La pérdida de la inocencia
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Pavic.
Desde hace años, más allá de mi ejercicio laboral en aras de mi profesión, ocupo mi tiempo libre en enseñar música.
En Lyon, Francia, aprendí la cadencia perfecta de las notas sobre un piano, la docilidad de los instrumentos de cuerda, pero por sobre todo, la precisa cualidad de educar voces, formar coros, y lograr que hasta un mendigo pueda cantar, atributos que a la postre me permitirían fundar y dar vida a un prestigioso coro de niños en mi ciudad, integrado por chicos de diferentes establecimientos educacionales y sectores sociales, algunos o mejor dicho la mayoría de ellos, provenientes de clases acomodadas.
Solíamos ensayar en salas preparadas, de una conocida academia de música, y en épocas de festividades, en las cuales los conciertos corales eran demandados a la orden del día, nos las arreglábamos en la casa de la directora, quien tras años de quiebre matrimonial, disponía de un inmueble de considerables dimensiones y espacios para ella sola, que nos permitían agendar ensayos extra programáticos con el fin de cumplir con la calidad musical que nos era requerida, propia además del prestigio que nos era bien merecido.
Fue en este escenario, en que debo referirme al pequeño Gonzalo, de 10 años.
Piel de porcelana, cabellos castaños y suaves, ojos claros como los de su madre, de zafiro verdoso, grandes y expresivos, labios rojizos, hermosos, y más allá de ser un poquito rellenito y sin ser gordo, era poseedor del mejor de los culitos, nalgón respingado y cuando solía usar playeras de mediana talla, sus pechos levemente pronunciados dejaban entrever la firmeza de sus rosados pezones.
A decir verdad, acaparó mi total atención desde el primer momento en que lo conocí.
Su personalidad introvertida, tímida, y de espontáneas extroversiones cuando jugaba con los otros chicos, misterioso e involuntario seductor, acompañado de su monumental belleza física y carita tierna, daban vida a la más perversa de mis fantasías, comenzaba a tener problemas para conciliar el sueño, y cuando lo lograba, lo veía tomando baños de espuma o jugando en total desnudez hasta que el despertador me recordaba que era hora de volver a trabajar.
Amanecía con erecciones descomunales, y aunque ya había tenido relaciones con otros niños (léase “El Niño con pijama de mujer”) me era imposible controlar mis impulsos y dar rienda suelta a extensas masturbaciones con sus frescos recuerdos, aquel niño de sutil inocencia me tenía algo absorto y cuando me saludaba de abrazo, mi ingle cobraba vida casi al instante.
Sí, si bien era algo tímido, también era de aquellos chicos flor de piel, de abrazos, besos al saludar, risueño, hoyuelos en las mejillas, cuando habían espacios de recreo jugaba con los otros, aunque a ratos concurría adonde estaba yo, me daba un abrazo, me permitía abrazarlo, y en el último tiempo lo hacía por atrás, pasando mis brazos por sobre sus hombros, tomando sus delicadas manos, y juntando mi verga con su culito en total acto lúdico, oliendo sus cabellos, soltando involuntariamente algo de precum comprimido, y volviendo a ensayar cuando los chicos retornaban a la sala.
Su intención clara era sólo el recibir un cariño, ya que provenía de padres separados, de buena situación, fortuna que les permitía costearle todas las actividades que quisiesen, y ya en el último año, sólo la actividad coral que yo dirigía, por propia elección de Gonzalito.
La mía, muy por el contrario, disfrutar de la suavidad de su contacto y hacer contacto con él las veces que pudiera.
Desde hace unas semanas atrás, y por remodelación de la academia, los ensayos comenzaron a concentrarse en la casa de la directora, quien por vacaciones programadas, se encontraría fuera de la ciudad los próximos dos meses, sin perjuicio de permitir el normal funcionamiento del taller, dados los conciertos de verano que se avecinaban.
Como el espacio era más que amplio, los chicos concurrían asistidos por sus padres, salvo algunos pocos que eran retirados con posterioridad, y Gonzalo, el cual era retirado al final de la jornada sólo por su padre, quien por razones de trabajo, muchas veces llegaba con atrasos de más de una hora, lo que generaba las molestias de su madre, impedida de concurrir a retirarlo por las mil y una actividades en razón de sus servicios como funcionaria pública.
