dos se rieron.
Yo permanecí allí pasivamente, sin tomar ninguna iniciativa, sólo dejándome hacer. Caminamos hasta un lugar más cómodo donde ellos se acomodaron y luego el negro se bajó el pantalón y me dijo que mirara lo que me iba a meter. Era bastante grande, pero no más que la del mulato, y esa había entrado bien. Me estuvieron acariciando las nalgas un rato y mojándome el culo con saliva, metiendo el dedo y moviéndolo dentro. Finalmente el mulato me acomodó de espaldas al negro y me abrió las nalgas, mientras me echaba hacia delante. Entonces volví a sentir la misma sensación del primer día, algo duro y caliente abriéndose paso dentro de mí; yo lloré un poco, pero ellos no prestaron atención y no se sintieron satisfechos hasta que la tranca negra estuvo toda dentro de mí. Quédate así un rato, sin moverte, dijo el mulato, para que dilate, y mientras yo lo voy a poner a mamar. Así estuve un rato, chupando la pinga del mulato, mientras el negro estaba dentro de mí sin moverse, pero luego empezó a echar atrás y delante suavemente, poco a poco, y yo a sentir que un fuego ardía dentro de mí. No puedo saber el tiempo que duró, pero acabó con un chorro de leche llenando mi cara y otro chorro inundando mis entrañas. El olor a semen y a mierda inundó el lugar, y ellos comentaban jocosamente la situación.
-A este culito tenemos que sacarle partido, dijo el negro.
– Claro, socio, para eso te traje, para meterte en el negocio, y ahora que lo probaste sabes lo que vale. Pero eso es poco a poco, ahora lo que tenemos es que disfrutarlo nosotros, y enseñarle a gozar la pinga.
Luego me acercó a él, y sacando un pedazo de papel del bolsillo de su pantalón me limpió el culo y la cara, y luego me dio un beso en la boca, y me dijo: ¿te gustó? ¿Lo disfrutaste? Yo tenía la cabeza baja y no respondía. El negro dijo: no te preocupes, si no lo disfruta, peor para él. Va a seguir cogiendo pinga…
(Continúa)
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