Debo señalar que con el tiempo, su madre y yo entablamos una fraterna amistad, compartiendo en asados, fiestas y otros, y en más de una ocasión, y ante la ausencia del padre, solía llevar a su hijo hasta su casa, a fin de evitarle disgustos y que Gonzalito se durmiera tarde.
Le tomé con el tiempo cierto grado de cariño, más allá de la calentura que me provocaba verlo correr con sus descomunales nalgas, y la extraña excitación que causaba en mí cuando lo veía hacer muecas con su lengua, moviéndola lentamente, girándola de un lado al otro, y curvándola en forma de cuchara, ante las carcajadas del resto de los niños.
Dada la ausencia de la directora, comencé a quedarme a modo de custodio en el magnífico inmueble, por las noches me daba baños de piscina desnudo, para terminar la noche reposando en aquella envidiable cama King de casi dos plazas y media, iniciando al día siguiente mi jornada laboral en total descanso y retomando por las tardes el taller coral, a la espera que Gonzalito apareciese.
Sí, quería y deseaba muy en lo profundo tenerlo a solas, y como si los dioses del olimpo me hubiesen escuchado, en el transcurso de las últimas semanas y por solicitud de su madre y amiga, comencé a pasarlo a buscar y llevarlo a su casa terminado el ensayo, siendo siempre los últimos en retirarnos.
A ratos lo abrazaba, besaba sus mejillas, le hacía ademanes en el pelo, y últimamente solía darle agarrones a modo de juego, ante su risa inocente y sin manifestar rechazo alguno.
¡Madre mía! pensaba, cuantas ganas tenía que algo pasara, en mi mente hurgaba sendos planes, pero en fin, nada de ello fue necesario.
Nos habían invitado cordialmente a un encuentro coral en otra región, por lo que tras el último ensayo programado, los chicos debían de presentarse a primera hora de la mañana -07:20 am- a fin de embarcarnos en el bus climatizado que nos transportaría al certamen.
Para su madre era prácticamente imposible organizarse para llevarlo, y para mí era igualmente imposible ir a buscarlo en la mañana dado que me quedaría a dormir en la residencia de la directora y a primera hora recibiría a los chicos y sus padres.
Gonzalito, ante una eventual posibilidad de quedarse sin el viaje, y mientras ideábamos con su mamá alguna alternativa para facilitar su participación sin problemas, propuso la más bendita de las soluciones, sin la menor duda: -“mamá, por favor, déjame que me quede a dormir acá con el profe, me portaré bien te lo juro, pero déjame ir mañana por lo que más quieras”- Ante la súplica inesperada, ella replicó: -“De ninguna manera.
No corresponde importunar al profesor con cosas que nos atañen sólo a nosotros, ya habrá otra oportunidad, fin del asunto”.
Gonzalo comenzó a llorar, me abrazó, miré a su madre con expresión de clamor, y con voz temblorosa imploré: -“Para mí no será ningún problema, te lo aseguro…lo enviaré a dormir temprano, y mañana me ocuparé de que se lave bien sus dientes y desayune como corresponde.
Si hubiese algún problema, te llamaré de inmediato, pero por favor, permítele que participe…por favor”- Ella demoró un poco en digerir mi cuento, nos miró a ambos, y con Gonzalo aún asido de mis brazos aprobó con algo de disgusto: -“Está bien, pero primero a casa a bañarse y a buscar todas tus cosas, tu saco de dormir y algo de dinero que te pasaré por cualquier cosa”-
Gonzalo la abrazó con desbordante alegría, la llenó de besos y ésta comenzó a relajarse –“Debes prometer que obedecerás en todo, y por favor sé bueno”-; y en un dos por tres, fuimos hasta su casa, armó todo lo necesario para el viaje, y nos devolvimos hasta la casa de la directora, sólo para nosotros, para dar rienda suelta a lo que quisiéramos, aunque hasta ese entonces, no lo sabíamos.
Una vez solos, nos pusimos cómodos, Gonzalito se quitó las zapatillas (le encantaba andar descalzo) y se sentó a tañir algunas teclas del piano –“profe, enséñeme algo”-, me senté a su lado, y tomaba su frágil manito para dirigirla sobre las notas correctas mientras me miraba sonriente.
Creía en cualquier momento perder el impulso y lanzarme en busca de sus labios, pero no.
Mientras lo veía tocar, noté que más allá de sus 10 añitos, noté que era algo más alto que los chicos de su edad, casi de la estatura de uno de 12.
-Qué tal el colegio Gonza, ¿te ha ido bien?-
-Sí, eso creo- respondió algo ido, sin interrumpir su ejecución sobre el piano con el aire distraído y propio, que tanto le caracterizaba.
-Y los amigos, ¿ya te hiciste de buen clan?
-Mmmmm sólo unos pocos, más bien uno, René, que es mi mejor amigo.
-Y novia, ¿ya te gusta alguna chica de la clase?
Me miró algo molesto, sin la expresión de risa que tanto me encantaba.
–“No, no tengo, y por ahora no me interesa.
Suelen ser bastante molestas”- dijo con algo de enfado.
-Está bien Gonzalito, no te molestes…y sí, tienes razón, la mayor parte del tiempo suelen ser bastante molestas.
Reímos de buena gana, relajando en parte la tensión de mis preguntas.
Se estiró con los brazos distendidos, en señal de relajo acompañado de un bostezo –“tengo sueño”-dijo –“pero Gonza, aún es bastante temprano para dormir… ¿quieres bañarte en la piscina?”- Sabía que esa pregunta tendría una inmediata respuesta positiva, ya que le encantaba nadar, dos veces por semana asistía a una piscina temperada y sin hacerse de rogar lo tomé de la mano para llevarlo a la alberca, la cual si bien no era demasiado grande, estaba hecha a la vanguardia de la elegancia de la residencia que la albergaba.
Al llegar hasta ella, Gonzalo palideció, y exclamó:-“diablos, olvidé traer un traje de baño”- algo preocupado –“Gonza, ya casi es de noche, nadie nos ve desde ningún lugar, mira…no habrá problema en que nademos así nada más…desnudos”-
Me miró algo incrédulo, aunque una cosa también le era propia: no solía oponerse absolutamente a nada.
Mientras seguía observándome, lo ayudé a quitarse sus shorts, y sus bóxers mientras levantaba sus indemnes piernas lampiñas, lo dejé sólo en playera y me dispuse a contemplarlo así; luego me quité sin desesperarme de mi calzado, mis jeans, mi camisa, y finalmente mi ropa interior.
El niño miraba con respiración agitada sin perder de vista la erección de mi miembro que le parecía demasiado grande para su edad, me puse frente a él para finalmente levantar sus brazos y quitarle la playera verde, teniendo para mí su desnudez total; sus bolitas eran algo más grandes que su pequeño pene, sin un solo vello en la zona de su pubis, sus rozados y aureolos pezones comenzaban a erectarse por el contacto con el aire libre, y los poros de su lozana piel se erizaban cuando mis manos se posaron a la altura de sus caderas desnudas.
Me correspondió poniendo sus manos sobre mis brazos, sobándolos sin entender el porqué de sus involuntarios reflejos, y su verguita por fin comenzó a brotar con un leve brillo en el glandecito que se asomaba producto de la estimulación.
–“En fin, ¿entramos al agua?”- le invité.
Me lancé un clavado sumergiéndome en las tibias aguas de la piscina, Gonza aún seguía parado en las escalinatas sin entrar, nadé hasta él y le ofrecí mi mano mojada –“ven, el agua está deliciosa”- Comenzó a meterse en lenta procesión, pie por pie, ayudado por mí –“está helada, ay, ay”- se quejó; hasta que se introdujo a la altura de sus hombros sin sumergir la cabeza aún.
“Tengo frío”- exclamó tiritando.
“Ven Gonza, ven conmigo”.
Lo atraje hasta mí asido de su cintura, comencé a abrazarlo mientras caminaba hacia atrás apoyándome en el costado de la piscina, lo embelesé con un poco más de firmeza, hasta sentir su vientre junto al mío y mi pene parado reposando en su ingle, rozando lado a lado con su pequeño miembro, entrelazó sus brazos en mi cuello y dejó caer su cabeza en mi hombro, poco a poco recogió sus piernas alrededor de las mías en posición de koala y finalmente dejó de tiritar.
–“Ahora me siento mucho mejor”.
Estuvimos así un par de minutos, los cuales me parecieron eternos, había alcanzado el cielo al sentirlo tan mío, sobaba sus piernas, apretaba sutilmente sus nalguitas y nada, pero absolutamente nada parecía perturbarlo.
Puso sus manos en mi pecho modo de impulso, y se largó a nadar con una pericia envidiable, se hundía en el agua y aparecía sacudiendo sus cabellos, luciendo sus rozados pezones que ya me comenzaban a volver loco por el deseo de comérmelos, nadó hasta mí y volvió a asirse de mi cuello –“tenía razón, el agua esta deliciosa”.
Jugamos durante una buena hora, competimos, lo lanzaba desde mis hombros, lo abrazaba, aguantábamos la respiración, reíamos, lo volvía a abrazar, y así hasta que consideré era demasiado tarde para estar despiertos.
–“Salgamos Gonzalito, te ayudaré a secar”-.
Lo envolví con una toalla grande, al volver a la temperatura ambiente comenzó a tiritar nuevamente, y terminé se secarlo para entrar finalmente a la casa.
Tomamos una ducha para quitarnos el cloro de la piscina, el niño siquiera cuestionó el haber entrado a la tina con él, se dejó enjabonar y manosear, lavé sus hombros, su espalda, su culito, sus pies, todo; miraba constantemente mi verga erecta a full, parecía que iba a reventar en cualquier momento.
Lo llevé hasta la cama King, en el clóset encontré varias batas de visita, me vestí con una y di a Gonzalito la otra.
–“Puedo ver televisión aquí un ratito”- preguntó- “Claro Gonza, no hay problema”.
Se tiró boca abajo, agitando sus desnudos pies en el aire mientras veía caricaturas, yo estaba sentado en la cama contemplando ese culito virginal que quedaba al descubierto por cada sacudida de piernas de Gonzalo, tomé uno de sus pies y comencé a masajearlo, y así alternadamente con el otro.
Él solo reía al son de los dibujos animados, y cuando su caricatura acabó comenzó a cambiar los canales a modo de zapping, deteniéndose en algunos canales y pasando de largo en otros, hasta que cerca del número 800 se detuvo en seco, absorto, curioso e impávido: una pareja de rubias platinadas besaban el miembro de un atlético actor, una de ellas se divertía introduciéndose sus peludas bolas mientras la otra gozaba con el glande.
Cuando el tipo empezó con el acto del coito, Gonza movía sus caderas como acomodándose, se ponía de lado, boca abajo, otra vez de lado, y a decir verdad era evidente que se trataba de la primera película porno de su vida; y tras follarlas en las más diversas posiciones terminó eyaculando por litros en los senos enormes de una de ellas, y guardando la otra mitad en la boca de la otra, fundiéndose en un beso cómplice que culminaba con sus instintos salvajemente satisfechos.
-“Es suficiente Gonza, apaga eso y vete a dormir.
Mañana debemos levantarnos temprano”.
–
-“Ese tipo” –dijo refiriéndose al actor porno- “tenía el pene igual al tuyo”-
-“Sí, es normal en los hombres”-le respondí –“en fin, vete a dormir”-.
-“¿Se siente así de bien?”- preguntó.
-“Gonza, si tu mamá se entera que te dejé ver esa película me mata”
-“¿Pero se siente así de bien?”- insistió.
-“Ya lo descubrirás cuando crezcas…ahora ve al cuarto de al lado a dormir, está preparado”-
Se mostró algo desilusionado, era inevitable que al enterarse tan abruptamente del mundo sexual desconocido para él le vendrían las mil preguntas a su cabeza.
Guardó silencio por un minuto, y ya en el umbral de la puerta se devolvió, con una oferta que jamás en la vida podría haberme negado: -“Me quedaré contigo, me da miedo dormir solo… ¿puedo?”- Me hice a un lado y se acomodó, al poco rato y tras el doble baño de piscina y tina su cuerpo le pasó la cuenta y se quedó profundamente dormido con la bata puesta, boca abajo, botando algo de saliva por la comisura de su boca.
Me disponía a taparlo con una frazada, pero me quedé contemplando otra vez su culito respingado, con sus piernas separadas y la bata algo más recogida.
–“No, no, no….
Ni siquiera lo pienses”- me dije.
Me levanté y me serví un refresco bien frío para que se me pasara la calentura y el éxtasis, por ningún motivo quería robar esa inocencia así de abrupto, le pertenecía y debía entregarla a quien él quisiese, pero fue inevitable; regresé de vuelta al lecho matrimonial, me puse tras sus piernas, levanté su bata y acerqué mis fauces hasta su exquisito culito para besarlo.
Lo hacía con suavidad, y pensaba “no pasaré de esto”, separaba sus nalgas despacio, seguía tocando con mis labios la textura de su trasero aterciopelado, hasta que por fin tuve a la vista aquel anillo anal indemne, suave, limpio y jamás explorado.
Con algo de temor, y con el pulso a mil, asomé mi lengua con cuidado, comencé a recorrer cada centímetro de sus corrugados pliegues, y cuando lamí lo más hondo de sus recónditos y oscuros interiores Gonzalito soltó un gemido que jamás en la vida olvidaré, sufriendo un golpe nervioso tan eléctrico que se terminó volteando, respirando agitado y con su verguita erecta, levemente asomada por su pequeño glande.
Del susto me quedé sentado, respirando tan agitado como Gonzalo, mi lengua aún tenía el sabor de sus entrañas y nos mirábamos sin decir una sola palabra.
El niño sobaba su culito con uno de sus dedos, hasta que finalmente se justificó: -“tengo cosquillas”.
Siguió calmando su hormigueo ayudado de su dedo anular, sobando sólo la periferia de su lubricado ano, sin dejar de mirarme –“¿qué me estabas haciendo?”- interrogó – No supe qué decirle, ni cómo justificarme, ni cómo echar pie atrás a mis impulsos, me acerqué un poco más, desanudé su bata dejando su pecho, torso y caderas al desnudo, bajé mi cabeza en dirección a su ano y simplemente le respondí: -“Esto”.
Reanudé mi felación anal, lamía con vil impetuosidad cada rincón de su cavidad virgen, jugaba con él metiendo y sacando mi lengua, y por algunos minutos su carita era de total desconcierto; hasta que su expresión cambió cuando le succioné su pequeño pene parado con mi dedo índice sobando su culito en círculos.
Cerró sus ojos y comenzó a suspirar, luego a gemir y después a mostrar espasmos con su vientre subiendo y bajando, sus manos apretaban con firmeza las sábanas de la cama y se dejó degustar, abandonándose a su macho dominante.
No recuerdo cuanto tiempo seguí así, comiéndome esas nalgas y ese culo angelical, con Gonzalo gimiendo y suspirando ya sin pudor alguno –“se siente genial, se siente genial, cosquillas, cosquillas…”- deliraba mientras no paraba de recorrerlo.
Mientras me detenía para quitarme la bata, el niño sobaba su ano ya introduciéndose uno de sus dedos levemente para calmar su ansiedad, una explosión de placeres ocurría dentro de él y sin duda razonable quería seguir jugando.
Cuando vio mi verga parada y con algunas gotas de precum que caían por el tronco, se incorporó de golpe, vino hasta mí de rodillas sobre la cama y preguntó con inocencia: -“¿puedo tocarlo?”; y sin decir una sola palabra tomé su mano sudorosa y la puse sobre mi pene palpitante, lo apretó un poco, inició un ritmo de arriba abajo y supo cómo masturbarlo.
Lo hacía mientras la observaba bien, mi ingle se llenaba con la fuerza de mil voltios, puse una de mis manos en su cadera y con la otra masajeaba su rosado pezón derecho, el cual estaba parado y firme, con ganas de ser recorrido.
No aguanté más el placer contenido, lo atraje hacia mí con ambas manos desde sus nalgas y lo besé con intensidad, juntando mi lengua con la suya, Gonzalo había perdido el miedo y copiaba cada movimiento de mi cuerpo con la habilidad de un buen alumno, casi como leyendo mi mente, movía su lengua con exquisita destreza, tenía sus ojos cerrados y se dejaba llevar, mordía su cuello hasta el punto exacto y me perdí en sus tetillas deliciosas, las chupé tanto como pude, y cuando mi legua estaba adormecida por la extrema succión lo cogí de los cabellos invitándolo hasta mi cipote palpitante, él entendió la idea tras su breve clase de pornografía y comenzó su felación, la que a decir verdad, era sorprendentemente precisa y magistral.
Empezó con la cabeza, y emulando a las rubias platinadas de la película recorría mi tronco con sendos lengüetazos, intercalando entre mis testículos y mi glande, en un espectáculo único propio de un niño que dejaba la inocencia de los juegos para abrirse paso al placer exquisito de hacer el amor.
Se dejó caer en la cama, incitándome nuevamente: “tengo cosquillas”, exhibiéndome su culo transpirado –“ven Gonza, tengo una idea mejor”.
Me tendí en la cama, no sin antes levantarlo, cogerlo de las caderas para darlo vuelta encima de mí y mostrarle la exquisitez de un buen 69.
“Tú por mí, yo por ti”- le dije con respiración agitada.
Introduje mi lengua tan profunda como pude y la revolvía en su interior, Gonzalito aulló un fuerte gemido el cual ahogué cuando levanté mi pene haciendo contacto con sus labios nuevamente, el chico entendió el rol de la posición y su felación se volvió tan frenética que casi aceleró mi eyaculación.
Logré controlarme, seguía besando su culito, Gonza en lo suyo sin detenerse, sudando como locos sobre nuestro lecho nupcial, recorría con mis manos su jabonoso cuerpo infantil y dejó de succionar para gritar fuerte: -“cosquillas, demasiadas cosquillas, ay, ay, ay”.
Abandoné mi posición, para ponerme tras él, sin decir una sola palabra puse mi glande en la ubicación exacta para desvirgarlo, el niño curvó su tronco para facilitar la penetración y lentamente fui introduciendo mi miembro por su caverna inexplorada, logrando entrar únicamente hasta la cabeza, dado que jamás en la vida había sido roto por hombre alguno, moviéndome igualmente con la pelvis y con Gonzalo gimiendo y poniendo sus ojos en blanco.
“Cosquillas, duele un poco pero sigo con muchas cosquillas”- exclamaba agitando su abdomen en un sube y baja impresionante.
Me salí de él, corrí hasta el baño más cercano y para nuestra suerte encontré silicona para bebés, con torpeza dejé caer un buen chorro en su coxis, luego en mis manos y dedos y comencé a lubricarlo, con un dedo primero y luego con dos, ante su respiración acelerada y gemidos similares a las rubias: “ay, ay, ay, ohhh, ohhh, cosquillas, cosquillas, cosquillas”, volví mi glande a su posición original no sin antes lubricarlo con el bendito aceite y ensarté de una mi revienta pichula hasta llegar a lo más profundo, gozando del grito desgarrador de Gonzalo, mixtura de placer, dolor, hormigueo, cosquillas y excitación, comenzando a moverme hacia atrás y adelante sosteniendo al chico de su cintura y caderas, chocando una y otra vez mis testículos con su culito blanco, gimiendo los dos a la par en distintos colores de voz, sintiendo la fricción de mis vellos pubianos en su lampiño coxis y preocupándome de juntar cada vez más sus piernas con las mías.
La espalda de Gonzalo era un río de sudor, echó su cabeza hacia atrás y mis manos ya se posaban en sus cabellos para luego asir firmemente sus hombros, él sólo gemía y gemía en señal de aceptación, ya sin dolor alguno.
Sin salirme de él lo tomé del abdomen para tumbarnos de costado, levanté su pierna derecha en el aire y seguí bombeando, apoyó su codo en la cama y con su mano hizo almohada para su cabeza, con la mía recorría su vientre, mi dedo en su ombligo haciéndolo suspirar, y cogiéndolo otro rato más apretando y sobando sus tetillas, besando su espalda, cuello y todo cuanto a mi alcance pudiese.
Gonzalito se salió en medio de sus espasmos, me besó con tremenda fuerza y me empujó sobre la cama dejándome tendido.
-“Quédate así”- me pidió –“quiero intentar algo que hicieron las mujeres de la película”.
Lentamente, y aprovechando la dureza de mi miembro, se montó sobre mí y comenzó a introducirla en su delicado cuerpo, y cuando la lubricación permitió la penetración profunda y absoluta, el niño se echó hacia atrás apoyando sus manos en la cama, flexionando sus piernas y comenzó el sube y baja de su tronco y caderas, en un ritmo frenético y envidiable, lo que pretendió hacer en un principio le resultaba a la perfección, y lo que era una posición en extremo difícil para muchas mujeres el niño lo había convertido en una especialidad express, haciendo contacto firme y caliente sólo su culito apretado y resbaladizo, con mi tronco cavernoso.
-“Gonzalo, Gonza, ohh ohhh, ahhh, ahhh, no me falta mucho, Gonzalito, ahhhh”
-“¿Mucho para qué?”- preguntaba sin dejar de jadear, moverse y gemir-
-“Para acabar con tus cosquillas, no pares, no pares por favor”-
-“Ahh, ahhh, ahhh, profe, qué me está pasando, qué me está pasando”-
– “Gonzalito, ahí viene, ahí te va, sigue, sigue, sigue, sigue”-
-“Cosquillas, cosquillas, cosquillas”-
-“Lo sé Gonzalito, lo sé, no pares, no pares por favor”
-“Ayy, ayyy, ayy, qué es lo que me pasa, que es lo que me pasa, mi estómago arde por dentro, profe, profe, ahh, ahhh”.
“Gonzalito, ahí te va, ahí va, ahí va, ohhh, ohhh, ohhh… ahhhhhhhhhh”
Puse mi mano en su pubis al ritmo del vaivén y litros y litros de mi mejor semen regaron el interior del culo del niño, casi al llegar al quinto chorro Gonzalito aumentó sus espasmos, su cuerpo comenzó a tiritar y exclamó un grito que llenó toda la casa, suspirando, con sus gemidos que poco a poco iban bajando, dibujándose en su rostro una sonrisa de satisfacción al alcanzar el primer orgasmo de su vida, quizás no en la forma que la naturaleza hubiese preparado para él, pero sí en la forma que él quiso que ocurriese.
Me senté en la cama, lo atraje hacia mí, nos abrazamos en similar posición y nos besamos hasta perder la noción del tiempo.
Al día siguiente amanecí con Gonza durmiendo en mi pecho, desnudos, rendidos, exhaustos y casi sin tiempo para reponernos.
Lo dejé dormir un rato más, le preparé el desayuno tal y como le había prometido a su madre, me di una ducha y me dispuse a despertarlo antes de que llegaran los chicos junto a sus padres para embarcarnos en el viaje que parecía haber olvidado.
Al despertarse me miró sonriente, me abrazó con su cuerpo aún desnudo y me susurró al oído: “lo sabía, lo sabía”.
Tras bañarse y desayunar, constantemente me buscaba para besarlo, mis labios estaban casi entumecidos de tanto ósculo y para mi premio, de aquí en adelante sabía bien que podía tocar sus labios al mismo tiempo que mis manos apretaban su culito desvirgado.
En la media hora que nos quedaba previo a la llegada, y a pedido de Gonzalito, volvimos a coger, aunque en la sala de piano, follándolo de pie, con sus piernas abiertas y sus manos apoyadas en las teclas de marfil, bombeando suave primero y acelerando después, para acabar muy dentro de él en esa misma posición con mi mano derecha abrazando su espalda, con la izquierda sirviendo de apoyo y mi boca devorando su oreja izquierda y cuello mientras él se colgaba de mí desordenando mis cabellos y alcanzando su segundo clímax.
En la hora acordada, y cuando el bus iniciaba su marcha, los chicos se despedían de sus padres por la ventana, Gonza y yo nos sentamos juntos, al final de la fila, y dormimos buena parte del trayecto, agotados y rendidos de tanta cópula soñada.
-“Miren cuánto quiere al profesor”- exclamó una apoderada, al ver que se dormía sobre mi regazo –“Es un niño especial” le dije con satisfacción –“muy especial”.
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